España hace aguas

Admito que hoy ha sido fácil dar con el título de esta entrada en el blog, algo a veces más complicado de lo que parece. La catarata que esta mañana inundó el Congreso de los Diputados en la primera sesión del nuevo curso político es una espléndida metáfora de la situación general del país.

Ahí estaban muertos de la risa unos cuantos turistas presuntamente japoneses sacando fotos del chaparrón parlamentario. A su regreso se las enseñaran a los amigos para demostrarles lo serio que es el país que quería arrebatarle a Tokio y a Estambul los Juegos Olímpicos de 2020 con el imbatible argumento de lo relajante que es tomarse una cup of café y leche en la Plaza Mayor. 

Así, mientras el Congreso de los Diputados amenazaba con convertirse en una piscina olímpica, el presidente Rajoy ponía cara de palo y reiteraba que, sobre Bárcenas, no tiene nada más que decir y que nadie ha desmentido lo que ya dijo en aquel fiasco de pleno anterior al verano. Todo eso un día después de que conociéramos las nuevas andanzas de la misteriosa cabeza borradora que pulula por Génova 13, que poco a poco ha ido acabando con los discos duros de ordenador sospechosos de contener información comprometida para la cúpula popular y su cada vez menos presunta contabilidad b.

La eficiencia de este virus que acaba con todo lo que contenga la palabra Bárcenas afecta ya hasta a las agendas de las secretarias de los tesoreros populares que, ni cortas ni perezosas, no dudaron en destruirlas para que nunca se llegue a saber quiénes visitaban la sede popular a depositar la mordida que les permitía luego hacerse con jugosos contratos públicos en las administraciones gobernadas por el PP.

Nada de esto inmuta a Rajoy y a los suyos: ellos se limitan a ver llover y esperan pacientes a que escampe aunque el diluvio amenace ya con anegar el país entero de lodo.

Obama se lo piensa

Y hace bien en contar hasta tres antes de atacar a Siria. No redundaría en beneficio de su maltrecho prestigio nacional e internacional convertirse en el primer Premio Nobel de la Paz que ordena iniciar una guerra. Obama tiene dudas sobre lo que hacer en Siria y son comprensibles, todos las tenemos.

Duda del alcance y efectividad de un eventual ataque; duda de los rebeldes, amalgama de grupúsculos de todo tipo y condición con presencia contrastada de miembros de Al Qaeda; duda de sus esquivos aliados europeos y estos dudan de él, aunque algunos como Rajoy no duden en apuntarse a un bombardeo sin ni siquiera dar cuenta al parlamento de su país; duda del Congreso norteamericano y duda de sus compatriotas, no muy proclives a ver a Estados Unidos embarcado en otra aventura militar en el avispero de Oriente Medio. Bastante escaldados están ya con lo ocurrido en Irak y Afganistán como para meterse de coz y de hoz en otro conflicto en el que, como ocurre en todos los conflictos de este tipo, se sabe cuándo se entra pero no cuándo se sale.

Todo el mundo duda sobre si lo que más conviene en estos momentos es lanzar unos cuantos misiles sobre Damasco a modo de lección al régimen para que no se le vuelva a ocurrir gasear a su propio pueblo, aunque a la postre sea precisamente ese pueblo al que se dice proteger con la intervención militar el que termine pagando las consecuencias del ataque.

Nadie sabe muy bien qué hacer con El Asad y, por eso, Obama ha terminado aceptando la posibilidad de que Siria entregue su arsenal químico, una idea cazada al vuelo por Rusia y aceptada por Damasco después de haberla lanzado como sin querer el Secretario de Estado John Kerry. O tal vez fue queriendo con el fin de darle una oportunidad a Obama de que se lo piense un poco más.

Hasta ha aceptado el presidente esperar a que los inspectores de la ONU concluyan el informe sobre las muestras recogidas sobre el terreno aunque no aclararán quién empleó las armas químicas. Eso ya se encargaron de establecerlo los servicios secretos estadounidenses, británicos y franceses y concluyeron sin duda que fue El Asad.

Pero las dudas persisten: ¿cómo comprobar en un país que arde por los cuatro costados que el régimen entrega todo su arsenal químico, uno de los más grandes del mundo según diversas fuentes? ¿cómo transportarlo y destruirlo en condiciones de seguridad si hasta los inspectores de la ONU fueron impunemente tiroteados por francotiradores de no sabe bien qué bando? ¿cómo descartar la hipótesis de que aceptando esa opción El Asad no busca evitar el ataque y ganar tiempo para seguir masacrando a placer a su población?

Montañas de dudas para montañas de preguntas. Por eso Obama se piensa lo que hace una semana parecía tener meridianamente claro: había que darle una lección a El Asad. Y mientras duda y se lo piensa, obtiene un insólito protagonismo en el ámbito internacional el papa Francisco que apuesta por una salida negociada que no cause más dolor al pueblo sirio, una salida que todo un Premio Nobel de la Paz está obligado a explorar.

Cierro paréntesis

Toca volver a la normal anormalidad en la que se desarrolla la vida en estos tiempos de incertidumbre y retomar el pulso de las cosas que nos pasan, intentando averiguar por qué nos pasan y cuáles son sus consecuencias. Creo que la recomendación es extrapolable a los promotores patrios de la candidatura olímpica madrileña, que acaban de regresar de Buenos Aires con el rabo entre piernas. Sinceramente, ni me enfría ni me calienta que los aros olímpicos se los haya quedado Tokio. Por tanto, no caeré en la tentación patriotera de atribuirlo todo a una conjura judeomasónica para arrebatarle a la Villa y Corte lo que esos mismos promotores daban por hecho antes de haber cazado la piel de los miembros del COI.

Del mismo modo me produce una enorme pereza intentar analizar las razones ocultas de la decisión de los olímpicos votantes, cuánto pesó la pasividad española ante el dopaje, los recelos que genera la situación económica del país o el escaso don de lenguas del presidente del Gobierno y la alcaldesa madrileña. Esa tarea se la cedo encantado a los analistas de guardia que desde el sábado por la noche intentan buscar explicaciones alambicadas a lo que se explica de manera muy sencilla: España no pinta apenas nada en el concierto internacional y el COI, además de los grandes intereses creados que alberga en su seno, no se fía de un país de segunda fila para organizar un encuentro deportivo en el que se mueven muchos miles de millones de dólares.

En cualquier caso, me da igual: a decir verdad, casi me siento aliviado con solo pensar que la derrota madrileña nos evitará meses de propaganda gubernamental sobre el prestigio de la maltrecha “marca España”, hoy más maltrecha que nunca, la salida ipso facto de la crisis gracias a los Juegos y el respeto que merece el país por esos mundos de Dios. 

Sólo por no escuchar a Rajoy y a los suyos usando las Olimpiadas para desviar la atención sobre el “caso Bárcenas”, el paro o el acoso y derribo del estado del bienestar al que se han entregado con pasión desmedida en estos últimos meses, me alegro de que las Olimpiadas se hayan ido a Tokio, aunque lo mismo me daría que se las hubiese quedado Estambul.

Me duele, eso sí, por los deportistas españoles, los únicos que representan con dignidad la “marca España” por el mundo; aunque no más que lo que me duelen los parados que no encuentran trabajo, los trabajadores que temen perder el suyo si no se someten a las condiciones leoninas que se les imponen, los pensionistas que verán su pensión aún más recortada, los hogares que lo han perdido todo o los estudiantes que no podrán acceder a la universidad salvo que sus familias tengan el riñón bien forrado.

Ellos sí tienen que hacer verdaderos esfuerzos olímpicos diarios para continuar adelante a pesar de todas las trabas que se les ponen en el camino y es muy improbable que unas olimpiadas dentro de siete años hubiesen servido para que mejorara en algo su situación a corto y medio plazo. Así que “a relaxing cup of café y leche”, que las Olimpiadas pueden esperar.