Es la comunicación, estúpido

El PP tiene un problema: la comunicación. La comunicación – la mala comunicación, se entiende – fue la justificación de los pésimos resultados electorales obtenidos por Arias Cañete en las europeas del 25 de mayo en donde el PP perdió 2,6 millones de votos y 8 escaños en la eurocámara. “Es un problema de comunicación que analizaremos y corregiremos”, dijo al día siguiente María Dolores de Cospedal, la secretaria general del partido. Ahora, los populares vuelven a echar mano del mismo argumento para intentar encontrarle una explicación a que decenas de miles de ciudadanos salieran el pasado sábado a la calle en toda Canarias contra las prospecciones petrolíferas. “No hemos sabido comunicar bien”, ha dicho en esta ocasión el subsecretario de Estado de Industria, Energía y Turismo, Enrique Hernández Bento. 

Algún otro dirigente popular se ha permitido incluso insinuar que los manifestantes estaban mal informados sobre las ventajas y la inocuidad de las prospecciones y extracciones petrolíferas y que acudieron a manifestarse dejándose llevar más por el corazón y las consignas que por la cabeza. Si hubieran usado ésta y no aquellas hubieran caído con facilidad en la cuenta de que unos sondeos petrolíferos a escasos kilómetros de las costas de Lanzarote y Fuerteventura y la consecuente extracción de petróleo apenas representan riesgo alguno para nada ni para nadie y a cambio podríamos empezar a contar los días que faltan para que el oro negro se convierta en amarillo y todos nademos en la abundancia. 

Puede que el PP tenga un problema de comunicación pero no es el principal problema que tiene, al menos con respecto al petróleo. El suyo en este asunto es un problema tanto de forma como de fondo. Las formas no han sido precisamente versallescas: nada más ser nombrado ministro, José Manuel Soria autorizó las prospecciones sin encomendarse ni a Dios ni al diablo aunque – eso sí – perfecto sabedor de la sensibilidad que el asunto despertaba en Canarias. A partir de ahí han seguido casi dos años y medio de enrocamiento a favor del petróleo en los que el ministro y su ministerio ha desoído con contumacia las críticas de las autoridades canarias, de las organizaciones ecologistas, de un importante número de prestigiosos científicos y de una creciente parte de la ciudadanía. 

Su estilo constante y reiterado ha sido el de “yo tengo razón” y “ustedes no” y su inamovible toma de posición a favor del negocio de una empresa privada y de sus accionistas ha ido encendiendo los ánimos y sumando más y más adhesiones de ciudadanos que en un primer momento dudaban o apoyaban los sondeos y que ahora respaldan sin medias tintas la causa contra el petróleo. Todo un logro digno de mejor causa. 

En cuanto al fondo, las vaporosas y demagógicas promesas sobre los puestos de trabajo y la riqueza que una industria petrolera generaría en las islas nunca se han concretado en nada, sencillamente porque es imposible garantizar tal cosa si el negocio se lo entregas envuelto en papel de colores y adornado con un lazo al consejo de administración de una petrolera privada. Ésta, a cambio de quedarse con el beneficio, puede echar a perder durante décadas el medio ambiente, poner en peligro la desalación de agua y acabar con el negocio turístico. 


En paralelo, la tormentosa y como poco cuestionable tramitación del Estudio de Impacto Ambiental ahora bendecido por el Ministerio de Medio Ambiente, no ha hecho sino acrecentar la sospecha social y política de que más que ante un trámite administrativo reglado y transparente estamos ante una decisión estrictamente política. Con expectación esperamos cuál es la valoración que hace ese mismo ministerio de los sondeos en Baleares. 

Las multitudinarias manifestaciones del sábado en toda Canarias han supuesto un antes y un después en la oposición al petróleo en las islas y han dejado patente que, más allá de la guerra de cifras, una gran parte de los ciudadanos de este archipiélago no se fían de cantos de sirena sobre empleo y riqueza y prefieren preservar su medio ambiente y el sector económico que desde hace décadas tira del carro de la economía canaria. También ha quedado clara en estas protestas la apuesta por el desarrollo ambicioso de las energías renovables en las que Canarias puede presumir de ser una potencial mundial, algo por cierto, de lo que debe tomar buena nota cuanto antes el Gobierno canario. 

Así las cosas, cabe concluir que en el Ministerio de Industria, además de un problema con las formas y con el fondo, hay otro mucho más grave si cabe: ser ciego, sordo e insensible ante el rechazo social y político y continuar adelante con un proyecto impulsado a mayor gloria de una empresa privada. Las elecciones autonómicas y generales están a la vuelta de la esquina y no es nada improbable que la cerrada defensa que ha hecho el PP del petróleo en Canarias y su oposición en Baleares termine pasándole factura en las urnas como ya vaticinan algunas encuestas. Uno se pregunta cómo piensa afrontar el PP ese riesgo y la respuesta cae por su propio peso: con la comunicación, estúpido.

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