Echenique: tic-tac, tic-tac

Si te dedicas a tiempo completo a dar lecciones de ética corres un elevado riesgo de que te las terminen dando a ti si no eres consecuente con tus propias prédicas. No puedes ir por el mundo señalando con el dedo a los demás y exigiéndoles que limpien sus casas si tú no has hecho los deberes en la tuya. Quien aplica la doble vara de medir con respecto a la corrupción de los demás frente a la suya o recurre a la ley del embudo que deja la parte estrecha para los demás y se reserva para sí la ancha no merece que se  le preste más atención cuando vuelva a hablar de regeneración y transparencia. 

El secretario de organización de Podemos, Pablo Echenique, ha tenido que reconocer que durante un año tuvo a un trabajador a su servicio sin contrato y sin darle de alta en la Seguridad Social, o sea, en negro azabache total. Lo ha confesado después y no antes de que lo publicara un periódico de Aragón, aunque eso no es lo peor viniendo de alguien capaz de conjugar el verbo dimitir en todos las personas y tiempos salvo en la primera del presente. Lo peor es que ha intentado echarle la culpa al cha - cha - chá: dice el dirigente de Podemos - conocido martillo político de herejes y corruptos - que la culpa es del sistema porque obliga a los dependientes como él a elegir entre pagar la hipoteca o la Seguridad Social de un asistente que le eche una mano en sus tareas cotidiana. 

Dicho de otra manera, que Echenique justifica sin ambages la economía sumergida y que los empleadores  hagan de su capa un sayo con contratos, salarios y cotizaciones a la Seguridad Social alegando circunstancias como la suya u otras que les vengan bien para justificar el incumplimiento de la ley. Sin descontar, por supuesto, que sean también los propios empleados los que en ocasiones rechazan el alta en la Seguridad Social para ahorrarse la cuota y disponer de algo más de liquidez, lo cual tampoco justificaría que el empleador se aviniera al chanchullo.  

Pero ateniéndonos al caso que nos ocupa, me produce perplejidad que el partido que venía a cambiar el mundo en menos de lo que tardó en crearse, acabar con la corrupción y regenerar la vida política, perseguir el fraude fiscal y crujir a los ricos con impuestos siga teniendo como número dos de su jerárquica organización a alguien que no asume la más mínima responsabilidad política cuando es descubierto haciendo algo que de haberlo hecho otro ya le habría supuesto ser crucificado en la plaza mayor.  Rápidamente se ha organizado la autodefensa y en tromba han salido ya algunos dirigentes de Podemos a justificar a su compañero pillado haciendo algo que él mismo reconoce que no estaba bien y que, además, era consciente de ello. 

Carolina Bescansa, la inolvidable diputada del bebé parlamentario con el que arrancó la pasada legislatura, califica de "vergonzante" los ataques a su compañero. Abro aquí un breve paréntesis: según la RAE, "vorgonzante" es ocultar algo por vergüenza. Supongo que Bescansa se refiere a ataques "vergonzosos", es decir, que causan vergüenza. Y cierro paréntesis, que tampoco vamos a exigirles a la gente de Podemos ni al común de los políticos no sólo coherencia entre lo que dicen y lo que hacen sino que encima conozcan el significado de las palabras que emplean. 

No opina lo mismo que Bescansa, sin embargo, Alberto Garzón, la segunda parte contratante de la primera parte en la coalición Unidos Podemos. A su juicio, lo que ha hecho Echenique es una práctica que se debe censurar. De lo que han dicho, por ejemplo, en el PP o en el PSOE ni me voy a ocupar porque ya ustedes se lo pueden imaginar de manera muy cabal. Lo que importa ahora es saber si Echenique va a dar el paso que sigue al de reconocer que metió la pata, que incumplió la ley y que lo hizo completamente  a sabiendas. 

No se trata de atizarle al árbol cuando se tambalea pero hay que recordar que todo eso ocurrió al mismo tiempo que Echenique y los suyos nos aleccionaban sobre el descrédito de la política y sobre la ineludible obligación que tienen de responder con sus cargos aquellos que se aparten del camino recto marcado por la nueva moralidad pública, esa al parecer tan vieja que reza que si lo hago yo es justificable pero si lo hacen otros no tiene perdón de Dios. Tic-tac, Tic-tac.  

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