¡Adiós, año cruel!

Te miro de principio a fin y no encuentro nada por lo que deba llorar tu muerte inminente. Para quienes vivimos en Canarias has sido un año cargado de malas vibraciones políticas y has terminado dinamitando un pacto de gobierno que, es verdad, se había cimentado sobre arenas movedizas. Nos abandonas a una etapa de incertidumbre que nos obligará a perder más tiempo y energías en la mala política en lugar de dedicarlo a las cuestiones que tú has sido incapaz de resolver. Por tu culpa no hemos parado de hablar de pactos en cascada y de dar vueltas a la noria del ITE y su reparto. Y todo eso, para terminar prácticamente en el mismo sitio por el que deberíamos haber empezado. Y no contento aún, también te has permitido abochornarnos con esperpénticos episodios de jueces contra jueces y de políticos contra jueces con el concurso entusiasta de algún empresario más ubicuo que la caja del turrón.

No has parado un solo día de traernos turistas y no digo yo que eso no lo hayas hecho bien e incluso muy bien. Lo que digo es que puedes habernos colocado muy cerca del punto en el que ya no haya cama para tanta gente y a ver qué hacemos entonces. Pero si con el número de turistas has sido espléndidamente generoso, con la cantidad de empleos que has creado y con la calidad de los mismos has sido mezquino y cicatero.También diste tus primeros pasos asegurando que lo peor de la crisis había pasado pero no has hecho gran cosa para que haya mucha menos gente dependiendo de Caritas, Cruz Roja o los bancos de alimentos para poder comer. 


Hay gente enferma a la que le dan cita con el especialista para 2019 y hay más de 9.000 ciudadanos a los que llevas haciendo esperar por una operación más de seis meses. También has vuelto a fracasar con los dependientes, que confiaban en que sabrías compensarles por la espera para percibir la ayuda que tienen reconocida. Nuestros chicos y chicas  se han vuelto a situar a la cola de España en rendimiento escolar y no será porque no se te advirtiera severamente hace tiempo que así no podíamos seguir y que había que actuar para salir del vagón de cola educativo.

Me dirás que – como el famoso entrenador de fútbol – lo veo todo negativo y que hay también cosas que han mejorado contigo. Me hablarás de que hay buena “sintonía” con Madrid para que las cosas mejoren y no se nos trate como a ciudadanos de tercera división. Sin embargo, yo no tendré más remedio que recordarte a Quevedo y decirte que nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir aunque, sinceramente, espero equivocarme.

Hablando de Madrid, nos has dado la gran murga del siglo: prometiste que con la nueva política todos seríamos más guapos, listos y mejores personas y nos has martirizado con diez meses de política basura para que, un año después, siga gobernando el mismo, aunque menos desahogado, y los que cobramos algo sigamos cobrando lo mismo. Los que siguen sin cobrar nada y que siguen siendo muchos no tienen otra opción que sumergirse para vivir mientras tu has silbado mirando al tendido. También nos has vuelto a echar un montón de porquería corrupta a la cara y nos has puesto en prime time a los otrora próceres de la patria negando ante el juez las evidencias de su asalto a la lata del gofio. Y no sigo porque me indigno y no son fechas para eso.

Si miro a esos mundo de Dios tampoco puedes sentirse satisfecho de la cosecha. Has provocado bárbaras matanzas de gente pacífica en medio mundo y, mientras te preguntabas si eran galgos o podencos, 5.000 personas se han ahogado en el Mediterráneo intentando llegar a una Europa a la que de propina le hiciste un corte de mangas en el Reino Unido. Has sido tan ruin que nos has puesto a un peligroso descerebrado al frente del país más poderoso del mundo mientras te llevabas a gente como Leonard Cohen, Prince, George Michael, David Bowie, Boulez, Harnoncourt, Umberto Eco, Malefakis, la inmortal princesa Leia y, encima, al entrañable Pepe Macías.

Debes reconocer que has sido un mal año por estéril, por violento y por turbio. Habrá que desear que tu heredero 2017 sea más diligente y eficaz en la solución de la pesada herencia que estás a punto de dejarle. En cuanto a nosotros, has frustrado muchas de las esperanzas que pusimos en tu nacimiento. Lo mejor de todo es que sólo te quedan dos telediarios.  

Hernando y Hernando

No es una marca de camisas o de zapatos, no son hermanos y ni siquiera militan en el mismo partido. Hernando y Hernando forman la pareja política de moda desde hace algunas semanas. Se les ve juntos a toda hora, comen juntos, negocian juntos y pactan juntos y por lo general solos. Antonio Hernando, portavoz socialista en el Congreso, y su homólogo del PP, Rafael Hernando, parecen haber tomado en sus manos la tarea de hacer renacer de sus cenizas el bipartidismo que hace un año otros dieron por muerto y enterrado. A la vista está que quienes certificaron su defunción y lo enviaron al cajón de la historia, cantando victoria a destiempo, no han hecho bien su trabajo.

Con discreción y sigilo, Hernando y Hernando cierran acuerdos sobre aspectos relacionados con los próximos presupuestos del Estado o sobre la pobreza energética y los dan a conocer al resto cuando lo único que falta es hacerse la foto. La estrategia tiene  jurando en arameo a la gente de Ciudadanos y a la de Podemos más pendiente de sus batallas caseras que de dar trigo. En el partido naranja no gusta un ápice que la única fuerza que tiene un pacto con el PP se vea relegado al papel de figurante y en la formación morada, a falta de algún cielo mejor por conquistar, se pelean a ver quién conquista el poder en el partido. Ciudadanos amenaza con romper un acuerdo que el PP cada vez parece necesitar menos, y a Podemos solo le queda el derecho a la pataleta para intentar convencernos de que la única oposición fetén es la de Pablo Iglesias.


Ignoro si Hernando y Hernando harán del bipartidismo el ave fénix de la política española pero por ahora le están insuflando suficiente oxígeno como para que vuelva a respirar. A los partidos de ambos les favorece este arrobamiento: relega políticamente a sus respectivos rivales y envía a los ciudadanos un mensaje de responsabilidad en los grandes asuntos de estado después de casi un año en el que lo que menos preocupó a todos fue el interés general. Quien más difícil lo tiene es el Hernando socialista, al que muchos dentro y a la izquierda de su partido no le perdonan que cambiara el “no es no” a Rajoy por un “donde dije digo, digo Diego”.

Es innegable que el Hernando del PSOE hizo un papelón en la investidura de Rajoy, pero no es menos cierto que quien le llama traidor buscaba ganar la plata en los terceros juegos electorales en un año. Hernando tiene  ahora que demostrar dotes para el funambulismo para caminar por el delgado alambre que en el PSOE separa la oposición del apoyo al PP mientras su contraparte, el Hernando popular, tendrá que ceder en algunas cosas para salvar lo que pueda de la legislatura en la que Rajoy apisonó a la oposición. En este juego es obvio que el PSOE busca evitar nuevas elecciones hasta que recupere fuerzas y el PP quiere aprovechar esa debilidad para que una oposición mayoritaria no haga tabla rasa de sus adoradas reformas.

Los compromisos a los que PP y el PSOE han llegado estos días sorprenden tanto porque los españoles tenemos un déficit político que seguimos sin enjugar después de más de 40 años de democracia: en un sistema democrático, tanto si hay mayorías absolutas como si no, la voluntad de los ciudadanos expresada en las urnas sólo se puede encauzar a través del diálogo y el acuerdo en una dinámica en la que los partidos deben renunciar a parte de sus planteamientos en aras del interés general. Pretender conquistar el cielo desde el maximalismo irreductible termina consiguiendo el efecto contrario al deseado: que el cielo lo conquisten Hernando y Hernando y a ti se te empiece a ver y a escuchar menos que en un día cerrado de calima.    

En Podemos no es Navidad

Observo que el espíritu fraternal de la Navidad no ha invadido este año la casa común de Podemos. En lugar de desearse paz y felicitarse por el inminente sorpasso, las tropas de Pablo Iglesias aprovecharon que los peces bebían en el río para lanzar un ataque masivo en Noche Buena contra las huestes de Íñigo Errejón, en ese momento acampadas en Belén con los pastores. Para quienes observamos los acontecimientos desde fuera, es una suerte que el arma empleada para este profundo debate de ideas y proyectos que ocupa estos días a Podemos sea twitter. Ni se imaginan las horas de estudio, análisis, lectura de bibliografía y reflexión que serían necesarias para dirimir quién lleva razón en la pelea, si a Iglesias y a Errejón les diera por plasmar en gruesos tochos sus respectivas propuestas para tomar el cielo por asalto.

Claro que aquí no se trata tanto de asaltar el cielo como de asaltar el poder en Podemos, que es de lo que en realidad va esta guerra nada disimulada de las últimas semanas en la que Iglesias defiende el bastión de los ataques del aspirante Errejón. Y para eso, para pelear por el control del partido, la verdad sea dicha, tampoco hace falta andar devanándose demasiado los sesos con elaboradas propuestas llenas de capítulos, apartados y subapartados. Por resumirlo al estilo tuitero, Pablo Iglesias cree que el partido es él y sus circunstancias mientras que Íñigo Errejón piensa que el partido son todos y sus respectivas circunstancias pero con él al frente. 


De ahí se deriva que Iglesias quiera que sus propuestas y su fotografía figuren juntas en la portada del ideario político de Podemos, mientras Íñigo Errejón, menos dado al culto a la personalidad que su compañero y sin embargo contrincante, cree que es mejor separar ambas cosas. Me da la sensación de que, como no depongan los tuits cuanto antes y sellen una paz honrosa para ambos antes de febrero del año que viene, fecha de su segundo congreso, la reunión de Vistalegre Dos se puede convertir en Vistatriste Uno.  

En realidad no me produce insomnio que Iglesias y Errejón se pongan morados a golpes dialécticos ni que parezcan últimamente los Zipi y Zape de la política ni que en sus respectivos entornos un coro de voces blancas lance puyas contra la otra parte. Lo que en realidad me maravilla y me llena de estupor al mismo tiempo es que, quienes protagonizan este entretenido espectáculo con el que estamos amenizando estas fechas tan señaladas, sean los mismos que desembarcaron en la política para regenerarla y acabar con la casta. Quienes sólo veían corrupción, camarillas, conjuras y servidumbres de todo tipo en los partidos tradicionales, han empezado pronto a comportarse exactamente de la misma manera que sus hermanos mayores.

Presumen de primarias pero sólo para los cinco primeros puestos y designan a cabezas de lista – véase el caso de Las Palmas en las elecciones del 20 de diciembre de 2015 -  sin consultarlo más que con su camisa o su coleta. Aquel que osa levantar la voz para denunciar ausencia de democracia interna es aislado o cesado directamente por la “dirección” y aquellos cargos públicos a los que se les descubre un pasado poco respetable se atornillan al sillón como muchos políticos de la denostada casta.

Y no es sólo Podemos: en Ciudadanos, otro partido que también llegó al ruedo político para regenerar la vida pública y acabar con la corrupción de los partidos tradicionales, la dirección maniobra para acallar y a ser posible extirpar cualquier corriente interna de opinión que no concuerde con la del líder y sus allegados. Y en cuanto a la corrupción, si se trata de tocar poder o influencia ante quienes lo desempeñan, siempre se pueden retorcer los argumentos para justificar un oportuno cambio de principios.  Por decirlo en tono bíblico, los hechos nos están permitiendo conocer cuánto había de verdad – poca - y cuánto de marketing político – mucho -  cuando prometían regeneración y aire político fresco los mismos que hoy se pelean por el poder como cualquier partido de los de toda la vida. Dime de lo que presumes... 

José Macías, el político que pisó la calle

Creo que el mayor elogio que se le puede dedicar a un ser humano es decir de él que es una buena persona. En unos tiempos en los que los políticos no figuran precisamente en los primeros puestos de popularidad, decir eso de alguien que ha dedicado varias décadas de su vida a la política es, si cabe, más meritorio. José Macías, el político grancanario fallecido hoy a los 91 años después de una dilatada trayectoria dedicada a la vida pública, se ganó ese elogio a pulso. Cuando sus compañeros y adversarios empezaron a refugiarse en los despachos y en los aparatos de partido, José Macías ignoró esa parafernalia y siguió haciendo política de la única forma que sabía y quería: escuchando las inquietudes de los ciudadanos e intentando aportar su grano de arena para resolver todo aquello que estuviera en su mano.

Sus críticos siempre vieron en esa forma de desempeñarse una suerte de populismo y paternalismo, aunque en el fondo tengo para mi que envidiaban su empatía y su pasmosa capacidad para conectar con los ciudadanos. Eso se reflejaba, obviamente, en las urnas y era en realidad ese hecho el que molestaba incluso a sus propios compañeros de partido por no hablar de sus contrincantes. Macías nunca fue un político al uso, para él los argumentarios con las posiciones del partido que otros se aprenden de carrerilla y repiten como loros allá en donde se les pregunte, eran algo que no iban ni con su forma de ser ni con su idea de la actividad política.


No tuvo miedo de ser políticamente incorrecto ante lo que pensara o dijera su partido, lo cual no fue óbice para que defendiera sus ideas con convicción sin sentirse en ningún momento en posesión de la verdad revelada: escuchaba y respetaba las posiciones de los demás y jamás las descalificó ni insultó a sus rivales. Los periodistas que por motivo de nuestra profesión tenemos que relacionarnos con la clase política, valorábamos su disponibilidad, su amabilidad y su elegancia: en donde otros ponían mala cara, se escondían o salían por peteneras ante nuestras preguntas, en Macías no encontrábamos nunca un mal gesto, un no por respuesta o una palabra más alta que otra.

De él hemos hecho los periodistas muchos chistes a  propósito de su pasión por acudir a los bautizos, bodas y funerales de los que tuviera conocimiento. Era una de sus fórmulas  - ¡Hola, soy el senador Macías, cómo está! -  para acercarse a la gente y compartir con ella en los momentos clave de sus vidas, acompañarla, felicitarla o condolerse con ella. Que entre sus objetivos estuviera también conseguir sus votos creo que no desmerece un ápice el carácter humano y bondadoso del político hoy desaparecido.

No quisiera caer en el ditirambo pero no creo que sea exagerado decir que José Macías, con sus luces y sus sombras como cualquier ser humano, ha sido una suerte de espíritu libre de ataduras partidistas que concibió y ejerció la política como un servicio a los demás en el sentido más literal de la expresión, es decir, de manera personal, cercana y directa. 

Dudo mucho de que en los tiempos actuales y con el encanallamiento de la política hubiera sitio para alguien como José Macías. Eso, al margen de que su naturaleza humana fuera de una pasta distinta y casi única y su concepción de la política no tuviera nada que ver con las capillas y las conjuras de los aparatos partidistas. No obstante lo anterior, los representantes de la llamada “nueva política” que se consideran los inventores de la rueda y el fuego, tienen mucho que aprender de José Macías, un político que, ante todo fue buena persona, pero que, además, pisó de verdad la calle. Descanse en paz.   

Un pacto para olvidar

El mejor pacto político posible para Canarias que hoy ha pasado a mejor vida ha sido, con diferencia, el más inestable que han tenido estas islas en mucho tiempo. Debe haber sido también el que más tiempo ha dedicado a apagar fuegos que nada tienen que ver con la gestión del interés público. Algún defecto congénito debía tener la criatura para que generara más discrepancias que coincidencias desde su nacimiento y se haya despedido entre reproches y estertores. Puede que fuera que los socios que lo han sustentado a trancas y a barrancas durante año y medio no estuvieran hecho el uno para el otro o, mejor dicho, uno puede que sí pero el otro no. CC aceptó este pacto que ha vendido como el mejor posible, porque no le terminaban de cuadrar las cuentas políticas con el PP, aunque con el apoyo de los tres diputados de la Agrupación Socialista Gomera sumara suficiente mayoría parlamentaria. También porque  pensaba que sería más cómodo gobernar con el PSOE y de hecho así tenía que haber sido, sobre todo a la vista de la capacidad de aguante que los socialistas han demostrado durante la mayor parte de lo que llevamos de esta convulsa legislatura.

Los socialistas ni se plantearon en junio del año pasado articular una mayoría parlamentaria alternativa que enviara a CC a la oposición. En un claro error de cálculo, un  PSOE sin liderazgo reconocido ha pretendido ahora explorar esa fórmula confiando en que la coyuntura nacional le sería favorable y se ha encontrado con las paredes de Ferraz y de Génova enfrente. Probablemente fue en ese intento de censurar a Clavijo cuando el PSOE selló la salida del Gobierno que ha firmado hoy el presidente. 


Sin embargo, en junio del año pasado y sin pensárselo mucho, el PSOE se entregó en brazos de CC y confió en que los nacionalistas cumplirían las cláusulas políticas del acuerdo, empezando por el pacto en cascada que ya se había incumplido en la legislatura anteriorEsa obsesión por extender el acuerdo regional a cabildos, ayuntamientos y pedanías ha supuesto un persistente dolor de cabeza para los socios del pacto, con los socialistas como los más perjudicados, y un guineo insufrible para una ciudadanía cada vez más indiferente ante estas trifulcas de vecindad. No obstante, las desavenencias no sólo han tenido que ver con quién gobierna en según qué ayuntamiento. La falta de entendimiento y de proyecto compartido entre los socios ha sido patente en asuntos de mucho más calado como el debate de la nueva ley del suelo y el control de legalidad del planeamiento urbanístico o en la gestión socialista de la sanidad pública abiertamente cuestionada por el propio presidente.  

Y sin ir más lejos, en el destino que debía darse a los 160 millones de euros del Impuesto sobre el Tráfico de Empresas, a la postre un regalo envenenado que ha terminado dinamitando el pacto.  Desde el momento en el que se supo que Canarias no tendría que devolver ese dinero al Ministerio de Hacienda, CC y el PSOE han mantenido una pugna sorda y soterrada primero y a voces después que ha terminado en el cese de los consejeros socialistas. Y todo eso, y aquí viene lo más esperpéntico, después de haberse puesto de acuerdo sin muchos problemas sobre cómo distribuir más de 7.000 millones de euros del presupuesto autonómico del próximo año.


Los socialistas ya habían protagonizado desplantes suficientes como para que el cese se hubiera producido hace un mes y los ciudadanos nos hubiéramos evitado esta agonía política. Me refiero al inexplicable abandono del Consejo de Gobierno por parte de los consejeros del PSOE – reiterado hoy - y al voto con la oposición en el Parlamento que, sin embargo, no condujeron a lo que hubiera sido lógico, normal y responsable en un partido como el PSOE: abandonar el gobierno y dar por roto el acuerdo.

La necesidad de la ex vicepresidenta Hernández de permanecer en el Gobierno para no poder comba en la pugna por liderar el PSOE canario y el miedo a aparecer como el dinamitador del acuerdo y a tener que gobernar en minoría por parte de CC, han aplazado más allá de todo lo razonable y admisible el fin de una crisis permanente que ha hecho un enorme daño a la imagen del Gobierno de Canarias. Una lección cabe extraer de la penosa historia de este pacto de desencuentros y es que la aritmética parlamentaria no lo es todo en las relaciones políticas: si no hay proyectos medianamente afines para sustentar un acuerdo de gobierno estable y cohesionado o si ni siquiera hay proyecto claro ni nadie con capacidad suficiente para liderarlo, el fracaso está garantizado. En política, lo que parece que suma en realidad también puede restar.  

La ira de Aznar

Aunque creo que ha dejado el vicio, no me extrañaría que Rajoy haya encendido un buen veguero para celebrar como se merece que su padrino Aznar haya renunciado a la presidencia de honor del PP. Se acabó por fin la brasa insufrible de sermonearme a toda hora con lo que debo hacer y pensar sobre la economía, los impuestos, Cataluña o el partido, habrá dicho para sus entretelas el gallego. De Rajoy sabemos que ya le pueden hacer cosquillas en las plantas de los pies que no moverá un solo músculo de la cara. A las críticas de Aznar, eternamente enfurruñado y de mala uva, Rajoy ha respondido con el desdén del silencio o como quien oye llover plácidamente en Pontevedra. Todo lo contrario del vallisoletano,  incapaz de expresar sus puntos de vista sin torcer el gesto y mascullar las palabras como si hablara para su camisa y no para quienes le escuchan.

Ahora bien, que Rajoy parezca una estatua del Museo de Cera y que las críticas parezca que no le afectan no quiere decir que la procesión no vaya por dentro. Aznar fue y sigue siendo el “presidente” para la derecha carpetovetónica nacional,  la misma para la que Rajoy no es más que “Maricomplejines” – Jiménez Losantos dixit. Junto con eso, que alguien que te eligió a dedo para ser su heredero político te esté tirando casi a diario de las orejas no debe ser tampoco plato de buen gusto para nadie, ni siquiera para el aparentemente inconmovible Rajoy.



Sin embargo, y aunque lo disimulen muy bien los dirigentes del PP cantando ahora las excelencias políticas de Aznar, lo cierto es que al partido le viene de perlas que este Pepito Grillo de la derecha más caduca pase a la condición de simple militante. En el imaginario de la mayoría de los españoles Aznar aparece con los pies sobre la mesa junto a Bush y sus compiches, en el trío de las Azores o mintiendo a los españoles sobre los atentados de Atocha. Es también, aunque los populares canten sus bondades económicas, el responsable político de la burbuja inmobiliaria que ha provocado la peor crisis vivida en décadas en este país; y al mismo tiempo es el que hablaba catalán en la intimidad con Pujol y el que invitó a la boda de su hija a la flor y nata de la trama Gürtel.

Por eso, cuanto menos le recuerden los españoles y cuantas menos homilías haya que soportar sobre lo que debe hacer o dejar de hacer el Gobierno del PP, mucho mejor para los populares. Aunque temo que se equivoquen si dan por hecho que este martillo de herejes no les seguirá leyendo la cartilla cada vez y tenga oportunidad. Renunciar a la presidencia de honor del PP le deja las manos libres para arremeter contra Rajoy o contra quien estime conveniente y con la dureza que estime conveniente. A su servicio tiene la fundación FAES, a la que ya ha desconectado del PP, y hasta la posibilidad de fundar un nuevo partido a la derecha de la derecha.

De naturaleza política rencorosa, Aznar no se va a retirar de la primera línea así como así ni va a perdonar que Rajoy y el PP hayan ignorado las reiteradas críticas y recomendaciones de un hombre que se siente imbuido de la verdad absoluta e inapelable. Haría bien Rajoy en apurar su puro e irse preparando para las embestidas aznaristas que seguramente le estarán esperando a la vuelta de la esquina y que, esta vez sí, puedan terminar obligándole a romper el silencio sobre su arrogante padrino político. 

Ladrones de banco

En una sola sentencia el Tribunal de Justicia de la Unión Europea ha propinado hoy una sonora bofetada judicial doble a España. La primera a los avariciosos bancos españoles – perdón por la redundancia – a los que obliga a devolver hasta el último céntimo de las cláusulas suelo de las hipotecas. El Banco de España, de cuyos cálculos me fío menos que de una escopeta de feria a la vista de los números que hizo sobre Bankia, estima que el roto superará los 4.000 millones de euros. Otras estimaciones elevan la cifra hasta los 30.000 millones sobre la base de calcular 3.000 euros anuales de media  por los dos millones de hipotecas con cláusula suelo firmadas en España desde 2009 apróximadamente.

Fue entonces cuando la burbuja inmobiliaria reventó y los bancos idearon el truco del almendruco de la clausula suelo para guardarse las espaldas  ante posibles bajadas del Euribor y seguir sangrando a sus clientes. Sinceramente, confío en que la cifra no sea tan elevado porque de serlo no tardaría Rajoy en personarse en Bruselas para pedir un nuevo “no rescate” de los bancos españoles a bajo interés y, por supuesto, sin cláusula suelo. En cualquier caso no aconsejaría yo a nadie que abriera el champán para celebrar este fallo.

El descosido es grave como se ha reflejado ya en las cotizaciones de los bancos que más han abusado de las cláusulas suelo. Y aunque ya las entidades habían proveído fondos temiendo el varapalos, no firmaría yo en ningún lado que no se disparen ahora las comisiones, los intereses de los préstamos y otros peajes bancarios para cuadrar los balances y resarcirse del golpe. Eso sin contar con que los bancos no van a soltar un solo euro de oficio, de manera que quien quiera cobrar tendrá que ganárselo en los juzgados.


La sentencia también es una bofetada sin precedentes en plena cara del Tribunal Supremo español. Esta alta instancia judicial había fallado en mayo de 2013 que las cláusulas suelo son nulas pero, en una sorprendente pirueta, establecía que los bancos sólo tenían que devolver lo cobrado a partir de esa fecha y no desde el momento de la firma de la hipoteca. En otras palabras, que todo lo cobrado hasta ese momento bien cobrado estaba y aquí paz y después gloria. Si los magistrados que redactaron esa sentencia tuvieran un mínimo de vergüenza torera ya deberían haber  tirado la toga y las puñetas a la basura y haberse ido a casa abochornados.

Incluso alguien que no haya pisado nunca una facultad de derecho se preguntaría cómo se puede considerar que la cláusula de un contrato es nula pero sólo por un tiempo, es decir, a partir de determinada fecha y no desde el momento mismo de la firma del compromiso. Pues, para asombro general,  los magistrados del Supremo actuaron más como miembros del consejo de administración de un banco que como defensores de la Ley y fallaron que obligar a los bancos a devolver todo el dinero de las cláusulas suelo ponía en peligro el sistema financiero.

Se me agota la capacidad de asombro ante el privilegiado trato político, económico y hasta judicial que se dispensa en España a los bancos, algo que dudo tenga parangón europeo. Mientras ellos no han dejado de desahuciar y embargar desde que se vino abajo el tinglado del ladrillo, los españoles hemos pagado a escote su rescate millonario, nos hemos tragado sus abusivas cláusulas suelo para acceder a una vivienda y hemos comprado sus participaciones preferentes opacas y sus acciones de Bakia bichadas.

Ninguno de los principales responsables de todo eso está entre rejas, en gran parte, porque todo eso se ha perpetrado con la connivencia, la complicidad y hasta el aplauso en ocasiones del Gobierno, del Banco de España y, como en el caso de las cláusulas suelo, incluso de la Justicia. Por primera vez en mucho tiempo y espero que sirva de precedente, me siento orgulloso de una institución de la UE: su Tribunal de Justicia ha dado una lección de justicia a España y a quienes anteponen los intereses privados al derecho y al bien general. 

¿Y después de Berlín?

Cambian los métodos y las herramientas pero no cambia la esencia cruel del terror: infligir dolor y muerte para imponer las ideas y creencias propias y destruir las de las víctimas. Junto a una iglesia berlinesa milagrosamente en pie a pesar de los bombardeos aliados en la Segunda Guerra Mundial, los terroristas lanzaron anoche un camión contra una multitud pacífica que visitaba un mercadillo navideño. El balance, doce víctimas mortales y casi medio centenar de heridos. Además de la implicación simbólica del lugar elegido para la masacre, el atentado de anoche en la capital alemana es muy probable que tenga también graves repercusiones políticas.

En Alemania, Francia y Holanda se celebrarán el año que viene elecciones generales en un clima de polarización social y política ante el reto de la inmigración y el drama de los refugiados, al que Europa ha respondido de la manera más cicatera y decepcionante imaginable. En el Reino Unido, en donde no hay elecciones pero en donde el triunfo del brexit ha disparado los episodios de xenofobia, la derecha nacionalista no ha tardado en echar las culpas del atentado de anoche a la canciller Merkel.


Es en ese clima social y político enrarecido y potencialmente explosivo que empieza a respirarse en varios países de Europa en donde pesca votos una ultraderecha xenófoba y racista, cuyos líderes parecen alegrarse de que mueran inocentes a manos de bárbaros terroristas si eso refuerza sus mensajes de odio y exclusión. Sin embargo, frente a la amenaza combinada del terrorismo yihadista y el ascenso de la ultraderecha, los gobiernos democráticos europeos y las instituciones comunitarias siguen sin ser capaces de articular una política medianamente común con la que hacer frente a esos dos peligros.

La reacción más común parece ser atrincherarse dentro de las fronteras propias para cada cual hacer la guerra por su cuenta como si se estuviera enfrentando un problema nacional y no global que afecta a la seguridad del continente y a los valores y libertades democráticos. Esa respuesta medrosa e ineficaz es precisamente la que conviene a los fines de los terroristas que, poco a poco, ven como van deteriorando el consenso social y exacerbando las reacciones políticas e institucionales ante sus ataques.

Por desgracia, lo que ocurrió anoche en Berlín puede volver a ocurrir en cualquier momento en otra ciudad europea como ya ha ocurrido en dos ocasiones en París o en Bruselas o en Madrid o en Londres. A pesar de las veces y de la saña con la que el terrorismo ha golpeado en Europea y de las veces en las que la policía ha conseguido conjurar nuevos atentados, las capitales europeas y Bruselas siguen siendo manifiestamente incapaces de sentar las bases de una política antiterrorista común. Nadie dice que sea sencillo pero el reto al que se enfrenta Europa requiere aparcar de una vez las diferencias y los eventuales recelos y acordar conjuntamente medidas policiales, sociales, económicas e incluso militares si fuera el caso para al menos minimizar la amenaza que se cierne sobre Europa.

Y todo eso se debe hacer, además, sin afectar o afectando lo menos posible a las libertades y derechos políticos que son el santo y seña del sistema democrático occidental. Alcanzar ese imprescindible acuerdo no garantiza la inmunidad ante el terrorismo dado que, como es sabido, el riesgo cero no existe. No alcanzarlo o al menos no intentarlo sí da pie para preguntarse cuándo y dónde volverá el terror a mostrarse en todo su cruel esencia. 

Alepo, otra vergüenza mundial

Si hay alguien que sepa qué es, quiénes la forman y a qué se dedica la llamada “comunidad internacional”, le ruego que lo explique. Mientras no me demuestren lo contrario, estoy convencido de que esas dos palabras, colocadas una detrás de la otra, sólo expresan una idea vacía de cualquier tipo de contenido real y efectivo. Es más, no me cabe duda alguna de que esa expresión no es más que un trampantojo político para que algunos laven su conciencia haciéndonos creer en algo que no existe ni tiene visos de existir ni a medio ni a largo plazo.

Si hubiera existido la tal comunidad internacional seguramente no se hubieran producido los genocidios de Ruanda o Srebrénica, por mencionar sólo un par de casos relativamente cercanos en el tiempo. Ni se estaría produciendo el que a esta hora puede estar ocurriendo en la ciudad siria de Alepo. Una comunidad internacional merecedora de verdad de ese nombre, con capacidad real para decidir y ejecutar sus decisiones por encima de intereses económicos y geoestratégicos de sus miembros, habría intervenido a tiempo en los conflictos que dieron pie a esas masacres y las habrían impedido o al menos aminorado.

Lo que ocurrió en aquellas ocasiones y lo que está ocurriendo ante la situación actual en Alepo se parecen como dos gotas de agua: pasividad, indiferencia, ineficacia e hipocresía a partes iguales mientras miles de inocentes perecen masacrados a manos de sus verdugos. Ni la ONU ni la UE ni las grandes potencias con capacidad para influir en el curso de estos acontecimientos que nos degradan como especie supuestamente racional pueden o quieren hacer nada para evitar el sacrificio inútil de decenas de miles de inocentes.


La ONU debería disolverse más pronto que tarde en lugar de continuar controlada por un Consejo de Seguridad en el que las grandes potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial más China siguen imponiendo sus vetos sobre los asuntos que les afectan directamente a ellas o a sus aliados. En el caso de Alepo es flagrante el comportamiento criminal de Rusia, que ha vetado hasta hoy todas las resoluciones encaminadas a permitir que al menos se abriera un corredor humanitario que permitiera a la población civil de Alepo escapar de los bombardeos inmisericordes del brutal régimen sirio apoyado por Moscú y Teherán.

En cuanto a la Unión Europea, los 1.500 millones de euros que cuesta su política exterior deberían destinarse a fines más útiles que los de soportar una superestructura prescindible por ineficaz e irrelevante en el ámbito internacional. Produce indignación escuchar a los fariseos jefes de estado y de gobierno de la Unión darse hipócritas golpes de pecho ante la situación humanitaria en Alepo, mientras llenan de vallas las fronteras, endurecen las leyes contra el derecho de asilo y remolonean en la acogida de refugiados. Todo eso mientras la xenofobia y el racismo empiezan a campar por sus respetos a través de partidos políticos alimentados por una política desnortada y mezquina de quienes ahora derraman lágrimas de cocodrilo.

Y en cuanto a las potencias mundiales, con Rusia del lado de los verdugos en Siria, nada cabe esperar tampoco de Estados Unidos. Barack Obama pasará a la historia como el presidente que salió tan escaldado de Afganistán e Irak que en el caso de Siria ha preferido mirar para otro lado y dejar que rusos, sirios e iraníes no dejen piedra sobre piedra en Alepo ni nadie que no le sea leal al régimen de Damasco para contarlo. También el saliente presidente norteamericano derrama estos días lágrimas de cocodrilo mientras su secretario de estado corre de acá para allá como un pollo sin cabeza para arrancar ridículas treguas de los rusos que al día siguiente quedan en papel mojado mientras continúa la matanza hasta el exterminio total. Y como corolario, casi como causa y efecto de todo lo anterior, una población occidental que se escandaliza un minuto por las imágenes de televisión sobre Alepo y al minuto siguiente lo olvida para brindar por la Navidad y la paz en el mundo. 

Apadrina una autopista

Aunque alcalde de profesión, Íñigo de la Serna presenta buenas maneras. Nada más llegar al Ministerio de Fomento ha demostrado tener el Primer Amiguito del capitalismo de amiguetes bien aprendido. Hasta el momento – y no creo que cambie -  se está mostrando como un aventajado discípulos de los grandes ideólogos para los que la gestión pública es y será siempre derrochadora e ineficaz y la privada el crisol de todas las virtudes. En consecuencia, y para que las cosas vuelvan a su estado natural y lógico, hay que hacer que lo público pase a la categoría de insignificante y lo privado asuma todo el campo de juego para su lucro y placer.

Dos asuntos serán suficientes para ilustrar que nuestro ministro es un hacha de la gestión como mandan los cánones del liberalismo de libro. El primero es la lección número uno del manual: si una empresa da beneficios hay que privatizarla sin perder tiempo. Es el caso de AENA, la empresa aún mayoritariamente pública que gestiona la red de aeropuertos en España. Ana Pastor, la antecesora del ministro santanderino, puso en manos privadas el 49% de las acciones a un precio de saldo en comparación con el del mercado. 



Nada más sentarse en el sillón de mando, de la Serna anunció la intención de desprenderse de un porcentaje aún por decidir del 51% que conservó el Estado, no vaya a ser que a la parte privada no le resulte lo suficientemente dulce la mitad del pastel que obtuvo en almoneda. Con AENA mayoritariamente en manos privadas, ya se pueden ir preparando para la excursión por todas las tiendas de los aeropuertos antes de que se les permita subir al avión. Por no hablar de lo que puede pasar en lugares como las islas canarias no capitalinas, para algunas de las cuales el avión es casi el único medio de no quedar prácticamente aisladas. Eso sí, pidiendo disculpas por vivir en una isla y solicitar humildemente que los precios de los billetes aéreos no salgan más caros que cenar langosta y beber champán todas las noches en Maxim’s de París.

La segunda lección del manual dice que las pérdidas de los negocios privados ruinosos avalados con dinero público deben socializarse, es decir, meter la mano en el bolsillo de los ciudadanos para pagar el estropicio. Después, cuando con dinero de todos los hallamos puesto de nuevo en pie, se los volvemos a vender a los amiguetes a precio de saldo. Ocurrió en su momento con el rescate de los bancos y va a volver a ocurrir con  las autopistas de peaje quebradas que nos van a costar unos 5.500 millones del ala.

El caso arranca en los años dorados de la burbuja inmobiliaria con Aznar, Álvarez Cascos y Aguirre cortando cintas de la noche a la mañana. Entonces se tiró la casa por la ventana y se dio por sentado que los conductores serían tan memos que  pagarían para circular por una autopista colapsada antes que por una pública y gratis o, en el peor de los casos, por una carretera secundaria.Todas esas carreteras se hicieron con créditos bancarios avalados por el Estado para el caso de que las cuentas no salieran y el negocio fracasara, como de hecho ha ocurrido.


Las concesionarias de las autopistas han entregado la llave al banco y este – que arriesgó el crédito sabiendo que si no pagaban las empresas lo haríamos los contribuyentes -  ha reclamado el aval al Estado. Y en esas estamos, a punto de desembolsar un pastizal para enjugar las pérdidas de los florentinos y compañía, mientras Fomento lleva tres décadas racaneando unos míseros cientos de millones para acabar la carretera de La Aldea (Gran Canaria). Uno se pregunta – y supongo que ustedes también – por qué demonios el Estado tiene que avalar con dinero público negocios privados que terminan en la ruina por falta de previsión o por exceso de electoralismo.

Ya sé que, tratándose de España, es casi una pregunta retórica pero lo cierto es que en países como Estados Unidos – paraíso terrenal del liberalismo - tal responsabilidad patrimonial no existe. Por tanto, quien quiera arriesgar su dinero tiene que aquilatar bien la relación entre costes y beneficios antes de lanzarse a la aventura de la inversión.  Esa lógica no rige en España, en donde los contribuyentes pagamos de nuestros bolsillos bancos baldados de ladrillo, aeropuertos para las personas, estaciones de AVE en pueblos de una veintena de vecinos y ahora, además, apoquinamos para apadrinar autopistas de peaje por las que nunca hemos pasado ni es probable que pasemos en la vida. No somos más simples y bobos porque no entrenamos lo suficiente.   
  

El monotema

Confienso que tengo la cachimba a punto de rebosar con el monotema catalán. No tanto porque la reivindicación soberanista me parezca más antigua que la abuela de Matusalén como por el eco desmesurado que encuentra este asunto en la mal llamada prensa nacional. Si a Puigdemont le da por retocarse el corte león el acontecimiento merece cinco columnas y editorial con llamada en primera bajo el título “Puigdemont se salta la Constitución”.  Si Junqueras bufa, la prensa de Madrid rebufa, y si la CUP truena,  en la Villa y Corte relampaguea. Si un par de descerebrados queman unas fotos del rey se aseguran el minuto de oro de todos los telediarios y si un diputado nacionalista catalán le pregunta en el Congreso a Rajoy por el referéndum, la respuesta del presidente abrirá todos los informativos y se acompañará de las reacciones de la oposición y del comunicado de la Hermandad de Bedeles Unidos de las Cortes y la Casa Real.

Me deja boquiabierto la legión de economistas, analistas, politólogos, sociólogos, historiadores, escritorólogos y políticos en activo o en retirada que en cuestión de minutos mojan la pluma y escriben sesudos artículos de fondo sobre el problema catalán, apenas alguien se resfríe en Manresa o estornude en Vic. Todos analizan los antecedentes, consecuentes, referentes y remanentes del asunto, exploran a conciencia las visceras del caso para averiguar si los dioses les serán propicios y concluyen generalmente en que esto no lo arregla ni el médico chino y menos Mariano Rajoy.


Yo comprendo que el “problema catalán” apasione en Madrid pero opino que la atención informativa es desproporcianada y dudo mucho de que la pasión sea la misma en Murcia, Extremadura o La Rioja, por citar sólo tres ejemplos. Para la prensa capitalina, en esas comunidades nunca pasa nada que merezca su atención y, si pasa, lo más que aparecerá será una gacetilla en página par, abajo y a la izquierda en donde hasta Sherlock Holmes tendría problemas para encontrarla con su lupa. Salvo que sea un asunto en el que corra la sangre y esté presente el sexo, lo que ocurra más allá de Madrid o de Barcelona literalmente no existe para los medios de ámbito nacional. Es exactamente el mismo criterio que aplican a la información futbolística, volcada hasta la náusea en un par de equipos y en un par de jugadores mientras el resto apenas alcanza la categoría de meras comparsas.  

La prueba de todo lo anterior la tenemos hoy mismo: no intenten encontrar en los principales medios de tirada nacional alguna reseña o gacetilla suelta relativa a la admisión ayer a trámite en el Congreso de la reforma del Estatuto de Autonomía de Canarias porque no la van a encontrar.  De hecho, ni los ministros se dignaron acudir a la sesión plenaria y Ana Pastor presidió el pleno porque no consiguió cita con el dentista y no tenía nada mejor que hacer a esa hora de la tarde. De haber sido el catalán el estatuto a reformar llevaríamos meses dándole vueltas y hoy se habría emborronado papel suficiente para empapelar dos veces el Congreso de los Diputados.  

También es verdad y justo es admitirlo, que Canarias está miles de kilómetros de Cataluña, nadie en Madrid habla guanche en la intimidad y del mundo es conocido que somos un vergel de belleza sin par con seguro de sol, vamos con taparrabos mientras nos divertimos tirándonos cocos a la cabeza y nos ponemos tibios comiendo patatas con piel. Si además nuestras ventajas fiscales nos dan para atar los perros con chorizos de Teror y para hacer una manifestación medianamente presentable hay que convocarla con citación judicial, ya me dirán ustedes qué caso nos pueden hacer ni qué eco mediático va a tener nuestra verdadera realidad más allá de la Punta de la Isleta. Mientras todo eso no cambie, Puigdemont y compañía seguirán copando las portadas y el resto nos tendremos que conformar con aparecer en la información meteorológica. 

Fátima a las seis

La ministra de Empleo quiere mandar a los curritos españoles a casa a las 6 de la tarde, supongo que una hora antes en Canarias o habría que denunciar inmediatamente el agravio comparativo. Sin encomendarse ni a Dios ni a la virgen del Rocío, Bañez soltó en la Comisión de Empleo del Congreso algo que ya había dicho en campaña su jefe Rajoy allá por el mes de junio, cuando se batía el cobre en la segunda campaña electoral del último año. Y no sólo Rajoy, también la había reclamado Ciudadanos y el PSOE y los sindicatos y hasta el repartidor de pizzas. Que los horarios laborales en España son un disparate mundial y que, para mayor escarnio, la hora oficial peninsular sigue aún ajustada a la del Berlín nazi es algo que ya se sabe hasta en el Polo Norte.

Sin embargo, nada se ha hecho nunca para remediar eso ni por parte del Gobierno ni de las empresas ni de los propios sindicatos. Así pues, no descubre nada la ministra ni aporta nada nuevo a uno de esos debates cansinos y guadianescos a los que somos más adictos en España que a dormir la siesta, causa, según algún estirado medio inglés, de todos los males de la economía patria. En realidad, la propuesta de Báñez equivale a agarrar el rábano por las hojas para no entrar en el fondo de la cuestión, la que verdaderamente importa: la reforma laboral. Ella es la principal culpable de que conciliar vida familiar y laboral sea hoy una quimera, en tanto  promueve la contratación temporal y fomenta la realización de cantidades industriales de horas extraordinarias que en su gran mayoría ni siquiera se abonan a quienes las trabajan.

Se trata, además, de una reforma que desequilibró en perjuicio de los trabajadores la negociación colectiva, el ámbito natural para que empleados y empresarios pacten las condiciones de trabajo, incluidas las relativas al horario. Por eso, la grandilocuente propuesta de la ministra apelando a un pacto nacional resulta algo forzada y fuera de lugar. Hay, no obstante, algo mucho más complicado de cambiar que la reforma laboral si queremos acabar algún día con una jornada de trabajo de sol a sol aunque eso no nos haga más productivos que nuestros vecinos europeos.

Es la arraigada cultura laboral de un país en el que quien se va a casa antes que el jefe es un gandul merecedor de entrar en la lista del próximo expediente de regulación de empleo. Esto nos lleva a pasar horas y horas en el puesto de trabajo perdiendo literalmente el tiempo sin aportar nada a la empresa, sólo nuestra sin par presencia de currito abnegado.

A la ancestral costumbre de pasarnos media vida en el curro, hay que añadir la no menos arraigada desconfianza en el trabajo en casa que permiten las nuevas tecnologías de la información que, sin embargo, sí usan cada vez más las empresas para mantener al trabajador siempre atado a sus obligaciones laborales. Con todos estos ingredientes más lo que supone ser un país turístico y los horarios que ese hecho implica,  tenemos una radiografía de la jornada laboral en España mucho más compleja y que va mucho más allá de la hora a la que plegamos que tanto preocupa a Báñez.

Variaciones sobre el ITE

Si entre las obligaciones de cualquier gobierno figura la de priorizar en qué se quiere gastar el dinero público, no se puede negar que el Gobierno de Canarias tiene claras cuáles son sus prioridades para emplear los 160 millones de euros del malhadado Impuesto sobre el Tráfico de Empresas. Que esas prioridades coincidan con las necesidades de la mayoría de la población de estas Islas es algo mucho más cuestionable y discutible. Y en eso, en discutir cómo y en qué se gastan los 160 millones de marras, llevamos ya más de un año en el que no sólo no hay acuerdo sino que el desacuerdo es cada día mayor.

Lo que se celebró justamente como una inyección económica para unas arcas públicas necesitadas de recursos después de años de recortes, se ha terminado convirtiendo en un serio problema político y en causa de enfrentamiento interinsular  lo cual, si cabe, es aún mucho más grave. Las responsabilidades del dislate en el que se ha convertido la distribución del extinto impuesto son compartidas entre instituciones y partidos políticos. Quien más y quien menos ha echado su cuarto a espadas para enredar algo que se hubiera resuelto sencillamente con solo añadir ese dinero a los presupuestos de la comunidad autónoma y asignarlo a unos servicios públicos sacrificados en el altar del sacrosanto déficit público.
 
En lugar de optar por esa fórmula se eligió la de poner los territorios por encima de la población y de sus necesidades y, como era de esperar, surgió la polémica que parece lejos aún de remitir. Los cabildos de las cinco islas beneficiadas por esa opción se han aferrado a una fórmula que les asegura una lluvia de millones con la que no contaban y con la que podrán pagar facturas atrasadas y emprender obras cuya necesidad social habría al menos que discutir.

De los dos cabildos perjudicados en el reparto, los dos de las islas capitalinas en donde reside el 80% de la población y se registran los mayores problemas sociales, uno se proclama el rey de la solidaridad con las islas pequeñas aunque salga mal parado y el otro se presenta como la víctima de una fórmula que considera una afrenta a las necesidades de su isla. Ni que decir tiene que el color político de cada uno de los cabildos determina en buena medida las respectivas posiciones en este descomunal despropósito en el que se ha terminado convirtiendo el dinero del ITE.

En medio del rebumbio sólo faltaba que el Gobierno se partiera un poco más en dos:  eso es precisamente lo que ha ocurrido con la espantada de los consejeros socialistas que  se han declarado en rebeldía al descubrir de la noche a la mañana que la opción de sus socios es “clientelar” y “ territorial” y no atiende a las necesidades del grueso de la población. La inesperada postura de los consejeros socialistas, no obstante, parece responder más a un cálculo político de última hora para tensar la cuerda del pacto y forzar así a sus socios nacionalistas a firmar los decretos de destitución.

Sin embargo, que la triple paridad seguía latente como fórmula de reparto del dinero del ITE era algo que caía por su propio peso, independientemente de que se la bautizara pomposamente como Fondo  de Desarrollo Económico de Canarias y aspirara nada menos que a cambiar el modelo productivo del Archipiélago. Se impone pues una rectificación por parte de todos, pero empezando por el presidente del Gobierno de Canarias y por CC como principales inspiradores de este enredo absurdo que sólo ha conseguido crear un problema de lo que aún puede y debe ser una solución para las múltiples necesidades que tienen estas islas. Todo pasa simplemente porque hagan coincidir sus prioridades con las necesidades de los ciudadanos: no es tan difícil si hay voluntad y priman los intereses de la mayoría sobre las conveniencias políticas de unos y de otros.     

Aterriza como puedas

A quienes advertimos hace dos años de que no pasaría mucho tiempo antes de que el gobierno español pusiera en almoneda la mayoría de las acciones de AENA, los hechos llevan camino de darnos la razón. Por desgracia, porque hablamos de poner el interés general en manos del interés privado y vender al mejor postor una de las últimas perlas de la corona pública de este país, la red de aeropuertos nacionales. La operación aún no se ha definido pero las intenciones del nuevo ministro de Fomento son bastante claras: explorar todas las posibilidades sobre el futuro de AENA incluyendo la de que el Estado se desprenda del 51% de las acciones que se reservó en la privatización que impulsó Ana Pastor en 2014.

Entonces, el Gobierno y sus corífeos intentaron convencer a los ingenuos y despistados de que el interés público primaría sobre el privado porque el Estado mantenía el control mayoritario de la empresa. Así y todo, el proceso de privatización del 49% de la compañía fue de todo menos transparente y el dinero que ingresaron las arcas públicas por desprenderse de casi la mitad de las acciones de AENA quedó muy por debajo del precio de la compañía en el mercado. En otras palabras, un negocio redondo para las empresas privadas que se hicieron con el pastel y que ahora nos obligan a pasar por las tiendas de tabaco, licores y perfumes de los aeropuertos para acceder a las salas de embarque.


Pronto se ha cansado el Gobierno de defender el interés público si, por lo que parece, empieza ya a preparar los trámites para quedarse en minoría y que sea el sector privado el que haga y deshaga en función de la cuenta de resultados. El argumento que esgrime ahora Fomento para vender AENA es que eso le permitirá ganar competitividad “en el exterior”. Confieso que he tenido que leer varias veces la información para convencerme de que no había un error: a Fomento la importa más que las empresas que se queden con AENA ganen dinero en el extranjero que la gestión pública de una red aeroportuaria por la que transitan cada año buena parte de los casi 70 millones de turistas que visitan España. Para un país como el nuestro, los aeropuertos son una infraestructura de trascendental importancia estratégica para la economía y la movilidad de los ciudadanos que no pueden quedar al albur de las leyes del mercado y de los consejos de administración.

Si hay un territorio en donde los planes de Fomento deberían haber encendido todas las alarmas ese es Canarias. Por los aeropuertos de las islas pasan al año casi 14 millones de turistas que representan un tercio de la economía regional y otro tanto del empleo. Por sólo citar un riesgo, una subida de las tarifas aeroportuarias para hacer caja espantaría a las compañías aéreas que no tardarían en llevarse a sus clientes a otros destinos sin pensárselo dos veces. Los aeropuertos canarios son, además, un elemento de cohesión social insustituible en tanto facilitan la movilidad interinsular de los ciudadanos. Atendiendo a la cuenta de resultados y al valor de las acciones, los aeropuertos de las islas menores pasarían a ser simples unidades de explotación deficitarias que no tardarían en ser eliminadas o reducidas a la mínima expresión.

Sin embargo, el riesgo que comporta un control privado mayoritario de nuestros aeropuertos apenas ha merecido algún tímido amago de reivindicar competencias sobre su gestión y un par de preguntas parlamentarias de las que se despachan en cinco minutos y no sirven para nada. El envite merecería que las fuerzas políticas y los agentes económicos y sociales, además de la sociedad en su conjunto, hubieran elevado ya la voz para oponerse con contundencia al riesgo que representa que los aeropuertos de Canarias queden cautivos de intereses privados. En lugar de eso perdemos tiempo y energías en las insufribles peripecias del pacto de gobierno, la triple paridad y el sunsun corda  mientras los asuntos de verdad trascendetales para estas islas siguen esperando que alguien tenga a bien ocuparse de ellos.