Tiritas contra la corrupción

Una auditoría externa y un pacto anticorrupción es todo lo que está dispuesto a hacer el PP para esclarecer de dónde proceden los 22 millones de euros que su ex tesorero Luis Bárcenas había ocultado en Suiza y si pagó sobresueldos opacos a dirigentes y cargo públicos. Y como guinda anuncia una comparecencia a petición propia de Montoro en el Congreso para que diga que no, que Bárcenas no se benefició de su generosa amnistía fiscal para regularizar la mitad del dinero oculto en Suiza. Decepcionante, por no decir indignante.

Por definición, la auditoría sólo podrá hacerse sobre las cuentas legales del PP pero no sobre la caja B, salvo que en un ataque de transparencia los dirigentes populares se la entreguen a los auditores. Ahora bien: ¿tiene la dirección del PP el libro negro de Bárcenas o lo guarda éste bajo siete llaves para emplearlo como arma de destrucción masiva si no se le busca una salida a su complicada situación ante la Justicia? ¿Y tiene el PP la agenda en la que previsiblemente Bárcenas ha venido anotando cuidadosamente los pagos en negro a dirigentes y cargos públicos del partido, algunos de los cuales ya han empezado a cantar?

No es descabellado suponer que tanto el libro negro como la contabilidad de los pagos en negro estén siendo los instrumentos de un chantaje en toda regla de Bárcenas al propio partido y al Gobierno, lo cual es aún mucho más grave. Por tanto, querer hacer creer que una auditoría pro domo sua es equivalente a arrojar luz y taquígrafos sobre las oscuras cuentas del PP es cuanto menos tomar por tontos a todos los ciudadanos de este país.

La iniciativa busca además proteger a Rajoy y a los marianistas de los embates que le lanzan los que nunca le han perdonado haber perdido el congreso de Valencia. El grupo lo lidera Esperanza Aguirre, que en los últimos días ha simultaneado su nueva profesión de cazatalentos con la de cazacorruptos si de ese modo puede socavar la credibilidad del presidente de su partido y del Gobierno. Aprovechando las revelaciones judiciales sobre las cuentas de Bárcenas en Suiza, Aguirre se ha preguntado en voz alta para que el mensaje le llegara nítido a Rajoy, cómo es posible que nadie en la dirección del PP supiera lo que estaba ocurriendo con las finanzas populares. Guerra de banderías podríamos llamar a eso y ocurre cuando, como en este caso, el habilidoso responsable de las cuentas amenaza con exponer sus libros de contabilidad a la luz del sol.

Luego está lo del pacto anticorrupción ofrecido por Rajoy a través de su ventrílocua Cospedal. Llega el ofrecimiento cuando más aprieta en el zapato popular la china de su propia corrupción que ahora pretende diluir por la vía de traspasar al resto de las fuerzas políticas – que tampoco están para tirar cohetes en materia de corrupción – sus propias trapisondas. Sordo y ciego hasta ahora ante el clamor ciudadano contra la corrupción, el PP acaba de descubrir la pólvora y ve necesario un pacto político para combatir esta carcoma del sistema democrático. Desde luego hace falta, mejor dicho, era necesario hace mucho tiempo, pero todos los partidos han convertido ese compromiso no en un deseo sincero de luchar contra los corruptos, sino en el medio para debilitar al adversario.

De modo que una auditoría por encargo y un pacto sin contenidos concretos es todo lo que tiene el PP que ofrecer a los escandalizados ciudadanos de este país para intentar lavar su imagen de corrupción y proteger al líder de los ataques de sus rivales en el propio partido. Todo un gobierno legítimo y uno de los dos grandes partidos de este país pueden estar siendo objeto en estos momentos de una operación de chantaje por parte de un corrupto que quiere eludir la cárcel. Sin embargo, quienes tienen la obligación de aclararlo en el Parlamento ante todos los ciudadanos y en sede judicial ante los jueces se comportan más como cómplices que como perseguidores con todas las consecuencias de la corrupción y el chantaje.

La corrupción es cosa de todos

Nos rasgamos las vestiduras y con razón ante casos tan escandalosos como el que estos días rodea las cuentas en Suiza del extesorero del PP Luis Bárcenas y sus pagos en negro a dirigentes y cargos públicos de ese partido. Nos las hemos rasgado también y con la misma razón ante otros casos malolientes como el de Iñaki Urdangarín, Gürtel, ERES fraudulentos, Pallerols, Palma Arena, Salmón, Faicán, Campeón o Palau. Solo enumerarlos todos nos ocuparía un par de entradas en este blog.

No obstante y aunque el que en estos momentos concentra la atención mediática es el caso Bárcenas, el mismo no deja de ser un episodio más – si bien gravísimo – en la interminable lista de casos de corrupción política de este país. Que el que ahora tiene al PP enfangado hasta las orejas sea el último o al menos uno de los últimos capítulos de esta gangrena democrática que sufre España, depende de la respuesta de los propios partidos políticos pero sobre todo de la respuesta social

Un caso de la gravedad del que protagoniza Luis Bárcenas es inadmisible que se despache con frases como “no me consta”, “no me temblará la mano” o “el que la hace que la pague”. El presidente del Gobierno y del partido que gobierna no puede seguir callado un minuto más sobre lo que ha ocurrido y está ocurriendo en su propio partido. Rajoy tiene que explicar si está entre los que cobraron sobresueldos en negro y si ha sido chantajeado por el hombre en el que depositó toda su confianza para llevar las finanzas del partido. Él o su ministro de Hacienda deben explicar también con claridad y convicción que la lamentable amnistía fiscal del año pasado no fue el traje a medida que necesitaba Bárcenas para aflorar parte del dinero que había ocultado en Suiza. 



Con todo ser imprescindibles y urgentes esas aclaraciones, no son suficientes. Como presidente del Gobierno tiene la obligación democrática de explicar a todos los españoles qué piensa hacer para combatir la corrupción, qué leyes piensa aprobar o reformar, qué mecanismos piensa poner en marcha para que los corruptos, sean del partido que sean, paguen por sus desmanes en términos políticos y en términos penales. Sin medias tintas, sin ambigüedades ni frases retóricas, sin “y tú más”. Es la hora de que el Gobierno y todos los partidos políticos comprendan que su tibieza cuando no su condescendencia para con la corrupción está minando gravemente los cimientos del sistema democrático asentados sobre la confianza entre representantes y representados, cada día que pasa más deteriorada como ponen de manifiesto las encuestas y sondeos. 

En todos los partidos políticos, la inmensa mayoría de sus cargos públicos y orgánicos son personas honradas que cumplen sus tareas a carta cabal. Si no quieren verse envueltos en la mancha de la sospecha que se extiende ya sobre todas ellas, deben ser las primeras en establecer un cordón sanitario infranqueable para los que acuden a la política con la vista puesta en su enriquecimiento económico. Sólo para empezar hay que eliminar de las listas electorales a los imputados en casos de corrupción aunque luego resulten inocentes: es preferible un inocente alejado de la política que un corrupto aprovechándose de ella y de todos los ciudadanos. 

Estos, por su parte, tienen mucho más poder en sus manos que el que creen tener. En esas manos – en las manos de todos nosotros – está exigir a los partidos políticos auténtica tolerancia cero con la corrupción. Pero una tolerancia cero que debe empezar por nosotros mismos: ni un voto más para los corruptos, ni una vez más aquello de es un chorizo, pero es nuestro chorizo porque me dio un puesto de trabajo, me arregló una prestación a la que no tenía derecho, colocó a toda mi familia, etc. Podemos y debemos exigirles a los partidos políticos que combatan la corrupción en todas sus manifestaciones y ellos están obligados a escuchar y a actuar. 

Una sociedad civil atenta a la acción de sus representantes y vigilante en todo momento de que son merecedores de nuestra confianza es el mejor antídoto contra la corrupción. Generalizar y quejarse en bares y tertulias puede servir para desahogarse pero nada cambiará mientras los ciudadanos no seamos plenamente conscientes de nuestro poder para hacer que las cosas cambien o para que sigan empeorando.       

Bárcenas: uno de los nuestros

Luis Bárcenas podría encarnar a pedir de boca el papel de habilidoso contable en un clan de escasos escrúpulos legales y éticos de una película de serie B. El atuendo y el porte le confieren el aire de saber mucho más de lo que dice y de tener mucho más dinero del que aparenta. Es discreto pero adora las vacaciones en lejanos paraísos y el costoso deporte de alta montaña en Suiza. Sobre este país sigue pesando el injusto tópico de que su única aportación a la cultura universal ha sido el reloj de cuco, cuando es mucho más importante su impagable contribución a todos los grandes evasores fiscales que en el mundo han sido, son y serán.

Bárcenas iba con frecuencia a Suiza y  entre ascenso y ascenso al Mont Blanc visitaba algún banco cercano para poner sus ahorrillos a buen recaudo de Hacienda. Con paciencia y tesón acumuló 22 millones de euros fruto de sus desvelos por la solvencia de las cuentas del PP, con las que entró en contacto hace ahora unos 30 años de la mano de Manuel Fraga. Después vinieron el olvidado Hernández Mancha, el irrepetible Aznar y el silencioso Rajoy, que lo elevó a rango de tesorero mayor en 2008. Ya antes había probado suerte como senador y fue entonces cuando el saldo de su cuenta en Suiza experimentó un empuje hacia arriba igual al peso desalojado por su alta responsabilidad en el partido para el que trabajaba.

Con el estallido del caso Gürtel la suerte empezó a cambiar a la velocidad de un alud de nieve y Bárcenas obró con rapidez para desviar una parte de sus bien ganados ahorros a Nueva York confiando en que el juez no fuera capaz de seguirles la pista. Su imputación le costó el puesto de senador y tesorero del PP, aunque él bien que se resistió a dejar la ocupación que tantas satisfacciones personales le había dado. Al descubierto sus huchas de buen ahorrador en Suiza y Estados Unidos, su abogado ha venido a soltar una bomba en el seno del mismísimo Gobierno al afirmar que Bárcenas regularizó el año pasado 10 millones de euros gracias a la amnistía fiscal que Montoro tuvo a bien regalarles a los evasores fiscales de este país.

La pregunta es cómo puede alguien que está imputado regularizar tranquilamente su situación fiscal sin atenerse a las graves consecuencias para el común de los contribuyentes que obrasen como él. De hecho, Hacienda lo niega pero parece posible que la regularización se hiciera a través de una sociedad de la que Bárcenas es el titular o incluso a través de su esposa.

Como las desgracias no vienen solas, también hay indicios de que el montaraz Bárcenas untó muchas voluntades en la cúpula del PP por la vía de sobresueldos en negro a algunos de sus dirigentes y cargos públicos. Nada importante en realidad, sólo pequeños sobres con unos pocos miles de euros que llegaban a la caja B del partido a cambio de adjudicaciones públicas a constructoras, empresas de seguridad o donaciones. Todo muy normal y transparente.

Ahora que Bárcenas se encuentra en el centro del foco judicial y mediático, nadie en el PP parece saber quién es este hombre ni qué es lo que ha estado haciendo todo este tiempo con las cuentas del partido que se nutren de los impuestos que pagamos todos y, al parecer también, de las jugosas contraprestaciones económicas de empresas bien agradecidas.

Sólo un par de voces – Núñez Feijóo y Alfonso Alonso – se han elevado indignadas y han exigido que se llegue hasta el final. El resto se ha puesto de perfil, empezando por la secretaria general, María Dolores de Cospedal, látigo de las cuentas en Suiza siempre que sus titulares pertenezcan a la familia Pujol o Mas. Asegura que Bárcenas ya no tiene nada que ver con el PP y que sus 22 millones de euros en Suiza son un asunto particular. De dimitir ella misma, después de haberlo prometido si se descubría que alguien de su partido tenía dinero oculto en el país del reloj de cuco, ni hablar.

Rajoy guarda silencio fiel a su papel de Don Tancredo mientras el chapapote de la corrupción anega el corazón mismo de su partido. “Bárcenas no es uno de los nuestros”, dicen casi todos a coro en el PP, olvidando los favores y los desvelos del hombre que tanto ha hecho por las cuentas del partido amén de por las suyas propias. Es la conocida moraleja de las malas películas sobre la mafia: cuando el contable es pillado in fraganti todos aquellos a los que benefició dicen no saber quién es ese señor ni a qué dedicaba sus esfuerzos, aunque al mismo tiempo salen corriendo no vaya a ser que el alud también se los lleve por delante.