Un cuento nacionalista

Cuando llega Navidad o se aproximan unas elecciones, los más viejos del lugar reúnen a los nietos y al resto de la familia en torno al fuego y cuentan una extraña y antigua historia. Aseguran que viene de sus abuelos, quienes a su vez la recibieron de los suyos. Abreviando, porque el relato tiene más capítulos que "Las mil y una noches", la historia es más o menos como sigue. Había en tiempos remotos y míticos un archipiélago al que los antiguos, después de unos cuantos vinos añejos y sin rebajar, llamaron Islas Afortunadas. En ese archipiélago, llamado también Islas Canarias, gobernaba un partido político conocido como Coalición Canaria. Su objetivo y razón de ser era sacarle los cuartos al gobierno de Madrid, del que dependía políticamente el archipiélago del cuento. Lo que hacían con los cuartos que conseguía lo explico otro día para no extenderme demasiado.

Nunca obtuvo ese partido votos suficientes para gobernar en solitario, pero siempre supo arreglárselas muy bien para ponerle una vela a Dios y otra al diablo; así, unas veces gobernaba con Dios y otras con el diablo porque lo importante, en definitiva, era gobernar. Y como, además, Dios y el diablo eran como el agua y el aceite y no había forma humana ni divina de que se pusieran de acuerdo para quitarle el poder a Coalición Canaria, ésta seguía gobernando tan ricamente. Sucedió en cierta ocasión que hubo que decidir quién debía ser el aspirante del partido a llevar el bastón de mando en las siguientes elecciones. Como entre las dos islas mayores del archipiélago imperaba un viejo encono crónico, los de la isla que en ese momento tenían agarrado el bastón por el mango se negaron a soltarlo para que lo llevaran los de la isla rival. Fue grande la pelotera y como resultado de la misma se produjo una división en Coalición Canaria de la que nació Nueva Canarias.
Foto: Canarias 7
A partir de ese momento, el nuevo partido se hace apellidar "nacionalistas de izquierda", un apellido que los politólogos de todos los tiempos aún no han conseguido descifrar. Sus antiguos compañeros de fatigas se han seguido llamando nacionalistas, sin más precisiones, y no les ha ido nada mal: han continuado aliándose con Dios y con el diablo, según les venga mejor, y han conservado el poder hasta la fecha presente. O sea, que las cosas le han seguido saliendo tan bien como siempre a pesar de la mencionada división, un fenómeno que también han intentado desentrañar sin éxito politólogos de todas las escuelas conocidas. Según unos es el sistema electoral y según otros es que los rivales sufren el síndrome de Estocolmo y ansían con desesperación que Coalición Canaria les llame para pactar. Aunque lo más misterioso de este cuento que narran los abuelos, es que cada cierto tiempo, se calcula que cada cuatro o cinco años, se escuchan en las frías y ventosas noches de invierno unas voces gimientes que piden la vuelta a la unidad nacionalista; a veces se reconocen las voces de los nacionalistas de izquierda, a veces las de los nacionalistas a secas y a veces las de ambos.

Se lamentan estas voces de todo lo que se podría conseguir en Madrid si en lugar de tirarse mutuamente de los pelos, unieran sus fuerzas y fueran de nuevo de la mano. Narran los viejos que cuando el viento trae estos lamentos hay gran mortandad de baifitos y se ven extraños prodigios en el cielo en las noches de luna llena. Ocurre que como lo que se repite con demasiado frecuencia termina aburriendo y el temor que estos extraños fenómenos pudiera provocar acaba por tomarse a risa, cuando se escuchan de nuevo estas llamadas a la unidad nacionalista los pastores se limitan a meter las cabras en el corral y esperar a que pase el guineo. No me pregunten si esto que cuentan los más viejos del lugar es verdad o puro cuento. Yo me limito a contarlo como me lo contó mi abuelo, que incluso estuvo en Cuba y sabía de brujería. Él decía que se lo había contado su abuelo y yo, lo único que digo, es que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Brujas, haberlas haylas, y por tanto puede que también haya algún día reunificación nacionalista y no mueran más baifitos. Cosas más raras se han visto.

Sondea, que algo queda

Ni me enfría ni me caliente que el PSOE se "dispare", que Podemos se "hunda" o que el PP y Ciudadanos "empaten" en la encuesta electoral publicada  este miércoles por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Ni siquiera los contundentes términos empleados por los medios para atraer visitas a sus ediciones digitales pueden con mi escepticismo. Que me perdonen los estadísticos, pero mi nivel de confianza en sus proyecciones de voto lleva tiempo bajo mínimos. Las causas son varias, pero la principal es el escaso grado de acierto de esos sondeos cuando llega la hora de la verdad y los ciudadanos se expresan en las urnas. Aunque me ha dado un  poco de pereza comprobarlo, supongo que los medios estarán plagados de sesudos análisis sobre las causas y consecuencias de los datos de la encuesta del CIS. Imagino también que tendremos, como en botica, explicaciones para todos los gustos, desde quienes auguran elecciones anticipadas para pasado mañana hasta quienes no tienen duda de que Pedro Sánchez agotará la legislatura.

Creo que sacar conclusiones tan contundentes sobre un instante concreto de la coyuntura política es un ejercicio estéril y ocioso que no conduce a ninguna parte ni tiene más posibilidades de hacerse realidad que de acertar la Primitiva. No quiero decir con ello que los partidos no valoren el dato y lo tengan en cuenta en la definición de sus estrategia. En realidad, creo que uno de los grandes problemas de la política actual, es que los partidos tienen tanta dependencia de los sondeos que no dudan en decir Diego donde habían dicho digo para adaptarse a la volátil opinión pública. Pero de ahí a concluir que con los datos de esta encuesta es más probable un adelanto electoral dista un buen trecho. En primer lugar porque dudo mucho de que los propios partidos crean ciegamente en los resultados del sondeo, por mucho que lo firme el CIS. No creo que lo hagan ni los que mejores resultados obtienen - el PSOE en este caso - y mucho menos los peor parados. Salvo que el dato se repita y consolide en sondeos sucesivos, sería un atrevimiento político poco responsable tomar una decisión de esa trascendencia sin sopesar otros muchos factores.

En todo caso, este sondeo del CIS publicado hoy me da pie para un par de reflexiones sobre la proliferación de este tipo de encuestas en los últimos tiempos, a pesar de sus reiterados desaciertos cuando se enfrentan al veredicto de las urnas. En todo sondeo es imprescindible la participación de dos actores, el encuestador y el encuestado. El primero suele ser una empresa demoscópica contratada por uno o varios medios de comunicación que hacen uso a discreción de los resultados y los comentan y analizan profusamente, que para eso han pagado. Al ciudadano apenas si le llega una parte mínima de los entresijos del trabajo: muestra, fecha de la encuesta, margen estimado de error y poco más. Sin embargo, nada sabe de la "cocina" empleada en el proceso e interpretación de los datos recogidos. 

Cuestiones como a quién se pregunta, qué se pregunta o cómo se pregunta no son baladíes y pueden cambiar sustancialmente los datos. Estudios sociológicos han demostrado que el resultado se altera si se cambia el orden en el que se colocan en una encuesta los diferentes candidatos a una elección. Por poner un ejemplo, no es lo mismo preguntar si se prefiere para presidente del gobierno a Pedro Sánchez o a Pablo Casado que preguntar si se prefiere a Pablo Casado o a Pedro Sánchez.  Por otro lado, las muestras son a veces literalmente ridículas y cuesta creer que se puedan extrapolar las respuestas de dos mil o tres mil ciudadanos a las de un censo de más de 36 millones de electores. 

Desde el punto de vista del encuestado, no son menos ni menos importantes las pegas que cabe interponer a la fiabilidad de los sondeos. Por lo general, al ciudadano se le insta a responder sobre la marcha a cuestiones sobre las que no ha tenido tiempo de formarse una opinión o carece de elementos de juicio suficientes para decidir en cuestión de segundos a quién prefiere de presidente del gobierno. En esas circunstancias, el abanico de posibles respuestas puede ir desde ser sincero a ocultar el voto, pasando por mentir o afirmar que no votará. Respuestas todas ellas que se corresponden a un momento concreto y determinado y que pueden variar por completo en muy poco tiempo. Todo ello, unido a la menguante fidelidad de los votantes a un partido concreto y al hecho de que el voto se decide cada vez más en el último momento, imprimen una elevada volatilidad a las intenciones electorales de los ciudadanos que impide hacer previsiones con algo de fiabilidad más allá de periodos cada vez más cortos.

En este fenómeno tienen una influencia decisiva las omnipresentes redes sociales y  los propios medios de comunicación que encargan las encuestas: los asuntos de actualidad que las redes y los medios priorizan y el tratamiento informativo que reciben, son un factor clave en la conformación de la opinión pública que, con razón, muchos llaman opinión publicada. Como señaló el profesor Giovanni Sartori, "los sondeos son un eco de retorno, un rebote de los medios de comunicación, y por tanto ya no expresan una opinión del público sino opiniones inyectadas en el público". En otras palabras, sondea, que algo queda ya que el espectáculo debe continuar.    

Más libros y menos marcianos

Me pueden llamar anticuado, desfasado y cavernícola; si lo prefieren pueden decir que me quedé en la época de los Picapiedra, lo que deseen. Ni aún así me convencerán de las bondades de meter los llamados eSports en la escuela, aunque sea a través de una aparentemente inocua  liga escolar. Ya, ya sé que que para quienes apoyan la decisión del Gobierno de Canarias, los videojuegos son la pera limonera y que privar a los tiernos infantes e infantas de un invento tan pistonudo sería como hacerles sumar con granos de millo y trazar la "o" con un canuto de caña. Aún así, me sigue sin convencer el amplio muestrario de razones que exhibe el Gobierno para apostar por una actividad, se quiera o no, vinculada a las adicciones, el sedentarismo y la obesidad; por no mencionar los contenidos generalmente violentos o de mera evasión de la realidad de los que se nutren los videojuegos. Pero no hay manera, ninguna de esas pegas, algunas de ellas expuestas por la mismísima Organización Mundial de la Salud, animan al Gobierno a darle un par de vueltas más al proyecto antes de hacerlo realidad o meterlo en un cajón.

Dice también en su defensa el Gobierno que los eSports deben considerarse una modalidad deportiva más, aunque lo único que puede llegar a sudar durante su práctica sean los dedos gordos de las manos. Para tranquilidad general promete que el proceso estará acompañado y supervisado muy de cerca por docentes y padres, los primeros que arrugaron la nariz cuando la Consejería de Educación anunció la iniciativa. Ya puestos, me permito sugerir que se incluyan también en las actividades deportivas escolares algunas competiciones de Whatsapp y subida de fotos a Instagram, dos entretenimientos a las que los chicos también dedican sus buenos ratos diarios y que, de acuerdo con los argumentos de la Consejería, deberían recibir el mismo trato de favor que los eSports.


No sé, a mí todo esto me parece muy extraño: no entiendo el empeño digno de mejor causa del Gobierno en continuar adelante con un proyecto del que recelan padres, profesores, partidos, pedagogos, pediatras y expertos en educación física. El decidido y tenaz apoyo a la idea por parte de un determinado medio de comunicación privado no es algo que me tranquilice precisamente, sino todo lo contrario. Me preocupa y me parecería reprobable - y así lo digo abiertamente - que lo que se pretenda sea sencillamente meter el caballo de Troya en las aulas disfrazado con seudoargumentos pedagógicos y sociológicos que no convencen más que a quienes están detrás de la idea.

Puede ser también que tanto a mí como a otras muchas personas que desconfiamos de este plan, nos falten los conocimientos de los videojuegos que sí parece atesorar el presidente del Gobierno, no digo yo que no. Tal vez sea eso, junto al convencimiento de que la escuela tiene metas y objetivos mucho más elevados y trascendentales que cumplir, lo que impide a ignorantes como yo aplaudir la idea y cantar sus alabanzas. Yo solo hablo por mí y por mi experiencia: hice mis primeros palotes en una escuela pública de pueblo en cuya biblioteca no había más de veinte libros; cuando aprendí a leer los devoré casi todos en menos de un curso gracias al estímulo de unos inolvidables profesores. Admito que sigo siendo un ignorante, pero no cambiaría el gozo que me produjeron las novelas de Julio Verne que leí en esa escuela por todos los videojuegos del mundo.

¿Qué tal si fomentamos más la lectura en las aulas y dejamos en paz a los marcianitos? A lo mejor, andando el tiempo, seríamos un poco más cultos, estaríamos mejor formados para encontrar un empleo y no sería tan sencillo engañarnos con baratijas. Aunque igual el equivocado soy yo y el futuro de las nuevas generaciones de canarios pasa por aprender a matar marcianitos con eficiencia y eficacia y  jugar virtualmente al fútbol mejor que Ronaldo. Seguramente va a ser eso.