Cuenta atrás para el rescate


Hace sólo unos meses la posibilidad de un rescate español a la griega se veía como algo remoto y poco menos que imposible. "España no puede ser rescatada porque es una economía tan grande que no hay dinero en toda la Unión Europea para rescatarla" – decían los analistas.

No ha pasado tanto tiempo desde que esa posibilidad se descartaba al tiempo que se fiaba la salida de la crisis a los ajustes en el gasto y a los recortes de derechos sociales. Hoy, uno no puede evitar la desoladora sensación de que la cuenta atrás ha empezado, de que el reloj ya corre en contra de España.

Hay señales y hasta evidencias de ello por todos lados: el imparable encarecimiento de la deuda pública española y la experiencia de que con mucho menos se intervino a Grecia y a Portugal, es sólo una de ellas. La desconfianza en todo el sistema financiero español a raíz del escándalo de Bankia es otra, sobre todo, con la torpe gestión de un Gobierno que anuncia la nacionalización del cuarto banco del país sin saber cómo la va a pagar (aunque al final sea con dinero público).

Nada digamos del descrédito en el que han caído el Banco de España y su gobernador, un hombre siempre dispuesto a dar sesudos consejos no pedidos sobre asuntos como la reforma laboral o el control del déficit pero incapaz de prevenir desastres como el de Bankia sobre la que ahora, por "responsabilidad para con el Gobierno", no quiere pronunciarse.  

Otrosí, el desmadre del déficit público oculto en comunidades autónomas como Valencia o Madrid, lo que envía a Bruselas ( y a Berlín) un mensaje de que Rajoy y su Gobierno son incapaces de controlar la situación.

Ante el turbulento y enmarañado panorama económico español, Bruselas abrió ayer la puerta a que España disponga de un año más para cumplir el déficit del 3% fijado para 2013, un objetivo que el mismo Gobierno – por mucho que diga lo contrario – es consciente de que no se podrá alcanzar.

Pero Bruselas no regala un año de gracia a España: le exige a cambio más ajustes, subida del IVA, adelantar la entrada en vigor de la ampliación de la edad de jubilación y vigilar de manera rigurosa y estricta el déficit de las comunidades autónomas.

En otras palabras, una intervención de facto a base de más medicina de caballo para un paciente ya muy afectado por todo tipo de achaques. Salvo milagro – en lo único que ya empieza a ser posible creer – es muy difícil no tener la angustiosa sensación de que el rescate ya está en marcha.    

Un Día de Canarias para reivindicar


Me esfuerzo y no consigo encontrar razones para considerar que el Día de Canarias de este año tenga que ser una jornada para la celebración y el jolgorio. El mensaje de que hay que mantener el optimismo contra viento y marea y confiar en que con el esfuerzo de todos seremos capaces de superar esta situación no me convence.

No hay razones para el optimismo cuando el esfuerzo de todos se traduce en la práctica en el empeoramiento de las condiciones de vida y la destrucción constante e imparable de empleo público y privado. A eso no se le puede llamar esfuerzo sino sacrificio en el altar de los recortes y los ajustes para pagar una crisis de la que no son culpables sino víctimas los sacrificados.

En una comunidad autónoma como la canaria, con índices de paro, fracaso escolar y exclusión social por encima de la media, cuesta mucho encontrar motivos reales, más allá de la palabrería hueca, para la verdadera esperanza en una sociedad más próspera, más culta y más solidaria. Puede que los haya, pero a mi se me escapan.

Considero más bien que, además de para reflexionar sobre esta situación, este Día de Canarias debe ser una ocasión para reivindicar que hay otras salidas a esta crisis que no pasan por amargarnos a todos la vida un poco más cada día con las consabidas excusas del déficit, los ajustes y los recortes que siempre terminan recayendo sobre trabajadores, jóvenes, pensionistas y, en general, sobre los segmentos más desfavorecidos de la sociedad. Mientras, la camarilla habitual se lo lleva crudo sin que nadie mueva un dedo para evitarlo.

Están muy bien los sancochos, las luchadas, los bailes de taifas y otras manifestaciones folklóricas y culturales habituales del Día de Canarias: son una parte importante de nuestra identidad como pueblo, aunque ni mucho menos son lo único que nos identifica como tal y, al mismo tiempo, cada vez resulta más evidente que la mayoría de ellas se reducen a expresiones simbólicas de un tiempo desaparecido que no volverá por mucho que se recree año tras año.

La verdadera realidad de la Canarias actual es la del paro y la exclusión social, la de la incertidumbre ante el futuro inmediato y la del miedo a que la situación aún puede ser peor. Con esa realidad pesando como una espada de Damocles sobre nuestras cabezas, yo al menos no disfruto con el sancocho ni me apetece arrancarme por isas o folías. 

A pesar de todo ¡feliz Día de Canarias!

Berlín: tenemos un problema


Muy gordo y muy feo. Se da la casualidad que se nos ha desfondado un banko que era la niña de nuestros ojos y ya no sabemos qué hacer para tapar el agujero, que crece a cada día que pasa.  Decimos que le vamos a echar dinero sin parar a pesar de las críticas y puyazos que recibimos por ello desde todos lados pero el agujero no para de aumentar.

La cosa pinta muy fea porque puede que no sea éste el único banko que anuncia beneficios que a los pocos días se convierten en pérdidas. Hay al menos otros tres que también tienen mala cara, como si estuvieran desnutridos y mucho nos tememos que no habrá más remedio que alimentarlos para que no mueran.

Nos preguntan de dónde vamos a sacar tanto dinero como nos piden y decimos que emitiremos deuda pública, pero que no recurriremos a la bolsa de la Unión Europea, que nuestros problemas los podemos arreglar sin injerencias de fuera. La verdad es que ni nosotros nos lo creemos. Nos ponen de chupa de dómine por manifestar nuestra disposición a socorrer a los bancos y a los banqueros malandrines con decenas de miles de millones de euros públicos al tiempo que afeitamos a base de bien la educación,  la sanidad y las políticas sociales.

Contestamos que no hay más remedio para que no quiebre el sistema pero no hay forma de que nos crean. Nos exigen que expliquemos cómo se va a recuperar todo ese dinero público que les vamos a entregar a los bancos y, aunque les decimos que cuando se saneen se privatizarán y el dinero volverá a las arcas públicas, siguen sin creernos una sola palabra. Nos requieren para que demos la cara y depuremos responsabilidades – las nuestras incluidas – y no sabemos qué contestar. Por lo pronto capeamos el temporal pero no sé hasta cuándo podremos aguantar.

Como consecuencia del agujero en el que estamos hundidos cada día nos sale más caro pedirle dinero a los fríos mercados. Clamamos para que el Banco Central Europeo nos compre deuda y nos dé un respiro pero nadie escucha nuestra súplicas.

¿Qué más podemos hacer? ¿A quién recurrir? ¿En qué puerta tocar? Cada vez vemos más cerca el temido rescate y parece como si en Berlín o en Bruselas nos hubiesen abandonado a nuestra suerte. Doña Ángela, a la que tanto admiramos y apoyamos, no se digna pronunciar ni unas pocas palabritas de aliento y apoyo después de todos los recortes que hemos aprobado y las reformas que hemos hecho para cumplir con sus sabios consejos.

Estamos desolados, desconcertados, desorientados y acongojados. S.O.S. Berlín: tenemos un problema.  


Músicas para una vida - Volare

En 1958  - nada menos - Francia ganó el Festival de Eurovisión con una canción de la que nadie se acuerda ya. Pero en tercer lugar quedó esta otra que todos hemos canturrreado alguna vez....¡Lo que va de ayer a hoy!


El milagro de Bankia


Si lo que España necesitaba para recuperar la fe y el optimismo era un milagro ya lo tiene y se llama Bankia. Las señales  e indicios del hecho prodigioso venían detectándose desde hacia semanas hasta que finalmente se han confirmado. En sólo dos semanas las acciones de la hace tan solo un año exitosa fusión de cajas bichadas por el ladrillo y la torpe gestión política se han dejado 1.800 millones de euros en la bolsa. Si contamos desde que empezó a cotizar, las pérdidas se acercan al 60% y eso no puede ser calificado más que de milagroso.

Del mismo modo cabe calificar que en poco más de una semana los cuatro mil quinientos millones de euros de dinero público que necesitaba Bankia para tapar sus agujeros se hayan multiplicado por seis y ya ronden los veinte y cuatro mil millones que, obviamente, saldrán también de nuestros bolsillos. Este sí que es un milagro y no el de los panes y los peces. Recuerden si no al ministro De Guindos asegurando que todo el sistema financiero español apenas necesitaría unos quince mil milloncitos de dinero público para ponerse fuerte y saludable como un toro. Ahora resulta que con esa cantidad apenas dará para achicar poco más de la mitad de lo que necesita la que iba a ser la joya de la corona de la banca surgida de las fusiones de cajas de ahorros.

La inconmensurable magnitud del milagro financiero protagonizado por Bankia ha dejado de momento sin habla al ministro, que parece como transportado en un rapto místico al paraíso del capitalismo realmente existente, más allá de teorías y monsergas. Y es que la fuerza del prodigio es tan grande que hasta ha conseguido poner patas arriba los mismísimos cimientos del neoliberalismo: ahí tienen ustedes al abducido liberal De Guindos hablando sin tapujos de crear ¡un banco público! ¡Si Friedman y Hayek levantaran la cabeza la volverían a esconder bajo tierra pensando que el mundo se ha vuelto completamente loco o que ha ocurrido un milagro!

La luz cegadora de esta revelación milagrosa también tiene mudo de estupor al presidente Rajoy, lo que, por otra parte, tampoco es ninguna novedad ya que ese es de siempre su ser natural. Pero los milagros no son hechos prodigiosos que se den con tanta frecuencia como la gente crédula piensa, al contrario: sólo tienen lugar cuando lo decide la divinidad para advertir de su poder infinito e inapelable a los incrédulos, a los réprobos y a los blasfemos.

Ni se producen bajo pedido y, por tanto, es inútil insistir en que se  investigue el origen, las causas y los causantes del milagro de Bankia; mucho menos que se exiga que esa riada de millones vuelva a nuestros bolsillos, lo que de ocurrir sólo podría ser calificado de mágico más que de milagroso. 

Sólo los enfermos de desconfianza y soberbia y los abducidos por el demonio son capaces de atreverse a escrutar los designios divinos. No les hagamos caso pues, no escuchemos sus patrañas envenenadas sobre culpas y responsabilidades. A palabras necias, oídos sordos: vivifiquemos nuestros espíritus con la resplandeciente luz que emana del milagro de Bankia. A su lado, lo de Lourdes y Fátima no pasan de ingenuas fantasías infantiles.

¡Qué tontos somos!


Va la lidereza y suelta la patochada de la semana y ya tenemos a un país entero enredado en un debate absurdo sobre si debe de suspenderse o no un partido de fútbol si los hinchas pitan a la bandera, al himno o al Príncipe. Se convocan protestas para denunciar los recortes en educación, en sanidad, en políticas sociales o en derechos laborales y este país se concentra en los bares a discutir sobre fútbol.

La lidereza hace la cuenta de la vieja con el déficit de su comunidad autónoma que, junto al de otras como Valencia y Castilla La Mancha, incrementa a su vez el del Estado y el Gobierno la justifica o mira para otro lado – me imagino qué diría si no fuera el PP el que gobernara en Madrid -. Mientras, los españoles picamos el anzuelo y gastamos esfuerzos y saliva en una ridícula discusión sobre nacionalismos, himnos y banderas.

El Gobierno echa tierra sobre el escándalo de Bankia y el dinero público que hay que meter en los bancos para que no quiebren y no se nos ocurre otra cosa mejor que hacer que dividirnos en facciones patrióticas y envolvernos en banderas. Rajoy se pliega a las exigencias de Merkel para seguir apretándonos las tuercas y de la noche a la mañana nos convertimos en fanáticos nacionalistas de uno u otro color.

Presumen algunos gobiernos autonómicos como el canario de haber sido obedientes y cumplir con los objetivos de déficit aún a costa de destruir empleo público plegándose así a las exigencias de Madrid y de la patronal y lo único que se nos ocurre hacer es tomar posiciones en la bizantina discusión sobre si es delito o no pitarle a la bandera, al himno o al jefe del Estado en un partido de fútbol.

Va un fiscal y dice que el presidente del Consejo General del Poder Judicial no cometió delito alguno aunque le cargara a las cuentas públicas facturas por 13.000 euros de sus largos fines de semana a Marbella y el grueso de los españoles actuamos como si nos resbalara el asunto y como si esos 13.000 euros no los hubiésemos pagado entre todos.

"Pan y circo" ofrecían los gobernantes romanos para tener a la plebe entretenida y apartada de la política mientras ellos se daban a la gran vida y hacían y deshacían a su antojo. En España, pan va quedando cada vez menos pero circo tendremos para mucho tiempo como sigamos así.

Mario Vargas Llosa y la crisis (1)



Mario Vargas Llosa es un tipo admirable: a sus muy bien llevados 76 años mantiene una enorme capacidad de análisis y un dominio del lenguaje para expresar sus ideas con tan rotunda claridad que resulta difícil no estar de acuerdo con él en la mayor parte de las posiciones que defiende con segura convicción.

Sin contar su fructífera trayectoria literaria, merecedora de los más importantes galardones en su género (Nobel, Príncipe de Asturias, Cervantes, etc.). En el transcurso  de su reciente paso por Las Palmas de Gran Canaria para recibir el título de hijo adoptivo de la ciudad y ser investido doctor honoris causa por su universidad, el escritor peruano ha dejado algunas reflexiones de calado sobre la banalización de la cultura, asunto central de su último ensayo titulado "La civilización del espectáculo", o la trascendencia de la lectura para quienes aspiran a dedicarse a la literatura o simplemente para la formación humana, intelectual y cultural de cualquier ciudadano.

Habló también del papel de los intelectuales en la sociedad actual para lamentar la poca atención que se les presta en un mundo dominado por la imagen, deplorar la creciente tendencia de los políticos a rodearse de estrellas mediáticas de moda y reconocer, no obstante, que también han sido muchas las equivocaciones en las que han incurrido esos mismos intelectuales.
 
 Es evidente por todo ello que Mario Vargas Llosa no responde al tópico del escritor encerrado en su torre de cristal ajeno a lo que ocurre a su alrededor y atento sólo a incrementar y mejorar su obra literaria. Eso le lleva a adentrarse en jardines como el de la crisis económica, sus causas y sus consecuencias, en los que ya se hace casi imposible compartir sus puntos de vista.



En un encuentro con los medios de comunicación durante su estancia en Canarias, Vargas Llosa hizo una encendida defensa de la vigencia de la unidad europea como el único proyecto capaz de superar para siempre los conflictos terribles que han azotado el viejo continente durante siglos, especialmente las dos guerras del siglo XX. 

Nada habría que reprocharle a esa saludable dosis de optimismo si no fuera porque los hechos tozudos, que al final son los que cuentan frente a los proyectos políticos más idealistas y las grandes palabras, parecen señalar en la dirección contraria. El ascenso de la extrema derecha en Grecia, Francia, Alemania, Dinamarca, Holanda o el Reino Unido ante la manifiesta incapacidad de los viejos y anquilosados partidos políticos para generar esperanzas entre los ciudadanos de la maltrecha Europa es sólo un ejemplo de los varios que se podrían poner sobre la mesa.

Tampoco es posible compartir su visión sobre el origen de esta profunda crisis económica que Vargas Llosa parece circunscribir al derroche en el gasto por parte de gobiernos como el español, lo que le lleva a concluir que los sacrificios que ahora nos toca hacer los tenemos bien merecidos por haber vivido muy por encima de nuestras posibilidades, tópico cada vez más odioso. 

(Continúa)

Mario Vargas Llosa y la crisis (y 2)


De un plumazo se olvida el laureado escritor peruano de la desregulación del sistema financiero mundial impulsado desde la época de los muy liberales Reagan y Thatcher, de la contabilidad creativa de los bancos, de las hipotecas basura que esa desregulación favoreció y que está en el origen de la crisis y de los sueldos multimillonarios de los directivos de bancos rescatados con ingentes cantidades de dinero público. Según su argumento, parece como si un capitalismo libre de ataduras y cabalgando sobre una globalización atenta sólo a los grandes movimientos de capitales gracias a las nuevas tecnologías de la información no hubiese tenido responsabilidad alguna en la situación actual.
 
Su defensa de la política de austeridad fiscal a toda costa que la canciller alemana Angela Merkel ha impuesto a toda Europa entronca perfectamente con la gran idea fuerza del neoliberalismo: lo público es ineficiente y derrochador por naturaleza y sólo lo privado es garante de eficiencia y riqueza.

A estas alturas de la crisis, cuando se multiplican las señales y las voces cualificadas que denuncian que el camino del masoquismo fiscal sólo puede conducir al abismo más profundo, como si alguien que ha caído en un hoyo cavase cada vez con más fuerzas para intentar salir de él, resulta desconcertante y desconsolador escuchar a un intelectual como Vargas Llosa criticar a quienes osan cuestionar esa política suicida generadora de sufrimiento y desesperanza. 

 Con todo, lo más descorazonador es el veredicto de Vargas Llosa sobre quién debe pagar los platos rotos de la crisis: con la claridad que le caracteriza, asegura que en todas las grandes crisis de la historia, las pasadas, la presente y las futuras, siempre ha sido, es y será "el pueblo" el que cargue sobre sus espaldas las culpas de la minoría responsable. Y remata diciendo que oponerse a esa realidad histórica puede ser muy válido desde el punto de vista ético pero no es políticamente operativo.

Si el argumento no viniera de quien viene cabría decir que Vargas Llosa es un cínico sin corazón ni sensibilidad alguna ante la miseria y el dolor que está inflingiendo a millones de seres humanos el ideario económico y político que él mismo defiende. Parece más bien como si hablase o escribiese sobre la crisis, sus causas y sus consecuencias, de oídas y desde un conocimiento puramente académico pero muy imperfecto de la realidad social.

Al predicar de este modo la resignación ante la injusticia que supone que paguen las consecuencias de la crisis quienes la padecen, Vargas Llosa se convierte en un intelectual orgánico más del capitalismo realmente existente, aquel para el que el primer y único valor a defender es el enriquecimiento económico individual y para el que, como diría Margaret Thatcher, "la sociedad no existe".

Todo lo cual, además, entra en flagrante contradicción con el papel de conciencia y crítica social que el propio Vargas Llosa parece reclamar para los marginados intelectuales. En estos tiempo más que nunca necesitamos pensadores críticos, con ideas originales, lucidez en el análisis, alternativas creíbles y explicaciones convincentes de lo que nos pasa, por qué nos pasa y qué podemos hacer. Vargas Llosa, uno de los más grandes escritores vivos, no se encuentra entre ellos.
 
NOTA: Para quien crea que las afirmaciones de Vargas Llosa sobre las causas y las consecuencias de la crisis fueron hechas sin pensar (no creo que Vargas Llosa haga nunca una reflexión en voz alta sin haberla meditado previamente con mucho detenimiento) y en el contexto informal de un encuentro con periodistas, puede leer este artículo publicado ayer en EL PAÍS:  "Las ficciones malignas" - Mario Vargas Llosa

Músicas para una vida - Pedro Navaja

Pequeña obra maestra de género negro de Rubén Blades, inspirada en la canción Mackie Messer de Bertolt Brecht a la que en su día puso música Kurt Weill.


No nos lo merecemos


No merecemos los ciudadanos lo que nos está pasando, lo que están haciendo con nosotros y de nosotros. No merecemos que nos engañen a diario, que nos tomen por idiotas, que nos narcoticen con falsos señuelos de mejoría y prosperidad en un plazo que ni se preocupan en fijar porque en el fondo les es indiferente: no son ellos los que sufren.

Sin embargo, los que tienen la suerte de conservar un trabajo acuden a diario a cumplir sus compromisos intentando creer que hay futuro, que saldremos de ésta situación y que la angustia, la desazón y la incertidumbre que ahora nos invaden pasarán pronto a ser pesadillas del pasado que no tardaremos en sepultar en nuestra siempre frágil y corta memoria.

Los que no lo tienen se levantan cada mañana pensando y deseando que ese sea el día en el que puedan volver a sentirse útiles, vivos y con ganas, fuerzas y recursos para recuperar el control de sus vidas y atreverse incluso a emprender nuevos proyectos.



La gran mayoría cumplimos cada año con Hacienda sin beneficiarnos de amnistías fiscales y esperamos que nuestro esfuerzo y nuestros impuestos sirvan para sentirnos orgullosos de vivir en un país más próspero, más saludable, más culto y más solidario.

Por eso, no merecemos que nos mientan sobre el verdadero objetivo de las medidas que dicen tomar por nuestro bien, por nuestra felicidad y por nuestra prosperidad y la del país. No somos tan ingenuos como para creernos que los recortes en la sanidad pública garantizan una atención sanitaria universal, gratuita y de calidad;  ni que cuando los recortes se aplican a la educación servirán para mejorar la calidad de la enseñanza.

¿Por qué clase de estúpidos nos toman cuando nos aseguran que el abaratamiento del despido es la clave para crear empleo? ¿Nos suponen idiotas cuando regalan amnistías fiscales a los defraudadores a cambio de una módica multa del 10% al tiempo que suben los impuestos a los trabajadores de nómina y ni se atreven a tocar las grandes rentas?

¿A qué tipo de zascandiles creen dirigirse cuando pregonan que se presta un gran servicio al país metiendo dinero público en los bancos hundidos en su propia avaricia, mientras los responsables del desastre se van con los bolsillos llenos y sin rendir responsabilidades ante nadie?  

¿Suponen que somos tan ilusos como para creernos eternamente que todo lo que está ocurriendo en las últimas fechas es culpa de la herencia recibida, de los mercados o de la Unión Europea? 

¿Creen que esparciendo tinta de calamar en todas las direcciones podrán ocultar sus propias incompetencias, descoordinación e improvisaciones? Aunque tengan la mayoría absoluta legitimamente obtenida en las urnas y aunque la situación sea difícil y hasta crítica no merecemos que nos mientan y nos traten como a ciudadanos indocumentados, desinformados o menores de edad. 

No nos merecemos que caigan sobre nuestras espaldas las consecuencias de una situación en la que no tenemos ni un ápice de culpa; no nos merecemos que se aproveche la situación económica cuyos auténticos causantes tienen rostros, nombres y apellidos para desatar un ataque sin cuartel contra la conquista social que supone el estado del bienestar. Que nos digan la verdad, como prometieron en la campaña electoral, y cumplan al menos con una de sus promesas después de haber violado todas las demas. 

Que no nos mientan más: no  lo merecemos y no debemos consentirlo.  

Músicas para una vida - La bella molinera

En memoria de Dietrich Fischer-Dieskau, fallecido ayer a los 86 años de edad. Fue uno de los mejores barítonos de la segunda mitad del siglo XX y, sin duda, el mejor intérprete de lied además de un excelente cantante de opera. Descanse en paz.

Artículo de EL PAÍS sobre la muerte de Dietrich Fischer - Dieskau



El riesgo de la prima


Ya está: España acaba de batir el récord al situarse su prima de riesgo por encima de los 500 puntos básicos. Han dicho siempre los expertos que ese puede ser el punto de no retorno que nos conduzca de cabeza a un rescate a la griega, a la portuguesa o a la irlandesa.

Ojalá y se equivoquen de nuevo los analistas como ya ha ocurrido en no pocas ocasiones durante esta larga crisis. Aún así, la situación se torna más dramática por momentos y amenaza con hacer de España otro país de la zona euro completamente intervenido por los mercados que encarnan el Fondo Monetario Internacional, la Unión Europea y el Banco Central Europeo como ya ocurre con Grecia, Portugal e Irlanda.

No es que ya no estemos intervenidos por esos mercados que nos gobiernan desde la sombra y convierten a los políticos elegidos en las urnas en meros títeres de sus intereses especulativos. Sin ir más lejos, ahí tenemos a un silencioso Rajoy, el que junto a sus seguidores nos prometió que si los españoles le otorgaban la confianza en las urnas acabaría la desconfianza en España, se crearía empleo de calidad, no subirían los impuestos y no habría más dinero público para los bancos.

Justo lo contrario de lo que ha hecho desde que accedió al poder, en parte obligado por los insaciables mercados que siguen sin confiar en él y en sus draconianas medidas y en parte víctima de su cada vez más evidente incapacidad para manejar una situación infernal a la que responde con altas dosis de improvisación. Lo ocurrido con la fallida reforma del sistema financiero y la escandalosa intervención de Bankia es un buen ejemplo.

 Ahora se atrinchera en La Moncloa de la que sólo sale los fines de semana para arengar a los suyos desde algún púlpito de su partido y amenazarnos a todos con "seguir haciendo reformas todos los viernes" y demonizar a las comunidades autónomas sin hacer distingos entre las más despilfarradoras – muchas de ellas gobernadas por el PP - y las más austeras.

Pero a los mercados les da igual lo que diga Rajoy en los mítines del PP o los nuevos recortes que prometa aplicar: nada parece suficiente para que suavicen la presión sobre una pieza de caza mayor como es España. ¿Qué dirá ahora Rajoy si es que dice algo? ¿Qué dirá su locuaz ministro de Economía que cuanto más enfatiza que algo no ocurrirá no tarda en ocurrir? ¿Qué hará Rajoy para sacar a España de la primera línea de fuego de los mercados?

¡Qué fácil es descalificar y ponerle pegas a todo cuando se está en la oposición y qué difícil es demostrar cuando se está en el poder que las promesas son algo más que palabrería hueca para captar votos! Si Rajoy y su partido tienen alguna idea clara de lo que hay que hacer para que España no termine convertida en un protectorado de los tiburones de la especulación financiera sin que ello suponga inflingir más sufrimiento a los de siempre, es el momento de ponerla en práctica. Si no la tiene, y mucho me temo que no, tal vez deberíamos irnos preparando para lo peor.

Músicas para una vida - Wild world


Tras su conversión al islam se llama Yusuf Islam y sigue cantando, pero es mas conocido por su nombre anterior: Cat Stevens (su novia decía que tenía ojos de gato). Hizo algunas muy buenas canciones como éste"Wild world" y hasta compuso para cine ("Harold y Maud").



Ya soy banquero


El sueño de una vida, mi verdadera vocación, hecho realidad de la noche a la mañana y por sorpresa: ¡ya soy banquero! Pequeño, insignificante, invisible, sin puro ni levita ni sombrero de copa, pero banquero. Para que luego digan que este Gobierno no piensa en el interés general, que improvisa y que sólo nos da disgustos viernes tras viernes y semana tras semana.

Bien es verdad que el banco del que me ha convertido en accionista el Gobierno – Bankia - no parece andar muy boyante y sus cuentas presentan más agujeros que un colador. Pero patriotismo obliga y sin con mi dinero contribuyo a salvarlo de desmoronarse como un montón de ladrillos mal colocados y evitar así que se venga abajo el otrora vigoroso y saneado sistema bancario español, me doy por satisfecho.

Por el bien del país tampoco aspiro a cobrar dividendos ni a recuperar al menos la inversión realizada cuando los negocios empiecen a ir bien y el banco ahora salvado se quede con ella. Todo lo doy por bien empleado si sirve para sanear la banca y hacerla más competitiva para que vuelva a vendernos duros a cuatro pesetas que – para qué engañarnos - es el verdadero negocio de los banqueros y no es plan de pedirles que se conviertan en una ONG.

Por eso, no pienso agarrarme un berrinche porque el bueno de Rajoy no nos avisase con tiempo de que iba a convertir en banqueros a todos los españoles para poder estar convenientemente preparados en una ocasión tan señalada. 


Ya se sabe que Rajoy es hombre de pocas palabras y poco claras y no es fácil determinar si va o si viene, si sube o si baja, si explica o despista. En realidad – para qué engañarnos – nunca se sabe si él sabe lo que está haciendo y lo que quiere hacer.

Y menos hay que cargar contra Rodrigo Rato, el hombre que llegó del FMI a tocar la campanita de la salida a bolsa de mi nuevo banco y menos de dos años después ha tenido que hacer el petate con más deshonor que honor. Si se prestó al juego político de la "lidereza" Aguirre en Caja Madrid y a la cohabitación bancaria con un correligionario valenciano llamado José Luis Olivas, que dirigía Bancaja, otro queso de Gruyere inmobiliario, tampoco es para ponerlo de chupa de dómine. Al contrario, merece alabanzas, homenajes y hasta una calle y una plaza en cada rincón de España por contribuir a hacernos a todos banqueros como Franco nos animó a hacernos accionistas de Telefónica comprando matildes.

Hacen mal también los que ponen en la picota al gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, MAFO para los connoisseurs,  por estar en Belén con los pastores mientras mi nuevo banco hacia la cuenta de la vieja. No obstante, tal vez le vendría bien, ahora que le queda medio telediario, salir y decir algo sobre el hecho de que haya sido una auditoría privada en lugar del Banco de España – me pregunto para qué rayos sirve el Banco de España si no es capaz de ver un agujero como ese -  la que, tras pasar la raya y hacer la suma, se tapó la nariz y dijo que no firmaba aquello.

Y lo siento por los pequeños accionistas que han visto como los ahorrillos que habían invertido en acciones en las que se miraban se les iban por el sumidero en menos de tres días porque un ente llamado Comisión Nacional del Mercado de Valores no suspendió las cotizaciones de mi nuevo banco cuando arreciaba la tormenta de rumores y especulaciones sin que nadie diera la cara para atajarlos. Deben tener entereza y resignación y confiar en que a partir de ahora las cosas empezarán a ir mejor, que no tengan la más mínima duda: lo dice el Gobierno. Por mi parte no me quejo, al contrario: gracias a todas estas improvisaciones, conchabos políticos e incompetencias, ya soy banquero.

Justicia caribeña

Al juez Garzón lo pusieron de patitas en la calle sus colegas del Tribunal Supremo por atreverse a pegar la oreja en las conversaciones entre los cabecillas de la trama Gürtel y sus abogados, no fuera a oír cosas inconvenientes. Por si fallaba la estrategia también lo empitonaron por investigar los crímenes del franquismo y por unos cursos en Nueva York con patrocinio de un banco. Un juez incómodo menos.
Al juez Carlos Dívar, presidente del Consejo del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, le acaba de sacar los colores un vocal del Consejo que ha tenido la osadía de ir a la Fiscalía con las facturas de unos gastos que el tal Dívar realizó con cargo a las arcas públicas durante algunos fines de semana caribeños de lujo y mantel en Marbella – remanso y oasis de transparencia política, como todos sabemos.
Él dice que el gasto es una "minucia" y tiene razón: ¿qué son unos 6.000 euros de nada para el erario público en un país en donde atamos los perros con longanizas, apenas hay paro, todos somos banqueros y la justicia, la sanidad y la educación siguen siendo completamente gratuitas y universales? 
 Lo que hoy son ganas de molestar y desestabilizar las instituciones de este país cuando, además, esas cosas se pueden resolver de puertas adentro sin que se enteren ni la fiscalía ni los cotillas y entremetidos periodistas.  
¿Es que acaso no tienen derecho tan altos magistrados a disfrutar cómo les plazca de esos largos fines de semana que van de jueves a martes y que en la jerga judicial se conocen como "caribeños"? ¿No es bueno para su salud y la equidad de sus decisiones que trabajen poco, descansen en hoteles de lujo y coman en restaurantes de diseño?
¿No es un bien para el país que, en el tiempo que les quede libre, si pueden y no les causa mucho quebranto, visiten algún juzgado, se interesen por los problemas judiciales de la zona o se tomen unas cervezas con algunos colegas de promoción o carrera para estrechar lazos de amistad y compartir experiencias? Ya lo dijo Groucho Marx: "¿Pagar la cuenta? Qué costumbre tan absurda."

La "bankia" siempre gana


Otra vez se nos coloca a los españoles ante el dilema imposible de dejar caer una entidad bancaria o rascarnos el bolsillo para evitarlo. Hablo de Bankia, ese gigante que Rodrigo Rato presentó en bolsa casi el otro día mismo haciendo sonar la campanita famosa pero que ahora abandona con un buen pico de indemnización a pesar de haber quedado patente su incapacidad para sacarlo a flote.

Porque, a la postre, Bankia se ha revelado como un gigante con los pies hundidos en el hormigón de la burbuja inmobiliaria por la mala cabeza de los que dirigieron y aún dirigen las entidades que lo integran. Otros muchos hicieron lo mismo, también es cierto.

Los analistas más sesudos coinciden en que no habrá más remedio que acudir en su ayuda con fondos públicos porque dejarlo caer sería aún mucho peor para los ahorradores que tienen en Bankia su dinero y para el conjunto del sistema financiero que se vería inevitablemente afectado. Por cierto que, al Gobierno, no parecen preocuparle mucho los ciudadanos que tienen su dinero en Bankia ya que nadie, salvo alguna declaración al vuelo en algún pasillo perdido, ha tenido la valentía de dar la cara y enviar un mensaje de tranquilidad.

Lo que ha hecho en cambio es algo a lo que ya nos tiene acostumbrados: decir que no va a hacer lo que todos sabemos que terminará haciendo, esto es, meter dinero público en Bankia tal y como le recomendó no hace mucho el Fondo Monetario Internacional, coartada perfecta para tomar la decisión por si no bastara con los feos números que presenta la entidad.  

Así que toca pagar de nuevo y lo vamos a hacer los de siempre, los que nada tenemos que ver con la orgía inmobiliaria a la que se entregaron los banqueros cuando las cosas iban bien y los políticos y supervisores – léase Banco de España – miraban para otro lado y en algunos casos – no pocos – ponían la mano.

Y una vez más se nos vende también la especie de que es necesario sanear de ladrillos a las entidades financieras para que vuelva a fluir el crédito a las empresas y a los particulares. Esa canción suena ya a disco rayado: la reforma del sistema financiero se ha ido abordando con parches pagados en muchos casos con dinero de los contribuyentes y se ha ido dejando para el último momento para no incomodar a la banca.

Primero había que subir los impuestos, cargarse el modelo de relaciones laborales de este país y meterle un buen hachazo a la sanidad, la educación y las políticas sociales. Mientras, los bancos han podido continuar haciendo negocio con el maná que ha repartido el Banco Central Europeo y esperando a que la situación fuera tan comprometida para sus balances que el Gobierno no tuviera otra alternativa que darles bicarbonato en forma de dinero público para acelerar la larga y pesada digestión del ladrillo.

Ahora se anuncia que se van a incrementar las exigencias de provisión de fondos incluso para los activos no tóxicos, exigencias que tendrán que cumplirse en un tiempo récord. Lo que probablemente hará que algunos entren en pérdidas, que caiga la confianza de los inversores en ellos, que cada vez les sea más difícil acceder al crédito y que las empresas y los particulares sigan sin ver un euro.  

Pero no hay de que preocuparse: aquí estamos los curritos para echarles una mano cuantas veces haga falta. Dónde si no tiene su origen la sabia frase de que la bankia siempre gana.

Hollande y el triunfo de la política


La victoria del socialista Hollande en la segunda vuelta de las presidenciales francesas ha generado una ola de entusiasmo legítima y hasta saludable. Sus promesas de no fiar la salida de la crisis sólo al sadismo fiscal con el que el neoliberalismo quiere hacer pagar a las víctimas de la crisis los desmanes de los bancos y los mercados financieros, son un rayo de esperanza en un horizonte lleno de miedos e incertidumbres.

Salvando las distancias y las circunstancias, las expectativas generadas por la victoria socialista en Francia recuerda no poco a las que se activaron con la victoria de Obama hace cuatro años en Estados Unidos. Cuatro años después, el balance de la gestión del político más poderoso del mundo deja mucho que desear.


Como Obama, el nuevo presidente francés se enfrenta a no pocas resistencias para hacer posible su promesa de que otra forma de afrontar la crisis es no sólo posible sino imprescindible. Empezando por los poderosos mercados financieros, que ya empiezan a mostrar signos de que no les gusta el posible viraje en la política económica que ha venido marcando con mano dura e inquebrantable la canciller alemana Angela Merkel con el inestimable apoyo ciego del perdedor Sarkozy o los populares españoles quienes, pese a las voces crecientes que exigen un cambio de rumbo, insisten en el mantra de los ajustes y sólo con la boca pequeña hablan de "crecimiento".

Continuando por las elecciones legislativas francesas previstas para dentro de un mes en las que los socialistas necesitan hacerse con la mayoría para poder aplicar las medidas anunciadas en la campaña presidencial. Estos y otros factores deben ser cuidadosamente analizados para no caer en un optimismo exacerbado que termine en una nueva decepción y en un arma más del neoliberalismo para justificar sus políticas de acoso y derribo del estado del bienestar.

Que sea enhorabuena la victoria de Hollande pero, sobre todo, que sirva de verdad para que los ciudadanos de a pie volvamos a creer en el papel preponderante que debe desempeñar la política en una auténtica sociedad democrática.