Si no fuera porque cada vez que encendemos la luz o ponemos gasolina nos acordamos de toda la parentela de Putin, ni por asomo nos importaría lo más mínimo que la guerra de Ucrania cumpla ya cuatro meses y dé indicios de estarse volviendo crónica. No digo yo, como hace el Gobierno español, que la inflación sea solo culpa de Putin, pero es evidente que con su machada en Ucrania el IPC se nos ha ido de madre y ahora no hay manera de hacerlo entrar en razón. Lo peor de todo es que Putin es perfectamente consciente de que la inflación le hace un descosido muy grande a las economías occidentales que puede derivar en recesión económica, con lo que le cuelga de mayor polarización social y política, euroescepticismo, populismo y otras excrecencias que pondrían a las democracias un poco más contra las cuerdas. Y a eso juega el dictador moscovita, a una larga guerra de desgaste que fuerce a Occidente a pedir agua por señas, o lo que es lo mismo, a forzar a Ucrania a sentarse a la mesa negociadora en desventaja frente a su agresor.
La guerra divide a los europeos
De hecho, algunos como el presidente Macron empiezan a dejar caer sibilinamente la necesidad de buscar una salida que “no humille” al pobrecito Putin, no se nos vaya a traumatizar. Desde Estados Unidos el presidente Biden, aunque sigue enviando armamento, parece menos beligerante que hace algunas semanas a la vista de que la inflación también le puede complicar seriamente la economía doméstica, tal y como ya está ocurriendo en la UE. Aunque suene cínico, ante este panorama de incertidumbre económica, es evidente que a los dirigentes europeos, empezando por Pedro Sánchez, les viene de perlas tener a alguien como Putin para echarle la culpa de no haber hecho prácticamente nada para reducir drásticamente su elevada dependencia de los suministros energéticos rusos.
De momento se mantiene la unidad entre los países europeos, si bien cogida con alfileres. Cosa distinta ocurre entre los ciudadanos, como acaba de poner de manifiesto el Consejo Europeo de Relaciones Internacionales en una encuesta en la que se revela que aproximadamente la mitad de los europeos aboga por una paz negociada con Putin y la otra mitad pide más dureza contra el sátrapa ruso. Sospecho que si la guerra sigue enquistada y la polarización social aumenta, no pasará mucho tiempo antes de que la UE y los Estados Unidos, agobiados por la situación económica, empiecen a presionar a Zelensky para que se siente a negociar con Putin aunque eso implique cederle el territorio ucraniano conquistado, que va ya por el 20% del país. Incluso las solemnes promesas de llevar a Putin ante los tribunales para que sea juzgado por crímenes de guerra parecen haberse enfriado y ningún líder europeo habla ya de ese asunto.
Ucrania en la UE: ¿falsas expectativas?
Aunque tal vez sea crear falsas expectativas, Bruselas le está ofreciendo a Kiev la posibilidad de integrarse en un futuro indefinido en la UE siempre que acometa profundas reformas que seguramente llevaría años aplicar una vez acabada la guerra. Con las conversaciones estancadas desde marzo, la duda es si Zelensky estaría dispuesto a pagar el alto precio que supondría ceder territorio soberano a cambio de paz y pertenencia a la UE y si los ucranianos lo aceptarían. No obstante, a la vista de que su capacidad militar parece en las últimas y que si continúa combatiendo a los rusos es gracias al armamento occidental, tampoco es descabellado pensar en que acabe por sacar bandera blanca.
Mientras, sobre el campo de batalla continúa la sangría de víctimas civiles inocentes: según la ONU la cifra ronda las 4.600, aunque seguramente serán muchas más dadas las dificultades para hacer recuentos en medio de los bombardeos con artillería, los ataques aéreos y los misilazos rusos. Un cuarto de la población ucraniana está desplazada de sus hogares, incluyendo a los más de siete millones de refugiados de los que también parece que nos hemos olvidado por completo. Así, por ejemplo, ya no hay competiciones privadas y públicas por acudir a Ucrania a traer refugiados como ocurrió en los primeros compases de la guerra.
La guerra y el precio del pan
Otro flanco derivado de la guerra cada día más preocupante es el de las importaciones de cereales, cuyos precios se han elevado un 50% desde el inicio del conflicto debido al bloqueo ruso de los puertos ucranianos y a la consabida especulación en los mercados. Cabe recordar que solo los países africanos importan más del 40% del cereal que consumen de Rusia y Ucrania, lo que ha llevado a la ONU a advertir de que si la situación persiste, el número de hambrientos en el mundo crecerá en más de 13 millones. A lo anterior hay que añadir la escasez de fertilizantes y de insumos para la ganadería, todo lo cual dibuja un sombrío panorama que se refleja, por ejemplo, en que una barra de pan cueste hoy en España un 10% más que hace un mes.
"Lo peor que se puede decir de una guerra es que no se le ve el final "
Tal vez lo peor que se puede decir de una guerra en curso es que no se atisbe el final sino más bien su continuidad indefinida con el reguero interminable de víctimas y daños materiales. Esa es a fecha de hoy la situación de la guerra en Ucrania, sin visos de estar a las puertas de algo parecido a un alto el fuego o a un armisticio o unas negociaciones de paz justa y duradera. China, el gran aliado ruso, no solo no ha movido un dedo para que cese la invasión sino que acaba de “incrementar la cooperación energética, financiera e industrial” con Rusia en un marco de “relaciones sin precedentes”.
Puede que Putin haya perdido lo que llaman algunos la guerra geoestratégica al provocar que Suecia y Finlandia quieran ahora entrar en la OTAN, pero demuestra que tiene capacidad militar para aguantar el envite mucho más tiempo que Ucrania a pesar incluso de las sanciones de Occidente, paliadas en buena medida con el apoyo chino. Ante la crisis económica y el riesgo cierto de que desemboque en recesión, la gran pregunta es cuánto tiempo más seguirán la UE y EE.UU apoyando militarmente a Zelensky antes de empezar a exigirle conversaciones de paz. Creo que nadie lo sabe, ni siquiera unos dirigentes europeos entregados a sus cuitas domésticas y a sus juegos de manos sobre la dependencia energética rusa. Lo único claro a fecha de hoy, cuatro meses después de la invasión, es que las víctimas civiles las seguirá poniendo Ucrania y el coste económico unos ciudadanos europeos que sufrimos en nuestros bolsillos la vesania de Putin y la falta de previsión de nuestros políticos.