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Ucrania y la guerra interminable

Si no fuera porque cada vez que encendemos la luz o ponemos gasolina nos acordamos de toda la parentela de Putin, ni por asomo nos importaría lo más mínimo que la guerra de Ucrania cumpla ya cuatro meses y dé indicios de estarse volviendo crónica. No digo yo, como hace el Gobierno español, que la inflación sea solo culpa de Putin, pero es evidente que con su machada en Ucrania el IPC se nos ha ido de madre y ahora no hay manera de hacerlo entrar en razón. Lo peor de todo es que Putin es perfectamente consciente de que la inflación le hace un descosido muy grande a las economías occidentales que puede derivar en recesión económica, con lo que le cuelga de mayor polarización social y política, euroescepticismo, populismo y otras excrecencias que pondrían a las democracias un poco más contra las cuerdas. Y a eso juega el dictador moscovita, a una larga guerra de desgaste que fuerce a Occidente a pedir agua por señas, o lo que es lo mismo, a forzar a Ucrania a sentarse a la mesa negociadora en desventaja frente a su agresor.

REUTER


La guerra divide a los europeos

De hecho, algunos como el presidente Macron empiezan a dejar caer sibilinamente la necesidad de buscar una salida que “no humille” al pobrecito Putin, no se nos vaya a traumatizar. Desde Estados Unidos el presidente Biden, aunque sigue enviando armamento, parece menos beligerante que hace algunas semanas a la vista de que la inflación también le puede complicar seriamente la economía doméstica, tal y como ya está ocurriendo en la UE. Aunque suene cínico, ante este panorama de incertidumbre económica, es evidente que a los dirigentes europeos, empezando por Pedro Sánchez, les viene de perlas tener a alguien como Putin para echarle la culpa de no haber hecho prácticamente nada para reducir drásticamente su elevada dependencia de los suministros energéticos rusos.

De momento se mantiene la unidad entre los países europeos, si bien cogida con alfileres. Cosa distinta ocurre entre los ciudadanos, como acaba de poner de manifiesto el Consejo Europeo de Relaciones Internacionales en una encuesta en la que se revela que aproximadamente la mitad de los europeos aboga por una paz negociada con Putin y la otra mitad pide más dureza contra el sátrapa ruso. Sospecho que si la guerra sigue enquistada y la polarización social aumenta, no pasará mucho tiempo antes de que la UE y los Estados Unidos, agobiados por la situación económica, empiecen a presionar a Zelensky para que se siente a negociar con Putin aunque eso implique cederle el territorio ucraniano conquistado, que va ya por el 20% del país. Incluso las solemnes promesas de llevar a Putin ante los tribunales para que sea juzgado por crímenes de guerra parecen haberse enfriado y ningún líder europeo habla ya de ese asunto.

Ucrania en la UE: ¿falsas expectativas?

Aunque tal vez sea crear falsas expectativas, Bruselas le está ofreciendo a Kiev la posibilidad de integrarse en un futuro indefinido en la UE siempre que acometa profundas reformas que seguramente llevaría años aplicar una vez acabada la guerra. Con las conversaciones estancadas desde marzo, la duda es si Zelensky estaría dispuesto a pagar el alto precio que supondría ceder territorio soberano a cambio de paz y pertenencia a la UE y si los ucranianos lo aceptarían. No obstante, a la vista de que su capacidad militar parece en las últimas y que si continúa combatiendo a los rusos es gracias al armamento occidental, tampoco es descabellado pensar en que acabe por sacar bandera blanca.

Mientras, sobre el campo de batalla continúa la sangría de víctimas civiles inocentes: según la ONU la cifra ronda las 4.600, aunque seguramente serán muchas más dadas las dificultades para hacer recuentos en medio de los bombardeos con artillería, los ataques aéreos y los misilazos rusos. Un cuarto de la población ucraniana está desplazada de sus hogares, incluyendo a los más de siete millones de refugiados de los que también parece que nos hemos olvidado por completo. Así, por ejemplo, ya no hay competiciones privadas y públicas por acudir a Ucrania a traer refugiados como ocurrió en los primeros compases de la guerra.

La guerra y el precio del pan

Otro flanco derivado de la guerra cada día más preocupante es el de las importaciones de cereales, cuyos precios se han elevado un 50% desde el inicio del conflicto debido al bloqueo ruso de los puertos ucranianos y a la consabida especulación en los mercados. Cabe recordar que solo los países africanos importan más del 40% del cereal que consumen de Rusia y Ucrania, lo que ha llevado a la ONU a advertir de que si la situación persiste, el número de hambrientos en el mundo crecerá en más de 13 millones. A lo anterior hay que añadir la escasez de fertilizantes y de insumos para la ganadería, todo lo cual dibuja un sombrío panorama que se refleja, por ejemplo, en que una barra de pan cueste hoy en España un 10% más que hace un mes.

"Lo peor que se puede decir de una guerra es que no se le ve el final "

Tal vez lo peor que se puede decir de una guerra en curso es que no se atisbe el final sino más bien su continuidad indefinida con el reguero interminable de víctimas y daños materiales. Esa es a fecha de hoy la situación de la guerra en Ucrania, sin visos de estar a las puertas de algo parecido a un alto el fuego o a un armisticio o unas negociaciones de paz justa y duradera. China, el gran aliado ruso, no solo no ha movido un dedo para que cese la invasión sino que acaba de “incrementar la cooperación energética, financiera e industrial” con Rusia en un marco de “relaciones sin precedentes”.

Puede que Putin haya perdido lo que llaman algunos la guerra geoestratégica al provocar que Suecia y Finlandia quieran ahora entrar en la OTAN, pero demuestra que tiene capacidad militar para aguantar el envite mucho más tiempo que Ucrania a pesar incluso de las sanciones de Occidente, paliadas en buena medida con el apoyo chino. Ante la crisis económica y el riesgo cierto de que desemboque en recesión, la gran pregunta es cuánto tiempo más seguirán la UE y EE.UU apoyando militarmente a Zelensky antes de empezar a exigirle conversaciones de paz. Creo que nadie lo sabe, ni siquiera unos dirigentes europeos entregados a sus cuitas domésticas y a sus juegos de manos sobre la dependencia energética rusa. Lo único claro a fecha de hoy, cuatro meses después de la invasión, es que las víctimas civiles las seguirá poniendo Ucrania y el coste económico unos ciudadanos europeos que sufrimos en nuestros bolsillos la vesania de Putin y la falta de previsión de nuestros políticos.

Argelia: una crisis evitable

La credibilidad, el prestigio, la fiabilidad y el respeto de un país se calibran en gran medida por su política exterior. Otros factores como el poder económico y militar también cuentan, obviamente, pero si la comunidad internacional te percibe como un tarambana que da bandazos e improvisas en tus relaciones con otros países, tu imagen se deteriorará y una imagen dañada ante el mundo no es fácil de restaurar. La política exterior de un país que se respete a sí mismo y que busque ser reconocido en el contexto internacional como un actor valioso con el que es obligado contar, no puede estar sujeta ni al navajeo de la política partidista ni a la conveniencia del gobierno de turno. Una política exterior respetable de un país democrático es siempre una política de estado, es decir, estable, hasta cierto punto previsible sin ser inflexible y, sobre todo, asumida y respaldada no solo por las instituciones y los partidos políticos, sino incluso por el conjunto de la sociedad. Por desgracia, la política exterior española es hoy cualquier cosa menos una política de estado, lo que provoca un daño reputacional para los intereses de nuestro país del que costará recuperarse.

El declive de la política exterior

En realidad, la política exterior española padece desde hace mucho tiempo de algunos de los males de nuestra política doméstica: imprevisión, incoherencia, falta de objetivos claros y cortoplacismo. En la memoria del país pervive aún la tormentosa adhesión a la OTAN, la ignominiosa foto de las Azores o la sentada idiota de Zapatero al paso de la bandera estadounidense. Nuestro peso y presencia en Hispanoamérica ha ido de más a menos hasta casi desaparecer, en la Unión Europea no pasamos de segundones y en el Magreb nos hemos plegado históricamente a los deseos de Marruecos sin recibir a cambio más que nuevas exigencias y desplantes.

No es exagerado decir que con la llegada de Sánchez a La Moncloa, la pendiente por la que se ha venido deslizando desde hace años nuestra política exterior ha tocado fondo. Primero fueron los titubeos a la hora de enviar armas a Ucrania para que se defendiera de la agresión rusa, una decisión rechazada por la pata podemita del Gobierno que se ha trasladado ahora a la celebración en Madrid de la cumbre de la OTAN. Y aún hay gente que se sorprende y hasta se disgusta porque Joe Biden se olvide sistemáticamente de Pedro Sánchez en sus contactos con los aliados europeos y en las cumbres internacionales apenas le dé los buenos días.

El Sahara, la gota que colma el vaso

No obstante, la gota que ha colmado el vaso ha sido el aún inexplicado giro respecto al Sahara, del que Sánchez ni siquiera informó a sus socios, y que ha desatado una crisis evitable con Argelia en el peor momento posible. Más allá de algunas posiciones personales favorables a Marruecos como las de Zapatero o Moratinos, los sucesivos gobiernos españoles habían mantenido hasta ahora una posición oficial de neutralidad en relación con ese viejo contencioso, lo menos que cabe esperar de un país sobre el que recae la responsabilidad de administrar su excolonia. Esa posición también ha recibido siempre el respaldo del pueblo español, mayoritariamente identificado con las reivindicaciones saharauis frente al expansionismo marroquí.

Sánchez ha acabado de un plumazo con casi cinco décadas de política de estado en relación con el Sahara y ha incendiado las relaciones con Argelia, un socio fundamental en tiempos de crisis energética, sin recibir nada a cambio de Marruecos más que nuevas largas y pegas a cuestiones como las aduanas de Ceuta y Melilla. Paradójicamente, además, ha convertido a la dictadura militar argelina en una defensora del Derecho Internacional en el Sahara, mientras una democracia como la española, con obligaciones legales en el territorio, se coloca abiertamente del lado de una de las partes ignorando los mandatos de la ONU.

La gran pregunta: ¿por qué y por qué ahora?

Las reacciones del incompetente ministro de Exteriores ante el enfado argelino no han hecho sino incrementar la sensación de ridículo que sentimos muchos ciudadanos ante la torpeza gubernamental en una cuestión tan sensible política y económicamente. Albares ha pasado de hablar de Argelia como “un socio fiable” a ofrecerle “amistad duradera” para terminar quejándose a la Unión Europea y, al parecer, pidiendo la mediación de la diplomacia francesa para intentar recomponer las relaciones con el país norteafricano. La confusión y el batiburrillo son de tal magnitud que en medio de este sainete se ha colado la ministra Calviño, quien, no contenta con culpar a Putin de la inflación, también lo acusa sin aportar una sola prueba de instigar a Argelia contra España. Que a instancias españolas la UE haya afeado la reacción argelina ha enfadado más si cabe al régimen de ese país, de manera que será muy difícil por no decir imposible que las relaciones comerciales y de cooperación se recompongan y normalicen mientras Sánchez siga siendo el presidente español o, al menos, mientras Albares siga desbarrando en Exteriores.

Que Sánchez actuó de manera unilateral y temeraria, con nocturnidad y alevosía políticas, es algo evidente que concuerda a la perfección con el perfil político del personaje; que aparentemente no calibró las consecuencias de darle una patada al tablero magrebí y ponerse de parte marroquí frente a los saharauis y a Argelia también salta a la vista para cualquiera. La gran pregunta que nos seguimos haciendo muchos es por qué lo hizo y por qué en estos momentos precisamente, en los que menos convenía enemistarse con un país del que importamos algo tan precioso como el gas. Lo cual nos lleva también a preguntarnos una vez más qué relación existe entre las escuchas de Pegasus, presumiblemente realizadas por Marruecos, y el giro copernicano de Sánchez en el Sahara. Ese es el verdadero nudo gordiano de este esperpento diplomático que de un modo u otro terminaremos pagando todo los españoles, mejor dicho, que estamos pagando ya en términos de descrédito y desprestigio de nuestro país ante la comunidad internacional. 

El sentido de estado según Sánchez

No sé ustedes, pero yo nada esperaba de la comparecencia de Sánchez en el Congreso para “explicar” su triple salto mortal con tirabuzón respecto al Sahara y, en consecuencia, no estoy decepcionado. Imagino que quienes creyeron que el presidente aclararía las numerosas incógnitas y sospechas que rodean el viraje saharaui estarán algo melancólicos, pero a estas alturas ya deberían conocer al personaje y saber que la transparencia y rendir cuentas no están entre sus habilidades políticas. En cambio, aquellos que siempre están dispuestos a aplaudir al líder, tanto si dice blanco como si dice negro, seguramente estarán satisfechos y convencidos de que no queda nada por aclarar ni añadir y solo cabe decir amén. 

EFE


Argelia rompe la baraja

La comparecencia de Sánchez, por la que ha habido que esperar casi tres meses desde su giro copernicano en el Sahara y que además ha diluido mezclándola con el decreto de medidas por la guerra en Ucrania, ha sido un nuevo ejercicio de opacidad y narcisismo plagado de vaguedades, lugares comunes, falsedades y una sola constatación: que ha habido cambio radical de posición por más que el entorno presidencial, el partido y los cortesanos orgánicos habituales lleven semanas intentando hacernos creer lo contrario. Así lo ha entendido también Argelia, cuyo Gobierno anunció poco después de la intervención de Sánchez que rompe el Acuerdo Bilateral de Amistad y Cooperación y congela las relaciones comerciales con España. Dos decisiones que se unen a la de llamar a consultas a su embajador en Madrid, tomada poco después de conocerse la rendición de Sánchez ante Rabat.

Sánchez recoge así lo que ha sembrado su mano torpe, que no ha sido otra cosa que despreciar a un actor clave en el conflicto saharaui al que no informó de su cambio de rumbo y al que ni siquiera mencionó en su intervención de ayer. Ahora, Argelia le devuelve la moneda en donde más puede dolerle a los españoles: el control de la inmigración, el comercio y el gas, justo cuando más necesitaba nuestro país mantener buenas relaciones con un proveedor fiable de gas y un buen comprador de algunos productos españoles. En ese escenario no hay nada más patético que escuchar al inefable e incapaz ministro Albares llorando sobre la leche derramada y prometiendo amistad eterna a Argelia.

La soledad de Sánchez

Sin más apoyo que el de su partido, Sánchez ha pedido a las fuerzas políticas que apoyen su cambio unilateral respecto al Sahara después de haberlas ignorado por completo antes de perpetrarlo. Alega que el acuerdo con Marruecos garantiza la soberanía española de Ceuta y Melilla, lo que de por sí es una afirmación cuando menos escandalosa por lo que supone de juego de manos sobre un asunto que no puede estar sujeto a conchabos de ningún tipo y menos con el futuro del pueblo saharaui y la legalidad internacional de por medio.

Arguye también que la genuflexión ante Mohamed VI será positiva para el control de la inmigración irregular, pero lo cierto es que el número de inmigrantes llegados a Canarias este año ya ha aumentado un 52% con respecto al mismo periodo del año pasado. De Canarias, región directamente concernida por lo que ocurra en el Sahara, apenas dijo nada Sánchez más allá de los tópicos habituales sobre aguas y seguridad. En juego están también las riquezas submarinas insulares, pero el presidente no tuvo tiempo para detenerse en minucias que al parecer le pillan muy lejos de sus intereses. Imagino, no obstante, que el presidente socialista canario aplaudirá con entusiasmo las palabras de su jefe de filas. 

"Canarias, ausente en las explicaciones de Sánchez sobre el Sahara"

Tampoco hubo alusiones a Pegasus, a pesar de las fundadas sospechas de que el espionaje de su teléfono y de algunos de sus ministros procedía de desiertos cercanos y de que su regate en corto con el Sahara y esas escuchas pueden estar directamente relacionados. Sánchez se agarra de que también EE.UU, Alemania y Francia han cambiado de posición sobre el futuro del Sahara, pero pretende ocultar una diferencia crucial con España: ninguno de esos países tiene las obligaciones internacionales que tiene el nuestro con un territorio al que le unen lazos históricos y afectivos que Sánchez también ha despreciado al plegarse ante la posición marroquí. Decir a estas alturas que España defiende el acuerdo entre las partes después de ponerse oficialmente del lado de una de ellas, es un escarnio y una ofensa al pueblo saharaui y al derecho internacional.

Sentido de estado vendo, que para mí no tengo

A Pedro Sánchez y a los suyos les encanta hablar de “sentido de estado”, pero, en boca del presidente, esa expresión no pasa de ser un chantaje político a la oposición para que apoye sin rechistar sus decisiones unilaterales y sin consenso. Después de no haber consultado ni siquiera con sus socios de gobierno el asunto del Sahara, Sánchez pedía ayer al Congreso que tenga “sentido de estado” y respalde su viraje, el mismo sentido de estado del que él da muestras permanentes de carecer. 

Por citar solo algunos ejemplos, “sentido de estado” para Sánchez es gobernar con el apoyo de independentistas y filoetarras, indultar a condenados por sedición para poder continuar en el poder, violar tres veces seguidas la Constitución durante la pandemia, cambiar la política exterior sin consultar ni avisar a nadie o acudir al Congreso a rastras, no tanto para rendir cuentas de la gestión como para atacar a la oposición y exigirle, cómo no, “sentido de estado.” Pensándolo bien, tal vez el verdadero y más importante estorbo que tiene España en estos momentos sea Pedro Sánchez y su absoluta falta de sentido de estado.

Sánchez, Canarias y el amigo marroquí

Cuando oigo a un político prometer algo me acuerdo de la canción de Pablo Milanés: “el tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos”. El 23 de marzo Pedro Sánchez acudió raudo a Ceuta y Melilla a “explicar” su amplia reverencia ante el rey de Marruecos en el contencioso del Sahara, conocida por sorpresa solo unos días antes a través del Gobierno marroquí, que no del español. Ese mismo día el presidente de Canarias, el también socialista Ángel Víctor Torres, decía solemnemente en el Parlamento autonómico que Sánchez “tendrá que explicar en el archipiélago su carta al rey de Marruecos”, que el dirigente regional calificó de “relevante” y “trascendente”, para añadir que “ninguna propuesta tendrá recorrido si no es con el acuerdo entre las partes”. A Torres se le pasó el pequeño detalle de que Sánchez ha despreciado olímpicamente la postura de una de las dos partes, por no hablar de Argelia, de la oposición española y hasta de sus ministros y socios de gobierno, antes de postrarse a las plantas de Mohamed VI y jurarle que la propuesta autonomista es “la más seria, realista y creíble”. A lo mejor lo es, pero eso lo deben decidir los saharauis y eso es lo que debe respetar Sánchez.

EFE

Canarias y la danza de los siete velos 

El 26 de abril, mas de un mes después, el mismo Ángel Víctor Torres de antes afirmó que el ministro de Exteriores, José Manuel Albares, estaba “preparando un viaje en las próximas semanas a Canarias” para explicar la pirueta saharaui de Sánchez, a quien, al parecer, su apretada agenda no le impidió viajar ocho veces a La Palma para fotografiarse junto al volcán, pero sí le impide subirse al Falcon y darse un salto a los territorios de ultramar para despejar las numerosas incertidumbres provocadas por su danza de los siete velos en Rabat. Hay tantas cuestiones trascendentales para Canarias en el cambio de posición sobre el Sahara, que demorar más su explicación es confirmar que las islas, su futuro y sus intereses no están ni se les espera tan siquiera en la trasera de la última hoja de la agenda gubernamental. Imaginen que esto afectara a Cataluña o al País Vasco. 

La reactivación ahora de la estancada comisión hispano – marroquí para abordar el peliagudo y demorado asunto de la delimitación de las aguas territoriales sería una buena noticia si pasamos por alto la política de hechos consumados de Marruecos en las aguas del Sahara y el asentimiento dócil de España. Hace poco más de dos años el Parlamento marroquí aprobó, unilateralmente y ante el silencio español, ampliar las aguas territoriales y crear una zona económica exclusiva que choca de lleno con la que nuestro país reclama para Canarias. Es evidente el interés marroquí por las riquezas submarinas insulares y, francamente, a la vista del tradicional entreguismo español a las tesis de Rabat, el hecho de que las islas tengan un representante en esa comisión tranquiliza muy poco si su status se limita al de un mero convidado de piedra.

Vuelven las prospecciones y siguen llegando pateras

En esas estábamos cuando, ¡oh, sorpresa!, se anuncian prospecciones de hidrocarburos en aguas supuestamente marroquíes, a unos pocos kilómetros de las costas de Lanzarote y Fuerteventura. De buenas a primeras se disparan de nuevo las alarmas y se ponen sobre la mesa los riesgos ambientales de una actividad de la que se desconocen las medidas de seguridad adoptadas y quiénes serían los responsables de los daños económicos y medioambientales de un eventual accidente. Una vez más, el Gobierno canario parece haberse enterado por la prensa de lo que se cocía a unos pocos kilómetros de las costas de las islas y que, probablemente, el Gobierno central sí conocía.

Con todo, la inmigración es el aspecto más cínico de ese acuerdo a costa del pueblo saharaui. Aún así, las llegadas de inmigrantes a Canarias desde que se dio a conocer el giro de Sánchez se han incrementado un 20%, si bien ha disminuido la presión sobre Ceuta y Melilla. Los inmigrantes, ante cuyas muertes y desapariciones en el mar el Gobierno español y el canario se dan golpes de pecho, se han convertido en indecente moneda de cambio en este trato espurio. Es difícil no ver que Marruecos se ha comprometido de palabra a impedir – cuando le convenga, claro está - la salida de sus propios ciudadanos hacia Ceuta y Melilla y hacia Canarias a cambio de que España ceda en el Sahara y quién sabe en qué más.

¿Se negoció con Marruecos sobre la soberanía canaria?

La pregunta es una de las más preocupantes si recordamos cierto titular, según el cual, el acuerdo “obliga a Marruecos a desistir (sic) de Ceuta, Melilla y las Islas Canarias”. El ministro Iceta lo retuiteó al instante e incendió las redes, demostrando que en este Gobierno hay mucha gente a la que le falta un buen hervor. ¿Se puso en algún momento sobre la mesa la soberanía de Canarias, Ceuta y Melilla en el conchabo con Marruecos? ¿A qué viene hablar de que Marruecos “desiste”? ¿Qué negoció Sánchez con Marruecos a propósito de Canarias, Ceuta y Melilla? La guinda al lamentable espectáculo la ha puesto Pegasus y sus escuchas. Todo lo anterior, desde el inesperado giro de Sánchez a los supuestos términos del acuerdo con Marruecos, ha quedado indeleblemente manchado por la sospecha de un chantaje marroquí si, como todo indica, el espionaje partió de ese país.

A modo de resumen, Canarias lleva décadas pagando los platos rotos de la política de apaciguamiento español con el vecino del sur. La pesca, la agricultura o la inmigración son solo tres ejemplos de lo que ha supuesto para los intereses de estas islas una política exterior con Marruecos que ha tenido mucho menos de buena vecindad en pie de igualdad que de hechos consumados marroquíes con consentimiento español. Un Gobierno canario, cuyo presidente ha demostrado que su peso político en Madrid no alcanza la categoría pluma y cuyos socios lloriquean por las esquinas sin atreverse a dar un golpe sobre la mesa, no garantiza que en este momento crucial se defiendan tampoco los intereses canarios. Hoy es 20 de mayo de 2022 y ni Sánchez ni Albares se han dejado caer aún por Canarias. Torres calla y, como decía Milanés, “el tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos”.

Ucrania: sin novedad en el frente

De la perorata de Putin con motivo de la celebración del aniversario de la victoria soviética sobre Hitler se esperaba alguna señal de por dónde irán los tiros en la guerra de Ucrania a partir de ahora. Pero pincharon en hueso los que tal cosa esperaban: el sátrapa ruso, rodeado de una nutrida corte de generales cargados de hojalata hasta el cuello, rememoró en la Plaza Roja de Moscú los viejos desfiles militares de la era soviética pero no soltó prenda sobre lo que piensa hacer en el país que lleva masacrando a conciencia desde hace dos meses y medio. Más allá de su retórica belicista y de sus ya conocidas tergiversaciones sobre las causas que le llevaron a invadir un país soberano, lo único que cabe concluir de sus palabras es que la guerra continuará aunque las cosas no le estén yendo como esperaba. No ha habido declaración oficial de guerra, lo que habría implicado una movilización general, ni señal alguna que aliente las esperanzas de alcanzar al menos un alto el fuego que alivie el sufrimiento de la población civil mientras se busca un acuerdo de paz.

AFP

Normalizando la guerra

Mientras la ONU eleva ya a más de 3.300 las víctimas civiles ucranianas de las tropas rusas y los refugiados se acercan a los seis millones, no hay en el horizonte próximo ninguna señal de que la guerra podría estar acercándose a su fin. Al contrario, todo indica que a la población ucraniana aún le queda un largo calvario que soportar a manos del ejército invasor. Tanto Rusia como Occidente parecen haber normalizado un status quo bélico sin que por ninguna de ambas partes se conozcan esfuerzos de ningún tipo para dejar de disparar y empezar a hablar de paz. La normalización del conflicto se aprecia incluso en los medios de comunicación occidentales, en donde los peores sufrimientos del pueblo ucraniano ya ni siquiera abren informativos o portadas periodísticas.

Es innegable que la democracia se juega mucho en este envite ante el dictador de Moscú y en ningún caso puede abandonar a su suerte al pueblo ucraniano. Sin embargo, junto al imprescindible apoyo militar y económico a Kiev, deberían estarse haciendo esfuerzos mucho mayores para que el ruido de las armas sea sustituido por las conversaciones de paz. 

Si como señalan algunos analistas ni Rusia puede perder esta guerra ni Ucrania ganarla, cabe preguntarse hasta dónde y hasta cuándo considera Occidente que puede seguir enviando armamento a Ucrania sin que Putin decida que el conflicto ha desbordado las fronteras del país invadido y ponga a los países occidentales en su punto de mira. No es necesario ser un experto en estrategia militar para darse cuenta de que cuanto más se alargue la guerra más riesgo de una conflagración nuclear existe, bien sea por error o por cálculo que, como dice el refrán, las armas las carga el diablo.

Peregrinación a Kiev sin estrategia para la paz

Casi sin excepción, los líderes occidentales, en particular los de la UE, han peregrinado a Kiev para expresar su apoyo al pueblo ucraniano y el presidente Zelensky ha hablando en los parlamentos europeos, pero es su pueblo el que está poniendo los muertos civiles en esta guerra cruenta. Es legítimo preguntarse por qué no ha surgido aún una iniciativa conjunta en Occidente para detener la guerra, lo que incluye no solo a la UE y a la ONU, sino incluso a la OTAN. Lo cierto es que no parece que exista estrategia alguna tendente a alcanzar un alto el fuego y, en paralelo, un acuerdo de paz duradera, aceptable para ambas partes, avalada por el pueblo ucraniano y garantizada por la comunidad internacional. Al contrario, lo que se percibe es más bien la voluntad de mantener indefinidamente el enfrentamiento militar con Putin a través de Ucrania.

“Las esperanzas puestas en China han resultado infundadas"

Las esperanzas puestas en China al comienzo de la guerra han resultado infundadas. Pekín sigue jugando al despiste, a pesar de que era el país con más posibilidades de conseguir que Putin aceptara un alto el fuego y se sentara a hablar de paz. Pero si no lo hizo entonces, mucho menos cabe esperar que lo haga ahora. China comparte con Rusia la misma visión del mundo, plasmada negro sobre blanco en la declaración conjunta suscrita por Putin y Xi Jinping dos semanas antes de la invasión de Ucrania. Sin duda, en Pekín inquieta la situación en Ucrania pero, mientras los chinos no vean en serio peligro sus intereses económicos globales, es dudoso que muevan un dedo para detener la guerra. Uno no desea ser ave de mal agüero, pero diría que esta situación puede convertirse en el camino más directo hacia la Tercera Guerra Mundial, si es que ésta no ha comenzado ya.

De los negocios de Schröder, estos lodos

En el plano económico, las cinco rondas de sanciones al régimen de Moscú no parecen estar haciendo demasiada mella de momento en la economía rusa. Sobre todo si se toma en consideración que los países europeos siguen sin ponerse de acuerdo sobre cómo y cuándo cortar las importaciones de hidrocarburos rusos, con Alemania como escollo casi insalvable para tomar esa decisión sin quebrar la ya frágil unidad comunitariaLa elevada dependencia europea de esas fuentes de energía es el fruto en gran medida de los negocios alemanes con el gas ruso, con el ex canciller Schröder como gran beneficiado, y de la desidia de una Comisión Europea a la que no le importó poner la mayoría de los huevos de su aprovisionamiento energético en la misma cesta. 

Para hacernos una idea del coste de esa dependencia baste decir que en en los dos meses y medio de guerra en Ucrania, la UE ha pagado a Moscú la friolera de 35.000 millones de euros por su petróleo y su gas. Para desgracia del pueblo ucraniano, sin planes de paz a la vista y con ese maná que Europa le entrega graciosamente al dictador al que al mismo tiempo combate a través de Ucrania, sería iluso pensar que la guerra está cerca de llegar a su fin. 

Europa respira...de momento

Un profundo suspiro de alivio se ha dejado sentir este domingo en prácticamente todas las capitales europeas al conocer que Enmanuel Macron seguirá siendo el inquilino del Elíseo cinco años más tras vencer a Marine Le Pen en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas. Su triunfo frena por ahora el ascenso de la ultraderecha y evita que el país que en estos momentos lidera la UE pase a manos de alguien que estaría encantada de dinamitarla desde dentro. Sin embargo, estaría bien evitar la autocomplacencia y contener la respiración un par de meses más hasta saber qué suerte correrá el reelegido presidente en las legislativas a dos vueltas previstas para el 12 y el 19 de junio.

Tercera vuelta en junio

Bien mirado, esa próxima cita electoral de los franceses con las urnas se ve ya como una tercera vuelta que, en función del resultado, puede facilitar o complicar seriamente los planes de Macron. No le bastará entonces con invocar el voto de tirios y troyanos frente a la ultraderecha como en las presidenciales, sino defender la plaza con sus propias fuerzas frente a los populismos de extrema izquierda y extrema derecha que ya le echan el aliento electoral en el cogote y a los que un elevado porcentaje de franceses ha dejado de considerar anatema votar. De hecho, unidos superan a Macron con creces después de la debacle de los partidos tradicionales en la primera vuelta, un dato que convendría no pasar por alto.

A bote pronto cabe pensar que después de vencer en las presidenciales las legislativas de junio no deberían arrojar un resultado diferente para Macron. Sin embargo, una vez más conviene no confiarse y analizar con espíritu autocrítico algunos datos muy relevantes del clima político que reina en el país vecino, expresado con claridad en las dos vueltas presidenciales. El primero tiene que ver con la abstención: trece millones de franceses, cerca del 30% del censo, decidieron este domingo no votar, un nivel de abstención que no se registraba en Francia desde hacía medio siglo. Parece evidente que para uno de cada tres franceses ni Macron ni Le Pen han sido capaces de generar la suficiente confianza en ellos como para votar a alguno de los dos.

"Le Pen ha mejorado sus resultados en 2,5 millones de votos a pesar de la abstención"

Sería a todas luces excesivo calificar de pírrica la victoria de Macron sobre Le Pen, aunque es evidente que ha ganado sin convencer a una parte muy importante del electorado. La holgura con la que superó a Le Pen en 2017 se ha reducido considerablemente en 2022. Si hace cinco años Macron obtuvo el 66% de los votos frente al 34% que fueron para Le Pen, en la cita del último domingo la diferencia se redujo al pasar a un 58,5% para el presidente reelecto frente a un 41,4% para la aspirante. En otras palabras, mientras los apoyos a Macron han menguado en los últimos cinco años en 1,5 millones de votos, los de Le Pen han aumentado 2,5 millones a pesar de la abstención. ¿Ha tocado techo Le Pen o aún tiene recorrido para seguir creciendo? ¿Se debilita Macron o será capaz de resistir en solitario ante los populismos de uno y otro extremo? Esas dos preguntas tal vez obtengan respuesta en las legislativas, pero son inquietantes.

Macron: mensaje recibido

Macron parece haber recibido el mensaje y ser consciente de que su gestión deja mucho que desear para millones de franceses, que si votaron por él el domingo lo hicieron para evitar un mal tal vez mayor, no porque les ilusionen las propuestas del presidente. Al menos eso se desprende de sus palabras la noche electoral asegurando que su segundo mandato será diferente del primero, en el que se intensificó la polarización social que han reflejado los resultados electorales. Según un estudio del Instituto Ipsos, Macron ha conseguido el apoyo de los votantes de más edad, con más estudios y más renta residentes mayoritariamente en zonas urbanas. Los parados, los agricultores, los obreros y un alto porcentaje de los jóvenes de zonas periféricas del país se inclinaron mayoritariamente en cambio por Le Pen.

"Pocas razones para la euforia y muchas para la autocrítica"

Aliviar la fractura social que sufre el país es uno de sus principales desafíos, junto con una reforma de las pensiones que pasaría por retrasar la edad de la jubilación, algo que los sindicatos le van a poner muy cuesta arriba. También tendrá que afrontar las causas que provocaron la oleada de protestas de los Chalecos Amarillos y hacerlo en una situación económica muy complicada por los efectos de la pandemia y la guerra de Ucrania. Todo esto habrá de compatibilizarlo con el liderazgo de una Unión Europea en un momento clave de su historia y con Alemania sumida en un mar de dudas e incógnitas.

No hay pues razones para la euforia por mucho que Macron sea el primer presidente francés reelegido en dos décadas. Hay en cambio muchos motivos para la preocupación, la reflexión y la autocrítica ante un escenario político francés potencialmente sombrío para la democracia y para la UE. Ese escenario también debería ser analizado con detalle en nuestro país, en donde, salvo Vox, todo el mundo se ha declarado macroniano de toda la vida, como si con eso bastara para conjurar los riesgos democráticos de la polarización política a la que tan adictos nos hemos vuelto en este país desde hace algún tiempo. Si fueran inteligentes aprenderían del refrán y pondrían a remojo sus barbas a la vista de lo que está pasando con las del vecino francés.

La guerra que ganará China

Que sepamos, China no tiene armas ni soldados en Ucrania, pero se perfila como el verdadero ganador en términos geoestratégicos de la invasión rusa. A la consecución de ese objetivo cabe atribuir la tibieza y la ambigüedad con la que viene actuando desde antes incluso del inicio de la guerra y sus jeremiadas sobre la paz, para cuya consecución no puede decirse que haya hecho grandes esfuerzos a pesar de la ascendencia de Jimping sobre su amigo y aliado Putin. Muchos teníamos puestas nuestras esperanzas en que China jugaría un papel mucho más proactivo en favor de un alto el fuego en Ucrania y de la apertura de negociaciones conducentes a un acuerdo de paz justo y duradero. Sin embargo, el régimen chino camina sobre el alambre de la tibieza y solo parece pensar en la posibilidad de erigirse en la primera potencia mundial y en comer a dos carrillos cuando la guerra termine, el ruso y el occidental.

¿China lo sabía?

Cuesta creer que China no conociera de antemano los planes de Putin para invadir Ucrania, por más que unos días antes de que se produjera el régimen chino se mofara de esa posibilidad y acusara de paranoico al presidente estadounidense. Luego vino el ataque y China se puso inmediatamente de perfil y así sigue hasta la fecha: derramando lágrimas de cocodrilo por la masacre civil en Ucrania pero sin hacer nada útil que sepamos para que cese. Por no condenar ni siquiera ha condenado abiertamente la invasión, contradiciendo de este modo el que ha sido hasta la fecha el santo y seña de su política exterior: la soberanía nacional y la integridad territorial son sagradas.

La estrategia de Pekín parece consistir en colocarse por encima del enfrentamiento entre Rusia y Occidente y presentarse ante el mundo como un pilar de estabilidad en un nuevo orden mundial con China en el primer lugar del podio. No solo en términos geoestratégicos tiene China mucho que ganar con esta guerra, también en términos económicos en una Rusia convertida en un paria internacional de la que obtener a muy buen precio gas y otros productos esenciales para la economía china, así como en un Occidente, que ve debilitado y decadente, en el que seguir introduciendo sus mercancías.

"China quiere comer a dos carrillos"

Es este doble juego el que está llevando a Pekín a nadar y guardar la ropa, procurando no enemistarse abiertamente con ninguno de los actores presentes en el drama ucraniano. “Ten cerca a tus amigos y más cerca aún a tus enemigos”, escribió Sun Tzu en “El arte de la guerra”. Pero debe ir con mucho tiento y no dar pasos en falso en asuntos tan delicados como Taiwán, porque corre el riesgo de que Occidente lo empiece a percibir como un país tan poco fiable como Rusia. De ahí que el régimen chino no se canse de repetir ante el mundo que no hay ningún paralelismo entre Ucrania y Taiwán. Sin embargo, no es descabellado pensar que en Pekín estarían encantados de que Rusia se saliera con la suya en Ucrania, ya que eso podría servir como excusa para intentar hacerse con Taiwán.

¿Quién ganará la guerra sobre el terreno?

En términos militares, la cuestión es si Rusia conseguirá salirse con la suya y eso es algo sobre lo que especular es casi como jugar a la ruleta rusa: se corre el riesgo de acertar. Los analistas se devanan los sesos ideando posibles escenarios que incluyen una conquista total de Ucrania y una larga posguerra de guerra de guerrillas, una retirada honrosa de Putin, una ocupación parcial del territorio invadido e incluso que el conflicto desborde las fronteras ucranianas e implique de manera directa a la OTAN

"A Putin se le atraganta Ucrania"

Cada una de esas hipótesis tiene detractores y partidarios, aunque en realidad es muy difícil saber qué puede pasar con tantos actores sobre el escenario del conflicto. De hecho, todos pensábamos que la invasión sería un paseo militar y hoy, sin embargo, hay un amplio consenso en que a Putin se le está atragantando esta guerra. Prueba de ello es que cinco semanas después de la invasión aún no ha conseguido doblegar ni la capital ni otras ciudades importantes y que el número de bajas rusas parece considerable.

¿Cambio de régimen en Moscú?

Puestos a fantasear los hay que hacen cábalas sobre la posibilidad de un cambio de régimen en Moscú, bien a través de una suerte de “Primavera rusa” en la que el pueblo ruso afectado por las sanciones económicas occidentales se echa a la calle o bien a través de un golpe de mano de la camarilla de oligarcas en la que se apoya Putin. Sobre el papel nada es descartable, pero del papel a la práctica va un gran trecho en un país en el que, entre otras cosas, apenas hay oposición a la dictadura del Kremlin. Lo que sí es cierto es que Putin ya ha pasado el Rubicón que le impide volver atrás e irse de Ucrania con las manos vacías. De ahí que en Occidente haya quienes consideren la necesidad de no arrinconarlo y ofrecerle alguna salida airosa que conjure el peligro del uso de armas químicas e incluso nucleares, así como de evitar que Rusia, un país demasiado grande y poderoso como para dejarlo caer, se sumerja en la anarquía. 

A pesar de ciertas similitudes con otros conflictos, la de Ucrania es una guerra a la que no es fácil encontrarle un parangón histórico en términos de brutalidad con la población civil y en transmisión en vivo y en directo a todo el mundo de esa crueldad a través de las redes sociales. Esta es una guerra que, aunque aún no haya traspasado las fronteras de Ucrania, ya se siente en todo el mundo y sus efectos económicos ya los estamos padeciendo en nuestros bolsillos. Es, en definitiva, una guerra tras la que se atisba un nuevo orden mundial con China como primera potencia in pectore. Con ese objetivo apenas disimulado trabajan Jimping y los suyos y, si eso ocurre, puede ser la peor noticia para la democracia desde la II Guerra Mundial. 

Canarias: en la encrucijada y sin hoja de ruta

Si uno se toma la molestia de escuchar las intervenciones de Ángel Víctor Torres en el reciente debate sobre la nacionalidad canaria, no podrá encontrar nada que el presidente no haya hecho bien en todos los frentes en los que ha tenido que combatir, desde la pandemia a la erupción palmera pasando por la inmigración. Ni en las 79 páginas del discurso con el que comenzó el soporífero pleno parlamentario ni en las réplicas y contrarréplicas a los portavoces de los grupos políticos, es posible hallar una sola brizna, por pequeña que sea, de autocrítica, algo que el presidente admita que debió haber hecho de otra manera. Mucho menos es posible dar con el más leve reproche al trato que Pedro Sánchez sigue dispensando a esta malhadada comunidad autónoma. De manera que, a la postre, estos debates sobre el estado de la nacionalidad solo sirven para que el presidente y los grupos que le apoyan hagan un ejercicio de autocomplacencia y para que la oposición juegue a hacer de oposición: la realidad del hemiciclo y la que se vive en la calle se vuelven a parecer como un huevo a una castaña.

Un gobierno débil

Nadie niega las graves consecuencias de la pandemia, pero esta no puede ser la coartada permanente para ocultar la falta de proactividad del Gobierno del Pacto de las Flores ante una agenda plagada de asuntos pendientes, ni para explicar su mansedumbre ante los sucesivos desplantes de Sánchez. Basta acudir a las hemerotecas para comprobar la debilidad con la que Torres y su Gobierno siguen respondiendo a los incumplimientos de Madrid en cuestiones como la celeridad de las ayudas a los afectados por el volcán de La Palma, el eterno convenio de carreteras, el traspaso de las competencias recogidas en el reformado Estatuto de Autonomía o el respeto al Régimen Económico y Fiscal.

Y ni siquiera es preciso tirar de hemeroteca, porque pervivirá mucho tiempo en la memoria de los canarios, para recordar el desdén con el que Madrid sigue tratando el fenómeno de la inmigración irregular que llega a Canarias por mar. Ahí están para demostrarlo los golpecitos de buena voluntad en la espalda y las largas que el Ejecutivo central sigue dando a la regulación legal del reparto de los menores inmigrantes no acompañados entre las comunidades autónomas, para que no sea Canarias la que deba hacer todo el esfuerzo en solitario.

"La cesión de España en el Sahara abre una gran incertidumbre en Canarias"

El penúltimo episodio de esa actitud ha sido la cesión en el contencioso del Sahara, ignorando olímpicamente los lazos emocionales e históricos entre el pueblo canario y el saharaui y generando una enorme incertidumbre sobre las consecuencias económicas y políticas de esa decisión para el Archipiélago. Aún así, el presidente canario ha reaccionado con la docilidad que le caracteriza y de inmediato ha hecho suya la falsedad que disemina ahora su partido, según la cual el histórico giro no supone una nueva traición en toda regla al pueblo saharaui. La suerte que tiene Torres es que la oposición parece haberle dado bula y sus socios en el Gobierno, especialmente Podemos y NC, se conforman con hacer aspavientos pero ni se les pasa por la cabeza despegarse de los sillones del poder.

Voluntarismo presidencial

Si por algo se ha caracterizado la intervención de Torres en ese debate, además de por la ausencia absoluta de autocrítica, ha sido por el voluntarismo con el que afronta la salida de la grave situación en la que se encuentra el Archipiélago. Todo, según Torres, va a ir viento en popa a partir de ahora y la economía canaria va a crecer más que ninguna otra en España. Eso, claro está, siempre y cuando no la fastidie una nueva ola de coronavirus y haya que volver a los ininteligibles niveles de riesgo o que el precio de los combustibles por la guerra en Ucrania obligue a dejar los aviones de turistas en tierra

Pero mientras cruza los dedos para que el virus desaparezca y acabe la guerra, la sociedad canaria desconoce cuál es la hoja de ruta que piensa seguir para superar esta crisis y transformar y relanzar la economía canaria, más allá del fárrago de planes, estrategias y agendas tan bienintencionados como poco realistas en la situación actual. Por lo pronto, ni siquiera piensa en tomar ya alguna medida para paliar el alza del precio de los combustibles que sufren los transportistas. Como obediente alumno de Sánchez también esperara a que su jefe anuncie sus ayudas para él aprobar las suyas, no vaya a ser que se equivoque y alguien le llame a capítulo.

Servicios sociales: el talón de Aquiles

Pero donde de verdad hace aguas el discurso de Torres es en el terreno social. Por más que presuma de que la cobertura social es “la mayor de la historia” no puede borrar las escandalosas estadísticas de exclusión y pobreza que padece el Archipiélago. La atención a la dependencia sigue estancada después de casi tres años gestionada por Podemos, el número de personas en situación de pobreza severa continúa creciendo y la cobertura del Ingreso Mínimo Vital, que tantas esperanzas despertó y con el que tanta propaganda política se hizo, es de las peores de España. No cabe presumir de nada ante estas estadísticas ni todo puede ser anotado en el debe de la pandemia, sino en el de una lamentable gestión de los servicios sociales cuando más se les necesita y ante la que Torres ha sido incapaz de poner orden y exigir eficiencia a la consejera responsable.

"El interés de las islas debería estar por encima de la disciplina de partido"

Nada que no supiéramos hemos sabido en el debate sobre el estado de la nacionalidad, ni nada ha salido de él que nos ayude a atisbar cómo superará Canarias esta encrucijada histórica. Cierto es que una guerra en Europa y los efectos de una pandemia que aún no podemos dar por definitivamente superada oscurecen el futuro. Ahora bien, aún así, esas circunstancias históricas no pueden convertirse en la excusa ni en la justificación de la preocupante falta de empuje y liderazgo de un Gobierno autonómico cargado de buena voluntad pero ineficaz en el desempeño de sus competencias, que no son pocas, e incapaz de hacerse valer ante el Gobierno central. 

No basta amenazar con revirarse para luego agachar la cabeza y dar por buena cualquier excusa de Madrid: ante la gravedad de la situación debería pasar a un segundo plano la disciplina de partido y exigir claro, alto y con firmeza el trato que merecen y necesitan las islas para tener alguna posibilidad de salir con bien de esta crisis. Y si no se está dispuesto a hacer ese sacrificio por Canarias sería mucho más honroso dejar el despacho e irse a casa. 

Segunda traición a los saharauis

La primera traición al pueblo saharaui la perpetró España hace cuarenta y seis años, cuando salió por pies de su provincia cincuenta y tres ante el avance de la Marcha Verde marroquí y abandonó a su suerte a los saharauis, ciudadanos con DNI español. De aquellos polvos estos lodos: casi medio siglo después España acaba de traicionar de nuevo a los saharauis aceptando unilateralmente la propuesta marroquí de autonomía para ese territorio. Es cierto que ninguno de los sucesivos gobiernos españoles de la democracia se han esforzado demasiado en que se cumpla el mandato de la ONU para que los saharauis decidan en un referéndum sobre su futuro político. Sin embargo, al menos de boquilla, sí habían apelado siempre a la ONU y a sus resoluciones para encontrar una salida negociada al conflicto, y esa había sido hasta ahora una política de estado, no de partido. Ninguno, ni siquiera Zapatero, se atrevió nunca a ir tan lejos como para alinearse oficial y descaradamente con la posición del invasor de un territorio sobre el que la ONU no le reconoce soberanía a Marruecos. Es, por cierto, el mismo gobierno que estos días intenta sacar pecho internacional defendiendo la soberanía y la integridad territorial de Ucrania frente a la invasión rusa. Toda una lección de incoherencia en política exterior.

Ignominia en el fondo en la forma

Todo en la ignominiosa cesión ante Marruecos es un despropósito por la forma, por el fondo y hasta por el momento elegido. Empezando porque la decisión no la hemos conocido a través de nuestro presidente o nuestro ministro de Exteriores, sino por un comunicado de la Casa Real marroquí en el que se oculta más de lo que se dice. En segundo lugar, porque Sánchez ni siquiera sometió un asunto de esta trascendencia a la consideración de su socio de gobierno y mucho menos a la oposición: cual Juan Palomo, él se lo ha guisado y se lo ha comido aunque las consecuencias nos podrían alcanzar a todos. Así ocurrirá si Argelia, defensora de la causa saharaui y proveedora de casi el 40% del gas que importa España, decide cerrarnos el grifo o encarecer el suministro justo cuando la invasión rusa de Ucrania puede desatar una crisis energética brutal en la Unión Europea. Por lo pronto Argelia ya ha deplorado el cambio de posición de España, ha negado haber sido informada por Madrid y ha retirado a su embajador.

Aunque el PSOE y el Gobierno hagan ahora malabarismos en el alambre para intentar convencernos de que el volantazo de Sánchez no se contradice de manera flagrante con el mandato de la ONU para el Sahara, lo que no podrá borrar es lo que dice su programa para las elecciones de 2019: “Trabajaremos para alcanzar una solución del conflicto que sea justa, definitiva, mutuamente aceptable y respetuosa con el principio de autodeterminación del pueblo saharaui”. Toda esa retórica ha ido a parar directamente a la papelera después de la misiva al rey de Marruecos, de la que quedan por conocer muchos y preocupantes detalles que Sánchez debería aclarar inmediatamente en el Congreso de los Diputados en lugar de enviar a su dócil ministro de Exteriores.

Mucho por explicar: la soberanía nacional no se negocia

Según un tuit del inefable ministro Iceta, “el acuerdo obliga a Marruecos a desistir de Ceuta, Melilla y las Islas Canarias”. Lo primero y más urgente que el Gobierno debe explicar y mostrar a la opinión pública española es el contenido, el alcance y las condiciones de ese supuesto acuerdo. Por lo pronto, lo que se deduce de la afirmación de Iceta es que Marruecos ha chantajeado a España y nuestro gobierno se ha plegado en el Sahara a cambio de que el reino alaui deponga su reivindicación sobre territorio soberano español. Lo que no conocemos, y también deberá explicar el Gobierno a la máxima urgencia, es qué garantías ha recibido España por parte de Marruecos, si es que ha recibido alguna, a cambio de alinearse abiertamente con Rabat respecto al Sahara. Por lo pronto, lo que cabe deducir es que Marruecos ha reclamado algo que no es suyo y España le apoya para que se quede con el Sahara, que tampoco lo es. Sonaría chusco si no fuera gravísimo, pero esa es la marca de la casa de la política exterior española actual.

Esa cesión preocupa particularmente en Canarias, en donde el cambio de criterio de Sánchez ha caído como una bomba. No solo por los lazos emocionales e históricos del pueblo canario con el saharaui, sino también por las implicaciones políticas y económicas derivadas del hecho de que Marruecos se asome a las costas sahariana situadas apenas a 100 kilómetros de las islas. Una vez más, el Gobierno español parece haber pasado por alto las consecuencias para el Archipiélago de su política diplomática en el Magreb, aunque el presidente autonómico, en otro ejercicio de contorsionismo en el que ya es un consumado atleta para no incomodar a su jefe de filas, pretende hacer creer a los canarios que el cambio de timón no se da de bruces con la postura de la ONU sobre el Sahara.

Debilidad y chantaje

Las causas inmediatas de este viraje de Sánchez no son difíciles de adivinar. Algunas informaciones, que citan fuentes de inteligencia española, apuntan a que Marruecos estaba a punto de desencadenar una nueva entrada masiva de inmigrantes en Ceuta y Melilla para forzar a Madrid a ceder en el Sahara. No es descartable tampoco que Sánchez quiera hacer méritos ante Joe Biden, quien mantiene el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sahara anunciado por Trump a finales de 2020. Tal vez confía en que el presidente estadounidense se fije en él y le llame alguna vez para hablar de la guerra en Ucrania en lugar de marginarle como viene haciendo sistemáticamente desde que llegó a la Casa Blanca. Si para eso necesita poner en almoneda la soberanía nacional ante Marruecos es algo que no parece quitarle el sueño.

En resumen, la habilidosa diplomacia marroquí ha conseguido condicionar por completo la política exterior española en el Magreb, una política que se ha caracterizado históricamente por la falta de objetivos claros en la zona más allá de contemporizar y ceder en prácticamente todo ante el incómodo vecino del sur. Esa transigencia española le ha permitido a Marruecos avanzar sin prisa pero sin pausa en la explotación de los recursos naturales de un territorio ocupado ilegalmente, en el que menudean las violaciones de los derechos humanos y sobre el que cada día tiene las posaderas más firmemente asentadas, ahora además con el beneplácito español.

España necesita unas relaciones sanas y equilibradas con Marruecos y para ello debe trazar líneas rojas clarasEs imprescindible también mejorar las relaciones con Estados Unidos, con el que las cosas empezaron a ir de mal en peor desde que Zapatero tuvo la genial idea de quedarse sentado al paso de la bandera de las barras y estrellas. Todo esto carece de sentido sin un gran pacto nacional sobre política exterior, defendido y aplicado por el gobierno de turno independientemente de su color político. El mensaje debe ser diáfano: relaciones diplomáticas privilegiadas pero equilibradas entre vecinos que están condenados a entenderse, por supuesto que sí; chantajes, extorsiones, amenazas a la soberanía nacional y hechos consumados jamás y bajo ningún concepto, y el gobierno que los acepte no es digno de dirigir el rumbo de España.

Putin, criminal de guerra

Soy consciente de que ver a Putin ante la Corte Penal Internacional acusado de crímenes de guerra, genocidio y lesa humanidad es un deseo que probablemente nunca se convertirá en realidad. Y, sin embargo, está haciendo grandes méritos para ello en Ucrania, por no hablar de los contraídos en lugares como Siria o Grozni, la capital chechena arrasada por las tropas rusas en 1999, cuyo espeluznante relato le costó la vida a la periodista Anna Politkóvskaya. Por desgracia, la debilidad de las instituciones judiciales con las que cuenta la comunidad internacional para hacer cumplir el derecho y los convenios sobre la guerra como el de Ginebra, le permitirá quedar impune de la responsabilidad que le corresponde por el asesinato de civiles inocentes que hacían la cola del pan, que se refugiaban de las bombas en un teatro o que esperaban para dar a luz en una maternidad. Ni siquiera en las guerras vale todo y hay normas que es imperativo respetar: Putin se las está saltando una por una y lo está haciendo a la vista de todo el mundo. Así actúan los tiranos como él.

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No son daños colaterales, es terrorismo 

Según estimaciones provisionales y a la baja de la ONU, hasta ahora son casi 700 los civiles muertos en Ucrania desde el inicio de la invasión rusa el 24 de febrero, mientras el Gobierno ucraniano los eleva a 2.000. En todo caso, esas cifras deben haber sido superadas con creces a causa de los inmisericordes bombardeos de las últimas horas ante el atasco de la invasión. Las tropas rusas no se están andando con rodeos para disparar con misiles y cohetes contra bloques de viviendas, hospitales, escuelas, teatros e infraestructuras nucleares de alto riesgo ni para utilizar bombas de racimo y de vacío contra población indefensa. 

El empleo de ese tipo de armamento contra civiles está prohibido por la Convención de la Haya y por los principios de humanidad, proporcionalidad, necesidad y distinción que recoge el Derecho Humanitario. Aquí no hablamos siquiera de daños colaterales, ese eufemismo empleado en las guerras para referirse a la muerte de civiles inocentes; aquí hablamos sencillamente de sembrar el terror entre la población para provocar su huida o minar su resistencia y dejar el camino expedito a los invasores.

Con el aval de la petición de 39 países, entre ellos España, el Fiscal de la Corte Penal Internacional (CPI) ha puesto en marcha una investigación para reunir pruebas que permitan incriminar a Putin por crímenes de guerra, lesa humanidad y genocidio en Ucrania. Los primeros pasos de la investigación consisten en conservar los vídeos y fotografías que circulan por las redes sociales para analizarlos con detenimiento y determinar su validez como pruebas inculpatorias. Las pesquisas se retrotraen a noviembre de 2013, por lo que incluirán el derribo en julio de 2014 de un avión de Malaysia Airlines cuando sobrevolaba Ucrania, lo que costó la vida a 298 personas y cuya autoría apunta a Moscú. La anexión de Crimea y la guerra en las repúblicas separatistas que se ha cobrado casi 14.000 víctimas también se incluyen en la investigación de la CPI. 

No cabe hacerse muchas ilusiones

Pero no cabe hacerse ilusiones: la investigación será compleja, lenta y costosa y seguramente pasaran años antes de que se pueda acusar a Putin de criminal de guerra y la CPI dicte contra él orden de detención. En ese caso el dictador ruso podría ser arrestado en cualquiera de los 123 países que reconocen la jurisdicción de ese tribunal internacional, entre los que no se encuentran precisamente ni Rusia ni Ucrania, como tampoco lo están China, Estados Unidos o la India. Ese es justamente otro de los inconvenientes para sentar a Putin en el banquillo, si bien Ucrania ha reconocido ahora de facto la jurisdicción del CPI tras la invasión rusa.

"Son pocos los primeros ministros o jefes de estado condenados por crímenes de guerra"

A los delitos de crímenes de guerra, lesa humanidad y genocidio cabría añadir el de agresión, un supuesto que se agregó posteriormente y que hace mención a la invasión injustificada de un país soberano. En todo caso, sea por unos delitos o por otros, para llevar a Putin ante la justicia internacional primero hay que ponerle las esposas y esa posibilidad es, a fecha de hoy, una mera ensoñación salvo que se produzca un cambio de régimen político en Moscú, lo cual no parece muy probable. Cabe recordar que la CPI no juzga a estados sino a individuos, por lo que sería mucho más fácil condenar a un soldado o a un oficial que al gran dictador que juega con las vidas de inocentes desde su despacho, pero cuya implicación directa en los ataques a la población civil es muy difícil de probar.

Otra posibilidad teórica para que Putin pague por sus crímenes de guerra es que la Corte Internacional de Justicia de la ONU solicite el procesamiento, aunque Rusia no tardaría en usar su derecho a veto para impedirlo. Así pues, aunque el Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU también está convencido de que se han producido crímenes de guerra en Ucrania y ha constituido una comisión de expertos para investigarlos, sus esfuerzos es muy probable que no obtengan fruto.

Pocos antecedentes

Si miramos al pasado y dejamos a un lado los Juicios de Núremberg, los antecedentes de primeros ministros o jefes de estado condenados por crímenes de guerra tampoco dan muchas esperanzas, y no precisamente por falta de candidatos a sentarse en el banquillo de los acusados. Para los cruentos conflictos de Yugoslavia y Ruanda se crearon tribunales específicos que dictaron condenas como las de Milosevic y Karadsic, pero en el caso de la Corte Penal Internacional, aunque sus fiscales han presentado cargos contra líderes civiles y militares de varios países, son muy pocos los que finalmente han sido juzgados y condenados.

Hasta que no contemos con instituciones judiciales supranacionales bien dotadas y aceptadas por toda la comunidad internacional, algo que de momento parece muy lejano por no decir utópico, tendremos que conformarnos con confiar en que la investigación de la CPI o la condena casi total de Rusia en la Asamblea General de la ONU actúen al menos como herramientas de presión sobre Putin y contribuyan a mostrarlo ante el mundo, y sobre todo ante quienes todavía lo consideran una pobre víctima de Occidente, como lo que en realidad es: un individuo cruel y cobarde y un autócrata de la peor especie. La comunidad internacional está moral y políticamente obligada al menos a aislarlo y a repudiarlo, toda vez que seguramente no será capaz de conducirlo ante un tribunal de justicia para que responda por sus crímenes. 

Rumbo al abismo

El fantasma de la tercera guerra mundial nos acecha estos días. Las condiciones para que estalle – si es que no estamos ya inmersos en ella – son sencillas de alcanzar. Bastaría la chispa de un error de cálculo, o lo que se pueda hacer pasar por tal cosa ante la opinión pública mundial, para que el incendio, que a fecha de hoy se circunscribe a las fronteras de Ucrania, las traspase y termine afectándonos a todos por alejados y a salvo que nos creamos del corazón de la pira. Bien mirado, las sanciones económicas con las que Occidente pretende asfixiar la economía rusa y disuadir al dictador del Krémlin forman parte ya de esa guerra global porque globales también serán sus efectos en términos de retroceso económico, escasez y encarecimiento de determinados productos básicos. 

AP

Advirtiendo y provocando

En este contexto, el bombardeo ruso de una base ucraniana cercana a la frontera con Polonia tiene todo el aspecto de ser, además de una advertencia, una descarada provocación a la OTAN, de la que ese país forma parte. Cabe recordar aquí que cualquier agresión militar a un país miembro de la OTAN podría activar de inmediato una respuesta del mismo tipo. Se abriría así un escenario de consecuencias terroríficas habida cuenta la capacidad de destrucción del armamento nuclear en manos de los dos bloques.

Hace menos de un mes abundaban quienes, ignorando deliberadamente el destacado currículo bélico de Putin, aseguraban sin pestañear que el sátrapa nunca ordenaría la invasión de Ucrania y hace menos de una semana la posibilidad de una tercera guerra mundial se veía aún como algo no imposible pero sí muy remoto. Hoy ese fantasma no parece tan remoto ni improbable, sino mucho más factible y próximo. 

Optimistas y pesimistas

Quienes ven la situación con optimismo aseguran que las tropas rusas se han atascado, que la invasión no ha sido el paseo militar previsto y que Putin prácticamente ha perdido la guerra después de haber puesto todos sus efectivos sobre el terreno: los ucranianos – dicen - no han salido a las calles a vitorear y a abrazar a los jóvenes soldados rusos, sino que les están haciendo frente con un inesperado valor a pesar de los criminales bombardeos de civiles. Para esta corriente de análisis, antes o después Putin se verá obligado a buscar una salida honrosa tras comprobar que su ataque a Ucrania ha pinchado en hueso y que las sanciones de Occidente, mucho más unido de lo que esperaba, hundirán la economía rusa durante décadas.

"Es cada vez más urgente un ejercicio de contención que frene el avance hacia el abismo"

En el lado de los pesimistas, en el que me incluyo a fecha de hoy, se sostiene que es precisamente la debilidad de Putin la que lo hace más peligroso e imprevisible. A un dictador como él, que ya no tiene reputación internacional que defender, no le costaría nada declarar objetivo militar a cualquier país de la OTAN que preste apoyo armado a Ucrania. No es ni mucho menos casual que Estados Unidos esté enviando tropas a Polonia, para muchos analistas un objetivo militar plausible para Putin como lo serían Letonia, Lituania y Estonia, también pertenecientes a la OTAN. Por no hablar de Moldavia, Finlandia y Suecia, cuyos gobiernos no ocultan su preocupación ante la evolución de los acontecimientos y las amenazas de Putin. 

 En manos de China

Cada día que pasa es más urgente un ejercicio de contención que respete la vida de los civiles y frene el avance hacia el abismo al que el dictador ruso parece querer empujarnos a todos. Lo trágico de esta situación es que el único país con posibilidades de contener a Putin y evitar el desastre es China, su gran aliado geoestratégico y compañero de viaje ante Occidente, cuya neutralidad deja mucho que desear. Cierto es que no apoyó a Rusia en la ONU, pero tampoco condenó el ataque a un país soberano a pesar de que la defensa de la soberanía y de la integridad territorial habían sido hasta la fecha el santo y seña de su política exterior. Su interesada ambigüedad no es una buena tarjeta de presentación diplomática, pero me temo que es la única en estos momentos con posibilidades de éxito.

"Lo trágico es que el único país capaz de contener a Putin es China"

Uno desea creer que el régimen chino es sincero cuando dice que no está prestando apoyo militar a Putin ni lo hará y que quiere ser un “país constructivo”; incluso le gustaría suponer que la diplomacia china está actuando con discreción ante Kiev y Moscú para encontrar una salida satisfactoria para todos. Sin embargo, lo cierto a día de hoy es que las tropas rusas siguen bombardeando ciudades y matando a civiles, que el éxodo ronda los tres millones de ucranianos y que Putin ya dirige sus ataques a las fronteras de la OTAN.

Las preguntas derivadas de este escenario cada vez más atroz erizan el vello con solo plantearlas: ¿qué deberían hacer Estados Unidos, la UE y la OTAN si las sanciones económicas no sirven para disuadir a Putin y éste continúa machacando a Ucrania y amenazando a los países vecinos? ¿Cuál debería ser la respuesta en caso de agresión a un país de la OTAN? ¿Mejor dejarle hacer y confiar en que se conforme tal vez con una Ucrania neutral o habría que pasar a la acción militar directa antes de que sea demasiado tarde? Las consecuencias de ambas opciones son aterradoras, máxime cuando la diplomacia parece haber sido arrinconada en favor de las armas. Y, sin embargo, es la única esperanza que nos queda para detener esta locura y conjurar el fantasma de una guerra a escala planetaria.