¡Ánimo y al toro, Mariano!

A una hora más propia de un encierro de San Fermín – las ocho de la mañana – que de una corrida con sol de justicia y puro, Mariano Rajoy se vestirá mañana de luces para lidiar el toro de la corrupción. Lo hará en el Senado, que en el Congreso andan de reformas veraniegas, pero tanto da: en la calle de Correos o en la plaza de las Ventas el morlaco al que se enfrentará es igual de peligroso y el riesgo de ser empitonado muy alto. Trae en sus afiladas astas papeles a cuadros con anotaciones a mano en las que dice que el PP lleva años financiándose ilegalmente y sus dirigentes cobrando sobresueldos en negro.

Pero Rajoy, que también aparece azul sobre blanco en esos peligrosos papeles, es un torero valiente que ha tenido la osadía de pedir motu propio la alternativa sin que nadie se la exigiese por activa, por pasiva y por transitiva, que menudo es él cuando tiene que afrontar un reto. Quiere demostrar así que no hay astado que pueda con él por la vía del chantaje al Estado de derecho con el que tanto le gusta confundirse. Sólo que, en lugar de capote rojo, el valeroso diestro se propone hipnotizar al toro y al respetable con un fleje de folios – a ordenador y en letra bien gorda – del que durante la corrida es probable que se le vayan cayendo una buena cantidad de cifras, porcentajes, proyectos de ley, reales decretos, decretos leyes, previsiones halagüeñas y, en definitiva, todo tipo de quincalla económica hasta que vea la oportunidad de entrar a matar.

Si la cosa se pone muy fea siempre le quedará la opción de esconderse en el burladero que le proporciona su cuadrilla popular, tan dispuesta como siempre a proteger la integridad política de su jefe, y esperar a que pase el peligro. Claro que tambien cabe la posibilidad de que haya que devolver el toro a los corrales por falta de valentía del torero para que lo lidie otro, pongamos un juez, por ejemplo. Sin embargo, no creo que sea eso lo que ocurra mañana habida cuenta la valentía demostrada en estos últimos meses por un matador como el que mañana concentrará todas las miradas del país y al que cada vez que se le ha preguntado por su bestia negra solo ha expresado un deseo incontenible de darle unos cuantos pases maestros y rematarlo en el momento justo.

No me cabe la más mínima duda de que mañana a eso del mediodía, cuando el tendido empiece a silbar y a pedir las orejas y el rabo del torero en lugar de las del toro, y después de haber conseguido alelar al cornúpeta con su florida exhibición de prestidigitación económica, Rajoy sacará su espada y se la hundirá hasta la empuñadura sin ni siquiera preguntar primero cómo se llamaba y, por tanto, sin haber pronunciado su nombre ni una sola vez.

Hay mucha expectación por contemplar con la respiración contenida el encierro político de mañana por la mañana. Puede que en la cárcel de Soto del Real cierto interno haya pedido que le lleven el desayuno a la celda para no perderse detalle. El diestro Rajoy está ante su prueba de fuego como lidiador de la corrupción en su finca popular y sólo tiene dos opciones: o acabar con el toro o terminar empitonado y, encima, salir a gorrazos de la plaza para esconderse otra vez en el burladero de La Moncloa o tras una tele de plasma y esperar que el bicho se vuelva sólo por dónde ha venido, aunque esto último puede tener por seguro que no ocurrirá. Así que ¡ánimo y al toro, Mariano!

Audiencia Nacional: abierta por corrupción

Debería de tener más tiento el juez Ruz y no anunciar que llama a declarar como testigos a Cospedal, Arenas y Álvarez Cascos sólo dos días antes de que Mariano Rajoy se aparezca en persona personalmente ante sus ansiosas señorías para explicarse sobre los papeles de Bárcenas. El PP va a terminar pensando que Ruz les quiere fastidiar la pascua florida que nos tienen preparada para el jueves al modo en el que los socialistas ponen a caer de un trolley a la jueza Alaya de los ERES fraudulentos. Y encima, en pleno mes de agosto, en el que en Madrid sólo permanecen los Rodríguez de toda la vida y los turistas despistados buscando una sombra con la misma urgencia que Rajoy un burladero para esconderse de un morlaco llamado Bárcenas.

Lo cierto es que Ruz quiere que Cospedal y sus dos antecesores en la secretaría general del PP le piquen menudito lo de las donaciones al PP y los sobres en negro a algunos dirigentes, empezando por ella misma, sin ir más lejos, y continuando por Rajoy. Se ve que el juez es persona metódica a la que no le gusta dar puntada sin hilo y quiere acudir a las fuentes directas para comprender bien el intríngulis de las cosas. La cita es para mediados de agosto, con lo que ya pueden irse despidiendo de parte de las vacaciones los interpelados que, además, tendrán que viajar a un Madrid en el que por esos días sólo habrá cámaras, micrófonos y periodistas pendientes exclusivamente de ellos, de sus gestos y de sus palabras.

Al menos hasta esa fecha tienen tiempo para echar mano de la Wikipedia y averiguar bien quién es ese Luis Bárcenas, un señor sobre el que quiere preguntarles el juez pero del que ninguno de ellos ha oído hablar en su vida ni ha cobrado indemnizaciones en diferido del PP ni ocultó sus modestos ahorrillos de una vida de duro trabajo a la fresca sombra de unos bancos suizos.

Puede que les ilumine para su declaración en la Audiencia Nacional la histórica pieza oratoria que se espera perpetre el jueves Rajoy en el Congreso. Lo que el presidente diga en su comparecencia “a petición propia” para contar su “versión” de ese “asunto que a usted le preocupa” será la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad revelada por el líder y a ella deben abrazarse con fe inamovible Cospedal, Arenas y Álvarez Cascos, aunque de éste último no me fiaría yo mucho puesto que ya se las tuvo tiesas con su ex partido allá por Asturias.

Sólo la verdad transparente que Rajoy dejará caer el jueves como un bálsamo sobre la incrédula y perversa oposición es la medicina para cerrar la boca de los que murmuran, convencer a los que dudan y henchir el corazón de gozo de los que ya creen ciegamente en él. Lo de menos es que esa verdad la revele Rajoy envuelta en el espeso follaje de esa enredadera de maravillosos porcentajes y cifras puntiagudas en la que se convertirá más pronto que tarde la “delicada flor de invernadero” que es la economía española, según la inspirada metáfora vegetal de ese poeta de las finanzas llamado Luis de Guindos.

En Rajoy deben pues esperar iluminación y orientación Cospedal y los demás y de este modo podrán aclararle al curioso juez que ese señor por el que pregunta no es más que el fruto de la calenturienta mente de la oposición y de gente que no quiere que el PP saque a España de la crisis.

Se busca chivo expiatorio

Que el maquinista del tren que descarriló a las puertas de Santiago de Compostela causando 79 víctimas mortales y unos 130 heridos haya declarado ante el juez que “se despistó” sobre el tramo por el que circulaba y frenó tarde, no significa automáticamente que sea el único responsable de la tragedia. Al menos no todavía y, de hecho, el juez ha ordenado su puesta en libertad sin fianza y bajo los cargos de 79 homicidios por imprudencia. La caja negra del tren se abrirá mañana y será entonces cuando se pueda arrojar algo más de luz sobre las causas últimas del trágico accidente.

Eso ocurrirá antes incluso de que la ministra de Fomento o los máximos responsables de RENFE y ADIF (Administración de Infraestructuras Ferroviarias) hayan comparecido en tiempo y forma ante la opinión pública para esbozar al menos una primera aproximación a las causas del accidente. Por el contrario, llama poderosamente la atención que el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, se apresurara el viernes a señalar con el dedo acusador al maquinista antes incluso de que declarara ante el juez. Como se empezó a sospechar a raíz de la publicación de las imágenes captadas por las cámaras de seguridad de la vía, el exceso de velocidad fue la causa última del descarrilamiento y la consecuente tragedia. Todo apunta a que el maquinista cometió un error fatal al no percatarse del tramo de vía por el que circulaba y hacerlo por encima del doble de la velocidad permitida, de manera que cuando quiso frenar ya era tarde.


Ahora bien, como el propio presidente de ADIF ha revelado en un medio de comunicación, el sistema ERMTS (Sistema Europeo de Gestión del Tráfico Ferroviario), diseñado específicamente para la Alta Velocidad, habría sido capaz de detener el convoy sin necesidad de la mano del hombre. Ocurre que el sistema está instalado pero los trenes Alvia como el del siniestro no lo utilizan en el tramo de Alta Velocidad entre Orense y Santiago. Usan en cambio el ASFA (Anuncio de Señales y Frenado Automático), pensado para vías convencionales y que sólo podría detener el tren si se superasen los 200 kilómetros por hora que en este caso parece que no se alcanzaron, aunque la caja negra seguramente desvelará ese extremo.

La pregunta es por qué los trenes como el del accidente no utilizan el sistema de seguridad más avanzado. De momento no hay respuesta de RENFE, a la que le corresponde implantarlo, pero es lícito pensar en un ahorro en costes de seguridad con las fatales consecuencias ya conocidas y lamentadas. Todo esto sin contar las dudas de los técnicos sobre el trazado de la curva en la que se produjo el descarrilamiento o el hecho de que la línea férrea en cuestión sea una suerte de híbrido un poco chapucero y apresurado entre Alta Velocidad y línea convencional que, sin embargo, se pretende hacer pasar como de Alta Velocidad en todo su recorrido.

Es inevitable pensar en los intereses políticos para presumir de inaugurar nuevas y modernas líneas al tiempo que se demora la implementación de los sistemas de seguridad más avanzados. Se acumulan las preguntas y escasean las respuestas que el Gobierno, RENFE y ADIF están obligados a dar cuanto antes por mucho que puedan dañar los contratos millonarios en algunos países para construir líneas de Alta Velocidad.

Pretender cargar toda la responsabilidad sobre los hombros del maquinista convirtiéndolo en chivo expiatorio sin aguardar a conocer las conclusiones de la comisión de investigación y sin ni siquiera haberse dignado a dar una explicación pública coherente sobre las medidas de seguridad,  es una intolerable falta de respeto a las víctimas, a sus familiares y a la verdad de los hechos.