El programa de Sánchez

Pedro Sánchez ha comparecido en el Congreso para dar a conocer su programa de gobierno. Lo ha hecho cincuenta días después de que tocara presentarlo en el debate de la moción de censura contra Rajoy de finales de mayo. No dudo de que con los agobios de última hora y la necesidad de sumar apoyos suficientes, se le fuera a Sánchez el santo al cielo y olvidara que la Constitución establece que las mociones de censura deben ser constructivas. Esto quiere decir que, además de presentar un candidato alternativo a la presidencia del gobierno, también hay que presentar y defender un programa alternativo de gobierno. Como es fácil deducir, la ausencia de ese programa significa que los diputados carecen de argumentos de peso sobre los que decidir si apoyan o no al candidato que se propone para la investidura.

Aunque todo lo anterior suene solo a teoría constitucional, conviene recordarlo y reprochárselo a quien incumple ese precepto como hizo Sánchez en su moción contra Rajoy. Que la cuestión a decidir fuera si se echaba a Rajoy más que si se elegía a Sánchez por su desconocido programa de gobierno, no es excusa para no cumplir lo que la Constitución establece para estos casos. Aclarado lo anterior, vamos con lo que Sánchez llama la "agenda para el cambio" para definir su programa de gobierno y que se centra en la "agenda social", la economía, los impuestos y algunos gestos que cuestan poco dinero pero visten políticamente y pueden dar rédito electoral. En otros términos, un poco de todo como en botica pero con un brillo nuevo y un tono mucho menos cansino del que nos tenía acostumbrados Rajoy. 

Foto: El Independiente
Aún así, tengo que confesar que no me ha quedado muy claro si estamos ante un programa de gobierno o ante un programa electoral, aunque me inclino mucho más por lo segundo. Sobre todo, porque para aprobar algunas de las medidas anunciadas necesita Sánchez de una mayoría parlamentaria de la que no dispone y que no creo sea capaz de conseguir en esta legislatura. Anuncia el presidente una subida de los impuestos a las grandes empresas que, aunque bienvenida, no deja de ser un nuevo parche del sistema fiscal, necesitado de un traje nuevo mucho más progresivo y con menos agujeros y excepciones que el actual. Su intención de impulsar una ley que prohíba amnistías fiscales como la de Montoro es cuando menos una licencia poética: la puede cambiar otro gobierno posterior, ya la había anunciado el propio Montoro y los límites de ese asunto ya los expresó con claridad el Constitucional en la sentencia que anuló la de 2012.

Aunque para límites los que se ha encontrado Sánchez al llegar al Gobierno y verse obligado a asumir que la ley le prohíbe hacer lo que prometió cuando estaba en la oposición: publicar la lista de quienes se acogieron a la amnistía de Montoro. Esto es lo que ocurre cuando los políticos se lanzan a hacer promesas a sabiendas de que nos las podrán cumplir por inviables, por ilegales o por ambas cosas a la vez. Se trata de un engaño consciente a los ciudadanos, que los políticos deberían esforzarse en evitar si aspiran a recuperar parte de la credibilidad que han ido perdiendo por comportamientos como ese.

Foto: Noticias de Álava
En cuanto a Cataluña, propone el presidente que los catalanes voten un nuevo estatuto de autonomía que sustituya al que afeitó el Constitucional a instancias del PP. Mi escepticismo ante este asunto es infinito, aunque hay que decir en favor de Sánchez que al menos hace propuestas política en donde hasta ahora sólo había denuncias y recursos judiciales. Lástima que el PP y Ciudadanos antepongan sus intereses partidistas a la necesidad de encontrar una salida a la crisis catalana y descalifiquen con trazo grueso cualquier cosa que Sánchez diga o haga sobre ese asunto.

La necesaria exhumación de los restos de Franco y algunos otros guiños y gestos orientados a la izquierda, completan esta "agenda para el cambio" de Pedro Sánchez y a la que le sobra imaginación y le faltan tiempo y apoyos suficientes para hacerla realidad en lo que resta de legislatura. Algunos la llamarían brindis al sol y no les faltaría algo de razón habida cuenta las circunstancias políticas y la aritmética parlamentaria sobre la que se asienta Sánchez. Cabe concluir que, a pesar del notable retraso con el que lo ha hecho, con la presentación de este programa de gobierno el presidente ha cumplido  el expediente y su obligación constitucional y, sobre todo, deja trabajo adelantado para las elecciones.

El PP aprende democracia interna

Y lo hace, diría yo, a marchas forzadas y obligado por las circunstancias. Tengo la sensación de que casi nada está saliendo como lo había planeado Rajoy, lo que una vez más demuestra la poca utilidad de hacer planes muy detallados en política y encima confiar en que se cumplan. Es mucho más útil y práctico irse adaptando a las circunstancias según vayan surgiendo, que es en definitiva lo que ahora intenta hacer el PP con más pena que gloria. Seguramente será la falta de costumbre, pero ya se sabe que para todo hay una primera vez. Tengo la impresión de que Rajoy soñaba con una sucesión ordenada, aburrida y cuando él considerara que era el momento procesal oportuno para abdicar la corona de máximo mandatario del PP. No podía sospechar que una moción de censura acabaría con su gobierno y, aunque pudo haber seguido presidiendo el PP, su crédito político entre sus propios votantes estaba ya bajo mínimos como para volver a intentarlo.

Así que tuvo que dar un paso a un lado y - eso hay que reconocerle - se cuidó en público de no señalar con el dedo a su sucesor o sucesora, como hiciera Aznar con él. Su retirada habría salido como la planeó si aquel en quien confiaba para tomar el mando no hubiera dado la espantada y descolocado a todo el partido. No tengo dudas de que la renuncia de Núñez Feijoo  ha impedido una coronación a la búlgara y por aclamación del nuevo presidente de los populares, tal y como marca la inveterada tradición del partido. Si acaso se habría presentado a las primarias algún concejal de pueblo para salir en la tele, pero no Sáenz de Santamaría, Casado o Cospedal. La situación ahora es de peligrosa proximidad al abismo de la división interna si quien gane la batalla no integra a los perdedores en la dirección del partido.  
Foto: El Economista
Ese sería el momento correcto de la unidad, no el previo al congreso, en el que lo que debería producirse es el debate y la confrontación de ideas y de proyectos para el partido y para el país. Sin embargo, la situación que se aprecia es bien distinta: Casado propone el debate y Sáenz de Santamaría lo esquiva con el inestimable apoyo del aparato del partido, al que le entran temblores fríos solo de imaginarse a los candidatos disputando en público. Al margen de que su candidatura sea más de regresión que de avance hacia posiciones acorde con los tiempos actuales, es Casado el único que se ofrece a debatir y pospone la unidad a cuando corresponde: después del congreso del fin de semana. Su rival, en cambio, hace de la unidad un principio sagrado en sí mismo y se escabulle del intercambio de posiciones con Casado alegando que las líneas del partido están claras para todos.

Visto así, Sáenz de Santamaría no parece aspirar a otra cosa que a sustituir a Rajoy y continuar como si aquí no hubiera pasado nada, con el único argumento a su favor de su condición de mujer. Casado, en cambio, propone al menos la necesidad de hacer cambios en el partido, aunque sea para volver a conectarlo con las esencias del pasado aznarista. Con este panorama y con los apoyos que uno y otra exhiben sería más que arriesgado aventurar un resultado que, a la postre, va a depender más de los compromisarios y de los juegos de poder, que de unos militantes que se pueden ver desairados si el elegido es Casado. Lo que es seguro es  que estas primarias dejarán secuelas tras un proceso en el que el PP ha derrochado más democracia interna que en toda su historia hasta la fecha. Que sea para bien, aunque también parece evidente que tendrá que esforzarse mucho más en la próxima ocasión.   

Puigdemont, una causa sin rebelde

Nones, dice el Tribunal de Schleswig-Holstein (Alemania) que Puigdemont no es un rebelde con causa sino que la suya es una causa sin rebelde. Los jueces alemanes han sopesado y medido con mucho detenimiento el asunto y han fallado que en el procès soberanista "no hubo la cantidad suficiente de violencia" como para considerar que el fugado ex presidente catalán sea un rebelde porque España le ha hecho así. Lo más, dicen los magistrados teutones, es una malversación de caudales públicos por organizar y llevar a la práctica aquella fiesta de la democracia que fue el referéndum del 1-O. Para mi satisfacción descubro una vez más todo lo que se puede aprender fijándose en el significado de ciertas palabras colocadas en determinados contextos. Me maravillo de que los jueces alemanes hablen de "cantidad de violencia" para justificar jurídicamente su decisión.

¿Cuánta hace falta para que algo sea o no sea una rebelión? ¿un kilo? ¿tres y medio? ¿cinco toneladas? No lo aclara el auto, por desgracia. Claro que no soy experto en el sistema judicial alemán y puede que allí se tipifique la rebelión al peso, como las salchichas y la cerveza. También puede haber ocurrido que el traductor no entendiera bien y en donde pone "cantidad de violencia " quiere decir "intensidad", que es de lo que habla el juez Llarena en su euroorden. En fin, lo cierto es que Puigdemont ya no será juzgado en España por rebelión y veremos si lo será por malversación. Llarena se está planteando ahora retirar la euroorden contra Pauigdemont habida cuenta de que no sirve de mucho. Ello condenaría al expresidente a vagar por el espacio exterior a España, incluida Cataluña, en donde sería detenido en cuenta pusiera un pie. Pedro Sánchez está convencido de que Puigdemont se sentará en un banquillo de acusados en España, aunque no estaría yo tan seguro. Para empezar gobierna a través de Torra y para continuar, ahora que vuelve el diálogo y la política en las relaciones con Cataluña, una rebaja de la calificación del presunto delito de malversacion podría obrar milagros.

El País
Lo que me pregunto es qué pensarán desde ayer sus colaboradores que, como hizo él, no salieron por pies y cargan sobre sus hombros la acusación de rebeldes y malversadores. Sospecho que se deben haber arrepentido unas cuantas veces de  no haberse fugado con él: hoy están entre rejas, mientras el jefe del procés pasea por Berlín y se saca fotos ante el Bundestag. A la espera de lo que decida Llarena, sí podría Pedro Sánchez ir pensando en lo que quiere hacer con la euroorden. Si al juez de un país miembro de la UE - democrático con todas las de la ley - los jueces de otro país miembro - tan democrático como el anterior - le pueden enmendar la plana sin conocer de cerca el caso ni haber valorado a fondo las pruebas, la tal euroorden - que debe basarse en la confianza mutua en el sistema judicial de los países comunitarios - no sirve de gran cosa. 

Doctores tiene el Derecho y muchos coinciden en que no era ni es competencia de los jueces alemanes entrar en el fondo del asunto: su función era solo comprobar si el delito de rebelión por el que se reclama a Puigdemont en España tiene equivalencia en la legislación alemana y lo cierto es que la tiene: alta traición. Sin embargo, los magistrados de un país en el que los partidos independentistas son ilegales, entienden que Puigdemont debió al menos haber sacado los tanques a las calles de Cataluña el 1-O para que se le pueda considerar un rebelde con causa.

El 75% y Santo Tomás

Con el asunto del 75% de descuento en los viajes de los residentes en Canarias a la Península proclamo un escepticismo digno de Santo Tomás: cuando lo vea, lo creeré. No será necesario que vea la marca de los clavos en las manos del ministro Ábalos ni que meta la mano en su costado: me bastará con que lo apruebe el viernes el Consejo de Ministros y el sábado entre en vigor, sin sorpresas ni más trampa ni cartón. Los optimistas, casi todos en el PSOE, aseguran que así será y que el culebrón tendrá final feliz. Pero insisto, se han visto tantos bultos sospechosos, fenómenos paranormales y maniobras aéreas en la oscuridad en las últimas dos semanas, que prefiero certificarlo con mis ojos para no llevarme más sustos. Estarán conmigo en que no es ni medianamente normal tanto lío para tan poca cosa: el año pasado se aplicó el mismo descuento en los viajes interinsulares y no pasó nada de lo que esta pasando en esta ocasión.

De entrada tenemos a un ministro destemplado, asegurando en el Congreso que había que esperar al menos seis meses por la medida. Se montó de inmediato la zapatiesta y los humos del ministro empezaron a bajar: a los pocos días ya era posible sacar adelante el descuento con un decreto por la vía de urgencia que, con suerte y una caña, acortaba los plazos uno o dos meses. Continuó el galimatías hasta que los presidentes de Canarias y Baleares le hicieron ver que el asunto era mucho más sencillo de resolver: lo aprueba el Consejo de Ministros y se aplica de inmediato. Aún así y aceptando la salida, el ministro quiere decreto y anuncia que enviará uno al Congreso para darle seguridad jurídica a la medida. Hay quien sostiene, seguramente con razón, que tal esfuerzo no es necesario como no lo fue el año pasado, pero si Ábalos se empeña tampoco le vamos a dejar con las ganas de decreto.

Foto: EFE
Lo cierto es que el descuento está en los Presupuestos del Estado en vigor y figura en la propuesta del nuevo REF canario que se tramita en las Cortes para que adquiera carácter permanente, así que el decreto parece superfluo. Pero lo grave no es eso, sino que en el texto del dichoso decreto alguien coló que el descuento de marras se aplicaría sobre una tarifa bonificable - discrecionalmente decidida por el Gobierno de turno - y no sobre lo que me cuesta realmente  el billete. Y el rebumbio se reactivó, como era previsible y natural. Primero, porque contraviene los acuerdos del Gobierno anterior con NC, la fuerza política que negoció el descuento pero, sobre todo, porque se enmienda la plana de toda una Ley de Presupuestos con una norma de rango inferior como es un simple decreto. Llegados a este punto de la misteriosa historia del 75% - espero que hayan sido capaces de seguir el enrevesado relato - uno no sabe ya qué pensar, aunque caben varias explicaciones de tanto disparate encadenado.

Una, que el Ministerio de Fomento le quede demasiado ancho a Ábalos, insuficiencia que agravaría de manera severa su nula cintura para la crítica. Si no fuera eso podría ser que se ha rodeado de unos asesores a los que debería darles vacaciones indefinidas: se podría ahorrar más vergüenzas en público y ayudaría a que a sus compañeros del PSOE canario se les suavice el rojo subido de los cachetes que este caso les está causando. Hay una tercera posibilidad y es la existencia de una mano negra en ese ministerio que, en cuanto oye que los canarios se quejan de que no tienen AVE ni trenes y piden que se les compense la lejanía para viajar, introduce la coletilla de la "tarifa bonificable" a ver si cuela.

 Hay que recordar que ya ha pasado con anteriores ministros de Fomento y no puede descartarse que Ábalos también haya sido víctima de la famosa mano negra y haya pagado la novatada correspondiente. Ello, por supuesto, no exime de responsabilidad a un ministro que antes de lanzarse al vacío no parecer tener por costumbre comprobar si se ha puesto el paracaídas. Tres buenas costaladas se ha dado ya a propósito del asunto del descuento, quedando ante los canarios como un ministro digno de olvidar sin haber cumplido aún los cien días en el cargo. A ver si lo arregla y cómo lo arregla este viernes o se da un nuevo pertigazo. Mientras, yo como Santo Tomás: ver para creer.   

Cataluña: vuelve la política

No tengo muchas dudas de que Torra y Sánchez hablaron ayer de muchos más asuntos de los que se contaron al final del encuentro de casi tres horas en La Moncloa. Teniendo en cuenta que hacía dos años que un presidente del Gobierno de todos los españoles no se sentaba con uno de todos los catalanes, no se le puede achacar a ninguno falta de generosidad con el reloj. En cualquier caso, si en el dilatado encuentro se acordó algo de lo que no se ha informado, tampoco me preocupa en exceso: creo que terminaremos enterándonos más pronto o más tarde. Prefiero ocuparme de lo que sé, más que de lo que se podría intuir. Y lo que sé y saben todos los españoles es que, el solo hecho de hablar, ha escocido como la sal y el vinagre en la derecha mediática y en la oposición a Sánchez, además de en los radicales de la CUP. Ladran, luego cabalgamos, podríamos decir. Leer hoy algunos titulares y escuchar a algunos líderes, es la prueba del algodón de que contra Cataluña vivían mejor que en una situación en la que todo no es tan negro o tan blanco como con el Gobierno del PP.

Por eso, escuchar a Albert Rivera decir que si por él fuera nunca habría recibido a Torra en La Moncloa, plantea serias dudas sobre la utilidad democrática de su partido. Es cierto que el presidente catalán no es precisamente el adalid del orden constitucional y que su pasado de activista supremacista y xenófobo revela más de sus ideas que todo cuanto él pueda decir. Pero es - guste más o menos - el presidente legítimo de Cataluña y, como se suele decir, con esos bueyes hay que arar. Que todo un líder político como Rivera, aspirante con fundamento a presidir el gobierno del país, rechace la vía del diálogo en política refleja un pensamiento que cuestiona la esencia del sistema democrático: diálogo incluso con quienes más alejados puedan estar de tus puntos de vista. En su favor únicamente cabe aducir que tiene al menos el valor de decirlo públicamente, no como Rajoy, que practicó la ausencia de diálogo con Cataluña durante años aunque jamás lo reconoció ni lo reconocerá.

Foto: El Español
Tal vez si Rajoy hubiera hablado más y hubiera fiado menos la solución del problema a jueces y a fiscales, la reunión de ayer hubiera estado rodeada de mucho menos dramatismo político. Porque, al fin y al cabo, lo extraño no es que el presidente del Gobierno español y el de una comunidad autónoma se sienten literalmente a hablar de todo; lo que constituye una verdadera anomalía democrática en un país como España es que no lo hubieran hecho desde hacía dos años. Dicho lo anterior, lo más positivo del largo encuentro es que Torra y Sánchez no se han despedido con un portazo sino con el compromiso de volverse a ver en unos meses. El primero ha cumplido con el guión previsto reivindicando el derecho a la autodeterminación que solo está en su cabeza y en las de los independentistas y el Gobierno ha trazado ahí la línea roja, como era su obligación y su deber.

No obstante, ha extendido la mano para resolver cuestiones atascadas entre ambas administraciones y que pueden ser abordadas en el marco constitucional al que nos debemos todos. Ahora, y después de tantos gestos por parte de Sánchez, falta saber si Torra y los suyos hacen alguno que no sea el de sostenella y no enmendalla. No me hago ilusiones de ningún tipo y más bien creo que no desaprovecharán la primera oportunidad que se les presente para seguir adelante con los faroles. Si tal cosa ocurriera - nada improbable - el Gobierno sigue teniendo la opción de la Justicia sin que ello implique cerrar de nuevo la puerta del diálogo, con lo que la pelota sigue en el tejado independentista.

El tiempo y los hechos lo dirán aunque, mientras eso ocurre,  no debería olvidar Sánchez que gobierna para todos los españoles y no solo para los que viven en Cataluña. El catalán es un asunto de una extraordinaria dificultad pero no puede copar al completo la agenda del presidente. Tampoco puede llevar a Sánchez a conceder ventajas económicas y políticas a una comunidad para calmar a sus levantiscos dirigentes en detrimento de las demás, ni relegar los problemas y las carencias de estas a un segundo plano en su orden de prioridades. Mal negocio sería para Sánchez y sobre todo para el país que, intentando apagar un incendio, se provoquen nuevos focos de descontento y agravio comparativo en otros territorios. Dicho lo cual, bienvenida sea la vuelta de la política siempre que su fin sea resolver los problemas de los ciudadanos: esa es su función y de ella deberán responder los políticos ante esos mismos ciudadanos.

Primarias tengas y las ganes

Pues sí, el PP ha celebrado sus primeras primarias y le han salido de aquella manera: manifiestamente mejorables. Ha votado el 88% de los 66.000 inscritos - unas 58.000 personas - y la campaña estuvo trufada de puyas entre los candidatos y la jornada electoral de amenazas de impugnación. Con todo, lo más explosivo por la carga de dinamita política que contienen han sido los resultados. No es que hayan fallado las encuestas o que nadie augurara que el joven y masterizado Casado no podía dar la sorpresa. Eso estaba descontado aunque nadie pensó que fuera el segundo en discordia sino el tercero, como mucho. Lo más sorprendente de estas primarias ha sido el fracaso en vivo y en directo y no en diferido de Cospedal, cada vez menos todopoderosa secretaria general. Su derrota demuestra una vez más que controlar el aparato no es sinónimo de poder omnímodo, sino más bien de riesgo de batacazo si son los militantes los que hablan. Sin embargo, las ansias de Casado por hacerse con el testigo que Rajoy ha dejado caer puede que le brinden a Cospedal una segunda oportunidad de seguir tocando poder.

Que ello implique que los compromisarios tengan que hacerle un corte de mangas a los militantes que se decantaron por Sáenz de Santamaría y apostar por Casado, no creo que le quite el sueño a nadie: total, para los que votaron tampoco es como para rasgarse las vestiduras. La flamante ganadora de las primarias, aunque por poco, parecía anoche la encarnación de alguien que clama en el desierto mientras sus compañeros de caravana se conchaban e ignoran sus invitaciones para ir todos de la mano como una gran familia unida. Su llamamiento a la integración de candidaturas fue desdeñado de forma displicente por un Casado que se ha venido arriba y que no ha dudado en guiñarle el ojo a Cospedal para empezar a hacer manitas políticas.

Foto: El País
A nadie se le escapa, y a Casado menos aún, que la ex vicepresidenta y la secretaria general son como el agua y el aceite y de esa rivalidad se aprovecha para echar la red en los caladeros de Cospedal. Su esperanza es que quienes la apoyaron a ella en las primarias hagan de él el nuevo presidente del PP, a cambio seguramente de que la secretaria general siga teniendo mando en plaza. Entretanto, Santamaría podría sufrir en primera persona y a manos de sus propios compañeros el incumplimiento de uno de los grandes mantras del PP de todos los tiempos, el que establece que debe gobernar - mandar la lista más votada. Por ahora y a la vista de los primeros movimientos tras las primarias no es ese el panorama que se dibuja, aunque en política es conveniente no jurar y no decir nunca de este agua no beberé. Ahora bien, de cumplirse los indicios, a Sáenz de Santamaría le podría pasar lo que a López Aguilar cuando un pacto entre Soria - ahora flamante compromisario congresual  del PP - y el nacionalista Paulino Rivero mandó al socialista a la oposición a pesar de su triunfo electoral.

Que me maten si sé qué es lo que más le conviene al PP ni si habrá más posibilidades de regeneración con Casado que con Sáenz de Santamaría o viceverse. Cierto es que el primero tiene un máster pendiendo sobre su cabeza como una espada de Damocles y la segunda parece que terminó todos sus estudios en tiempo y forma. Pero, más allá de eso, sospecho que las posibilidades son muy similares. Tampoco me atrevo a pronosticar cuál de los dos tiene más gancho electoral para desalojar al malvado Pedro Sánchez de La Moncloa en cuanto se presente la oportunidad. Sería cuestión de ver sus primeros movimientos para empezar a hacerse una idea sobre asuntos con los que de momento no conviene perder el tiempo.

Lo único que me preocupa - y así lo confieso - es cómo diferenciar a Casado de Albert Rivera si es el primero el elegido para sentarse en el trono de Rajoy. Ese sí que me parece un problema a considerar seriamente por el PP para evitar confusiones electorales indeseadas. Para todo lo demás siempre le podemos preguntar a Margallo, el único con un discurso ligeramente autocrítico y levemente regenerador en estas primarias. El problema es que obtuvo apenas el 1% de los votos, lo que demuestra que casi nadie está ya para discursos ni en el PP ni en ningún otro sitio habiendo lemas y eslóganes en abundancia.

Votar es un placer

Ahora que los canarios ya podemos volar a Madrid por menos de lo que nos cuesta la guagua para ir a trabajar, déjenme que me ocupe de las huestes populares y de sus tribulaciones en el frío banco de la oposición. Mañana es el día señalado en rojo - perdón por la impertinencia - para que acudan a elegir a su nuevo líder o lideresa los apenas 66.000 afiliados al día en sus obligaciones. Es poco más del 7% de los 870.000 militantes que el PP decía tener, lo que, de ser cierto, lo convertiría en el partido más grande del mundo solo después del Partido Nacional de los Trabajadores de Corea del Norte.  Me malicio que, con lo mal que llevan la contabilidad en el PP, alguien contó a los muertos, a los que llevan años sin pagar una miserable cuota y a los que se fueron a Ciudadanos o a su casa, lejos del mundanal ruido y la corrupción. Lo que de paso pone de manifiesto algo que ya vienen advirtiendo desde hace tiempo muchos politólogos: la militancia política se bate en retirada y los partidos de masas de toda la vida se convierten en grandes estructuras vacías de participación activa más allá de algunas primarias y manejadas por élites reducidas.

Sea como fuere, son esos 66.000 afiliados - si es que participan todos - los que tendrán la oportunidad por primera vez en la historia del PP de elegir a la persona que deberá afrontar la responsabilidad de llevar el partido de nuevo a La Moncloa. La buena noticia es que no hay elección digital como  hasta ahora y con quien elijan tendrán que lidiar. Salvo que ocurra lo que muchos temen en el partido, que los más de 3.000 compromisarios para el Congreso del 20 y 21 de este mes que también se designan mañana en votación, decidan que debe ser una persona distinta a la que digan los militantes la que debe dirigir el PP. Si tal cosa ocurriera y entra de lo previsible que ocurra, el PP habría hecho literalmente un pan como unas tortas porque quedaría desautorizada la escueta militancia que mañana se va a molestar en ir a votar. Si en esta ocasión solo participa el 7% de la supuesta militancia, calculen qué porcentaje participaría la próxima vez que haya primarias.
Eso, que no es un problema menor, no es sin embargo lo más grave que le puede ocurrir al PP en este proceso sucesorio. Imaginen por un momento un empate técnico entre Sáenz de Santamaría y Cospedal y no me digan que si fueran militantes o dirigentes activos del PP no les temblarían las piernas. Sabido es que a la ex vicepresidenta y a la aún secretaria general les revisan los bolsos los seguritas cuando coinciden en algún evento y les retiran las navajas, los cuchillos y otras armas de hacer sangre. Queriéndose tan mal como se quieren entre sí, sacar adelante una candidatura unitaria para dirigir el partido se antoja tarea apropiada para un mediador de la ONU experimentado en viejas guerras enquistadas.

Hasta creo que más de uno en el partido desearía que triunfara la tercera vía y resultara elegido el joven y masterizado Casado, tras el que asoma ominoso el bigote de Aznar. Que no andan los candidatos y candidatas a partir un piñón lo demuestran los mandobles que con generosidad y amplia sonrisa se han dirigido en estos días de campaña, haciendo bueno que el peor enemigo de un político es un compañero de partido. Esclavos de la corrupción, unas y otros se han dedicado menos a explicar su proyecto de partido y sus propuestas para el país que a meterle el dedo en el ojo a los rivales. Es mucho lo que el PP se juega en este envite pero las señales no auguran un final feliz ni para el partido ni para el país, aunque haya quien se pueda sorprender de esta última afirmación. Sí, creo que la estabilidad del sistema democrático necesita un partido de centro derecha homologable con los de otros países europeos, que equilibre los extremos del espectro político.

Cosa distinta es que ese partido sea el PP, que ha perdido demasiadas oportunidades para regenerarse y haber aplicado una política mucho menos insensible con la realidad social de un país arrasado por la crisis. Puede que esa bandera se la haya arrebatado en buena medida Ciudadanos y mucho tendrán que cambiar ahora los populares para recuperarla. Por eso necesitan que la sucesión de Rajoy salga bien y que quien se ponga al frente del partido sea capaz de llevarlo de nuevo a La Moncloa lo más pronto posible. Esa y no otra será su misión porque ese y no otro es el objetivo de un partido político, ocupar el poder. Sin embargo, la indiferencia aplastante de la militancia y la guerra de guerrillas en la cúpula, no son las mejores armas para empezar a recuperar el terreno político que sus propìos y graves errores le han hecho perder en los últimos años. 

Los gestos de Sánchez

Hoy quiero empezar tirando de refranero antiguo y diciendo aquello de bien está lo que bien acaba. Me explico: tal y como había vaticinado casi todo el mundo, los primeros pasos de Pedro Sánchez en La Moncloa se están caracterizando sobre todo por los gestos. Ya sé que a la oposición o le parece filfa o le parece devolución de favores a quienes hicieron a Sánchez presidente en la moción de censura. Nada nuevo bajo el sol ni nada que objetar a la oposición que de manera legítima quieran hacer Ciudadanos y el PP. A ellos menos que a nadie se le escapa la escasa capacidad de maniobra de un presidente con escuetos apoyos parlamentarios y un presupuesto cerrado. Con esos mimbres, poco más que enviar mensajes al electorado a través de gestos que no cuesten mucho dinero puede hacer el presidente. La oposición lo sabe y lo explota con todo el derecho político del mundo y ningún reparo cabe ponerle. Sánchez hace lo que le marca el guión de la situación política: enviar a la sociedad el mensaje de que otra forma de gobernar distinta de la del PP no solo es posible sino imprescindible por el bien de la salud democrática y social del país.

En ese contexto hay que inscribir decisiones como la creación del Comisionado sobre la pobreza infantil, una fiscalía sobre discapacidad, el anuncio de personarse en los casos judiciales de orden sexual o acoger a los inmigrantes del Aquarius. Una decisión, más que un gesto, como el pacto de prisa y corriendo con Podemos sobre RTVE, ha sido un claro despropósito que ha desmentido el discurso sobre la necesaria independencia de ese medio de comunicación público de las injerencias políticas. Aunque para gestos de verdadero calado, dos que tiene que ver cada uno con dos de las nacionalidades históricas que más quebraderos de cabeza suelen provocar: el País Vasco y Cataluña. Tengo pocas dudas de que el anuncio de acercar los presos de ETA al País Vasco es fruto de un acuerdo con el PNV a cambio del inestimable apoyo a Sánchez en la moción de censura.

El Periódico
Este es un asunto tan sensible que debe andar con mucho tiento el Gobierno para no reabrir en víctimas y familiares heridas que aún están a flor de piel. La disolución de ETA anunciada por la propia banda terrorista puede ser una buena excusa para el acercamiento, pero es muy importante evitar la precipitación y la improvisación. Ante todo, debe actuarse con criterios objetivos conocidos por la sociedad, sobre las razones que hacen recomendable el traslado de los presos de manera individual y nunca colectiva.

Mención aparte merece el traslado a cárceles catalanas de los dirigentes independentistas presos, una vez concluida la instrucción de sus causas por el Tribunal Supremo. Tampoco descartaría que la decisión ya en marcha responda a algún tipo de acuerdo con el independentismo catalán a cambio del apoyo a Sánchez en la moción de censura. No me escandalizaría que fuera así porque, entre otras cosas, la medida se ajusta sin problemas a la legalidad vigente. Sirve - y esto es lo más importante - para distender el cortante clima político de las relaciones entre el Gobierno catalán y el del Estado y allana el camino a la reunión que el lunes prevén mantener Sánchez y Torra.

A la luz de la experiencia y de las declaraciones de los independentistas de los últimos días, soy profundamente escéptico sobre el resultado de esa reunión. Me alegraría que del encuentro surgiera un mínimo atisbo de que las relaciones discurrirán por los cauces constitucionales que los independentistas despreciaron olímpicamente, así como que quede de manifiesto que hay  espacio para la política y no solo para los tribunales de justicia. La gran incógnita es saber hasta dónde está dispuesto a llegar a Sánchez y a cuánto está dispuesto a renunciar el independentismo que habla por Torra. Por eso decía que bien está lo que bien acaba y, en este caso, esto no ha hecho sino comenzar.

Los inmigrantes para quienes los quieran

La UE acaba de parir otro ratón, aunque en realidad ya ha parido tantos sobre tantos asuntos que uno más apenas se nota. Después de días hablando de la trascendental cumbre sobre inmigración de este fin de semana, los jefes de estado y de gobierno se han pasado casi 14 horas negociando un acuerdo que, en síntesis, se traduce en que se ocuparán de los inmigrantes que lleguen a las costas europeas aquellos países a los que les apetezca hacerlo. Se entierra el sistema de cuotas obligatorias de inmigrantes por países que nadie cumplió y, en lugar de hacerlo cumplir, se da paso a la pura y dura voluntariedad para responder a un problema de una enorme envergadura humanitaria. Es lo que hay y no busquen más. Esa voluntariedad significa, por ejemplo, que aquellos países a los que la inmigración no les importa, no les afecta o las muertes en el Mediterráneo les pillan demasiado lejos de casa, pueden seguir ocupados tranquilamente en sus asuntos como si no estuviera pasando nada de nada. Llamar a eso solidaridad entre los países miembros ante un problema común es mucho más que un abuso del lenguaje, es casi un insulto.

Porque pasan cosas, ya lo creo que pasan: pasan cosas como la del Aquarius o como los inmigrantes que mueren o desaparecen en el Mediterráneo o son pura mercancía para las mafias. Todo esto pasa y pasa ante nuestro ojos y ante los ojos de los presuntos responsables de hacer mucho más de lo que hacen para que deje de pasar o pase lo menos posible. Pero ni en Bruselas ni en ninguna otra capital europeo de cierto peso político se termina de entender que este no es un problema coyuntural sino estructural, con causas desencadenantes bien conocidas. Por tanto, las puras medidas de autodefensa y seguridad por sí solas apenas si son un débil dique ante el empuje de miles de personas buscando una vida mejor. Prueba de ello es que las acciones en los países de origen y tránsito de la inmigración se despachan en el acuerdo con unas cuantas líneas vagas e imprecisas para la galería que nadie pondrá nunca en práctica


La brillante idea que se acaban de sacar de la chistera es abrir grandes centros de desembarco - podemos llamarlos también de internamiento - en el que se clasifique a los inmigrantes: los que reúnan las condiciones para quedarse en la UE bajo algún tipo de protección y los que serían repatriados si son considerados inmigrantes económicos. Cómo y quién haría todo eso y qué garantías hay de que no se vulnerarían derechos humanos básicos queda envuelto en la más espesa niebla de la indefinición. El supuesto acuerdo flaquea por los cuatro costados pero sobre todo por la ausencia absoluta de obligatoriedad: los países son libres de cumplirlo o no ofreciéndose a acoger inmigrantes refugiados o a albergar centros de desembarco. 

Quien no quiera colaborar no será amonestado, ni molestado ni conminado, puede seguir haciendo lo habitual: mirar para otro lado y que se ocupen otros del problema. Y la manera de que se encarguen los demás de un problema de todos es ofreciéndoles dinero, como ya ha ocurrido con Turquía y con Libia, y como ha vuelto a ocurrir ahora con un satisfecho Pedro Sánchez. El presidente español, que se ha estrenado en este tipo de contubernios comunitarios, parece incluso contento de que Alemania y Francia le hayan prometido unos cuantos millones de euros - no se sabe cuántos - para que "gestione los flujos migratorios del Mediterráneo Occidental". No lo ha precisado Sánchez pero España y Grecia tienen muchos números para convertirse en los países que albergarían los centros de desembarco de los inmigrantes que intentan llegar a Europa. Así las cosas, Merkel puede que salve su gobierno, el filofascista gobierno de Italia se escabulle y el norte y el este de Europa silban y miran al tendido. ¿Algún voluntario?

El mal día de Ábalos

Ayer no fue un buen día para José Luis Ábalos, flamante ministro de Fomento y secretario de organización del PSOE. Que en una misma mañana detengan por presunta corrupción al presidente de la diputación valenciana y compañero de partido, Jorge Rodríguez, y casi al mismo tiempo te empitone Ana Oramas, no es una experiencia que se le deba desear a nadie. De las andanzas de Rodríguez en Valencia ya se encargará la Justicia, pero de las causas del enfado de Oramas tendrá que encargarse Ábalos y hay expectación para saber cómo lo resuelve. Y más le vale irlo haciendo con toda la celeridad de la que sean capaz él y su nuevo equipo porque el asunto no es menor: estamos hablando nada menos que de aplicar la subida hasta el 75% del descuento que tendrán los residentes en Canarias, Baleares, Ceuta y Melilla para viajar a la Península. El compromiso, merecidamente calificado de histórico, lo cerraron Rajoy y el líder de Nueva Canarias, Román Rodríguez, poco antes de la defenestración política del primero. Como tal se convirtió en enmienda y se incorporó a los Presupuestos del Estado que hoy mismo ha aprobado el Congreso y que el BOE publicará en un par de días. 

Ocurre, sin embargo, que alguien hizo un copia y pega y trasladó a la enmienda de este año la que en los Presupuestos del año pasado establecía el mismo descuento para los viajes interinsulares. En la maniobra no se eliminó la coletilla en la que se "autoriza" al Gobierno a aplicar la medida y es aquí en donde el conejo me riscó la perra. Con voz atascada y un punto altiva, Ábalos dio cuenta en el Congreso de la retahíla de trámites, informes y polizas con los que debe contar el Gobierno para poder hacer realidad el acuerdo sin violentar la legalidad. En el mejor de los casos y contando a la pata la llana el proceso llevará seis meses, cuando resulta que ya eran miles los canarios, baleares, ceutíes y melillenses que salivaban pensando en darse un salto veraniego a la piel de toro aprovechando el abaratamiento de los billetes. 

Foto: El Español
Después de la ducha de agua helada del ministro, ahora hemos entrado en la fase en la que Nueva Canarias le echa la culpa al PP, el PP se la echa a Nueva Canarias y al PSOE y el PSOE a todos los demás a la vez.Y esto, después de que todos lleven semanas apuntándose la medalla del acuerdo bien por conseguirlo, por concederlo o por apoyarlo. Es muy posible que alguien no hiciera bien sus deberes y no revisara con lupa la redacción de la enmienda de marras; incluso cabe la posibilidad de que estemos ante una bomba de relojería que Montoro ha dejado de recuerdo a los canarios por tantos buenos momentos compartidos. Ni lo sé ni me importa mucho saberlo, la verdad: lo que no me cabe en la cabeza es que no haya arreglo para el estropicio, lo cometiera quien lo cometiera. No se trata de pedirle a Ábalos que prevarique sino de que busque la manera legal - que seguro existe - de que la medida entre cuanto antes en vigor y satisfaga la expectativas que los políticos - todos sin apenas excepciones - han contribuido a generar. 

Estamos hablando de un acuerdo con amplio respaldo del Congreso y con dotación presupuestaria, de manera que de lo que se trata es de encontrar el procedimiento legal que permita aplicarlo a la mayor brevedad posible. Todo lo demás suena más bien a resabios burocráticos en boca del imberbe ministro Ábalos. Tal vez haría bien el propio Pedro Sánchez en implicarse en la solución de este lío y sacar a sus compañeros del PSOE canario del mal paso al que los ha llevado Ábalos. Haría así honor el presidente a su reiterada promesa pública de cumplir la llamada agenda canaria y daría muestras de saber lo que significa para los ciudadanos de estas islas no haber recibido el maná muchimillonario del AVE y no tener más alternativa que el avión para sus desplazamientos al resto del territorio nacional. De paso, hasta puede que le evite a su ministro Ábalos otro mal trago parlamentario como el de ayer.    

¿Hacia una democracia sin partidos políticos?

"La era de la democracia de partidos ha pasado". Así de contundente y taxativo comienza Peter Mair su libro "Gobernando el vacío. La banalización de la democracia occidental", (Alianza, 2015). A pesar de que se publicó hace ya tres años, estamos ante una obra que lejos de perder vigencia la ha ganado. En opinión de P. Mair, aunque los partidos permanecen, se han desconectado hasta tal punto de la sociedad y están tan empeñados en una clase de competición que es tan carente de sentido, que no parecen capaces de ser soportes de la democracia. Incide el autor en la creciente devaluación del demos ante una idea de la democracia en la que el componente popular se vuelve irrelevante y hasta superfluo. De esa idea es buen ejemplo la corriente de pensamiento partidaria de poner las decisiones importantes en manos de expertos que no rinden cuentas para evitar que las tomen políticos urgidos por los ciclos electorales.

La lógica reacción de los ciudadanos es la desafección, la indiferencia e incluso la hostilidad frente a los partidos. Mair considera significativo que la actual literatura política se preocupe mucho menos de cómo reducir esa brecha que de acomodar la democracia a la falta de interés ciudadano, dando así por irrecuperable la debilidad del demos como base esencial de la democracia tal y como la seguimos concibiendo en la actualidad. Para Mair es posible concebir una democracia sin partidos, solo que sería una democracia de mínimos en la que el demos ya no desempeñaría ninguna función relevante.

Participación y afiliación a la baja
Pruebas evidente del alejamiento entre ciudadanos y partidos son el continuo descenso de la participación en las elecciones y del número de afiliados. Y es a través de esa brecha - dice Mair - por la que se cuelan los populismos de diverso signo. Síntoma también de la distancia que separa al demos de los partidos es la volatilidad del voto, lo que además hace cada vez más inciertas las predicciones electorales. Esto significa que, como consecuencia de los cambios sociales de las últimas décadas, cada vez es más frecuente que los electores cambien el sentido de su voto de unas elecciones a otras.
Esa actitud pone de manifiesto una caída de la lealtad partidaria y del número de electores que se identifican solo con unas siglas concretas. Todo lo cual se completa con la posición de muchos electores que no deciden su voto hasta el momento mismo de votar, complicando más si cabe las predicciones sobre el comportamiento electoral. En opinión de Peter Mair, "cuando la política se convierte en un entretenimiento para los espectadores es difícil mantener partidos fuertes. Cuando la competencia entre partidos apenas tiene consecuencias para la toma de decisiones, solo cabe esperar que derive hacia el teatro y el espectáculo". (pág. 60)

Todos los partidos son iguales
Esta frase tantas veces escuchada en la calle no estaría exenta de verdad para Peter Mair. La política actual es cada vez menos partidista, aunque las apariencias puedan hacer creer lo contrario. Lo cierto es que se extiende la indiferenciación entre los partidos, al menos por lo que se refiere a las decisiones de gran calado y alcance para los ciudadanos. Se trata de un proceso muy vinculado a la globalización en el que los gobiernos y, consecuentemente, los partidos políticos han visto drásticamente recortada su autonomía política. Véanse, por ejemplo, las presiones de los mercados financieros en favor de la eliminación de regulaciones ante las que los partidos socialdemócratas siempre habían sido más resistentes que los conservadores y liberales.

Esa resistencia, sin embargo, ya ha quedado atrás puesto que tanto unos como otros suelen ceder con parecida celeridad. Esto conduce a que "los partidos políticos de las democracias industriales avanzadas cada vez tienen más dificultades para mantener identidades diferenciadas". Lo cual, unido al retroceso del llamado voto de clase, ha dado paso a partidos "atrapalotodo" que buscan votos en todos los caladeros electorales posibles. De ahí - dice Mair - que la actual competición política se distinga por la "pugna por eslóganes socialmente inclusivos a fin de obtener el apoyo de electorados socialmente amorfos". Con líderes políticos de los que se valora ante todo su capacidad mediática para conectar con electorados de base social lo más amplia posible y una decreciente competencia entre izquierda y derecha, retrocede también el modelo de gobierno de partidos responsables.

Adiós a los partidos de masas
De los viejos partidos de masas que nacieron y crecieron en el siglo XX queda más bien poco, empezando por la caída de la militancia  y unas bases sociales cada menos definidas. Con la implantación de partidos "atrapalotodo" que tienden a alejarse de la calle y a refugiarse en las instituciones, también se alteran las funciones tradicionales de las fuerzas políticas. Una de ellas era trasladar las demandas sociales a los núcleos del poder, un papel que interpretan ahora organizaciones y movimientos sociales de todo tipo que son los que han terminado estableciendo la agenda política. 



Es, además, de esas mismas instituciones en las que tienden a refugiarse los partidos de las que depende su propia subsistencia económica a través de las subvenciones que compensan el retroceso del número de militantes. Para Mair, a la vista de este panorama la única función que mantienen aún los partidos es la del clientelismo y la organización del parlamento y el gobierno. El resultado de todo lo anterior es que "los ciudadanos dejan de se participantes para ser espectadores mientras las élites ocupan un espacio cada vez mayor en el que perseguir sus intereses particulares". Se trataría en definitiva de que "los ciudadanos se quedan en casa mientras los partidos se encargan del gobierno". (pág. 107)

Los partidos en la UE
La UE es para Mair el paradigma de las transformaciones que han sufrido los partidos políticos. En el club comunitario ve el autor el espacio para el refugio de unos partidos y unos dirigentes alérgicos a rendir cuentas. Es en ese ámbito en el que se aprecia con más claridad la escasa competencia entre partidos como pone de relieve que, tanto cuando se trata de aceptar o de rechazar instrucciones comunitarias, la decisión suele contar con el respaldo unánime de los partidos mayoritarios. Aquí es pertinente recordar el acuerdo que con nocturnidad y alevosía alcanzaron en España el PP y el PSOE para reformar la Constitución, cumpliendo instrucciones emanadas en primera instancia de los mercados financieros. El ciudadano, mientras, observa que las decisiones relevantes se adoptan en lejanas instituciones no elegidas democráticamente y liberadas de rendir cuentas. A nadie debería extrañar que la participación en las elecciones al Parlamento Europeo sea tan baja contagiando, además, la participación en las elecciones nacionales.

Mair cuestiona que se pueda hablar de una Unión Europea democrática en tanto no hay demos definido. En esto coincide con Daniel Innerarity, aunque pare éste politólogo eso ni siquiera es relevante ya que esa carencia la puede suplir una red institucional que se ocupe de los asuntos a los que ya no pueden hacer frente los estados nacionales de manera individual. Mair sí considera esencial la existencia de un demos para que la UE pueda adquirir el marchamo democrático del que ahora carece. Para nuestro autor, la UE es una suerte de "estado regulador" o sistema político al que apenas se puede acceder por las vías y con los medios habituales en una democracia convencional. A su juicio, esta UE se ha construido de esta y no de otra manera por la sencilla razón de que la democracia convencional ya no es operativa ya que, si lo fuera, no hubiera sido necesaria la UE. De manera que la UE podría entenderse como una respuesta a la creciente incapacidad de la propia democracia popular para hacer frente a problemas que escapan a la capacidad de decisión de los estados. 

Conclusión
El libro de Peter Mair, al margen de alguna que otra exageración en sus planteamientos,  es una reflexión relevante sobre la función de los partidos políticos en la democracia actual y sobre el futuro de la democracia misma. Es evidente que los partidos, piezas clave de esa democracia, han mutado en organizaciones divorciadas de unos ciudadanos que les pagan con la misma moneda. La cuestión es cómo revertir la situación y acortar la brecha y para eso el populismo no parece la mejor de las alternativas.

¿Seguiría habiendo democracia si los partidos terminaran convertidos en meros gestores de la agenda institucional, sin apenas contacto con la calle salvo en periodos electorales y a través de medios de comunicación y redes sociales? ¿se podría seguir hablando de democracia si continúa bajando la participación electoral y la afiliación? ¿en una democracia así a quiénes representarían los partidos? ¿estamos ya de camino a un sistema más tecnocrático que democrático e incluso hemos llegado ya a él? Pocas respuestas hay de momento para estas y otras muchas preguntas que suscita la lectura del libro de Mair aunque al menos una sí parece evidente: la democracia de partidos está dejando de ser cómo la hemos conocido y está evolucionando hacia un sistema cuyas características centrales aparecen aún muy borrosas.

A financiación ida, palos a Sánchez

Comprendo que a un buen puñado de líderes autonómicos no les haya hecho gracia que Pedro Sánchez renuncie a meterse en el avispero de reformar la financiación autonómica antes de que acabe esta legislatura. Hace años que se viene esperando por la modificación de un modelo que la mayoría considera injusto y desequilibrado y, escuchar que la situación no cambiará al menos antes de dos años, no puede ser una buena noticia. Incluso entre las autonomías del PSOE como Andalucía, la posición de Sánchez se ha recibido con una mueca a medio camino entre el enfado y la decepción. Téngase en cuenta que no son precisamente virutas ni calderilla lo que está en juego, sino el dinero para pagar la sanidad, la educación o la dependencia. Canarias, con unos servicios públicos históricamente muy mal financiados por parte del Estado, ha sido de las primeras en afearle a Sánchez que ni siquiera lo intente.

El Gobierno autonómico le recuerda al presidente lo avanzadas que estaban las negociaciones con el Gobierno anterior y los informes técnicos ya elaborados sobre este asunto. Aún así, y a pesar de que el retraso es perjudicial para las islas, también es cierto que las negociaciones con el Ejecutivo saliente han concluido en un logro histórico: separar esa financiación del REF, el régimen que compensa la lejanía y la insularidad canarias. No es la panacea pero supone un importante alivio para hacer frente a los gastos de los servicios esenciales. El presidente se compromete, además, a negociar comunidad por comunidad la mejora de su situación y es aquí en donde ha vuelto a saltar la alarma: la posibilidad de dar trato de favor a las comunidades que en época de cinturones apretados para todas siguieron gastando como si no hubiera un mañana. Ahí sí tiene razón el Gobierno canario, el más cumplidor de la clase, en advertir a Sánchez de que no premie a los incumplidores y castigue a los que cumplieron.

Foto: El Confidencial
Dicho eso, la distribución de los recursos públicos entre las autonomías para hacer frente a los servicios básicos transferidos por el Estado es una de las viejas asignaturas que este país no termina de aprobar por más que lo intente una y otra vez. Ninguno de los modelos ensayados hasta ahora ha funcionado y, por lo general, ha provocado más rechazos que apoyos. Allá por principios de 2012, siendo entonces Soraya Sáenz de Santamaría vicepresidenta del Gobierno, se anunció la reforma del modelo de financiación antes de que acabara aquel año. Cuenten los años que han pasado y verán que estamos casi en el mismo punto de partida: salvo una reunión de presidentes autonómicos en donde Rajoy reiteró el compromiso de cambiar la financiación y se encargó un informe a un grupo de expertos elegidos por las autonomías, poco más se ha hecho. Luego se desató Cataluña, el PP perdió la mayoría absoluta y todo quedó pendiente para tiempos más favorables. Sin embargo, ha sido llegar Sánchez a La Moncloa y ya le exigen las autonomías que cumpla en menos de dos años lo que Rajoy, con mayoría absoluta, no cumplió en seis años y medio porque no quiso, no supo o no pudo.

Es más, dudo mucho de que Rajoy hubiera abierto este melón de haber seguido de presidente y dudo aún más de que algunas comunidades como Canarias se lo hubieran reprochado como se lo reprochan a Sánchez. Con la situación política en Cataluña lejos de estar normalizada, con los precarios apoyos del presidente y con apenas dos años antes de las nuevas elecciones si en efecto es capaz de llegar a 2020, no parece razonable exigirle a Sánchez que abra un asunto de esa complejidad. Puede que haya quienes deseen que el presidente se haga el harakiri metiéndose en un debate con muchas probabilidades de acabar como el rosario de la aurora o, en el mejor de los casos, con un mal acuerdo que volvería a dejar a todo el mundo descontento. Poco se avanzará en resolver este asunto si no se piensa en un modelo de financiación capaz de durar dos o tres décadas sin generar tantas quejas y agravios como el actual. Lo llamativo es que algunos barones socialistas se unan a las críticas al presidente en un ejercicio de aparente ignorancia de las actuales circunstancias políticas. Razón tenía aquel que dijo que hay rivales políticos y después están los compañeros de partido.

PP: más nombres que ideas

Lo dije cuando las primarias hicieron a Pedro Sánchez líder del PSOE y lo repito ahora que el PP busca sustituto o sustituta para Mariano Rajoy: centrar el debate en los nombres y no en los proyectos de los candidatos es un síntoma más de la decadencia de los partidos políticos, incapaces de ofrecer a sus militantes y a los ciudadanos algo más que espectáculo mediático. Me parece incluso irrelevante que sean siete - número mágico -  los que se postulan para presidir el PP y pensaría lo mismo si fueran dos o diez. Ya sé que en el PP esto se vende como una muestra de fortaleza y democracia interna y de que hay banquillo de sobra para liderar el partido. Bien mirado, también se puede interpretar con la misma legitimidad que lo que hay en realidad es una alarmante falta de liderazgo claro y definido, después de 14 años de presidencialismo puro y duro con Rajoy al frente de la nave popular. Tengo, además, la sensación de que el desmarque de Núñez Feijoo ha cogido a la mayoría del partido con el pie cambiado. Su renuncia a aspirar a la presidencia tiene a los populares desconcertados y tal vez eso explique la inflación de nombres en un partido en donde siempre se ha hecho lo que dice el jefe máximo y único.

Después de años señalando al político gallego como el sucesor natural de Rajoy - signifique eso lo que signifique - no es fácil encontrarse de la noche a la mañana con que el esperado no vendrá y alguien tendrá que acudir a dirigir la organización. Incluso me parece ocioso detenerme a analizar las fortalezas y debilidades de cada uno de los candidatos, sobre todo teniendo en cuenta que al menos dos tercios de los mismos se van a quedar por el camino. Sería tiempo perdido mientras no dispongamos al menos de más objeto de análisis que las vaguedades y tópicos con las que han dado a conocer sus intenciones al anunciar sus candidaturas. Pues claro que se supone que todos están la mar de ilusionados, que quieren un partido fuerte y cohesionado y volver cuanto antes al poder. Como a los soldados el valor en la batalla, todo eso se le supone a los aspirantes, así que con esos argumentos es imposible ir muy lejos en el análisis salvo que nos entreguemos a la mera especulación.

Foto: El Confidencial Digital
Cuestión distinta sería que cada uno explicara en qué consiste exactamente su proyecto de partido, que piensa hacer para regenerarse de la corrupción que les ha llevado a la oposición o cuál es su salida para Cataluña que no pase única y exclusivamente por los juzgados. Por no referirme también a otras cuestiones nada secundarios como sus puntos de vista sobre el futuro del estado del bienestar, la inmigración o la calidad del sistema democrático. Soy consciente de que no estamos ante unas elecciones generales y no pretendo que presenten un programa electoral, pero sí al menos algunas líneas generales de su ideario político, si es que lo tienen, para saber si hay diferencias significativas o todos piensan lo mismo entre sí. Tanto los militantes como los votantes como los ciudadanos de este país, merecen saber qué piensa sobre los asuntos centrales de la vida pública quienes aspiran a liderar el partido que más escaños tiene en el Congreso. Y si lo que ocurre es que piensan exactamente lo mismo que Rajoy y, además, prevén actuar exactamente igual que el aún presidente, también convendría que lo aclararan.

Pero me temo que me quedaré con las ganas y que en esta carrera por la sucesión de Rajoy habrá mucho pan y circo mediático y político y escaso o nulo debate de ideas propiamente dicho. Que los militantes del PP puedan elegir por primera vez entre las diferentes opciones quién quieren que lidere el partido o que los candidatos puedan debatir entre ellos, es un paso positivo pero insuficiente en tanto no resuelve el problema de fondo: la ausencia total del debate de ideas. Como coinciden en señalar varios politólogos, cuando la política se convierte en un mero entretenimiento para los espectadores, es difícil mantener partidos fuertes. Esto le pasa al PP y al PSOE, por circunscribirnos solo a España. Los socialistas también dieron el  liderazgo a Pedro Sánchez mediante un mero debate de nombres en el que las ideas y los proyectos brillaron por su ausencia. Más allá de algunas circunstancias propias de cada partido, la única diferencia real con lo que ahora ocurre en el PP fue simplemente el número de candidatos.

No son inmigrantes, son seres humanos

Europa tiene muchos retos por delante, el primero de ellos que el propio proyecto de integración sea de verdad inteligible y creíble para los ciudadanos europeos. Tiene también ante sí el desafío de lidiar con el energúmeno que sienta sus reales en la Casa Blanca y con las consecuencias del brexit; la  lucha ante el cambio climático tampoco es menor, por no hablar de la de librarse del merecido estigma de haberse ocupado más de salvar bancos que de rescatar personas durante la crisis económica. Aunque la madre de todos los retos es la inmigración por lo que comporta desde el punto de vista humano y los derechos básicos que entran en juego. Sin embargo y por desgracia, a la vista está el estrepitoso y dramático fracaso europeo hasta la fecha. Estrepitoso porque no hay una mínima señal de que se sepa lo que hay que hacer y cómo hacerlo, más bien hay desconcierto, pasividad, indiferencia y envenenado populismo a raudales; y es dramático ese fracaso porque todo lo anterior está costando muchas vidas, dolor y lágrimas a las puertas del viejo continente.

No creo que exagere si digo que Europa se está jugando su  futuro como espacio de libertad, democracia y respeto a los derechos humanos de manera cobarde, más tentada a eludir el envite que se le presenta que a aceptarlo y superarlo. En lugar de la idea que ha dado sentido al llamado proyecto europeo, con sus avances, sus estancamientos y sus retrocesos, lo que se está imponiendo es justamente lo contrario: la exclusión, la xenofobia, el racismo y el populismo. Los partidos tradicionales se baten en retirada mientras ocupan el escenario fuerzas políticas que parecen salidas del túnel de los tiempos por sus proclamas excluyentes y segregadoras. Son partidos como los que ya gobiernan en Italia,  Hungría o Austria y que tienen posibilidades de hacerlo también en Francia, Alemania u Holanda. Sus idearios y sus políticas son lo más antitético que se pueda imaginar uno con respecto a la idea de una Europa unida e integradora.

Foto: El Español
Uno quisiera creer que en Bruselas y en otras capitales europeas son conscientes de la gravedad de la situación y de lo que está en juego. Me temo, sin embargo, que no es así y que se confía aún en que esta crisis es pasajera o que la deben resolver en todo caso los gobiernos de los países afectados por su cuenta y riesgo. El caso del Aquarius debería haber hecho saltar todas las alarmas en la UE y no parece que haya sido así: la cumbre europea de finales de mes ya tenía previsto abordar la cuestión, pero dudo de que se hubiera incluido en el orden del día después del plantón de Italia y Malta como no fuera para hacer alguna declaración vaga y borrosa. El generoso gesto español acogiendo a los inmigrantes del Aquarius ha generado una ola de expectación - tal vez excesiva y un tanto circense - y de solidaridad que corre el peligro de morir en la playa como le ha ocurrido a tantas personas que soñaban con ganar el paraíso en la tierra.

Será así si la UE, en tanto organización supranacional y no mera agregación de estados, no asume sus obligaciones morales y políticas. Entre ellas figura en lugar prioritario la actuación sobre las causas que originan el problema para abrir cauces legales de emigración y la gestión en destino de estos potentes flujos humanos. El gran reto es hacer compatible el respeto a los derechos humanos con la seguridad en las fronteras comunes evitando el efecto llamada que no beneficia ni a los receptores ni a quienes buscan un futuro mejor. Se trata al mismo tiempo de perseguir y anular a las mafias que se lucran con la desesperación humana y de evitar caer en la tentación de pagar a regímenes tan poco recomendables como el turco o el libio para que nos libren del problema. Es eso, sin embargo, prácticamente lo único que se ha hecho hasta la fecha y a la vista está el inapelable fracaso y el dramático resultado de pensar más en inmigrantes irregulares que en seres humanos, dignos del mismo respeto y atención que exigiríamos para nosotros en las mismas circunstancias.  

No echaré de menos a Màxim

Ni una semana ha durado en el cargo Màxim Huerta. Después de alguna que otra duda existencial durante la mañana, a última hora de ayer tarde llegó la dimisión. En estos casos siempre subsiste la duda de si dimitió o le obligaron a dimitir. Si nos atenemos a lo que el propio Huerta dijo por la mañana en varias radios sobre su inocencia en el affaire con Hacienda, me atrevería a jurar que su marcha no fue completamente voluntaria: Pedro Sánchez no podía comenzar su estancia en La Moncloa fulminando en público a un ministro y éste no podía dar la imagen de agarrarse a la cartera como un náufrago a un tablón. A Sánchez ya se le recordaba ayer mismo que en 2015 dijo en una entrevista que jamás aceptaría como colaborador a alguien que usara una empresa instrumental para pagar menos impuestos, justo lo que hizo Huerta. Aquellas palabras y el espíritu que animó su moción de censura contra Rajoy no le daban más opción que prescindir del ministro. 

Vaya por delante que es digna de encomio la relativa rapidez con la que el presidente ha sofocado un incendio que le podría haber causado muchos problemas. Que Sánchez mantuviera a Huerta era lo que en realidad pedía la oposición cuando exigía la dimisión del ministro. Eso le habría proporcionado munición con la que debilitar más a un Gobierno ya notablemente débil. Si el PP fuera honesto tendría que admitir que, si Rajoy hubiera actuado con la misma diligencia con los cargos públicos y orgánicos del partido sorprendidos en casos de verdadera corrupción, otra sería seguramente la situación del partido y la percepción que tendrían hoy los españoles de la política. 

Foto: Las Provincias
Ahora bien, que lo de Huerta no sea propiamente un caso flagrante de corrupción no significa que defraudar a Hacienda sea un adorno adecuado en el currículo de un ministro del Reino de España. Cierto es que no ocultó dinero al fisco ni se lo llevó a un paraíso fiscal, pero hizo todo lo que pudo por ahorrarse un buen pico en impuestos hasta el punto de que Hacienda tuvo que intervenir. La sanción administrativa por desviar a una empresa instrumental buena parte de sus ingresos ha sido luego ratificada en firme en sede judicial y eso, a la postre, es lo que cuenta. Por tanto, no es completamente cierto que sea inocente, como proclama, ya que al menos sí es responsable de defraudar a las arcas públicas más de 218.00 euros. Tampoco es cierto que hubiera un cambio de criterio en Hacienda por el que lo legal pasó a ser ilegal de la noche a la mañana. La clave está en que a Huerta se le fue ligeramente la mano desviando a su empresa pantalla sin ninguna actividad la mayor parte de unos ingresos que tributaban por el Impuesto de Sociedades - en torno al 5% efectivo - y no por el IRPF - en torno al 48% en su caso. 

Huerta se va y lo hace dejando un sabor mucho más agrio que dulce. Se le valora que presentara la dimisión para no poner a Sánchez en el compromiso de tener que prescindir de él. Sin embargo, se va con cajas destemplados y escasa deportividad: que un periodista convoque a los periodistas y no les permita que le hagan preguntas es cuando menos reprobable; que encima se refiera a ellos como "la jauría" es condenable y denota el mal perder de alguien que pasará a la historia por el dudoso honor de ser el ministro más efímero de la democracia. No le echaré de menos, aunque no por lo que no ha tenido tiempo de hacer en un Ministerio que apenas ha pisado, sino por su muy desafortunada despedida. 

Cuando la actualidad muerde

Hoy parece uno de esos días en los que sería conveniente abstenerse de leer periódicos, escuchar la radio o ver la televisión. La tensión eléctrica se palpa en el ambiente y, ponga uno la vista donde la ponga, corre el riesgo de sufrir una mordida o un calambrazo de cruda realidad. Vamos por partes para no embarullar estas notas al vuelo más de lo humanamente inevitable. La actualidad política de las últimas horas vuelve a tener su epicentro en los juzgados. Para los que confían ciegamente en la Justicia esto es una buena cosa porque - aseguran - se demuestra que la señora de la balanza y los ojos vendados actúa con la misma imparcialidad con Iñaki que con Perico el de Los Palotes, dicho sea sin ánimo de señalar. Quienes no lo tenemos tan claro preferiríamos que política y Justicia tuvieran menos relaciones de las que exhiben, a veces sin demasiado pudor. Por ir de mayor a menor, véase la decisión de la Audiencia de Palma dando un plazo de cinco días a Iñaki Urdangarín para que ingrese en prisión, después de que el Supremo le confirmara ayer la sentencia del "caso Nóos" con una ligera rebaja primaveral. 

El país entero aguarda ya expectante la imagen del cuñado del Jefe del Estado atravesando la puerta de la trena, un momento que se augura tan catártico como el de su esposa la infanta o él mismo haciendo el paseíllo a las puertas de la Audiencia de Palma. En la Zarzuela se evalúan ya los daños y estropicios que vuelve a sufrir la desmejorada imagen de la Corona y se confía en que el mal trago pase lo antes posible. Bien es cierto que cinco años y diez meses no son una pena perpetua revisable, pero tratándose de uno de los mayores conseguidores del reino y teniendo en cuenta quién es la consorte y en qué estado queda, los daños serán inevitables. 

Foto: El Periódico
Que el asunto pase cuanto antes es lo que desearán seguramente también en el triunfante PSOE y en el debutante Gobierno de Pedro Sánchez. Ha sido llegar a La Moncloa y ya tenemos el primer problema con espinas: el ministro de Cultura, Màxim Huerta, fue condenado por fraude fiscal. Huerta montó una empresa interpuesta a la que imputó buena parte de sus ingresos como presentador de televisión y otras labores mediáticas y por los que tributó según el Impuesto de Sociedades. Para tabaco y otros gastos de bolsillo apartó una módica cantidad por la que sí tributó de acuerdo con el IRPF. Huerta hizo lo que se podría llamar "un Messi", la técnica del as argentino del balón para evitar las crujidas de la Hacienda Pública sobre sus jugosos beneficios. Ahora Huerta dice que pagó la sanción y que ya es un hombre libre de culpa, de lo cual no hay duda. La cuestión es si puede seguir siendo ministro de un Gobierno cuyo presidente está en La Moncloa porque ganó una moción de censura cuyo único objetivo era apartar del poder a un partido corrupto y a un presidente pasivo ante la corrupción. 

Salvando todas las distancias que se quieran, que las hay, o Huerta se va o Sánchez debe proceder a la destitución. Mantenerlo en el cargo desautoriza su mensaje ético y proporciona munición de calibre grueso a la oposición, por no hablar de los amigos como Podemos que ya han pedido la cabeza del ministro. Ya ven lo que dura la alegría en la casa del pobre que, cuando apenas empezaba a recoger el éxito de su acertado ofrecimiento para acoger a los inmigrantes del Aquarius, se ha encontrado con la primera piedra en el camino. Aunque para tropezón el de Lopetegui y el anuncio de que será el próximo entrenador del Real Madrid cuando todavía lo era de la selección española. Ya sé que al hablar de fútbol piso arenas movedizas, pero es que lo de este señor con las puertas giratorias me parece de juzgado de guardia. Así lo reflejan también las redes sociales de un país en el que, por encima de las testas coronadas y de sus circunstancias y de sus ministros en más o menos apuros, están sobre todo y ante todo las pelotas, los peloteros y sus trascendentales problemas. 

Vergüenza migratoria en la UE

A la hora a la que escribo este comentario ya navegan rumbo a Valencia los 629 inmigrantes del barco Aquarius, cuya dramática odisea ha vuelto a dejar con las vergüenzas al aire la política migratoria de la UE. Antes de que el Gobierno español en un gesto de humanitaria solidaridad que le honra se ofreciera a acogerlos, los inmigrantes han tenido que aguardar más de dos días a bordo de ese barco mientras Italia y Malta disputaban porque ninguno de los dos quería permitirles desembarcar en su territorio. En el Aquarius viajan más de 120 menores no acompañados y casi una decena de embarazadas, pero ni siquiera estas circunstancias bastaron para que Italia o Malta autorizaran el desembarco. Es más, el ultraderechista ministro italiano de Interior, Matteo Salvini, se ha permitido incluso cantar victoria tras conocer el ofrecimiento español.  No sé ni me importa mucho lo que dicen los tratados internacionales de los que Italia y Malta son seguramente países signatarios; tampoco sé cuáles son los compromisos con la UE en materia de política migratoria si es que en el viejo continente hay algo que merezca un nombre tan rimbombante.  Tengo para mi que lo que en realidad existe es un sálvese quien pueda generalizado para que cada gobierno actúe en función de lo xenófobo o humanitario que sea.

De lo que no tengo duda es de que lo que ha ocurrido con estos 629 seres humanos cuyo único delito es no tener sus papeles en regla para pisar suelo europeo, es una vergüenza para Europa, para las instituciones comunitarias y para los gobiernos italiano y maltés. Más allá y por encima de tratados  y de políticas comunes de inmigración está la vida humana y nada debe oponerse al inexcusable deber de socorro cuando ésta se encuentra en peligro. Ningún gobierno que se considere respetuoso con los derechos humanos más elementales - y el de la vida es el más elemental de todos porque sin él no es posible garantizar ningún otro - puede actuar como han hecho los de Malta e Italia sin que se les caiga la cara de vergüenza y sin que en Bruselas nadie moviera un dedo para poner fin a esta situación. En realidad, en la capital comunitaria se respiró con alivio al conocer la generosa invitación española. 

Foto: RTVE
Este renovado drama evidencia una vez más la renuncia de la UE a consensuar una política que actúe en el origen del problema, abra vías legales y seguras para la inmigración y preste la imprescindible ayuda humanitaria a quienes arriesgan su vida para buscar una mejor de la que han dejado atrás. Es evidente que el gesto español no puede ni debe ser la solución al problema: los países europeos no pueden caer en la bajeza moral de convertir la inmigración en una pugna obscena por eludir sus responsabilidades ante seres humanos cuyas vidas corren peligro a pocos kilómetros de sus costas. Sin embargo, por ahora y por desgracia eso parecer ser lo que tenemos: que cada gobierno nacional gestione la situación según sus criterios y sus particulares prejuicios frente a la inmigración. A lo más que han llegado en Bruselas - es decir, a lo más que han llegado los países que forman la UE - es a tratar con el poco recomendable régimen turco y el fallido estado libio para que impidan la salida de inmigrantes rumbo a Europa. De haber una política migratoria común, ésta consistiría en todo caso en mantener a los inmigrantes alejados lo más posible de las costas europeas sin importar demasiado la suerte que corran ni si son víctimas de las mafias que las explotan. 

Creo que en parte ha sido la absoluta inoperancia comunitaria la que ha terminado convirtiendo a Grecia y a Italia en puerta de entrada para miles de inmigrantes en los últimos años. Esta realidad ha sido un potente caldo de cultivo en el que han obtenido rédito político los populistas del Movimiento Cinco Estrellas y los neofascitas de La Liga que ahora cogobiernan en Italia, demostrando el viejo aserto de que los extremos se tocan. Se suma así el gobierno del país transalpino a otros como el de Austria y al ascenso de la xeonofobia y el racismo en otros países como Francia, Alemania, Reino Unido u Holanda. No es renacionalizando su responsabilidad en materia de inmigración - entre otras - como puede la UE recuperar el rumbo de la integración perdido hace años. Acometer de frente y con valentía  problemas como este e implicar en las soluciones a todos los países miembros, considerando la gestión de las fronteras comunitarias como tarea y responsabilidad de todos, es la condición indispensable para seguir creyendo en un proyecto europeo que ha vuelto a mostrar al mundo entero sus gravísimas carencias. 

El nacionalismo canario se desenfoca

El vuelco político que ha producido la moción de censura ha dejado a los nacionalistas canarios - a los de izquierda y a los otros - descentrados con respecto al epicentro del nuevo panorama parlamentario. Al menos por esta legislatura, sus dos votos ya no serán decisivos para aprobar los presupuestos como ha ocurrido en los dos últimos años. Pedro Quevedo ya no será más el diputado 176 y Ana Oramas tendrá que hacer nuevas amistades entre la legión de ministras y algún ministro de Sánchez. Ambos se difuminan entre los 350 diputados de una cámara en la que cualquiera puede ser el diputado 176 o el 175. Pero la situación no es la misma para los dos: la diputada de CC es la peor parada después de su milagrosa conversión abstencionista, tras varios días proclamando que con los apoyos con los que pretendía contar Sánchez no estaba dispuesta a ir ni a la esquina. Fue conocer que el PNV iba a aprovechar la coyuntura para frenar en seco los picores electorales de Ciudadanos y le faltó tiempo para decir Diego donde había dicho digo. 

La suya fue la única abstención en una moción en la que, ante todo, se dirimía si Mariano Rajoy debía seguir en La Moncloa después de la sentencia de la Gürtel. El inesperado giro de Oramas ha escocido en las filas populares, hasta el punto de que su líder en Canarias, Asier Antona, no ha dudado en hablar de "bochorno" y ha vuelto a sacar a pasear la improbable moción de censura contra Clavijo. En CC y en el Gobierno canario se tientan ahora las ropas y le encienden velas a Sánchez a la espera de que el anuncio del PP de enmendar los Presupuestos en el Senado no cause demasiados daños colaterales en los acuerdos con Canarias. El nuevo discurso asevera que CC nunca dijo que no apoyaría la moción sino que no le gustaban las compañías que se iba a echar el líder socialista. Quien quiera salir de dudas solo tiene que repasar los periódicos de los días previos al debate de la moción para comprobar cuál fue la decisión de CC. 


Por si no tienen tiempo reproduzco literalmente una frase de la secretaria de Organización, Guadalupe González, al término de la reunión celebrada en Santa Cruz de Tenerife el domingo, 27 de mayo: "CC votará en contra de la moción de censura a Rajoy si la apoyan radicales y secesionistas". Será CC la que tenga que gestionar ahora las consecuencias de su camaleónica estrategia para restablecer las relaciones con el Gobierno central, después de un ejercicio de malabarismo político que ha enfadado al PP y ha llevado al PSOE a tildarlos de oportunistas. 

En cuanto a Nueva Canarias, su posición en el nuevo escenario político es algo más desahogada: desde el primer momento anunció su apoyo a la moción aunque solo unos días antes Román Rodríguez hizo viajar a Rajoy a Canarias para firmar el acuerdo presupuestario al que el líder de los "nacionalistas de izquierda" le está sacando más rendimiento que a un pozo de petróleo. Luego, Quevedo no lo dudó un momento para añadir su voto a los de los censurantes y poner su granito de arena en la defenestración del presidente. 

No sé si Pedro Quevedo habrá hecho méritos suficientes para figurar de nuevo en las listas del PSOE cuando Sánchez tenga a bien llamar a las urnas. Pero, a diferencia de CC, ha quedado en el campo de los ganadores y eso siempre es una baza a favor. Podría decirse del estrellato político  de ambos en estos dos últimos dos años que fue bonito mientras duró gracias a una coyuntura - la de la aritmética parlamentaria - que no es fácil que se repita. Esos dos votos, a pesar de no estar unidos, han conseguido para Canarias algunos avances que sería de ciegos no valorar en su justa medida. El gran drama es que la solución de los problemas de una comunidad singular y de modesto peso político y económico en el conjunto del estado como la canaria, dependa mucho más de la calculadora parlamentaria y de los juegos de alianzas que de la justicia de sus reclamaciones. 

Pablo Iglesias, líder de la oposición

Pronto empieza Pablo Iglesias a amargarle el dulce del Gobierno a Pedro Sánchez. Supongo que el presidente ya tiene descontado que su principal apoyo para desalojar a Rajoy de La Moncloa no se lo va a poner precisamente fácil. Es más, sospecho incluso que Sánchez asumió hace tiempo que sus mayores jaquecas no se las van a ocasionar Ciudadanos y el PP, sino Podemos y Pablo Iglesias. Escribí hace poco que el PP no solo no parece dispuesto a darle a Sánchez los tradicionales cien días de gracia sino ni siquiera 24 horas. En esto al menos poco se diferencia de Podemos: cuando aún no se había producido el traspaso de carteras entre los ministros salientes y los entrantes, ya estaba Iglesias despotricando en televisión. Incluso el PP valoró los nombramientos con menos virulencia de la que cabía esperar, mientras que Ciudadanos subrayaba la experiencia y la capacitación de los miembros del Gobierno y quedaba a la espera de acciones concretas. 

Pablo Iglesias, en cambio, arremetió contra un Gobierno que a su juicio ha sido diseñado para agradar al PP y a Ciudadanos y le reprocha al olvidadizo Sánchez que "en 24 horas ya no se acuerde de quién le ha hecho presidente del Gobierno", literalmente. Y esto lo dice alguien que había renunciado públicamente - aunque con dudas y vacilaciones - a que su partido entrara en el nuevo Ejecutivo. A Iglesias no le molesta que no haya suficientes mujeres en el Gobierno o que los ministros y ministras no reúnan formación y experiencia suficientes para afrontar con garantías de éxito al menos teóricas la responsabilidad que se les encomienda. Lo que le disgusta es que no sean de la cuerda ideológica de Podemos, no que puedan ser unos malos gestores de los intereses públicos. De manera que Iglesias ya le vaticina al presidente un "calvario" al frente del Gobierno, lo que supone toda una declaración de intenciones de la estrategia que prepara Podemos para los próximos meses. 

Foto: Diario Público
En realidad, tampoco deberían sorprendernos en exceso este tipo de argumentaciones marca de la casa - o del chalé - de Pablo Iglesias. Tal vez lo más sorprendente, por mencionar algo, sea que empiece tan pronto a ponerle palos en las ruedas a un Gobierno que de manera indirecta ayudó a nacer votando a favor de la moción de censura. Pero no nos engañemos ni caigamos en la ingenuidad de creer que Podemos actúa de forma distinta que el resto de los partidos. También Iglesias se ha movido únicamente por el interés partidista de Podemos y no por el interés general, como pretenden hacernos creer él y el resto de líderes políticos. El primer objetivo era sacar a Rajoy de La Moncloa - algo necesario para sanear la vida política - y eso ya se ha conseguido gracias a Pedro Sánchez. El segundo es impedir que Sánchez gobierne con un mínimo de holgura, no sea que se acostumbre y se aposente en La Moncloa hasta que se agote la legislatura. 

Después de dos fracasos consecutivos, Iglesias mantiene vivo el objetivo del sorpasso al PSOE para convertirse en la única fuerza supuestamente de izquierdas en este país. Para ello le exigirá a Sánchez medidas y compromisos que difícilmente este podrá satisfacer dadas sus limitaciones presupuestarias y la precariedad, variedad y veleidad de sus apoyos parlamentarios, empezando por los de Podemos. El líder de Podemos, que de tonto no tiene un pelo de la coleta, no creo siquiera que esté realmente escandalizado por los nombramientos de Grande - Marlaska o Josep Borrell, como aparenta. 

Creo que sus críticas a esos nombramientos son solo la cortina de humo con la que pretende ocultar una estrategia de acoso y derribo contra Sánchez que no ha hecho sino empezar. En su corta trayectoria política, Iglesias ha protagonizado ya suficientes episodios de este tipo como para confiar demasiado en su sinceridad de lobo con piel de cordero. No sé cómo se las va a arreglar Pedro Sánchez para conllevar que su principal socio sea también el líder de la oposición a su Gobierno, empujándole a ir más allá de lo que aconsejan la prudencia política y el sentido común. Confío en que su propia experiencia con Iglesias le haya servido de lección para no repetir los mismos errores, aunque me temo que eso no le librará de un buen número de noches sin dormir.