Rajoy nos vacila

Era difícil que se superara a sí mismo pero Rajoy lo ha conseguido y ha dado una nueva vuelta de tuerca al más difícil todavía. Cuando todo el mundo especulaba sobre si aceptaría o no el encargo del rey para ir a la investidura e incluso si el rey llegaría a proponerlo a la vista de que ni ha buscado ni tiene apoyos suficientes para lograrla, va don Tancredo y nos regala una de sus fintas preferidas: hacer como que se mueve sin hacerlo ni un milímetro en realidad. Qué otra cosa puede significar esa aceptación del encargo del jefe del Estado condicionándola a conseguir los apoyos necesarios para no sufrir la suerte de Pedro Sánchez en la pasada legislatura. No le importa lo más mínimo hacer como si no existiera una Constitución por la que cuando se acepta el encargo del jefe del Estado es ineludible cumplir con el compromiso se tengan o no apoyos para salir airoso del mismo. 

Sé que doctores tiene el derecho y que no todo el mundo coincide con que el mandato de la Constitución es meridianamente claro en ese asunto.. Ahora bien, sí hay una mayoría de juristas que opina que Rajoy tiene que apechugar con su responsabilidad constitucional y no buscar subterfugios para esquivarla. Más allá de cuestiones jurídicas, otra cosa ha dejado clara Rajoy por si alguien aún tenía alguna duda: no ha movido un dedo para conseguir los apoyos por los que dice desvivirse de boquilla. Lo más que ha hecho ha sido poner sobre la mesa un corta y pega del programa electoral de su partido que el resto de fuerzas políticas no puede menos que considerar insuficiente para sentarse a negociar. Bien es cierto que de pasividad en la brega hay que acusar a todos los partidos políticos, empezando por el PSOE. Si esto fuera una corrida de toros habría que devolverlos sin falta a los corrales. 


Escudándose en que fue el PP el partido que ganó las elecciones, tampoco ha movido ninguno un dedo para ofrecer al menos una abstención a cambio de tres o cuatro grandes asuntos de estado sobre los que fuera posible alcanzar un acuerdo. En lugar de eso se ha perdido un mes precioso en el inmovilismo, en el regate en corto y en el tacticismo más lamentable, mientras los problemas se enquistan y se agravan. Pero aún teniendo el resto de las fuerzas una importante cuota de responsabilidad en la impresentable situación política, es sobre el PP y sobre Rajoy sobre quienes sigue recayendo, ahora más que nunca, la principal responsabilidad de desbloquear la situación, entre otras cosas, porque ganó las elecciones. Y hacerlo, además, cuanto antes, definiendo más pronto que tarde a qué se refiere cuando habla de "un plazo razonable" para buscar esos apoyos.

Rajoy tiene que despejar cualquier duda de que acudirá la investidura  y tiene que establecer un plazo lo más corto posible para intentarlo. No es una opción para Rajoy aprovechar el control sobre la presidencia del Congreso para acomodar la sesión de investidura a su exclusiva conveniencia y no es una opción para la presidenta de la Cámara jugar a favor de los intereses de su propio partido y no de los de todos los ciudadanos. Ana Pastor tiene la obligación de exigir a Rajoy una fecha para la celebración del pleno de investidura, facilitando de este modo que empiecen a caminar los plazos previstos en la Constitución para que se presente otro candidato o para que se convoquen elecciones. Ya no son admisibles ni tolerables más componendas a favor de obra ni más largas ni más ya veremos o no adelantemos acontecimientos, tan del gusto de Rajoy. Son los acontecimientos los que nos están adelantando y arrollando como país - pensiones, presupuestos, recortes, financiación autonómica, etc., etc. -  y es urgente que se ponga fin a esta esperpéntica situación. 

La forma de conducirse de Rajoy demuestra una vez más que sigue creyendo a pies juntillas en las ventajas de su estrategia preferida, que será el tiempo el que terminará dándole la victoria aunque sólo sea por agotamiento de los adversarios. No deberían estos tampoco escudarse en el tancredismo de Rajoy para continuar mano sobre mano a la espera no se sabe muy bien de qué. El bloqueo es ya mucho más grave que en la pasada legislatura porque no ha habido ni hay nada que merezca el nombre de negociaciones y porque el país lleva ya ocho meses sin un gobierno que pueda encargarse de las urgencias que hay sobre la mesa. Para rematar el despropósito de los últimos meses, solo nos faltaba ahora un candidato a la investidura que como hizo Rajoy ayer tarde se permita vacilar a todo un país, término que según una de las acepciones de la RAE significa literalamente  "engañar, tomar el pelo, burlarse o reírse de alguien".   

Echenique: tic-tac, tic-tac

Si te dedicas a tiempo completo a dar lecciones de ética corres un elevado riesgo de que te las terminen dando a ti si no eres consecuente con tus propias prédicas. No puedes ir por el mundo señalando con el dedo a los demás y exigiéndoles que limpien sus casas si tú no has hecho los deberes en la tuya. Quien aplica la doble vara de medir con respecto a la corrupción de los demás frente a la suya o recurre a la ley del embudo que deja la parte estrecha para los demás y se reserva para sí la ancha no merece que se  le preste más atención cuando vuelva a hablar de regeneración y transparencia. 

El secretario de organización de Podemos, Pablo Echenique, ha tenido que reconocer que durante un año tuvo a un trabajador a su servicio sin contrato y sin darle de alta en la Seguridad Social, o sea, en negro azabache total. Lo ha confesado después y no antes de que lo publicara un periódico de Aragón, aunque eso no es lo peor viniendo de alguien capaz de conjugar el verbo dimitir en todos las personas y tiempos salvo en la primera del presente. Lo peor es que ha intentado echarle la culpa al cha - cha - chá: dice el dirigente de Podemos - conocido martillo político de herejes y corruptos - que la culpa es del sistema porque obliga a los dependientes como él a elegir entre pagar la hipoteca o la Seguridad Social de un asistente que le eche una mano en sus tareas cotidiana. 

Dicho de otra manera, que Echenique justifica sin ambages la economía sumergida y que los empleadores  hagan de su capa un sayo con contratos, salarios y cotizaciones a la Seguridad Social alegando circunstancias como la suya u otras que les vengan bien para justificar el incumplimiento de la ley. Sin descontar, por supuesto, que sean también los propios empleados los que en ocasiones rechazan el alta en la Seguridad Social para ahorrarse la cuota y disponer de algo más de liquidez, lo cual tampoco justificaría que el empleador se aviniera al chanchullo.  

Pero ateniéndonos al caso que nos ocupa, me produce perplejidad que el partido que venía a cambiar el mundo en menos de lo que tardó en crearse, acabar con la corrupción y regenerar la vida política, perseguir el fraude fiscal y crujir a los ricos con impuestos siga teniendo como número dos de su jerárquica organización a alguien que no asume la más mínima responsabilidad política cuando es descubierto haciendo algo que de haberlo hecho otro ya le habría supuesto ser crucificado en la plaza mayor.  Rápidamente se ha organizado la autodefensa y en tromba han salido ya algunos dirigentes de Podemos a justificar a su compañero pillado haciendo algo que él mismo reconoce que no estaba bien y que, además, era consciente de ello. 

Carolina Bescansa, la inolvidable diputada del bebé parlamentario con el que arrancó la pasada legislatura, califica de "vergonzante" los ataques a su compañero. Abro aquí un breve paréntesis: según la RAE, "vorgonzante" es ocultar algo por vergüenza. Supongo que Bescansa se refiere a ataques "vergonzosos", es decir, que causan vergüenza. Y cierro paréntesis, que tampoco vamos a exigirles a la gente de Podemos ni al común de los políticos no sólo coherencia entre lo que dicen y lo que hacen sino que encima conozcan el significado de las palabras que emplean. 

No opina lo mismo que Bescansa, sin embargo, Alberto Garzón, la segunda parte contratante de la primera parte en la coalición Unidos Podemos. A su juicio, lo que ha hecho Echenique es una práctica que se debe censurar. De lo que han dicho, por ejemplo, en el PP o en el PSOE ni me voy a ocupar porque ya ustedes se lo pueden imaginar de manera muy cabal. Lo que importa ahora es saber si Echenique va a dar el paso que sigue al de reconocer que metió la pata, que incumplió la ley y que lo hizo completamente  a sabiendas. 

No se trata de atizarle al árbol cuando se tambalea pero hay que recordar que todo eso ocurrió al mismo tiempo que Echenique y los suyos nos aleccionaban sobre el descrédito de la política y sobre la ineludible obligación que tienen de responder con sus cargos aquellos que se aparten del camino recto marcado por la nueva moralidad pública, esa al parecer tan vieja que reza que si lo hago yo es justificable pero si lo hacen otros no tiene perdón de Dios. Tic-tac, Tic-tac.  

Triste país

Triste país el mío: llevamos más de medio año sin gobierno y a casi nadie le importa. La última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas desvelaba incluso que el raquítico porcentaje de ciudadanos preocupados por la ausencia de gobierno en plenitud de funciones había bajado con respecto al estudio anterior. Pero no es eso lo más triste, con ser muy descorazonador que a la inmensa mayoría de los españoles les deje completamente indiferentes quién y cómo decide sobre sus vidas y sus  haciendas. 

Lo más triste es que el partido llamado a gobernar porque ganó las últimas elecciones mejorando incluso los resultado de las anteriores se sentará en el banquillo de los acusados por destruir deliberadamente pruebas de su presunta financiación irregular. Eso sí que es terrible porque ilustra con claridad que los responsables del partido que nos quiere gobernar, empezando por su presidente, y que tendría todas las bendiciones democráticas para hacerlo, actúa supuestamente con absoluto desprecio por las leyes positivas y por las de la decencia política más elemental. 

Noticias como la del procesamiento de los responsables de borrar a martillazos los ordenadores del PP para presuntamente hacer desaparecer las pruebas de la caja B, no hacen sino emponzoñar más el ambiente político y dar argumentos a quienes defienden que el partido que quiere gobernar y quien lo preside no son dignos de confianza ni apoyo. De este modo, el panorama parece tan agotado y falto de espíritu constructivo que después de un mes desde las elecciones vivimos una situación de bloqueo muy similar a la de la anterior legislatura e incluso más enquistada. En la anterior hubo al menos algún intento de conformar una mayoría parlamentaria y hasta se suscribió un acuerdo de gobierno que, al parecer, ya no tiene ninguna utilidad para nadie. ¡Qué pronto se guardan en un cajón en España por parte de algunos las grandes promesas, los acuerdos transformadores, las reformas inaplazables, la regeneración política, la lealtad a la letra y al espíritu de los compromisos!  

A la vista está que los partidos no fueron sinceros cuando tras las pasadas elecciones prometieron que no se repetiría la situación de bloqueo. Si lo hubieran sido al día siguiente de las elecciones habrían desplegado sus equipos negociadores y a estas alturas habría un gobierno ocupándose de elaborar unos presupuestos para el año que viene, negociando con todos los partidos, con los sindicatos y con los empresarios cómo garantizar el futuro de las pensiones, presionando en Bruselas, en París y en Berlín para que la sanción por déficit excesivo quede en apenas tirón de orejas. 

Habría un gobierno  buscando un verdadero pacto de estado por la educación, sentando las bases para mejorar la financiación autonómica y abordando una verdadera reforma fiscal que acabe con los parches electorales tan del gusto de Montoro. En pocas palabras, habría un gobierno discutiendo con todos y buscando acuerdos con todos sobre lo que debe hacerse y cómo debe hacerse. Puede sonar a utópico o ingenuo pero cada vez detesto más el politiqueo tacticista y cortoplacista y echo más en falta una verdadera voluntad política de acordar para avanzar. Es frustrante ver en qué ha derivado la política en un país que hace 40 años, cuando apenas empezaba a salir del largo túnel de la dictadura, fue capaz de acordar una Constitución democrática que obligó a todos a dejar a un lado principios preciosos. Hoy, en cambio, no sólo no es capaz de conformar un gobierno sino de ponerse acuerdo para nombrar a un presidente. 

Todos, sin excepción, se agarran a sus programas electorales, nadie parece dispuesto a renunciar ni a una coma para propiciar el acuerdo por por poco importante que parezca. A lo mejor esa es la clave, que el avance sea lento, pasito a pasito, y no el vuelco "revolucionario" que preconizan quienes llegaron ayer a la escena política y han tenido que aprender en carne propia que el maximalismo y el intento de imponer de inmediato tus principios como si fueran los únicos válidos y verdadero te pueden llevar a un largo ostracismo en la oposición. En la actual situación y con las actitudes que estos días muestran unos y otros, no solo no avanzamos sino que en el mejor de los casos nos estancamos y en el peor retrocedemos: pasa el tiempo y los problemas se agravan sin que nadie los atiende ni se enfrenta a ellos. 

Y a nadie parece importarle lo más mínimo tal cosa o tal vez nadie quiere asumir que presentarse a unas elecciones no es un pasatiempo bien remunerado sino una responsabilidad con los ciudadanos y con la solución de sus problemas por la vía de buscar lo que une o acerca en lugar de anteponer lo que separa o aleja. No pueden los representantes políticos no ser conscientes  de que los españoles hemos votado con ese fin y no actuar en consecuencia. En resumen, triste país aquel en el que, como en España, los representantes políticos abdican sus responsabilidades en aras de intereses coyunturales y en el que los ciudadanos hemos abdicado a su vez de nuestra obligación cívica y permitimos que los corruptos sigan utilizando el término regenerarse en vano.

Mi consejo para el rey

No seré yo menos y no renunciaré a aconsejar al rey sobre lo que debe hacer en esta churrigueresca situación política que nos regalan los partidos sin que hayamos hecho nada para merecerla. Si los recién llegados al escenario se creen con el derecho de indicarle al Jefe del Estado lo que debe pedir a otros actores con más callos políticos, no sé porque no iba a tener yo el mismo derecho a hacer otro tanto. No le voy a pedir que sugiera a nadie que vote en un sentido o en otro o que se abstenga en una eventual sesión de investidura que nos saque de este valle de incertidumbres por el que caminamos desde hace meses. 

Solo me voy a permitir recomendarle que llame a los partidos políticos ahora mismo y desconvoque de inmediato el besamanos anunciado para mañana, pasado y el otro en el Palacio de la Zarzuela. Puede dedicar ese tiempo que le quedaría libre de compromisos políticos a lo que quiera, en eso no entro ni salgo: rellenar crucigramas, leer el Marca, ver House of Cards, bañarse en la piscina de palacio o dormir la siesta, lo que a su soberana majestad le apetezca más. Eso sí, se lo pido por favor, ahorre a los españoles y ahorre para usted mismo un montón de tiempo perdido en vano, un montón de vacías ruedas de prensa sin nada sustancial que decir, un montón de nuevas cábalas y lecturas entre líneas para llenar tertulias, columna y telediarios y más frustración política de la que empezamos a ser capaces de soportar. 


Lo sabe perfectamente y lo sabemos todos los españoles: salvo milagro mariano, de este teatrillo que mañana va a iniciar Usted en La Zarzuela no va a salir un candidato a la investidura como presidente del gobierno. Cada día está más claro que quienes pueden desatascar la situación prefieren alargar el esperpento a la espera de que sean otros quienes se muevan de sus posiciones numantinas. Nadie da su brazo a torcer, nadie se baja del burro, nadie enseña sus cartas, nadie pone sobre la mesa - que se sepa - nada que se parezca a una propuesta de acuerdo. Y así, ya me dirá Usted qué sentido tienen lo que va a producirse a partir de mañana. 

Todos volverán a mirar al tendido y a silbar y se verá Usted en la tesitura de proponer a alguien que ya parece estar pensando en  hacerle el mismo feo que le hizo en la pasada legislatura, lo que le volvería a dejar compuesto y sin candidato que proponer al Congreso. Es verdad que podría también no proponer a nadie si después de escuchar lo que le diga cada uno llega a la conclusión el jueves de que proponer por proponer es bobería si no hay quien reúna apoyos suficientes para ser investido. Pero, fíjese lo que le digo, ni a tanto llegaría yo. Desconvocaría inmediatamente lo del besamanos y lo volvería a convocar para dentro de una o dos semanas con la esperanza de que al jorobarles bien las vacaciones serán capaces de recapacitar y entrar en razón. 

Eso sí, para entonces les exigiría que acudieran con los deberes hechos, sin borrones ni tachaduras so castigo de no volver más por la Zarzuela a hacerle perder su valioso tiempo y a sacar de quicio a los hastiados ciudadanos de este país. Y debería de advertirles sobre todo de que se están jugando su continuidad en el partido por evidente pasividad en la brega. Aunque si le soy sincero, dudo de que aún así cambien de actitud y muestren de una vez un poco de respeto para con los ciudadanos y sus problemas de los que ya llevan demasiado tiempo inhibiéndose como si no fueran con ellos y como si no hubieran sido elegidos para buscarles solución entre todos. 

Por eso, me reafirmo en lo que escribí hace unos días y le pido con todo respeto que si tiene a bien desconvocar el paseíllo político de mañana les traslade también este mensaje: o alcanzan un acuerdo cuanto antes - es indignante que un mes después de las elecciones aún estemos en esta situación - o habrán quedado completamente deslegitimados para volvernos a pedir que votemos por ellos.  

Trump aterra

Como la cansina cotidianidad política en la 13 Rúe del Percebe nacional apenas daría para un par de líneas y no quisiera ser yo tan escueto, me ha dado hoy por fijarme en lo que pasa estos días en Estados Unidos. Puede que haya sido su dorado pelo al viento esta vez colocado en su sitio, el mohín impaciente, los ojos entrecerrados y el dedo acusador. En efecto, hablo de él, del showman de la televisión sobre el que los siempre perspicaces y corrosivos Simpson ya vaticinaron en 2000 que algún día pisaría el despacho oval de la Casa Blanca.

Aún no lo ha conseguido pero acaba de dar un paso de gigante en esa dirección al ser nominado por la convención republicana. Eso es lo que me da miedo de alguien que vocifera como un energúmeno sobre el terrorismo yihadista o sobre la obsesión del muro que se le ha metido en la cabeza levantar en la frontera entre su país y México. Pienso para mi que alguien que tiene que gritar y gesticular de ese modo para exponer sus ideas - vamos a llamarlas así por conveniencia y economía  - es que o no las tiene todas consigo o es un fanático del que sería conveniente alejarse lo más posible. Cuando este personaje salido literalmente de un reality show titulado "El Aprendiz" anunció que lucharía por la nominación republicana a la Casa Blanca pensé que no llegaría muy lejos en sus aspiraciones y que pronto se le opondría alguien que le obligaría a volverse por donde había venido. Me equivoqué, varios se le opusieron y todos terminaron arrojando la toalla más pronto o más tarde. No advertí que son precisamente esa aureola de predicador enloquecido y su magistral dominio de los medios lo factores que le ha hecho ganar la candidatura. 


Pero que yo no supiera ver eso no tiene ninguna importancia. Sí la tiene en cambio que los grandes medios norteamericanos, los de referencia, las biblias del periodismo, se lo tomaran a pitorreo cuando en realidad estaban ante un fenómeno mediático de primera magnitud que ninguno de estos gurús periodísticos supo ver. Cuando cubrían sus actos de campaña lo hacían más bien con la idea de que dijera alguna patochada de las suyas, de que insultara a alguna periodista o a los hispanos o a los afroamericanos o a las musulmanes. Era carne de televisión, de redes sociales y de grandes titulares y eso vendía periódicos, incrementaba las audiencias y convertía en virales sus disparatadas declaraciones y las reacciones de sus seguidores y de sus detractores. Un gran circo mediático que los sesudos analistas norteamericanos ignoraron alegremente mientras el dueño del circo acumulaba seguidores entre la América más profunda, conservadora y patriotera y ganaba nominaciones en un estado tras otro. 

Ahora sólo cabe contener la respiración y aguardar a lo que ocurra en las elecciones presidenciales de noviembre. Serán unas elecciones inéditas en Estados Unidos porque serán las primeras en las que una mujer aspira a la Casa Blanca y un magnate de discurso xenófobo, beligerante y unilateralista represente a la derecha tradicional del país. No me calentaría ni mucho ni poco lo que se decida en esa contienda electoral si no fuera porque esa decisión puede tener unas repercusiones u otras en millones de personas más allá de las fronteras de Estados Unidos. Dicen ahora algunos analistas que a la estrella de la tele no le quedará más remedio que moderar su discurso para atraerse a los indecisos y robarle incluso votos a los demócratas. Puede ser pero la cuestión no es esa, sino cuánto tardaría una vez en el despacho oval en despojarse de la interesada piel de cordero para ser el lobo que a todas luces es y cuyas arengas filonazis tanto terror empiezan a producir.  Ahora ya no hace gracia a quienes antes lo consideraban un payaso sin posibilidades, ahora aterra.   

Pokemanía: se nos va la pinza

Me tomo un respiro en el cotidiano seguimiento de las andanzas políticas en la 13 Rúe del Percebe para ocuparme de la tontuna generalizada que afecta gravemente estos días en todo el mundo a millones de personas, muchas de ella hechas y derechas y con una cabeza - o algo que se le parece mucho - sobre los hombros. A Dios pongo por testigo de que soy de los que piensan que cada cual es libre de utilizar / invertir /malgastar / desperdiciar su tiempo como su caletre le de a entender. Pero eso es una cosa y otra muy distinta es la pandemia global de los machangos de Pokémon Go. Aún no me explico a qué espera la Organización Mundial de la Salud para dar la alerta y encargar una vacuna contra esta enfermiza chifladura.

La empresa que  ha esparcido estos bichos por el mundo se está haciendo de oro gracias a la falta de un par de hervores en las humanas legiones de niños grandes y menos grandes que los persiguen por donde sea menester y a toda costa: parques, carreteras, calles, viviendas privadas y hasta aparcamientos de la Guardia Civil. Nada queda por allanar y pisotear cuando se trata de pescar uno de estos engendros de colorines: se para el tráfico, la gente se da trompazos contra las farolas, cruza las calles sin mirar, conduce más atenta al móvil que a la circulación y un largo listado de bobadas que ya hacen dudar seriamente a los antropólogos y a los filósofos de que la nuestra sea la especie más inteligente que habita este planeta. Cuando en un futuro tal vez no muy lejano se den una vuelta por aquí seres de otras galaxias y descubran a que dedicaban su tiempo los terrícolas, es probable que se den media y vuelta y se vayan por donde vinieron convencidos de que somos completamente irrecuperables para la civilización de la que presumimos ser los reyes. Mientras tanto -y no lo digo con ánimo de aguarles la diversión -  bien harían los pokemaniacos en tener presente que algunas de las cosas que están ocurriendo tienen consecuencias económicas y hasta penales. 


Y no me refiero solo a llenarles los bolsillos a los accionistas de la compañía que ha puesto a medio mundo a hacer el ganso. Hablo de las consecuencias por darse una castaña con el coche contra algo o contra alguien por ir más pendientes de cazar un machango que del tráfico. Por no hablar de cortar la circulación, un comportamiento que en España te pueden suponer de 3 a 5 años de cárcel si te cae encima todo el peso de la Ley Mordaza del señor Fernández Díaz, mucho más aficionado a otros juegos que al de los Pokémon Go, me temo. Pero eso, claro, cómo lo pueden saber quienes dedican su tiempo a perseguir bichos con un móvil en la mano sin atender a nada más. 

Estoy firmemente convencido de que el juego es un factor determinante en el desarrollo de la personalidad de los individuos, pero me preocupa no poco que señoras y señores que ya no volverán a cumplir los 30 o los 40 - por poner una edad indicativa - necesiten aún de este tipo de estímulos para sentirse a gusto y pasarlo bien. No obstante, todo lo daría por bien empleado si estas masas embobadas con la diversión de marras mostraran el mismo entusiasmo ante las grandes causas sociales de este mundo que el que exhiben estos días en calles y plazas de todo el planeta para pasmo del resto. Aunque, a decir verdad, me conformaría con mucho menos, con que no fuera cierto lo que afirman algunos expertos de que la especie humana está evolucionando a la inversa y que en esa retroceso hacia la infancia hemos perdido irremediablemente la pinza que nos mantenía sujeta la cabeza sobre los hombros.   

Acuerdo o puerta

En política, dar cosas por sentado es correr un alto riesgo de quedar desautorizado a las primeras de cambio. Quienes ayer daban por hecho que el cómplice apoyo de los nacionalistas para que el PP y Ciudadanos coparan la mayoría de los puestos de la mesa del Congreso desembocaría en un apoyo pasivo a la investidura de Rajoy, deben andar muy desengañados a esta hora. El PNV ha dicho que no habrá apoyo a Rajoy y CDC ha reconocido que sólo quería contar con grupo propio. El PP, que hasta ayer por la mañana huía de independentistas y soberanistas catalanes como el vampiro de los ajos y culpaba a quienes tuvieran contactos con ellos de ser enemigos declarados de la unidad nacional, ahora saca a relucir la cortesía parlamentaria y anuncia que le hará el gusto a los catalanes. Eso sí, advierte de que sobre soberanismo no hay nada que hablar. Ni por esas ha evitado que Ciudadanos, cuyos votos han hecho presidenta a Ana Pastor, haya advertido seriamente que votará en contra de Rajoy como al candidato del PP le dé ahora por empezar a chamullar en catalán. 

Olvidan Rivera y los suyos que esos mismos votos que ahora parece despreciar han servido para que su partido ocupe dos puestos en la mesa del Congreso a los que por número de escaños no tenían derecho. Sea lo que fuere, después de lo de ayer parece como si hubiéramos entrado de nuevo en estado catatónico y la misma película de enero y febrero estuviera pasando otra vez ante nuestros fatigados ojos: los presidentes de los dos cámaras hablando con el rey, el rey diciendo que ya dirá cuando empezará a hablar con los partidos para proponer un candidato a la investidura, los partidos dando vueltas en círculo y los deberes sin hacer. Ahí tenemos a Bruselas riñendo y amenazando con las siete plagas del déficit un día sí y otro también, los presupuestos del año que viene esperando a que alguien se ocupe de ellos, la hucha de las pensiones menguando a ojos vista - hoy acaba el Gobierno de sacar otros 1.000 millones para pagar a Hacienda - y suma y sigue. Nadie tiene prisa, para qué, si solo llevamos en esta situación un año y medio: empezaron a principios del año pasado haciendo campaña para las andaluzas, luego para las autonómicas, después para las catalanas, más tarde para las generales del 20 de diciembre, a renglón seguido para las del 26 de junio y ahora ¿para las del 27 de noviembre? Quién sabe, a estas alturas no me aventuraría yo a descartar ninguna posibilidad. 

La impresión que produce el panorama es que ninguna de esas urgencias mencionadas parece ser lo suficientemente apremiante como para acelerar la marcha y dejar de arrastrar los pies en la búsqueda de un gobierno. Está a punto de cumplirse un mes desde las elecciones y lo único que ha pasado  durante este tiempo es que se han constituido el Congreso y el Senado y eso porque el plazo lo establece la Constitución; de no ser así tengo mis dudas de que se hubiera iniciado ayer la XII Legislatura. Al golpito, con la mayor pachorra del mundo, el rey se toma ahora unos cuantos días antes de repetir la próxima semana - quién sabe cuándo - el cada vez menos edificante espectáculo de los portavoces políticos pasando por La Zarzuela para decir las habituales naderías de las que ya empezamos a estar más que servidos. Después del remedo de negociaciones de la semana pasada, nada se sabe de nuevas fechas para seguir negociando ni de propuestas de diálogo claras, concretas y precisas por parte de nadie con posibilidad de sacarnos de este marasmo.

Todo sigue consistiendo en procurar desviar la atención mediática, jugar al despiste, hacer política en el peor sentido del término y responsabilizar a los otros de la falta de acuerdo mientras pasa el tiempo. ¿No es como para estar realmente indignados y exigir que acabe de una vez esta nueva ración de postureo y politiqueo que nos están endosando? La casta política de este país - sí, casta, con todas las letras - está dándonos a los ciudadanos una lección de irresponsabilidad que no nos merecemos. Su cortedad de miras, su mirar por lo suyo y no por lo de todos, sus antipatías personales y su falta de generosidad están arrastrando al país a uno de los episodios políticos más decepcionantes de la democracia. Ya vale, ya está bien, hemos tenido más que suficiente y ya sabemos de qué pie cojea cada uno: es hora de una vez de ponerse de acuerdo o de irse a casa. Tal vez si lo hubieran hecho en su momento los que se han dedicado a sestear "porque yo lo valgo" o a trazar líneas rojas otro sería el panorama actual.  

Erdogan y cierra Turquía

El presidente turco parece estos días una furia desatada e incontrolada. En lugar de pedir serenidad y unidad al país y de impulsar una investigación que aclare quién está detrás del golpe de estado del viernes por la noche, ha puesto en marcha una cacería sin precedentes en la administración, la judicatura, los medios de comunicación, las fuerzas armadas y la policía que empieza a resultar harto sospechosa.

A la hora de escribir estas reflexiones son ya más de 20.000 los militares, jueces, policías y otros funcionarios detenidos o expulsados de sus empleos. Sólo en las últimas horas 15.000 funcionarios del ministerio de Educación se han quedado sin empleo. En paralelo, Erdogan y su Gobierno ya hablan sin empacho de reimplantar la pena de muerte, importándoles una higa lo que piensen en Bruselas o en la OTAN. Con esa voz de vicetiple que le sale últimamente a las autoridades comunitarias le han advertido de que un país en el que esté en vigor la pena de muerte no tiene cabida en la Unión Europea.

Pero Erdogan y los suyos se sienten fuertes después de que sus seguidores respondieran en masa a su llamada y se tumbaran delante de los carros de los golpistas para defender con sus vidas al Gobierno y al propio Erdogan. Y saben que, por lo que a la OTAN se refiere, no van Estados Unidos y sus aliados a ponerse exquisitos si en Ankara preside la república que fundó Atatürk un señor al que se le ven con meridiana claridad los costurones del autoritarismo y una evidente deriva hacia posiciones islamistas cada vez menos moderadas. Más poder y menos contestación política es lo que busca en definitiva el presidente turco y no tanto poner ante la justicia a los instigadores del golpe de estado del viernes. 

El propio presidente no tardó en comprar la especie de que el inspirador de la intentona no ha sido otro que el clérigo Fetullah Gülen, exiliado en Estados Unidos, y en su día mentor del propio Erdogan.  De Gülen se dice que tiene un imperio de medios de comunicación en Turquía y una tupida red de seguidores y simpatizantes que sería la que estaría desactivando ahora Erdogan con su purga. Sin eliminar del todo esa explicación, lo cierto es que muchos analistas les cuesta creer que Gülen tenga tanta influencia en unos militares que históricamente se han considerado a sí mismos como los garantes del carácter laico del Estado turco fundado por Atatürk. 

Con su limpieza política y su insistencia ante Estados Unidos para que acepte la petición de extradición de Gülen a Turquía, el presidente turco parece como si quisiera resolver lo ocurrido por la vía rápida y evitar las preguntas incómodas sobre su propia actitud. Una de ellas podría ser por qué no detuvo el golpe si como se ha sabido hoy tuvo conocimiento del mismo tres horas antes de que se produjera y no hizo nada. Todo esto sin olvidar que detrás de la asonada pueda haber otros intereses deseosos de desestabilizar políticamente la zona y suprimir de la escena a un político como Erdogan, especialmente odiado por Siria, por los terroristas del DAESH, por las milicias de Hezbollah y por Irán que las financia. 

Entre las hipotesis que se han puesto sobre la mesa no deberíamos desdeñar del todo por inverosimil o descabellada la del autogolpe como excusa perfecta para acaparar más poder y arrasar con una oposición que en estos momento no está en condiciones de hacer frente a ese vendaval desatado que es Erdogan y su ira política. Cuando se sobreactúa en política con la furia con la que lo está haciendo el presidente turco, lo que se suele perseguir no es tanto sacar a la luz las causas y los responsables de un hecho como el del viernes, sino hacer que unas y otros coincidan exactamente con la versión más conveniente para el poder. 

El primer pacto

Podrá gustar más o menos pero el que hoy han alcanzado el PP y Ciudadanos para conformar la mesa del Congreso de los Diputados que se constituye mañana es lo único tangible después de tres semanas de una nueva y generosa dosis de tacticismo y líneas rojas por parte de todos los actores políticos. El acuerdo por el que el PP ocupará la presidencia de la cámara y dos puestos en la mesa y Ciudadanos se hará con otros dos, otorga al centro derecha el control del gobierno parlamentario y, por tanto, la organización política del hemiciclo o el orden de los asuntos que se incluyen en los plenos, entre otras cuestiones.

Para el PSOE y Podemos quedan otros cuatro puestos que, en principio, sólo les darán a estas dos fuerzas el derecho al pataleo salvo que la formación de Albert Rivera se convierta en una suerte de partido bisagra que abra hacia la derecha y hacia la izquierda en función de las circunstancias y de sus propios intereses estratégicos. La pregunta que muchos se hacen a esta hora es si el acuerdo para la mesa del Congreso tendrá su traslado a una eventual investidura de Mariano Rajoy. Rivera ha vuelto a decir que no cambiará la abstención de sus diputados por un voto a favor de Rajoy "si no hay regeneración". Si eso significa que Rajoy tendría que irse para que Ciudadanos apoyara un gobierno del PP no está claro. De todos modos, el político catalán ya recula en sus planteamientos con más velocidad que antes de las elecciones. Entonces Mariano Rajoy era en sí mismo una línea roja y ahora es ya sólo un mal menor frente al mal mayor que sería tener que repetir las elecciones.Cabe deducir por tanto que la posibilidad de que Ciudadanos termine votando a favor de Rajoy no es del todo descartable. 


Claro que eso no convierte automáticamente al presidente en funciones en presidente con toda la barba: aún contando con el voto de CC sigue sumando menos votos a favor que en contra. Lo que una vez más obliga a poner la vista en el PSOE, que intenta como puede que la cegadora luz del foco mediático y político se centre sobre Rajoy y no sobre Sánchez. De hecho, el líder socialista llevaba varios días oculto a los medios y ha sido hoy cuando ha vuelto a comparecer para reiterar ante los suyos y ante la opinión pública el "no" a Rajoy por lo penal y por lo civil. 



Sánchez dice de nuevo que quiere ser oposición, aspiración digna de encomio y alabanza si al menos hubiera gobierno al que oponerse y por el camino por el que vamos esa opción no es nada segura. El PSOE sólo podrá ser la primera fuerza de la oposición si facilita el gobierno del PP a cambio de que los populares acepten un exigente programa de cambios, reformas y medidas de regeneración política. No haber planteado ya con claridad y precisión esas exigencias con el argumento de que fue el PP el que ganó las elecciones y es a Rajoy a quien le corresponde dar el primer paso de ofrecer acuerdos a cambio de apoyo para su investidura, lleva la situación a un bucle que sólo puede desembocar en unas terceras elecciones. 

Y si si al final fuera eso lo que terminara ocurriendo, sería el PP el que cargaría con la responsabilidad política ante los electores por haberse encastillado en su inmovilismo y en su incapacidad para el diálogo y la negociación. Que la decisión no es fácil para el PSOE no es necesario jurarlo pero es la única salida parta evitar unas nuevas elecciones. Es muy probable que tenga costes electorales pero que no pierdan de vista Sánchez y quienes se oponen a apoyar a Rajoy, aunque sea con la nariz tapada y mirando hacia otro lado, que unas terceras elecciones podrían poner al PP al borde de una mayoría absoluta y entonces habría hecho el PSOE un pan como unas tortas. 

Lo cierto es que, en estos momentos, con el PP todavía creyendo que tiene mayoría absoluta y que nada tiene que ofrecer a nadie salvo su propio programa electoral y con el PSOE despreciando la oportunidad de poner a prueba la cintura política de Rajoy en la mesa negociadora y durante el tiempo que dure la nueva legislatura, no quedará más salida que volver a apelar a las urnas. Ahora bien, de ese escenario que cada día que pasa sin acuerdo se perfila con mayor claridad tienen que ser expulsados  aquellos que por tacticismo electoral, cortedad  de miras e incluso interés personal van camino de consumar el que puede ser uno de los mayores fracasos de la democracia en este país.  

Niza: no pasarán


¿Y qué puedo decir de lo ocurrido anoche en Niza que no se haya dicho o escrito ya? Podría escribir un emotivo artículo sobre las vidas cegadas de manera irracional y sobre los ciudadanos pacíficos arrollados por un fanático guiando un camión; me podría extender varios párrafos en una sesuda argumentación del cómo, el por qué y el qué pasará ahora; o podría hacer un alegato iracundo contra la barbarie terrorista o contra la desastrosa intervención occidental en Oriente Medio o contra la incapacidad de gobiernos como el francés para integrar a sus ciudadanos de ascendencia árabe y religión musulmana. Podría acusar a Bush, a Blair y a Aznar de haber convertido a Irak en un semillero inagotable de terroristas; podría arremeter contra Rusia por apuntalar en el poder al presidente sirio mientras el país se desangra en una interminable guerra civil que expulsa a sus ciudadanos a la diáspora o a la muerte intentando llegar a Europa. 

Me podría extender en consideraciones sobre los riesgos de una dinámica basada en responder con bombas a las bombas o sobre la falta de voluntad para que los países intercambien información que permita prevenir y evitar barbaries como la de anoche en Niza. Diría que es imprescindible pero tendría que reconocer también que ningún servicio de inteligencia del mundo - ni el KGB en sus mejores tiempo - puede detectar lo que pasa por la cabeza de un lobo solitario que se ha radicalizado en la red y que quiere dar ejemplo al mundo y ganar la palma del martirio matándose después de llevarse por delante la vida de cuantos más infieles mejor. 

Todas esas cosas y muchas más podría escribir hoy; también podría colgar en mi muro de Facebook una bandera francesa con un crespón negro y decir que "todos somos franceses" o que "todos somos Niza". Podría decir que el terrorismo ataca deliberadamente por su significado político los grandes valores occidentales enarbolados por la Revolución Francesa un 14 de julio de 1789 con la toma de La Bastilla: libertad, igualdad y fraternidad. Haría un alegato inapelable sobre la superioridad moral de esos principios universales frente al fanatismo brutal y la irracionalidad de las interpretaciones religiosas llevadas al paroxismo más absoluto y asesino. 

Muchas cosas más podría escribir sobre lo ocurrido anoche en Niza pero dudo de que nada de lo que escribiera me convenciera a mi mismo o me tranquilizara demasiado. Creo que seguiría teniendo la misma sensación, mezcla de desasosiego, ira, dolor, tristeza e impotencia. Por eso no quiero escribir nada de eso, nada de lo que se ha escrito una y cien veces después de cada salvajada como la de anoche en una suerte de bucle interminable e inútil. Otros lo escribirán por mi o lo habrán hecho ya a estas horas. Puede que ese sea el objetivo de este terrorismo brutal, dejarnos en estado catatónico y sin posibilidad de pensar ni razonar. Pero lo siento, no me atrevo a sugerir qué se puede hacer, si política de tierra quemada contra el ISIS, si vigilancia y control mucho más férreo sobre quiénes se sospeche de veleidades terroristas aunque nos cueste más vigilancia y menos libertad, si mano dura con quienes no se han querido integrar en la sociedad occidental o mayores esfuerzos para que lo hagan. No sé, no tengo ninguna seguridad de que esas sean las medidas más convenientes o si habría que pensar en otras. 

Admito que no es muy optimista mi posición pero racionalmente hablando lo ocurrido anoche en Niza sólo merece repudio, asco y condena. Y, por supuesto, solidaridad y apoyo para con las víctimas, para con sus familias y para con los ciudadanos de un país golpeado de nuevo cuando más puede doler y en donde más daño puede hacer, en una de sus principales ciudades turísticas. Y el convencimiento - de eso sí que no tengo duda alguna - de que nunca jamás triunfarán los que quieren acabar con las sociedades democráticas en las que, a pesar del tiempo transcurrido y de lo descoloridos que luzcan en la actualidad, siguen alumbrando con luz propia los viejos principios revolucionarios de la libertad, la igualdad y la fraternidad con los que los fanáticos como el de Niza sueñan con acabar. Lo que sí puedo decir de Niza y de lo ocurrido allí anoche es que no pasarán. 

Apadrina un banco

En las relucientes salas en las que se reúnen los consejos de administración de los grandes bancos aún hay restos de la fiesta de ayer, confetis, botellas de champán vacías y colillas de puros de marca. El jolgorio estaba más que justificado si alguien como el abogado general de la UE, suerte de fiscal general, dice que no tienes que devolverles a los clientes el dinero que les has cobrado de más con el truco de las abusivas cláusulas suelo de sus hipotecas. Del chupinazo se han ahorrado los bancos españoles entre 5.000 y 7.000 millones  de euros, un dineral para pagar no sólo muchas y lujosas fiestas sino jugosas primas y pensiones de jubilación a sus directivos. 

El informe de este amigo de los bancos que se hace pasar en sus ratos libres por abogado general de los intereses de los ciudadanos comunitarios, tiene alguna que otra frase digna de figurar en los libros de leyes en lugar bien destacado. Me quedaré sólo con la que dice  - aproximadamente - que obligar a los bancos a devolver a sus clientes todo el dinero que les han sacado de más desde que firmaron la hipoteca con cláusula suelo, tendría efectos perniciosos en la "macroeconomía". Dicho en cristiano, tendríamos que volver a poner dinero de nuestro bolsillo para que no se hundan, como ya pasó en el rescate bancario que Mariano Rajoy se niega a decir que fue rescate y sí generoso préstamo a bajo interés y sin cláusula suelo.


Este amigo de los bancos que es el abogado general de la Unión Europea sigue a pies juntillas los pasos del Tribunal Supremo español. Esta alta magistratura patria sentenció en 2013 que las cláusulas suelo son abusivas porque impiden trasladar a la cuota mensual de la hipoteca la posible bajada de los tipos de interés. Sin embargo, tan alto tribunal precisó que los bancos sólo tendrían que devolver el dinero cobrado a partir de esta sentencia y no desde el momento en el que se firmó la hipoteca. Sentó así la churrigueresca jurisprudencia de que una cláusula puede ser abusiva durante un tiempo y dejar de serlo durante otro o que lo que es abusivo hoy ya no lo es mañana. El elemental principio jurídico de que si la cláusula de un contrato es abusiva debe declararse nula desde el minuto uno y por tanto dejar de aplicarse, saltó hecho añicos por los aires a mayor gloria bancaria. Vino a decir también el Supremo que imponer la devolución retraoactiva de las cantidades de más mangadas por los bancos a sus hipotecados clientes implicaba riesgos para el sistema económicos. Y se fumó un puro.

Entre el Supremo y el abogado general de la banca, los ciudadanos de este país y de esta Unión Europea de cartón piedra hemos sacado la conclusión de que nuestros derechos como usuarios y consumidores tienen un límite muy claro: el sagrado interés de los bancos. Así que de topar con la Iglesia hemos pasado a hacerlo con los bancos, el gran y auténtico poder fáctico de estos tiempos. Si les va mal vendrá el gobierno de turno a por nuestro dinero para inyectarles pasta en vena y cuando nos roban a manos llenas lo hacen para que el sistema económico no pete. No deberíamos quejarnos tanto y agradecerles que estén ahí velando día y noche por nuestro bienestar, así que sugiero que quienquiera que dijera aquello de que la banca nunca pierde tenga busto a la puerta de cada sucursal bancaria de este país. 

Esta sarta de decisiones jurídicos tomadas a beneficio del poderoso caballero don Dinero sólo la puede corregir ya el Tribunal de Justicia de la Unión Europea cuando dicte sentencia dentro de unos meses. Ocurre que, por regla general, el fallo tiene muy en cuenta lo que dice en su informe nuestra viejo amigo el abogado general de la banca, así que mejor no hacerse muchas ilusiones. Si por ventura le diera un aire a los jueces y por una vez en la historia  la decisión fuera contraria a los intereses bancarios, propongo lanzar una campaña de apadrinamiento para que ningún banco se quede sin protección y la macroeconomía no se vaya a hacer puñetas. No deberíamos ser vengativos sino mostrar generosidad y agradecimiento a los que tanto se desvelan por nosotros.     

Rajoy amaga con otra espantada

Convoco a los marianólogos de guardia para que a la mayor celeridad interpreten este nuevo pasaje antológico del líder: "si yo tuviera la seguridad de que fuera imposible que se me eligiera, yo abriría un periodo de reflexión y plantearía: ¿qué salida le vamos a dar a esto?".  Ahí es nada la dificultad de desentrañar el intríngulis de la frase de marras. Leída así a la carrera sugiere que Rajoy, a la vista de que no consigue hacer muchos amigos para que le dejen seguir siendo presidente, está calibrando la posibilidad de volver a decirle nones al rey si  este le llega a pedir que suba a la tribuna de oradores a defender su investidura. 

Al menos eso es lo que se supone que debe de ocurrir por cuanto es Rajoy el más votado, como él mismo y su gente no se cansan de repetir desde por la mañana a la noche. A la espera de que los expertos en el pensamiento mariano den su parecer, entiendo que Rajoy está buscando también meterle más presión al PSOE para que caiga sobre Pedro Sánchez todo el peso de la responsabilidad por tener que ir a unas terceras elecciones generales en un año. Ocurre, sin embargo, que a Sánchez le ha quitado hoy un gran peso de encima Albert Rivera tras anunciar que Ciudadanos se abstendrá en la segunda votación para que Rajoy sea presidente. Y es que el pacto que se puso sobre la mesa desde la noche electoral pasaba porque los 32 diputados de Ciudadanos se sumaran a los 137 del PP más los 5 del PNV y el de CC. 

Ahora esas cuentas se descuadran y Rajoy sólo puede contar a estas alturas  del cuento con el único y solitario voto de CC, y no es aún completamente seguro. Magro resultado para formar gobierno cuando han pasado ya más de dos semanas desde las elecciones. Y menos mal que Rajoy tiene prisa para que haya gobierno cuanto antes, algo en lo que no le falta razón dado el panorama que tenemos por delante. De no haber urgencia lo podríamos dejar perfectamente para después de verano, que hace mucho calor estos días, o ya puestos para después de Navidad. 

Lo que ocurre es que, desmintiendo la imagen proactiva de los primeros momentos tras las elecciones, el presidente en funciones ha vuelto a desplegar la misma estrategia inmovilista de la pasada legislatura: sentarse en La Moncloa a esperar que el resto de partidos se inclinen a adorarle y apoyarle sin condiciones sólo porque fue el que ganó las elecciones. Se ha vuelto a olvidar Rajoy de que no tiene mayoría absoluta y si quiere seguir siendo el presidente tendrá que ganarse el puesto a pulso ofreciendo a sus potenciales socios algo que estos puedan asumir ante sus electores. 

Lejos de eso, ha seguido Rajoy manoseando ese documento de medio centenar de páginas con cinco grandes pactos vagos que usó sin éxito en la pasada legislatura. Nadie le compra sus papeles porque carecen de concreción y porque no son creíbles sus intenciones ni sus promesas. Incapaz de negociar y ceder después de cuatro años de mayoría absoluta, Rajoy aspira de nuevo a un cheque en blanco, en especial si va firmado por Pedro Sánchez. 

Pero el líder socialista resiste la presión y reitera que no habrá abstención para que Rajoy gobierne, si bien matiza con un "a día de hoy" que en este caso deberán desentrañar cuanto antes los pedrólogos de guardia. No es mi caso pero se me antoja que lo que dice Sánchez es similar a lo de "abstención, de entrada no". De salida ya veremos si se apoya a Rajoy o se busca otra alternativa de gobierno como pide desconsolado Pablo Iglesias mientras llora sobre la leche derramada. Sólo que esta otra opción está cercana a la utopía y no están los tiempos ni los actores de este psicodrama para tales alardes de virtuosismo político.

Y me temo que no hay más alternativas de las que agarrarse para evitar otro fracaso y una situación política esperpéntica.  Signifiquen las crípticas frases de Rajoy y de Sánchez lo que signifiquen, a día de hoy lo único cierto es que no hay visos de que esto lo pueda arreglar el médico chino y no sé yo si, a la vista de la experiencia reciente, servirían de mucho unas terceras elecciones salvo para que el PP recupere la mayoría absoluta. Dicho de otro modo, si hay que votar se vota, aunque a este paso van a ser los propios responsables políticos los que terminen convirtiendo el derecho al voto en algo vacío de contenido y efectos políticos si no son capaces de interpretar el mandato de las urnas y de actuar en consecuencia.  Y en eso, el que gana unas elecciones debe asumir la responsabilidad de intentar gobernar buscando con ese fin los apoyos necesarios y no esperando de forma pasiva a que se los ofrezcan en bandeja de plata y sin pedir nada a cambio.  

De toros y de asnos

Vaya por delante, pero muy por delante, que detesto las corridas de toros. Jamás las he soportado, nunca le he encontrado sentido ni encanto a un espectáculo sangriento en donde la lucha entre la bestia y el hombre se decide (casi) siempre en favor del segundo. Ni que decir tiene que considero el colmo de la caspa y de lo cutre calificar como fiesta nacional este vergonzoso martirio de un animal, si es que lo de nacional tiene algún sentido claro a estas alturas de la historia. 

Ni me vale que me intenten convencer de su relevancia cultural con cuentos seudoantropológicos sobre la tradición y el significado totémico del morlaco. Tradicionales fueron también las hogueras de la Inquisición, el derecho de pernada y el tráfico de esclavos y no por eso teníamos la obligación de conservar tales prácticas. Lo del valor cultural de las corridas de toros me suena a mera excusa para darles una cierta pátina respetable y académica a lo que, desde mi punto de vista, es un manifiesto maltrato de un ser vivo con resultado de muerte y acompañamiento de banda de música. 

Todo lo anterior no es impedimento para que me parezca asquerosa, repugnante y digna de persecución judicial la campaña que un buen número de descerebrados ha puesto en marcha en las redes sociales no contra los toros, sino contra el torero Víctor Barrio, fallecido a raíz de una cogida, y su familia. Bien han hecho algunas formaciones autodenominadas animalistas en desmarcarse de semejantes bestias pardas. No reproduciré ninguna de las frases de juzgado de guardia que han colgado en las redes sociales, primero porque no me da la gana hacerles el juego y segundo porque son fáciles de encontrar si alguien tiene interés en comprobar el nivel intelectual de estos asnos. 

Sólo diré que las más moderadas no esconden su alegría por la muerte de Víctor Barrio y desean a otros toreros que corran la misma suerte.  Si estos primates razonaran sólo un poquito podrían haber llegado sin mucho esfuerzo a la conclusión de que la vida de un ser humano y de un animal no son equiparables desde ningún punto de vista y por tanto es un disparate ponerlas al mismo nivel. Disparate que en buena parte proviene del extraño convencimiento de muchos de que los animales tienen derechos, otro sinsentido que añadir a los que rodean el mundo de los toros en particular y el del maltrato animal en general. 

Los derechos son algo que se ejercen por uno mismo y no veo cómo puede hacer tal cosa un toro o cualquier otro animal. Cosa bien distinta es que los seres humanos tengamos deberes para con los animales, por ejemplo, el de alimentarlos, cuidarlos, no abandonarlos y no causarles dolor ni daño de manera gratuita como ocurre con las corridas de toros, las peleas de gallos o las de perros. 

La policía y la fiscalía investigan ya lo que sin duda es una evidente incitación al odio y confío en que tanto los cobardes anónimos que se ocultan detrás de nombres ficticios para sembrar su mala baba como aquellos que van a pecho descubierto terminen con sus huesos en una cárcel o pagando sanciones ejemplarizantes. No cabe aquí apelar a la libertad de expresión cuando la misma se ha empleado para fomentar el odio, la amenaza y el desprecio por quienes no piensan o actúan como nosotros. Hay una y mil formas de oponerse democráticamente a las corridas de toros y ninguna de ellas es el insulto y la vejación. Quienes así han actuado se retratan a sí mismos como estúpidos monos de feria y hacen un flaquísimo favor al movimiento antitaurino, al que se culpará en su conjunto de las sandeces que estos babuinos han escrito en las redes. Es a ellos a quienes tiene que empitonar bien el toro, pero el de la Justicia. 

Obama: hola y adiós

Me permito parafrasear el titular con el que el diario EL MUNDO resumió esta mañana la visita relámpago que Barack Obama realizó ayer a España. Resume a la perfección el contenido político cero de la misma por mucho que se pavoneara Rajoy de entrevistarse con el líder más poderoso del mundo y el rey sacara pecho. Ya de entrada se trataba de una visita sin apenas contenido posible y que Obama iba a hacer porque le pillaba de camino de vuelta a casa tras participar en Varsovia en la cumbre de la OTAN. Total, se dijo, ya que estoy en Polonia bajo un momento a España, saludo a Felipe y a Mariano y quedo como un caballero; al fin y al cabo allí no hay gobierno ni parlamento constituido y como a mi me quedan dos telediarios para dejar la Casa Blanca a nada me tengo que comprometer.

Dicho y hecho, con la variable imprevista de que en medio se cruzó el atentado de un francotirador de Dallas que acabó con la vida de cinco policías y a Obama le faltó tiempo para dejar la visita a España en unas pocas horas, la mayor parte de las cuales reservó para sus compatriotas de la base militar de Rota. Con el rey y con Rajoy dijo cosas muy emotivas sobre las estrechas relaciones entre ambos países, la importancia aliada de España y lo bien que lo está haciendo el presidente español en funciones para sacarnos a todos de una vez de la crisis. Nos animó para que formemos gobierno cuanto antes y prometió volver a visitarnos, tal vez con una mochila como la que dice que llevaba cuando sólo era un estudiante de derecho y se dio un garbeo por España sin tanta parafernalia de seguridad y protocolo como ayer. 

Dicho lo cual subió a paso ligero la escalerilla del Air Force One, saludó sonriente y se fue a casa en donde le aguardan unos días complicados después de lo ocurrido en Dallas. Aquí, unos se han quedado con ganas de más, sobre todo los sevillanos que vieron con decepción como el líder de líderes no salió del perímetro de la base de Rota. A otros ni nos enfría ni nos caliente gran cosa y lo mismo nos da que nos da lo mismo que Obama haya estado sólo un día mal contado en España y no dos como estaba previsto en un principio. No es que uno tenga ningún tipo de animadversión personal contra el presidente estadounidense, es simplemente que este dar palmas con las orejas que practican algunos políticos patrios ante este tipo de visitas le producen sonrojo y vergüenza ajena. 

Obama es un señor que ha marcado un antes y un después en Estados Unidos, sobre todo porque ha sido el primer presidente negro de la historia de ese país. Pero no por mucho más: aunque es el sorprendente e imprevisible ganador de un premio Nobel de la Paz, ni ha enderezado las cosas en Irak, Afganistán, Pakistán o Libia, ni ha cerrado Guantánamo ni ha puesto coto a la proliferación de armas de fuego en su país. Ha conseguido que la economía estadounidense remonte el vuelo - y no es poco mérito - pero el suyo sigue siendo un país lleno de desigualdades sociales abismales. 

Por lo que a España en particular se refiere, las relaciones económicas y comerciales no han sufrido problemas y en cuanto a la seguridad y la defensa de nada se podrá quejar Obama después de que, olvidado lo de la salida de las tropas españolas de Irak y lo de la bandera norteamericana,  nuestro país permitiera, por ejemplo, que la base militar de Morón haya pasado de temporal a permanente. Por tanto, su visita relámpago de ayer ha sido mera cortesía - que se agradece - pero que no cabe sacar de contexto y presentarla interesadamente como una suerte de hito que marcará un nuevo marco de relaciones entre España y Estados Unidos. 

Si nuestro país no hubiera perdido en los últimos tiempos tanto peso en el concierto internacional, tal vez Obama no se habría ido tan rápido de España o habría visitado a su imprescindible aliado mucho antes y no cuando su mandato en la Casa Blanca ha entrado en tiempo de descuento y ya no es momento de abordar cambios de largo alcance. Y si el Gobierno español fuera mucho menos complaciente con todo lo que diga Washington y tuviera un poco más de sentido de estado, pondría sobre la mesa la necesidad de avanzar hacia una colaboración bilateral en seguridad y defensa menos desequilibrada en favor los intereses geoestratégicos de Estados Unidos, de los que nuestro país parece poco más que un mero soporte territorial. 

¿Qué fue de Venezuela?

Acabo de mirar y he comprobado aliviado que Venezuela sigue en el mapa, al país de Bolívar y Hugo Chávez no ha sido barrido de la faz de la tierra por un huracán tropical ni por un tsunami. Después de semanas desayunando, almorzando y cenando con Venezuela en casi todos los periódicos y telediarios, que de unos días a esta parte haya prácticamente desaparecido de la "agenda informativa" y sobre todo de la política me llenó de zozobra y me dije: aquí ha pasado algo raro, a Venezuela y al malvado Maduro con su oposición y todo se los ha tragado el mar o se los ha llevado el viento y yo sin enterarme. Pero no, está en el mismo sitio de siempre, al fondo a la derecha, y con los mismos problemas de siempre sólo que un poco más agravados por el paso del tiempo, que tiene la mala costumbre de echarlo todo a perder tal vez con la única salvedad del vino y no siempre. 

En ese paréntesis entre caer en la cuenta de que ya nadie en este país habla de Venezuela y comprobar que el imperialismo yanki no lo ha reducido aún a escombros, me llenó de angustia imaginar a los líderes políticos españoles sin una buena defensa de los sacrosantos principios democráticos que tirarse a la cabeza. No acertaba a suponer cómo podrían superar el trauma  de la desaparición de Venezuela en el PP, valedor en primer grado de la oposición venezolana en el interior y en el exilio y primera espada contra el Gobierno de Maduro. 

Sufría por la inutilidad del  asesoramiento jurídico de Felipe González al opositor Leopoldo López y de mediación política de José Luis Rodríguez Zapatero si el chavismo había pasado a mejor vida. Y me preguntaba por Albert Rivera y su primer viaje a Caracas como estadista en potencia para apoyar a la oposición venezolana como si alguien supiera en aquel país quién es este señor o le importara al menos un comino lo que fuera a hacer o a decir en la Asamblea Nacional. 

No podía dejar de pensar en Podemos y en sus politólogos de cabecera que se habían quedado sin trabajo al no tener ya gobierno venezolano al que asesorar ni perro que les ladre. Un desastre, me dije, hasta que comprobé que felizmente Venezuela no se ha movido ni un metro de donde ha estado desde hace más de 200 años, año arriba o abajo. Allí sigue Maduro en el machito, pegado como una lapa al sillón presidencial, intentando evitar que la oposición lo corra a gorrazos del palacio de Miraflores, sede del gobierno. Un Maduro tan "ostentóreo" como siempre- Jesús Gil dixit - clamando contra la burguesía, el capitalismo, el imperialismo, Mariano Rajoy alguna vez y el sursum corda también si se pone a tiro. 

Y en el mismo sitio sigue también la oposición, ahora con el legislativo bien agarrado intentando cobrarse desde él las penalidades que le hizo pasar Maduro cuando era minoría. También siguen en la cárcel Leopoldo López y Antonio Ledezma y así hasta cerca de un centenar de dirigentes opositores que se atrevieron a buscarle las cosquillas al chavismo. Y, sobre todo, continúan las colas en los supermercados, el desabastecimiento de los productos más elementales y cotidianos, el mercado negro de divisas, el impago a los pensionistas, la inflación astronómica, la falta de medicamentos y los cortes de luz eléctrica, la inseguridad y la falta de futuro. 

Todo sigue en Venezuela igual o peor que antes de que se hablara tanto de ese país en España e igual o peor que siempre desde hace muchos años. Pero ya nada de eso es noticia en España, a nadie le interesa en estos momentos la última burrada que haya dicho Maduro en sus infumables soflamas en radio y televisión. Tampoco interesa ya gran cosa el nuevo intento de la oposición por sacar al presidente venezolano del poder al que - hay que subrayarlo -  accedió democráticamente, algo que olvida esa misma oposición  y que en España se ignora deliberadamente. 

Venezuela ya no da votos en España si es que realmente dio muchos en las últimas elecciones. Por eso ha pasado a convertirse en invisible y a prácticamente ningún medio de comunicación le importa ya una higa si los venezolanos pasan miserias y penalidades para llegar a fin de mes, para comer o para acceder a los medicamentos. Me temo que sólo unas nuevas elecciones en España volverían a poner a Venezuela en la agenda informativa y política española, de lo contrario pueden dar por seguro que medios y partidos políticos actuaran como si ese país y sus problemas no existieran y nunca hubieran existido.  ¿Venequé? ¿Dónde queda eso?

Abstención, de entrada no

Sospecho que de tanto hablar de y viajar a Venezuela a la clase política española se le han terminado adhiriendo los modos y maneras de los guionistas de culebrones. Ya vivimos uno bien largo y chévere hace nada y ahora andamos embarcados no sé si en la segunda parte del anterior o en uno nuevo, el tiempo lo dirá. Los protagonistas, eso sí, son los mismos y en estos primeros capítulos vuelven a hacer aproximadamente lo mismo: enredar y oscurecer el panorama. Sólo uno de ellos, el protagonista de la trama, parece ahora algo menos lerdo y ha dado señales de haberse despertado de la larga siesta de Marca, copa y puro a la que estaba entregado desde hacía meses. Eso ha disparado las sensaciones positivas y muchos se han lanzado a anunciar la buena nueva a los cuatro vientos: esta vez sí tendremos gobierno. 

No adelantaría yo aún acontecimientos a la vista de la reciente y decepcionante experiencia que nos obligó a volver a las urnas. Esperaría sin desesperar pero sin confiar tampoco demasiado, o dicho de otra manera, le pondría una vela a un nuevo gobierno y otra a unas nuevas elecciones. Siendo realista hay que coincidir con quienes apuestan más por la segunda opción. Los que en la noche de las elecciones ya hablaban de un pacto PP+C`s+PNV+CC deberían ir descartando esa suma. Aunque los números dan si se añade la buena voluntad de alguna abstención, lo que no dan son las cuentas políticas. De manifiesto lo han dejado los del PNV con respecto a Ciudadanos, estos con respecto a los del PNV y estos a su vez con respecto al PP. Sólo CC le ha ofrecido al hombre de la Moncloa su voto y aunque todo lo que suma no resta, ese apoyo no le da al aspirante popular para llegar muy lejos. 


En estas circunstancias, la única opción para no tener que mudarnos a vivir  a un colegio electoral es que la novia en la que todos tienen puestos los ojos al menos se abstenga. Y en torno a esa salida gira ahora toda la trama: el galán que la quiere desposar por conveniencia y que en la pasada legislatura se sentó en La Moncloa a ver la vida pasar, le mete ahora prisa para que se decida cuanto antes, que no está el país para esperar. Se unen al coro los naranjitos, que desde el minuto uno volvieron a vetar al aspirante pero no han tenido reparo en pedirle a la novia acosada que asuma la situación con responsabilidad y no bloquee la formación de un gobierno. Desde la otra orilla del espectro político, se oye por lo bajo a uno que iba para presidente y que por su prepotencia se ha estrellado con todo el equipo ofreciendo casi una utopía: un pacto por la izquierda. 

Así que todos los focos del estudio en el que se rueda este cansino culebrón están puestos en esa novia que lleva dos semanas sin abrir la boca, aunque lo hacen por ella sus allegados. El problema es que no se escuchan una sino varias voces al mismo tiempo diciendo cosas que se parecen pero que no son lo mismo. Por resumir y para no cansar, tenemos por un lado a quienes creen que la respuesta a los requiebros del galán aspirante debe ser no siempre y en cualquier circunstancia; por otro lado están quienes matizan y vienen a decir  "abstención, de entrada no" y más adelante ya veremos. Esto me recuerda mucho a aquel histórico referéndum sobre la entrada de España en la OTAN convocado - miren qué cosas -  por alguien que acaba de proponer algo similar para la actual coyuntura. 

Quién se impondrá al final lo empezaremos a saber este sábado cuando se reúna la familia de la novia en pleno para decirle lo que debe hacer, aunque no se debería descartar una consulta a las bases para conocer su opinión, como ya ocurriera cuando el pacto con C's. Daría oxígeno a la asfixiada novia y le permitiría volver a presumir de democracia directa y participativa. Por eso, la del sábado seguramente no será la última palabra en este culebrón, ya que la familia de la novia se puede volver a reunir dentro del plazo previsto para decir digo donde dijo Diego.Maneras de justificar ante la opinión pública una abstención donde antes había un "no" seco y terminante para que el galán pueda gobernar se me ocurren un par de ellas. No sé, sin embargo, hasta qué punto serían convincentes ni de recibo para quienes el 26J votaron por esta opción política que su voto sirva para lo que podría llegar a servir por mucho que se envuelva en papel de seda. Ese es precisamente el nudo gordiano de toda la cuestión por lo que, conociendo cómo se las gastan los guionistas de culebrones y cómo les gusta enredar el argumento, lo mejor será ponerse cómodos y armarse de santa paciencia. 

La multa

El Gobierno español anda estos últimos días que no le llega la camisa al cuerpo ante la posibilidad de que la Comisión Europea nos castigue con una multa de unos 2.000 millones de euros por no haber sido lo suficientemente aplicados el año pasado y no haber hecho los deberes del déficit. Ya saben que se nos fue la mano más de lo debido y después de años de recortes y penalidades volvimos a fallar en lo más importante para los austericidas, el cumplimiento del sacrosanto objetivo de déficit. 

Y como eso en Bruselas no tiene premio sino castigo - al contrario de lo que ocurre en España con las comunidades autónomas que lo incumplen y a las que el señor Montoro premia con un año de gracia a ver si a la segunda va la vencida -  cabe la posibilidad de que Bruselas decida mañana que nos merecemos un correctivo en forma de sanción ejemplar. Por la labor no está Italia, por ejemplo, pero sí está Alemania, ya ven ustedes las sorpresas que da la vida. Después de años de arrumacos y carantoñas de Rajoy para con Merkel y sus recortes a todo trapo, es precisamente el gobierno alemán el más rigorista a la hora de exigir que se aplique sin contemplaciones el primer mandamiento de la austeridad: como no cumplas se te cae el pelo. Y fíjense que me importaría más bien poco si quienes tuvieran que pagar las consecuencias no fueramos una vez más los ciudadanos de este país, porque sobre nosotros todos terminará cayendo el peso de la sanción.

El castigo - si se produce, que aún no es del todo seguro y en gran parte dependerá de cuánto le llore Rajoy a Merkel para evitarlo - sería la consecuencia de una política económica hace tiempo desacreditada por sus efectos contrarios a una verdadera recuperación económica que beneficie a toda la sociedad y no sólo a unos pocos. Y desacreditada además porque el diseño de los objetivos de déficit que ha hecho el inefable Cristóbal Montoro ha tenido más truco que el cinturón de Batman. En síntesis, Hacienda ha aplicado la ley del embudo que en este caso consiste en ponerle la parte estrecha del déficit a las comunidades autónomas y quedarse la administración del Estado con la parte ancha. 

La consecuencia es que las autonomía, pésimamente financiadas para atender sus competencias en sanidad, educación o servicios sociales, han incumplido en su mayoría el objetivo que les impuso Montoro y dispararon el déficit total. Pero lo más lamentable y menos comprensible de todo es que ni la propia administración general del estado fue capaz de cumplir con su parte a pesar de ser la más holgada. Aunque corrijo: sí es comprensible si se recuerdan, entre otras cosas, las contundentes cifras del fraude fiscal, la baja recaudación respecto a la media europea y la mal llamada reforma fiscal que Montoro se sacó de la manga para conseguir echar unos cuantos votos más en la urna del PP y restarle unos cuantos millones de euros a las arcas públicas. Con ese dinero tal vez no estaríamos ahora expuestos a que nos castiguen con una sanción por la mala cabeza del Gobierno en política económica.

Eso por no hablar ahora de los 8.000 millones de euros que además exige Bruselas que España suprima de un plumazo a ver si de una santa vez este país cumple los objetivos de déficit a los que se compromete y que luego se salta a la torera. Así las cosas, al gobierno que se forme - si al final se forma alguno y dura para contarlo - le esperan curvas peligrosas y a los ciudadanos una nueva dosis de más de lo mismo. La gran suerte es que si gobierna el PP de nuevo ya tiene experiencia en cómo hacerlo y seguro estoy de que no lo temblará el pulso llegado el caso. Por eso España es una gran nación que gracias al PP dio un paso al frente cuando se encontraba al borde del abismo. 

A martillazos con las pensiones

A la chita callando, sin prisa pero sin pausa, el PP está dejando en los huesos la hucha de las pensiones. Llegó a tener en 2011 más de 67.000 millones de euros y después del más reciente hachazo - una vez pasadas las elecciones - por importe de 8.700 millones para abonar la paga extra de julio se ha quedado en apenas 25.000 millones. En cinco años se han sacado 42.000 millones de euros y no hay ni de lejos un atisbo de que al menos la cantidad no seguirá menguando. De hecho, los expertos vaticinan que con lo que queda habrá como mucho para pagar la extra de Navidad y las dos extras del año que viene. ¿Y después? Esa es la cuestión, nadie lo sabe ni nadie ha propuesto una reforma integral que haga viable el sistema al menos a medio plazo. 

Lo único que hemos tenido hasta la fecha ha sido una pérdida del poder adquisitivo por la vía de la reforma impulsada por el PP que acabó con la vinculación entre IPC y subida anual de la pensión. Ahora, lo máximo que podrá subir año a año es el 0,25% , de manera que cuando la economía empiece a tirar - se supone que algún día tendrá que hacerlo - y el IPC empiece a responder a los estímulos económicos la pensión de nuestros mayores se diluirá como un terrón de azúcar en el café. Cabe recordar además que se amplía el periodo de computo para calcular la pensión y que, junto al retraso de la edad de jubilación aprobado en la etapa de Zapatero, en unos años también entrará en vigor el factor de sostenibilidad del sistema por el que la cuantía de la pensión oscilará en función de la esperanza de vida en el momento de la jubilación. 


En definitiva, medidas todas tendentes a recortar las pensiones presentes y futuras después de décadas de cotización en la mayoría de los casos y que, en la dura y larga crisis, han servido en muchos casos para que miles de familias se hayan mantenido medianamente a flote. En paralelo, la reforma laboral del PP ha producido el efecto buscado: devaluar los salarios y precarizar el empleo para ganar competitividad económica. La consecuencia inmediata ha sido la caída de las cotizaciones a la Seguridad Social, sumada a la alegre política de bonificaciones y tarifas planas de las cuotas empresariales a la que se apuntó el PP en su legislatura de mayoría absoluta. Todo lo cual apenas ha tenido efecto sobre el empleo pero sí ha contribuido a que el sistema ingresara aún menos. Por no hablar de lo absurdo y contradictorio que resulta favorecer el empleo precario y temporal con la reforma laboral para luego bonificar con cargo a la Seguridad Social el empleo indefinido. 

A la hora de buscar propuestas de futuro, lo único que se encuentra es no poca vaguedad y mucha indefinición. Los sindicatos hablan de sacar del sistema las pensiones de viudedad y orfandad, que representan más de 20.000 millones de euros al año y financiarlas con impuestos a través de los presupuestos del Estado. En cuanto a los partidos, es cierto que el PSOE prometió en la pasada campaña implantar un recargo fiscal sobre las rentas más altas para pagar las pensiones, pero apenas si la desarrolló. La idea la hace suya en parte Podemos pero no la comparten ni Ciudadanos ni el PP. La formación naranja no quiere tocar los impuestos y, salvo error u omisión por mi parte, carece de propuesta  concreta sobre cómo garantizar el futuro de las pensiones. En cuanto al PP, su mantra es que el empleo todo lo cura y con él volverá la hucha de las pensiones a rebosar y volveremos a atar los perros con longanizas. Como si no hubiera quedado suficientemente claro que con unos salarios que no permiten a muchos trabajadores esquivar la exclusión social malamente se puede resolver el problema de las pensiones por la vía de ingresar dinero en la hucha. 

Piensan mal algunos y tal vez anden bien encaminados, que detrás de esa  actitud que parece confiar la solución del problema a la buena suerte económica hay un interés inconfesable de dejar quebrar el sistema para justificar la necesidad de cambiarlo por uno mixto en el que tengan un mayor peso los planes privados de pensiones. Bancos, aseguradoras y otros muchos llevan años lanzando la caña a ver qué pescan y publicando estudios apocalípticos sobre el futuro de las pensiones. Su principal y en ocasiones único argumento es el envejecimiento de la población, un mantra tendencioso que se quiere hacer pasar por determinante: el envejecimiento deviene en la imposibilidad de sostener el sistema de pensiones si son más los que las cobran que los que aportan a la caja común. 

Que el envejecimiento es un factor que no se puede pasar por alto es cierto pero no es una maldición bíblica que no pueda paliarse con políticas de natalidad y conciliación laboral y familiar adecuadas. Por desgracia, la interminable campaña electoral en la que lleva embarcada España desde hace año y medio no ha sido tiempo suficiente para que los partidos políticos debatieran en profundidad sobre cómo garantizar el futuro de las pensiones, uno de los pilares básicos de lo que conocemos como el estado del bienestar. Cabe preguntarse si es esas tres palabras - estado del bienestar - aún significan algo para la clase política española, sobre todo para aquella parte de la misma que se reclama socialdemócrata si es que esa palabra tiene hoy algún significado político concreto y reconocible.