Mostrando entradas con la etiqueta Periodismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Periodismo. Mostrar todas las entradas

La democracia enredada

Tal vez les sorprenda saber que cuatro de cada diez españoles reconocen tener dificultades para diferenciar entre información veraz y falsa. Es lo que aseguraba el Eurobarómetro de 2018, poniendo de relieve uno de los agujeros negros de las democracias occidentales: la creciente carencia de información fiable sobre la que basar la toma de decisiones razonadas e informadas que afectan a toda la comunidad. El problema, sin embargo, no tiene nada de nuevo. En su libro "Verdad y mentira en política" (Página Indómita, 2016) la filósofa alemana Hanna Arendt advirtió de que "la libertad de opinión es una farsa si no se garantiza una información objetiva y no se aceptan los hechos mismos". Me pregunto qué habría dicho Arendt, que escribió esto a comienzos de la década de los setenta, si hubiera vivido en plena expansión de las noticias falsas en las redes sociales y de la política convertida en el pan y circo que enloquecía a los antiguos romanos. 

Ciberoptimistas versus ciberpesimistas

Los efectos de las redes sobre las democracias han sido objeto de mil y un análisis, cuyas conclusiones se pueden resumir en dos posiciones relativamente antagónicas. De un lado estan los llamados “ciberoptimistas”, para los cuales la irrupción de estas plataformas socavó el monopolio de la intermediación que entre el poder y la sociedad ejercían los medios de comunicación tradicionales como la radio, la televisión y los periódicos, además de otras organizaciones como sindicatos, patronales, etc. Las redes habrían democratizado y ampliado la participación política de los ciudadanos sin ningún tipo de filtro o censura previa y de manera globalizada. 

Por su parte, los “ciberpesimistas” consideran que este fenómeno ha distorsionado el debate público al empobrecer y falsificar la información y generar “burbujas” o “cámaras de eco”, en las que solo buscamos confirmar nuestras ideas y renunciamos a confrontarlas con las discrepantes. Ya se encargan los famosos logaritmos de seleccionar por nosotros lo que más concuerde con nuestro perfil de internautas y de excluir lo que más aversión nos produzca.

"Las redes no han satisfechos las expectativas con las que nacieron"

Resulta evidente que las redes sociales no han respondido a los parabienes con los que fue recibido su nacimiento. Pasamos así de un optimismo tal vez exagerado e injustificado a la decepción y al pesimismo sobre el daño de las redes sociales para la democracia e incluso para la convivencia cívica. Lo que ya nadie puede negar es que las redes llegaron para quedarse: hoy son millones de personas en todo el mundo las que solo se "informan" a través de ellas y que nunca han tenido o ya han perdido el hábito de acudir a los medios convencionales para seguir la actualidad, algo que requiere de un tiempo y unos recursos que pocos están dispuestos a invertir.

Pluralismo sin debate

Millones de ciudadanos se fían hoy mucho más de lo que les llega por Whatsapp o de lo que leen en las redes, sea cierto o inventado, que de lo que publican los medios convencionales. No afirmo que estos medios sean sinónimo de pureza e independencia y que no respondan también a intereses económicos y políticos. Sin embargo, aún así deben pasar algunos filtros de veracidad y calidad que las redes no requieren, lo que las convierte en una tupida selva de desinformación, carente de mecanismos eficientes de prevención contra el odio, el racismo o la violencia. Con el agravante de la viralidad, es decir, la posibilidad de expandirse globalmente en muy poco tiempo y contaminar a millones de personas. Un botón de muestra: se calcula que la mitad de los votantes estadounidenses recibieron noticias falsas a través de las redes durante la campaña que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca. 

"Las redes han dado lugar a un pluralismo sin debate"

Como señaló el politólogo Bernard Manin, las redes han dado lugar a un “pluralismo sin debate” en el que cada cual defiende sus puntos de vista y aísla y estigmatiza a quienes piensen de forma diferente. Este debate solipsista nos aleja de la realidad y de la discusión pausada y razonada, esencial en la democracia, para abocarnos a la crispación, a la división y a la polarización. Se trata de un ecosistema social que el populismo aprovecha de forma sistemática para obtener rédito político a costa de poner en peligro la cohesión social y las instituciones democráticas.

Y es también a esa selva a la que acuden los medios tradicionales para buscar audiencia y clientes en dura competencia con empresas, gobiernos, partidos políticos, organizaciones de todo tipo y millones de ciudadanos que se baten el cobre por un lugar, por pequeño que sea, bajo el sol de las redes. Para no desentonar con el ambiente general los medios se camuflan cada vez más con los ropajes propios del entorno: el sensacionalismo, el amarillismo, las falsedades, las mentiras y la mezcla descarada de opiniones e información. 

Los hechos son sagrados, las opinión es libre

El respeto a los hechos ha dejado de ser la línea roja que no se podía traspasar: "los hechos son sagrados, la opinión es libre", decía un viejo principio periodístico que parece haber pasado a mejor vida. Hemos llegado a un punto en el que los hechos ya no son la prioridad, sino la opinión sobre unos hechos que pueden haber sido manipulado e incluso inventados. Lo que cuenta es el "relato", un eufemismo para referirse a la mentira o a la falsedad, porque el objetivo no es tanto informar y valorar los hechos con la mayor ecuanimidad posible, sino "colocar el relato" que más interese en cada momento. 

"Los políticos son las grandes estrellas de estos tiempos líquidos"

La política se hace hoy con el corazón en la mano y con eslóganes hueros pero pegadizos para que sean titulares en todos los medios y circulen por las redes. No importan la realidad ni las contradicciones, solo cuentan los sentimientos y la empatía: en estos tiempos en los que todo el mundo opina de todo, lo de menos es que se mienta o se prometan imposibles, lo importante es que el relato cale en una sociedad ávida de escuchar mensajes que confirmen sus prejuicios.

Las redes y el periodismo de calidad, retos democráticos

Los políticos son las grandes estrellas de estos tiempos líquidos, con su presencia y sus mensajes prefabricados saturan todos los canales de comunicación y convierten la actualidad en un estado permanente de opinión y confrontación. No queda tiempo para digerir el diluvio de trivialidades que se hacen pasar por noticias, las opiniones suceden a las opiniones en una carrera vertiginosa en la que se opina sin conocimiento y por no parecer fuera de juego,

Una sociedad bien informada es poderosa y temible para el populismo; sin embargo, en una sociedad desinformada, los ciudadanos están menos comprometidos, son menos tolerantes y más manipulables. De ahí la trascendencia que tiene para la democracia una prensa independiente e imparcial, capaz de canalizar las múltiples voces de sociedades complejas como las actuales. Un periodismo de calidad y encontrar la manera de que las redes sociales cumplan algunas de las optimistas expectativas con las que irrumpieron en la plaza pública, son probablemente dos de los retos más decisivos a los que se enfrenta la democracia representativa.

La política como espectáculo

Relativamente calmadas de momento las aguas entre el PSOE y Podemos, los medios de comunicación han encontrado un nuevo filón en las desavenencias entre Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado a propósito de la fecha del congreso del PP de Madrid. Dimes y diretes, declaraciones "explosivas", misteriosas fuentes que no se identifican pero cuyas supuestas revelaciones se entrecomillan y publican en primera página, encuentros llenos de "tensión", entrevistas en horas de máxima audiencia en programas televisivos de entretenimiento... Todo vale para atizar la hoguera aunque en ella se achicharren sin remisión los principios más elementales del periodismo. Es la política elevada (o degradada) a la categoría de espectáculo mediático, al que se entregan con fruición los políticos y los medios, los medios y los políticos, que en esta relación tanto monta, monta tanto: ambos se necesitan mutuamente y mutuamente se instrumentalizan a mayor gloria de la banalización de la vida pública. Y mientras, los ciudadanos, convertidos en meros espectadores, nos agolpamos frente a la televisión y en las redes y observamos embobados los fuegos artificiales. 

A3

Amigos, enemigos y compañeros de partido

A Churchill se le atribuyen muchas frases, entre ellas la que dice que "hay amigos, enemigos y compañeros de partido". Sea o no apócrifa, la frase describe exactamente lo que está ocurriendo entre Casado y Ayuso y no habría que darle más vueltas ni hacer correr ríos de tinta y llenar horas de televisión. La presidenta madrileña quiere el control del partido en su comunidad como un primer paso antes de explorar la posibilidad de moverle la silla a Casado, quien, como es natural, procura curarse en salud. Nada que no haya ocurrido antes miles de veces: desde que hay partidos políticos las luchas por el poder en las cúpulas dirigentes son un elemento inseparable de la política. 

Los medios de comunicación nunca han sido ajenos a esos forcejeos en los que con frecuencia toman partido por uno u otro bando, tal y como ocurre ahora con todo descaro en la pugna Ayuso - Casado. La diferencia en estos tiempos está en la penetración social de la televisión y de las redes, que multiplican exponencialmente esas trifulcas y elevan a la categoría de noticia de la máxima relevancia lo que no pasa de ser una escaramuza política más en las alturas. Lo importante no es siquiera que las diferencias ideológicas o programáticas entre quienes se baten el cobre por el control del partido sean insignificantes, lo que de verdad interesa es alimentar el circo mediático e incrementar las audiencias.

Para eso los líderes políticos pagan con dinero público a jefes de gabinete expertos en medios de comunicación, para que les enseñen a dar bien en los medios y a conquistar a la audiencia con su labia, por superficial y fútil que sea, o con su buena planta y simpatía. La política se hace hoy con el corazón en la mano y afrontando los asuntos complejos con eslóganes vacíos pero pegadizos para que sean titulares en todos los medios y circulen por las redesNo importan lo tozuda que sea la realidad ni las contradicciones, lo que cuenta son los sentimientos y la empatía; los ciudadanos no quieren que les prometan sangre, sudor y lágrimas, que bastante tienen ya; quieren escuchar que saldremos más fuertes, que no dejaremos a nadie atrás, que la economía crecerá, que bajará el paro, el precio de la luz y el de los alquileres, que se reducirán los impuestos y que mejorarán los servicios públicos. Si luego ocurre todo lo contrario se pide a los jefes de gabinete, que para eso se les paga, que inventen las excusas oportunas. En estos tiempos en los que todo el mundo opina de todo, lo de menos es que hayan mentido o prometido lo que sabían que no podrían cumplir: cuando la propaganda entra por la puerta, los hechos saltan despavoridos por la ventana. 

La información como entretenimiento

Las televisiones colaboran poniendo el personal, las cámaras, el plató e incluso el público de atrezzo. Las cadenas generalistas, a través de las que se informa el 90% de la población, se han visto obligadas a competir a cara de perro con la televisión de pago y las plataformas de vídeo bajo demanda. La fragmentación y la pérdida de audiencia las ha llevado a convertir los telediarios en contenedores en los que cabe de todo, desde mucho periodismo político de declaraciones a frivolidades del mundo del espectáculo, indistinguibles a veces de la actualidad política. Los programas informativos puros, mucho más caros, han ido cediendo terreno ante formatos más baratos como los magacines politizados, las tertulias políticas y los programas de entretenimiento en los que se estilan entrevistas "cercanas y humanas", que en muchas ocasiones solo son agradables masajes sobre la vida privada y las aficiones de unos invitados que proceden cada vez más también del mundo de la política. 

"No queda tiempo para digerir el aluvión de trivialidades que se hacen pasar por noticias"

Los otros medios no pierden comba y se suman encantados a la batalla de dimes y diretes, a los rumores y al chismorreo político insustancial. Los políticos se han convertido en las grandes estrellas de nuestro tiempo, con su presencia y sus mensajes oportunistas y prefabricados saturan todos los canales de comunicación con la sociedad y convierten la actualidad en un estado permanente de opinión y confrontación. Apenas queda tiempo para digerir el aluvión de trivialidades que se hacen pasar por noticias, que a las pocas horas ya han muerto para dar paso a otra ración de más de lo mismo. ¡Más madera, es la guerra!. Las opiniones suceden a las opiniones en una carrera vertiginosa en la que lo que menos importa son los hechos, sobre los que se opina sin un mínimo conocimiento de causa y por no parecer en fuera de juego. 

Las noticias, que deben presentarse de forma "fácil y amena" a los espectadores, no son tanto hechos objetivos que han ocurrido o están ocurriendo como un bucle infinito de declaraciones cruzadas entre políticos. Este estado de cosas se convierte en viral en las redes sociales, en donde reinan a sus anchas el oportunismo, las noticias falsas, la descalificación, el insulto y el populismo rampante. Políticos de todo color y condición y medios de todo tipo explotan así el lado más estridente y menos noble de la política, los primeros a la caza de votos en todos los grupos sociales y los segundos a la caza de audiencias y contratos publicitarios. 

La libertad de opinión como farsa

Esta promiscuidad entre medios y políticos de la que ambos sacan tajada, ha sido descrita aquí solo a muy grandes rasgos y sirve para cualquier otro duelo por el poder además del que libran estos días Ayuso y Casado. En realidad no es un fenómeno nuevo sino un fenómeno que la televisión y las redes sociales han exacerbado hasta el punto de poner seriamente en cuestión algunos principios esenciales de la democracia. En su libro "De la estupidez a la locura", (Lumen, 2016) Umberto Eco escribió que "la democracia romana comenzó a morir cuando sus políticos comprendieron que no hacía falta tomarse en serio los programas [de los partidos], sino que bastaba simplemente con caer simpáticos a sus (¿cómo decirlo?) telespectadores"

Mucho antes, Hanna Arendt advirtió de que "la libertad de opinión es una farsa si no se garantiza una información objetiva y no se aceptan los hechos mismos". En su libro "Verdad y mentira en política" (Página Indómita, 2016) Arendt afirmó que "la verdad factual, si se opone al provecho o al placer de un  determinado grupo, es recibida hoy con una hostilidad mayor que nunca". Me pregunto qué habría dicho Arendt, que escribió esto a comienzos de los años setenta, si hubiera vivido en plena expansión de las noticias falsas en las redes sociales y de la política convertida en aquel pan y circo que volvía locos a los romanos. 

La pandemia y la enésima crisis del periodismo

Va este post de la enésima crisis que según dicen vive el periodismo, en esta ocasión a propósito de la pandemia del COVID - 19 y que, según parece, será la mortal y definitiva para esta controvertida profesión. Se me debe entender la ironía cuando hablo en estos términos, porque lo que quiero decir es que, desde mi punto de vista, el periodismo está en crisis desde mucho antes de que yo tuviera uso de razón periodística y de la otra. No pretendo afirmar que la crisis actual no sea preocupante e incluso muy preocupante, puede que hasta la más preocupante con respecto a todas las anteriores. Pero conviene siempre relativizar un tanto las afirmaciones demasiado contundentes, no vaya a ocurrir que echando la vista atrás encontremos que el periodismo, igual que la docencia o la medicina, han sufrido otras crisis que en su momento se pensó serían también las últimas y definitivas y luego resultó no ser así. 

Bien es verdad que esas otras crisis históricas cambiaron sustancialmente la profesión, como con toda seguridad la cambiará también la crisis actual, aunque ya veremos en qué dirección y si para bien o para mal. No obstante, al menos hasta ahora, el periodismo ha sabido "reinventarse", como se dice actualmente, y ha terminado sobreponiéndose a tiempos adversos de todo tipo, desde guerras a gravísimas crisis políticas y cambios tecnológicos. Todos esos cambios marcaron un antes y un después en la profesión al poner literalmente patas arriba los esquemas heredados de la etapa anterior a la crisis.

Los bulos de toda la vida 

Ahora se habla mucho del peligro que representan las "fake news" para el periodismo, como si desde los comienzos de la profesión no hubieran existido lo que en español siempre ha tenido una denominación clara y precisa: bulos. De manera que no es un peligro nuevo sino una excrecencia que viene de antiguo pero que nunca ha impedido que haya habido y haya medios que basan su credibilidad en la fidelidad a los hechos. Por tanto, también a esos defectos congénitos ha sobrevivido el periodismo a lo largo de los años y ha llegado hasta nuestros días con sus innegables achaques pero ni mucho menos próximo a la defunción. 

A lo que históricamente más le ha costado sobreponerse hasta la fecha, sin conseguirlo nunca del todo, ha sido a los poderes económicos y políticos que han entendido el periodismo únicamente desde el exclusivo punto de vista de sus intereses, constituyendo casi siempre las dos caras de una misma moneda. Si lo pensamos bien, la delicada salud del periodismo actual responde una vez más a ese binomio que forman los intereses económicos y los intereses políticos, así que tampoco en este terreno hay nada nuevo bajo el sol.

Las redes sociales o la selva de la desinformación 

Lo que sí es nuevo es el fenómeno de las redes sociales, un elemento que ha venido para quedarse y que está distorsionando seriamente la profesión periodística tal y como la hemos conocido hasta la fecha. No descubro la pólvora si afirmo que las redes no han resultado ser lo que los más idealistas vaticinaron que serían, una especie de plaza pública mundial en donde departir democrática y pacíficamente sobre todo tipo de asuntos, desde los más conspicuos y serios a los más banales o lúdicos; al final han derivado en campos de batalla ideológica, polarización política, bulos, falsedades, insultos y no poca trivialidad.

Hoy son millones de personas en todo el mundo las que se "informan" solo a través de las redes y que nunca han tenido o ya han perdido el hábito de acudir a los medios convencionales para "estar al día" de lo que pasa en su ciudad, en su país o en el mundo. Esas personas se fían mucho más de lo que les llega a través de cadenas de Whatsapp o de lo que leen en las redes, sea cierto o inventado, que de lo que publican los periódicos, la televisión o la radio. No digo que estos medios sean prístinos e inmaculados y no respondan también a intereses económicos y políticos. Sin embargo, deben pasar algunos filtros de veracidad que en las redes han desaparecido y, además, todo el mundo sabe más o menos de qué pata ideológica o económica cojeaba cada cual. Ahora, todo eso casi ha desaparecido en las redes, convertidas en la selva tropical de la desinformación, ajenas además a cualquier mínima regulación que prevenga contra el odio, el racismo o la violencia que circulan por ellas.

Los hechos son sagrados, la opinión es libre 

Y es a esas selvas a las que deben acudir los medios tradicionales para buscar audiencia y clientes, compitiendo con otros muchos buscadores de seguidores, cuanto más entregados mejor: empresas, gobiernos, partidos políticos, organizaciones de todo tipo legales e ilegales y millones de ciudadanos más o menos anónimos se baten el cobre a diario por un lugar, por pequeño que sea, bajo el sol de las redes. Para no desentonar con el ambiente general, en muchas ocasiones los medios se visten también con los ropajes propios del entorno: el sensacionalismo, el amarillismo, las falsedades, las mentiras y la mezcla descarada de opiniones y realidad. 

Por desgracia, el respeto a los hechos ha dejado de ser la línea roja que no se debería traspasar bajo ningún concepto: "los hechos son sagrados, la opinión es libre", dice un viejo principio periodístico que no siempre se ha cumplido. En épocas de grandes turbulencias económicas, políticas o sanitarias como la actual, es cuando más se suele ignorar algo que debería figurar con letras de oro en el frontispicio de todo medio de comunicación que se precie. Hemos llegado en cambio a un momento en el que los hechos no son la prioridad, sino la opinión sobre unos hechos que han sido manipulado e incluso inventados en no pocas ocasiones. Lo que cuenta es ante todo el "relato", una manera muy eufemística de hablar de la mentira o la falsedad, porque el objetivo no es tanto informar y valorar los hechos con la mayor ecuanimidad posible, sino "colocar el relato" económico o político que más interese en cada momento. 

Tres retos y un objetivo

Nadie tiene una varita mágica para saber cómo sobrevivirá el periodismo a esta nueva crisis, que ya está dejando secuelas importantes en la profesión. Su principal reto es recuperar al menos una parte de la credibilidad que ha ido perdiendo en aras de la rapidez irreflexiva en el mejor de los casos y en aras de intereses económicos y políticos por encima del deber de informar con veracidad y opinar con rigor. 

Para que eso ocurra deben darse algunos requisitos básicos, el primero de los cuales debe ser la dignificación profesional y laboral de los periodistas, en muchas ocasiones rehenes de la precariedad e inermes ante todo tipo de injerencias en su labor, desde las empresariales a las políticas. Se requieren empresas cuyo único objetivo no sea el legítimo beneficio económico, sino que estén investidas de un principio de responsabilidad sobre la insustituible tarea del periodismo de calidad en una sociedad democrática moderna. Y el tercer requisito y probablemente el más importante, una ciudadanía consciente de la necesidad de contar con información de calidad y dispuesta a pagarla. 

No quiero parecer ingenuo, aunque admito que esto que digo hace que lo parezca. Pero me agarro al pasado e insisto en que el periodismo ha sobrevivido a numerosas crisis de las que parecía que no se recuperaría. También admito que el reto de las redes sociales es completamente nuevo y diferente a los anteriores y puede que mucho más difícil de superar por su dimensión global. Pero quiero ser optimista y creer en esta profesión en contra de lo que vaticinan en las últimas fechas los agoreros a propósito de la pandemia. No solo quiero creer en el futuro del periodismo sino que necesitamos creer porque de los contrario solo nos quedaría la ley de la selva que representan las redes sociales y es evidente que no saldríamos ganando con el cambio. Hacen falta por tanto ciudadanos y empresas conscientes de que sin periodismo confiable y creíble seremos pasto de demagogos y populistas de todo tipo y estaremos poniendo en serio peligro el derecho a recibir una información veraz, cimiento imprescindible para tomar decisiones con un mínimo de conocimiento de causa sobre la realidad.   

Nos queda la palabra


Parafraseo en el título un poema de Blas de Otero que he recordado cuando pensaba en cómo iniciar este artículo: "Si he perdido la vida, el tiempo / todo lo tiré como un anillo al agua./Si he perdido la voz en la maleza,/ me queda la palabra.
La palabra nos humaniza porque nos diferencia del resto de los animales al tiempo que nos dota de una herramienta con un poder inigualable. Aunque perdamos todo lo demás, mientras nos quede la palabra conservaremos la condición humana. En la Grecia clásica, de cuya cultura seguimos siendo deudores, aunque la mayoría de nuestra sociedad lo ignore o lo desprecie, la palabra integra un concepto mucho más amplio que incluye también el pensamiento y la razón: el logos.

En realidad estamos ante diferentes manifestaciones de una misma idea, la capacidad humana para el pensamiento racional y su comunicación mediante la palabra escrita o hablada. Si la palabra fuera solo una herramienta para satisfacer nuestras necesidades primarias – aunque también sirva a ese fin – su función no se diferenciaría demasiado del lenguaje de otros animales. La diferencia radical es la capacidad de transmitir con palabras ideas y conceptos abstractos con los que buscamos convencer, disuadir, entusiasmar o emocionar a quienes nos escuchan. En las palabras viajan miedos y esperanzas, tristezas y alegrías, proyectos e intereses; en definitiva nuestra percepción de una realidad de la que queremos que nuestros oyentes sean en alguna medida copartícipes.

Al transmitir así nuestra cosmovisión nos abrimos también a recibir la de los demás, generando un complejo proceso de comunicación de ida y vuelta característico de las relaciones humanas. En ese proceso la palabra puede ser tanto una poderosa herramienta de libertad como de esclavitud en el sentido moral y ético de este término. “Somos esclavos de nuestras palabras y dueños de nuestros silencios”, dice un antiguo proverbio. Porque de la palabra nacen las más nobles y elevadas aspiraciones del ser humano pero también las más viles y ruines; la palabra sirvió a la causa de la Revolución Francesa pero también a la del nazismo; ha peleado por la razón y la justicia contra la sinrazón de la esclavitud y ha justificado las atrocidades de los campos de exterminio. Con sus dos caras según el uso con el que se emplee, la palabra es con diferencia el arma más poderosa de los seres humanos para bien y para mal, para el avance hacia un mundo mejor o para la regresión.


Todo cambia, también la palabra

Tengo la inquietante sensación de que avanzamos rumbo a una sociedad cada día más ágrafa e incapaz de ponderar el peso, el valor y el poder de la palabra. En la era de las tecnologías de la información, la palabra padece una profunda transformación de consecuencias aún imprevisibles para la comunicación humana. Los mensajes sincopados en las redes sociales están empobreciendo el proceso de la comunicación que ya se desarrolla en buena medida en ese tipo de ámbitos en detrimento de otros canales. Pareciera como si ya solo fuéramos capaces de transmitir gran parte de nuestros pensamientos o estados de ánimo a través de mensajes breves y emoticonos, convencidos de que al hacerlo en redes encontraremos un eco mayor cuando en realidad solo contribuimos a generar más ruido y a aislarnos más de nuestros semejantes.

Los usuarios de las redes somos invitados a intentar transmitir en unos pocos caracteres ideas complejas y apoyarlas en todo caso con algunos emoticonos estandarizados que a duras penas pueden reflejar los matices del pensamiento y las emociones: no hay espacio para la reflexión, el matiz o la duda que solo la palabra hablada o escrita sin limitaciones artificiales puede reflejar. En resumen, se nos empuja a ser usuarios compulsivos de redes en las que es imposible la reflexión o el debate, las grandes virtudes de la palabra tal y como la concebían los griegos.

Soy periodista radiofónico, por lo que la palabra ha sido necesariamente mi principal herramienta de trabajo. Bastantes años después de haber dado los primeros pasos en este medio, mi respeto por la palabra no ha dejado de crecer. Estoy convencido de que una vida entera no es suficiente para desentrañar todos los secretos y posibilidades de la palabra escrita o hablada, como es mi caso. No me refiero solo a los aspectos formales (gramática, sintaxis), conjunto de reglas que es imprescindible respetar y manejar con una cierta solvencia para conseguir una comunicación eficaz. Hablo sobre todo de una serie de aspectos mucho más sutiles que tienen que ver con el sentido y la intencionalidad consciente o inconsciente en el empleo de las palabras.


La palabra, medio y fin

Me sorprendo cada día descubriendo nuevos matices en la entonación o en el ritmo de las frases; percibo posibilidades nuevas en una inflexión de la voz, en una parada enfática o en un sesgo irónico. Soy consciente de transmitir de una manera más o menos explícita mi visión de la realidad o mi estado de ánimo. No creo en el lenguaje neutro e impersonal y veo imposible que el uso de determinadas palabras en lugar de otras o la fuerza y el acento con la que se pronuncian no denoten de algún modo el pensamiento de quien las emplea. Si se me permite el símil, creo que la palabra es como el cincel del escultor que se expresa a través de la obra que esculpe: los humanos damos forma a nuestro mundo y le conferimos orden y sentido con palabras al igual que el escultor organiza y modela el suyo a golpe de cincel.

Sería una locura por mi parte atreverme a predecir el futuro de la palabra pero lo que percibo me intranquiliza. Doy por hecho que la necesidad de comunicación de la especie humana a través de esa herramienta única no podrá desaparecer porque sería como si la propia especie perdiera su característica más definitoria. Cuestión diferente es la calidad y la profundidad de esa comunicación, si es algo más que una serie de espasmódicos mensajes en medio de un océano inabarcable de mensajes similares o es un intercambio razonablemente fluido de pensamientos, experiencias y estados de ánimo.

No es mi intención restarle ni un gramo de importancia al avance que han supuesto las redes para la transmisión de noticias casi en tiempo real; no es imposible, aunque no frecuente, encontrar reflexiones breves pero con enjundia o análisis certeros de la realidad, capaces de decir más en unos pocos caracteres que en unos cuantos folios. Las redes nos acercan de forma instantánea las reacciones y valoraciones de la gente corriente ante todo tipo de acontecimientos públicos de trascendencia social, aunque también suelen ser el vehículo de la banalidad o la trivialidad más absolutas. Es precisamente la tentación de reaccionar a toda prisa y hacerlo con las entrañas antes que con la razón la que genera climas por momentos irrespirables y cargados de una inusitada violencia verbal. Al mismo tiempo, los bulos y las noticias falsas que circulan en las redes se han convertido en una seria preocupación política por la capacidad desestabilizadora que tienen para el sistema democrático.

El panorama de la palabra

Lo que tenemos ante nosotros es una comunicación cada vez más atomizada, plana y atenta sobre todo a provocar el efecto inmediato sobre el receptor: que esos mensajes sean ignorados por la red o que nadie o muy pocos nos respalden con comentarios o “me gusta” decepciona y hasta genera problemas de ansiedad y aislamiento entre los jóvenes nativos digitales, a quienes parece como si les costara imaginar formas distintas de comunicación.

Reducir cada vez más la comunicación al estrecho marco que nos impone el imperio de las redes, es renunciar al universo infinito de posibilidades que nos ofrece la palabra como vehículo insustituible para interactuar socialmente, con toda la flexibilidad y la riqueza de matices que un mensaje de unos cuantos caracteres nunca podrá lograr por muchos emoticonos que lo acompañen. No permitamos que nos roben la palabra viva y rica que nos define como seres racionales, aprendamos a amarla, a respetarla y no nos rindamos nunca ante la engañosa facilidad de comunicación que nos ofrecen las redes, lo cual no implica actuar como si no existieran o no constituyeran un fenómeno social con el que hay que contar. Pero ante todo, no perdamos la palabra y nuestro contacto cotidiano vivo y profundo con ella porque entonces estaremos en trance de haberlo perdido todo.

Échame a mi la culpa

Si el PP no quiere convertirse en un obstáculo democrático debería afrontar una profunda regeneración que, en ningún caso, puede pasar porque la lidere alguien como Mariano Rajoy. Sin embargo, su reciente designación como único candidato a la presidencia del PP en el congreso de febrero es la muestra más fehaciente de que entre los objetivos del cónclave no está convertirse en un partido nuevo que, frente a la corrupción, no sólo presuma de que adopta medidas sino que las adopte de verdad. Las que impulsó en su etapa de mayoría absoluta fueron insuficientes y pacatas por mucho que a Rajoy y a los suyos se les llene la boca alabándolas. La actitud habitual del  presidente y de una inmensa mayoría de los cargos públicos y orgánicos del PP ante la corrupción en sus filas ha sido la de callar cuando no minimizar, individualizar y, sobre todo, recurrir al “y tú más”.

Confiando en un electorado que les es fiel aunque los casos de corrupción rodeen al mismísimo presidente, los populares se aferran a toda suerte de coartadas y atajos para justificar comportamientos intolerables en la vida pública. Pero pueden cometer un error de consecuencias fatales para su futuro si dan por hecho que sus votantes son eternos y que la vida política española no puede sufrir cambios que tornen en lanzas lo que hoy son cañas. Hace poco más de dos años nadie hubiera apostado porque hoy gobernara un partido en minoría y el escenario político se hubiera fragmentado como lo ha hecho, algo de lo que en buena medida el PP y el PSOE actuales son causa y efecto al mismo tiempo.


La desproporcionada reacción de los populares ante el fallecimiento de Rita Barberá es otro ejemplo, el más reciente, de que en su ADN no termina de instalarse la prudencia y la mesura cuando se trata de corrupción en sus filas o en las de los demás partidos. Inscribir en el martirologio popular a alguien a quien hace sólo dos meses se había obligado a abandonar el partido porque estorbaba a que Mariano Rajoy fuera investido presidente, es cínico y deja al descubierto una preocupante mala conciencia por parte de dirigentes como el portavoz Hernando.

Su reacción y la de Celia Villalobos acusando a los medios de “hienas” y de haber “condenado” a Barberá merece figurar por derecho propio en el libro de honor del despropósito político. Es cierto que, buscando notoriedad y negocio,  hay medios de comunicación que han confundido deliberadamente la crítica y la exigencia de responsabilidades políticas con el más absoluto desprecio a la presunción de inocencia.  Pero no han sido todos y, así como en el PP la inmensa mayoría de sus militantes, cargos públicos y orgánicos no son unos corruptos, tampoco todos los medios de comunicación han “mordido” a Rita Barberá o la han “condenado” a muerte.

Hay que rechazar tajantemente ese tipo de peligrosos mensajes porque detrás se puede esconder la inconfesable intención de que los medios se autocensuren y dejen de cumplir una de sus funciones primordiales en un sistema democrático: la crítica política y la denuncia de comportamientos incompatibles con la ética que se requiere en la vida pública.  Una prueba más de que el PP actúa en este y en otros asuntos por mero cálculo político y no por convicción democrática es el intento de rebajar los acuerdos sobre corrupción firmados con Ciudadanos a cambio del apoyo a la investidura de Rajoy. De buenas a primeras, el fallecimiento de Barberá le sirve al PP para disparar indiscriminadamente contra los periodistas y para rebajar un acuerdo sobre corrupción del que Rajoy presumió en su sesión de investidura.

Lo suyo hubiera sido intentar extenderlo al resto de las fuerzas políticas y consensuar a qué altura debe estar la barrera judicial para que alguien salga de la vida pública o siga en ella. Si el PP quiere hacer creíble su regeneración, aunque lo tiene muy difícil, debe empezar por acabar con la práctica de orientar el ventilador de la porquería en todas las direcciones menos en la suya. Exigencia que, por supuesto, es de aplicación al resto de las fuerzas políticas y que debe ir acompañada de una profunda reflexión sobre la respuesta que la sociedad y los medios dan a esta lacra: ¿es la corrupción un castigo divino consustancial a toda actividad política o es posible erradicarla de la vida pública si hubiera auténtica voluntad de hacerlo? Esa es la cuestión. 

Trump y el papanatismo

Los españoles debemos estar muy orgullosos de la prensa patria, periódicos, televisiones y radios. El histórico despliegue para cubrir las elecciones presidenciales en Estados Unidos es digno de la Marca España y nos reconcilia con las grandes cabeceras y cadenas mundiales. Los medios españoles han demostrado con este esfuerzo informativo sin precedentes lo que les preocupan las inquietudes y las esperanzas de sus lectores, espectadores y oyentes. Es un gozo periodístico insuperable echar un vistazo a las primeras páginas de los periódicos del país y encontrar en ellas la misma foto o parecida del mismo victorioso Donald Trump.

Tampoco tiene precio periodístico abrir cualquier periódico de provincias y contar hasta 20 páginas, una detrás de la otra, repletas de amplias informaciones, sesudos artículos de fondo, agudos editoriales, gráficas, diagramas, más fotos que en un bautizo y cualificadas opiniones de políticos, empresarios, gente que pasaba por allí y vendedores de helado sobre las consecuencias para el mundo y el universo de la victoria de Trump.

No pierdo la esperanza de que la próxima vez que haya elecciones en España The New York Times, Washington Post, USA Today, la Hoja del Lunes de Oregón y El Adelantado de Alabama les dediquen al menos el mismo espacio y, por supuesto, no olviden preguntar al vendedor de perros calientes de la 32 con la 40 qué opina de que Rajoy haya vuelto a ganar y de que Pedro Sánchez haya vuelto a perder.

Que no se entienda lo que digo como una crítica ni como un reproche: no estoy dando a entender que la inmensa mayoría de los medios de este país se haya pasado varios pueblos y estados con la cobertura de las elecciones en la primera potencia mundial y tal y tal. Creo que era su deber y su obligación: como señalan todas las encuestas y los estudios sociológicos más solventes, la política norteamericana es la primera preocupación de los españoles muy por delante del paro, la sanidad, los servicios sociales, los políticos y la corrupción. Conocer la marca de laca de Trump, cómo elige sus corbatas, cuál es su peluquero de cabecera o las andanzas y milagros de la nueva primera dama es de una incuestionable trascendencia histórica para el futuro de la Humanidad.

En realidad creo que muchos de estos medios podían haber hecho un mayor esfuerzo y haber publicado incluso una edición especial a todo color poco después de que se conocieran los resultados y acompañarla de un bono de descuento para una Big Mac y una Coca – Cola. La única pega es que las exquisiteces periodísticas – y ésta no hay duda que lo es y de las más sublimes que yo recuerdo – también terminan ahitando incluso a los paladares más entrenados. De ahí que, al menos por lo que a mi respecta, esté empezando ya a sentir una intensa añoranza por la dieta de chochos y pejines. 

Llegó la hora

Estimada Cristina: en primer lugar permite que te apee del tratamiento que merece tu cuna pero, para lo que debo decirte, me siento mucho más cómodo en el trato de tú a tú. Al fin y al cabo dice tu padre que todos somos iguales ante la Justicia y de eso precisamente trata de lo que quiero hablarte hoy. Sé que no dormirás bien esta noche porque eres consciente de que mañana vas a escribir una nueva página imborrable en la larga historia de tu familia y ya van unas cuantas. 

Supongo que debes sentirte a esta hora como ese estudiante que se tiene que enfrentar al examen de su vida y, aunque se lo haya preparado con mucho tiempo y esfuerzo, no puede evitar sentir mariposas bailando en el estómago y sufrir palpitaciones. Tú tranquila, si todo sale como está previsto, mañana te llevarán en coche a los juzgados y te protegerán de la turbamulta de cámaras y micrófonos de todo el mundo más de 200 policías. 

Una vez ante ese juez con pinta de probo funcionario público y al que por ahora no han podido doblegar presidentes de gobierno, ministros de justicia, fiscales generales, abogados del Estado e inspectores de Hacienda sólo tendrás que repetir de carrerilla lo que tus abogados te han enseñado.

Simplemente di que siempre has bebido los vientos por tu esposo y jamás podías haber imaginado que se dedicara a tiempo completo a lo que ese juez dice que se ha dedicado, sacarle los cuartos públicos a unos cuantos políticos encantados de conocerle y hacer tratos con él por ser precisamente tu esposo, comer en la misma mesa que tu padre y salir en las fotos con él. 

Muéstrate serena, piensa que solo se grabará tu voz pero no tu imagen en el frío banquillo de un juzgado y que no habrá chismes electrónicos apuntándote en ese momento crucial de tu vida. Mantente en tus trece y responde que no tenías ni la más repajolera idea de que el dinero con el que se pagaban minucias como los arreglos y amueblamiento del pisito de Pedralbes, las clases de salsa y merengue o tus fiestas de cumpleaños en realidad provenía de las deportivas actividades sin ánimo de lucro de tu esposo. 

No podrás negar que la mitad de la empresa a la que tu consorte desviaba el dinero que les sacaba a los políticos era tuya, pero siempre podrás alegar que a ti el papeleo y la contabilidad, aparte de no dominarlos, te aburren soberanamente y dejabas que él hiciera y deshiciera a su antojo. Ya lo dijo uno de tus abogados: “Cuando una persona está enamorada de otra, confía, ha confiado y seguirá confiando contra viento y marea en esa persona: Amor, matrimonio y desconfianza son absolutamente incompatibles". ¡Gran reflexión jurídica digna por lo menos de Cicerón, vive Dios! 

Es probable que si hubieses acudido voluntaria y discretamente a hablar con el juez para explicarle todo esto que ahora, un poco tarde, la verdad, te aconsejan tus abogados oficiales y oficiosos, quizá no habría sido necesario el mal trago de mañana. Pero de nada sirve llorar sobre la leche derramada y ahora no hay más remedio que afrontar la situación por desagradable que sea. 

Tu objetivo mañana debe ser el de dar la imagen de una princesa de cuento de hadas que vive en la torre de marfil de un castillo encantado y peina sus largos y dorados cabellos mientras espera que vuelva a casa el príncipe azul con el botín de la jornada.

Admito que no es una imagen muy acorde con tu alta responsabilidad en un importante banco en estos enloquecidos tiempos, en los que las princesas ni siquiera tienen sangre azul como tú y los únicos caballeros andantes que quedan visten de Armani y conducen coches caros en lugar de ir a caballo con casco y coraza. Mas dime: ¿qué otra opción te queda para intentar salvarte y salvar algo del prestigio de lo que representas y de lo que formas parte? Así que ánimo y no nos defraudes mañana.

RTVV: nocturnidad y alevosía

A media noche, como los ladrones y los fantasmas, se personó en los estudios de la radio televisión pública valenciana la comisión liquidadora y ordenó parar. Se limitaban a cumplir las instrucciones emanadas desde el poder político, el mismo que ha mangoneado a placer y conciencia un medio público de comunicación a mayor gloria de sus fregados económicos y sus chanchullos políticos; el mismo que, después de dar la orden de cerrar la radio y la tele, puso cobardemente tierra de por medio para esquivar las protestas de los trabajadores; el mismo que elude asumir cualquier responsabilidad política por una desastrosa gestión de dos décadas que ha colocado a la radio televisión pública de la comunidad autónoma con 1.200 millones de euros en deudas y, ahora, a cerca de 2.000 trabajadores en la calle.

Los trabajadores (presentadores, cámaras, redactores, técnicos, etc.) han resistido heroicamente durante horas, hasta el último momento, ese en el que la policía ha entrado en la sede de un medio de comunicación para asegurarse del fin de las emisiones. Y no, la escena no se ha producido en una lejana república bananera gobernada por algún dictador corrupto con guayabera y sombrero tejano. Ha ocurrido en la democrática España, en donde se respeta la libertad de expresión y el derecho a la información. Ese derecho ha recibido hoy un duro golpe como ocurre siempre que cierra un medio de comunicación que, en este caso, se da la circunstancia agravante de que era el único de carácter público de esa comunidad autónoma, el único llamado a defender y fomentar los intereses y la identidad de los valencianos.

Claro que ya sabemos que el concepto de lo público que tiene el partido político que gobierna en Valencia y en España no es mejor que el que tiene de la sanidad o de la educación. Sacan pecho los que hablan de “chiringuitos” para referirse a las radios y televisiones autonómicas en los territorios en los que no gobiernan los suyos. Sin embargo, callan con cobardía cuando son las radios y las televisiones gestionadas por ellos durante décadas las que presentan situaciones económicas insostenibles que, como ha ocurrido hoy en Valencia, se saldan por las bravas, con nocturnidad y alevosía.

El Gobierno valenciano pudo recurrir la sentencia que anulaba el ERE, pero no lo hizo; pudo también buscar una salida negociada y mucho menos traumática con los trabajadores, dispuestos a rebajarse los sueldos a cambio de salvar todos los puestos de trabajo posibles. Ni siquiera lo intentó porque la consigna era desde el minuto uno, cuando se puso en marcha el expediente de regulación de empleo, el cierre sin discusiones.

Seguramente estarán satisfechos pero se han cubierto de indignidad, por el modo en el que han gestionado un medio público y por las maneras con las que lo han liquidado. Aunque resulte paradójico dada su situación, los verdaderos triunfadores de esta lucha desigual son los profesionales de la radio televisión pública valenciana; ellos han resistido hasta el último momento a pie de cámara y micrófono y no serán precisamente los que pasen a la historia como los que apretaron el botón de fundido a negro. Ese dudoso honor les corresponderá para siempre a los políticos con nombre, apellidos y afiliación ideológica pública que se han ocultado en las sombras de la noche para acallar la voz de un medio de comunicación. 

Otro mal día para el periodismo

 Hoy es un mal día para el periodismo de este país, otro más y ya van unos cuantos. Siempre lo es cuando cierra un medio de comunicación, sea público o privado. Si como en el caso del Canal Nou valenciano es público, además de repercutir negativamente sobre la pluralidad informativa de la que debe hacer gala cualquier sociedad democrática que se precie, tiene efectos perniciosos sobre la cohesión social y el fomento de la identidad cultural de un territorio, sea este el que sea. En este caso es Valencia, cuya ley de creación de la radio televisión pública ponía precisamente el acento en el respaldo de unos valores que no cabe esperar defiendan las empresas privadas con el mismo alcance y dedicación que los medios públicos. 

Ahora todo eso ha saltado por los aires y el detonante ha sido un chapucero expediente de regulación de empleo que no es que la Justicia haya rechazado por defectos formales, sino que ha anulado directamente. Llama la atención tanta incompetencia y lleva a preguntarse si lo que buscaba el Gobierno valenciano no era precisamente una excusa como la del fallo judicial para echar el cierre definitivo alegando que no puede hacer frente a los costes derivados de la readmisión de los trabajadores afectados. Ni la posibilidad de recurrir el fallo parece haber barajado.

El presidente Fabra sacaba pecho esta mañana y presumía de que antes de cerrar un hospital cierra la radiotelevisión autonómica. Ni una palabra de autocrítica, ni un leve mea culpa sobre la desastrosa y despilfarradora gestión que ha hecho el PP de un medio de comunicación que durante dos décadas ha sobredimensionado y endeudado a placer y en su exclusivo beneficio político y que ahora abandona como un juguete ya inservible para sus fines. Se trata del mismo partido que predica austeridad y aboga por cerrar todas las televisiones autonómicas del país, “chiringuitos” como despectivamente las llaman algunos dirigentes populares que, antes de escupir al aire, deberían de tener cuidado de que no les caiga en la cara.

Ahora son los trabajadores los que pagan con sus empleos tanto desmán durante tanto tiempo y después de que sus alternativas para salvar el medio aunque fuera a costa de grandes sacrificios salariales fueran rechazadas unas tras otras. Viendo a los compañeros de Canal Nou tomando casi a la desesperada el control de la parrilla me han venido a la memoria los periodistas de la radiotelevisión pública griega, atrincherados en los estudios tras ser sacrificados también en aras de la austeridad suicida impuesta por el mismo rampante ultraliberalismo que hoy aplaude con las orejas el cierre de otro medio de comunicación y el despido de centenares de trabajadores.

No me cabe la menor duda de que la práctica totalidad de los periodistas de este país hacemos piña hoy con los compañeros de la radiotelevisión pública valenciana frente a quienes, después de hundirla en deudas a mayor gloria de sus ambiciones políticas, ahora pretenden encima hacerse pasar por sus heroicos sepultureros.

Rajoy en los papeles

El presidente del Gobierno no sólo ha aparecido en los incendiarios papeles de su ex tesorero Luis Bárcenas, el innombrable, como presunto perceptor de sobresueldos en negro. También aparece cada vez con más insistencia en los papeles de las grandes biblias del periodismo mundial, desde el New York Times al Financial Times pasando por el Wall Street Journal o The Economist. Y no precisamente para bien.

Hace tan sólo año y medio los populares se regodeaban con los ácidos comentarios, editoriales y artículos de opinión que esos mismos medios le dedicaban a Zapatero y a su gobierno. Veían las pullas y haber metido a España en el indeseable club de los PIGS (cerdos) junto a Portugal, Irlanda y Grecia como la demostración del desastre al que el gobierno socialista estaba conduciendo a España. Se lo recordaban día tras días pero especialmente cuando algún gurú de Londres o Nueva York se dejaba caer con la especie de que España había entrado en capilla para ser rescatada como lo habían sido ya los otros miembros del apestado club compuesto por los incompetentes países del sur.

Aquellos fueron días de zozobra, de visitas de la mismísima ministra Salgado a Londres o a Nueva York para explicarles a los responsables de esos medios que España era un país fiable y no iba a ser rescatada. Los populares, mientras, se burlaban de aquellos intentos desesperados del gobierno de Zapatero para detener lo que casi todo el mundo daba por seguro: el rescate del país. No ayudaban precisamente a que las aguas se calmasen y se recuperase la confianza internacional en el país, sino que hacían lo posible por deteriorarla cuanto más mejor. Aplaudían si los periódicos le atizaban a Zapatero y se alegraban de manera pública y notoria si la prima de riesgo y el interés de la deuda escalaban a niveles de alerta roja.

Todo era lícito con tal de desgastar a Zapatero al tiempo que le exigían elecciones anticipadas que terminaron consiguiendo. De esa actitud es suficientemente ilustrativa la confesión que le hizo el hoy ministro Montoro a la diputada de CC Ana Oramas cuando ésta le reprochó que el PP no apoyara los duros recortes que se vio obligado a realizar Zapatero por imposición de Bruselas para evitar el rescate: “Déjala que caiga – le dijo Montoro a Oramas refiriéndose a España – que ya la salvaremos nosotros”. Bien que la han salvado, a la vista está y no hay más que echar mano de las estadísticas del paro, de la pobreza, de la exclusión social, de la situación de la sanidad o la educación.

Es verdad que no ha habido rescate a la griega o a la portuguesa, pero a cambio de duros e injustos recortes y reformas que no solo no han servido para cumplir el déficit sino que han deprimido la economía por muchos años. Y no olvidemos los 100.000 millones de euros pedidos para rescatar a los bancos con sus correspondientes contraprestaciones que pagamos todos los ciudadanos.

Sin embargo, no es tanto la situación económica lo que más preocupa en estos momentos a la prensa internacional como los efectos de la corrupción sobre la estabilidad política y la recuperación. Se trata del chapapote que tiene al PP cercado y al presidente Rajoy convertido en silencioso rehén de un delincuente de cuello blanco lo que llama la atención en las grandes redacciones. El Financial Times no se paraba en barras hace unos días al titular que es imperativo” que Rajoy comparezca en el Congreso para dar explicaciones. El New York Times ha escrito que “Bárcenas ha puesto el escándalo a las puertas del presidente”, mientras la prensa italiana habla de “Tangentópolis” a la española y la británica cree que la corrupción está amenazando la recuperación económica de España. En esa línea, The Economist afirma que “el escándalo daña la reputación de España – pobre Margallo – y anima a los inversores a meterla en el mismo saco que Grecia o Italia como las naciones del trinque”.

Así que España vuelve a estar en los papeles de la prensa internacional como lo estuvo Zapatero al final de su mandato aunque en esta ocasión para algo mucho peor que ridiculizar a un presidente arrollado por la crisis que durante tanto tiempo negó. Ahora se trata de proyectar en todo el mundo la imagen de un país cuyo presidente ha ligado su futuro político al de un chorizo al que respaldó y en el que confió durante tanto tiempo y del que ahora no es capaz ni de decir su nombre.

TV griega: el nuevo trofeo de la troika

En su carrera suicida hacia el abismo, la troika comunitaria acaba de adjudicarse un nuevo trofeo y le ha dado un nuevo empujoncito a Grecia para que definitivamente se convierta en un país en ruinas, económicas y democráticas. El reciente cierre con alevosía y nocturnidad de la radiotelevisión pública griega es un ataque dictatorial sin paliativos contra uno de los pilares de cualquier sistema democrático, la libertad de expresión y el derecho a la información. La medida la ha tomado el partido conservador mayoritario que, en lugar de llamarse Nueva Democracia, debería rebautizarse como Vieja Dictadura.

La decisión unilateral y sin previo aviso se ha justificado en la supuesta opacidad y despilfarro del medio público, ignorando interesadamente que la camarilla política que lo dirige cobra tanto como todos los trabajadores juntos, lo cual - es cierto - no es exclusivo de Grecia y sus medios públicos de comunicación. Ha sido tan brutal y repentina la decisión que las otras dos fuerzas políticas que apoyan al Gobierno la han rechazada y pueden estar a punto de desencadenar una nueva crisis política y tal vez unas elecciones anticipadas.


No es un detalle menor que sólo los neonazis xenófobos de Amanecer Dorado la hayan aplaudido: cuanto más amordazados o silenciados estén los medios, mejor para sus planes criminales. Sea como sea, lo cierto es que más de 2.500 periodistas se han encontrado en la calle de la tarde a la noche, justo en el intervalo que va desde que se anuncia el cierre hasta que se ejecuta con apoyo policial incluido. Mientras, desde Bruselas un hipócrita comisario de Economía llamado Olli Rehn silbaba y miraba para otro lado como si el asunto no fuera con quien lleva años martirizando a los griegos con recortes salvajes y despidos masivos. A la troika le importa literalmente un pimiento que se cierre un medio de comunicación público, el primero desde la Segunda Guerra Mundial, que ha dejado a Grecia en la insólita situación de ser el único país de la Unión Europea sin radiotelevisión pública.

A pesar de las lágrimas de cocodrilo del FMI sobre los errores cometidos en Grecia, no es la libertad de expresión ni el pluralismo ni la cobertura a la que por mero cálculo económico no llegan los medios privados en un país de orografía tan difícil como Grecia lo que les preocupa. Es el bienestar de los mercados y la deuda contraída por Grecia con los bancos alemanes lo que les quita el sueño a los eurócratas comunitarios; si para pagarla hay que hacer tabla rasa del denostado sector público se hace sin miramientos ni contemplaciones, caiga quien caiga, y se manda a unos cuantos miles de trabajadores más al paro.

En los cálculos de un gobierno tan dócil ante la dictadura de la troika como el griego parece que ni siquiera se pensó en la posibilidad de negociar con los trabajadores de la radio televisión pública para buscar la manera de redimensionar la plantilla, cerrar centros innecesarios, rebajar los sueldos de la cúpula directiva o cualquier otra alternativa que hiciera lo menos traumático posible el hachazo y que al mismo tiempo garantizase la viabilidad económica del medio. Se optó por el golpe de mano a traición, traspasando una línea roja que nadie hasta ahora se había atrevido a cruzar y sentando un peligrosísimo precedente. Todo ello con la connivencia cómplice de las exquisitas autoridades comunitarias que no paran en cambio de afear a otros países sus déficits democráticos.

El Gobierno griego debe dar marcha atrás de manera inmediata, reanudar las emisiones de la radio y la televisión públicas y abrir un diálogo con los trabajadores para garantizar el futuro de la empresa y el derecho de los ciudadanos a contar con un medio informativo público y plural de referencia. Sólo así podrá enmendar en parte una medida insólita, autoritaria y más propia de una dictadura que del país en el que nació la democracia.

Gallardón y la ley del silencio


No pudo elegir mejor sitio el ministro Ruiz-Gallardón para anunciar lo que ya podría definirse como la ley del silencio para los periodistas. Fue nada menos que en la Asociación de la Prensa de Madrid en donde el ministro de Justicia vino a explicar cómo afectará a la prensa la modificación de la Ley de Enjuiciamiento criminal. Amparándose en argumentos como que hay que evitar los juicios paralelos, salvaguardar la presunción de inocencia, proteger la intimidad de los encausados o la seguridad nacional, Gallardón está a punto de perpetrar el mayor ataque conocido en democracia a un derecho constitucional básico: la libertad de información.



En esa línea, quiere el ministro que los jueces, bien de oficio o a instancias del fiscal, ordenen a un medio de comunicación cesar en la difusión de informaciones sobre un proceso judicial, ya se encuentre éste en fase de instrucción o incluso durante el juicio oral que, por principio, debe ser público. Los que no obedezcan se enfrentarán a importantes sanciones que incluyen las de carácter penal y hasta el secuestro del medio infractor, advierte circunspecto Gallardón.

Entre los argumentos empleados por el ministro para justificar esta ley del silencio con la que pretende amordazar el derecho a la información, mencionó Gallardón la influencia que determinadas informaciones judiciales pueden ejercer sobre un juez o a un jurado popular en el momento de dictar sentencia o pronunciar un veredicto. Insulta así el ministro a los jueces, a los que parece tomar por seres pusilánimes y fácilmente impresionables, incapaces por tanto de dirimir las responsabilidades derivadas de las pruebas analizadas en un proceso judicial y aplicar la ley en consecuencia.

Con todo, la alarma alcanza su máxima intensidad cuando, además y encima, se faculta al Ministerio Público a pedir a un juez que ordene a un medio de comunicación que deje de informar sobre un sumario o un juicio. Es por ahí por donde el ministro abre de par en par la puerta para que el Gobierno pueda, a través de la fiscalía cuyo Fiscal General nombra a dedo, silenciar informaciones judiciales que le puedan resultar perjudiciales o simplemente incómodas. Sólo hay que remontarse unas pocas semanas en el tiempo para recordar la insólita actuación de la fiscalía de Palma tras el auto del juez Castro que imputó a la infanta Cristina por el caso Nóos.

No creo que sea un prejuicio deducir que lo que busca Gallardón en última instancia es impedir que los medios de comunicación aireen asuntos tan poco edificantes como el mismo caso Nóos, la trama Gürtel, los papeles de Bárcenas, los ERES de Andalucía (bueno, este último tal vez sí)  o tantos otros asuntos turbios que hemos ido conociendo en los últimos tiempos. Probablemente, sin el trabajo de muchos periodistas y el apoyo de los medios para los que trabajan, los ciudadanos jamás habríamos tenido noción de hasta qué punto se ha ido extendiendo el chapapote de la corrupción en este país.

Por irritante que resulte, conviene recordar aquí que el papel de los medios en una sociedad avanzada es la de ofrecer información veraz a los ciudadanos sin reparar a quién afecte y ateniéndose a los códigos deontológicos de la profesión. Esos son los únicos límites que cabe imponer a los medios de comunicación en una sociedad avanzada; para quienes los traspasen – que de hecho y por desgracia se traspasan en ocasiones - ya cuenta con medios el ordenamiento jurídico español. Si lo que el ministro quiere es volver a los tiempos de la censura y obligar a los medios a publicar el BOE y los comunicados oficiales del Gobierno, debería decirlo con claridad.