Siempre nos quedará París


Ya se sabe que los franceses son muy suyos,  perdón por el tópico, pero a ellos hay que reconocerles, por ejemplo, ser los protagonistas de la primera gran revolución de la historia moderna, de cuyos valores aún seguimos viviendo (aunque cada vez menos, la verdad). 

Ahora, todas las encuestas coinciden en que el candidato socialista a la presidencia de la República, Francois Hollande, le saca 8 puntos de ventaja para las presidenciales de mayo a Nicolás Sarkozy, ese señor bajito al que vemos un día sí y otro también colgado del brazo de la canciller alemana Angela Merkel, que lo usa a modo de bolso con el que darnos en todos los morros del déficit a machamartillo.

Cuando la socialdemocracia europea se retira meditabunda y cabizbaja a sus cuarteles de invierno a rumiar sus sucesivas derrotas electorales (véase el caso de España), Hollande saca pecho y se atreve a decir "no" a lo que el resto de sus correligionarios europeos sólo han dicho "sí frau Merkel". El candidato socialista está basando su campaña electoral en advertir de que si llega al Elíseo renegociará ese acuerdo de hierro que obliga por ley a los países miembros de la Unión Europea a establecer un tope de déficit no superior al 0,5% del producto interior bruto. Promete renegociar ese tratado para que pueda ser votado en el Parlamento Europea (que para algo se supone que fue elegido) e implementar medidas de crecimiento económico y creación de empleo. 

No sabemos aún con qué argumentos contraatacará Sarkozy que, para empezar ya se ha ganado el apoyo (como no podía ser de otra manera) de la señora Thatcher germana. También se le ha oído decir que las propuestas de su contrincante socialista restan credibilidad a la palabra dada por Francia ante sus socios comunitarios (aunque quiso decir ante Alemania). Veremos qué ocurre en las presidenciales de mayo y sabremos si son los franceses los que nos libran de esta política monocorde y suicida de ajustes y recortes que se ha implantado en la Unión Europea como un mantra irrefutable. Confiemos en que siempre nos quede París

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