Divorcio a la catalana

Rubalcaba tiene un problema. En realidad tiene varios pero todos remiten a la misma causa: su insuficiencia de liderazgo en el seno de su partido y ante la sociedad. Ahora acaba de salirle un nuevo grano en Cataluña, en donde sus ¿compañeros? del PSC han caído en las seductoras redes del soberanismo de Artur Mas y han votado en el Congreso a favor de la famosa consulta sobre el derecho a decidir. Convergencia y Unión aplaude con las orejas, convencida de haber ganado un nuevo compañero de fatigas que ayude a andar el tortuoso camino hasta la victoria soberanista final. En el PP, deseosos como están de que los focos mediáticos dejen de apuntar a Bárcenas y sus andanzas, apenas pueden ocultar la satisfacción que les produce ver al principal líder de la oposición enredado en sus asuntos internos aunque eso suponga debilitar su propio flanco, el de quienes defienden la unidad nacional como un valor político inamovible.

En las filas del PSOE de toda la vida, la reacción entre los varones ha sido variopinta: los más duros, encabezados por Alfonso Guerra, han planteado abiertamente la necesidad de romper relaciones con los infieles socialistas catalanes e incluso retirarles la franquicia del puño y la rosa en los predios de Artur Mas y Pujol. Los más moderados hablan de redefinir las relaciones – signifique eso lo que signifique - y los más contemporizadores creen que el desencuentro no pasará a mayores, que ambos olvidarán el pasado y volverán al amor.

Así las cosas, algo tenía que hacer Rubalcaba si no quería  él mismo ser puesto en la picota por débil y falto de carisma para controlar y disciplinar por lo menos a los suyos. Por lo pronto, le ha dado la baja a la representación catalana en el grupo parlamentario socialista y ha multado con 600 euros a los díscolos compañeros que se han echado en los brazos de Artur Mas y Oriol Junqueras. No escapa a la sanción Carme Chacón, quien se quedó sentada en el escaño sin mover un dedo para votar “sí”, “no” o “abstención”. Jugada estratégica maestra de la ex ministra de Defensa que continua aspirando a liderar el PSOE y que con su inacción de esta semana ha querido dejar patente su distanciamiento tanto de Rubalcaba como del líder del PSC Pere Navarro.

No sé cómo acabará el pleito familiar ni si socialistas catalanes y mesetarios serán capaces de recomponer sus relaciones de convivencia que duran ya más de tres décadas. En todo caso, en esta pelea familiar subyace una buena dosis de oportunismo político entre los socialistas catalanes, que nunca han sido nacionalistas pero que ahora temen quedar aislados ante los embates de la ola soberanista. Mientras, Rubalcaba y el aparato del PSOE se aferran a la Constitución y recuerdan que el derecho a decidir corresponde a todos los españoles y no sólo a una parte. Decir lo contrario hundiría por completo sus expectativas políticas y convertiría al PP en el único gran partido que defiende la unidad nacional.

Cómo se desatará este nudo gordiano o qué consecuencias tendrá es algo que nadie puede predecir en estos momentos. A Rubalcaba y al PSOE les hace falta el PSC por los votos que arrastra y para poder seguir ostentando la categoría de “partido nacional” y alternativa de gobierno. Por su parte, el PSC necesita del PSOE salvo que aspire a convertirse en un simple compañero de viaje de la burguesía nacionalista catalana y diluir en ella sus históricas señas de identidad. Se dice que el tiempo es un bálsamo para los desencuentros matrimoniales pero en política el tiempo vuela y, en este caso, lo hace en contra de la mal avenida pareja.  

Otra peineta del innombrable

Aquel cuyo apellido, al igual que el término “desahucio”, ha pasado a convertirse en tabú para el PP, le acaba de hacer otra espectacular peineta a sus confusos y aterrados compañeros de partido. En realidad, más que una peineta como la que dedicó a los periodistas hace unos días en un aeropuerto tras un viaje de placer a Canadá, lo de ahora ha sido un obús con potente carga de profundidad que ha impactado de lleno en la secretaria Cospedal, en el presidente Rajoy y en todos aquellos que en el partido han pretendido hacer creer a los ciudadanos que el famoso esquiador no tenía vinculación alguna con la organización desde 2010.

Su demanda por despido improcedente y su cínica decisión de apuntarse al paro – debe ser que 38 millones de euros en Suiza no dan para llegar a fin de mes – ha abierto un boquete de considerables dimensiones en la errática táctica que han seguido los populares para intentar ocultar uno de los escándalos de corrupción más grave de su historia y de la historia de la etapa democrática. El mismo día en el que Cospedal se enredaba en un trabalenguas imposible sobre la indemnización en diferido y la simulación de contrato, o algo parecido, el innombrable activó una nueva bomba de racimo que en un país serio ya habría provocado una cascada de dimisiones, entre ellas la del presidente del Gobierno.

Aquí y en el PP no, aquí se sigue optando por la huída hacia adelante, por fanfarronear con los tribunales y con pedir a los periodistas que elijan entre la credibilidad del ex tesorero y la del partido. A la vista de las explicaciones que han dado Cospedal o Rajoy sobre las relaciones laborales entre el esquiador y su partido y después de esa demanda por despido improcedente, la balanza parece inclinada cada vez más a favor del esquiador.

Lean si no y procuren sacar algo en claro de la explicación, por llamarla de algún modo, que daba Cospedal de los pagos que recibió hasta hace menos de un mes el otrora gran servidor del PP y hombre del que – dijo Rajoy – nadie podrá demostrar que “no es inocente”.

“Vamos a ver ¡eh! … La indemnización que se pactó, fue una indemnización en diferido, y como fue una indemnización en difi…, diferido, en forma efectivamente de simulación de… simulación o de lo que hubiera sido en diferido en parte de una, de lo que antes era una retribución, tenía que tener la retención a la Seguridad Social, si no hubiera sido… ahora se habla mucho de pagos que no tienen retenciones a la Seguridad Social, verdad, pues aquí se quiso, aquí se quiso hacer como hay que hacerlo, con retenciones a la Seguridad Social”.

Si han conseguido llegar hasta el final sin entrarles dolor de cabeza coincidirán conmigo en que el trabalenguas para justificar lo injustificable – que el nuevo parado siguió cobrando de las arcas del partido hasta el día mismo en el que EL PAIS aventó su contabilidad en negro – es un monumento a la falsedad y a la ilegalidad. Si lo que dijo Cospedal es lo que parece ser, estaríamos ante una flagrante irregularidad – simular un contrato laboral para recibir prestaciones - que se castiga con una cuantiosa sanción. Porque ¿qué se esconde realmente detrás de ese galimatías de la casi siempre segura y contundente abogada del Estado que es María Dolores de Cospedal? ¿Una indemnización con forma de contrato? ¿Un contrato con forma de indemnización?

Da igual. Lo cierto es que el precario montaje se le ha venido abajo como un castillo de naipes casi al mismo tiempo que lo intentaba levantar con esta patética explicación digna de los Hermanos Marx. Que el innombrable tiene información muy sensible que está empleando para poner al PP y al Gobierno contra las cuerdas si no se le libra de la cárcel - vulgo chantaje - es algo cada día más evidente. Cuando este escándalo saltó a la opinión pública, el PP y el Gobierno optaron por mentir y amenazar con querellas que, por cierto, siguen sin presentarse. La razón es muy clara: miedo o, mejor dicho, pánico. 

Ahora, acorralados como están, sólo les queda una salida si quieren recuperar un mínimo de credibilidad ante los ciudadanos: explicarlo todo con meridiana claridad, responder ante la Justicia si ha lugar y aquellos que han mentido sobre las relaciones del partido con un corrupto chulo y peinetero como el innombrable dimitir inmediatamente. Ese es el verdadero pacto contra la corrupción que esperan los ciudadanos del PP y del Gobierno.

La moda de la peineta

Los españoles nos hemos pasado el último fin de semana pendientes del duque empalmado y del dedo tieso del innombrable. Al primero le permitió el juez que leyera una declaración contraincendios en la Casa Real que muchos sospechan que fue escrita en La Zarzuela, habida cuenta las escasas luces intelectuales del espigado muchacho para todo lo que no sea discurrir cómo trincar dinero público y ponerlo a buen recaudo de la Hacienda de Montoro en algún paraíso fiscal. 

Al segundo lo acaba de dejar el juez sin pasaporte para ir a esquiar a Suiza o Canadá, después de jactarse de ser un suertudo corredor de arte, amén de un habilidoso jugador bursátil y un avispado agente inmobiliario, virtudes que le permitieron atesorar hasta 38 millones de euros en el acogedor paraíso helvético.  Sin duda, el innombrable es un tipo con una suerte endiablada, ya que hasta su partido tuvo a bien diferirle el finiquito y simularle un contrato laboral por el que cotizaba a la Seguridad Social y le hacía la retención del IRPF hasta el mismo día en el que se supo que, además, llevaba una minuciosa contabilidad de su profesión como cartero del PP.

Así, mientras los españoles tendremos incrustado por mucho tiempo en la retina el dedo enhiesto de aquel cuyo nombre es tabú pronunciar, los italianos acaban de hacerle una peineta en toda regla a la troika (BCE, UE y FMI) que, despreciando los más elementales principios democráticos, les impuso a un tecnócrata como primer ministro.

En las elecciones parlamentarias del domingo y de ayer, los siempre imprevisibles italianos han preferido el caos a la estabilidad política y han optado por un payaso de profesión – Beppe Grillo – y por otro de vocación y larga experiencia circense – Berlusconi – para gobernar el país. El centro izquierda de Bersani ganó por la mínima en la Cámara de Diputados pero su derrota a manos de Berlusconi y Grillo en el Senado hacen que apenas se pueda hablar de victoria pírrica. Nada nuevo bajo el sol italiano, un país muy habituado a caminar sobre el alambre de la inestabilidad política hasta el punto de que muchos ya piensan en unas nuevas elecciones.

No obstante, sí es significativo que el tecnócrata Monti haya sido vapuleado sin piedad ni paliativos en las urnas. Esta posibilidad preocupaba mucho a los mercados, que han contenido la respiración esperando los resultados y confiando en que el amable Monti volviera al poder aunque fuera de la mano de un centro izquierda más bien modosito. Temían – y ahora con más razón - que en manos de Berlusconi o Grillo – adalides ambos de la antipolítica aunque desde puntos de vista diametralmente opuestos - se les descacharre el tinglado del masoquismo fiscal y los recortes que han impuesto a los incorregibles países del sur de Europa.

Y eso es lo que puede ocurrir a la vista de cómo ha quedado el panorama en Italia y a expensas de tener que volver a votar, aunque eso no garantiza un resultado diferente ni más acorde con los intereses de los mercados.

Más allá de que a los italianos no les asusta lo más mínimo la inestabilidad política a la que tan acostumbrados están, el resultado electoral envuelve un mensaje claro a esos mercados que, atendiendo sólo a sus intereses, les impusieron sin miramiento democrático alguno al tecnócrata Monti: a nuestros gobernantes los elegimos nosotros, aunque sean unos payasos.

Nos toman el pelo

Un tipo fúnebre llamado Olli Rehn, con pinta de haberse desprendido de un glaciar finlandés, arrojó el viernes un jarro de agua helada sobre los no natos brotes verdes de los que Mariano Rajoy había hablado poco antes en el debate sobre el estado de la nación. Vino a decir el gélido comisario europeo de Economía que el déficit público español de 2012 cerrará por encima del 10% merced a la generosa inyección en vena recibida por los irresponsables bancos españoles.

Si descontamos el regalo a la banca, el déficit superará el 7% frente a la optimista previsión de Rajoy de que quedará por debajo de esa cifra, aunque el compromiso inicial de España era que no superara el 4,5% aliviado después por Bruselas hasta el 6,3%, lo que tampoco se cumplirá. El tal Rehn dijo también que este año la economía española se hundirá el 1,4% más y que el paro – lo peor de todo – rozará el 27% de la población activa lo que, en términos absolutos, significa que alcanzaremos los 6,5 millones de desempleados.

Las desastrosas previsiones económicas suponen una nueva constatación del fracaso absoluto del masoquismo fiscal impuesto por Alemania a países como España, a la que las autoridades comunitarias entretienen con la engañosa promesa de que le volverá a aliviar el objetivo del cumplimiento del déficit, eso sí, si continúa con las reformas, eufemismo indecente para referirse a nuevos ajustes y recortes en el ya maltrecho estado del bienestar.

Nada de reconocer que la austeridad fiscal sin medidas de reactivación económica es una política suicida que sólo conduce a deprimir más la economía, como demuestran una vez más estas cifras, y causa un sufrimiento social demoledor en términos de paro, exclusión social, pobreza y marginalidad.

Si finalmente Bruselas – léase Berlín - se muestra generosa y abre la mano a España en el objetivo del cumplimiento del déficit, no tengan la menor duda de que Rajoy y los suyos lo venderán como un gran triunfo, a pesar de ser un clamoroso fracaso, y un reconocimiento de que las reformas puestas en marcha y en las que hay que seguir profundizando, van en la buena dirección para crecer y crear empleo.

Y si eso no ocurre – que no ocurrirá mientras no se dé un giro radical a este suicidio económico – siempre quedará la opción en el próximo debate sobre el estado de la nación de culpar de nuevo del problema a la herencia socialista, aunque hayan pasado ya dos años de gobierno popular, el que iba a sacar al país de la crisis en seis meses. Hasta puede que vuelva a decir aquello de que tenemos la “cabeza fuera del agua” y que “hay futuro” para España, aunque sea aún mucho más negro si cabe que el que tenemos un año después de su llegada a La Moncloa.

A los ciudadanos de este país, tanto la Comisión Europea como el Gobierno español nos toman por tontos haciéndonos creer en la ilusión de que un miserable alivio de dos o tres décimas en el cumplimiento del déficit significará guardar por fin las tijeras de podar el estado del bienestar y dedicarse a lograr que la economía vuelva a funcionar.

No nos dejemos engañar ni permitamos que nos tomen por tontos: el desmantelamiento de los derechos sociales adquiridos no se detendrá por mucho que se cumpla el mantra del déficit con el que nos tienen hipnotizados Bruselas y Rajoy. Ya hay muchos tiburones salivando ante la perspectiva de hincarle el diente a servicios públicos como la sanidad o la educación y no van a soltar tan fácilmente su presa. Estamos ante una operación a gran escala para laminar la función social y redistributiva del modelo de Estado surgido de la Segunda Guerra Mundial y entregárselo a precio de saldo a los mercados y a las grandes corporaciones. Nada más y nada menos es lo que está en juego y lo demás son sólo juegos de manos – juegos de villanos – para mantenernos entretenidos.

Gallardón y el caos del tasazo

El engolado Alberto Ruiz-Gallardón, en el que muchos, dejándose llevar por su ingenuidad, creyeron ver al ministro más “progre” del Gobierno de Rajoy, se ha revelado no sólo como uno de los más ultraconservadores sino como uno de los más incompetentes, si hacemos excepción de Montoro y su amnistía fiscal y algún otro. Su empecinamiento en elevar astronómicamente las tasas judiciales y cercenar el derecho constitucional a la tutela judicial en igualdad de condiciones levantó en su contra una marejada inédita de protesta.

Tiene en su penoso haber que jueces, magistrados, fiscales, abogados, secretarios judiciales y hasta ordenanzas se revelaran contra su injusto tasazo. En el Tribunal Constitucional hay ya numerosos recursos pidiendo la inconstitucionalidad de la medida; todos los intentos y peticiones del mundo de la judicatura, del Consejo del Poder Judicial, de las autoridades europeas y de las organizaciones sociales más variadas para que reconsiderara la subida de las tasas chocaron contra su prepotencia.

Desde el primer momento, la puesta en práctica de la medida fue una verdadera chapuza typical spanish: la ley de tasas entró en vigor pero a alguien se le había pasado por alto preparar los formularios de autoliquidación para que los sufridos litigantes repagaran de sus bolsillos el coste de un servicio público que ya se financia con los impuestos de todos.

La situación duró un mes largo pero durante ese tiempo el caos no hizo más que aumentar y enredarse: nadie en los juzgados sabía muy bien por lo que había que pagar y por lo que no y muchos ciudadanos empezaron a desistir de reclamar sus derechos a la vista de que no les alcanzaban sus ingresos para meterse en pleitos.

Apenas dos meses después de ponerse en marcha la precipitada y caótica norma, Ruiz – Gallardón, el mismo que atribuyó las protestas del mundo judicial al gremialismo de sus miembros, ni siquiera ha tenido el valor y la gallardía de la que habla su apellido para dar la cara y reconocer que ha metido la pata con todas las de la ley. El anuncio de que rectifica y rebajará un 80% las tasas variables – las que se obtienen de calcular el valor de los bienes reclamados en un pleito – ni siquiera lo ha hecho el propio Ministerio. Ha tenido que ser la Defensora del Pueblo la que ha comunicado la buena nueva después de que su titular se reuniera con el ministro y el mismo día en el que jueces, magistrados y fiscales protagonizaban la tercera huelga de la democracia por las contrarreformas judiciales.

Se lanza así el mensaje de que el tanto de la marcha atrás de Gallardón, que no incluye rebajar las tasas judiciales fijas, es fruto de las gestiones de la defensora Soledad Becerril, cuando lo cierto y verdad es que ha sido la presión social la que le ha obligado a recular.

Sea como fuere, lo cierto es que a estas alturas el caos es ya antológico. Según denuncian por ejemplo los secretarios judiciales, pagar o no pagar las tasas depende de en qué comunidad autónoma se resida o a qué juzgado se acuda porque los funcionarios interpretan la ley como Dios les da a entender en ausencia de unas directrices claras y uniformes por parte del Ministerio. Con la rectificación que, además prevé devolver las tasas a quienes las hayan pagado indebidamente de acuerdo con la modificación, lo único que se conseguirá es incrementar el lío y la confusión que a quien único perjudica es a los ciudadanos que necesitan recurrir a la administración de Justicia no por placer o malsana afición a pasarse los días en los juzgados, sino por su derecho a reclamar algo tan elemental en un sistema democrático como la tutela judicial.

El barullo es tan monumental que la única rectificación que cabe ya es la derogación de esta ley inicua y la dotación de medios humanos y materiales para que la administración de Justicia pueda cumplir adecuadamente con su trabajo. Lo que serviría también para meter entre rejas a tanto corrupto como anda suelto por este país haciéndole peinetas a los sufridos ciudadanos.

Marciano Rajoy en el Congreso

Un señor con barba que dijo llamarse Mariano Rajoy y ser el presidente del Gobierno de España aterrizó ayer en el Congreso de los Diputados y habló largo y tendido sobre el estado de la nación. En un primer momento pensé que igual decía algo interesante sobre un asunto tan delicado y me quedé a escuchar su discurso con la máxima atención. Sin embargo, sólo habían pasado unos minutos cuando me dio por sospechar que aquel señor no era quien decía ser, que acababa de aterrizar procedente de otro planeta y que las cosas que decía no se referían al estado de la nación de la que aseguraba ser el presidente.

Eso sí, antes de aterrizar se pertrechó de unos cuantos datos terribles que lanzó a bocajarro como para sobrecoger a los terrícolas hispanos que le escuchaban y justificar lo que iba a decir a continuación. Fue a partir de ese momento cuando se me metió en la cabeza que se había producido un error en el aterrizaje y que aquel señor se refería a otro país o, tal vez, a otro planeta. Una buena parte de su intervención la dedicó a culpar a unos malvados terrícolas de apellido socialista que – dijo – habían gobernado antes que él y habían dejado al país hecho unos zorros.

¿Señala Bárcenas la procedencia de Rajoy?
Dijo también que gracias a su providencial llegada al gobierno se ha superado la catástrofe y se puede mirar al futuro con más tranquilidad aunque sin relajar ni un minuto la tensión de las reformas. Un sudor frío me recorrió todo el cuerpo. Después aturdió a los terrícolas que escuchaban sus palabras con una ristra de más reformas de segunda generación cuyo objetivo – dijo – es crecer y crear empleo. Tuve la sensación de que todo aquello lo había escuchado muchas veces  a la misma persona que decía ser el presidente del Gobierno. En cualquier caso seguí atento a la pantalla.


Reconoció que no ha cumplido su programa electoral porque, según dijo, una realidad desconocida se lo ha impedido - ¿otros extraterrestres, tal vez? - pero se ufanó de haber cumplido con su deber. Yo había oído hablar mucho en los últimos tiempos de lo dañina que estaba siendo la reforma laboral para el empleo, de los injustos recortes en sanidad, educación y justicia y de los atropellos que cometían los bancos con quienes no pueden pagar las hipotecas. Me llamó mucho la atención que no mencionara nada de esto y, aunque mis sospechas de que aquel señor era un marciano disfrazado de presidente del Gobierno iban en aumento, yo ya estaba tan hipnotizado que me era imposible desconectar.

Vino a hablar luego de una cosa muy fea a la que los terrícolas hispanos llaman corrupción tapándose la nariz. Habló del asunto en términos muy generales y no mencionó en ningún momento a un tal Luis Bárcenas que está estos días en todos los papeles en los que, según dicen, untó con sobres a la mitad de la cúpula del partido, incluido al que al parecer es su presidente y casualmente se llama también Mariano Rajoy. Aquí se disipó cualquier duda de que este señor no era quien decía ser y no hablaba del país del que decía hablar. Lo cierto es que anunció también muchas medidas para acabar con esa cosa tan fea y hasta se ofreció para pactarlas con los incrédulos terrícolas de la oposición.

Estos respondieron después a sus palabras reprochándole mucho que no hubiese hablado del tal Bárcenas y de eso tan feo llamado corrupción en su partido. Uno de ellos que dijo llamarse Alfredo Pérez Rubalcaba, el más feroz de todos y con una cierta pinta también de no ser completamente de este mundo, le echó en cara la pobreza que sufren los terrícolas hispanos por sus injustas medidas así como su pertinaz negativa a aclarar las cosas feas que ocurren en su partido. Le pidió incluso su dimisión pero el marciano que decía ser presidente del Gobierno le respondió con “y tu más” y el asunto quedó en tablas.

Apagué la tele confundido y salí a la calle temiendo que el país hubiese sido invadido por marcianos. Por suerte o por desgracia no encontré a ninguno pero aún tengo el susto en el cuerpo.

El estado de la frustración

 
Mariano Rajoy afronta hoy su primer debate sobre el estado de la nación catorce meses después de llegar al Gobierno. Engañoso nombre para una nueva escenificación de la sordera contumaz de la política oficial frente al fragor que llega de una calle frustrada, indignada, perpleja y cada día más escandalizada. Se hablará mucho de economía y de corrupción, de eso no hay duda. Tal vez sólo se hable de eso. El PP ha adelantado que el presidente anunciará medidas para reactivar la primera y combatir la segunda. El PSOE, por su parte, dice que será crudo en el análisis de la realidad social, económica y política del país. Seguramente hasta volverá a pedir la dimisión de Rajoy. ¿Y qué? Pasado el debate cada mochuelo volverá a su olivo y seguiremos contando parados y desahuciados y alargando aún más si cabe nuestra infinita capacidad de asombro ante el chapapote corrupto que nos llega ya al cuello.

 
Debatir es confrontar puntos de vista y encontrar puntos de acuerdo. Sin embargo, lo que hoy y mañana va a ocurrir en el Congreso será, salvo sorpresa mayúscula, un nuevo y conocido capítulo de “y tú más” para los casos de corrupción y “no hay otra alternativa” para enfrentar la crisis y sus consecuencias. Que Rajoy se proponga poner en marcha medidas contra la corrupción no deja de ser un sarcasmo o una broma de mal gusto cuando su partido y él mismo se encuentran en el ojo del huracán del “caso Gürtel” y los sobres de Bárcenas.

Mientras no aclare de una vez la financiación de su partido, los cobros en negro, las escandalosas relaciones contractuales del PP con imputados por corrupción como Bárcenas o Sepúlveda o el coladero para corruptos de la impresentable amnistía fiscal, nada de lo que diga o anuncie tendrá credibilidad alguna.

Tampoco está el PSOE en condiciones de interpretar el papel de Pepito Grillo en este debate. También al principal partido de la oposición le afectan los casos de corrupción y nada de lo que exija merecerá demasiado crédito mientras no limpie a fondo su casa por dentro y la ventile para que entre aire fresco y renovado.

En lo económico, tampoco cabe esperar nada que no sea continuar con el dañino austericidio merkeliano disfrazado de reformas imprescindibles para crecer y crear empleo. Nada de lo que pueda anunciar hoy Rajoy pasará de meros parches para una situación que, desde su llegada al Gobierno,  no ha dejado de empeorar en términos de empleo y derechos sociales cercenados con los recortes en educación, sanidad o justicia. Los empresarios grandes, pequeños y mediopensionistas no van a dejar de hacer limpieza de plantillas al amparo de una reforma laboral que les pone en bandeja el despido sin demasiadas cortapisas y los amados bancos no van a dejar de desahuciar al tiempo que ponen la mano para que los ciudadanos paguemos de nuestro bolsillo su indigestión de ladrillo.

Desde la oposición, muchas de las medidas que ahora pide el PSOE las pudo y debió haber puesto en práctica cuando gobernaba. Por eso, tampoco cuenta con los créditos suficientes para erigirse en estos momentos en adalid de los parados y de los más desfavorecidos. Sin contar con su torpeza a la hora de detectar las evidentes señales de la crisis que se avecinaba y su salto del caballo socialdemócrata al neoliberal. Ahora quiere volver a descabalgar pero carece de suelo firme sobre el que pisar porque se lo han segado bajo sus pies los movimientos sociales que debería haber liderado de haber sido un partido abierto y participativo pero a los que ahora se ve obligado a seguir a regañadientes incluso.

No está por tanto en el debate de hoy y mañana en el Congreso la clave para que España salga del hoyo en el que está metida, sino en la sociedad ahíta de corrupción, paro y miseria que la tienen cada día más perpleja e indignada. Su respuesta cívica, organizada y democrática es la única garantía para regenerar un país que lleva ya demasiado tiempo en estado de frustración.

La Odisea de Chávez

En un intento inútil de escapar a los espías de Método 3 giro la vista más allá de las fronteras de la corroída España y descubro con sorpresa que Chávez ha vuelto a casa. Como un Ulises moderno que retorna a la patria después de una larga y dura lucha contra el cáncer, el peor de los troyanos, el comandante ha vuelto a Venezuela. Él, al que tanto le apasionan las cámaras de televisión, ha retornado al hogar a esa hora indefinida en la que se mezclan la noche y el día y lo hemos sabido a través de Twitter, el moderno Mercurio portador de las noticias buenas, regulares y malas.

Con lo que se sabe sobre su estado de salud después de dos meses en Cuba luchando contra el cáncer y ni un solo parte médico merecedor de ese nombre, es imposible determinar si el retorno del mítico héroe bolivariano es una noticia buena, regular o mala. Todo dependerá de quién la valore y con qué objetivos y esperanzas. Para el caso no es lo mismo preguntarle a un chavista, a un opositor o un escéptico.

En cualquier caso, lo cierto es que el hermetismo con el que el gobierno venezolano sigue rodeando el estado del presidente es el perfecto caldo de cultivo para que hayan empezado a rodar toda suerte de bulos y rumores sobre la suerte del guerrero Chávez y su denonado combate contra la enfermedad. Ante la ausencia de información convincente y las toneladas de propaganda, las comidillas incluyen a una supuesta enfermera que asegura haber visto a Chávez entrar por su propio pie en el hospital.

Más allá hay quien sospecha que el presidente regresa a su patria para morir cerca de los suyos porque su estado de salud es terminal y nada más se podía hacer por él en Cuba. Complementaria de la anterior es la interpretación de quienes ven en su regreso un intento de pilotar la sucesión de su delfín Maduro ante una eventual convocatoria electoral si finalmente no puede asumir la presidencia que tiene pendiente desde el pasado diez de enero gracias a la flexibilidad con la que la Corte Suprema interpretó su ausencia en la fecha fijada constitucionalmente.


Mientras estos bulos, rumores e interpretaciones circulan por las redes sociales y los medios, el Gobierno venezolano, en lugar de desmentirlos o confirmarlos, opta por la bruma mitológica de la propaganda y por jalear a sus partidarios en una especie de huída hacia delante sin meta conocida. Un día después del regreso de puntillas de Chávez a su país y dos días después de que se hiciera pública una foto suya y de sus hijas leyendo un periódico en La Habana, el Gobierno no ha explicado aún quién tomó la decisión de la vuelta y por qué motivos; tampoco ha comunicado a los ciudadanos cuál es el verdadero estado de salud del presidente y no ha aclarado si está o no en condiciones de asumir el cargo ni cuál será el paso siguiente en el supuesto de que no lo esté.

En donde debería haber información clara y detallada sobre un asunto vital para el futuro del país, sólo hay proclamas populistas, artículos de fe y ataques a la oposición, que también representa a una parte nada desdeñable de los venezolanos. Ante la incertidumbre política en la que sigue sumido un país con serios problemas económicos y un evidente vacío de poder, el único argumento del Gobierno es aferrarse como a un clavo ardiendo a una suerte de mensaje providencial para consumo populista interno: ¡Ulises ha retornado a la patria! ¡Estamos salvados!

La corrupción bien, gracias

La semana que hoy empieza debería ser la del debate sobre la política entendida como el noble ejercicio de servir al bien público desde las legítimas posiciones ideológicas de cada cual. Será en cambio la del debate sobre el estado de la corrupción, que en este país goza de una salud de hierro. Los casos se acumulan unos sobre otros y es difícil discernir cuál es más grave y bochornoso.

A ese debate llegaremos sin que el PP haya aclarado absolutamente nada sobre los papeles de Bárcenas, sin que tan siquiera se haya querellado contra él y sin que haya dicho porque ha mantenido con su ex tesorero una relación laboral en toda regla aún después de conocer su imputación en la trama Gürtel. Y como no ha sido transparente y ha pretendido zanjar el asunto con unas declaraciones de la renta de Rajoy que no aclaran nada sobre su supuesta financiación irregular, es lícito pensar que es mucho lo que tiene que ocultar y mucho el miedo a que Bárcenas tire de la manta.


Tanto como el que le deben tener ya a estas alturas en la Casa Real al profesor y sin embargo socio en los negocios de Iñaki Urdangarín, que sigue aventando correos electrónicos cada vez más comprometedores para la Corona y su titular - el jefe -, además de para el propio duque empalmado. Tras su paseíllo por los juzgados el sábado último, Diego Torres disparó con fuego graneado contra el corazón mismo de la Monarquía a la que colocó en el meollo del escándalo como asesora del Instituto Nóos y en cuyos aposentos reales afirma que se fraguaron suculentos negocios con Francisco Camps y Rita Barberá de figurantes privilegiados. La defensa de Torres no se basa tanto en negar su propia culpabilidad como en arrastrar en su caída todo lo que pueda llevarse por delante, incluida la propia Monarquía. En realidad es la misma táctica que a todas luces está aplicando Bárcenas con Rajoy y los suyos y que parece tener al Gobierno y al PP en estado de pánico.

Algo similar deben sentir estos días en la Cataluña de Artur Mas, oasis de honradez y laboriosidad pero en la que parece haber más espías que en el Berlín de la Guerra Fría. Esta trama de espías con barretina en trance soberanista, con políticos espiando a sus propios compañeros de partido o a los rivales, tiene todos los ingredientes necesarios para que Le Carré la convierta en una memorable novela basada en hechos reales.

Tan reales como el paseíllo que protagonizan estos días políticos y banqueros varios por los juzgados madrileños para declarar sobre esa gran estafa pergeñada a plena luz del día llamada Bankia. En este caso, la estrategia consiste en culparse unos a otros de lo ocurrido pero, en ningún caso, de asumir ni un mínimo de responsabilidad. Esa la pagarán los pequeños ahorradores incautos, la mayoría de ellos vilmente estafados en su buena fe por banqueros sin escrúpulos, supervisores incompetentes por acción u omisión y políticos que tiraban del ascua para su sardina.

Completa el desolador panorama del estado de la nación una crisis económica infinita con un paro galopante y una situación social a punto de explosión. Así las cosas, es imprescindible hacer un titánico esfuerzo de optimismo para confiar en que el debate de esta semana en el Congreso sirva para algo más que no sea “y tú más” o “más de lo mismo”. Con un PP y un Gobierno atenazados por el miedo a las portadas de la prensa, un presidente desaparecido que sólo habla con periodistas extranjeros para reconocer que no ha cumplido sus promesas pero sí su deber - como si fueran cosas diferentes y ese incumplimiento no le obligara a dimitir - y con una oposición sin fuerza ni liderazgo, el estado de la nación es claramente comatoso.

En aquellos que demuestran a diario que la política es un servicio a los ciudadanos y no un negocio personal y en la sociedad civil en su conjunto está en estos momentos la responsabilidad de revertir esa situación como ha venido a demostrar la toma en consideración de la Iniciativa Popular sobre los desahucios. Lo que está pasando en España es un ejemplo de libro de que la política es algo muy serio como para que los ciudadanos le sigamos dando la espalda y limitándonos a lamentarnos en los sondeos de opinión.