Las prisas de Rajoy

Después de pasarse toda la legislatura anterior sesteando, a Rajoy le han entrado las prisas para formar gobierno. En seis meses no dio un palo al agua para conseguirlo y rechazó incluso el encargo del rey para someterse a la investidura como candidato del partido más votado. Ahora, sin embargo, se muestra proactivo y para el martes próximo ya tiene fijada una cita con Coalición Canaria para empezar a sumar apoyos. 

No creo que haya que ser muy espabilado para deducir que las prisas de ahora y la pachorra de antes tienen que ver con el hecho de que ya no interesan en el PP unas nuevas elecciones como interesaban hace sólo un mes. De ahí que Rajoy ande incluso diciendo estos días que si no consigue apoyos suficientes para una investidura con mayoría absoluta está dispuesto a gobernar en minoría. ¡Quién te ha visto y quién te ve, Mariano! Y es que, si hace un mes el PP acariciaba la posibilidad de que en unas segundas elecciones terminaría recuperando los votos que le robó Ciudadanos el 20 de diciembre a poco que amenazara con la revolución bolivariana de Iglesias y Garzón, en estos momentos sería realmente suicida filtrear con una tercera cita con las urnas en un año. Sobre la mesa hay demasiado trabajo pendiente como para hacer de todo 2016 un año sabático para la clase política de este país. Aunque, si sólo fuera por cálculo político y a la vista de los resultados del 26J, uno estaría por jurar que a la tercera recuperaría el PP la mayoría absoluta que perdió el 20 de diciembre. Un par de nuevos casos de corrupción, unas grabaciones de conversaciones ministeriales poco presentables y dos o tres semanas atentos noche y día  en todos los telediarios y medios afines a la terrible crisis que afecta a Venezuela y la mayoría absolutísima sería pan comido.  



Aunque nada es descartable y a pesar del insólito dinamismo y las ganas con las que se ve a Rajoy estos días, puede que las cuentas no salgan y se vea nuestro hombre en la tesitura de cumplir la promesa de gobernar en minoría o volver a pasar palabra cuando el rey le diga que se amarre los machos y vaya al Congreso a pedir el apoyo de la cámara. Para empezar, las posiciones de quienes pueden ser decisivos en la investidura de Rajoy por mayoría absoluta o, en su defecto, por mayoría simple, distan mucho de estar claras. En el PSOE algunos apuestan por dejar gobernar a Rajoy - léase abstención - y la dirección insiste en un no rotundo y sin matices al PP y a su aspirante. En Ciudadanos andan también enredados entre el veto de Rivera a Rajoy y quienes consideran que se le debe permitir gobernar. Una tercera pata para que el acuerdo cuaje es el PNV,  pero los vascos tienen elecciones autonómicas en otoño y puede que a sus electores no les agrade mucho ver que su partido se acaramela con el PP en Madrid. Por no hablar de la inquina que se tienen entre sí PNV y Ciudadanos después de que los de Rivera abogaran alto y claro por acabar con lo que consideran privilegio del concierto económico vasco. 

Así que de momento y a la hora de escribir esta crónica - que decían los clásicos - el único apoyo cierto con el que puede contar Rajoy incluso antes de la reunión de la semana que viene con CC, es con el de Ana Oramas. La diputada nacionalista exigirá de Rajoy el cumplimiento de la llamada "agenda canaria" que negoció en la pasada legislatura con Pedro Sánchez y que quedó en papel mojado al fracasar la investidura del líder socialista. Rajoy podrá prometerle eso, el sol y la luna pero mientras no cuente con el apoyo activo o pasivo del PSOE o de Ciudadanos y del PNV de poco servirá. Puede que estemos sólo en el precalentamiento del partido y que las posiciones de estos días posteriores a las elecciones vayan girando poco a poco hacia un mayor entendimiento. Aunque si lo miramos por el lado negativo, puede que estemos ante el inicio de otro largo periodo de fuegos artificiales y postureo que termine por desembocar en otro fracaso político como el que acabamos de dejar atrás. 

No hay que descartar la segunda posibilidad, aunque sería lo peor que le podría pasar a este país en décadas. Con Bruselas echándonos el aliento en el cogote, con unos presupuestos del Estado que esperan autor o autores, con mil y una reformas constitucionales y de todo tipo que empezar a negociar entre las fuerzas políticas, permitirnos la frivolidad de unas terceras elecciones sería un golpe demoledor contra la confianza de los españoles en el sistema democrática. Basta con una vez de tacticismo y regateo político de medio pelo, toca negociar y demostrar cintura política. Esa es en definitiva la esencia de un sistema democrático y lo más lamentable es que tanto los dirigentes más curtidos y veteranos como los más jóvenes que tanto presumen de representar la "nueva política" siguen haciendo muy poco por anteponer el interés general al suyo o al de sus partidos.

Encuesta que algo queda

Todo fue de color de rosa hasta que cerraron las urnas. Hasta ese momento mismo el mundo estaba cambiando para bien y España era ya un país mucho mejor, se tocaba el sorpasso con la punta de los dedos y era sólo cuestión de horas que se convirtiera en realidad y que los que lo estaban haciendo posible conquistaran por fin el cielo. 

La ilusión duró lo que duró la primera hora de recuento de votos y se comprobó que el verdadero sorpasso no vino de la izquierda transversal, transformadora y otros trans, sino de la derecha conservadora de toda la vida y más allá. Ella sí que adelantó como un bólido a los que embobados con las encuestas se creyeron por unos días los reyes del mambo. Luego ha venido el crujir de dientes y el preguntarse qué hemos hecho para merecer esto y nos hayamos dejado entre diciembre y junio más de un millón de votos por el camino. 

La culpa es de la alianza con IU que nos ha hecho aparecer como comunistas ante la gente y ante el PP, dicen unos, convencidos de que la pareja de hecho con Alberto Garzón no ha sumado sino todo lo contrario y de que al final tenían razón los que dijeron que en política dos y dos no siempre suman cuatro. Pues anda que el líder máximo lo arregló bien declarándose socialdemócrata de toda la vida y dando la idea de que tenemos una empanada ideológica digna de estudio, dijo una joven aunque sin mucha convicción.  No, la culpa es de la campaña que diseñó Errejón, dicen los de más allá, molestos porque al líder máximo sólo se le viera en programas de postureo en televisión y poco más mientras sus acólitos tenían que conformarse con los segundos de la fila en los mítines organizados por esos andurriales de Dios. 


Ni hablar, claman los de este lado, nos dormimos en los laureles complacidos con los cantos de sirena de las encuestas y el PSOE y el PP nos han robado la merienda. Tendríamos que haber salido a rematar la faena que dejamos a medias el 20 de diciembre, añaden, no tragarnos el cuento de las encuestas e ir a morder.  Pues vaya papelón hemos hecho, dicen otros, cuando tuvimos la oportunidad de estar en el gobierno y la dejamos pasar convencidos de que si había unas segundas elecciones lo petábamos. 

¿Y qué hacemos entonces, cómo salimos y explicamos esto sin que se nos note demasiado la cara de tontos y de pasados de la raya que se nos ha quedado? Encarguemos una encuesta para averiguar dónde nos equivocamos, dice alguien en voz muy baja desde un rincón de la sala. Todos miran hacia allí con cara de sorpresa: ¿Una encuesta, Pablo? ¿Estás tonto o es que lo de secretario de organización se te ha subido a la cabeza? ¿Cómo vamos a encargar una encuesta sobre por qué fallaron las encuestas y en vez de tener un sorpasso hemos tenido un tortazo? Somos el partido con más politólogos del mundo, tenemos tropecientos libros publicados, damos conferencias y cursos sobre asuntos políticos y no se te ocurre nada mejor que proponernos que nos encarguemos una encuesta a nosotros mismos para saber qué ha pasado con el millón largo de votos que hemos perdido. Se nos van a reír en nuestras narices como hagamos eso. 

Discutieron mucho sobre la idea y, aunque no sin dificultades, al final el tal Pablo consiguió convencer a sus compañeros de que la encuesta la controlaría la propia organización; de este modo podrían cocinarla lo suficiente como para ofrecer una explicación razonable del tortazo sin dar la incómoda imagen de que intentan justificar su propio fracaso político. 

¿No debería dimitir alguien, aunque sea sólo  para predicar con el ejemplo después de tantas dimisiones que hemos pedido nosotros por todo, en todo momento y a todo el mundo?  La pregunta llegó con una voz casi inaudible desde debajo de una mesa cuando todos empezaban a recoger sus cosas para marcharse. Enseguida, no obstante, se extendió por la sala un silencio sepulcral: nadie abrió la boca para contestar y solo algunos se limitaron a carraspear y otros a toser. Sólo un comentario se oyó muy por lo bajo: ¡Te la has cargado, colega! Pasado el eléctrico instante de estupor todos se despidieron a la vez de forma atropellada ¡Bueno, pues ya nos vemos si eso en la reunión del círculo de mañana o en la del consejo ciudadano! ¡Hasta la vista, buenas noches! ¡Recuerdos a Pablo Manuel! ¡Vale, de tu parte! ¡Buenas noches! 

Encuestas cuestionadas

Una ola de estupor recorre España desde el domingo por la noche. Se preguntan todos, empezando por los autores, por las causas de que las encuestas electorales no dieran literalmente ni una sobre lo que los españoles iban a votar el domingo. Terminando por los ansiados sondeos a pie de urna, que sirven a lo medios para contar con munición con la que iniciar la larga noche electoral a la espera de datos oficiales, y terminando por las encuestas de los principales periódicos y cadenas de televisión de este país, ni una sola se acercó ni por aproximación al resultado de las urnas. 

Por no acercarse no lo hizo ni la frutería andorrana, ese divertido pasatiempos sin base muestral suficiente para ser creíble que cubre sin embargo los días de sequía de sondeos que impone la caduca ley  española cinco días antes de las elecciones. El estupor es aún mayor cuando ni siquiera la en general prestigiosa encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas, hecha pública en esta ocasión horas antes de que comenzara la campaña electoral oficial y basada en más de 17.000 entrevistas, supo adelantar ni de lejos lo que ocurrió el domingo

Pero la perplejidad no se debe sólo a que ninguna se aproximara al menos al resultado oficial sino a que todas coincidieran en el error al dar por seguro en mayor o menos grado el sorpasso de Unidos Podemos al PSOE mientras el PP y Ciudadanos prácticamente repetían los resultados de diciembre. Sobre los resultados de esas encuestas se han organizado tertulias en los medios, se han escrito sesudos artículos y editoriales y, con toda seguridad, se han rediseñado objetivos electorales por parte de los respectivos responsables de campaña. Todo ello para luego comprobar que los vaticinios no llegaban casi ni a la categoría de pálido reflejo de la encuesta de las urnas. 

¿Qué ha pasado? ¿Cuál ha sido el fallo? Los expertos en demoscopia han puesto sobre la mesa una buena retahíla de posibles motivos que explicarían tamaño trompazo de los sondeos electorales. En síntesis se resumen en que los ciudadanos mienten mucho cuando se les pregunta a qué partido tienen intención de votar. De esta manera, un importante número de electores habría ocultado que pensaba votar al PP o al PSOE aunque no explican estos expertos cuál sería a su vez el motivo para ocultar la preferencia partidista en un país en el que expresar en público las ideas políticas no es motivo de sanción de ningún tipo desde hace más de 40 años.


En combinación con esa explicación figura la de que la causa radica en los indecisos, ese 30% largo de electores que al inicio de la campaña electoral supuestamente no había decidido a quién votar o si quedarse en casa el día de las elecciones. Otros apuntan a los efectos del brexit sobre el ánimo de los ciudadanos que, presuntamente asustados por las consecuencias de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, se habrían refugiado en lo malo conocido y habrían dejado para mejor ocasión lo bueno por conocer. 

Son causas plausibles que no conviene desdeñar pero no son suficientes para explicar el fracaso de los sondeos. En mi opinión, una de las razones de la nula puntería de las encuestas hay que buscarla en la poca o escasa perspicacia que demostraron para detectar que la cuando menos errática trayectoria política de Podemos podía provocar un efecto pendular del voto en favor del PP y del PSOE. Que todas los estudios coincidieran en un ascenso de la formación de Pablo Iglesias en detrimento del PSOE movilizó a los votantes del PSOE y del PP para evitar el sorpasso y una posición de dominio en la formación de gobierno por parte de Podemos.

Algo podemos aprender de lo ocurrido y es que, en el mejor de los casos, las encuestas no pasan de ser fotografías más o menos fieles - en este caso completamente desenfocadas - de un momento político dado o como mucho de una cierta tendencia que puede mantenerse, acentuarse, debilitarse o desaparecer con el tiempo y todo ello sujeto a muchos factores e imponderables. Como tal debemos interpretarlas pero nunca como la palabra revelada e infalible. 

Votar es un ejercicio de responsabilidad política al que estamos obligados como ciudadanos y que deberíamos hacer después de reflexionar sobre las opciones disponibles y su eventual encaje en nuestros puntos de vista e intereses. Hacerlo sólo en función de encuestas y sondeos de cuya sinceridad y limpieza deberíamos al menos dudar, dice tan poco de nuestra madurez política como hacerlo en función de lo guapo o feo que sea un candidato o de lo bien o mal que nos caiga su forma de ser o de hablar. 

Sorpresa sin sorpasso

Hay mucha queja y lamento hoy en las redes sociales. Mucha gente está disgustada y perpleja por el hecho de que casi ocho millones de españoles decidieran ayer otorgar su confianza al Partido Popular, exponente máximo de la corrupción política en España, reforzando con 14 escaños más la mayoría minoritaria de 123 diputados que había obtenido en diciembre. Se adivinan detrás de esos lamentos otras dolencias, las producidas por unos resultados que ningún sondeo electoral predijo ni por aproximación. Todos, desde los más ideologizados a los teóricamente más profesionales y neutrales, pronosticaron el sorpasso dando por hecho que la alianza de circunstancias entre Izquierda Unida y Podemos se llevaría por delante como un tsunami al PSOE tanto en votos como en escaños. No fue así y eso ha desconcertado a todo el mundo, empezando naturalmente por quienes votaron sorpasso ayer. Además de no ser una actitud muy democrática, no radica el problema en culpar a los ciudadanos de haberse inclinado mayoritariamente por el PP. En democracia, si la competencia entre los partidos se desarrolla en buena lid y en igualdad de condiciones todos los votos son igualmente democráticos y útiles, independientemente de quién los reciba. 

Nos podrá disgustar el apoyo que recibe un partido que ha hecho méritos sobrados para pasar una larga temporada en la oposición  hasta que se regenere de verdad y no sólo de boquilla, que eso no restará ni un ápice de legitimidad democrática a los votos que recibe. Lo que no quita para que el fenómeno por el que un partido corrupto no sólo no pierde apoyos en España sino que incluso los puede aumentar, sea digno de análisis sociológico y político para determinar si este es un problema específico de la marca España y de la escasa cultura cívica y política de sus ciudadanos o pasa también en nuestro entorno geográfico y político. 

De lo que se trata  es de establecer las causas por las que los ciudadanos han reforzado la posición del PP y de su líder Rajoy para formar gobierno y de por qué no se produjo el sorpasso con el que soñaban muchos, empezando por los dirigentes de Izquierda Unida y Podemos. La propia actitud de esos dirigentes durante la pasada legislatura es la clave de la respuesta: han sido ellos y sólo ellos los principales responsables del triunfo ampliado del PP y de su propio fracaso; ellos, que tuvieron en sus manos la posibilidad de un gobierno de cambio  y lo sacrificaron con estrépito en el altar del tacticismo y la frivolidad política. 

Estaban convencidos de que si provocaban otras elecciones barrerían del mapa al PSOE y se convertirían en la segunda fuerza política del país y puede que en la primera. Hicieron sus cálculos y creyeron que juntos serían invencibles y lo que se ha demostrado es que se han dejado casi un mllón de votos por el camino desde el 20 de diciembre. Soñaban con someter al PSOE a su férula e imponerle todos los trágalas que les parecieran bien, a la vista de la ansiedad con la que el líder socialista Pedro Sánchez tocaba en todas las puertas para procurarse apoyos a su fracasada investidura como presidente del Gobierno.

Al final, provocaron con sus aspavientos y postureos, sus cambios de humor y sus propuestas desmesuradas un efecto pendular en el electorado que ha terminado por reforzar al que se suponía debería haber sido su principal adversario. Estúpido error de bulto en la formación política con más polítólogos por metro cuadrado de este país. Ahora se lamen en silencio las heridas y apenas sí son capaces de hablar de fracaso ni de ofrecer dimisiones, ellos que se las piden a todo el mundo en todo momento y en todo lugar. Su timonel pone cara apesadumbrada, él que se creyó el nuevo Maquiavelo, y se excusa en la campaña del miedo de la que acusa al PP pero que tan buenos resultados le estaba dando en las encuestas sin que se le oyera quejarse mucho.

Tampoco se oyen voces que hablen de dimisión en el PSOE o en Ciudadanos, a pesar de que ambos han cosechado resultados manifiestamente mejorables. En el PSOE parecen darse con un canto en los dientes por haber salido medianamente vivos del sorpasso y obvian que han perdido cinco escaños con respecto al 20 de diciembre, lo que vuelve a convertir sus resultados en los peores del socialismo español desde el inicio de la democracia. Sánchez se limita a culpar a Unidos Podemos de sus males pero no se le oye tampoco una palabra de autocrítica sobre su liderazgo y sobre la ausencia de propuestas políticas con capacidad para ilusionar a tantos votantes de izquierda no populista que llevan años huérfanos de un referente político en el que confiar. 

De Ciudadanos sólo cabe decir que su líder, Albert Rivera, es uno de los que más razones tenía anoche para haberse ido a su casa después de haber perdido 8 escaños con respecto a diciembre que han ido a reforzar el triunfo del PP. Rivera culpa de sus males a la ley Electoral y tampoco hace autocrítica de su propio liderazgo ni de la ambigüedad ideológica de muchas de sus propuestas políticas.

Estos son los mimbres con los que ahora habrá que intentar formar gobierno y evitar unas terceras elecciones en un año, algo que la economía de este país no resistiría y sus instituciones políticas tampoco. Los primeros indicios no auguran nada bueno: vuelven los vetos personales, si es que alguna vez habían desaparecido, y esa es sin duda la peor manera de empezar a hacer las cosas. Los ciudadanos han votado este domingo y, más allá de lo que nos guste o disguste la decisión mayoritaria, lo democrático es aceptar el resultado y exigir a quien tiene en sus manos la llave de la gobernabilidad que  la emplee en ese fin y no en beneficio de su interés personal y partidista.  

Brexit: good bye y good luck

Jugar con fuego...y quemarse

El primer ministro británico jugo con el fuego del populismo y se ha quemado, aunque eso es lo de menos. Lo grave es que acaba de meter a su país y a la Unión Europea en una hoguera de la que no será posible salir sin graves quemaduras. Honra a Cameron que haya anunciado su dimisión después de que la mayoría de sus paisanos votaran ayer lo contrario de lo que les había pedido, que el país permaneciera en la Unión Europea. Pero nada más, no saquemos los pies del tiesto y empecemos ahora a pontificar sobre lo demócrata que es el primer ministro del Reino Unido y lo cumplidor que es de sus promesas. 

Cameron convocó el referéndum sobre la permanencia en la Unión Europea porque electoralmente le interesaba restarle votos a su principal adversario en las últimas elecciones británicas, el xenófobo y eurófobo UKIP (Partido por la Independencia del Reino Unido, por sus siglas en inglés) del no menos xenófobo  y eurófobo Nigel Farage. Envuelto en la Unión Jack se fue a Bruselas y pidió prebendas varias para el Reino Unido que consiguió sin esforzarse demasiado: básicamente obtener todos los beneficios del club comunitario sin responsabilizarse de ninguna de las obligaciones del resto de los socios. La jugada le salió bien porque los supuestos líderes europeos se dejaron chantajear a placer y le dieron al británico todo lo que pidió y una palmadita en la espalda de eterna amistad y comprensión. 

Con el triunfo conseguido se fue al Reino Unido y empezó a hacer campaña a favor de la permanencia en la Unión Europea. Pero ya era demasiado tarde, los demonios se habían desatado y en las generaciones de británicos que aún añoran el te de las cinco y a la reina Victoria se despertó el recuerdo del viejo imperio y se convirtió en mantra el peligro de los inmigrantes que acuden a Albión a quitarle el trabajo a los ingleses de toda la vida. Eso, unido a datos manipulados por los partidarios del brexit sobre lo que el Reino Unido aporta a la Unión Europea y lo que recibe de ésta, hizo el resto para que el país tomara la peor de las decisiones posibles, democrática pero desastrosa. 

El demonio del nacionalismo 

Dice la experiencia histórica que los demonios nacionalistas desatados son muy difíciles de controlar y eso es lo que le ha pasado a Cameron, que su jugada maestra se ha vuelto en su contra,  en contra de su país y en contra de un proyecto tejido con paciencia durante décadas y aún lleno de rotos y descosidos, el de una Europa unida en la que no haya más guerras y en la que se pueda aspirar a conformar una comunidad de países que, salvaguardando su diversidad, compartan un mismo ideario político, económico y social. 

Todo eso ha estallado en mil pedazos con la decisión británica de ayer, fruto de un calculo electoral de un político mediocre que hoy no ha tenido más remedio que reconocer su fracaso a los cuatro vientos. Deja un Reino Unido dividido por la mitad y ante una situación económica cuando menos cargada de incertidumbres de las que nadie sabe cómo salir porque se da la casualidad de que quienes habían pedido brexit nunca han dicho cuál era su hoja de ruta si ganaba esa opción. En lo económico, la salida de la Unión Europea pasará factura a las dos orillas del Canal de la Mancha y aunque está por ver a cuál de las dos con mayor intensidad, en cualquier caso será muy alta. 

Un Reino Unido más desunido que nunca

En lo político, del Reino Unido actual y centenario podemos pasar al Reino desintegrado: los nacionalistas escoceses, partidarios de quedarse en la Unión Europea, ya ponen sobre la mesa un nuevo referéndum para independizarse definitivamente de Londres. ¿Se lo concederá el democrático Cameron o quien sea su sustituto como primer ministro? En Irlanda del Norte se plantea ya otro referéndum de unión con la República de Irlanda y continuar de este modo en la Unión Europea. Sólo quedarían leales a la corona de su graciosa majestad la Inglaterra profunda favorable a rescatar las viejas esencias nacionales (también en Londres se impuso el no al brexit) y la vieja e insignificante Gales. 

Pero la decisión ya está tomada y, como el propio Cameron dijo en la recta final de la campaña para el referéndum de ayer, es irreversible. Londres y Bruselas tendrán que gestionar ahora este brexit y está por ver cómo lo harán. Nunca antes se ha vivido una situación como esta en la Unión Europea y en ningún tratado comunitario está escrito cómo se sale del club, algo que a lo mejor tendrían que ir pensando en enmendar a la vista de que los eurófobos franceses, holandeses, alemanes y demás ya piden lo mismo que pidieron y han obtenido los eurófobos ingleses: que sus países salgan de la Unión Europea y el último que cierre la puerta. 

Adiós y buena suerte, Reino Unido. 

De las negociaciones para la desconexión británica habrá que estar muy pendientes porque existe el riesgo cierto de que Bruselas, tal vez con el argumento de no agravar las consecuencias del brexit, pretenda permitir que los británicos sigan gozando de las mismas ventajas que el resto de los ciudadanos y países comunitarios aún habiendo abandonado el club. Sería una traición en toda regla y motivo más que suficiente para que quienes incluso pensamos que aún hay tiempo de que la Unión Europea enderece el rumbo pidamos su disolución inmediata o nuestra salida. 

Si los británicos han decidido mayoritariamente irse deben asumir las consecuencias que la decisión comporta: han dejado de pertenecer a la Unión Europea y por tanto son ciudadanos extracomunitarios y como tal deben ser tratados. Bruselas no puede caer en la tentación de los paños calientes ni en las componendas, sino aplicar la prolija legislación comunitaria que con tanto celo suele invocar en otros casos. Cuidado con dar a los europeos continentales gato por liebre porque podría tener consecuencias demoledoras para este proyecto manifiestamente mejorable.

No se trata de revancha sino de que los europeos que aún pensamos que es posible un proyecto político común, podamos continuar trabajando por él sin más interferencias de quien sólo ha buscado desde el minuto uno de su acceso al club su exclusivo beneficio. A los insolidarios se les aparta de nuestro camino y como mucho se les dice good bye y good luck, adiós y buena suerte.    

¿El día del brexit?

Votan hoy los británicos en referéndum si se van o se quedan en la Unión Europea. En el resto de los países del viejo continente se contiene la respiración, especialmente en aquello como España con potentes intereses económicos patrios en la pérfida Albión y en la propia piel de toro. Yo, por mi parte, ando con el corazón a dos bandos, o para ser más preciso, me debato entre lo que me dicta la razón y lo que me piden las visceras. 

Mirándolo desde el punto de vista más razonable del que soy capaz, la salida del Reino Unido de la Unión Europea podría implicar un punto de no retorno en el cada día más deteriorado proyecto europeo. No obstante, si alguien sabe a estas alturas qué significa eso exactamente le agradecería que me lo explicara. Sea como fuere, si ya el proyecto hace aguas por todas partes, la marcha de los británicos lo dejaría a punto del hundimiento definitivo. 

Es el peso de la economía británica, es lo que la Unión Europea exporta a Gran Bretaña, es la seguridad y es la privilegiada relación del Reino Unido con los Estados Unidos. Son también  los turistas británicos que visitan el sur de Europa, que compran casas, que gastan dinero en restaurantes y que se quedan a vivir aquí aunque nunca terminen de aprender el idioma ni muestren excesivo interés por aprenderlo. Es o puede ser el fin del libre tránsito de personas y mercancías entre el Reino Unido y el continente, es, en definitiva, un obús en la línea de flotación de la vieja y desnortada Europa y de sus ajados sueños de unidad y prosperidad, reducidos hoy sólo a la prosperidad de unos pocos y a la pobreza y a la exclusión social de unos muchos. 

Así pues, analizando el asunto desde la perspectiva de la razón me gustaría que los británicos votaran hoy que quieren seguir siendo miembros de la Unión Europea. Eso les permitiría, por ejemplo, seguir viniendo a España a someterse a intervenciones quirúrgicas con cargo a la seguridad social española que la del Reino Unido no les paga. Si permanecen en la Unión Europea es más que probable que se eviten una devaluación de la libra que encarecería sus viajes al extranjero o les obligaría a ajustarse el cinturón y mirar por los peniques a la hora de ponerse tibios de cerveza de  barril durante sus vacaciones. 

Pero, qué quieren, también las visceras quieren dejarse oír y dicen con fuerza que ya están hartas del gimoteo y la permanente petulancia británica para con la Unión Europea, esa añoranza polvorienta por las viejas glorias del imperio victoriano, ese continúo descontento con lo que se decide en Bruselas sobre su comercio, sobre su medio ambiente, sobre el dinero que tienen que aportar y el que reciben a cambio. 

Es una monserga tan cansina y persistente y tan extendida en el tiempo que por no oírla uno estaría encantado de que se fueran de una santa vez y nos dejaran a los demás en paz. De hecho, el referéndum de hoy no es otra cosa que el fruto del chantaje al que el primer ministro Cameron sometió a la Unión Europea y que esta gustosa aceptó: "Esto es lo que quiero y además lo voy a someter a referéndum".

Se lo dieron pero al parecer, o no ha sido suficiente para que una clara mayoría de británicos esté por la labor de quedarse, o Cameron es incapaz de venderle a sus propios paisanos lo que le ha arrancado a los timoratos líderes europeos. Lo que ha conseguido en cambio es agitar el peligroso discurso xenófobo contra los inmigrantes, indigno de un país de la tradición y la cultura del Reino Unido, tierra de emigrantes a otros muchos países de todo el mundo en donde han dejado su impronta pero también su arrogancia y su a veces ridículo complejo de superioridad. 

 Dicen las encuestas que el brexit perderá por la mínima y eso salvará a Cameron del incendio que él mismo encendió con su populismo inconsciente. No por su bien, sino por el de los propios británicos y por el del conjunto de los europeos, espero que hoy termine triunfando la razón sobre el estómago.  

Grabando, grabando

¿Qué hace el responsable de la Oficina Antifraude de Cataluña, el magistrado Daniel de Alfonso, explicándole al ministro del Interior del Gobierno de España, Jorge Fernández Díaz, las pesquisas en las que está trabajando sobre posibles irregularidades en partidos como Ezquerra Republicana de Cataluña o Convergencia Democrática? 

¿Qué relación jerárquica existe entre de Alfonso y Fernández para que esa reunión se celebre y para que el primero le transmita al segundo información que no puede ni debe transmitirle más que al Parlamento de Cataluña, del que depende la Oficina Antifraude? ¿Quién graba, por orden de quién y con qué fines graba? ¿Quién filtra las grabaciones a un medio de comunicación, por qué ahora y con qué fines?

¿Con qué fines ha usado Fernández Díaz la información que le facilitó de Alfonso en esa reunión conocida ahora a través de las grabaciones reveladas por el diario Público? ¿Las utilizó de algún modo o pensó utilizarlas contra políticos catalanes como Oriol Junqueras o Artur Mas? 

¿Además de las conversaciones recogidas en la grabación que ahora ha salido a la luz, se han producido nuevos encuentros "informativos" entre Daniel de Alfonso y Fernández Díaz y, en su caso, cuantos y de qué han hablado? ¿Le ha vuelto el primero de ellos a transmitir al segundo información que sólo puede y debe transmitir al Parlamento de Cataluña? 

¿Estaba el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, al corriente de esa reunión de su ministro del Interior con el cargo público catalán como dice Fernández Díaz en la grabación difundida? Es más: ¿pudo haber sido el propio Mariano Rajoy el que encargara a su ministro del Interior que buscara la manera de encontrar argumentos con los que poner contra las cuerdas y quién sabe si ante los jueces a Junqueras, Más y otros políticos catalanes desafectos e independentistas?

¿Es creíble que Mariano Rajoy argumente que no sabía nada de esas reuniones y achaque todo el asunto a una maniobra política para causarle daño al PP a menos de una semana para las elecciones?

¿Es igualmente creíble que sea el propio ministro del Interior en funciones el que anuncie una investigación para esclarecer lo ocurrido? ¿Se va a investigar el ministro a sí mismo? ¿No sería mucho más adecuado que pidiera comparecer inmediatamente ante la Diputación Permanente del Congreso de los Diputados para dar todas las explicaciones que se le exigieran?

¿Son tan redomadamente cínicos en el PP como para creer que pueden desviar la atención sobre este grave caso de presunta utilización política de los medios del Estado con fines inconfesables agarrándose como loros al argumento de que lo grave es que se grabara la conversación y no el contenido de la misma? 

Estas son sólo algunas de las preguntas que sugiere este nuevo escándalo que salpica - una vez más - al PP en plena campaña electoral. No hay duda - y es lógico -  de que esa es la causa por la que el resto de formaciones no se lo ha pensado dos veces para pedir dimisiones y ceses a mansalva. 

No obstante, primero y cuanto antes deben ir despejando todas estas cuestiones los directamente concernidos para, en función de sus explicaciones, determinar si el asunto es un montaje y, si no lo es, decidir si se arregla sólo con dimisiones y ceses o si es necesario incluso subir un escalón y poner el caso en manos judiciales. Cuanto más tiempo tarden en ofrecer las explicaciones que deben a los ciudadanos más se instalará en nosotros el convencimiento de que todo lo publicado es verdadero. 

Incongruencias electorales

Resulta que en España está prohibido publicar encuestas de intención de voto cinco días antes de unas elecciones. Se preguntarán ustedes por qué España es también diferente en esto si en todos los países democráticos de nuestro entorno se publican sondeos a pie de urna incluso el mismo día de las elecciones, tanto cuando abren los colegios electorales como cuando están a punto de cerrar.

Pues no, en España no es así. Aquí bajamos la persiana de los sondeos cuando aún falta una semana bien contada para acudir a las urnas porque el legislador decidió en su día que su publicación puede influir sobre el influenciable voto de los ingenuos y poco avisados ciudadanos. Pero se les escapó un detalle no menor, precisamente. Si el argumento para no publicar encuestas electorales después de esa fecha es que puede influenciar en la decisión de los ciudadanos, cómo puede explicarse en cambio que no se prohíba también y al mismo tiempo la campaña electoral propiamente dicha. 


Cabría pensar que esta última no es utilizada por los partidos políticos que concurren a unas elecciones para influenciar en el voto de los ciudadanos sino para que estos se prenden de la oratoria y el palmito de los candidatos. Lo cual, sobre decirlo, es absolutamente absurdo. 

Como absurda es a estas alturas la bobada de la jornada de reflexión del día previo a las elecciones, una institución que pudo tener cierto sentido en los inicios de la etapa democrática hace 40 años, cuando los españoles acababan de salir de una dictadura de la misma duración y lo de los partidos políticos y las urnas les olía aún a una inmensa mayoría de ciudadanos a cuerno muy quemado. 

En la actualidad nada de eso tiene sentido ni utilidad. Si los españoles somo un pueblo maduro democráticamente hablando carece de toda lógica y sentido que no se puedan publicar sondeos electorales en cualquier momento que los medios o quienes sean decidan encargarlos y pagarlos; como carece de sentido esa jornada de reflexión pensada más bien para párvulos políticos y no para ciudadanos conscientes y responsables. 

Antiguallas que, por cierto, no he escuchado a ninguno de los partidos emergentes decir que van a suprimir si gobiernan. Puede que en este aspecto como en tantos otros sean mucho menos emergentes y menos innovadores de lo que presumen. Puede que en el fondo también compartan con sus hermanos mayores la misma idea de que los ciudadanos no somos capaces de tomar nuestras propias decisiones sin que nos lleven de la mano y nos tutelen en todo momento. O puede que eso sea precisamente lo que les asusta, que tomemos nuestra decisiones sin contar con ellos. 

El voto útil

Andan algunos enfrascados estos días en el voto útil y el voto inútil en las elecciones del domingo. Es el caso de Rajoy, para el que todo lo que no sea votar al PP es un voto inútil. Este modo de expresarse de un político tan mediocre como el aspirante a seguir al frente de este país es indignante. 

En democracia no hay votos inútiles, otra cosa es que contribuyan en poco, mucho o nada a que el partido por el que se vota alcance el poder o se quede muy cerca que, en definitiva, de eso y no de otra cosa se trata. Los ciudadanos votan pensando en la utilidad de su voto, es cierto, pero también en las ideas y propuestas del partido por el que votan. 

El peso de cada factor en la decisión final es muy aleatorio. De todo modos, su voto es siempre es tan útil desde la perspectiva del sentido último de la democracia aunque fuera el único que se contabilizara en favor de esa opción política. Piensa Rajoy que votar es un mero ejercicio dominical que se ejerce cada cuatro años - o cada seis meses como en este caso - y  que a los electores les da lo mismo ocho que ochenta votar por Juana que por la hermana. Esa es la lamentable estima en la que este hombre tiene a la democracia y a los ciudadanos que la ejercen libremente. 

Lo verdaderamente útil para la democracia de este país sería que Rajoy desapareciera definitivamente de la escena política. Con creces ha demostrado no sólo su estatura de pigmeo en los asuntos de estado, su sospechosa supuesta ignorancia de los casos de corrupción que anegan su partido, el seguidismo entusiasta de las políticas más dañinas para la cohesión social, sus redomadas mentiras políticas y su monocorde y cansino discurso de gris funcionario: o yo el caos. 

Eso por no entrar ahora a analizar la utilidad de una campaña electoral como la presente en la que, a falta de argumentos más convincentes, los líderes políticos llevan días enredando sobre pactos que no firmarán y partidos a los que no apoyarán. Mientras, el país de a pie sobrevive como puede a tanta nulidad política y a tanta falta de espíritu constructivo.   

Nunca digas nunca jamás

Atentos a sus pantallas: los principales medios de comunicación publicarán mañana sondeos electorales que no harán sino confirmar lo que han venido augurando hasta ahora con machacona insistencia y lo que hace poco más de una semana vaticinó la encuesta con mayor número de entrevistas que se realiza en España, la del Centro de Investigaciones Sociológicas. 

Todas coinciden en que la coalición Unidos Podemos y el empuje de sus confluencias varias hará realidad el famoso "sorpasso" y superará de largo en votos y en escaños al PSOE. Por la derecha, el PP podría mejorar ligeramente los resultados del 20 de diciembre y Ciudadanos repetir unos datos muy similares a los de hace seis meses.

En consecuencia, el panorama que dibujan estas encuestas es que en la noche del 26 de junio es muy probable que nos encontremos con dos bloques políticos casi simétricos y una posible situación de enquistamiento muy similar a la que produjeron las urnas el 20 de diciembre. Si las encuestas aciertan - por lo pronto son todas coincidentes - los españoles volveremos a requerir de los partidos políticos cintura política y capacidad de acuerdo para alcanzar un pacto de gobierno que necesariamente tendrá que pasar por renunciar a líneas rojas y a vetos personales como los que malograron el acuerdo en la reciente y fracasada legislatura. 

Sin embargo, lo que las declaraciones de los líderes y el debate televisivo de hace unos días nos está mostrando es que esos líderes siguen despreciando olímpicamente el sentido del voto de los ciudadanos y siguen enrocados en sus posiciones de campanario. Rajoy y el PP sólo hablan de "gran coalición" y de que gobierne el partido más votado, como si todo lo demás no fuera legal o democrático. La corrupción que salpica al menos por omisión al propio Rajoy es asunto que no parece ir con el cansino líder popular y su apego al cargo son factores que influyen negativamente en posibles acuerdos de gobierno.

Ciudadanos ha vuelto precisamente a marcar como línea roja un acuerdo que implique hacer presidente a Rajoy e incluso a su número dos Soraya Sáenz de Santamaría. En el PSOE, su líder nominal y candidato a la presidencia, Pedro Sánchez, insiste en que no hará presidente a nadie del PP "nunca y en ningún caso"; otra cosa es lo que piensen sus barones, que de momento no ocultan su rechazo casi visceral a la posibilidad de que el PSOE haga presidente al líder de Podemos, Pablo Iglesias. Éste se viste ahora con piel de cordero pero bien saben en el PSOE que es un lobo que viene a por ellos y que a poco que se despisten los engullirá como ya ha hecho con una Izquierda Unida, autosacrificada en el altar de los resultados electorales después de años atravesando el duro desierto de ser fuerza política residual.

Esos son los mimbres con los que caminamos hacia el 26 de junio y con los que no resultará nada sencillo alcanzar los acuerdos de gobierno que este país está necesitando desde hace muchos meses. La posibilidad de unas terceras elecciones generales en apenas un año no es por desgracia  un escenario tan improbable y los propios líderes políticos parecen filtrear de nuevo con esa hipótesis sin importarles lo más mínimo el hastío ciudadanos con ellos y con sus partidos. Juegan con fuego y nos podemos quemar todos.  

Bofetada sin manos

Hay bofetadas sin manos más sonoras, dolorosas y ejemplarizantes que las de toda la vida. Una de esa clase se la acaba de propinar la ONG Médicos Sin Fronteras a la Unión Europea y a todos sus países miembros, los que van quedando al menos. Les ha dicho que no quiere su dinero mientras no cambie su penosa, lamentable e ilegal política migratoria con la que los supuestos líder es europeos se tapan las vergüenzas para presumir de ser los más solidarios del mundo mundial.

 A la vista de cómo se ha comportado con los refugiados y solicitantes de asilo esta Europa egoísta y cicatera, uno no puede menos que aplaudir (esta vez con las manos y hasta con las orejas) la decisión de Médicos sin Fronteras. No son precisamente sus miembros unos pardillos ni unos recién llegados al trabajo en pro de los que peor lo pasan y a los voluntarios de la organización que murieron atendiendo en África a los enfermos de ébola me remito.

Su gesto tiene un enorme valor simbólico que es preciso subrayar. En primer lugar deja en evidencia la insensibilidad con  la que la Unión Europea - marchito Premio Nobel de la Paz - y sus países miembros se han tomado el drama humanitario de los refugiados, el más grave desde la Segunda Guerra mundial. Pero lo más ejemplarizante de la decisión de Médicos sin Fronteras es que deja con las vergüenzas al aire a los fariseos que creen que entregando dinero a las ONGs para que asuman las responsabilidades que les corresponden a ellos se cubre el expediente y hasta se puede presumir en los foros internacionales de solidaridad con los pobrecitos sirios que huyen de la guerra en su país. Sonora y contundente bofetada en una cara muy dura, la de una Unión Europea en caída libre y puede que irreversible. 

Patrioterismo

Hoy mismo quiero retomar la actividad en el blog y lo quiero hacer con una muy breve reflexión sobre el patrioterismo, cosa muy distinta del patriotismo. 

Viene a cuento porque, a propósito de la visita que el primer ministro británico, David Cameron, ha realizado hoy a Gibraltar, algunos líderes políticos españoles no han dudado en sacar a pasear su más rancio patrioterismo aprovechando, además, que estamos en campaña electoral. Sacar a relucir las esencias y viejas reivindicaciones patrias siempre es una tentación casi irresistible en épocas de marcado celo político como el actual. 

A algunos les ha faltado el filo de un cuchillo para cuadrarse en el primer tiempo del saludo y entonar "montañas nevadas, banderas al viento". Son los que le echan la culpa de nuestros problemas a la pérfida Albión y al mismo tiempo critican a Nicolás Maduro por hacer lo mismo con el "imperialismo yanqui y sus lacayos". Los mismos también que buscan que seamos como el necio que mira el dedo y no como el sabio que mira la luna.  

Como decíamos hace dos años

Pues sí, he decidido volver; he decidido retomar este blog que dejé hace ya tanto tiempo sin dar explicaciones, la verdad. Pido disculpas por ello. 

No prometo nada, ni frecuencia ni periodicidad ni extensión,sólo la intención de recuperar este espacio que tantas satisfacciones me producía y que tanto me ayudaba a ordenar mis ideas sobre tantos asuntos de tan variada índole. Se preguntarán entonces qué razón había razón para abandonar. La había: falta de tiempo debido a la sobrecarga de trabajo fue la principal. También habría que mencionar un cierto cansancio y la dificultad diaria de encontrar un asunto del suficiente interés que comentar y hacerlo con un mínimo nivel de rigor.

Lo primero que va a cambiar en esta segunda etapa del blog será la extensión de las entradas. Por norma general serán muy cortas, casi aforismos, y siempre (o casi siempre) relacionadas con los asuntos de la actualidad que más me interesan (economía, sociedad, política en su más amplio sentido) 

Por lo demás, cuando me apetezca abordaré otros asuntos o colgaré otros contenidos relacionados fundamentalmente con la música. Quiero tener un blog libre de ataduras y que me apetezca actualizarlo lo más frecuentemente posible, no quiero algo que me obligue a escribir tantas líneas a diario tenga o no deseos de hacerlo o asunto de interés sobre el que escribir. 

¡Allá vamos, pues! ¡Gracias de antemano!

Costa noroeste de Gran Canaria