La talidomida en el banquillo

No imagino qué diría hoy el desconocido autor de la frase “Justicia lenta no es Justicia” ante el caso de la talidomida. Un total de 57 años han tenido que esperar las víctimas españolas para poder sentar en el banquillo de los acusados a los responsables de lo ocurrido con este fármaco a finales de la década de los 50. Fabricada por una farmacéutica alemana e indicada como tranquilizante pero recetada también para paliar los mareos durante el embarazo, la talidomida produjo miles de deformaciones en fetos en España y en otros países de todo el mundo.

Sólo en nuestro país, la asociación de afectados calcula que al menos unas 3.000 personas sufrieron malformaciones. Las que aún viven han luchado sin descanso para que se juzgue a los responsables de uno de los casos farmacéuticos más escandalosos en muchas décadas. En él se mezcla la negligencia de las autoridades sanitarias españolas de la época con la avaricia de un laboratorio alemán, que no tuvo reparos en ocultar a los médicos los terribles efectos secundarios de un fármaco en cuyo prospecto lo único que se advertía era que podía provocar un leve estreñimiento.


Cuando en 1961 y después de la denuncia de algunos médicos el gobierno decidió retirar de la circulación y prohibir el peligroso medicamento, al igual que hicieron otros países de todo el mundo, el daño ya estaba hecho pero nadie pagó entonces por él. No ocurrió lo mismo en Alemania, en donde fue la propia farmacéutica la que aceptó ofrecer una pensión vitalicia a los afectados que estos cobran desde hace más de 40 años.

Pero España era y es diferente y, de hecho – según denuncian los afectados –, la talidomida siguió dispensándose en España al menos hasta 1965 a pesar de su prohibición mundial. Mientras, la empresa alemana ha ofrecido unos ofensivos 120.000 euros para todos los afectados de nuestro país, eso sí, después de pedir muchas disculpas por lo ocurrido y decir que lo lamenta en el alma. No fue hasta 2010, y no sin miles de dificultades y pegas de todo tipo, cuando el Gobierno español se avino a reconocer a unas 200 víctimas de la talidomida, aquellas para las que se había establecido una relación causa – efecto entre el consumo del fármaco y sus malformaciones.

La empresa se ha sentado esta mañana en el banquillo de los acusados de un juzgado madrileño gracias a los esfuerzos de las víctimas y su decidido empeño de reclamar justicia aunque sea más de medio siglo después de ocurridos los hechos. Le exigen más de 200 millones de euros en indemnización por los daños psicológicos, físicos y morales que llevan tantos años padeciendo y que les acompañarán lo que les resta de vida.

A expensas de lo que sentencie la jueza, el caso de la talidomida nos recuerda una vez más lo que vale nuestra salud para las grandes corporaciones farmacéuticas y la desidia cómplice de las autoridades a las que se les supone atentas y vigilantes para que los pacientes no se conviertan en cobayas al servicio de grandes intereses privados. Conviene no olvidarlo ahora que para el Gobierno la mejor manera de garantizar la calidad de la sanidad pública es regalársela al sector privado.

Se lo merecía Malala

El comité que anualmente se reúne en Oslo para decidir el Premio Nobel de la Paz ha vuelto a decepcionar a medio mundo. La posibilidad de que la joven pakistaní Malala fuera la elegida había hecho abrigar a muchos la esperanza de que el devaluado galardón recuperara el brillo perdido tras los sonoros tropiezos con Obama o la Unión Europea, por no remontarnos a Kofi Annan o al siniestro Henry Kissinger. Sin embargo, Malala se queda por ahora sin un merecido reconocimiento mundial al coraje con el que ha afrontado la brutalidad de los talibanes que le dispararon en la cara por ir a la escuela y escribir en un blog.


El honor se lo lleva este año la OPAQ, la Organización para la Prohibición de Armas Químicas, que ni siquiera aparecía entre los favoritos. A nadie le puede pasar desapercibida la relación entre esta decisión y el conflicto sirio. El propio comité noruego ha reconocido en la justificación del premio la necesidad de acabar con los arsenales químicos y ha recordado la masacre que con ese tipo de armas se produjo recientemente en Siria. No se trata de que la OPAQ no merezca el Nobel, sino del sesgo político casi a la carta con el que vuelve a actuar el comité.
 
Es cierto que la organización ganadora lleva veinte años luchando contra las armas químicas en todo el mundo. Sin embargo, que se le conceda el Nobel de la Paz justo cuando otro Nobel de la Paz como Obama aún mantiene en suspenso una intervención militar en Siria por el uso de armas químicas resulta un tanto desconcertante. Nada se habría perdido con aguardar a que concluyera la destrucción del arsenal químico sirio para concederle el premio.

Al ignorar a Malala, el comité del Nobel de la Paz desoye también las esperanzas que la posible concesión del premio a la joven pakistaní había suscitado en medio mundo, admirado de su fuerza, de su tesón y de su valentía. Este mundo nuestro está más necesitado que nunca de ejemplos vivos como el de Malala, que con sólo 16 años se ha convertido en un fenómeno de masas pero, sobre todo, en la voz de tantas y tantas mujeres de todo el mundo sojuzgadas, agredidas, recluidas y asesinadas sólo por el hecho de ser mujeres.

Se puede argumentar que es muy joven aún y que la concesión del Nobel le habría supuesto una carga personal demasiado pesada para su corta edad y un riesgo para su propia seguridad. Puede ser y hasta puede ser que el valor de esta joven, que ya se ha hecho merecedora del Premio Sajarov, se vea recompensada con el Nobel de la Paz un año de estos.

Eso debería de ocurrir más pronto que tarde, siempre que los señores del comité noruego consigan por fin volver a conectar sin interferencias políticas con el sentir y el padecer de millones de personas en el mundo. A la espera, pongamos en letras de oro esta frase de Malala: Tomemos nuestros libros y nuestros bolígrafos, pues son las armas más poderosas. Un niño, un profesor, un libro y un bolígrafo pueden cambiar el mundo. La educación es la solución".

Una ley con fecha de caducidad

No es una buena noticia para la educación de este país que la reforma educativa cuente ya con la amenaza de su derogación en cuanto cambie la mayoría parlamentaria actual. El Gobierno y el ministro Wert no han dado su brazo a torcer y han desoído el clamor de la oposición y de toda la comunidad educativa. Sordos pero presumiendo de una falsa voluntad de diálogo, hoy han sacado adelante una reforma educativa, la séptima de la democracia, que por primera vez en la Historia no ha contado con apoyo alguno de la oposición. Ahora queda el trámite del Senado que no es más que eso, un trámite rutinario y sin contenido, en el que no cabe esperar ningún cambio para mejor por mucho que el ministro Wert haya vuelto a “tender la mano a la oposición”.

La reforma hace retroceder el sistema educativo a los tiempos felizmente olvidados de las reválidas, las notas de religión, los niños con los niños y las niñas con las niñas, los centros concertados financiados con fondos públicos, la FP para los que no tienen cabeza para la universidad, las becas convertidas en premios a la excelencia académica en lugar de igualadoras de oportunidades, las tasas de matrícula subiendo y las aulas masificadas. Todo ello envuelto en un lenguaje falaz en el que se alude a estudios supuestamente científicos sobre las bondades de la reforma o a países que han experimentado espectaculares resultados poco después de aplicar reformas como la suya, lo que suena igual de creíble que las promesas electorales de Rajoy sobre la rapidez con la que sacaría a España de la crisis.

Un lenguaje que se escuda en el “algo hay que hacer” para mejorar los resultados de la enseñanza, como si la comunidad educativa y todas las fuerzas políticas fueran completamente insensibles ante unos resultados que, efectivamente, son manifiestamente mejorables. La cuestión no es que haya que hacer algo – que en eso estamos todos de acuerdo - sino qué es lo que debería de hacerse. Tratándose de un asunto tan estratégico y trascendental como la necesidad de contar con un sistema educativo de amplio respaldo social y político y con vocación de perdurabilidad, lo que debería de hacerse no puede ser en ningún caso aprobar una reforma de este calado amparándose únicamente en una mayoría parlamentaria coyuntural.

El PP, que en la pasada legislatura frustró todos los intentos del ex ministro Gabilondo para alcanzar un gran pacto nacional por la educación, ha puesto de manifiesto que su único interés era y es imponer su modelo de enseñanza y eso es lo que ha hecho. Para ello y para justificar su retrógrada reforma no ha dudado en culpar a la LOGSE, aprobada en la etapa socialista, de ser la responsable de los malos datos sobre las competencias educativas de los adultos españoles.

Acusa el PP a la oposición de usar la educación como arma política pero es el primero que lo hace: irrita a los catalanes con sus alusiones al catalán, a los padres y madres descafeinando los consejos escolares, a los profesores recortando plantillas, a los que defienden una enseñanza laica imponiendo la nota computable en religión o a los estudiantes estableciendo barreras económicas para acceder a la educación.

Que diga misa la oposición y la comunidad educativa, hacer como que se oyen sus voces y protestas y continuar con el mazo dando. Esa ha sido su estrategia y éste es el resultado: una ley educativa con fecha de caducidad y un pésimo servicio al futuro de este país.

Montoro es un tesoro

No hay dos como él y si no hubiera ninguno habría que inventarlo a toda prisa. Nadie como el ministro de Hacienda para alegrarnos un día más de esta larga crisis y surtir de titulares a los medios y de mensajes a las redes sociales; otros lo intentan con muy buenos resultados pero ningún otro ministro de Rajoy tiene su tonillo didáctico – acusica y su capacidad para retorcer el lenguaje y ocultar lo que cualquiera en este país sabe y sufre en carne propia sin necesidad de acudir a las áridas estadísticas: que los sueldos en España no paran de bajar gracias, sobre todo, a la reforma laboral.

Pero no es Montoro un ministro capaz de rendirse ante las evidencias, por muy estadísticas que sean. Él prefiere tomarnos a todos por tontos y decir ufano en el Congreso que no es verdad que los salarios en España siguen bajando y el consumo congelándose. Él lo que ve es un “crecimiento moderado de los salarios” y hasta está dispuesto a explicárnoslo en una pizarra electrónica. A quien debería de explicárselo en primer lugar es a su jefe, el presidente Rajoy, que hace nada dijo sin empacho en Japón que España es un buen destino para las inversiones niponas porque los salarios “están bajando”.

 
Y después, que Rajoy se lo explique a los españoles que han perdido el empleo, a los que se han quedado sin prestación de ningún tipo, a los funcionarios públicos, a los pensionistas o a los que, aún empleados, se han visto entre la espada y la pared de aceptar una rebaja del sueldo o irse directamente a la calle. 

A ver si consigue convencernos de que los datos del Instituto Nacional de Estadística mienten cuando aseguran que los salarios en este país están en caída libre desde hace casi un año mientras los empresarios siguen pidiendo más “moderación salarial” para ganar competitividad.


Y aunque fuera como dice Montoro – que no lo es – ese moderado crecimiento, que en todo caso sólo afecta a los trabajadores sujetos a convenio colectivo, está muy por debajo del aumento del coste de la vida. Eso en la práctica y a efectos de euros en el bolsillo es recorte de salarios. Que nos expliquen Rajoy o Montoro o de Guindos de dónde sino de los recortes salariales ha ganado enteros la competitividad del país, eso sí, a costa del empobrecimiento y la depauperación de las clases medias y trabajadoras.

Que nos digan de paso la razón por la que los miembros del actual Gobierno aún no se han bajado el sueldo una sola vez desde que llegaron a La Moncloa y, ya puestos, que nos digan si las retribuciones en diferido a Luis Bárcenas también fueron un moderado incremento de su salario. Que nos diga Montoro con su lógica aplastante si el aumento del número de ricos en un 13% obedece a un moderado incremento de sus sueldos o tal vez a una redistribución mucho más equitativa de la riqueza, de manera que en cuanto lleguemos al final del túnel de la crisis que el Gobierno ve tan cercano el porcentaje se eleve al 100%.

A ver si, tan obediente como es ante las exigencias de los mercados, hace caso al FMI que hoy mismo ha instado a España a acometer una reforma fiscal para que paguen más los que más tienen en lugar de regalarles amnistías fiscales. Queremos escuchar todo esto y queremos escuchárselo a él a ser posible, porque Montoro es un tesoro del que este país no puede prescindir.

Alicia en el país del soberanismo

No ha cosechado demasiados éxitos la propuesta de la presidenta del PP catalán abogando por una financiación diferenciada para su todavía comunidad autónoma, tal vez en no mucho tiempo nuevo “Estado europeo”. A decir verdad, Alicia Sánchez – Camacho lo único que ha cosechado de momento son negativas y rechazos entre los barones autonómicos de su propio partido y los ministros que controlan la cartera del Gobierno, Montoro y de Guindos. A nadie le gusta la propuesta y todos defienden un nuevo modelo de financiación autonómica basada en la solidaridad. Montoro ha dicho con el tono inconfundible que adopta cuando se pone didáctico “que sería un inmenso error” adoptar un modelo de financiación como el que propone la líder popular catalana.

Ha dicho también que el debate sobre el nuevo modelo de financiación autonómico, con el que prácticamente ninguna comunidad está contenta, no toca en estos momentos. Está ocupado en sacarnos de la crisis y aplaza el cada vez más urgente debate sobre cómo financian las autonomías las competencias que tienen transferidas a la segunda mitad del año que viene, en vísperas  de una campaña electoral, con todo el mundo echando su cuarto a espadas a fin de conseguir llevarse la parte más grande de la tarta, unos con razones de peso y otros para no ser menos que los demás.

La por el momento fracasada propuesta de Sánchez – Camacho es un intento casi a la desesperada de desactivar la deriva soberanista catalana. Sin embargo, ha chocado frontalmente con el inmovilismo con el que Rajoy y su Gobierno siguen encarando el problema y, por paradójico que resulte, los únicos aunque tímidos aplausos que ha recibido se los ha dedicado el PSOE.

Significativa es también la reacción de los nacionalistas catalanes, embarcados ya en su consulta o plebiscito o cómo finalmente se llame, si es que llega a celebrarse. Con cierto desdén han rechazado la idea porque consideran que el intento debió haberse hecho hace años, que ya es tarde para componendas y terceras vías y que ahora lo que toca es avanzar hacia la soberanía.

Sánchez – Camacho, mientras, dice que seguirá defendiendo su propuesta, aunque atrapada como está entre el acreditado tancredismo de Rajoy y las esteladas al viento de los nacionalistas, no cabe augurarle mucho futuro. Cómo resolverá la papeleta Rajoy, probablemente ni él mismo lo sabe. Por ahora hace gala de su virtud política más acendrada: callar, esperar y confiar enque los problemas se resuelvan solos.

El dilema

Si no saben qué regalarle a su enemigo más íntimo la próxima Navidad, admítanme una sugerencia. En cosa de menos de dos meses salen a la venta unas nuevas memorias políticas. Se trata de las del ex presidente Zapatero tituladas “El dilema” y subtituladas “600 días de vértigo.” El título y el subtítulo prácticamente lo dicen todo. Más allá del hecho de que no parece haber un político patrio que espere a envejecer un poco para obsequiarnos con sus memorias – a la postre algún que otro chisme sobre reuniones privadas, reflexiones más o menos profundas sobre lo que hicieron, dejaron de hacer, pensaron o dejaron de pensar – las de Zapatero no creo que generen una excesiva expectación ni que la editorial que las va a publicar haga un gran negocio con ellas, tal y como al parecer ha ocurrido con las de Aznar, Guerra o Bono.

Y eso que las malas lenguas ya han asegurado que el último inquilino de La Moncloa antes de la llegada de las huestes de Rajoy ha cobrado unos bonitos 700.000 euros por contarle a los españoles lo que estos ya saben o intuyen: que no tuvo más remedio que plegarse a los mercados y a la Unión Europea para rebajarle el sueldo a los empleados públicos y congelar las pensiones. Y eso sólo para empezar. Todos nos acordamos de aquel “me cueste lo que me cueste” con el que después de negar la crisis durante años y tras su caída del caballo en el mes de mayo de 2010, anunció en julio del mismo año y durante el debate sobre el estado de la nación una nueva tanda de recortes para satisfacer a los mercados.


De aquellos lodos llegaron las elecciones anticipadas y el histórico batacazo socialista a mayor gloria de los populares, que iban a sacar a España de la crisis más pronto que tarde. Dicho sea de paso, tres años después aún estamos viendo la luz al final del túnel y tenemos al ministro Montoro asegurando que la recuperación está a la vuelta de la esquina, aunque no precisa lo lejos que está la esquina ni quién se está de verdad recuperando.

Pero volviendo a Zapatero y siendo justos con él, hay que decir que si realmente sufrió el dilema de recortar, congelar, ajustar y otras operaciones propias del austericidio que se estaba imponiendo en toda la Unión Europea y en el que seguimos inmersos, a su sucesor en La Moncloa nunca le ha temblado el pulso a la hora de pasar el serrucho por las vigas maestras del estado del bienestar.

 
Es cierto que Zapatero rebajo el sueldo de los empleados públicos, pero Rajoy lo ha congelado sine die; es verdad que Zapatero congeló las pensiones, pero Rajoy – que entonces montó tremendo escándalo – no sólo no las ha revalorizado de acuerdo con el IPC sino que ahora se ha sacado de la manga una extraña fórmula para que nunca jamás vuelvan a equipararse al coste de la vida. A diferencia de Zapatero, que consensuó su reforma de las pensiones con empresarios y sindicatos, reforma que a día de hoy sigue en vigor, Rajoy la ha impuesto sin miramientos ni milongas negociadoras más allá de un mero encuentro para cubrir las apariencias.

Si Zapatero metió la tijera y recortó 8.500 millones de euros del presupuesto, el Gobierno de Rajoy ha superado con creces esa cifra en todos los capítulos presupuestarios esenciales, desde la sanidad a la educación pasando por los servicios sociales y pidiendo de propina un rescate de 100.000 millones de euros para la banca que estamos pagando los ciudadanos. Y una más: si Zapatero sacó adelante una reforma laboral que le costó una huelga general, la de Rajoy ya le ha costado dos, mientras el paro ha seguido aumentando y el empleo de calidad junto a los salarios disminuyendo.

Zapatero ignoró la crisis y cuando la enfrentó ya carecía de margen de maniobra. Sin embargo, al menos se planteó el dilema de elegir entre plegarse a las exigencias de los mercados para evitar el rescate de España o no traicionar a sus electores. Dudo que Rajoy haya sufrido jamás esa disyuntiva: desde el principio tuvo claro que no tenía intención alguna de hacer lo que prometió y lo ha cumplido a rajatabla. Sus memorias, cuando tenga a bien escribirlas, bien podrían titularse “Cómo engañé a los españoles” y el subtítulo "La culpa fue de Zapatero"

Se va el caimán

Si yo fuera italiano hoy estaría muy contento y hasta lo celebraría por todo lo alto. No lo soy pero también me siento satisfecho al saber que el Senado tardará no más de 20 días en expulsar definitivamente del parlamento italiano a Silvio Berlusconi. Un aire nuevo y fresco comenzará a respirarse en Italia cuando el caimán deje de emponzoñar la vida política con su impresentable presencia, su populismo huero y su mitinera sarta de manidas acusaciones a los jueces y a la izquierda de querer acabar con él por la vía judicial.

Ya ha tenido bastante,  se ha forrado a placer mezclando sus negocios privados y su cargo de primer ministro, ha sobornado a jueces, ha escandalizado y avergonzado a medio mundo con  el bunga-bunga, ha construido un imperio mediático desde el que vender su producto averiado a una sociedad que, incomprensiblemente, ha creído en él. Respeto pero nunca he podido entender cómo una parte del electorado italiano ha podido seguir confiando en alguien que ha sido el hazmerreir  de su país en medio mundo. Sin ser italiano he sentido verdadera vergüenza ajena ante las bufonadas del caimán y me he preguntado cómo era posible que siguiera recibiendo el apoyo electoral. Me lo sigo preguntando pero ya no me importa tanto la respuesta al saber que el Senado lo mandará a casa más pronto que tarde tras sus dos condenas firmes.


A la cárcel debería de ir dada la gravedad de sus delitos probados, aunque la Justicia italiana le permitirá elegir entre servicios sociales a la comunidad o arresto domiciliario atendiendo a su edad, 77 años. Se va pues el caimán y lo hace sin honor ni decencia, por la puerta de atrás de la política italiana y europea. Seguro que en muchas cancillerías europeas se ha lanzado hoy un hondo suspiro de alivio al saber que no tendrán que volver a soportar al payaso de todas las cumbres, al bufón de opereta de tercera de todas las reuniones importantes.

Su última payasada ha sido intentar dejar al gobierno de Enrico Letta a los pies de los caballos pero le ha salido el tiro por la culata, hasta los suyos le han traicionado en el último momento y han hecho lo que tenían que hacer: apoyar al Gobierno y evitar unas nuevas elecciones anticipadas como las que provocó hace menos de un año este caimán sin dientes cuando dejó caer al gobierno de Mario Monti.

Ahora buscaba renacer de sus propias cenizas confiado en que una parte importante del electorado italiano volvería a darle su confianza. Pero se acabó lo que se daba, la cordura se ha impuesto a la indecencia en la vida pública y Berlusconi tendrá que despedirse de la política. Si el Senado ratifica su expulsión nunca más podrá volver a ser parlamentario, por mucho que hable ahora de resucitar su viejo partido Forza Italia. Es el epílogo adecuado de una carrera política demasiado larga para tan poca sustancia y tan poca vergüenza. Addio, Silvio, no te echaremos de menos.

Horror y vergüenza en Lampedusa

A estas horas son ya más de 130 los muertos y más de 250 los desaparecidos tras incendiarse y naufragar una barcaza con 500 inmigrantes que pretendían alcanzar la isla italiana de Lampedusa. A unos 200 kilómetros al sur de Sicilia y a poco más de 100 al norte de Túnez, Lampedusa es hoy la imagen más descarnada del drama humanitario de la inmigración. En realidad, lo viene siendo desde hace un cuarto de siglo, periodo en el que unos 8.000 inmigrantes han perdido la vida en esas aguas. Mientras siguen llegando barcos con cadáveres al puerto de Lampedusa y la alcaldesa de la isla afirma que ya no tiene sitio para ellos, se ha alzado de nuevo el habitual coro de lamentaciones ante esta inmensa tragedia.

Desde Roma a Bruselas pasando por las Naciones Unidas, todo el mundo deplora lo ocurrido y dice que un horror como el de hoy no se puede repetir. Pero lleva repitiéndose ya demasiado tiempo y los anteriores coros de lamentaciones y los anteriores propósitos de la enmienda no han evitado que volviera a ocurrir. No se trata de dudar de la sinceridad con la que el primer ministro italiano o la Comisión Europea o el secretario general de la ONU lamentan la pérdida inútil de tantas vidas humanas. Mucho menos la del papa Francisco, que también ha dejado hoy oír su voz para deplorar lo ocurrido. Recordemos que la primera visita oficial del papa argentino fue precisamente a Lampedusa, lo que dice mucho a favor de su sincera preocupación por este drama. Sin embargo, además de lamentarse y rezar por las víctimas y sus familiares, poco más puede hacer el papa.

Las medidas para evitar que esto pase han estado y están en donde siempre: en los despachos de los políticos. Es ahí en donde durante todo el tiempo que dura este drama humanitario no se ha pasado casi nunca de las palabras a los hechos. Las pocas veces que eso ha ocurrido, como cuando en 2006 llegaron a Canarias más de 30.000 inmigrantes irregulares, el fenómeno se ha enfocado más como un problema o una “invasión” que como una potencial oportunidad para los países receptores de ese flujo humano.

Aunque demasiado tarde, se reconoce ahora en la Unión Europea que el enfoque para encarar y poner fin a dantescos hechos como los de hoy en Lampedusa tiene que girar radicalmente y dirigirse a la persecución de las mafias sin escrúpulo que trafican con seres humanos. Para ello es imprescindible la cooperación abierta, decidida y constante con los países emisores de emigrantes, ayudando además a su estabilidad política y a su desarrollo económico y social para evitar que la desesperación, la miseria y hasta la persecución política no sigan arrojando a seres humanos al albur de una aventura de resultado más que incierto.

Impedir la llegada o devolver a los que consiguen llegar a sus países de origen es una política a todas luces insuficiente. A la vista está que no detiene el flujo migratorio de personas desesperadas que no entienden de fronteras y que no dudan en jugarse la vida para alcanzar lo que confían sea un mundo mejor para ellos y sus familias.

Por muy profunda que sea la crisis económica que azota a la vieja Europa y por sangrante que sea la herida que sufre la cohesión social a raíz de las políticas de la derecha ultraliberal, los europeos no podemos encogernos de hombros y mostrarnos indiferentes ante horrorosos episodios como el de hoy. Si aún nos queda algo de los valores que animan esta vieja cultura, si aún creemos en la solidaridad y en la igualdad entre los seres humanos, tenemos la obligación de exigir que se detenga este drama y que después de los lamentos y las protestas de buenas intenciones se pase por fin a la acción y a las soluciones.

Esquizofrenia presupuestaria

En Baleares tocan a rebato contra los presupuestos de la recuperación del ministro Montoro. Nadie se queda atrás, ni los sindicatos ni los empresarios ni los partidos políticos. Empezando por el partido gobernante, el PP, algunos de cuyos dirigentes no se han ahorrado gruesas palabras para calificar el trato que recibe aquel archipiélago en las cuentas públicas estatales. “Una burla, un desprecio y un nuevo escarnio para los ciudadanos” fueron los términos que empleó Antoni Camps para describir que en los presupuestos estatales su comunidad reciba una inversión de 66 euros por habitante.

Y dijo más el señor Camps: “Parece que Baleares no forma parte de España y a una comunidad que cree en el proyecto común de España se la ningunea”. No quedó aquí la cosa y, ya lanzado, Camps remató la faena: “Aunque queremos seguir siendo solidarios, no nos pueden tomar por el pito del sereno y tratarnos como a tontos. Somos los que más esfuerzos fiscales hacemos, los más solidarios y los más maltratados”. Antoni Camps no es el Paulino Rivero de Baleares, sino un destacado diputado del PP en el parlamento autonómico, el mismo partido que gobierna en España, por si se les había olvidado.

No ha sido el único que se ha lanzado en tromba contra las cuentas de Montoro. Miquel Ramis, portavoz popular en el parlamento regional, ha dicho textualmente que "el Gobierno central es consciente de que Baleares lidera la recuperación económica nacional y aun así aportará a nuestra Comunidad una cantidad muy reducida, lo que es intolerable, inaudito y criticable absolutamente". Y sentenció: “las islas siempre han sido solidarias y queremos seguir siendo, pero ya está bien de que nos desprestigien de esta manera. Baleares es solidaria, pero no es tonta". Parecería el José Miguel Barragán de las Baleares pero no, es el portavoz del PP en su parlamento autonómico.

Y como no hay dos sin tres, aquí está lo que ha dicho el mismísimo consejero de Hacienda balear, José Vicente Marí, también del PP. En su opinión “"hay determinados ministerios que no se han enterado aún de que Baleares es España". Así están las cosas en Baleares, con todas las fuerzas políticas dispuestas a presionar en la misma dirección para mejorar el trato que reciben las islas en los próximos Presupuestos del Estado.

Traslademos ahora el foco a Canarias y a la posición del PP respecto al trato de estas islas en esas cuentas públicas, criticadas por el resto de las fuerzas políticas, por el Gobierno de la comunidad autónoma, por los sindicatos y hasta por las patronales. El secretario del PP en Canarias, Asier Antona, ha dicho que “este es un presupuesto que tiene en cuenta a Canarias y, en la tramitación parlamentaria, estoy convencido de que los diputados y senadores del PP de las islas intentarán mejorar las partidas que vienen para el archipiélago". En defensa de las cuentas de Montoro ha salido también la Delegada del Gobierno en Canarias, María del Carmen Hernández Bento, para la que "no se puede hablar de maltrato cuando Canarias es la octava comunidad autónoma con mayor inversión. Hay nueve comunidades que reciben menos inversión que Canarias".

Pero los números no mienten y a la vista están los recortes en el Fondo de Compensación Interterritorial, en las políticas de empleo o el convenio de carreteras. Por seguir con las citas, ya dijo Grocio hace más de 400 años “que ni siquiera Dios puede hacer que dos por dos no sean cuatro”, de manera que las contorsiones dialécticas del PP canario para justificar lo injustificable no pueden hacer que unas cuentas nefastas para esta comunidad autónoma dejen de serlo.

Hasta ahora uno tenía la firme convicción de que el PP era un partido unido, cohesionado, grande y libre pero esa percepción empieza a cojear a la vista de estos ejemplos y otros que podríamos traer aquí. Por tanto, la cuestión es saber la razón por la que los populares de Baleares se echan sin miedo a la yugular de Montoro y los de Canarias justifican sus tijeretazos y desvían la atención hacia el Gobierno autonómico o la crisis, que no digo yo que no tengan su alícuota parte de responsabilidad. Sin embargo, es la misma pregunta que sigue sin respuesta al hecho de que el PP de Baleares se haya plantado frente a las prospecciones petrolíferas en sus aguas y el de Canarias las considere poco menos que el maná tanto tiempo esperado. ¿Tendrá algo que ver la presencia de un ministro canario en Madrid y en eso salen ganando en Baleares?  

Un ministro canario en Madrid

Analizar los Presupuestos Generales del Estado para 2014 requiere el uso de guantes para no cortarse, mejor dicho, para no recortarse. Las cuentas públicas de la “recuperación” tienen tantas y tan afiladas aristas que cualquier descuido puede terminar en profundas heridas. Apartemos con cuidado las cifras que corresponden a Canarias y echemos un vistazo. Desde que el PP llegó al gobierno, la comunidad autónoma con la segunda mayor tasa de paro del país no ha dejado de perder peso en las cuentas del Estado.

Así, de los 1.200 millones de euros que recibió en 2010 con Zapatero aún en La Moncloa y que llevó al PP canario a abandonar el gobierno autonómico por considerarlos insuficientes, el año que viene se pasará a algo más de 600. Un recorte por tanto hasta la mitad del hueso, cabe decir, desde que Mariano Rajoy lleva las riendas de este país por la senda del crecimiento y la creación de empleo. En los presupuestos estatales del año que viene, la comunidad con más necesidades recibe una nueva bofetada en forma de cero euros para el ya histórico Plan Integral de Empleo, recorte drástico en fondos para formación de desempleados, lo mismo que este año para infraestructuras y más de un tercio menos para compensar los desequilibrios territoriales.

Por no entrar en la letra más pequeña aún a propósito de partidas comprometidas para cuestiones como reposición de viviendas largamente prometidas y sin contar que las Islas también se verán agraciadas en la pedrea presupuestaria de la miserable subida de las pensiones – en Canarias de las más bajas del país - o la congelación salarial de los empleados públicos – con un alto porcentaje de mileuristas en el Archipiélago.

A la vista de estos cuatro datos escogidos casi al azar pero muy significativos son notables los esfuerzos del PP canario por justificar lo injustificable mientras el resto de las fuerzas políticas, los sindicatos y hasta los empresarios tocan a rebato. Vale, admitamos que hay que racionalizar el gasto de las administraciones y pagar la deuda pública, aunque buena parte de ella sea la consecuencia de los generosos rescates bancarios que, a día de hoy, siguen sin servir para que circule el crédito. Obviemos incluso el debate nada superfluo sino todo lo contrario entre austericidio a macha martillo un año sí y al otro también y políticas de reactivación económica.

Aún así, no se entiende qué criterios sigue el Gobierno español para asignar a Canarias un porcentaje de las cuentas públicas que apenas alcanza la mitad del PIB de la comunidad autónoma, que no se corresponde con la población insular y que año tras año aleja más la inversión per capita en las islas de la media nacional, contraviniendo sin ningún pudor lo que establece el Régimen Económico y Fiscal canario, una suerte de Constitución económica de este archipiélago.

Y puesto que no hay criterios presupuestarios razonables que expliquen este trato inicuo para con la comunidad autónoma más alejada del territorio peninsular y con las mayores tasas de paro y exclusión social, sólo cabe pensar en intencionalidad política, en mala intencionalidad política para ser más precisos. Que el PP sea oposición en Canarias seguro que tiene mucho que ver con ese trato y es aquí en donde se agranda poderosamente la figura de José Manuel Soria, al que algunos llaman con inconfundibles resonancias de caciquismo decimonónico, el ministro canario en Madrid. Si Juan Carlos Senante se preguntaba en una de sus más famosas canciones aquello de “ qué es lo que haces tú aquí, una gaviota en Madrid”, ahora tal vez hayamos encontrado la respuesta.

Pensionazo

No debe hacer el Gobierno español esfuerzos tan excesivos como el de la subida de las pensiones para el año que viene porque corre el peligro de herniarse. Subir el 0,25% lo que recibirán el año que viene los jubilados de este país es un derroche de generosidad que, mucho me temo, no recibirá la gratitud que merece. Es verdad que se trata de la subida mínima prevista en la fórmula que el propio Gobierno cocinó, guisó y se comió sin consultarla con nadie pero, de qué otra manera puede España pagar la deuda pública, devolver el dinero utilizado para salvar a la banca y, además, salir de la crisis.

Los ingratos pensionistas ya se le están echando al cuello al Gobierno y quejándose de que la subida no les va a dar ni para un cafelito a media mañana con los colegas. Calculan que en una pensión de unos 800 euros mensuales – una cantidad a todas luces desorbitada – la subida del Gobierno apenas les reportará unos 14 euros más al mes. Con esa miseria – se lamentan – ni podrán jugarse unos cartones en el bingo o darse un garbeo campestre algún que otro fin de semana y fiestas de guardar. No digamos nada de acoger en casa a hijos y nietos sin trabajo y apoquinar los copagos que discrecionalmente va aplicando la ministra de Sanidad.

Encima de pasarse el día en los parques sesteando y dando de comer a las palomas, estos egoístas jubilados no quieren entender que sin su imprescindible sacrificio, sumado al de los congelados empleados públicos y a los ateridos empleados privados, España nunca saldrá de la crisis. Por eso, están fuera de lugar sus jeremiadas advirtiendo de que la subida o “revalorización” de las pensiones, como con notable propiedad la llama el Gobierno, se quedará muy por debajo del IPC previsto para este año.

Calculan los muy perversos que el coste de la vida se pondrá este año en al menos el 1,5%, aunque los más cenizos creen que puede acercarse al 2%. Pasan raya, suman y llegan a la conclusión de que si sus pensiones suben sólo el 0,25% su pérdida de poder adquisitivo se recortará como mínimo el 1,25%. Recuerdan, además, que las pensiones ya se congelaron con Zapatero y con Rajoy subieron por debajo del IPC. Así que – concluyen – perdemos poder adquisitivo a marchas forzadas y la subida anunciada para el año que viene sólo sirve para profundizar en esa misma línea.

Insaciables e insolidarios con las sagradas necesidades de la banca y con el pago de la deuda piden más y más. Mas no debería el Gobierno prestar oídos a estos profesionales del lamento que son los pensionistas: debe continuar con sus reformas estructurales para crecer y crear empleo, debe continuar ayudando a los bancos, debe seguir presionando los salarios a la baja con nuevas vueltas de tuerca en la reforma laboral y debe seguir aplicando copagos y consolidando los incrementos fiscales que nunca iba a subir y ahora nunca piensa bajar. 

Es la hoja de ruta de la que este Gobierno no debería apartarse ni un milímetro porque es la que nos sacará de la crisis económica. Con suerte, cuando eso ocurra, los que hoy patalean por lo que consideran exigua subida de las pensiones en vez de estar eternamente agradecidos por el ímprobo esfuerzo que hace el Gobierno, puede que ya hayan dejado de preocuparse definitivamente por las miserias de este mundo. Sólo hay que aguantar el tirón, no dejarse amedrentar y, sobre todo, no hacer esfuerzos excesivos ahora que en España ya empieza a amanecer.

Presupuestos: el tamaño sí importa

El lunes muy temprano saldrán hacia el Congreso los Presupuestos Generales del Estado para 2014. Gran despliegue ministerial hoy en La Moncloa en donde el trío Montoro – de Guindos – Sáenz de Santamaría – entonó a coro la buena nueva que el líder Mariano Rajoy viene anunciado por los polvorientos caminos de la crisis: en España ya empieza a amanecer. La cuestión a determinar es si esos tímidos rayos que según el Gobierno se atisban en el horizonte son de amanecer o de crepúsculo.

Seguramente dependerá de quién los interprete. Por el lado de los analistas y economistas tan aficionados a jugar con las cifras macroeconómicas son lo que el propio Gobierno denomina, no sin engolamiento e infundado optimismo, los “primeros Presupuestos de la recuperación” o “los últimos de la recesión”. Depende de para quién, insisto.Por el lado de los empleados públicos y privados, de los parados, de los pensionistas, de los estudiantes, de los enfermos o de los que no pueden hacer frente a la hipoteca lo que se ve en el horizonte puede que no sea más que el estado del bienestar diciéndonos adiós, tal vez para siempre o como mínimo por mucho tiempo.

Habrá que mirar con lupa la letra pequeña de estas cuentas públicas, pero por las explicaciones del coro ministerial de hoy nada hay en ellas que permita esperar medidas de reactivación económica a través de la inversión. Todo se fía al sector exterior a costa de los depauperados salarios que impone la reforma laboral y al consumo interno tanto público como privado del que, con todo, parece esperarse el milagro de los panes y los peces.

Así, se conforma y alegra el Gobierno con anunciarnos una “mínima” reducción del empleo y un “leve” crecimiento de la economía y con eso irá tirando con el riesgo de volver a tropezarse con la realidad al más mínimo estornudo nacional o internacional que pulverice sus previsiones. Que se conforma con muy poco es evidente al tiempo que sigue destinando más dinero a pagar la deuda pública que al gasto de los ministerios. Como no habrá subida de impuestos ni lucha contra el fraude fiscal que merezca ese nombre hay que actuar sobre los gastos y los que más a mano están son, además de los ministerios, los empleados públicos y los pensionistas, amén de la educación y la sanidad,  sobre los que seguirá cayendo buena parte del ajuste mientras engordan las rentas del capital y menguan las del trabajo.

El mantra sigue siendo cumplir el objetivo de déficit hasta que descubra de nuevo que tiene que pedir árnica a Bruselas para que se lo suavice como ocurrió este año y luego se quede con la parte del león y le apriete las tuercas a gusto a las comunidades autónomas, el deporte favorito de Montoro.

Para el Gobierno ese “mínimo” descenso del paro y ese “leve” crecimiento del PIB previstos para 2014 de los que tanto presume parecen ser la medida justa de su falta de ideas y de ambición para rebasar de verdad la crisis. Desde luego no es la medida de los que la sufren en persona para quienes el tamaño con el que el Gobierno mide la supuesta recuperación económica, más que quedarse corto es completamente invisible.    

¡Que consuman otros!

La primera página del Libro Gordo de Petete del sistema capitalista dice que sin consumo no hay economía. Si ni usted ni usted ni usted ni yo gastamos en lo que debemos, en lo que no debemos y hasta en lo que no podemos permitirnos, los engranajes del tinglado se oxidan y la locomotora peta. Si no nos dejamos el salario y el crédito en las tiendas, la caja pública crea telarañas, los empresarios despiden a los empleados y los bancos les dan con las puertas en las narices cuando les piden un crédito para seguir tirando a ver si escampa.

Más o menos eso es lo que le ocurre a la economía española desde hace unos años, que nadie se gasta lo que no tiene ni pide prestado porque o no se fían de él o él no se fía de poderlo devolver. Sorprende que los adelantados ultraliberales que nos gobiernan no lo vean claro o a lo mejor es que no fueron a clase el día que lo explicaron. Lo cierto es que todo lo que idean parece pensado más para atascar definitivamente la maquinaria del consumo que para hacerla funcionar y, con ella, el resto de las poleas y tornillos de este perverso sistema económico en el que ser quivale a consumir, pero ese es otro debate. 

Lo último que se les ha ocurrido hacer es mantener congelado el año que viene el salario de más de 2,5 millones de funcionarios, con lo que van ya cuatro años seguidos en los que los ya vilipendiados trabajadores públicos ven impotentes menguar sus sueldos.

Añadan que el año pasado se quedaron sin paga de Navidad, lo que repercutió negativamente en las compras de “fechas tan señaladas”, y en 2010 el gobierno anterior redujo lindamente un 5% los salarios con las críticas, por cierto, de los que luego en el poder han usado la tijera de podar el estado del bienestar más grande de la historia reciente.

Encima de apaleados salarialmente, los funcionarios y empleados públicos en general tienen que aguantar argumentos del tipo de “no se quejen, que al menos tienen trabajo”, cuando en realidad el sector público español envió el año pasado al paro a más de 200.000 trabajadores. Claro que entre ellos había profesores, médicos o enfermeros, al fin al cabo personal perfectamente prescindible ahora que vamos a sustituir el estado del bienestar por uno de “participación social” y dos piedras.

Sumen a la nueva congelación de los salarios el pensionazo que mañana aprobará el Consejo de Ministros y que dejará tiritando durante años las raquíticas pensiones de los jubilados españoles presentes y futuros; añadan también la caída generalizada de los salarios en el sector privado gracias a la fabulosa reforma laboral que nos lleva por el mismo camino de la competitividad que Bangladesh y entenderán por qué es imposible que la máquina capitalista arranque de nuevo en este país, por mucho que Rajoy vea que en España ya empieza a amanecer. 

Así las cosas, ni usted ni usted ni por supuesto yo nos compraremos un coche nuevo por mucho PIVE que nos vendan, en verano nos refrescaremos en la bañera en lugar de viajar a una hacinada zona turística, ignoraremos que ya es primavera en El Corte Inglés, resolveremos a golpes los achaques de la tele analógica y llamaremos desde un fijo de toda la vida. La consigna está clara: ¡que consuman otros!  

Franquismo y vergüenza universal

Que haya sido una juez argentina la que ha decidido que se abran los consulados de su país en el mundo para recibir las demandas de las víctimas del franquismo dice mucho de la verdadera marca España y de la deliberada incapacidad de nuestro país para mirar a la cara a su pasado más negro y ajustar cuentas con él. La juez Servini, además, ha ordenado la detención y extradición a su país de cuatro policías españoles implicados en casos de tortura durante el franquismo, uno de los cuales participó incluso en el 23-F.


La Fiscalía, en una decisión que no honra su condición de defensora del interés público, no ha tardado en oponerse a la detención y hasta se ha adelantado a determinar que los delitos que se les imputan a los presuntos torturadores han prescrito. En su inédita decisión, la juez se basa en los principios de la justicia universal que en España ya se encargó de recortar convenientemente el gobierno del PSOE con el apoyo entusiasta del PP.

Pero queda la esperanza frente a tantos gobiernos de la democracia española que no han dudado en mirar para otro lado cuando no a echar tierra sobre el dolor de los familiares de las víctimas del franquismo. Unos familiares que lo único que pedían y siguen pidiendo como quien clama en el desierto es recuperar los cuerpos de sus seres queridos vil e impunemente asesinados y lanzados a una cuneta a o lo más profundo de un pozo como si fueran alimañas.

La fallida ley de la Memoria Histórica es a día de hoy papel mojado, aplicada a regañadientes por la mayoría de los jueces y ninguneada económicamente por la práctica totalidad de las administraciones públicas. Con la crisis, las asociaciones de víctimas han visto recortadas las ayudas cuando no se han puesto todo tipo de trabas administrativas y judiciales para la apertura de fosas comunes. Su clamor para que se llevara ante la justicia a los responsables aún vivos de las tropelías del franquismo ha sido desoído sistemáticamente, de manera que al final no han tenido más remedio que conformarse con poder dar sepultura a sus familiares y, ahora, parece que ni a eso tienen derecho.

La valiente decisión de la juez argentina Servini, además de abrir una puerta a la esperanza para los represaliados y los familiares de las víctimas, es una sonora bofetada a tanta desidia interesada, tanta milonga sobre la conveniencia de no abrir la caja de los truenos del pasado y tanto desprecio a quienes tanto sufrieron. Deja al aire y expuestas al mundo las vergüenzas de la Justicia y de las instituciones de un país que, cuatro décadas después del retorno de la democracia, ha sido incapaz de exorcizar los demonios de su más negro pasado. Y mientras eso no ocurra, esa democracia seguirá incompleta.

Abdicar es bueno para la salud

Que no, que al rey ni se le ha pasado por su cabeza coronada la posibilidad de abdicar, renunciar, dejarlo todo y dedicarse a tiempo completo a la caza mayor y otros hobbies tal vez aún menos confesables, sin necesidad de tener que pedir disculpas por ellos. Eso es lo que dice la Casa Real, pero no es lo que se percibe, cada vez con más insistencia, en la calle y en las redes sociales. Dicen algunos que la abdicación está al caer y que en ciertas instancias ya se hacen los oportunos preparativos.

Los constitucionalistas, mientras, debaten sobre el particular sin ponerse de acuerdo, aunque eso ahora es lo de menos. Mecanismos hay para que Juan Carlos ceda la corona a un príncipe ya muy crecidito, que empieza a peinar canas y que aguarda aparentemente impasible a que su coronado padre le dé la alternativa antes de que se le pase definitivamente el arroz y tenga que terminar como Charles de Gales, dedicado al ecologismo y a las causas pérdidas. Dicen por su parte los chistosos que, como don Juan Carlos siga acudiendo con tanta frecuencia a los hospitales a operarse de sus dolencias de cadera, Ana Mato no tardará en aplicarnos un nuevo recorte con el que compensar a la famosa clínica privada en la que esta tarde vuelven a someter al monarca a una nueva cirugía.Y gracias que no se operó en Estados Unidos como al parecer era su deseo.

Los temerosos de la abdicación se proveen de toda clase de argumentos para desaconsejar abrir el melón: las tensiones territoriales con Cataluña, la situación económica y hasta la malhadada marca España. No lo dicen pero seguro que lo piensan: poner el país patas arriba con una abdicación real abriría de par en par las puertas al debate sobre la forma de Estado y podrían salir republicanos hasta desde debajo de las piedras y desde donde hasta ahora solo había  juancarlistas.

No veo qué mal puede haber en ello y eso, sin entrar ahora en cómo accedió Juan Carlos a la jefatura del Estado, quién se encargó de colocarlo en esa alta magistratura y cómo se hurtó a los españoles la posibilidad de elegir entre monarquía y república. En una democracia que se dice moderna no debería de suscitar ningún temor debatir sobre lo humano y lo divino y, por supuesto, sobre si queremos que el Jefel Estado lo sea por gracia divina o elegido democráticamente en las urnas.

Pero más allá de ese debate, lo que ni unos ni otros pueden negar es que el rey ya no parece estar para muchos trotes, al menos como Jefe del Estado. Seguramente su real testa rige bastante bien pero su organismo no es eterno por mucho que esté regado por sangre azul: demacrado, apoyándose en unas muletas y, de añadidura, sitiado por sus propios errores, un yerno corrupto, una hija bajo sospecha de complicidad y, en suma, una monarquía en sus peores horas.

Entonces ¿por qué no abdicar si lo han hecho sus colegas de profesión en Holanda y Bélgica y hasta un papa de Roma? ¿Han caído las siete plagas de Egipto sobre holandeses y belgas? ¿Se ha posesionado el anticristo del Vaticano? ¿No sigue el mundo su agitado curso? ¿No considera la Casa Real, es decir, el rey, que darle paso a ese talludito príncipe suficientemente preparado llamado Felipe tal vez sea la última oportunidad de salvar la monarquía en España unos cuantos años más?

Dijo la reina consorte que un rey no abdica ni renuncia ni nada por el estilo: muere en la cama rodeado del equipo médico habitual. Si a eso sumamos que la Real Academia baraja la posibilidad de eliminar del diccionario el verbo “dimitir” dado su escaso uso en nuestro país, pueden entenderse las reticencias de Juan Carlos. Sin embargo, no valora este hombre su salud y el bien que se haría a sí mismo, a su hijo y a la monarquía si pidiera la jubilación, porque la pensión ya se la ha ganado.