Paro: basta de cuentos

Hasta un experto en la cría de caracoles no tardaría en caer en la cuenta de que las cifras macroeconómicas canarias no encajan. En un año en el que visitaron las islas 15 millones de turistas y la economía creció casi el 4%, no es de recibo que el paro sólo se redujera en apenas 23.000 personas según la última Encuesta de Población Activa. Durante la crisis, gobierno y empresarios nos vendieron la especie de que no se crearía empleo en cantidad hasta que el crecimiento del Producto Interior Bruto no fuera superior al 2%. Ahora que el aumento del PIB casi duplica esa cifra, me pregunto si era a esa cantidad a la que se referían. Y si hablamos de calidad, lo que encontramos es temporalidad y precariedad y si no le gusta lo que le ofrecemos, apártese y deje sitio que hay una larga fila de 231.000 personas esperando en la cola del paro. Más de la mitad de ellas ni siquiera recibe ya prestación alguna por su condición de parados y trampean como pueden en la boyante economía sumergida.

Si uno se toma la molestia de preguntar a gobierno y a empresarios sólo escuchará excusas para justificar que crecimiento económico y empleo no vayan de la mano, como sería de esperar. El Gobierno acude raudo a la vieja explicación de lo poco diversificada que está nuestra economía, un mantra que tengo la sensación de llevar escuchando desde que estaba en el vientre de mi madre. Décadas después seguimos tirando con el monocultivo turístico y rezando para que Turquía, Túnez o Egipto no levanten cabeza y así poder seguir usufructuando sus turistas por tiempo indefinido. Pensar que con los 1.600 millones de euros del tormentoso Fondo de Desarrollo de Canarias se va a cambiar el modelo económico de las islas es muy poco realista. En cuanto a orientar nuestra economía hacia la investigación y las nuevas tecnologías no hay un solo elemento que apunte en esa dirección más allá de buenas intenciones pero escasos presupuestos.

Si la pregunta se dirige a los empresarios, sus excusas para explicar que crecimiento y empleo no concuerden es también la clásica y manida de siempre: demasiadas normas y demasiada burocracia. La reforma laboral no les parece suficiente y piden más sangre y la legislación siempre les resulta excesiva y engorrosa si no les permite hacer de su capa un sayo. Desregulación, impuestos bajos y subvenciones públicas constituyen los ejes estratégicos de buena parte de una clase empresarial cuyo esfuerzo en favor del bienestar general es manifiestamente mejorable.

Si la pregunta de por qué el sector turístico no crea más empleo se dirige a los hoteleros, su explicación es también de manual: ya crea todo el que puede y no cabe que se les pida un mayor esfuerzo. Cuando se les recuerda que los precios hoteleros han ido al alza en el último año, dicen que se están resarciendo de los años de vacas flacas de la crisis, obviando que Canarias lleva cuatro años consecutivos batiendo todos los registros en la llegada de turistas sin que eso quiera decir que los anteriores fueran calamitosos.  

Queda una última explicación para la falta de concordancia entre crecimiento económico y paro y es la que aportan los sindicatos y no pocos economistas. A todas luces es la más probable y consiste, en lo esencial, en que la mayor parte de esa riqueza creciente que produce la actividad económica en las islas se la está quedando una minoría a la que, aún así, le parece un gran logro que en Canarias “sólo” tengamos el 25% de paro. De manera que si algún día, puede que en un remotísimo futuro, nos situamos por debajo del 10%  habrá que erigirles monumentos y rotular calles con sus nombres y al gobierno  declararlo vitalicio.  

Niños sin infancia

Escribo hoy en primera persona: no sé cómo hubiera reaccionado si mis padres se hubieran aprovechado de mi infancia para exhibirme como atracción de feria en competiciones con los de mi edad. De lo que sí estoy convencido es de que eso no hubiera añadido un minuto de felicidad a mi infancia, la etapa más feliz de la existencia humana y que más atención y cuidados merece. En cambio, se deslomaron y sacrificaron económicamente para que me procurara una vida menos dura que la que tuvieron ellos y me enseñaron, por encima de todo, una lección que no se compra ni se paga con todo el dinero del mundo: dignidad y autoestima.

Sospecho que a los oídos de muchos padres actuales esos valores suenan como si procedieran de una lejana galaxia ya desaparecida. No puedo evitar sentir una aversión instintiva por quienes, para satisfacer la vanidad que les proporciona un efímero minuto de fama televisiva, someten a sus hijos a concursos absurdos en los que los pequeños se ven obligados a actuar como máquinas de competición. Cocinan platos imposibles a las órdenes de cocineros que actuan como sargentos o hacen gorgoritos que valoran personajes sin arte ni oficio que se presentan como el sumun del conocimiento musical. Todo a mayor gloria de canales de televisión y anunciantes a los que los padres les entregan a sus hijos para que hagan con ellos caja y repartan beneficios.


No niego que los niños también se lo puedan pasar bien en esos espectáculos televisivos en los que, en todo caso, la decisión de participar no suele ser de ellos sino de unos padres más preocupados de su propia autoestima que de la de sus hijos, por mucho que se escuden en los deseos de ellos para justificar los suyos. Con ese fin, los someten a una presión ambiental para la que no tienen aguante y los exponen a consecuencias psicológicas indeseables si pierden e incluso si ganan en esos penosos concursos.

La mala costumbre de convertir a los niños en una suerte de mascotas de las que presumir ante los demás se ha extendido también a los carnavales canarios que, en su degeneración interminable, se han poblado de concursos de todo tipo entre los que no podían faltar las ineludibles reinas infantiles. A propósito de ese tipo de certámenes, una familia de Lanzarote no ha tenido empacho alguno en que un autodenominado diseñador disfrazara a su hija como bailarina de un cabaré nocturno. La denuncia de una asociación de mujeres atizó la polémica en las redes y tanto el diseñador como los padres han  decidido retirar el cartel con la inapropiada imagen de la pequeña.

No obstante, el revuelo provocado por este asunto tiene un punto de hipocresía social que no se puede olvidar:¿cuántas de las personas que han criticado a los padres de la menor de Lanzarote se repatingan todas las semanas ante la tele para ver esos lamentables concursos de niños cocineros o cantantes con padres llorando y babeando de emoción? Tenemos la inmensa fortuna de disponer de medios materiales y humanos más que suficientes para garantizar a los niños la infancia feliz y las oportunidades de las que muy pocos pudieron disfrutar en mi generación si no era gracias el esfuerzo titánico de padres como los míos.  Sin embargo, tenía algo esa generación que por desgracia parece haberse perdido en el barullo de la modernidad mal entendida: valores sólidos a los que atenerse y respetar y a los que cada vez se hace más urgente volver.   

Entre britos y pitas

El pacto que gobierna actualmente en el cabildo de Gran Canaria nació con fórceps y puede acabar autoestrangulado por una de sus tres partes contratantes, la que representa Podemos. Con sólo cuatro consejeros, en estos momentos hay al menos tres posiciones distintas sobre lo que debe pasar a raíz de que uno de ellos, el vicepresidente segundo Juan Manuel Brito, fuera expulsado del partido. Así, tenemos la fracción partidaria de que se le envíe a las tinieblas de los no adscritos, a la que lo apoya y al propio Brito que no ve inconveniente en seguir siendo miembro del gobierno insular. Todo un récord de posiciones para una fuerza política que prometió a los ciudadanos que no actuaría como los partidos de la casta y que sólo se pelearía por el interés general y no por los sillones.

El pacto nació forzado porque la dirección de Podemos nunca aceptó de buen grado que Brito ganara las primarias como candidato al cabildo. A partir de ahí se le ha sometido a un marcaje inmisericorde en el que no han faltado denuncias judiciales por hechos muy graves que han terminado archivadas, acusaciones de nepotismo y, lo penúltimo, que amañó las primarias para hacerse con la candidatura. A la vista de que ninguno de esos intentos ha conseguido que renunciara al acta, el argumento para expulsarlo de Podemos ha venido a ser que Brito se ha convertido en una suerte de verso libre que desoye las directrices políticas del partido por el que se presentó a las elecciones.


Brito y su entorno, sin embargo, tampoco han permanecido pasivos ante las andanadas que han recibido periódicamente durante estos casi dos años de mandato. Amén de contraatacar con otra acusación de amaño electoral en primarias a la secretaria general Mery Pita, ha propiciado el desembarco en Gran Canaria de una formación como Sí Se Puede, de la que Podemos recela como del fuego a pesar de que compartieron cartel electoral en varias instituciones de Tenerife. Una vez fuera de Podemos, la dirección le pide a Brito que entregue el acta y, en su defecto, al presidente Antonio Morales que lo destituya de sus responsabilidades y lo envíe al grupo de los no adscritos.

A Morales, al que el pacto con Podemos no le ha acarreado más que disgustos y sinsabores, le ha caído en las manos una de esas papas calientes de las que los políticos buscan librarse a toda costa. Para ello le ha pasado la responsabilidad a unos servicios jurídicos que, si aplican la ley correctamente, sólo pueden darle la razón a Podemos y dictaminar que Brito tiene que convertirse en no adscrito. No me cabe duda de que Morales lo sabe y lo que no entiendo es por qué – por mucho que le pese – se sigue escudando detrás de los abogados y no adopta ya una decisión que más pronto o más tarde será ineludible. A partir de ahí, será su responsabilidad política que Brito conserve sus actuales tareas de gobierno sin retribución de ningún tipo, tal y como establece la norma para los cargos publicos expulsados del partido por el que concurrieron a las elecciones.

Si se toman la molestia de recapitular lo dicho hasta hora, notarán que ni por un momento las razones para este rebumbio político están relacionadas con la gestión de los intereses generales por parte de Brito. Ni siquiera la dirección de Podemos la ha cuestionado y mucho menos Nueva Canarias y el PSOE, las otras dos partes contratantes. Sólo la oposición, pero es de suyo y casi no cuenta. De manera que lo que se ventila aquí no es una discrepancia sobre la gestión de Brito sino un enfrentamiento personal y político en el que, a punto de llegar al ecuador del mandato, el interés general de los grancanarios sigue relegado a un muy segundo plano.