Ruptura en diferido

En los pactos políticos no debería haber rupturas a medias, a plazos o en diferido. Si uno de los socios del acuerdo se queja del trato que recibe del otro y anuncia que quiere irse, debe hacerlo sin tardanza. Cada minuto que pase sin tomar la decisión irá en detrimento de la credibilidad de sus quejas y de la salud de los ciudadanos, más que servidos de generosas dosis de incertidumbre, inestabilidad y regateos políticos. En este sentido las relaciones políticas no son muy diferentes de las personales: cuando en una pareja una parte se siente agraviada, vejada o humillada lo mejor que puede hacer es poner fin a esa relación tormentosa. Lo puede hacer dando un portazo o prometiendo saludar a la otra parte cuando la encuentre por la calle, pero irse al fin y al cabo, no irse pero quedarse. 

La no decisión que adoptó ayer la dirección regional del PSOE canario sobre su pacto con CC es de esas que de entrada desconciertan. Después de prometer que se tomaría una decisión definitiva e irrevocable, dando incluso por roto el acuerdo antes de que el asunto se discutiera colegiadamente, la cúpula socialista ha optado por una de esas jugadas propias de las malas defensas futbolísticas: el patadón hacia adelante para ganar tiempo y tomar resuello. 

Aquí el balón es una papa caliente que la cúpula socialista parece querer ir enfriando para que cuando se reúna el comité regional del PSOE canario sea mucho más fácil tocarla sin quemarse los dedos. Si esto no es una reconsideración de las amenazas de mandar al socio del pacto a hacer gárgaras se le parece muchísimo. Es, al mismo tiempo, una manifestación bastante evidente de que no hay unanimidad en la dirección de los socialistas canarios sobre lo que conviene hacer; por eso, antes de ofrecer una imagen de división interna, mejor pasar la responsabilidad última a un órgano más amplio y difuso como el comité para que sea éste el que mantenga la respiración asistida de la que vive el pacto pacto desde hace tiempo o lo desenchufe definitivamente. 


Que en el PSOE hay enfado con CC por sus deslealtades y trapisondas y que se trata de un enfado sincero es evidente; que hay dirigentes y cargos públicos partidarios de no dejar pasar una más a los nacionalistas también lo es, máxime después de todas las que han consentido desde el minuto uno del acuerdo. Pero, del mismo modo, a nadie se le oculta que una ruptura supondría dejar a la intemperie a un buen número de cargos públicos cuyos empleos dependen de este acuerdo, además de arriesgar los gobiernos insulares y municipales en los que los socialistas gobiernan con el apoyo de CC; además, obviamente, de las consejerías autonómicas, por más que sus titulares hayan sido en varias ocasiones la verdadera oposición para CC mientras se escenificaba el "buen rollito" con el PP. De ahí que la táctica sea ahora la de echar balones al suelo - por seguir con el símil futbolístico -  y ver cómo evolucionan los acontecimientos hasta la celebración del comité regional. 

Por lo pronto, el tono de enfado con el que el PSOE se viene empleando a raíz de la moción de censura en Granadilla ha tenido la virtud de convertir a CC en un compungido y arrepentido socio político que parece a punto de pedir perdón por haber sido tan ruinito. De hecho, ha vuelto a sugerir la revisión del pacto en los municipios y preservar de la ruptura el gobierno regional, algo que a priori podría generar incluso más inestabilidad política. Mientras y según se ha deslizado ya subrepticiamente, los socialistas parecen estar empezando a plantearse cómo elevar considerablemente el precio que tendría que pagar CC si quiere mantener el acuerdo político actual. Más áreas de poder y más dinero en los próximos presupuestos autonómicos para las consejerías socialistas, empezando por la vapuleada sanidad pública, serían parte del peaje a abonar por los nacionalistas para mantener el pacto. 

Todo parece que dependerá finalmente de si el PSOE quiera hacer valer su dignidad como fuerza política que no se deja "torear" - Julio Cruz dixit -  o si prefiere poner por encima de ese principio determinados intereses personales, tanto económicos como políticos. Lo cierto es que para que las quejas de los últimos días fueran creíbles, el PSOE debió haberse ido ayer a la oposición en lugar de alargar la incertidumbre sobre la estabilidad política de las islas en un extraño ejercicio de decir una cosa y hacer la contraria. No es creíble decir que el pacto está roto y no obrar en consecuencia, porque eso es lo mismo que irte sin irte o quedarte pero marcharte. O una cosa o la contraria, o sorber o soplar. 

El PSOE entra en barrena

A la hora de escribir este post ignoro si Pedro Sánchez presentará la renuncia como secretario general del PSOE, aunque no parece que tenga otra salida. La dimisión esta tarde de la mitad de la ejecutiva federal es un obús en la línea de flotación de la estrategia del debilitado dirigente socialista que abre un boquete imposible ya de taponar. Aunque uno empieza a estar curado de espanto ante la capacidad de Sánchez para aferrarse a la secretaría general, atrincherarte al frente del partido cuando no te apoya ni la mitad de la dirección sería una actitud infinitamente más irresponsable que el congreso extraordinario que el lunes se sacó de la manga para no asumir las consecuencias derivadas de los penosos resultados de las últimas citas electorales. 

Sánchez, en sus horas más bajas como político y seguramente en las últimas como máximo dirigente del PSOE, ha perdido claramente el pulso con los barones y ha terminado provocando una profunda división en el seno del primer partido de la oposición de este país, cuando es muy probable que los españoles seamos llamados a votar por tercera vez en un año. No me cabe la menor duda de que en el PP y en Podemos deben estar haciendo cálculos a esta hora de cuántos escaños más van a obtener en las próximas elecciones ante la desastrosa situación interna que se vive en un PSOE camino de pasar a estar dirigido por una comisión gestora. 

Son múltiples las causas que han llevado al partido y a su todavía secretario general a esta situación de fractura interna, pero una de ellas y no la menos importante es el propio Sánchez. Es cierto que se ha topado con los viejos rockeros del partido, poco dados a experimentos políticos salvo que sean con gaseosa. Sin embargo, Sánchez no ha tenido la mano izquierda que era imprescindible para atraerse a sus posiciones a la vieja estirpe de la que forman parte Felipe González o Alfonso Guerra, que lo fueron todo en el PSOE, y a la que se une el estamento nobiliario de los barones territoriales de los que dependen los principales graneros electorales socialistas. 


Ha preferido actuar como elefante en cacharrería, pisando callos en las federaciones más importantes del PSOE como la andaluza y proponiendo triples saltos mortales sin red para desatascar la gobernabilidad del país. Cuando el comité federal del partido, máximo órgano decisorio entre congresos, puso reparos a sus planteamientos los ignoró y recurrió al apoyo de los militantes para no dar su brazo a torcer. Esa finta, que ahora parece dispuesto a repetir si el comité federal no autoriza el congreso extraordinario, puso de evidencia que su máximo objetivo no era volver a hacer del PSOE un partido renovado pero fiel a sus esencias y capaz de disputarle el gobierno a la derecha. 

Era, sobre todo, escudarse en la militancia para mantener la secretaría general a toda costa con la indisimulada esperanza de acceder algún día a La Moncloa. Las grandes cuestiones que tenía y tiene que resolver el socialismo español - cómo hacer sostenible el estado del bienestar, cómo responder al populismo emergente, cómo resolver las tensiones territoriales o cómo diferenciar tu discurso económico del que sostiene el neoliberalismo - han quedado en el limbo a la espera de tiempos mejores. Ha preferido empezar la casa por el tejado y consolidar su poder personal antes que el poder de atracción del PSOE para unos electores en desbandada hacia la abstención o hacia otras formaciones políticas. 

Ese poder está hoy bajo mínimos porque la persona en cuyas manos recayó la responsabilidad de volver a hacerlo valer lo ha dilapidado, mientras el tejado por el que ha querido iniciar su obra está a punto de caerle sobre la cabeza. Como ya comenté en otro post hace unos días, el PSOE es un partido fundamental para la estabilidad política del sistema democrático español; por eso, la situación por la que atraviesa no debería alegrar a nadie, ni siquiera a sus rivales políticos por mucho que se puedan beneficiar de la misma. Ahora bien, es el PSOE, sus militantes y sus dirigentes, los que tendrán que decidir cómo quieren salir de esta debacle para volver a presentarse ante los españoles como un partido en el que sea posible confiar. 

Arde Granadilla

De nada sirvieron anatemas y expedientes de fulminante expulsión en diferido: los concejales de CC en Granadilla no sólo no retiraron la moción contra el socialista González Cejas y no sólo no fueron expulsados del partido por no hacerlo, sino que la llevaron al pleno y la sacaron adelante con el inestimable apoyo del PP y Ciudadanos. Para el PSOE estamos ante la mayor traición política desde que Bruto hundió su puñal en el viente de Julio César por acabar con la república. El PSOE con lo que quiere acabar de inmediato es con el cascado pacto en cascada que firmó hace algo más de un año con CC augurándole entonces larga vida y muchos éxitos. Lo dice otro Julio, de apellido Cruz y secretario de organización de los socialistas canarios por más señas. Él es quien más portavocea en el PSOE canario dado que al secretario general no se le escucha decir nada desde la última glaciación ni es probable que volvamos a escuchar su voz antes de que se fundan definitivamente los polos.

A la tambaleante situación en la que se encuentra en estos momentos el mentado pacto político se ha llegado después de una rocambolesca sucesión de hechos que requerirían varios post para contarlos y no es cuestión. Más allá de si hubo o no un un acuerdo verbal o por escrito entre Julio Cruz y el secretario de CC, José Miguel Barragán, para abortar la moción a través de unas extrañas renuncias de concejales en Granadilla, lo que se pone de manifiesto por enésima vez es el fracaso de acuerdos políticos impuestos con calzador y que a la postre se terminan empleando para desestabilizar al rival. Eso para empezar porque, para continuar, de lo que los ciudadanos ya estamos ahítos es de que estos churriguerescos episodios de campanario pongan patas arriba la estabilidad política y afecten a la gestión y a la solución de nuestros problemas. 


No sé si el PSOE terminará rompiendo el pacto en todos los ámbitos o se limitará a declararle la guerra a CC allí en donde pueda hacerle daño, como el ayuntamiento de La Laguna, manteniendo al mismo tiempo el acuerdo regional. Aunque parece poco menos que imposible que eso pueda funcionar, eso es precisamente lo que propone ahora una compungida CC, tal vez preocupada de que la indisciplina más o menos tolerada de sus concejales en Granadilla desemboque en una crisis política mucho más profunda de lo previsto en un primer momento por quienes la idearon y planificaron, convencidos seguramente de que no habría problema en meterle otro gol por toda la escuadra al PSOE. Ocurre, sin embargo, que los nacionalistas no cuentan en estos momentos con la mínima autoridad política exigible para hacer propuestas como esa, después de remolonear durante días con una expulsión que iba a ser fulminante y que ha quedado en un mero expediente disciplinario. José Miguel Barragán, que prometió abandonar la secretaría de CC si triunfaba la moción, aún no ha dicho si cumplirá la promesa.

En otras palabras, no parece que haya habido en las filas nacionalistas una voluntad decidida de parar una moción de censura que ahora pone en cuestión la estabilidad del mismísimo gobierno regional, como si los problemas de este archipiélago debieran pasar a un segundo plano durante semanas y puede que meses mientras los partidos se enfrascan en sus juegos de tronos. El presidente autonómico Fernando Clavijo no es hombre dado a meterse en jardines partidistas y prefiere mantener su perfil institucional. Sin embargo, eso no le impide ser el secretario de CC en Tenerife, la organización que supuestamente nunca supo ni autorizó la moción de Granadilla. Debería hacer una excepción y, en su condición de dirigente cualificado de CC, explicar por qué los concejales de su partido en ese municipio han incumplido un acuerdo con el PSOE que lleva su puño y letra y qué piensa hacer al respecto. 

Por su parte, el PSOE debería explicar también por qué está dispuesto a romper el pacto a raíz del triunfo de la moción en Granadilla y no lo ha hecho a pesar de las duras críticas de sus socios de CC a la gestión de los consejeros socialistas del Gobierno, la última al titular de Sanidad. ¿Cabe deducir que para el PSOE es más importante y trascendental mantener una alcaldía que defender su propia gestión en un servicio público como el de la sanidad? La salida de esta situación me temo que no está escrita pero debería producirse lo antes posible: si el PSOE entiende que se ha colmado el vaso de su paciencia que recoja sus cosas y pase a la oposición y que CC busque nuevos socios en el arco parlamentario, en donde tiene un amplio abanico en el que elegir. Ni puede Canarias ni nos merecemos los canarios continuar asistiendo a broncas políticas como la presente que poco o nada tienen que ver con los auténticos problemas de estas islas. 

La huída de Sánchez

Casi 5,5 millones de ciudadanos votaron el pasado 26 de junio por el PSOE en las segundas elecciones generales en seis meses. No me cabe la más mínima duda de que la gran mayoría tuvo en cuenta, además de otras consideraciones sobre la coyuntura política concreta, que el PSOE representa un referente político ineludible para este país. Su trayectoria histórica y su experiencia hicieron de este partido un protagonista de primera línea de esa transición política que algunos imberbes de hogaño pretenden arrojar ahora al cubo de los desperdicios históricos. 

Lo que resulta más significativo es que esos 5,5 millones de electores socialistas del 26J fueron 100.000 menos que en la anterior cita del 20 de diciembre de 2015, que a su vez fueron 1,5 millones menos que el 20 de noviembre de 2011 y que a su vez fueron 4 millones menos que en las del 9 de marzo 2008. La progresión a la baja de los socialistas en las cuatro últimas citas generales con las urnas se ha agudizado más si cabe este domingo con la debacle inapelable en las autonómicas gallegas y vascas. 


En Galicia el PSOE ha pasado de ser segunda a tercera fuerza política y en el País Vasco de tercera a cuarta posición. Aunque es seguro que los ciudadanos gallegos y vascos votaron pensando más en la estabilidad política de sus respectivas comunidades autónomas que en clave nacional, no por ello es menos aplastante la derrota socialista en estos dos territorios. Así y todo, a la hora de escribir este post no hemos escuchado aún a su líder, Pedro Sánchez, emitir una autocrítica en voz alta ni al menos amagar con la posibilidad de asumir la responsabilidad de quien lidera un partido que cosecha derrotas electorales de manera consecutiva. 

Lejos de eso, ha anunciado Sánchez su intención de convocar un congreso extraordinario del PSOE para los primeros días de diciembre, previas primarias el 23 de octubre a las que, por supuesto, tiene intención de presentarse. La huída de Sánchez hacía no se sabe dónde se ha encontrado ya con las previsibles críticas de la federación andaluza que lidera Susana Díaz, aunque no es la única a la que la decisión de convocar un congreso extraordinario antes de saber si habrá que volver a las urnas por tercera vez le parece un dislate. 

Y lo es, porque cuando apenas falta un mes para que expire un nuevo plazo para formar gobierno o convocar las terceras elecciones, sacarse de la chistera un congreso extraordinario es de una frivolidad irresponsable que no cabía esperar del líder de un partido como el PSOE. Si Sánchez creyera de verdad en la posibilidad de encabezar un gobierno alternativo al que pueda presidir Rajoy debería estar buscando mañana, tarde y noche los apoyos que sigue sin tener y que salvo milagro nunca tendrá. 

Como en realidad no cree en absoluto en esa opción y tampoco está dispuesto a dar marcha atrás en su "no es no" a Mariano Rajoy y al PP, opta ahora por lanzar la pelota hacia adelante con un congreso extraordinario cuyo único objetivo parece ser amarrarse a la secretaría general para los restos y garantizarse una nueva candidatura a La Moncloa en las cada vez más cercanas terceras elecciones generales. 

El liderazgo personalista y egocéntrico de Sánchez no sólo pone en riesgo el futuro inmediato de su partido sino la estabilidad democrática de este país. Frente a la derecha más carpetovetónica y la izquierda de tabla rasa se hace imprescindible un PSOE  que sea capaz de recuperar el discurso y el espacio político que ha ido perdiendo en los últimos años más por sus reiterados errores que por los aciertos de sus rivales. Lo que empieza a resultar cada vez más evidente es que Pedro Sánchez no es el dirigente llamado a liderar esa recuperación. 

"Las hojas muertas"

Hoy quiero recuperar una sección del blog hace mucho tiempo aparcada, las "Músicas para una vida", esas canciones que cuando las escuchas por primera vez con un poco de atención te atrapan para siempre. Me pasa con todas las que he ido subiendo al blog y también con la que subo hoy.

"Les feuilles mortes" (Las hojas muertas), es una canción francesa escrita en 1945 por Jacques Prévert con música Joseph Kosma. La hizo popular el actor y cantante Ives Montand y no tardó en convertirse en un "standard" del jazz del que existen innumerables versiones bajo el título de "Autum Leaves" (Hojas de Otoño). Requiere un poco de concentración y mente abierta para disfrutar de su poesía y de su música triste y melancólica.



Granadilla: una expulsión en diferido

Para tener carácter extraordinario y efectos casi fulminantes, la expulsión de los concejales de CC en el ayuntamiento tinerfeño de Granadilla se está pareciendo cada vez más a una expulsión en diferido o a cámara lenta. Los que estén puestos en la siempre entretenida política canaria ya sabrán que me refiero a la gamberrada de los chicos de CC en ese ayuntamiento en el que gobierna años ha un socialista llamado Jaime González Cejas. Los de CC, con el apoyo siempre desinteresado del PP y la leal colaboración de Ciudadanos, le endilgaron hace ya más de una semana una moción de censura con el argumento de que está imputado judicialmente; a eso añadieron, para hacer bulto y llenar un par de folios más, la habitual retahíla de que el pueblo anda manga por hombro, que nadie mueve un papel en el ayuntamiento y que ni agua para las palomas hay en la plaza. 

Fue presentarla y arder Troya en el PSOE: deslealtad e incumplimiento fueron los palabros de inmediato disparados ante los medios, junto a la exigencia de "revertir" ipso facto tamaña trastada y falta de respeto al pacto regional, y dos piedras, que nos tiene a todos con dolor de cabeza desde hace ya más de un año. Se puso a la tarea de arreglar el estropicio el siempre conciliador Barragán, secretario de los nacionalistas, que de inmediato advirtió a sus levantiscos compañeros de Granadilla que debían retirar  la moción en 24 horas so pena de ser expulsados a las tinieblas exteriores del transfuguismo.

Nos sentamos todos a esperar que llegara la hora terrible del juicio final para los concejales de CC cuando de manera más bien poco inesperada les salió un valedor: la dirección de su partido en Tenerife, que exigió que se escucharan los argumentos de los censurantes antes de darles el pasaporte. De paso pidieron al PSOE - por pedir que no quede - que exigiera la renuncia de González Cejas con el argumento de que, total, en cualquier momento se le abrirá juicio oral por sus imputaciones y siempre es mejor irte en lugar de que te echen en aplicación del código ético y otras dos piedras. 


El PSOE no transigió y el tiempo siguió pasando hasta que llegó la hora del Apocalipsis para los revoltosos concejales granadilleros. Y - como dicen los redichos - cuál no sería nuestra sorpresa cuando nos enteramos de que, después de haber sido escuchado y rechazado su pliego de descargo, habían sido expulsados " provisionalmente ", hallazgo político que merece pasar inmediatamente a la historia universal de los eufemismos más desopilantes. 

No se vayan, que aún hay más: a pesar de que ya se habían escuchado sus argumentos, la dirección les ha dado otras 24 horas - tic-tac, tic-tac - para que aleguen de nuevo contra la "expulsión provisional". Será en la reunión que la dirección suprema de CC celebrará mañana cuando - supuestamente - se tomará la definitiva, postrera, inapelable e impepinable decisión de enseñarles la puerta de salida del partido; eso o abrir un nuevo periodo para que lo mediten bien en un convento cartujo con todos los gastos pagados. 

Mañana veremos pues si se impone la intención de Barragán de echar a los concejales piromanos del pacto, aunque sea por entregas y en cómodos fascículos, o la de CC en Tenerife, partidaria seguramente de erigirles un monumento conmemorativo en la plaza mayor si consiguen hacerse con un ayuntamiento históricamente socialista y del que, junto a otros del sur de Tenerife, se alimenta la fuerza política de la mismísima número dos del Gobierno regional, Patricia Hernández, del PSOE por más señas. 

El asunto no es menor porque quien dirige la formación nacionalista en Tenerife es también quien preside el Gobierno de Canarias gracias al pacto con el PSOE. Hay quien piensa en CC que se ha ido demasiado lejos en la presión sobre los habitualmente dóciles socialistas y temen que si el acuerdo se rompe se acabe la vida regalada y haya que buscar aliados probablemente mucho menos receptivos. A eso hay que sumar que Barragán ha advertido de que entregará los bártulos de secretario general si la moción prospera, con lo que CC podría acabar haciendo un pan como unas tortas. Veremos en las próximas horas cómo lo arreglan y cómo salen de esta. En última instancia, seguramente todo dependerá de si la amplia capacidad de aguante del PSOE está realmente agotándose o de si lo suyo es sólo otra llantina porque el amigo abusón le ha birlado otro ayuntamiento. Continuará...

¿Qué quiere Sánchez?

Advertencia previa: no busquen en este post respuesta a la pegunta que le da título. Soy el primero que ignoro cuáles son las intenciones de líder del PSOE y tengo para mi que él tampoco las conoce con certeza. Lo he dicho en varias ocasiones pero tengo la imperiosa necesidad de decirlo una vez más: los españoles no nos merecemos el bochorno político por el que estamos pasando desde hace nueve meses - esto parece un tortuoso embarazo - y con riesgo de que se extienda hasta más allá de este año. No diré que Sánchez sea el único responsable del estancamiento político pero sí es uno de los principales. Su enrocamiento numantino en el "no" a Rajoy y al PP desde el día siguiente a las elecciones del 20 de diciembre de 2015, casi desde la noche de los tiempos, es una de las causas de que este país haya ido dos veces a las urnas en seis meses y esté a las puertas de ir por tercera vez en menos de un año. 

Rajoy es un político tan carente de cualquier tipo de credibilidad que no se merece el apoyo que ni siquiera se molesta en buscar; vive en su nube de fuerza más votada y da por supuesto que el resto debe rendirse a sus plantas de forma incondicional. Sin embargo, nadie le ha pedido a Sánchez que haga tal cosa,  en cuyo caso habría estado de sobra justificado el "no" más rotundo. Lo que se le ha pedido es que facilite la conformación de un gobierno que atienda de una vez las cuestiones que este país tiene pendientes desde hace casi un año. 

Podía haber exigido al PP que sacara a Rajoy de la escena política y propusiera otro candidato a la Moncloa  a cambio de pestar apoyo parlamentario a un gobierno que estaría obligado a realizar las reformas que se le exigieran para no quedarse en minoría. Tenía - y aún tiene en su mano - gobernar este país desde el Parlamento con el muy probable apoyo de otras fuerzas del arco político. Ni siquiera se ha molestado en explorar esa vía encastillado en un "no" poco responsable, que abre las puertas a nuevas elecciones y que no deja precisamente bien parado su sentido de Estado y la conveniencia de anteponer el interés general al partidista. 


Ahora, casi un mes después de que fracasara la investidura de Rajoy, ha tenido a bien convocar una reunión ordinaria del Comité Federal del PSOE para una semana después de las elecciones vascas y gallegas de este domingo, como si el país anduviera sobrado de tiempo para más juegos florales. Reunión que, por otro lado, debió haber tenido lugar inmediatamente después del pleno de investidura para determinar la estrategia política a seguir a partir de aquel momento. En lugar de eso inició una ridícula ronda de contactos telefónicos con otros dirigentes políticos sin ni siquiera postularse para la investidura y cuyos resultados tangibles aún estamos esperando que nos explique a los ciudadanos. 

A partir de ahí ha dedicado todo el mes de septiembre a pedirle a Podemos y a Ciudadanos el imposible de que retiren sus vetos recíprocos con la indisimulada esperanza de conseguir la cuadratura del círculo de ser investido presidente de un gobierno modelo jaula de grillos. Ya ha filtrado su guarda de corps que irá al Comité Federal a proponerse como candidato a la investidura, no se sabe muy bien con qué apoyos. Susana Díaz le ha recordado que no se puede gobernar con 85 diputados y unos cuantos barones le están aguardando en la bajadita como se le ocurra presentarse con el apoyo de los partidos independentistas catalanes. En cuyo caso puede que no dude Sánchez en fintar de nuevo al Comité y usar el comodín del público convocando a las bases del PSOE para que respalden su apuesta por un imposible político. 

Todo lo cuál me lleva de nuevo al título de este post: ¿qué quiere en realidad Sánchez? Por ensayar sólo un par de hipótesis, uno diría que quiere ser presidente del gobierno "le cueste lo que le cueste" a él, a su partido y a este país, y eso incluye si es necesario unas terceras elecciones y, ya puestos, unas cuartas, etc. Y me aventuraría también a decir que quiere seguir mandando en el PSOE, aunque hasta la fecha su liderazgo se salde con resultados electorales cada vez peores, con permiso de lo que ocurra el domingo en Galicia y en el País Vasco. Puede que él y sus allegados en la dirección socialista piensen  todo lo contrario pero, si lo que Sánchez quiere es hacer del PSOE una fuerza políticamente irresponsable y residual, va por el mejor de los caminos.  

Podemos: ser o no ser

Errejón e Iglesias se han lanzado en las últimas horas unos cuanto mandobles dialécticos a través de las redes sociales que los modernos no dudarían en calificar de "virales". La cuestión de fondo parece ser qué quiere ser Podemos de mayor, si un partido que inspire miedo entre los malos malísimos o amor y cariño entre quienes piensan en el diablo con cuernos cuando ven o escuchan a Iglesias. De la primera opinión es el líder supremo y de la segunda el confundador y secretario político Errejón. Aquel defiende que para alcanzar el cielo hay que meter miedo a los corruptos y este que el camino es ganarse a quienes no se fían de Podemos ni de sus aviesas intenciones.

A nadie se le oculta a estas alturas que lo que en realidad se ventila con esta discusión en la plaza pública no es otra cosa que la manera más segura de conseguir el sorpasso que daban por hecho en junio y que aún se preguntan cómo se les escapó de entre las manos. Aunque tengo para mi que se impondrá la línea dura de Iglesias, ni entro ni salgo, allá se las compongan los dirigentes de Podemos, sus círculos o lo que quede de ellos y sus votantes con lo que quieren ser y cómo quieren actuar en el futuro más o menos inmediato. 

Ahora bien, como ciudadano que cree en la democracia con todas sus imperfecciones, sólo confío en que, sea cual sea la estrategia que al final se imponga, el desprecio por la casta no se traduzca en la misma actitud ante el menos malo de los sistemas políticos conocidos y ensayados a lo largo de la Historia. Esto implica la obligación de no considerarse en poder de la verdad absoluta, de respetar las ideas de los demás y de aceptar que la función de un partido democrático es, nada más pero nada menos, que servir de cauce a las aspiraciones de aquella parte de la sociedad a la que representa. Lo que da sentido a la palabra democracia, para algunos inventores de la "nueva política" mero sinónimo de casta, es precisamente la confluencia de las diferentes aspiraciones y voluntades sociales expresadas en la participación democrática a través de los partidos. Con eso, que no es poco pero es lo mínimo que cabe exigir de un partido político en un sistema democrático, me daría por satisfecho. 

Con todo y al margen del debate estratégico sobre cómo puede Podemos relegar al PSOE a tercera fuerza política nacional, lo que más me ha llamado la atención es el empleo de las redes sociales para airear las diferencias estratégicas entre Iglesias y Errejón, que es como decir entre las dos corrientes principales de Podemos, algo de lo que se vanagloria el primero. Aunque en los últimos años se ha avanzado algo en participación democrática en la vida interna de los partidos políticos, lo habitual es que este tipo de asuntos se diriman en cenáculos más o menos oscuros y en función a veces de no menos oscuros intereses en los que no suele entrar mucha luz de la calle. 

Podría pensarse que Podemos ha hecho una valiosa aportación a la transparencia de la actividad interna de los partidos políticos al tener la valentía de lanzar a los cuatro vientos las discrepancias entre sus dirigentes, haciendo partícipes de ellas al conjunto de la sociedad. Pero podría ser también - y esto no excluye por completo la razón anterior - que Podemos esté necesitado de recuperar la atención mediática que tuvo en la pasada legislatura cuando pudo ser parte de la solución y se convirtió en parte del problema. 

Ahora, en una situación política en la que Pablo Iglesias y los suyos aparecen más desplazados del centro del escenario político, puede que hayan visto la necesidad de recurrir al viejo truco de que hablen de uno aunque sea mal, sobre todo si se olfatean elecciones en el horizonte. Y, además, tampoco vamos a descubrir ahora el amor por los platós de televisión y las dotes para el show mediático y el postureo desplegadas por Pablo Iglesias y otros dirigentes de Podemos antes y después del bebé de Carolina Bescansa.

Los fallos de un fallo

En medio de la modorra política en la que sestean los partidos como si no llevaran cerca de un año mareando a las perdices y a los ciudadanos, el Tribunal Europeo de Justicia se acaba de descolgar con una sentencia que, ante tanta falta de novedad, ha puesto sobre la mesa el debate de las indemnizaciones por despido en España. Lo malo del fallo es que falla demasiado por lo poco claro e impreciso, defectos estos de los que deberían huir los jueces como los gatos del agua caliente. 

En síntesis dice que, no por ser trabajador interino y español tu empresario te puede dar el pasaporte sin pagarte un euro. Dicho de otro modo, que la duración del contrato laboral no es excusa para discriminar a los trabajadores en el pago de la indemnización. La sentencia es un obús en la línea de flotación de la legislación laboral española y ya tiene a los empresarios haciéndose cruces y criticando a los jueces. Sin embargo, la decisión judicial abre más interrogantes que los que cierra y de ahí que los empresarios, los sindicatos, los partidos y los expertos hayan hecho su propia lectura acercando el ascua a su respectiva sardina. 

Si partimos de la base de que el fallo trae causa de la denuncia de una trabajadora interina española despedida sin indemnización, podría pensarse que sólo afectaría a los interinos, que no cobran nada cuando son despedidos. Rápidamente y aunque no se precisa este extremo, se ha concluido que también afecta para bien a los trabajadores temporales, que son legión en España y que cobran 12 días de indemnización por año trabajado frente a los 20 días de los de contrato indefinido. En consecuencia, sindicatos y partidos de izquierda han coincidido en que las indemnizaciones deben igualarse todas por arriba, es decir, que se paguen 20 días tanto si el contrato es interino, temporal o indefinido. 



La cuestión es que la sentencia no hila tan fino y ni siquiera plantea que España deba adaptar su legislación a lo que se establece en ella, algo que Fátima Báñez sabrá agradecer como se merece a la Virgen del Rocío. Ello no evitará que los jueces españoles tengan en cuenta el parecer de sus colegas comunitarios cuando se encuentren en casos similares al de la trabajadora interina que denunció su despido a coste cero.

Para algunos expertos, el principal fallo del fallo judicial es su aparente ignorancia de una economía como la española que, por sus propias características de estacionalidad, requiere mano de obra temporal en lugar de indefinida en sectores de la actividad como la agricultura o los servicios. Siendo sin duda loable la intención del Tribunal de eliminar discriminaciones laborales sin fundamento alguno, dicen estos expertos que el fallo puede llevar a los empresarios a pensárselo dos veces antes de firmar un contrato temporal con un trabajador si a la hora de la extinción debe indemnizar como si fuera indefinido.

Los cambios a los que debería dar lugar esta imprecisa sentencia tendrían que eliminar cuanto antes cualquier agravio comparativo injustificado entre trabajadores de primera y de segunda según su contrato, igualando las indemnización por despido en 20 días a que tienen derecho en la actualidad los empleados fijos. Esto no tiene porque afectar negativamente a la contratación en los sectores que por su estacionalidad seguirán precisando mano de obra temporal para desarrollar su actividad. Si lo que se esconde detrás las críticas empresariales a la sentencia es el deseo de que se implante el despido gratis total deberían decirlo sin tapujos, aunque tampoco creo que fuera una novedad para casi nadie. 

Refugiados en las palabras

Nueva York acoge hoy y mañana la mayor concentración por metro cuadrado vista en mucho tiempo de jefes de estado y de gobierno de todo el mundo. Se dan cita en la primera asamblea mundial sobre los refugiados convocada por la ONU y, me apuesto lo que quieran, a que todos han llegado con discursos llenos de promesas y buenas intenciones de las que la inmensa mayoría se olvidara en cuanto acabe mañana la reunión y tomen el avión de vuelta a casa. La inutilidad de este tipo de reuniones de "muy alto nivel" ha quedado contrastada en numerosas ocasiones, pero aún así se siguen celebrando y generando gastos millonarios con los que se podrían pagar la educación, la sanidad y el cobijo de un buen número de los refugiados que tanto preocupan hoy y mañana a los llamados líderes mundiales. 

No es por echarle agua al vino pero, si países relativamente ricos y prósperos como los de la Unión Europea han actuado de manera tan torpe con la mayor crisis humanitaria vivida en este continente después de la Segunda Guerra Mundial, no me imagino qué puede esperarse de países pobres y envueltos en conflictos bélicos o sociales o de ambos tipos como el Líbano, que acoge a más refugiados que toda la Europa comunitaria. A la ONU se le presume la buena voluntad convocando esta cumbre pero poco más: su capacidad ejecutiva es nula como ponen de manifiesto los innumerables incumplimientos de sus resoluciones. 


En una cuestión como la de los 65 millones de seres humanos desplazados de sus hogares por la guerra o el hambre, sólo los gobiernos, trabajando de forma coordinada, tienen posibilidades reales de afrontar el drama con alguna garantía de éxito. Primero y ante todo, erradicando las causas que obligan a decenas de miles de personas a dejarlo todo tras de sí cada día, ya no solo para buscar una vida mejor sino para poner a salvo la única que tienen. La guerra o el hambre no son castigos caídos del cielo cual plagas bíblicas, tienen causas históricas, económicas y políticas perfectamente identificables que, mientras no se extirpen, harán inútil cualquier esfuerzo para resolver el problemas por bien intencionado que sea. 

En realidad, el drama global de los refugiados es la respuesta lógica y casi previsible de una parte del mundo explotada y esquilmada por la otra parte. Y esa otra parte, la que debería desvelarse buscando cómo resolver la situación generada por su codicia, es la que opta en cambio por parapetarse tras muros y vallas, fomentar la xenofobia y el racismo y enviar policías a las fronteras como si fuera posible ponerle puertas al campo. Gestionar los flujos migratorios y de refugiados que huyen de la guerra o que buscan una vida mejor y hacerlo respetando sus inalienables derechos humanos requiere mucho más que una cumbre de veinte y cuatro horas en la ONU llena de buenas intenciones y promesas vacías de contenido. 

Requiere, por ejemplo, un gran acuerdo global de carácter vinculante similar a los que se han firmado en las cumbres mundiales sobre el clima, mejorables sin duda pero que, el menos, obligan a quienes lo suscriben. Sus objetivos deberían ser actuar contra las causas que provocan el éxodo humano masivo que se vive en determinadas regiones del mundo y ordenar y encauzar de manera legal y generosa un problema humanitario que en mayor o menor medida afecta a casi todo el planeta. Por desgracia, no es difícil adelantar que esta cumbre de la ONU no pasará de ser poco más que un gran lavadero de conciencias y una gran oportunidad perdida para que quienes tienen la posibilidad de mejorar las condiciones de vida de millones de personas, dejen de refugiarse en las palabras y pasen por fin a los hechos. 

Hipocresía y corrupción

Mientras los dirigentes políticos sigan viendo la corrupción como un problema que afecta sólo a los demás partidos pero no al propio será imposible avanzar en su erradicación. En España estamos tan acostumbrados - también los ciudadanos de a pie -  a ver la viga en el ojo ajeno y la paja en el propio que somos incapaces de observar la realidad con un mínimo de ecuanimidad. El eterno "y tu más" que tanto gusta emplear a los partidos para tirarse a la cara la corrupción política, se ha convertido así en una rémora que retrasa la aplicación de medidas eficaces y de amplio consenso para acabar con unas prácticas que generan alarma social y un peligroso desafecto político entre los ciudadanos. 

En un país en el que la corrupción se previniera de forma eficaz y se castigara con ejemplaridad a quienes se lucran a costa de los recursos públicos, es muy probable que nos estuviéramos ahorrando el bochornoso debate sobre si Rita Barberá debe renunciar a su acta como senadora. Del mismo modo, sería poco probable que medio PSOE en peso hubiera salido a defender la "honestidad"  de Manuel Chaves y José Antonio Griñán después de la petición formal de penas por parte de la Fiscalía Anticorrupción por el escándalo de los ERE. Bien es cierto que hay diferencias entre ambos casos: en el de Barberá estamos ante un posible delito de blanqueo de capitales y en el de los ex presidentes andaluces ante todo un andamiaje administrativo pensado para desviar fondos públicos ante el que ambos pueden ser al menos responsables in vigilando y puede que de haber mirado para otro lado y dejar hacer. 


Pero más allá de esas diferencias, en ambos casos concurre la condición de cargos públicos de los implicados cuando cometieron presuntamente los delitos de los que se les acusa. Es cierto que Chaves y Griñán asumieron su responsabilidad política y abandonaron la vida pública, aunque para ello se hizo casi necesario emplear aceite hirviendo y las amenazas de Ciudadanos de no hacer a Susana Díaz presidenta de la Junta de Andalucía. La ex alcaldesa de Valencia, en cambio, se dispone a parapetarse tras "su" escaño en la cámara alta de la que no será posible desalojarla mientras no sea inhabilitad judicialmente o se celebren nuevas elecciones autonómicas en su comunidad. 

A pesar de lo que dice la Fiscalía en su escrito de acusación, el PSOE defiende que sus presuntos corruptos son en realidad unos "honestos" servidores públicos y Rita Barberá una corrupta irredimible que mancilla el honor del Senado con su presencia. El PP, en cambio, ve en Chaves y Griñán la manifestación del maligno con rabo y cuernos y en Barberá una entrañable señora con bolso que le haría un favor si se fuera a su casa pero a la que tampoco quieren expulsar a empellones de "su" escaño. De ambas posturas se deduce que los hasta hace poco grandes partidos de este país siguen sin querer comprender que la corrupción pública puede tener muchas caras pero un sólo objetivo: llevárselo crudo o facilitar que otros se lo puedan llevar. 

En los dos casos es igual de condenable moralmente y punible legalmente, tome la forma que tome, sean quienes sean los responsables y militen en el partido en el que militen. Sólo cuando sean capaz de asumir esa realidad, por dura e incómoda que sea desde el punto de vista político, se podrá empezar a luchar de verdad contra la corrupción acabando, por ejemplo, con los injustos aforamientos. Mientras esa lucha sea tan sólo un arma  arrojadiza entre los partidos, especialmente cuando se acercan elecciones, y no una verdadera prioridad de todos ellos y de la sociedad en su conjunto, seguiremos asistiendo a lamentables y bochornosos episodios de hipocresía política como los que hemos vivido esta semana.   

Un pacto muy cascado

El pacto de gobierno que mantienen Coalición Canaria y el PSOE en Canarias se parece cada día más a una pareja en la que la parte débil transige y aguanta para no quedarse en la calle y sin llavín y la fuerte abusa a placer de su posición de dominio. Sería muy aburrido, pero los incumplimientos, ninguneos y desplantes con los que la parte fuerte ha premiado la docilidad de la débil daría para varios posts. Casi desde el momento mismo de la firma del acuerdo en cascada, rodeado de la solemnidad y de las promesas de lealtad y durabilidad habituales en estos casos, los nacionalistas empezaron a saltárselo alegremente a la torera sin que sus socios hicieran algo más que elevar tímidas protestas siempre desatendidas. 

Se quedaron con gobiernos municipales e insulares que debieron compartir con sus socios de pacto y, aunque se comprometieron de puertas afuera a revertir esas deslealtades, de puertas adentro nada ha cambiado. Las rabietas en el PSOE se aparcaban hasta el siguiente incumplimiento y así sucesivamente. Cuando a los socialistas se les ocurrió birlarle a sus socios  alguna alcaldía de tercer orden como la herreña de La Frontera, los nacionalistas hicieron del hecho casus belli y les amenazaron con las siete plagas de Egipto si no reconducían la situación, cosa que hicieron de forma obediente y sin tardanza. En paralelo han aguantado hasta la fecha con un estoicismo digno de mejor causa las frecuentes críticas del propio presidente a la gestión de los consejeros socialistas del Gobierno, empezando por los públicos tirones de oreja que se ha llevado la mismísima vicepresidenta y de ahí para abajo la práctica totalidad de los miembros del PSOE en el Ejecutivo.


Mientras, los afortunados consejeros de CC son los únicos que no han merecido hasta el momento ningún reproche del presidente a su gestión, al menos en público. En muchas ocasiones, el presidente parece el crítico más mordaz y duro de una parte de sus propios consejeros a los que uno no entiende por qué no les envía el motorista si son tan zotes o porque estos siguen en el puesto como si las críticas fueran con otros. Por añadidura, cuando no es el propio presidente el que le afea la gestión a alguno de los miembros del PSOE en el Gobierno - véase el muy reciente caso sanitario - es otro presidente, el del Cabildo de Tenerife, el que toma el relevo en la estopa al socialista a ver cuánta es capaz de aguantar. 

Sobre las razones que explican estas desequilibradas relaciones políticas no hay mucho misterio: en estos momentos no hay en el PSOE canario liderazgo digno de ese nombre y con capacidad para hacerse respetar frente a las humillaciones políticas de las que es objeto. Puede ser porque en la oposición hace mucho frío o por no darle a su socio la satisfacción de que pueda abrirle la puerta a un señor palmero con barba y gafas que espera con impaciencia que llegue su oportunidad; lo cierto es que es casi un abuso del lenguaje decir que en el PSOE canario hay en estos momentos línea política definida y a lo que está ocurriendo con la futura ley del Suelo me remito.  

Ahora y para seguir acumulando incumplimientos, a la bronca por el gasto sanitario de los últimos días se acaba de sumar una moción de censura contra el PSOE en Granadilla (Tenerife) suscrita una vez más por CC. Los nacionalistas juran no estar detrás de la operación pero los socialistas quieren cabezas y amenazan con romper el pacto si no se las entregan en bandeja. Escuchando algunas declaraciones de hoy mismo pareciera como si por fin se hubieran cansado de ser el saco de boxeo en el que se entrenan los nacionalistas a diario, aunque de momento sólo lo parece. 

Lo que no es una apariencia sino una realidad contrastada es que el cascado pacto en cascada ha fracasado; entre otros motivos, porque en la política local importa más el nombre que las siglas y porque, a la postre, el acuerdo se ha convertido en una coartada para exigir a la otra parte que lo cumpla mientras tu lo incumples siempre que te conviene.

En un campo tan pantanoso y volátil como el de la política no es posible prever con precisión cuál puede ser la evolución de los acontecimientos. Sin embargo, en este caso, uno se atrevería a pronosticar que podríamos estar asistiendo a  una deliberada voladura a plazos de un acuerdo ya muy deteriorado e inestable. Sospecho que todo dependerá en buena medida de cuántos desplantes más sea capaz aún de aguantar la segunda parte contratante y del grado de impaciencia de la primera parte para cambiar de pareja de baile. 

Rita, eres la mejor

Rita Barberá, la alcaldesa de España y a la que Rajoy calificó el año pasado como "la mejor", ha anunciado esta tarde que se va pero que se queda o que se queda pero que se va, todavía no termino de tenerlo del todo claro. Desde que ayer se supo que el Supremo la va a investigar a conciencia por sus presuntos "pitufeos" valencianos, ha sido un clamor la petición para que se vaya del todo y no sólo a medias. Y es que Rita dice que se dará de baja de su  PP de toda la vida pero se aferra al escaño en el Senado como un náufrago a una tabla o, si lo prefieren, como un aforado a un Tribunal Supremo. "El escaño es mío" - ha dicho esta tarde en un conmovedor arranque de espíritu democrático.  

Lo cierto es que no sólo entre los partidos de la malvada oposición sino incluso entre sus propios compañeros de filas, le han pedido a "la mejor" que libere al Senado de su presencia y le dé un respiro al corruptómetro nacional antes de que reviente por la presión. Al menos algunos de esos dirigentes y cargos públicos populares parecen empezar a estar hasta arriba de que el Gobierno y el partido en el que se apoya - ¿o es al revés? - sean pasto diario de las portadas de prensa y de los titulares de la tele y la radio. 

Entre estos héroes habría que citar a la presidenta de Madrid, Cristina Cifuentes, aunque el más duro por razones electoralmente obvias ha sido Alfonso Alonso, candidato a lendakari en las elecciones vascas del día 25. El que no ha aparecido ni se le espera entre quienes  deberían hacer o al menos decir algo al respecto es Mariano Rajoy, que hoy mismo ha recuperado el plasma de sus amores para evitar dar explicaciones a los periodistas sobre las presuntas barbaridades - lavado de dinero, nada menos - cometidas por la Barberá de España, "la mejor". 


Explicaciones o disculpas o lo que fuere que tampoco le hemos oído  - ni esperamos ya recibir tan alto favor - sobre por qué nos quiso engañar como a chinos cuando nos vendió lo del envío de Soria al Banco Mundial como un concurso público para funcionarios y el resto de las patrañas usadas para el caso que han dejado a su ministro de economía más zurrado que un saco de boxeo. Como comenté en el post de ayer, lo de Soria es un nuevo caso de puertas giratorias y, sobre todo, un síntoma más de la degenerada salud del Gobierno que sigue presidiendo Rajoy, que no se para en barras a la hora de inventarse un relato falso de principio a fin para pintar con colores de estricto rigor legal y administrativo un caso flagrante de enchufismo al más alto nivel.

En cuanto a Barberá y sus presuntas andanzas por el lado oscuro de la actividad política, produce asombro infinito que el presidente del partido y del Gobierno no haya sido capaz desde ayer por la mañana de abrir la boca ante la opinión pública para decir al menos que no conoce a nadie que se llame Rita y se apellide Barberá y que, para colmo, milite en el PP. Su silencio sobre su gran amiga valenciana - "Rita, eres la mejor" - y sobre su gran amigo canario vuelve a proyectar en la opinión pública de este país la imagen de un político cuya única respuesta posible ante la corrupción que le sube desde hace tiempo por las barbas, es esconderse detrás de un plasma hasta que pase la tempestad. 

Para pasmo y bochorno ciudadano, hablamos del mismo político al que no se le pone la cara como un tomate cuando se atreve a pontificar sobre corrupción y regeneración desde la tribuna del Congreso; y por añadidura, osa incluso pedir el apoyo parlamentario para seguir haciendo exactamente lo mismo que hizo durante cuatro años en materia de corrupción - por no mencionar otras materias. Esto es, ponerle tiritas y enviar mensajes de apoyo a los compañeros caídos en desgracia en la dura batalla por llevárselo crudo.

Es Rajoy el principal problema para que este país recupere la autoestima  y para qué sea posible un acercamiento político que desemboque en un acuerdo de gobierno. Y es por eso que, las voces que en las últimas horas han pedido la renuncia de Barberá a su escaño de senadora o han calificado de error lo ocurrido con el ex ministro Soria, deberían tener también la valentía de pedir la renuncia definitiva de Rajoy a seguir presidiendo un país que no se merece. Entonces es cuando empezarían estos dirigentes y el conjunto del PP a recuperar la credibilidad hace tiempo perdida. 

Durao y Soria: dos síntomas y una misma enfermedad

Mientras sigo con la máxima atención las explicaciones de Luis de Guindos en una comisión del Congreso - que no en el pleno -  sobre el fracasado patadón hacía arriba de su amigo  Soria, me viene a la mente por asociación de ideas otra pétrea faz. Es la de un portugués que hasta hace sólo un par de años veíamos hasta en la sopa cada vez que en televisión se hablaba de la Unión Europea, de los recortes y de los objetivos de déficit. Se llama José Manuel Durao Barroso y fue el presidente de la Comisión Europea - ese órgano que muchos europeos nos preguntamos a qué dedica de verdad sus desvelos - durante lo más duro de la crisis. Sus emolumentos por agachar dócilmente la cerviz ante las tijeras de podar servicios públicos de la señora Merkel ascendían a la inalcanzable cifra para el común de los mortales de 26.000 euros al mes. Sin embargo, hubo elecciones en 2014 y nuestro amigo Durao se quedó sin trabajo, aunque sólo temporalmente. El tiempo justo para no incurrir en incompatibilidad, según las normas para los altos cargos de la UE, y poder echarse en brazos del monstruo financiero estadounidense Goldman Sachs del que hace poco ha aceptado un puesto como consejero.

A lo que cobre por sus sabios consejos en Goldman Sachs se añadirá lo que seguirá cobrando de la Unión Europea por haber desempeñado la alta responsabilidad de presidir la Comisión Europea durante 10 interminables años, entre ellos los peores de la crisis económica. Sumando de aquí y de allá, antigüedades y otros conceptos como jubilación anticipada, la nómina andará rondando los 18.000 euros mensuales. Es más que público y notorio que la cifra está muy lejos del alcance  del 99% de los europeos, máxime si residen en alguno de los países del sur del continente y si sus respectivos gobiernos han tenido a bien de grado o por la fuerza recortar, reformar y ajustar a placer.


El escándalo provocado por el fichaje ha sido de tal magnitud que hasta la Defensora Europea del Pueblo  - primera noticia de la existencia de tan alta magistratura - ha tenido que pedir explicaciones. Se las ha dado quien sustituyó a Durao al frente de la Comisión, un tipo con cara de me-importa-un-pimiento-lo-que-piensen-de-mi y que procede de un país - Luxemburgo - que si no es un paraíso fiscal se le parece como un huevo a otro huevo. Jean Claude Junker - ese es su nombre - ha dicho ahora que Durao ya no será recibido en Bruselas como un ex presidente de la Comisión sino como un lobista, una actividad con no muy buena prensa pero que suele dejar una pasta gansa a quien la ejerce. Durao ha protestado por el feo que le hacen en su antiguo trabajo pero enseguida ha seguido aconsejando a Goldman Sachs, al que se debe en cuerpo y mente a partir de ahora.

El tal Junker tendrá que discursear mañana ante el Parlamento Europeo sobre el "estado de la Unión Europea", cual presidente norteamericano dirigiéndose a sus compatriotas. Sólo que aquí no hay compatriotas de Junker, sino decenas de millones de europeos cabreados con unas instituciones y con unos dirigentes comunitarios envueltos en la niebla de Bruselas y tan accesibles como el emperador de Japón; ciudadanos que no llegan a fin de mes, que sufren el deterioro galopante de los servicios básicos  y que comparan, entre indignados y perplejos, el trato que reciben los bancos como el que ahora aconseja Durao y el que se les dispensa a ellos.

Acaba por cierto de terminar Luis de Guindos sus explicaciones sobre por qué propuso a su amigo Soria para que representara a España en el Banco Mundial. A pesar de su jerga para extraterrestres, me ha parecido entender que la decisión de enviar al ex ministro una temporada a Washington con todos los gastos pagados y dinero para chucherías no fue política pero sí  "discrecional" - averigüen ustedes la diferencia -  y que Soria era el más capacitado del mundo mundial para un cargo como ese. 

Lo que me da pie para el párrafo final de este post:  lo que tienen en común los casos de Durao y de Soria es que ambos son sólo dos nuevos ejemplos de libro del uso de las puertas giratorias de la manera más obscena imaginable para el lucro personal. En el caso del político portugués queda en evidencia una vez más la deriva sin rumbo de una Unión Europea cada día menos unida y menos europea y que parece haber renunciado a sus valores más nobles. En el caso de Soria, lo que pone de manifiesto la sarta de mentiras con las que se ha pretendido encubrir un caso claro de amiguismo, es que este Gobierno apenas si se representa ya a sí mismo ni defiende otros intereses que no sean los suyos propios y los de sus allegados. En síntesis, dos síntomas de la misma peligrosa enfermedad democrática que representa el descrédito de las instituciones y de sus responsables a ojos de los ciudadanos. 

La sanidad en el ring político

No es habitual que el presidente de un Gobierno le lea en público la cartilla a uno de sus consejeros. Yo al menos pensaba que las discrepancias se solventaban en privado, sin cámaras ni micrófonos, y en último extremo y si no había más remedio con la destitución del consejero. De momento no es eso lo que acaba de ocurrir en Canarias, en donde el presidente del Gobierno autonómico ha cuestionado abiertamente la gestión de su consejero de Sanidad, que continúa en el puesto. La causa es la desviación del gasto sanitario presupuestado para este año que, según el presidente, pone en riesgo que la comunidad autónoma cumpla el objetivo de déficit público al que está obligada. Dicho sea entre paréntesis, el haber cumplido con creces el año pasado ese objetivo no se ha reflejado en ningún tipo de compensación económica del gobierno central a Canarias a pesar de las promesas que parece haberse llevado el viento de la incertidumbre política nacional. 

En consecuencia - y volviendo al gasto sanitario - ha ordenado el presidente medidas de control y contención que probablemente tendrá consecuencias negativas sobre las abultadas listas de espera y los puestos de trabajo de la sanidad pública insular. El consejero se ha defendido hoy asegurando que, aún confesándose cuestionado por el presidente, no tiene intención de renunciar al puesto y subrayando que no dará un paso atrás en la defensa de la sanidad pública. Si no suena a desafío al propio presidente del Gobierno del que forma parte y en cuyo Consejo se sienta se la parece mucho. La cuestión es cuánto tiempo y hasta dónde podrá el consejero sostener esa posición. 

Ocurre que más allá del problema de la financiación de la sanidad pública canaria y de la siempre mejorable gestión de la misma, late en el fondo de este inesperado conflicto la poca simpatía que la primera parte contratante del pacto de gobierno de Canarias, constituida por CC, tiene para con la segunda parte contratante, representada por el PSOE. Sabe la primera parte que la segunda ha demostrado más capacidad de aguante que un saco de boxeo y se aplica con entusiasmo a darle en donde más le puede doler, la gestión de sus áreas de responsabilidad en el Ejecutivo autonómico, hasta el punto de que a veces cuesta distinguir sus críticas de las de la oposición.


Nunca jamás hasta el momento se ha escuchado de boca del presidente una crítica a la gestión de los consejeros de su partido pero la mayoría de los del PSOE han sido vapuleados sin piedad en la plaza pública hasta extremos en los que la dignidad política habría aconsejado pasar a la oposición. Y eso por no mencionar ahora los flagrantes incumplimientos que ha cometido CC del pacto en cascada que ambas fuerzas firmaron al comienzo de la legislatura y que jamás han revertido ni revertirán. Que no lo hayan hecho ya, que continúen compartiendo gobierno con CC después de las veces y las formas en las que se ha cuestionado su gestión, sólo cabe entenderlo a partir de la debilidad política fruto de la falta de liderazgo claro y definido que padecen los socialistas canarios desde hace tiempo. 

Ahora bien, las peleas partidistas deberían pasar a un muy segundo plano cuando hablamos de las cosas de comer y la sanidad pública es una de las más importantes. Que su financiación es deficitaria porque el Gobierno del Estado sigue sin cumplir la promesa de revisar el sistema de financiación autonómica es algo que nadie puede negar. En cuanto a la gestión de los siempre escasos recursos disponibles habrá opiniones para casi todos los gustos pero nadie podrá negar tampoco que siempre se puede mejorar. En su crítica al consejero de sanidad recordaba el presidente que con 25 millones de euros más en el presupuesto de este año han aumentado las listas de espera y es cierto. 

También lo es, no obstante, que las largas listas de pacientes que aguardan por una operación o una prueba diagnóstica en Canarias son  un problema crónico que no data precisamente de hace un año sino de muchos años atrás. De hecho, los planes puestos en marcha hasta ahora por los distintos consejeros - la mayoría de CC - nunca han conseguido reducirlas significativamente. Añádase el creciente coste de los medicamentos, las contrataciones para cubrir vacantes temporales y, por supuesto, las expectativas insaciables de una población que cada vez exige más servicios y más calidad asistencial a la sanidad pública y tendremos el cóctel perfecto para que el gasto se vaya a la estratosfera. 

Es evidente que eso significaría sencillamente que el sistema sanitario público se volvería insostenible económicamente si es que no empieza a serlo ya en alguna medida: hay que ponerle coto al gasto descontrolado y huir de la tentación de presupuestar cada año por encima de lo que se gastó en el interior si no queremos que el sistema se convierta en un saco sin fondo y quiebre literalmente. Estos son los grandes retos de la sanidad pública y a buscarles solución deberían aplicarse sin demagogias todas las fuerzas políticas, tanto en el Gobierno como en la oposición, así como los agentes que intervienen en la prestación del servicio. Todo lo demás no son más que escaramuzas políticas que nos desvían del objetivo central: una sanidad pública sostenible, de calidad y universal. 

Ana Pastor, su segura servidora

Entre otras muchas, una de las razones por la que es urgente que cuanto antes se constituya un nuevo gobierno en España es acabar de una vez con el desprecio que el Ejecutivo en funciones de Mariano Rajoy dispensa al Congreso desde hace cerca de nueve meses. Escudándose en que un Congreso distinto del que le otorgó la confianza no puede controlarlo está el Gobierno haciendo de su capa un sayo para eludir lo que en cualquier sistema democrático forma parte de las reglas básicas del juego. Si en la pasada legislatura fue una actitud pura y dura de rebeldía ante los requerimientos del Legislativo para que explicara sus decisiones en la sede de la soberanía nacional, en la presente está contando además con el inestimable apoyo de la presidenta de la Cámara y con el silencio cuando menos cómplice del Tribunal Constitucional, ante el que el anterior Congreso denunció la negativa del Ejecutivo a someterse al control parlamentario. 

Es evidente que Ana Pastor se ha tomado su responsabilidad de presidenta del Congreso con mucho empeño: no hay decisión importante que no consulte con el Gobierno en funciones del que fuera su presidente hasta hace sólo un par de meses. No me extrañaría demasiado que la señora Pastor tenga a Montesquieu por un actor de cine y a la separación de poderes por una película de ciencia ficción. Cuando a Rajoy, después de reunirse con el rey, le asaltó la duda hamletiana de si ser o no ser candidato a la investidura, Pastor se sentó tranquilamente a esperar a que terminara de deshojar la margarita en lugar de instarle a fijar una fecha cuanto antes para la convocatoria del pleno parlamentario. A la vista de que a pesar de las presiones de todo tipo el malvado Sánchez no se avino a la abstención, Rajoy pensó que le podría meter más presión poniendo la sesión de investidura en una fecha tal que, de no haber gobierno, las elecciones irían de cabeza al día de Navidad. 

Ana Pastor aceptó encantada la sibilina fecha del 30 de agosto pero no sólo eso: transigió con un formato de pleno a mayor gloria del candidato que los populares habían criticado con dureza cuando fue el socialista Pedro Sánchez el que pidió el apoyo de la cámara. El último episodio por ahora en el que Pastor ha demostrado que le puede más la lealtad a las siglas de su partido que la responsabilidad institucional que conlleva presidir el Congreso lo acabamos de ver con el ya conocido como "caso Soria". La presidenta se empleó ayer a fondo para evitar que la oposición, ampliamente mayoritaria, se saliera con la suya y obligara a Luis de Guindos a comparecer en un pleno urgente para explicar por qué ha mentido abiertamente a los españoles haciendo pasar por concurso público una evidente alcaldada. 

Escudándose en triquiñuelas reglamentarias y jurídicas estuvo todo el día hasta que por la tarde no tuvo más remedio que dar su brazo a torcer y anunciar la celebración de un pleno sobre este asunto para la próxima semana, algo, por cierto, que a los populares les parece "ridículo"; deben considerar que debatir en sede parlamentaria sobre las mentiras del presidente del Gobierno y de su ministro de economía es pecata minuta que se puede despachar mezclada con otros asuntos en una mortecina comisión de economía con el menor eco mediático posible. Pero, por desgracia para el sistema democrático de este país y para su credibilidad y transparencia, es a eso a lo más que podremos aspirar los ciudadanos. 

La vicepresidenta Sáenz de Santamaría ha salido hoy mismo al rescate de Guindos y ha dicho que el ministro de Economía en funciones no irá al pleno del Congreso para hablar de sus mentiras sobre Soria. Se vuelve a agarrar el Ejecutivo a que el Congreso no puede controlar a un Gobierno en funciones; de perlas por lo llamativamente oportuno le ha venido además que el Tribunal Constitucional haya tenido a bien posponer algunas semanas su decisión sobre la denuncia de la pasada legislatura contra la actitud rebelde de Rajoy y los suyos. El Gobierno se coloca así en los márgenes del sistema democrático y actúa como si no tuviera la obligación de responder de sus decisiones ante nadie, ni siquiera ante los representantes de la voluntad popular. Siendo grave esa posición lo es más aún que la respalde por acción o por omisión la presidenta del Congreso que debe ser la primera valedora y defensora de la separación de poderes, un concepto, por desgracia, cada vez más vacío de contenido. 

Por cierto que sobre la servicial actitud de la señora Pastor para con el Gobierno debería dar alguna explicación Ciudadanos: recordemos que sus votos contribuyeron a izar a la actual presidenta al puesto que ocupa cuando bien se pudo haber optado por un candidato o candidata que no perteneciera al partido más votado. Es muy probable que nos hubiéramos evitado el bochorno actual en el que la máxima representante institucional de la voluntad de los españoles antepone a su alta responsabilidad política los intereses del partido en el que milita. 

Pedro Sánchez al teléfono

El líder del PSOE ha iniciado una ronda de contactos telefónicos con el resto de fuerzas políticas que debe tener encantados de la vida a los chicos de César Alierta y de los nervios a los periodistas políticos. A Mariano Rajoy le dedicó el lunes 10 minutos que invirtió en volver a decirle "no" a la posibilidad de una abstención y menos con la tempestad que se abatía sobre La Moncloa hasta que fue posible convencer a Soria de que sacara los dedos del enchufe del Banco Mundial. Inmediatamente se puso en contacto - telefónico - con Pablo Iglesias  al que le dedicó el doble de tiempo y un poco más que a Rajoy, 25 minutos en total según cuentan las crónicas. Lo malo es que las crónicas no pueden ir más allá porque de la conversación no salió ningún avance ni compromiso claro de volver a verse para tomarse un café o unas cañas y hablar de tú a tú sobre qué posibilidades tiene lo nuestro. 

Y ahí sigue, pegado al teléfono: ahora vendrán Rivera, los catalanes, los vascos, los canarios - José Javier Vázquez no está de momento en la lista - y así hasta agotar el arco parlamentario y la paciencia de algunos barones socialistas, por no mencionar la de los ciudadanos de este país. Porque de la boca de Sánchez no ha salido hasta la fecha presente, próxima ya a la semana desde que Mariano Rajoy se quedó con las ganas de su abstención, la palabra investidura. Dicen los expertos en los pozos del café y en las interioridades de Ferraz que Sánchez no quiere tirarse a la piscina sin antes comprobar que no hay cocodrilos como en marzo pasado. Según tales expertos, Sánchez busca el apoyo de Podemos y la abstención de Ciudadanos para desplazar al mustio Rajoy de La Moncloa. Lo que llama la atención es que no intente de paso resolver la cuadratura del círculo, tarea en la que tal vez tendría más éxito.


Podemos y Ciudadanos siguen en sus trece de no darse ni la hora y, aunque los de Rivera tampoco se la pensaban dar a Rajoy y al final le dieron hasta el parte meteorológico, es artículo de fe creer que el milagro se podría repetir con la tribu de la coleta. Desde la orilla opuesta las simpatías de la gente de Iglesias para con la de Rivera es la misma que la de los hinchas del Real Madrid para con los del Barcelona o viceversa y con eso está todo dicho. Algunos de los gurús vitalicios que escudriñan el vuelo de las aves para adivinar si al país le esperan días fastos o nefastos han dejado rodar la especie de que Sánchez podría estar pensando en la posibilidad de gobernar con sus 85 escaños y buscar el apoyo parlamentario puntual del resto de los partidos. 

Si ese fuera el plan, además de la cuadratura del círculo debería ponerse también manos a la obra para resolver el misterio de la vida extraterrestre. No es que le niegue cintura política a alguien que ha practicado el baloncesto en años más mozos y que aún sigue luciendo buena planta, pero eso es una cosa y otra bien distinta convertirse en contorsionista a tiempo completo. Sean cuales sean sus intenciones sobre su eventual postulación para la investidura, lo que a casi nadie se le escapa es que su principal objetivo en estos momentos es echar días para atrás hasta que pasen las elecciones vascas y gallegas con la esperanza de que los resultados ayuden a resolver el crucigrama. 

De este modo consigue el que es otro de sus objetivos menos confesables: evitar convocar el Comité Federal del PSOE para que los barones le digan lo que tiene que hacer y con quién debe hablar de cómo salir de este laberinto de estrategias entrecruzadas en el que anda perdida España desde la última Navidad. A uno se le ocurre que es eso lo que debía haber hecho nada más decirle "no" a Rajoy por activa y por pasiva: convocar al Comité Federal, máximo órgano entre congresos, y conocer su análisis y sus propuestas en un momento político tan delicado y complejo como el actual.

Puesto que los barones no quieren ahora mismo hacer ruido mediático con dos autonomías como Galicia y el País Vasco en juego, Sánchez hace gasto telefónico para que no se note demasiado que Rajoy le ha terminado contagiando del virus del dontancredismo que padece desde hace años el inquilino de la triste figura que habita en La Moncloa. Que los asuntos de este país estén hechos unos zorros y que sus ciudadanos estén ya al borde de un ataque de nervios ante tanta majadería política y ante la posibilidad de tener que volver a las urnas, no parece quitar el sueño ni a Sánchez ni a ningún otro líder político español.   

¿Regeneración? ¿Qué regeneración?

En el PP deberían hacérselo mirar seriamente. En la metedura de pata con el nombramiento de Soria para el Banco Mundial actúan los populares como los adúlteros pillados en plena faena que alegan en su imposible defensa que las cosas no son lo que parecen sino lo que ellos quieren que parezcan. Varios medios de comunicación han desmontado todos y cada uno de los increíbles argumentos empleados por Rajoy y los suyos para intentar revestir de legalidad y aburrido trámite administrativo en forma de concurso público un caso en el que lo único que ha primado ha sido el más rancio amiguismo del beneficiado con los beneficiadores. 

Ni ha habido concurso público que merezca ese nombre ni el cargo de marras en el Banco Mundial tiene que ser ocupado por un funcionario público, técnico comercial del Estado por más señas. Sólo indicaciones vagas y genéricas sobre las condiciones que debe reunir el candidato que tanto puede ser un técnico comercial del Estado como cualquier otra persona que se considere con méritos suficientes para aspirar a la sabrosa canonjía a razón de 226.000 euros al año libres de impuestos. Ocurre, sin embargo, que de la existencia de esa vacante se enteraron sólo unos pocos allegados y que la elección la hicieron altos cargos del ministerio de Economía que - ¡oh, casualidad! - detenta un entrañable amigo de Soria. 

Ni hubo selección de candidatos ni baremación de los méritos de los aspirantes ni tribunal calificador que tomara la decisión de quién debía ir a Washington y quién no. Todo estaba decidido, atado y bien atado, desde el primer minuto, probablemente desde que en abril Soria aceptó abandonar sus responsabilidades políticas tras descubrirse sus escondites panameños y puso como condición para ello una contraprestación acorde con sus grandes méritos políticos y profesionales.


No obstante y a pesar de que en las filas del PP empiezan a multiplicarse las voces críticas, Rajoy y su corte de los milagros persisten en sus increíbles explicaciones. Ponen cara de asombro y se preguntan cómo se le puede negar a un funcionario público optar a un puesto vacante si reúne las condiciones requeridas para el mismo. Se rasgan las vestiduras y critican que se quiere "masacrar" a Soria en lo personal después de haberlo "masacrado" en lo político. No explican, sin embargo, por qué el anuncio no se hizo antes de la sesión de investidura de la semana pasada y no tres minutos después de que Rajoy fracasara en su apático intento de seguir en La Moncloa pero sin mayoría absoluta. ¿Por qué había que esperar si todo ha sido tan legal, transparente y aburridamente administrativo?

Metida la pata hasta el corvejón - si es que una decisión tomada de manera tan deliberada puede calificarse así -  lo difícil ahora es sacarla sin desdecirse; el Gobierno y el PP se encuentran en una posición poco menos que imposible, pillados en sus propias mentiras fabricadas para hacer pasar por legal un dedazo del tamaño del Valle de los Caidos - y perdón por la forma de señalar. Sólo si Soria renunciara - presiones para que lo haga debe tener unas cuantas - podrían recomponer un poco su ya de por sí penosa imagen pública de partido y gobierno enfangados en la corrupción. 

Y no sólo porque la de Soria haya sido una decisión viciada de amiguismo prepotente - que lo ha sido - sino también y sobre todo porque el beneficiado de la misma no atesora entre sus virtudes la más importante de todas para un funcionario servidor del interés general: una hoja de servicios públicos limpia de toda tacha. Si el PP y el Gobierno tuvieran la improbable decencia de rectificar y anular la propuesta para que Soria viva dos años a cuerpo de rey podría empezar Rajoy a hablar de regeneración de la vida pública con un mínimo de conocimiento de causa. Mientras no asuma  que no se puede mentir a todo el mundo durante todo el tiempo y que la vida pública sólo se sanea apartando de ella a los corruptos y aprovechados del poder por más que judicialmente sean unos santos varones, la palabra regeneración en su boca seguirá sin tener la más mínima credibilidad, con concurso o sin concurso. 

El funcionario Soria

No cuela, por mucho que se empeñen Rajoy y la mayoría de los suyos, que la propuesta sobre el empleo dorado para el que se propone al ex ministro panameño José Manuel Soria sea un mero trámite administrativo fruto de un prosaico concurso de méritos en el que el aspirante ha batido a todos sus rivales. El paso al frente que sin complejos y por mis bigotes dio el viernes por la noche el ministerio de Economía - después de haberlo negado - con la anuencia ineludible de las barbas de Rajoy tiene todo el reconocible aroma de los dedazos  más paradigmáticos del caciquismo político. 

Sólo habían pasado tres minutos mal contados desde que un Rajoy con cara de circunstancias había recogido los bártulos tras su fracasada investidura, cuando de Guindos, amigo y valedor de Soria al igual que el propio presidente, anunció al mundo mundial que el canario andaba sobrado de méritos curriculares para desempeñar la alta representación de nuestro país en el Banco Mundial. Hasta los propios populares fueron pillados con el pie cambiado y muchos de ellos no sabían qué cara poner ni qué explicación dar cuando al día siguiente por la mañana acudieron a lamer las heridas de su amado líder en la reunión de la cúpula del partido.

Los equipos fabricantes de argumentarios en La Moncloa y en el ministerio se pusieron raudos a la labor de justificar lo injustificable y encontraron la respuesta que ahora repiten casi todos en el PP como un adiestrado coro de loros: el señor Soria es un funcionario que tiene derecho a optar a ese puesto porque no está imputado ni inhabilitado judicialmente para el mismo; por tanto, impedirle acceder a él no sería legal, dicen. Ese es el mantra que esparcen a los cuatro vientos desde ayer en un intento vano y estéril de hacernos olvidar quién ha sido el ministro Soria, cuáles han sido sus andanzas y milagros en la política y cuáles fueron las razones que le llevaron a abandonar el Gobierno y la vida política el pasado mes de abril.


Ahora sabemos o podemos sospechar al menos con mucho fundamento que la salida de Soria del Gobierno después de haberse atragantado malamente con los papeles de Panamá tuvo un precio que no fue otro que conseguir un empleo de relumbrón a razón de 226.000 euros al año limpios de polvo y paja y a los que Montoro no podrá hincarles el diente; algo así como otro paraíso fiscal pero con todas las bendiciones y sin tener que ocultarlo detrás de nombres raros o exóticos. A esto se reducen en esencia las promesas de regeneración política que volvió a hacer Rajoy en su fracasada investidura de la semana pasada y de las que a estas alturas ya dudan seriamente hasta en el PP. 

Son episodios y decisiones como estas los que alejan cualquier posibilidad, por mínima que sea, de apoyar a alguien como Rajoy y al PP para continuar al frente de este país y mucho menos para regenerar su vida política. A la vista de lo ocurrido con este nombramiento, para el presidente y para la mayoría de su partido basta un expediente brillante y, sobre todo, ser muy amigo de quienes toman las decisiones para lavar la indecencia política y la falta de ética de quien tuvo empresas en paraísos fiscales siendo cargo público de este país y mintió descaradamente sobre ellas. 

Lejos de haber quedado por ello políticamente inhabilitado para cualquier responsabilidad pública o respaldada por el poder público, se le premia en cambio con un suculento cargo internacional de representación pública y de no menos suculenta remuneración. Bien a la vista está que Rajoy no abandona nunca a los que le han sido fieles por un quítame allá esas empresas en paraísos fiscales e incluso por unos milloncejos de nada en Suiza. Recuérdese al efecto cuál es su máxima filosófica sobre la corrupción: "Luis, sé fuerte".