Cristóbal Montoro Gatopardo

Con tantas emociones fuertes a este país le va a dar un infarto en primer grado. En menos de veinte y cuatro horas cae “la Roja” y se eleva al trono un nuevo rey. Y de remate, hoy llega al Consejo de Ministros la cacareada reforma fiscal que anunciaran Rajoy y los suyos. No podía esperar más el PP para recuperar los 2,6 millones de votantes que le dieron la espalda en las europeas del 25 de mayo. El año que viene hay dos citas electorales mucho más decisivas para sus intereses políticos que las europeas y hay que presentarse ante el electorado mostrando alguna cosa que les permita sacar pecho. A falta de conocer la letra pequeña de la mentada reforma, no parece que la misma merezca tal nombre.

Desde luego no parece que vaya a ser integral en el sentido de un cambio en toda regla del sistema impositivo del país como pedían los expertos y la Comisión Europea. Tampoco tiene aspecto de que vaya a ser progresiva, o lo que es lo mismo, que paguen más los que más ingresan. De hecho, los que más ingresan van a pagar menos ya que se rebajará en unos cuatro puntos la presión fiscal de las rentas más altas. Y esto, después de haber anunciado Rajoy y Montoro urbi et orbi que la rebaja fiscal prometida en 2011 y luego guardada en un cajón “porque no hay más remedio”, beneficiaría sobre todo a las rentas más bajas.

Tampoco será progresiva porque, al menos por lo que se sabe hasta el momento, en la pretendida reforma fiscal de Montoro no hay una sola medida para luchar contra el fraude fiscal, una de los grandes males del sistema impositivo de este país y por el que se escapan anualmente entre 70.000 y 90.000 millones de euros. Si los que más tienen o ganan no pagan lo que les correspondería, los que menos tienen o ganan deben de hacer un esfuerzo fiscal mucho mayor, como puede entender cualquiera salvo Montoro. Calculen lo que se podría hacer con ese dineral en un país en el que no hay inversión pública digna de ese nombre que contribuya a reactivar la economía y poner fin de una bendita vez a los recortes, ajustes y reformas estructurales que hemos pagado en términos de empleo y salarios, hundiéndonos en un pozo al parecer sin fondo.

Esa falta de progresividad de la reforma que hoy aprobará el Consejo de Ministros y que el lunes nos explicará Montoro con su Power Point, se refleja también en la rebaja del impuesto de sociedades del 30 al 25%, una medida que va a beneficiar principalmente a las grandes empresas, las mismas que se lo llevan crudo a países con impuesto de sociedades aún más bajos que en España o simplemente lo escabullen en paraísos fiscales.

El gran dilema de Montoro ante esta reforma que él y el presidente nos han ido revelando por entregas es cómo presentarse ante el electorado, principalmente el del PP, haciéndole creer que se ha hecho un cambio fiscal profundo cuando en realidad sólo se ha hecho un apaño para recuperar votos perdidos y de paso hacerle un nuevo regalo a las grandes corporaciones y a las rentas más altas a costa de las depauperadas clases medias en vías de extinción. Lo cierto es que las cuentas no salen por ningún lado: tras la llegada de Rajoy a La Moncloa la subida de impuestos se cifró en unos 30.000 millones pero con la presunta bajada que se aprueba hoy sólo se reducirá en unos 5.000 repartidos en dos años, el primero de ellos electoral.

La clave de todo es que Montoro necesita llenar la caja para cuadrar el déficit en un país que recauda ocho puntos menos que otros de su entorno con los similares tipos impositivos, debido sobre todo al fraude fiscal. Sin embargo, no encuentra la manera de hacerlo sin espantar a las grandes empresas y a las cuentas corrientes más forradas. Subir el IVA para hacer caja es una opción descartada por más que se lo pida Bruselas y hasta el Banco de España. El Gobierno sabe que la recuperación económica que pretende vender no es tal y una nueva subida de ese impuesto congelaría aún más el consumo interno en un contexto de salarios a la baja. Más pronto que tarde estaríamos de nuevo en recesión, si es que se puede considerar que hemos salido realmente de ella por más que las cifras macroeconómicas así lo aseguren.

Ante la disyuntiva el ministro ha optado por aplicar el más genuino gatopardismo para trasladar la idea de que todo cambia cuando todo sigue igual o peor. En realidad, lo que hace Montoro es seguir los pasos de una vieja tradición de la política nacional que acabamos de ver reflejada también en la sucesión monárquica: todo parece nuevo pero en realidad es muy viejo. Con la reforma fiscal pasa exactamente lo mismo.

Más pan y menos circo

España se lamenta hoy desconsolada del descalabro futbolístico en el Mundial como lloró en su día con Alfonso XII tras la muerte de María de las Mercedes: ¿Dónde vas, Alfonso XII? ¿Dónde vas, triste de ti? Este país siempre ha tenido mucha menos consideración con sus propios problemas que con los del mundo del espectáculo, el trono o el altar. En la monarquía y en el fútbol se había venido apoyando el supuesto prestigio planetario de la marca España, aunque muchos españoles ya habían descubierto que nuestra mejor tarjeta de presentación no es un rey cazaelefantes con una familia cazasubvenciones públicas que alaba por el mundo a una clase empresarial que en el país bebe sangre trabajadora. 

Ahora también descubren que dejar el prestigio internacional al azar de un gran negocio al que todavía muchos llaman deporte ha sido otro grave error en cuanto los invencibles han besado la lona. Mejor habríamos hecho como país en confiarle su brillo a nuestros científicos, pensadores y artistas, que los hay y del mejor nivel. Pero no es sólo “la Roja” la que se destiñe para desgracia política de quien ha abusado de ella con el fin de hacer más digerible la receta neoliberal que nos están administrando sin pausa y con prisa. También se decolora la Corona por más que las apariencias y el coro de voces reales que lleva semanas entonando himnos de alabanza quieran hacernos ver hoy otra cosa. 

No he leído ni pienso leer un solo análisis sobre las causas posibles de que “la Roja” doblara la rodilla ayer en Brasil y lo mismo tengo intención de hacer con el discurso que hoy pronunciará el nuevo rey que se dice de todos los españoles y que la legión de exégetas aguarda con el lápiz en ristre para leer entre líneas las frases más destacadas del nuevo evangelio monárquico español. Con escucharlo sin bostezar demasiado ante los inevitables lugares comunes que le cabe suponer me basta y sobra. Al fin y al cabo, quien nada espera no se decepciona ni en el fútbol ni en la política ni en ninguna otra faceta de la vida.

Por lo demás, nunca me han emocionado los carruajes dorados tirados por briosos corceles blancos ni los coches descapotables de lujo ni los saludos y las sonrisas impostadas ni los maceros con penachos ni las pamelas imposibles ni los trajes de capitán general de todos los ejércitos. Los desfiles marciales me dan sueño y cuando suena música militar – con perdón de los músicos – me quedo en la cama como Brassens. 

Tampoco me conmueven las plegarias del orfeón juancarlista que estos días desea suerte a su sucesor con la esperanza de que España mañana sea felipista. ¿Les parece poca suerte haber heredado la corona y la jefatura del Estado por obra y gracia de la genética? Por lo que a mí respecta, los únicos reyes a los que desearía y pediría suerte son los de la baraja, aunque no me ha ido muy bien las veces que lo he hecho. 

No es la suerte del nuevo rey lo que necesita este país sino la suerte de los españoles, una suerte que tendremos que saber buscar entre todos empezando por ocuparnos mucho más del pan, el trabajo y el bienestar social y mucho menos por el circo de colorines que nos mantiene narcotizados, la pompa y los oropeles del poder. Lo que España necesita no es un rey suertudo sino un gobierno decente que no mienta, una clase política que no robe y que defienda el interés ciudadano y no el de sus jefes de filas y unos jueces y fiscales que actúen con rigor e independencia del resto de poderes. 

No necesitamos que al rey se le aparezca San Pancracio, el patrón de la buena suerte, sino que los patronos de este país cejen en su empeño de hacer tabla rasa con los derechos de los trabajadores y que a las empresas y empresarios que evaden dinero a paraísos fiscales se les persiga y castigue como merecen. No es un rey tocado por la diosa Fortuna lo que España reclama, es un revolcón democrático desde los cimientos al tejado del agrietado edificio político nacional que remueva las estancadas aguas de la estabilidad política que a muchos nos empieza a sonar ya a los 25 años de paz del franquismo.

Pero por encima de todo, lo que los españoles necesitan es recordar que en una democracia no hay más soberano que el pueblo y en sus manos está la solución de sus problemas, no en la suerte de un monarca. Es la principal y más perdurable de las enseñanzas legadas por la Revolución Francesa, aquel proceso histórico que iluminó al mundo con el relámpago de una guillotina.

La coartada de la crisis

Ningún ciudadano medianamente informado debería de tener ya duda alguna sobre lo bien que le han venido a la derecha ultraliberal y a las grandes corporaciones la crisis económica que ellos mismos provocaron con la alegre desregulación del sistema financiero. Con la coartada de la lucha contra la crisis como bandera, se ha recortado y ajustado el estado del bienestar hasta límites insospechados hace menos de una década. Los ejemplos que están en la mente de todos llenan las páginas de los periódicos y sería extraordinariamente prolijo mencionarlos todos aquí. Pero hay algunos ejemplos paradigmáticos que demuestran que detrás de ese enternecedor afán de gobiernos como los del PP para “favorecer el crecimiento y el empleo”, sólo hay ideología pura y dura.

La ideología de quienes creen, por ejemplo, que sólo la empresa privada es capaz de gestionar con eficacia y eficiencia servicios esenciales como la justicia, la sanidad o la educación. Que la puesta en práctica de la biblia ultraliberal suponga limitar o impedir que los más desfavorecidos accedan a esos servicios esenciales es precisamente lo que se persigue. No por mentir una y mil veces asegurando que lo que se busca es garantizar la calidad, la gratuidad y la universalidad de esos servicios tales afirmaciones dejan de ser un repugnante ejercicio de cinismo.

Algunos ejemplos

Tomemos el caso de la Sanidad en este país y las privatizaciones de hospitales públicos de una comunidad como la de Madrid, afortunadamente rechazadas en las instancias judiciales y protestadas en la calle por los profesionales pero que volverán a intentar en cuanto puedan estos ultraliberales de banderita rojigualda en la muñeca, siempre tan preocupados por la “marca España”. Pensemos cómo ha afectado a la salud general de este país el copago farmacéutico del que ni siquiera se han librado unos pensionistas con pensiones de miseria y a la baja.

Reparemos también, al menos por un instante, en el descenso del número de pleitos en determinadas jurisdicciones desde que Ruiz – Gallardón aplica sus tasas judiciales y limitó el derecho de todos los ciudadanos a una tutela judicial efectiva. Pensemos también en el retroceso de décadas que representará para las mujeres de este país la reforma de la ley del aborto, eso sí, a mayor satisfacción de una reaccionaria Iglesia Católica de la que el ministro de Justicia parece recibir la inspiración legislativa.

También nos vienen a la cabeza los jóvenes que han tenido que abandonar sus estudios porque el ministerio obliga a subir las tasas, les paga las cada vez más raquíticas becas cuando el curso está a punto de terminar y además anuncia que se lo irá poniendo un poco más difícil a los que aspiren a conseguir una ayuda a partir de ahora. No contento aún el incalificable ministro Wert con convertir el derecho a la educación en una carrera por la excelencia de los más pudientes, lanza ahora el globo sonda de cambiar becas por préstamos que los alumnos tendrán que devolver cuando encuentren un trabajo, una utopía cada vez más lejana para la inmensa mayoría de jóvenes de este país a los que sólo les va quedando la opción de la movilidad exterior.

Nunca hubo crisis para los ricos

Y así en todos los ámbitos: las grandes fortunas de este país, que junto con las grandes corporaciones siguen evadiendo impuestos o colocando sus jugosas rentas en las SICAVS que nadie se atreve a tocar, han recuperado ya el nivel de ingresos anterior a la crisis. ¿Alguien se puede extrañar por ello y por el hecho de que España sea desde hace tiempo el segundo país de la UE con mayor índice de desigualdad y de que dentro del propio país haya escandalosas diferencias de renta entre comunidades autónomas? En paralelo y después de una salvaje reforma laboral que dejó a los trabajadores a los pies de unos empresarios que aún piden más sangre, los salarios continúan a la baja porque eso es bueno para la competitividad del país, según los iluminados profetas del rampante ultraliberalismo.

Esa patológica obsesión por la competitividad supone al mismo tiempo la congelación del consumo interno, la caída de la inversión y la destrucción de más empleo, aunque eso no lo suelen destacar esos profetas. Tampoco que el poco empleo que se crea se hace en condiciones cada vez más precarias y no sin que antes el gobierno subvencione generosamente cotizaciones empresariales y someta a los jóvenes que buscan su primer empleo a situaciones que bordean la indignidad más absoluta.

Hedor a corrupción

Este premeditado ataque contra el estado del bienestar en todos sus frentes se acompaña en España de un intenso hedor a corrupción por falta de regeneración y ventilación democráticas que se extiende desde las instituciones más altas del Estado hasta las más bajas y que alcanza en mayor o menor medida a poderes públicos, partidos políticos, sindicatos o empresas privadas y públicas. Sin embargo, contra esta carcoma democrática nadie habla en serio de reformas de calado ni de ajustes ni de recortes, sólo se proponen placebos mientras la metástasis avanza imparable.

Así las cosas, quienes quieran creer en los cantos celestiales de la recuperación económica que se empeña en vender el Gobierno que llegó para derruir el estado del bienestar hasta los cimientos con la excusa de luchar contra la crisis, están en su derecho a hacerlo. En cambio, para la inmensa mayoría de los ciudadanos de este país no hay nada en el panorama económico, social y político de España que permita emplear ese término con la más mínima propiedad. En ellos reside la única esperanza de que la crisis no siga siendo la coartada perfecta para vender en almoneda lo que tanto ha costado a tantos durante tanto tiempo.

Durao Barroso desvía a córner

En mi galería personal de ilustres personajes de la Unión Europea figuran ya Olli Rehn, el comisario de economía que llegó del frío para helarnos la sangre, o Mario Draghui, el taciturno presidente del Banco Central Europeo. Hoy quiero incorporar a la colección al presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso. Siempre me ha llenado de admiración su capacidad para obedecer dócilmente a los dictados de Angela Merkel, a la que en buena medida le debe el cargo. Ahora que le quedan dos telediarios al frente del presunto ejecutivo comunitario, ha venido a España y ha soltado una bomba. Ha dicho en Santander que las causas de la crisis económica en España no hay que buscarlas ni en desiertos remotos ni en montañas lejanas sino en casa

Más concretamente en el Banco de España que, mientras las cajas de ahorro se indigestaban de ladrillo de pésima calidad, miró para otro lado hasta que estalló la burbuja inmobiliaria y nos arrastró a todos con su onda expansiva que aún perdura. Se lamenta nuestro hombre – y en eso lleva toda la razón – de que cada vez que alguien en Bruselas preguntaba a los españoles cómo andaban de salud las cajas de ahorro de nuestro país la respuesta siempre era la misma: dabuten, fetén, viento en popa a todo crédito. Hasta que pasó lo que pasó y empezaron los líos, salieron a flote los balances falsos e inflados, se pusieron en marcha las fusiones con los resultados conocidos, algunos se lanzaron a la piscina bursátil sin pensárselo dos veces y, de propina, afloró la estafa colectiva de las preferentes.

Claro que de esto último no dijo nada Durao Barroso: supongo que está convencido de que el toco mocho de las preferentes es cosa de la microeconomía y él sólo habla de macroeconomía como corresponde a su elevada responsabilidad europea. Aún así, no le falta razón en el repaso en toda regla que le ha dado hoy al supuestos supervisor bancario español y a su contrastada desidia ante el hinchamiento de la burbuja inmobiliaria: ni parece que se preocupara gran cosa por la calidad de los créditos que alegremente concedían las cajas para comprar pisos y a los que añadían unos miles de euros más para el coche y los muebles, ni mostró el más mínimo interés por averiguar el grado de toxicidad de las preferentes que suscribían niños de pecho y jubilados que firmaban con el dedo. 

Lo que Durao ha dicho hoy ya lo habíamos dicho muchos hace tiempo, en cuanto empezó a emanar un intenso olor a podrido de las cuentas de resultados de las politizadas cajas españolas. Cuando alguno se atrevía a sugerir que el gobierno y el Banco de España debieron pinchar la burbuja inmobiliaria para evitar lo que luego sucedió, se nos respondía con displicencia que eso no era posible sin afectar, entre otras cosas, a la recaudación de ayuntamientos y otras administraciones a través de las licencias urbanísticas. Por no hablar de la corrupción política que la locura inmobiliaria que se desató en el país engordó a conciencia. 

Supongo que al ex gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez – MAFO, para los amigos – y al ex presidente Zapatero las palabras de Durao Barroso no deben de haberles llenado de orgullo y satisfacción sino más bien todo lo contrario. Siempre defendieron contra viento y marea y hasta contra las evidencias, que el sistema financiero español era solvente y estaba preparado para afrontar el peor de los escenarios económicos imaginables. Sólo que cuando se comprobó que no era así sino que buena parte de las entidades estaban podridas hasta los cimientos, hubo que tirar del rescate bancario que no fue rescate sino “generoso préstamos” – Rajoy dixit - pero que al final terminamos pagando todos los españoles. 

Claro que en las declaraciones del presidente de la Comisión no está toda la verdad sino sólo una parte de las causas de la crisis. La casi patológica obsesión por la reducción del déficit público y el consiguiente austericidio que impone Alemania y que él, como una de las tres patas de la troika, ha seguido a pies juntillas sin atreverse a chistarle a Merkel también forma parte del origen de esta situación. Por no añadir la indecisión y la falta de rumbo sobre cuestiones trascendentales como la unión bancaria de la que él es tan responsable como el que más. Me parece bien el rapapolvo que hoy le ha echado al Banco de España y al gobierno de Zapatero por su pasividad ante lo que estaba ocurriendo ante sus mismas narices con la burbuja inmobiliaria. Lo que no es de recibo es que Durao Barroso pretenda de este modo desviar a córner y escamotear sus propias responsabilidades por acción u omisión durante esta interminable crisis.       

Vendo aeropuertos a buen precio

El lote incluye los aeropuertos para las personas y los pájaros, como del Castellón, y también los muy rentables como la mayoría de los canarios. Son los aeropuertos de AENA, la todavía empresa pública española que gestiona la red aeroportuaria española. Se trata de un sector estratégico para la economía nacional que debería seguir en manos públicas sin que ello sea impedimento para corregir sus desequilibrios económicos que, en gran medida, son el fruto de una disparatada política de construcción aeroportuaria en los tiempos de bonanza. 

Sin embargo, después del Consejo de Ministros de hoy ya le queda poco para que casi la mitad de sus acciones pasen a manos privadas. Ana Pastor, la ministra de trenes y aviones, entre otras cosas, llevaba meses deshojando la margarita de la privatización de AENA y al fin se ha animado a dar el paso. Sabido es que cuando a un neoliberal se le mete entre ceja y ceja privatizar algo no hay nada ni nadie que pueda hacerle cambiar de opinión.

Es verdad que había encontrado algunas reticencias en el propio Gobierno. Así, al ministro del petróleo y del turismo, José Manuel Soria, no le hacía mucha gracia una privatización de los aeropuertos ahora que el turismo parece ser el único sector económico boyante de la economía española. También andaba reticente Montoro, preocupado como es su obligación porque la Hacienda Pública haga caja aunque sea legalizando la prostitución y las drogas. Se temen ambos – y en eso no les falta razón – que la privatización del gestor aeroportuario puede generar, entre otros efectos perversos, subidas de tasas que espantarían a las compañías aéreas que traen los turistas a lugares como Canarias. 
Salvadas esas pequeñas dificultades, Pastor ha hecho hoy el anuncio que bolsas y mercados venían esperando desde hacía meses y de nuevo hay negocio a la vista a costa de una empresa pública. El Estado se reservará el 51% de AENA y el 49% restante pasará a manos privadas: un 28% al menudeo de inversores en bolsa y el otro 21% para el núcleo duro de las empresas interesadas en el negocio que, eso sí, se elegirán cuidadosamente en concurso público. Una vez hecho el anuncio, el proceso parece casi imparable y en la Bolsa ya están preparándole a AENA la pista de aterrizaje con banda de música incluida para el 1 de enero próximo como tarde. 

Respecto a los grandes inversores señalan algunas fuentes que Ferrovial, una empresa española dedicada a la construcción y que ya gestiona los aeropuertos británicos, es una de las más interesadas en meter la cuchara en el pastel, aunque con condiciones. No quieren ir de convidados de piedra, es decir, que el Gobierno les adjudique el papel de poner el dinero y a cambio no tener arte ni parte en la gestión diaria de los aeropuertos. Y es a partir de ahí en donde empiezan a surgir dudas y preguntas: ¿cerrará aeropuertos no rentables económicamente pero vitales para islas como El Hierro, La Gomera o La Palma? ¿Y qué pasa con la cogestión de los aeropuertos que vienen reclamando desde hace años autonomías como Cataluña, Baleares o Canarias? ¿Subirá las tasas aeroportuarias para enjugar el déficit de 11.000 millones de euros que tiene AENA? ¿Y qué pasará entonces con el turismo? ¿Se irán las compañías aéreas, en muchos casos en manos de gigantescos touroperadores, a otros destinos más baratos? ¿Y los trabajadores de AENA? ¿Habrá despidos? 

Inquietante abanico de preguntas a las que Pastor debería de responder. Y es que, por más que se quede el Estado con el 51% de AENA, si los socios capitalistas no ven rentabilidad en la inversión ya puede la ministra pensar en vender toda la empresa al mejor postor que, por otro lado, es lo que terminará pasando más pronto que tarde, tiempo al tiempo. Hace unos años AENA estaba valorada en 30.000 millones de euros pero ahora el Gobierno la valora en 16.000 millones de los que hay que restar los 11.000 de deuda. En total 5.000 millones de los que Montoro se quedará con la mitad para intentar tapar el agujero de la deuda pública que crece día a día. Una perita en dulce ante la que las grandes empresas no se mostrarán nada indiferentes siempre y cuando las dejen abrir la boca. Que las dejarán, no les quepa la menor duda.   

Hacienda en la casa de citas

A los inspectores de Hacienda se les acaba de ocurrír una excitante y placentera idea: legalizar la prostitución y el tráfico de drogas blandas para que la depauperada Hacienda pública española ingrese unos 6.000 millones al año, y eso sólo por la profesión más vieja del mundo. Esto es lo que ellos calculan que iría a la caja fuerte de Montoro después de echar cuentas y concluir que solo la prostitución genera todos los años un negocio de unos 18.000 millones de euros en este país. Preguntándome estoy todavía si para llegar a esa cifra han ido de burdel en burdel recabando información. Del dinero que mueve el tráfico de drogas no dicen nada, pero le piden al Gobierno que lo investigue para saber cuánto se podría recaudar por esa otra actividad, aunque estiman que sería también un buen pico. 

A Montoro me lo imagino de nuevo con el lápiz enhiesto y sacando cuentas a ver si con la sugerente propuesta de sus inspectores le cuadran las cifras del déficit, mejora la recaudación y hasta le queda algo para bajar los impuestos, ahora que dentro de poco nos volverán a pedir que les votemos. No me extrañaría que si ve en la prostitución y las drogas blandas una forma de recaudar, el Gobierno haga alguna pirueta legal que le permita meter la mano en esos dos lucrativos negocios de la economía sumergida, nunca antes tan boyante en España como ahora. 

Pero hay algunos problemas. Los técnicos de Hacienda, hermanos pequeños de los inspectores, han recordado algo que cualquiera con un poco de sentido común pensaría: legalizar los burdeles supondría simple y llanamente, entre otras cosas, otorgar carta de naturaleza a problemas tan graves como la trata de mujeres, generalmente extranjeras y en muchos casos menores de edad, para prostituirlas. La legalización de las drogas, por muy blandas que sean, implicaría a su vez permitir la libre circulación de sustancias estupefacientes que, como está demostrado, son en muchos casos la puerta de entrada al consumo de otras mucho más duras y adictivas. Dicen los inspectores de Montoro que este tipo de actividades – la prostitución y las drogas – merecen el reproche moral pero no el fiscal. En otras palabras, con tal de recaudar todo vale y nada importan los daños colaterales derivados de dejar de perseguir delitos castigados penalmente. 

Aunque puede que Montoro no necesite del dinero de las hetairas y camellos en cuanto el Instituto Nacional de Estadística (INE) incluya en su cálculo del Producto Interior Bruto (PIB) lo que aportan a la riqueza nacional prostitución, drogas y contrabando. Cumpliendo una instrucción de la Unión Europea que ya aplican varios países, a partir de septiembre se reflejará en la riqueza española el negocio que dejan burdeles y drogas blandas. No me pregunten cómo lo van a averiguar los estadísticos del INE ya que, cómo no sea igual que los inspectores, preguntando de burdel en burdel y de esquina en esquina, no se me ocurre otro método de cálculo más fiable. El propio INE ha dicho hoy que sumar al PIB esas actividades elevaría la riqueza nacional en unos 45.000 millones de euros. De ser así, a Montoro tal vez le empezarían a salir por fin las cuentas del déficit, aunque sea mediante un maquillaje estadístico en toda regla de algo que bien podríamos llamar a partir de ahora Producto Criminal Bruto. 

Por no entrar ahora en disquisiciones sobre si el PIB de inspiración liberal que se emplea para medir la riqueza nacional es el más adecuado o habría que pensar en un sistema más acorde a la realidad que integre, además de la producción de bienes y servicios, la sostenibilidad o la distribución de esa riqueza entre los ciudadanos. Esa es la idea que repite incansable desde hace años el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz sin mucho éxito por ahora. 

Lo que sorprende menos es que los inspectores de Hacienda también propongan elevar de 120.000 a 600.000 euros la cuantía del delito fiscal, cuando otras organizaciones creen que habría que situarla en los 50.000 euros. La propuesta, de ser aceptada, sería una magnífica invitación al fraude fiscal y no precisamente por parte de quienes cobran en nómina y malamente llegan a fin de mes. Del hecho de que las grandes empresas radicadas en España sólo aporten el 10% de la recaudación fiscal frente a las familias que aportan el 90% restante no dicen nada los inspectores. Eso sí, proponen una campaña de mentalización pública para luchar contra el fraude fiscal. Cabe sugerirles que empapelen bien con carteles de mentalización las fachadas de los bancos suizos y otros paraísos fiscales.

Abdicar está de moda

Más que una moda es una plaga. Empezó dando ejemplo Benedicto XVI cuando arrojó báculo, mitra, casulla y zapatillas rojas para retirarse a meditar a sus aposentos como papa emérito. Su marcha nos trajo un papa argentino que habla más que hace y del que seguimos esperando que pase de las palabras a los hechos con la ayuda de Dios y del Espíritu Santo. Pasados algunos meses se animó también a dejarlo Juan Carlos I, rey de España. Hoy el Parlamento ha dicho que le parece bien que aparte de sí el amargo cáliz de la corona y, aunque algo magullada y no muy bien oliente, se la ceda al que la genética quiso que fuera su heredero, el Príncipe de Asturias. Y no se hable más del asunto, que diría Rajoy para zanjar el cansino debate entre monarquía y república y hasta la necesidad de aprovechar el histórico momento para darle un repasito a una Constitución algo ajada por el paso de los años. 

Lo que va a hacer ahora el rey será cosa suya aunque, por si acaso, hay una ola popular – del PP, quiero decir - partidaria de aforarlo convenientemente y hasta de mantenerle la inmunidad de por vida ante el riesgo de que apenas y se quede solo vuelva a las andadas y asista este país al inédito espectáculo de un ex rey en el frío banquillo de un espartano juzgado patrio. Cosas veredes, Sancho.

Unos días antes había abdicado Rubalcaba, el líder socialista que se aferró a la silla después de su debacle electoral de 2011 en lugar de abrir la puerta a la renovación que ahora, cuando las urnas se le han vuelto a atragantar, ve tan necesaria. De aquellos polvos estos lodos. De la pesada e ingrata tarea de pilotar un partido sin líder y sin norte abdicó ayer mismo Susana Díaz, la “preelegida” por los barones para que pusiera rumbo hacia alguna parte, el que fuera. La señora Díaz gobierna la comunidad autónoma más grande de España y tengo para mí que compaginar ambas responsabilidades no lo habrían entendido ni los andaluces ni muchos militantes socialistas, por no hablar de la oposición, que la habría zaherido a conciencia con la acusación no exenta de razón de que dedicaría más tiempo al partido que a sus paisanos. 

También abdicó hace poco el líder de los socialistas vascos, Patxi López, del que muchos dicen que tiene mucho mejor cartel fuera que dentro de su tierra natal. Tal vez por eso también se ha quedado por ahora de mero espectador de la carrera por la secretaría general de su partido, aunque la dimisión está relacionada con el batacazo electoral que también sufrieron los socialistas vascos en las europeas pasadas. Por esa misma razón, otros muchos como él deberían seguir su ejemplo, y no sólo en el PSOE. 

Y esta misma tarde acabamos de asistir a la última abdicación política por ahora y también es un socialista el protagonista de la espantada. Se trata de Pere Navarro, el primer secretario del Partido de los Socialistas Catalanes, medio hermanos del PSOE, que desde que a Artur Mas se le ocurrió hacer ondear la señera no da una a derechas ni a izquierdas. También ellos se estrellaron en las europeas pero sospecho que no es ese el principal motivo de esta nueva abdicación en las filas socialistas, sino la división interna sobre si Cataluña debe de ser “una nueva nación europea” como pregona el independentismo. 

Desgarrado entre los seguidores de la burguesía independentista catalana de nuevo cuño y las viejas señas de identidad federal que nunca terminan de concretarse en nada, el PSC-PSOE se abre en canal para satisfacción de quienes siempre ven una ventaja en la división de los rivales. Desde luego, para ser un partido de “hondas raíces republicanas”, el verbo abdicar lo manejan en el PSOE con bastante soltura, lo cual no es necesariamente malo. 

Y creo que no me dejo ninguna abdicación importante más en el tintero y si es así pido humildes disculpas. De momento, que yo al menos tenga constancia, no ha abdicado nadie más en los últimos minutos. Eso sí, se me ocurren unos cuantos nombres de personajes públicos que nos harían un gran favor marchándose por donde vinieron no sin antes pagar los gastos. Pienso incluso en muchos que ya abdicaron hace tiempo y a los que también se les agradecería convenientemente que renovaran su decisión de desaparecer de la vida pública para siempre. ¿A ustedes no se les ocurre ninguno?

Brasil pierde el Mundial

Dentro de unas 48 horas millones de personas en todo el planeta se sentarán frente a sus televisores para ver el partido inicial del Mundial de Fútbol 2014 de Brasil entre la “canarinha” y Croacia. Sin embargo, tanto mañana como durante el resto del torneo, la atención no sólo va a estar centrada en lo que ocurra en los 12 estadios de fútbol repartidos por otras tantas ciudades brasileñas sino también en las calles de esas ciudades. El Mundial de Fútbol, que deja a su paso un imponente reguero de millones en forma de infraestructuras deportivas, derechos de televisión, publicidad o primas a jugadores estrella, ha sido sin embargo recibido de uñas por una buena parte de la población brasileña. Las encuestas aseguran que poco más de un tercio de los ciudadanos de ese gigantesco país creen que la celebración del torneo de los torneos futbolísticos será positiva para Brasil, por mucho que la presidenta Rousseff se empeñe en intentar convencer de lo contrario.

Este inesperado desafecto por el fútbol en el país más futbolero del mundo tiene sin embargo su reflejo más palpable en las calles de ciudades como Sao Paulo, la mayor urbe brasileña, en donde desde hace un año se suceden las huelgas y las manifestaciones de protesta contra los desorbitados gastos económicos que le supondrán el evento a un país en el que la desigualdad en el reparto de la riqueza sigue siendo la nota social más característica de la realidad diaria y en el que la sanidad, la educación, los transportes públicos y la seguridad ciudadana siguen dejando mucho que desear para millones de brasileños. Nada que ver esa realidad con las postales de Copacabana y las puestas de sol a ritmo de bossa nova.

Estas protestas, reprimidas con dureza por la policía hasta el punto de que Amnistía Internacional ha tenido que terciar y pedir al gobierno brasileño que evite la tentación de aplicar a los manifestantes la ley antiterrorista, dejan al descubierto la verdadera realidad social de un país aclamado en los foros económicos internacionales y en los grandes medios de comunicación de todo el mundo como una de las revelaciones de la economía emergente junto a Rusia, India o China. Es cierto que el Brasil de Lula da Silva y de su sucesora Rousseff, que se juega en este Mundial su reelección el próximo octubre, ha progresado socialmente en los últimos años y millones de brasileños han conseguido salir de la pobreza. Pero no ha sido suficiente y las carencias de todo tipo siguen a la orden del día como reflejan varios datos estadísticos que casi hablan por sí solos y que desmienten el “milagro brasileño”.

Brasil, considerada la séptima potencia económica mundial, ocupa sin embargo el puesto número ochenta y cinco en el índice de desarrollo humano, tiene 13 millones de analfabetos y cada año registra 50.000 asesinatos para 54 millones de habitantes. A pesar de los incrementos salariales de los últimos años, sólo en Río de Janeiro, que en 2016 acogerá las Olimpiadas, hay más de mil favelas en donde campa a sus anchas el tráfico de drogas y la consecuente inseguridad. Una idea cabal de la desigualdad de rentas entre los brasileños la refleja el dato de que el 10% más rico del país se queda con casi el 42% de la riqueza nacional mientras el 40% más pobre apenas accede al 13%.

Con estas cifras a la vista y teniendo en cuenta que el gobierno gastará unos 11.000 millones dólares en infraestructuras deportivas, algunas de las cuales  ni siquiera se han terminado para el inicio del campeonato, no es difícil comprender la razón del rechazo masivo de los brasileños a un evento que de deportivo tiene lo justo y que le supondrá nuevos pingües beneficios a la corrupta FIFA. Todo ello mientras la sanidad, la educación, los transportes o la seguridad sufren todo tipo de penurias por falta de recursos públicos. Puede que la “canarinha” gane el Mundial de Fútbol pero el de las calles brasileñas y el de la imagen de un país en ascenso económico imparable ya lo ha perdido Brasil por goleada.

Es la comunicación, estúpido

El PP tiene un problema: la comunicación. La comunicación – la mala comunicación, se entiende – fue la justificación de los pésimos resultados electorales obtenidos por Arias Cañete en las europeas del 25 de mayo en donde el PP perdió 2,6 millones de votos y 8 escaños en la eurocámara. “Es un problema de comunicación que analizaremos y corregiremos”, dijo al día siguiente María Dolores de Cospedal, la secretaria general del partido. Ahora, los populares vuelven a echar mano del mismo argumento para intentar encontrarle una explicación a que decenas de miles de ciudadanos salieran el pasado sábado a la calle en toda Canarias contra las prospecciones petrolíferas. “No hemos sabido comunicar bien”, ha dicho en esta ocasión el subsecretario de Estado de Industria, Energía y Turismo, Enrique Hernández Bento. 

Algún otro dirigente popular se ha permitido incluso insinuar que los manifestantes estaban mal informados sobre las ventajas y la inocuidad de las prospecciones y extracciones petrolíferas y que acudieron a manifestarse dejándose llevar más por el corazón y las consignas que por la cabeza. Si hubieran usado ésta y no aquellas hubieran caído con facilidad en la cuenta de que unos sondeos petrolíferos a escasos kilómetros de las costas de Lanzarote y Fuerteventura y la consecuente extracción de petróleo apenas representan riesgo alguno para nada ni para nadie y a cambio podríamos empezar a contar los días que faltan para que el oro negro se convierta en amarillo y todos nademos en la abundancia. 

Puede que el PP tenga un problema de comunicación pero no es el principal problema que tiene, al menos con respecto al petróleo. El suyo en este asunto es un problema tanto de forma como de fondo. Las formas no han sido precisamente versallescas: nada más ser nombrado ministro, José Manuel Soria autorizó las prospecciones sin encomendarse ni a Dios ni al diablo aunque – eso sí – perfecto sabedor de la sensibilidad que el asunto despertaba en Canarias. A partir de ahí han seguido casi dos años y medio de enrocamiento a favor del petróleo en los que el ministro y su ministerio ha desoído con contumacia las críticas de las autoridades canarias, de las organizaciones ecologistas, de un importante número de prestigiosos científicos y de una creciente parte de la ciudadanía. 

Su estilo constante y reiterado ha sido el de “yo tengo razón” y “ustedes no” y su inamovible toma de posición a favor del negocio de una empresa privada y de sus accionistas ha ido encendiendo los ánimos y sumando más y más adhesiones de ciudadanos que en un primer momento dudaban o apoyaban los sondeos y que ahora respaldan sin medias tintas la causa contra el petróleo. Todo un logro digno de mejor causa. 

En cuanto al fondo, las vaporosas y demagógicas promesas sobre los puestos de trabajo y la riqueza que una industria petrolera generaría en las islas nunca se han concretado en nada, sencillamente porque es imposible garantizar tal cosa si el negocio se lo entregas envuelto en papel de colores y adornado con un lazo al consejo de administración de una petrolera privada. Ésta, a cambio de quedarse con el beneficio, puede echar a perder durante décadas el medio ambiente, poner en peligro la desalación de agua y acabar con el negocio turístico. 


En paralelo, la tormentosa y como poco cuestionable tramitación del Estudio de Impacto Ambiental ahora bendecido por el Ministerio de Medio Ambiente, no ha hecho sino acrecentar la sospecha social y política de que más que ante un trámite administrativo reglado y transparente estamos ante una decisión estrictamente política. Con expectación esperamos cuál es la valoración que hace ese mismo ministerio de los sondeos en Baleares. 

Las multitudinarias manifestaciones del sábado en toda Canarias han supuesto un antes y un después en la oposición al petróleo en las islas y han dejado patente que, más allá de la guerra de cifras, una gran parte de los ciudadanos de este archipiélago no se fían de cantos de sirena sobre empleo y riqueza y prefieren preservar su medio ambiente y el sector económico que desde hace décadas tira del carro de la economía canaria. También ha quedado clara en estas protestas la apuesta por el desarrollo ambicioso de las energías renovables en las que Canarias puede presumir de ser una potencial mundial, algo por cierto, de lo que debe tomar buena nota cuanto antes el Gobierno canario. 

Así las cosas, cabe concluir que en el Ministerio de Industria, además de un problema con las formas y con el fondo, hay otro mucho más grave si cabe: ser ciego, sordo e insensible ante el rechazo social y político y continuar adelante con un proyecto impulsado a mayor gloria de una empresa privada. Las elecciones autonómicas y generales están a la vuelta de la esquina y no es nada improbable que la cerrada defensa que ha hecho el PP del petróleo en Canarias y su oposición en Baleares termine pasándole factura en las urnas como ya vaticinan algunas encuestas. Uno se pregunta cómo piensa afrontar el PP ese riesgo y la respuesta cae por su propio peso: con la comunicación, estúpido.

El futuro no es el petróleo

Puede que el petróleo sea el futuro durante algunas décadas más, eso nadie lo sabe con certeza porque, para empezar, los países poseedores de bolsas de crudo suelen mentir u ocultar sus reservas. En todo caso, lo que sí es seguro es que se trata de un combustible no sólo contaminante sino finito, es decir, no renovable. Los expertos vaticinan que la calidad del crudo decrecerá y los costes de su extracción aumentarán hasta el punto de que a los grandes oligopolios mundiales que lo controlan ya no les será rentable continuar explotándolo. De hecho, las principales compañías petroleras transnacionales empiezan a reorientar sus líneas de negocios hacia el gas – otro combustible fósil, finito y peligroso – y hacia las renovables. 

La autorización hace una semana a Repsol para hacer sondeos petrolíferos en Canarias ha generado un clima social cada vez más opuesto a que el negocio de una empresa privada, que ni siquiera es mayoritariamente de capital español, ponga en riesgo el abastecimiento de agua potable, su rico medio ambiente y el turismo, su principal industria y fuente de ingresos. El estilo de ordeno y mando con la que se ha conducido el Ministerio de Industria y su titular José Manuel Soria en este asunto no ha contribuido precisamente a calmar los ánimos y buscar algún punto de encuentro con las autoridades canarias. 

Las irregularidades, lagunas y deficiencias del Estudio de Impacto Ambiental elaborado por Repsol y denunciadas sin éxito alguno por esas mismas autoridades y, sobre todo, por reconocidos científicos y al que se presentaron más de 11.000 alegaciones, ha extendido la sospecha de que la autorización administrativa a la petrolera estaba decidida mucho antes de iniciarse el expediente. Que la resolución se diera a conocer además en la víspera del Día de Canarias, pasadas las elecciones europeas y antes de que se pronuncie el Tribunal Supremo sobre los recursos presentados por las instituciones canarias, no ha hecho sino exacerbar el malestar social y llegar a la conclusión de que la fecha fue cuidadosamente elegida tal vez con ese propósito. 

Al mismo tiempo, los dirigentes del PP mantienen un doble discurso para oponerse al petróleo en Baleares y apoyarlo en Canarias. Se basan en peregrinos argumentos sobre mares abiertos y cerrados que ningún científico puede avalar: un eventual derrame de crudo tendría las mismas catastróficas consecuencias en ambos lugares. Por lo demás, las vagas promesas de empleo y riqueza por un eventual hallazgo de petróleo es algo que casi nadie cree a estas alturas por el carácter privado de la explotación y por la composición del accionariado de la compañía beneficiada por los desvelos de Industria. A las inconcretas promesas de bienestar y empleo gracias al petróleo debe anteponerse el abastecimiento de agua de la población, la conservación medioambiental y el turismo, todos ellos valores en sí más rentables social, económica y ambientalmente. 

Con el apoyo expreso del Gobierno de Canarias y de la práctica totalidad de las fuerzas políticas – salvo el PP – y sociales del Archipiélago, mañana por la tarde tendrán lugar concentraciones de protesta en todas las islas. Todos tienen el convencimiento, y seguramente no les falta razón, de que, a expensas de lo que decida la próxima semana el Tribunal Supremo, sólo la movilización social será capaz de detener los planes de Repsol. Más allá de que las concentraciones de mañana deben servir para canalizar la legítima oposición de la sociedad canaria al petróleo, no debería el Gobierno de Canarias dejar pasar la oportunidad de hacer autocrítica y preguntarse por las razones de que los dos concursos eólicos convocados en las islas hayan terminado en fiasco. Es cierto que, para colmo de males, el ministerio que dirige José Manuel Soria acaba de consumar el fin de las primas a las renovables, lo que implica cambiar las reglas del juego en medio del partido para las inversiones en este sector. 

Pero ello no es obstáculo ni excusa para que no se analicen las causas de que las renovables en uno de los territorios con sol y viento para dar y regalar – por no hablar de otras fuentes de energías limpias y renovables – tengan una de las penetraciones más bajas de todo el país de este tipo de energías. Después de analizadas se requieren medidas que permitan a las islas depender cada vez menos del contaminante, caro y finito petróleo. Y esas medidas no pasan, por ejemplo, por fomentar el uso del gas como se desprende de los planes actuales del Gobierno. Pasan por acometer con imaginación y ambición el desarrollo de las renovables en Canarias. O dicho de otra manera, el debate social, político y económico tiene que dejar atrás la disyuntiva petróleo sí frente a petróleo no y centrarse en petróleo no, renovables sí. Ellas sí son el verdadero futuro.     

Mario ya sonríe

Los que siguen este blog saben que uno de mis personajes europeos favoritos es Olli Rehn, el comisario de economía que llegó del frío finlandés dispuesto a apretarnos el cinturón y a fe que lo está consiguiendo. Otra cosa son las consecuencias del ajuste, pero eso a Rehn no le inmuta lo más mínimo como hemos visto esta misma semana. De mi colección de grandes figuras de la Unión Europea forma parte también Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo. Este llegó a ese puesto procedente del sur, de la soleada y cálida Italia, después de pasar por bancos de tanto prestigio como Goldman Sachs, una entidad que tiene el alto honor de haber asesorado al Gobierno griego de cómo ocultar el déficit público del país con las consecuencias que no hace falta recordar aquí. Pecados de juventud, supongo, como la privatización de un buen número de empresas públicas italianas a su paso por el gobierno de su país. 


Lo cierto es que desde que se hizo cargo del BCE, con sede en Frankfurt, al italiano Draghi se le contagió el espíritu alemán de hierro contra la inflación y hasta hoy mismo ha estado resistiendo como un jabato ante las reiteradas peticiones para que bajara los tipos de interés en la eurozona y fomentara el crédito a familias y empresas. Hoy ha dado el paso, por fin, y lo ha hecho con mejor cara que en comparecencias públicas anteriores, en las que mostraba un permanente aspecto de haber dormido mal y hasta de haber tenido pesadillas. La responsabilidad del cargo debe de ser pero sobre todo el riesgo de enrabietar a la jefa Merkel. Este hombre, que habla para su camisa aunque lo que dice se expande como la pólvora y causa de inmediato convulsiones bursátiles y taquicardias en los mercados, se ha atrevido hoy a bajar los tipos de interés en la eurozona del 0.25% al 0.10%.


No contento con eso, ha puesto fin a la sinrazón económica de que los bancos guarden su dinero en el BCE a cambio de una jugosa remuneración, mientras si a usted se le ocurre pedir un crédito al director de la sucursal se lo tienen que llevar a urgencias con un ataque imparable de risa. Ahora tendrán que pagar el 0.10% por tenerlo en el BCE por lo que en teoría se espera que lo muevan y lo presten, que para eso se supone que sirve el dinero, para regar la economía y que salgan algunos brotes verdes de verdad y no de los que vende Rajoy. Y ha hecho más Draghi en su comparecencia de hoy: ha anunciado que hay 400.000 millones de euros en el BCE esperando a que los bancos los pidan y los destinen al crédito aunque con condiciones: nada de aprovechar las ventajas que ofrece el BCE para destinar ese pastón a las hipotecas o a la compra de deuda pública. 

Estos ingredientes forman parte de la receta que se le venían pidiendo al hombre de las ojeras desde hacía mucho tiempo y que hoy se ha atrevido a anunciar. Cosa distinta será cuándo comenzará el remedio a hacer efecto, si es que ya no es demasiado tarde para salvar al enfermo, y con qué intensidad se apreciará la recuperación del moribundo. Para los que tengan una hipoteca a interés variable sin cláusula suelo, la bajada de los tipos de interés no creo que les dé para brindar con champán la próxima Navidad. El Euribor – el índice de referencia en los préstamos hipotecarios - están ya tan bajo que es poco probable que baje mucho más a pesar del recorte de los tipos de interés del BCE. 


Que los bancos tengan que pagar por el dinero que tienen en el BCE y prestarlo a las familias y las empresas no implica que de golpe se vayan a formar colas a las puertas de las sucursales si los intereses y el resto de condiciones siguen haciendo el crédito inaccesible para la mayoría. Y lo mismo cabe decir en principio de la lluvia de millones con la que Draghi quiere engrasar la reseca maquinaria crediticia mientras los bancos sigan sacando ladrillos hasta ahora desconocidos y otras porquerías de debajo de sus alfombras, un proceso que no parece tener final. 

No digo yo que no sean buenas las intenciones y las medidas anunciadas hoy por Draghi, pero se debieron de tomar hace mucho tiempo y no esperar a que, por falta de crédito y por las condiciones leoninas impuestas por los bancos a quienes los solicitan, miles de empresas hayan cerrado y mandado a sus empleados al paro. Que estas medidas contribuyan a alejar el fantasma de la deflación es algo que ni me enfría ni me calienta demasiado, aunque ese sea el objetivo último siempre y cuando la inflación no pase del 2%, en cuyo caso Merkel montaría una buena zapatiesta y a Draghi le volverían a salir las ojeras. 

Aquí en España, con cerca de 6 millones de parados, ya estamos bastante deflacionados con unos salarios de miseria y unos precios catatónicos por la congelación del consumo, como para que la deflación famosa nos importe gran cosa. De momento y a la espera de los resultados de la pócima anunciada hoy, disfrutemos de ver a Mario sonriendo al menos por una vez..

Y Bruselas con el mazo dando

Permítanme que hoy no me ocupe de los avatares de la realeza española y que no me sume al coro de voces blancas que cantan las alabanzas del rey que se va y del que llegará más pronto que tarde. Me apetece oxigenarme un poco del aire cargado de los aposentos reales y de sus pesados cortinajes bordados con flores de lis y ocuparme del nuevo repaso que le acaba de dar la Comisión Europea a España. Bien es verdad que en la capital comunitaria son siempre muy considerados y han desarrollado un lenguaje incomprensible para la inmensa mayoría de los mortales que ya es objeto de sesudos estudios y tesis doctorales. Se trata de decir lo que se quiere decir pero sin dar la sensación de que se dice lo que se está diciendo, no sé si me explico. 

La noticia apenas ha sido destacada en los medios de comunicación españoles, ensimismados estos días en saber qué piensa la portera del edificio del director o el camarero del bar de cañas sobre la abdicación de Juan Carlos. No obstante, les prometo que tiene enjundia. La Comisión Europea, a la que apenas le quedan un par de telediarios, le ha “recomendado a España” algunas cosas que, en su conjunto, conforman una enmienda a la totalidad de los planes de Rajoy de bajarnos los impuestos ahora que en cosa de unos pocos meses tendremos que volver a pasar un par de veces por las urnas. Un verdadero jarro de agua fría es lo que ha echado el comisario europeo del negociado económico sobre las promesas de Rajoy de hacernos a todos felices en cuanto suenen las campanadas de Noche Vieja de 2014.

Dice el helado comisario en cuestión, el finlandés Olli Rehn, que no está el horno para rebajas de impuestos en España - advierto que estoy traduciendo al cristiano lo que Rehn dijo en su abstrusa forma de hablar. Muy educadamente recomienda que se suba el IVA – Rajoy, erre que erre, ha vuelto a decir que no - y que se reduzcan las cotizaciones de los salarios más bajos. Sugiere también – siempre tan educado – que conviene darle un nuevo toque a la baja a los salarios de los trabajadores españoles, no vaya a ser que creamos más de la cuenta en la “recuperación” que proclama Rajoy mañana, tarde y noche y se nos ocurra echar a perder los brotes verdes con salarios de directivo de gran corporación. 

Sigo traduciendo y aguantando la risa: al mismo tiempo le da otro tirón de orejas a Rajoy – siempre en sentido figurado, claro – y le afea que España sea la campeona de la desigualdad de rentas de la Unión Europea. Aquí me detengo un momento: tengo la sensación de que a Rehn se le fue la pinza con esta última “recomendación” en relación con la anterior. ¿Cómo se puede pedir que bajen más los salarios y al mismo tiempo reprochar que España sea líder de la champions league en desigualdad de rentas? ¿No es eso pedir una cosa y su contraria? Para mí sí, aunque no me sorprendo lo más mínimo a estas alturas de la función de esa esquizofrenia que aflige a comisarios europeos como el de Economía. 

También nos “recomienda” que se eliminen las deducciones “ineficientes” del impuesto de sociedades que pagan las empresas, ese que Rajoy promete rebajar sólo un poquito para que siga pareciendo que las compañías pagan mucho más de lo que realmente pagan. Lo mismo pide el comisario para las deducciones del IRPF, que nos permiten descontarnos alguna cosilla en nuestra ansiada cita anual con Hacienda, a la que las familias de este país aportan 50 veces más que las grandes corporaciones según un reciente informe de Intermon Oxfam.  Probablemente haya sido un lápsus perdonable en un cerebro tan brillante como el de Rehen, pero de meterle mano de una vez a la juerga fiscal de este país, uno de los menos que recauda de la UE, y acabar con el fraude y la evasión por los que se esfuman unos 80.000 millones de euros al año, no dijo una palabra el circunspecto comisario. Otra vez será.

Con estas “recomendaciones” sobre la mesa, a esta hora me imagino a Montoro con el lápiz bien afilado sumando y restando a ver si le salen las cuentas y puede bajarnos algún impuesto, aunque sea el de los bingos, sin que se le descuadre el sagrado déficit que Bruselas vigila con extremado celo. A un lado de la mesa probablemente tendrá la reforma fiscal que nos ha ido contando en jugosas y apasionantes entregas y que puede que no tenga más remedio que tirar a la papelera si no quiere aparecer como un rebelde fiscal ante Bruselas. 

Allí, en la capital comunitaria, en donde debe de haber un cortocircuito de las redes de comunicación y aún no se han enterado del ascenso de la ultraderecha en las pasadas elecciones europeas, siguen pensando que nada ha cambiado y que toca seguir pidiendo austeridad hasta el fin bíblico de los tiempos, caiga quien caiga y cueste lo que cueste. Pues que sigan dando con el mazo en el mismo sitio y dentro de cinco años, cuando nos digan los candidatos lo importante que es la UE para todos nosotros, volvemos a hablar.

Rey a la carrera

Al menos por esta vez habrá que eliminar del refranero aquello de que “las cosas de palacio van despacio”. En esta ocasión van como una exhalación: ayer abdicó el rey, esta mañana se reunió el Consejo de Ministros y aprobó la ley de sucesión, esta tarde la ha admitido el Congreso y en un plis plas – cosa de un par de semanas, como mucho – estará lista y aprobada por las dos cámaras que conforman las Cortes Españolas, Congreso y Senado, con el previsible apoyo de 9 de cada 10 diputados. Tal es así que para el 18 de junio se anuncia ya oficialmente la solemne proclamación del Príncipe de Asturias, Felipe de Borbón, como Felipe VI de España. También habrá que eliminar del refranero que “las prisas no son buenas consejeras” aunque en esta ocasión tienen un claro objetivo: cerrar cuanto antes el proceso antes de que se extienda y cuaje el debate entre monarquía y república.

Quienes creían que ese era un debate finiquitado se deben de haber llevado un buen chasco. Unas 20.000 personas se dieron cita ayer tarde en la madrileña Puerta del Sol, además de en otras ciudades españolas, para reclamar la celebración de un referéndum en el que los españoles decidan el modelo de Estado que prefieren, monarquía parlamentaria o república. Bien es cierto que un referéndum de esas características en estos momentos sería absolutamente ilegal y sólo con una reforma constitucional podría tener amparo. Sin embargo, lo que se desprende de la inusitada rapidez con la que el Gobierno, el PSOE y la Casa Real quieren dar carpetazo a la sucesión en la corona, es un intento evidente de que el debate muera más pronto que tarde. A pesar de la lógica sorpresa inicial, ahora caemos en la cuenta de que el proceso estaba atado y bien atado de principio a fin: el guión quedó escrito y detallado desde el momento en el que el rey decidió abdicar la corona y se lo comunicó a Rajoy y a Rubalcaba, que en lugar de abandonar la secretaría general del PSOE al día siguiente del batacazo en las europeas, decidió quedarse un poco más para controlar a los republicanos tapados que hay en su partido no vayan a votar cosas raras.

Tanta es la prisa que le han imprimido a la sucesión de Juan Carlos que la ley enviada hoy al Congreso ni siquiera dice nada sobre la asignación presupuestaria que recibirá o el papel institucional que desempeñará – si es que debe desempeñar alguno - el todavía rey cuando deje de serlo. ¿rey en la sombra? ¿rey consejero? ¿rey asesor? ¿rey sin cartera? Por no saber no sabemos si se le llamará oficialmente “rey padre”, “rey abdicado”, “rey emérito”, “rey jubilado” o Conde de Barcelona, que es lo más probable. Aunque sin duda esa es una cuestión menor, no lo es tanto la que se refiere a la posibilidad de que el rey pase también a ser aforado – uno más – una vez y pierda la inviolabilidad de la que aún goza. Estos asuntos, nada baladíes y sobre los que la Constitución no dice absolutamente nada porque nadie en estos casi 40 años de reinado se ha molestado en prever que los reyes, por mucho que reinen por la gracia de Dios no son eternos y hasta puede que abdiquen, han quedado para mejor ocasión.

Sin llegar a plantear la conveniencia de aprovechar el momento histórico para decidir entre monarquía y república, un asunto que Rajoy despachó hoy con un displicente “planteen una reforma de la Constitución”, sí son muchas las voces que entienden que esta es una buena oportunidad para acometer esa reforma constitucional de la que todo el mundo habla desde hace tiempo y de la que todo el mundo es partidario, pero para la cual nadie se atreve a dar el primer paso alegando falta de consenso. Se trataría de buscar salida a problemas como las tensiones con Cataluña y su desafió soberanista, una de las primeras pruebas de fuego a la que tendrá que enfrentarse Felipe VI apenas se estrene en el trono, amén de gestionar la corrupción que merodea la Casa Real y recuperar el crédito perdido de la monarquía.

A esa posibilidad Rajoy ha vuelto a responder esta mañana lo mismo: “el que quiere estado federal que plantee una reforma constitucional pero que me explique primero qué diferencia hay entre lo que tenemos y el federalismo”. De oficio a Rajoy nunca se le pasará por la cabeza reformar la Constitución, ni siquiera en un momento histórico como el actual en el que se empieza a hablar de la necesidad de una segunda transición en España tras la abdicación de Juan Carlos y con una Constitución a la que cada vez se le ven más los costurones a medida que va cumpliendo años. Al presidente lo único que le preocupa es que la aprobación de la ley sucesoria en las Cortes se haga sin sobresaltos y que el 18 de junio podamos todos los españoles disfrutar como niños con zapatos nuevos de un acto de la pompa propia de toda una solemne e histórica proclamación real. Ese día se habrán acabado las prisas y el mundo nos mirará con envidia.

Irse por la puerta trasera

Los trovadores de las redes cantan desde esta mañana con sus vihuelas digitales las bondades del rey que se va y las maravillas del que ocupará su lugar más pronto que tarde. La hagiografía se desborda y el providencialismo histórico lo inunda todo a su paso. Se marcha “el rey que trajo la democracia a España”, como si el éxito de un proceso de esas características pudiera atribuírsele a una sola persona, por relevante que sea el cargo que ocupe, en lugar de a un conjunto amplio y complejo de factores históricos y de agentes sociales, políticos y económicos. Sin embargo, a esta hora seguimos sin conocer oficialmente las causas de la abdicación, aunque éstas estén en la mente de todos. La única que esbozó en su mensaje leído de hoy en el que no hubo una sola frase de autocrítica es que “una nueva generación se abre paso con energía” y hay que dejarle sitio. 

Se refiere, por supuesto, a su hijo, que peina ya canas a sus 46 años de edad – esa parece que es la edad a la que el rey considera que las nuevas generaciones deben pasar a la primera línea - y que ha visto cómo ha ido pasando el tiempo mientras el titular del trono insistía en cumplir la máxima de que ningún rey español abdica sino que muere en la cama con la corona bien ceñida sobre las sienes. La última vez que expresó ese propósito fue con motivo del discurso de Navidad el pasado diciembre en donde subrayó su determinación de continuar al frente de la monarquía española y por ende de la Jefatura del Estado. 


Pero, como digo, las causas de su marcha están en la mente y en el pensamiento de todos los ciudadanos que esta mañana se enteraban incrédulos de que el rey hace las maletas y le cede el paso a su heredero por la gracia de Dios. Su deteriorado estado de salud seguramente ha sido una de ellas, aunque no creo que haya sido la determinante, ni mucho menos. Es seguro que han pesado más otros motivos, especialmente los escándalos de corrupción de su hija y de su yerno ante los que el monarca contemporizó hasta que fue demasiado tarde y que han llevado a la institución monárquica a sus niveles de popularidad más baja desde que “el rey nos trajo la democracia”. 

Únase a ese “dejar pasar, dejar hacer” en el entorno familiar sus propias irresponsabilidades en forma de cacerías de elefantes y la opacidad con la que se ha conducido la Casa Real hasta hace bien poco en el manejo del dinero público en plena crisis económica. Todo ello ha merecido las críticas y la indignación de una buena parte de la ciudadanía de este país que, por primera vez desde el ascenso de Juan Carlos al trono, rompió el tabú y empezó a preguntarse en voz alta “para qué sirve un rey”. En realidad, la monarquía también es copartícipe y corresponsable del deterioro de la calidad democrática en España, sólo que hasta ahora la continuidad de la institución estaba bien guarecida bajo el paraguas del bipartidismo que también acaba de entrar en barrena tras las elecciones europeas de hace unos días. 

En todo caso, decisiones de este calado no se toman una aburrida tarde de domingo frente al televisor: se meditan con tiempo, se adoptan y cuando está todo preparado para la sucesión y llega la fecha elegida, se comunican públicamente. Eso ha ocurrido hoy y ya mañana se reunirá con carácter extraordinario el Consejo de Ministros para aceptar la abdicación y enviar al Congreso la Ley Orgánica que garantizará la sucesión en “un clima de normalidad y estabilidad”, según Rajoy. Claro que la celeridad con la que el Gobierno y la propia Casa Real quieren pasar página y dejarlo todo atado y bien atado en las manos del futuro Felipe VI no ha evitado que resurja con fuerza el debate entre monarquía y república

Basta echar un vistazo a las redes sociales o a lo que han dicho fuerzas políticas como IU o el partido de moda, Podemos, sobre la necesidad de abrir un nuevo periodo constituyente y dar a los españoles la oportunidad de elegir entre monarquía o república, una oportunidad que se le hurtó a los ciudadanos de este país en la Constitución de 1978.

Está por ver el recorrido de ese debate y si – como se aventuran a asegurar algunos, tal vez con excesivo optimismo republicano – las próximas elecciones autonómicas y generales podrían arrojar una mayoría política partidaria de la república. A expensas del alcance de ese debate, el heredero asumirá la Jefatura del Estado no sólo en el peor momento de popularidad de la monarquía sino en el peor momento económico, social y político del país desde hace 40 años y en un episodio inédito de tensiones territoriales, que tienen su expresión más exacerbada en Cataluña. Esa es la herencia envenenada que recibe el heredero del trono, que tal vez se esté preguntando las razones de que la abdicación no se produjera hace unos años cuando el “juancarlismo” arrasaba en todas las encuestas de opinión y su padre y él mismo eran admirados y vitoreados en todas partes, al contrario de lo que ocurre en la actualidad, y en los medios de comunicación nadie se atrevía a poner una nota negativa sobre la Casa Real. 

En el balance final, los indiscutibles servicios que Juan Carlos de Borbón ha prestado a la democracia española se han visto seriamente empañados en el último tramo de su reinado, particularmente el que coincide con la crisis económica durante la que los españoles han venido exigiendo sin éxito transparencia y ejemplaridad a sus representantes públicos. El rey se va ahora por la puerta trasera y no por la principal del palacio, en un intento casi desesperado de salvar la monarquía de sus detractores y de una sociedad de uñas con el poder político del que la institución real forma parte y de cuyo desprestigio no es ajena en absoluto.