¡Feliz 2018 y no se rindan!

No te rindas, aún estás a tiempo
de alcanzar y comenzar de nuevo,
aceptar tus sombras,
enterrar tus miedos,
liberar el lastre,
retomar el vuelo.


No te rindas que la vida es eso,
continuar el viaje,
perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo,
correr los escombros,
y destapar el cielo.


No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se esconda,
y se calle el viento,
aún hay fuego en tu alma
aún hay vida en tus sueños.



Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo,
porque lo has querido y porque te quiero, 
porque existe el vino y el amor, es cierto,
porque no hay heridas que no cure el tiempo.


Abrir las puertas, 
quitar los cerrojos,
abandonar las murallas que te protegieron,
vivir la vida y aceptar el reto, 

recuperar la risa,
ensayar un canto, 

bajar la guardia y extender las manos
desplegar las alas 

e intentar de nuevo,
celebrar la vida y retomar los cielos.


No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se ponga y se calle el viento,
aún hay fuego en tu alma,
aún hay vida en tus sueños.


Porque cada día es un comienzo nuevo,
porque esta es la hora y el mejor momento.
porque no estás solo, porque yo te quiero.

(Mario Benedetti)


¡¡Feliz 2018!!

Buscando a Manolín

Firgas está alborotada: su alcalde se ha evaporado como el gas del agua a la que le da nombre la villa y lleva ya una semana ilocalizable. Hasta la oposición ha empezado a notar su falta y los funcionarios preguntan dónde está Manolín - cariñoso diminutivo con el que se conoce en confianza a Manuel Báez - que no aparece por el ayuntamiento ni para dar los buenos días. El último que lo vio en vivo y en directo fue el primer teniente de alcalde y de eso hace hoy una semana. Así que, ante la falta de noticias sobre el paradero del regidor, no le ha quedado otra que asumir accidentalmente la alcaldía, y nunca mejor empleado lo de "accidentalmente". Desde entonces, lo único que se ha sabido de Manolín es que se le vio hace un par de semanas haciendo un examen de oposiciones a funcionario en el que, presuntamente, debía haber estado su hijo. La noticia de que Manolín pudo haber suplantado la identidad de su hijo en esa prueba  ha caído como una bomba en esta villa grancanaria, generalmente tranquila, más bien fresca y  famosa por sus berros, sus papas y su aguas. A cada hora que pasa sin noticias de Manolín se consolida la idea de que lo que se ha publicado sobre su examen por amor paternal es cierto en lo básico y sustancial del caso. 

"Los firguenses se pellizcan para convencerse de que lo que ocurre con su alcalde no es una inocentada" 

Manolín es el único alcalde de CC en Gran Canaria, un alcalde con una trayectoria política más bien errática aunque con un objetivo siempre muy claro: no soltar el bastón de mando ni a la hora de dormir. En circunstancias tales y habida cuenta la orfandad política de su partido en Gran Canaria, no cuesta mucho imaginar que en la formación nacionalista estén a esta hora dándole vueltas a ver cómo salen de esta prueba en la que van a necesitar sacar sobresaliente. Hasta el momento han actuado como manda el manual de instrucciones para estos casos, aunque arrastrando los pies algo más de lo deseable: investigación para determinar lo que hay de cierto en las informaciones periodísticas y expulsión fulminante si se confirma lo que, si la Justicia se pone estricta, podría incluso acabar con los huesos de Manolín en prisión por suplantación de identidad. Por no hablar del hijo suplantado, a todas luces presunto colaborador necesario de la trapisonda tal vez urdida al calor del cariño paterno - filial. Lo cierto es que Manolín ni se deja ver para explicarse y a continuación dimitir ni acude al juzgado más cercano a denunciar a quienes le acusan de haber hecho lo que cada vez parece más evidente que ha hecho, como corroboran testigos presenciales de su paso algo tardío ya por las aulas. Y por si todo lo anterior no fuera bastante para tener a los firguenses pellizcándose para creerse que lo de su alcalde no es una inocentada, el reloj de la iglesia de San Roque se ha clavado en las 14.30 y es una incógnita si Canarias podrá recibir el Año Nuevo desde la villa de la que Manolín es en estos momentos el alcalde más buscado del hemisferio norte. Lo que está claro es que, pase lo que pase el fin de año, Manolín ya ha dado la campanada y ahora sólo falta saber si se comerá las uvas.

P.D. Poco después de publicar este post me llega la noticia de que Manuel Báez ha presentado su dimisión como alcalde de Firgas, lo que equivale al reconocimiento de la certeza de las informaciones sobre la suplantación de su hijo en el examen. Caso cerrado en el plano político pero que ahora deberá sustanciarse en el judicial. 

Tres muertos que nadie echará de menos

Este blog lleva más tiempo inactivo del que me hubiera gustado. Hoy, sin embargo, he sentido la necesidad casi visceral de reactivarlo. Ha sido al leer una noticia de EL DÍA (leer aquí en la que se cuenta que tres indigentes han muerto en la última semana en las calles de Santa Cruz de Tenerife. Uno, el de más edad, apareció muerto bajo un puente, el segundo en unas chabolas y el tercero a las puertas del albergue municipal. Y eso es prácticamente todo lo que se sabe de estas tres personas y de las circunstancias de su muerte. Cuenta EL DÍA que el concejal de Servicios Sociales se ha limitado a decir que los tres “han muerto en donde han vivido”. Y ni una palabra más, ni una promesa de investigación de las circunstancias de estas tres muertes para saber cómo se llamaban, de dónde venían, por qué estaban en la calle y si estaban enfermos y recibían algún tipo de atención;  ni una frase de condolencia ni un propósito de encontrar las soluciones para evitar que vuelva a pasar: solo silencio y, aparentemente, indiferencia.  Al fin y al cabo, para qué molestarse si nadie los va a echar de menos salvo, tal vez, sus compañeros de desgracia.

"Esto ha ocurrido en unas islas en las que conviven 13 millones anuales de turistas con casi un millón de ciudadanos en situación de pobreza o riesgo de exclusión"

Esto ha ocurrido – y no es la primera vez que pasa y no solo en Santa Cruz de Tenerife – en unas islas en las que conviven 13 millones de turistas anuales – y subiendo – y casi un millón de personas en situación de pobreza o al borde de estarlo. Son las islas en las que presumimos de ¡qué suerte de vivir aquí!, de la recuperación económica y del cumplimiento del déficit, mientras nos enredamos en debates parlamentarios bizantinos sobre cómo afrontar la exclusión social o atender a los dependientes o resolver las listas de espera en la sanidad. Competimos y hasta nos peleamos por la iluminación navideña y los carnavales, pero se nos mueren literalmente los indigentes en las calles y nos encogemos hombros: “murieron en donde han vivido”.  Los tres que han fallecido en la capital tinerfeña nacieron en alguna parte, tuvieron familia, sufrieron fracasos y alegrías, fueron felices y abrigaron sueños. Pero, hicieran lo que hicieran, respetaran poco, mucho o nada las reglas y las convenciones sociales,  ninguno  tenía  porqué morir así: en medio de la indiferencia y el oropel del consumismo navideño, eso sí, apartados de las luces deslumbrantes  que nos impiden ver y sentir la realidad que nos rodea y hasta nos incomoda porque no es buena para los negocios. La coartada habitual de que son personas que rechazan acudir a los albergues y, por tanto, hay que respetar su libertad, no me vale. No me cabe duda alguna de que esa no es la actitud general de quienes viven al raso y que no rechazarían lo básico: cama y comida. Las administraciones públicas tienen la obligación moral y social de no abandonar a estas personas a su suerte y de hacer todos los esfuerzos necesarios para que se reinserten en la sociedad, al menos a intentarlo sin descanso. Recursos hay y lo único que se necesita es emplearlos con cabeza y objetivos claros, el primero de ellos que los más desfavorecidos no mueran en la calle y eso sólo merezca un gesto de resignación de quienes tendrían que haber hecho lo imposible por evitarlo. Un gesto que, por extensión, nos retrata como sociedad.