Trillo y la chulería

Estoy seguro de que en un concurso sobre el político español más chulo que un ocho Federido Trillo ganaría el oro, la plata y el bronce. Cierto que tuvo en Aznar un maestro inmejorable pero, el todavía embajador de España en Londres, ha desarrollado una técnica tan depurada que incluso se permite chulearse de los familiares de las víctimas del Yak 42. Trillo nunca ha mostrado el más leve signo de arrepentimiento ni cristiana compasión ante una tragedia que le costó la vida a 62 militares españoles que regresaban a casa después de servir a nuestro país en Afganistán. El hombre que se pavoneaba de que soldados españoles repelieran una esperpéntica invasión marroquí de la isla Perejil, nunca fue capaz de pedir perdón a las familias de un accidente que pocas dudas hay ya de que se pudo evitar.

No sólo eso: Trillo nunca tuvo siquiera el gesto de recibir a esas familias y mejor ni hablamos de asumir responsabilidades políticas por los errores de bulto en la identificación de la mitad de los cadáveres. El mochuelo se lo cargaron los responsables militares convenientemente indultados algún tiempo después por el Gobierno. En cualquier país normal lo ocurrido con el Yak 42 hubiera supuesto el fin de la carrera política de Trillo y no es descabellado suponer que el final hubiera podido ser incluso la prisión. Sin embargo – y no me cansaré de repetirlo – en algunos aspectos España no es aún un país normal y por eso a Trillo se le recompensó con la embajada ante su graciosa majestad Isabel II, tal vez como pago a algunos favores jurídicos en las cloacas del PP.


El escarnio que siguen sufriendo las familias de las víctimas de aquella chatarra con alas a la que Defensa encomendó el traslado a casa de los militares españoles para ahorrarse unos euros no parece tener fin. A los fallos de seguridad y a los errores en la identificación de los cuerpos, se acaba de sumar un informe demoledor del Consejo de Estado para el que no hay dudas sobre la responsabilidad del Ministerio de Defensa en aquella tragedia. Dice el dictamen que Defensa conocía informes que cuestionaban seriamente la seguridad del avión y la de una tripulación agotada por el elevado número de horas de vuelo que se veía obligada a realizar.

Dejemos ahora de lado que el Consejo de Estado haya tardado casi 14 años en aprobar su dictamen – el accidente del Yak 42 ocurrió en mayo de 2003 en Turquía -  y no entremos tampoco a considerar si ese organismo es algo más que un dorado y bien remunerado retiro vitalicio para políticos fuera de circulación. Lo que el informe dice tendría que haber supuesto el cese fulminante de Trillo como embajador en Londres y la promesa pública y solemne por parte de Rajoy de que no volverá a representar a España en ninguna institución. En un país normal – insisto – eso hubiera ocurrido pero en el nuestro el presidente del Gobierno también ha demostrado menos sensibilidad que una nécora y ha despachado el asunto diciendo que “pasó hace mucho tiempo” – como si eso fuera una razón de peso -  y que ya “se sustanció judicialmente”.

Horas después anunció el Gobierno el relevo de más de 70 embajadores e incluyó entre ellos al propio Trillo cuidándose, eso sí,  de desvincular la decisión del informe del Consejo de Estado. La consigna es hacer lo que sea necesario para no dar el brazo a torcer ni reconocer la responsabilidad política en la peor tragedia sufrida por las fuerzas armadas españolas en la etapa democrática. Así las cosas, Trillo acaba de sacar a pasear su acendrada chulería y ha dicho que se quiere incorporar precisamente al mismo Consejo de Estado que le acaba de endosar la responsabilidad del Yak 42.

Por su parte, las familias se verán mañana con Cospedal a la que le pedirán que Defensa asuma el dictamen del Consejo de Estado y que el Gobierno pida perdón por lo ocurrido con el Yak 42. La asunción pública de responsabilidades políticas es prácticamente el único consuelo que les queda, puesto que reabrir la causa que la Audiencia Nacional cerró en 2012 es jurídicamente inviable después de que se hayan opuesto también el Supremo, el Constitucional y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Veremos mañana si Cospedal es capaz de estar a la altura aunque – para qué vamos a engañarnos – las amnesia de Rajoy y la chulería de Trillo no invitan precisamente el optimismo.  

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