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Ucrania y la guerra interminable

Si no fuera porque cada vez que encendemos la luz o ponemos gasolina nos acordamos de toda la parentela de Putin, ni por asomo nos importaría lo más mínimo que la guerra de Ucrania cumpla ya cuatro meses y dé indicios de estarse volviendo crónica. No digo yo, como hace el Gobierno español, que la inflación sea solo culpa de Putin, pero es evidente que con su machada en Ucrania el IPC se nos ha ido de madre y ahora no hay manera de hacerlo entrar en razón. Lo peor de todo es que Putin es perfectamente consciente de que la inflación le hace un descosido muy grande a las economías occidentales que puede derivar en recesión económica, con lo que le cuelga de mayor polarización social y política, euroescepticismo, populismo y otras excrecencias que pondrían a las democracias un poco más contra las cuerdas. Y a eso juega el dictador moscovita, a una larga guerra de desgaste que fuerce a Occidente a pedir agua por señas, o lo que es lo mismo, a forzar a Ucrania a sentarse a la mesa negociadora en desventaja frente a su agresor.

REUTER


La guerra divide a los europeos

De hecho, algunos como el presidente Macron empiezan a dejar caer sibilinamente la necesidad de buscar una salida que “no humille” al pobrecito Putin, no se nos vaya a traumatizar. Desde Estados Unidos el presidente Biden, aunque sigue enviando armamento, parece menos beligerante que hace algunas semanas a la vista de que la inflación también le puede complicar seriamente la economía doméstica, tal y como ya está ocurriendo en la UE. Aunque suene cínico, ante este panorama de incertidumbre económica, es evidente que a los dirigentes europeos, empezando por Pedro Sánchez, les viene de perlas tener a alguien como Putin para echarle la culpa de no haber hecho prácticamente nada para reducir drásticamente su elevada dependencia de los suministros energéticos rusos.

De momento se mantiene la unidad entre los países europeos, si bien cogida con alfileres. Cosa distinta ocurre entre los ciudadanos, como acaba de poner de manifiesto el Consejo Europeo de Relaciones Internacionales en una encuesta en la que se revela que aproximadamente la mitad de los europeos aboga por una paz negociada con Putin y la otra mitad pide más dureza contra el sátrapa ruso. Sospecho que si la guerra sigue enquistada y la polarización social aumenta, no pasará mucho tiempo antes de que la UE y los Estados Unidos, agobiados por la situación económica, empiecen a presionar a Zelensky para que se siente a negociar con Putin aunque eso implique cederle el territorio ucraniano conquistado, que va ya por el 20% del país. Incluso las solemnes promesas de llevar a Putin ante los tribunales para que sea juzgado por crímenes de guerra parecen haberse enfriado y ningún líder europeo habla ya de ese asunto.

Ucrania en la UE: ¿falsas expectativas?

Aunque tal vez sea crear falsas expectativas, Bruselas le está ofreciendo a Kiev la posibilidad de integrarse en un futuro indefinido en la UE siempre que acometa profundas reformas que seguramente llevaría años aplicar una vez acabada la guerra. Con las conversaciones estancadas desde marzo, la duda es si Zelensky estaría dispuesto a pagar el alto precio que supondría ceder territorio soberano a cambio de paz y pertenencia a la UE y si los ucranianos lo aceptarían. No obstante, a la vista de que su capacidad militar parece en las últimas y que si continúa combatiendo a los rusos es gracias al armamento occidental, tampoco es descabellado pensar en que acabe por sacar bandera blanca.

Mientras, sobre el campo de batalla continúa la sangría de víctimas civiles inocentes: según la ONU la cifra ronda las 4.600, aunque seguramente serán muchas más dadas las dificultades para hacer recuentos en medio de los bombardeos con artillería, los ataques aéreos y los misilazos rusos. Un cuarto de la población ucraniana está desplazada de sus hogares, incluyendo a los más de siete millones de refugiados de los que también parece que nos hemos olvidado por completo. Así, por ejemplo, ya no hay competiciones privadas y públicas por acudir a Ucrania a traer refugiados como ocurrió en los primeros compases de la guerra.

La guerra y el precio del pan

Otro flanco derivado de la guerra cada día más preocupante es el de las importaciones de cereales, cuyos precios se han elevado un 50% desde el inicio del conflicto debido al bloqueo ruso de los puertos ucranianos y a la consabida especulación en los mercados. Cabe recordar que solo los países africanos importan más del 40% del cereal que consumen de Rusia y Ucrania, lo que ha llevado a la ONU a advertir de que si la situación persiste, el número de hambrientos en el mundo crecerá en más de 13 millones. A lo anterior hay que añadir la escasez de fertilizantes y de insumos para la ganadería, todo lo cual dibuja un sombrío panorama que se refleja, por ejemplo, en que una barra de pan cueste hoy en España un 10% más que hace un mes.

"Lo peor que se puede decir de una guerra es que no se le ve el final "

Tal vez lo peor que se puede decir de una guerra en curso es que no se atisbe el final sino más bien su continuidad indefinida con el reguero interminable de víctimas y daños materiales. Esa es a fecha de hoy la situación de la guerra en Ucrania, sin visos de estar a las puertas de algo parecido a un alto el fuego o a un armisticio o unas negociaciones de paz justa y duradera. China, el gran aliado ruso, no solo no ha movido un dedo para que cese la invasión sino que acaba de “incrementar la cooperación energética, financiera e industrial” con Rusia en un marco de “relaciones sin precedentes”.

Puede que Putin haya perdido lo que llaman algunos la guerra geoestratégica al provocar que Suecia y Finlandia quieran ahora entrar en la OTAN, pero demuestra que tiene capacidad militar para aguantar el envite mucho más tiempo que Ucrania a pesar incluso de las sanciones de Occidente, paliadas en buena medida con el apoyo chino. Ante la crisis económica y el riesgo cierto de que desemboque en recesión, la gran pregunta es cuánto tiempo más seguirán la UE y EE.UU apoyando militarmente a Zelensky antes de empezar a exigirle conversaciones de paz. Creo que nadie lo sabe, ni siquiera unos dirigentes europeos entregados a sus cuitas domésticas y a sus juegos de manos sobre la dependencia energética rusa. Lo único claro a fecha de hoy, cuatro meses después de la invasión, es que las víctimas civiles las seguirá poniendo Ucrania y el coste económico unos ciudadanos europeos que sufrimos en nuestros bolsillos la vesania de Putin y la falta de previsión de nuestros políticos.

Ucrania: sin novedad en el frente

De la perorata de Putin con motivo de la celebración del aniversario de la victoria soviética sobre Hitler se esperaba alguna señal de por dónde irán los tiros en la guerra de Ucrania a partir de ahora. Pero pincharon en hueso los que tal cosa esperaban: el sátrapa ruso, rodeado de una nutrida corte de generales cargados de hojalata hasta el cuello, rememoró en la Plaza Roja de Moscú los viejos desfiles militares de la era soviética pero no soltó prenda sobre lo que piensa hacer en el país que lleva masacrando a conciencia desde hace dos meses y medio. Más allá de su retórica belicista y de sus ya conocidas tergiversaciones sobre las causas que le llevaron a invadir un país soberano, lo único que cabe concluir de sus palabras es que la guerra continuará aunque las cosas no le estén yendo como esperaba. No ha habido declaración oficial de guerra, lo que habría implicado una movilización general, ni señal alguna que aliente las esperanzas de alcanzar al menos un alto el fuego que alivie el sufrimiento de la población civil mientras se busca un acuerdo de paz.

AFP

Normalizando la guerra

Mientras la ONU eleva ya a más de 3.300 las víctimas civiles ucranianas de las tropas rusas y los refugiados se acercan a los seis millones, no hay en el horizonte próximo ninguna señal de que la guerra podría estar acercándose a su fin. Al contrario, todo indica que a la población ucraniana aún le queda un largo calvario que soportar a manos del ejército invasor. Tanto Rusia como Occidente parecen haber normalizado un status quo bélico sin que por ninguna de ambas partes se conozcan esfuerzos de ningún tipo para dejar de disparar y empezar a hablar de paz. La normalización del conflicto se aprecia incluso en los medios de comunicación occidentales, en donde los peores sufrimientos del pueblo ucraniano ya ni siquiera abren informativos o portadas periodísticas.

Es innegable que la democracia se juega mucho en este envite ante el dictador de Moscú y en ningún caso puede abandonar a su suerte al pueblo ucraniano. Sin embargo, junto al imprescindible apoyo militar y económico a Kiev, deberían estarse haciendo esfuerzos mucho mayores para que el ruido de las armas sea sustituido por las conversaciones de paz. 

Si como señalan algunos analistas ni Rusia puede perder esta guerra ni Ucrania ganarla, cabe preguntarse hasta dónde y hasta cuándo considera Occidente que puede seguir enviando armamento a Ucrania sin que Putin decida que el conflicto ha desbordado las fronteras del país invadido y ponga a los países occidentales en su punto de mira. No es necesario ser un experto en estrategia militar para darse cuenta de que cuanto más se alargue la guerra más riesgo de una conflagración nuclear existe, bien sea por error o por cálculo que, como dice el refrán, las armas las carga el diablo.

Peregrinación a Kiev sin estrategia para la paz

Casi sin excepción, los líderes occidentales, en particular los de la UE, han peregrinado a Kiev para expresar su apoyo al pueblo ucraniano y el presidente Zelensky ha hablando en los parlamentos europeos, pero es su pueblo el que está poniendo los muertos civiles en esta guerra cruenta. Es legítimo preguntarse por qué no ha surgido aún una iniciativa conjunta en Occidente para detener la guerra, lo que incluye no solo a la UE y a la ONU, sino incluso a la OTAN. Lo cierto es que no parece que exista estrategia alguna tendente a alcanzar un alto el fuego y, en paralelo, un acuerdo de paz duradera, aceptable para ambas partes, avalada por el pueblo ucraniano y garantizada por la comunidad internacional. Al contrario, lo que se percibe es más bien la voluntad de mantener indefinidamente el enfrentamiento militar con Putin a través de Ucrania.

“Las esperanzas puestas en China han resultado infundadas"

Las esperanzas puestas en China al comienzo de la guerra han resultado infundadas. Pekín sigue jugando al despiste, a pesar de que era el país con más posibilidades de conseguir que Putin aceptara un alto el fuego y se sentara a hablar de paz. Pero si no lo hizo entonces, mucho menos cabe esperar que lo haga ahora. China comparte con Rusia la misma visión del mundo, plasmada negro sobre blanco en la declaración conjunta suscrita por Putin y Xi Jinping dos semanas antes de la invasión de Ucrania. Sin duda, en Pekín inquieta la situación en Ucrania pero, mientras los chinos no vean en serio peligro sus intereses económicos globales, es dudoso que muevan un dedo para detener la guerra. Uno no desea ser ave de mal agüero, pero diría que esta situación puede convertirse en el camino más directo hacia la Tercera Guerra Mundial, si es que ésta no ha comenzado ya.

De los negocios de Schröder, estos lodos

En el plano económico, las cinco rondas de sanciones al régimen de Moscú no parecen estar haciendo demasiada mella de momento en la economía rusa. Sobre todo si se toma en consideración que los países europeos siguen sin ponerse de acuerdo sobre cómo y cuándo cortar las importaciones de hidrocarburos rusos, con Alemania como escollo casi insalvable para tomar esa decisión sin quebrar la ya frágil unidad comunitariaLa elevada dependencia europea de esas fuentes de energía es el fruto en gran medida de los negocios alemanes con el gas ruso, con el ex canciller Schröder como gran beneficiado, y de la desidia de una Comisión Europea a la que no le importó poner la mayoría de los huevos de su aprovisionamiento energético en la misma cesta. 

Para hacernos una idea del coste de esa dependencia baste decir que en en los dos meses y medio de guerra en Ucrania, la UE ha pagado a Moscú la friolera de 35.000 millones de euros por su petróleo y su gas. Para desgracia del pueblo ucraniano, sin planes de paz a la vista y con ese maná que Europa le entrega graciosamente al dictador al que al mismo tiempo combate a través de Ucrania, sería iluso pensar que la guerra está cerca de llegar a su fin. 

¿Paz o aire acondicionado?

La vieja Europa parece incapaz de aprender de sus errores: cuando no es por inercia es porque se anteponen intereses económicos o por ambas cosas a la vez, como ocurre ahora ante la guerra en Ucrania. Cada día que pasa sin cortar las importaciones de gas, carbón y petróleo rusos es un día más que añadir al horror y la posibilidad de que las tropas rusas perpetren nuevas masacres como la de Bucha. Enviar más armas, aprobar la quinta tanda de sanciones incluyendo a las hijas de Putin, horrorizarse o exigir que se lleve al tirano ante la justicia por crímenes de guerra es necesario pero también es evidente que no basta: la UE no puede seguir financiando ni un día más la guerra de Putin y, al mismo tiempo, abominando del único responsable de haberla desatado. Si eso no es hipocresía se le parece mucho, de manera que hay que elegir cuanto antes: o con Putin o contra Putin.

Putin, un viejo conocido para Europa

Cuando Putin arrasó Grozni, la capital chechena, la Unión Europea siguió comprando gas, petróleo y carbón rusos; cuando bombardeó Alepo (Siria), siguió comprando gas, carbón y petróleo rusos; cuando invadió Georgia no dejó tampoco de comprar gas, carbón y petróleo rusos. En los tres casos hubo flagrantes crímenes de guerra, pero eso no disuadió a la vieja Europa de seguir con sus compras energéticas a Moscú mientras miraba a otro lado. Había muchos intereses en juego y nadie quería enemistarse con el que nos vendía gas para mantener funcionando el aire acondicionado. Ahora que Putin arrasa Ucrania y a los ucranianos, la Unión Europea no ha dejado ni un solo día de comprar gas, petróleo y carbón rusos. Es más, ha intensificado las compras por si al sátrapa de Moscú le entraba la tentación de cerrar el grifo en respuesta a las sanciones de Bruselas y Estados Unidos.

En realidad, es muy dudoso que Putin pensara en hacer tal cosa: ¿Cómo iba el dictador ruso a cortar los suministros si a cambio de su gas, su carbón y su petróleo ingresa cada día cerca de 1.000 millones de euros con los que continuar financiando la guerra a costa de los europeos occidentales? Sería un tonto si lo hiciera y Putin será un sátrapa o un tirano o un autócrata sanguinario, pero no es estúpido. Arrastrando los pies Bruselas acaba  de aprobar el veto al carbón ruso. Bueno, por algo se empieza pero sigue siendo insuficiente mientras no se cierre la llave del gas y para eso no se percibe precisamente mucho entusiasmo en estos momentos entre los principales líderes europeos.

El nudo gordiano alemán

El nudo gordiano está en una Alemania que importa de Rusia casi dos terceras partes del gas y una tercera parte del petróleo que necesita su economía para no griparse. Las tímidas declaraciones de algunos ministros alemanes abriendo la puerta a vetar el gas ruso han sido inmediatamente contestadas por los bancos del país advirtiendo de una grave recesión económica si eso ocurre. Además, la UE también tiene en casa a un quintacolumnista húngaro llamado Victor Orban, al que Putin ha felicitado efusivamente por su triunfo electoral del domingo, que amenaza con dinamitar la precaria unidad europea en torno a las sanciones a Moscú. Nos crecen los enanos, dicho sean sin ánimo de señalar.

La UE está pagando su falta de determinación de años para reducir su elevada dependencia energética de la Rusia de un Putin al que a estas alturas ya debería conocer perfectamente para saber que no es precisamente un demócrata. Aún así, los líderes europeos se hacen ahora de nuevas y se espantan y se persignan ante lo autócrata y déspota que ha resultado ser el inquilino vitalicio del Kremlin. Sin embargo, a pesar de las documentadas atrocidades rusas en Siria, Chechenia o Georgia, siguieron inyectando miles de millones de euros en las arcas del dictador y se olvidaron convenientemente de los crímenes de guerra. Con el Atila de Moscú a las puertas de la Unión Europea y de la OTAN, los países occidentales se enfrentan hoy a las duras consecuencias de no haber hecho los deberes y no haber buscado fuentes alternativas de aprovisionamiento energético.

¿Paz o aire acondicionado?

Un mes y medio después de la invasión las débiles negociaciones de paz han encallado y apenas funcionan corredores humanitarios para la población ucraniana castigada sin piedad por las tropas invasoras. Mientras, China parece haber renunciado por completo a desempeñar un papel constructivo frente a su aliado moscovita y solo se preocupa de mantenerse sobre el alambre de su calculada ambigüedad ante las atrocidades rusas. Su tibia reacción tras la masacre de Bucha demuestra con claridad que la prioridad de Pekín no es detener la guerra sino que no la pierda Putin.

Hay ya pocas dudas de que esta será una guerra larga, y cuanto más larga sea más cruenta puede ser también. La UE tiene medios para paliar los efectos económicos de un embargo energético a Rusia en los países más expuestos, caso de Alemania. Lo que no puede hacer es seguir demorando una medida que debió figurar entre las primeras sanciones al régimen ruso. Lo ha expresado muy bien el primer ministro italiano Mario Draghi, dispuesto a apoyar el embargo a pesar de que su país importa de Rusia casi el 50% del gas que necesita. Según Draghi, “los líderes europeos deben preguntarse si prefieren la paz o mantener el aire acondicionado encendido”. ¿Ustedes que creen que preferirán?

De grandes planes está el infierno empedrado

Puede que Draghi no llamara Antonio a Pedro Sánchez aunque, como dicen los italianos, se non è vero, è ben trovato. En realidad creo que el nombre que mejor le va al presidente español es el de Juan Palomo, aquel personaje ya mencionado por Quevedo que se lo guisaba y se lo comía sin contar con nadie. Sánchez actúa así hasta con sus socios de Gobierno, a los que ningunea y endosa sus decisiones sin consultarles, tal vez con la perversa intención de averiguar hasta dónde son capaces de aguantar tanto desplante sin despegarse de unos sillones ministeriales a los que siguen firmemente atornillados. Si a Podemos y a sus compañeros de viaje los tiene a dos velas, al PP lo tiene en la más absoluta oscuridad, lo cual no le impide subir a la tribuna del Congreso a pedir apoyo y unidad para sus mejunjes económicos contra las consecuencias de la guerra en Ucrania.


Un plan para un milagro

Hace tiempo que tengo el convencimiento de que nuestro Juan Palomo está tan pagado de sí mismo y se cree tan tocado por el don de la infalibilidad, que se tiene por el creador y salvador de la democracia y por el único que la respeta y practica como mandan los cánones. En consecuencia, todo lo que no sea seguirle la corriente, asentir sin rechistar y comulgar con sus ruedas de molino y sus mentiras es ser antipatriota o, en el peor de los casos, de ultraderecha.

Su pomposamente bautizado “Plan Nacional de respuesta a las consecuencias de la guerra en Ucrania” es la enésima muestra de su desprecio por el diálogo, el consenso y la unidad con los que sin embargo no deja pasar ninguna oportunidad para llenarse la boca. El nombre en sí del plan ya supone un magnífico ejemplo de autobombo narcisista, cocinado secretamente en palacio y aprobado en el Consejo de Ministros, y del que los primeros en enterarse no fueron ni los socios del Gobierno ni el principal partido de la oposición ni los representantes del pueblo español, sino algunos empresarios del Ibex 35 ante los que el presidente se apareció cual mesías redentor para anunciar su buena nueva.

Una huida hacia adelante

En síntesis, el asunto consiste en destinar 6.000 millones de euros a ayudas directas y avalar otros 10.000 millones de créditos ICO. No se puede decir del plan de marras que sea un dechado de imaginación sino más bien una huida hacia adelante a la espera de un milagro, y un corta y pega de planes anteriores que, para colmo de males, ha caducado a las pocas horas de su aprobación al conocerse que la inflación ha escalado hasta casi el 10%. Según FUNCAS, el plan servirá para recortar como mucho un punto del IPC siempre y cuando los precios de la energía se moderen, de manera que su virtualidad puede que se haya agotado ya en su kilométrica denominación.

Dicho en otros términos, los españoles somos hoy casi 17.000 millones de euros más pobres que hace un año, cuando la inflación provocada por el alza del precio de la luz comenzó a subir en globo sin que el Gobierno hiciera nada para detenerla salvo remolonear y echarle la culpa a Bruselas. Claro que entonces Putin no había invadido Ucrania y aún no servía de chivo expiatorio del Gobierno para justificar todos los males habidos y por haber y culparle si se tercia hasta de la muerte de Kennedy.

Bonificación de los combustibles: un pan como unas tortas

Mención especial merecen los 600 millones para bonificar con 20 céntimos por litro el precio de los combustibles a todo hijo de vecino, sea pobre, rico o mediopensionista sin tener en cuenta ni renta ni patrimonio de cada cual. La picaresca no tardó en aparecer y en muchas gasolineras los precios subieron inmediatamente al menos los 5 céntimos de bonificación que deben aportar las compañías - los otros 15 salen del erario público - antes de que el descuento, anunciado con trompetería con varios días de antelación, entrara en vigor. De manera que, como muy bien refleja la viñeta periodística que reproduzco en este post, esos 20 céntimos se pagarán con dinero público y para más recochineo no habrá tal bonificación para nadie. Que las petroleras no hayan elevado la voz para protestar ilustra mejor que cualquier otra cosa quién se beneficiará realmente de la decisión del Gobierno de Juan Palomo.

"Pagaremos la bonificación con dinero público sin beneficiarnos de ella"

El Plan se completa con un trágala a los empresarios a los que se les prohíbe el despido objetivo y con un incremento del 15% para el Ingreso Mínimo Vital, un fracaso clamoroso como demuestra el hecho de que solo lo ha pedido una cuarta parte de sus potenciales beneficiarios. Falta por saber aún en qué medida la famosa “excepcionalidad ibérica” del mercado eléctrico con la que Palomo y su corte se vienen incensando desde hace una semana, servirá para bajar el precio de la luz y cuánto habrá que esperar para que eso ocurra.

En estas cuatro medidas se condensa un plan en el que no hay una sola mención a algún tipo de alivio fiscal, a una mayor eficiencia del gasto público o al recorte drástico de partidas superfluas ligadas a determinados peajes ideológicos y partidistas que Palomo paga gustoso para mantenerse en el poder. Partidas de ese tipo no deberían tener cabida nunca en unos presupuestos públicos, pero mucho menos cuando estamos casi a las puertas de una economía de guerra mientras un Gobierno hipertrofiado sigue tirando alegremente del gasto público al tiempo que vende populismo económico en planes tardíos e inadecuados para afrontar la realidad. Planes cargados de retórica grandilocuente como este, de los que ya está bien empedrado el infierno de la economía española.

La guerra que ganará China

Que sepamos, China no tiene armas ni soldados en Ucrania, pero se perfila como el verdadero ganador en términos geoestratégicos de la invasión rusa. A la consecución de ese objetivo cabe atribuir la tibieza y la ambigüedad con la que viene actuando desde antes incluso del inicio de la guerra y sus jeremiadas sobre la paz, para cuya consecución no puede decirse que haya hecho grandes esfuerzos a pesar de la ascendencia de Jimping sobre su amigo y aliado Putin. Muchos teníamos puestas nuestras esperanzas en que China jugaría un papel mucho más proactivo en favor de un alto el fuego en Ucrania y de la apertura de negociaciones conducentes a un acuerdo de paz justo y duradero. Sin embargo, el régimen chino camina sobre el alambre de la tibieza y solo parece pensar en la posibilidad de erigirse en la primera potencia mundial y en comer a dos carrillos cuando la guerra termine, el ruso y el occidental.

¿China lo sabía?

Cuesta creer que China no conociera de antemano los planes de Putin para invadir Ucrania, por más que unos días antes de que se produjera el régimen chino se mofara de esa posibilidad y acusara de paranoico al presidente estadounidense. Luego vino el ataque y China se puso inmediatamente de perfil y así sigue hasta la fecha: derramando lágrimas de cocodrilo por la masacre civil en Ucrania pero sin hacer nada útil que sepamos para que cese. Por no condenar ni siquiera ha condenado abiertamente la invasión, contradiciendo de este modo el que ha sido hasta la fecha el santo y seña de su política exterior: la soberanía nacional y la integridad territorial son sagradas.

La estrategia de Pekín parece consistir en colocarse por encima del enfrentamiento entre Rusia y Occidente y presentarse ante el mundo como un pilar de estabilidad en un nuevo orden mundial con China en el primer lugar del podio. No solo en términos geoestratégicos tiene China mucho que ganar con esta guerra, también en términos económicos en una Rusia convertida en un paria internacional de la que obtener a muy buen precio gas y otros productos esenciales para la economía china, así como en un Occidente, que ve debilitado y decadente, en el que seguir introduciendo sus mercancías.

"China quiere comer a dos carrillos"

Es este doble juego el que está llevando a Pekín a nadar y guardar la ropa, procurando no enemistarse abiertamente con ninguno de los actores presentes en el drama ucraniano. “Ten cerca a tus amigos y más cerca aún a tus enemigos”, escribió Sun Tzu en “El arte de la guerra”. Pero debe ir con mucho tiento y no dar pasos en falso en asuntos tan delicados como Taiwán, porque corre el riesgo de que Occidente lo empiece a percibir como un país tan poco fiable como Rusia. De ahí que el régimen chino no se canse de repetir ante el mundo que no hay ningún paralelismo entre Ucrania y Taiwán. Sin embargo, no es descabellado pensar que en Pekín estarían encantados de que Rusia se saliera con la suya en Ucrania, ya que eso podría servir como excusa para intentar hacerse con Taiwán.

¿Quién ganará la guerra sobre el terreno?

En términos militares, la cuestión es si Rusia conseguirá salirse con la suya y eso es algo sobre lo que especular es casi como jugar a la ruleta rusa: se corre el riesgo de acertar. Los analistas se devanan los sesos ideando posibles escenarios que incluyen una conquista total de Ucrania y una larga posguerra de guerra de guerrillas, una retirada honrosa de Putin, una ocupación parcial del territorio invadido e incluso que el conflicto desborde las fronteras ucranianas e implique de manera directa a la OTAN

"A Putin se le atraganta Ucrania"

Cada una de esas hipótesis tiene detractores y partidarios, aunque en realidad es muy difícil saber qué puede pasar con tantos actores sobre el escenario del conflicto. De hecho, todos pensábamos que la invasión sería un paseo militar y hoy, sin embargo, hay un amplio consenso en que a Putin se le está atragantando esta guerra. Prueba de ello es que cinco semanas después de la invasión aún no ha conseguido doblegar ni la capital ni otras ciudades importantes y que el número de bajas rusas parece considerable.

¿Cambio de régimen en Moscú?

Puestos a fantasear los hay que hacen cábalas sobre la posibilidad de un cambio de régimen en Moscú, bien a través de una suerte de “Primavera rusa” en la que el pueblo ruso afectado por las sanciones económicas occidentales se echa a la calle o bien a través de un golpe de mano de la camarilla de oligarcas en la que se apoya Putin. Sobre el papel nada es descartable, pero del papel a la práctica va un gran trecho en un país en el que, entre otras cosas, apenas hay oposición a la dictadura del Kremlin. Lo que sí es cierto es que Putin ya ha pasado el Rubicón que le impide volver atrás e irse de Ucrania con las manos vacías. De ahí que en Occidente haya quienes consideren la necesidad de no arrinconarlo y ofrecerle alguna salida airosa que conjure el peligro del uso de armas químicas e incluso nucleares, así como de evitar que Rusia, un país demasiado grande y poderoso como para dejarlo caer, se sumerja en la anarquía. 

A pesar de ciertas similitudes con otros conflictos, la de Ucrania es una guerra a la que no es fácil encontrarle un parangón histórico en términos de brutalidad con la población civil y en transmisión en vivo y en directo a todo el mundo de esa crueldad a través de las redes sociales. Esta es una guerra que, aunque aún no haya traspasado las fronteras de Ucrania, ya se siente en todo el mundo y sus efectos económicos ya los estamos padeciendo en nuestros bolsillos. Es, en definitiva, una guerra tras la que se atisba un nuevo orden mundial con China como primera potencia in pectore. Con ese objetivo apenas disimulado trabajan Jimping y los suyos y, si eso ocurre, puede ser la peor noticia para la democracia desde la II Guerra Mundial. 

Putin, criminal de guerra

Soy consciente de que ver a Putin ante la Corte Penal Internacional acusado de crímenes de guerra, genocidio y lesa humanidad es un deseo que probablemente nunca se convertirá en realidad. Y, sin embargo, está haciendo grandes méritos para ello en Ucrania, por no hablar de los contraídos en lugares como Siria o Grozni, la capital chechena arrasada por las tropas rusas en 1999, cuyo espeluznante relato le costó la vida a la periodista Anna Politkóvskaya. Por desgracia, la debilidad de las instituciones judiciales con las que cuenta la comunidad internacional para hacer cumplir el derecho y los convenios sobre la guerra como el de Ginebra, le permitirá quedar impune de la responsabilidad que le corresponde por el asesinato de civiles inocentes que hacían la cola del pan, que se refugiaban de las bombas en un teatro o que esperaban para dar a luz en una maternidad. Ni siquiera en las guerras vale todo y hay normas que es imperativo respetar: Putin se las está saltando una por una y lo está haciendo a la vista de todo el mundo. Así actúan los tiranos como él.

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No son daños colaterales, es terrorismo 

Según estimaciones provisionales y a la baja de la ONU, hasta ahora son casi 700 los civiles muertos en Ucrania desde el inicio de la invasión rusa el 24 de febrero, mientras el Gobierno ucraniano los eleva a 2.000. En todo caso, esas cifras deben haber sido superadas con creces a causa de los inmisericordes bombardeos de las últimas horas ante el atasco de la invasión. Las tropas rusas no se están andando con rodeos para disparar con misiles y cohetes contra bloques de viviendas, hospitales, escuelas, teatros e infraestructuras nucleares de alto riesgo ni para utilizar bombas de racimo y de vacío contra población indefensa. 

El empleo de ese tipo de armamento contra civiles está prohibido por la Convención de la Haya y por los principios de humanidad, proporcionalidad, necesidad y distinción que recoge el Derecho Humanitario. Aquí no hablamos siquiera de daños colaterales, ese eufemismo empleado en las guerras para referirse a la muerte de civiles inocentes; aquí hablamos sencillamente de sembrar el terror entre la población para provocar su huida o minar su resistencia y dejar el camino expedito a los invasores.

Con el aval de la petición de 39 países, entre ellos España, el Fiscal de la Corte Penal Internacional (CPI) ha puesto en marcha una investigación para reunir pruebas que permitan incriminar a Putin por crímenes de guerra, lesa humanidad y genocidio en Ucrania. Los primeros pasos de la investigación consisten en conservar los vídeos y fotografías que circulan por las redes sociales para analizarlos con detenimiento y determinar su validez como pruebas inculpatorias. Las pesquisas se retrotraen a noviembre de 2013, por lo que incluirán el derribo en julio de 2014 de un avión de Malaysia Airlines cuando sobrevolaba Ucrania, lo que costó la vida a 298 personas y cuya autoría apunta a Moscú. La anexión de Crimea y la guerra en las repúblicas separatistas que se ha cobrado casi 14.000 víctimas también se incluyen en la investigación de la CPI. 

No cabe hacerse muchas ilusiones

Pero no cabe hacerse ilusiones: la investigación será compleja, lenta y costosa y seguramente pasaran años antes de que se pueda acusar a Putin de criminal de guerra y la CPI dicte contra él orden de detención. En ese caso el dictador ruso podría ser arrestado en cualquiera de los 123 países que reconocen la jurisdicción de ese tribunal internacional, entre los que no se encuentran precisamente ni Rusia ni Ucrania, como tampoco lo están China, Estados Unidos o la India. Ese es justamente otro de los inconvenientes para sentar a Putin en el banquillo, si bien Ucrania ha reconocido ahora de facto la jurisdicción del CPI tras la invasión rusa.

"Son pocos los primeros ministros o jefes de estado condenados por crímenes de guerra"

A los delitos de crímenes de guerra, lesa humanidad y genocidio cabría añadir el de agresión, un supuesto que se agregó posteriormente y que hace mención a la invasión injustificada de un país soberano. En todo caso, sea por unos delitos o por otros, para llevar a Putin ante la justicia internacional primero hay que ponerle las esposas y esa posibilidad es, a fecha de hoy, una mera ensoñación salvo que se produzca un cambio de régimen político en Moscú, lo cual no parece muy probable. Cabe recordar que la CPI no juzga a estados sino a individuos, por lo que sería mucho más fácil condenar a un soldado o a un oficial que al gran dictador que juega con las vidas de inocentes desde su despacho, pero cuya implicación directa en los ataques a la población civil es muy difícil de probar.

Otra posibilidad teórica para que Putin pague por sus crímenes de guerra es que la Corte Internacional de Justicia de la ONU solicite el procesamiento, aunque Rusia no tardaría en usar su derecho a veto para impedirlo. Así pues, aunque el Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU también está convencido de que se han producido crímenes de guerra en Ucrania y ha constituido una comisión de expertos para investigarlos, sus esfuerzos es muy probable que no obtengan fruto.

Pocos antecedentes

Si miramos al pasado y dejamos a un lado los Juicios de Núremberg, los antecedentes de primeros ministros o jefes de estado condenados por crímenes de guerra tampoco dan muchas esperanzas, y no precisamente por falta de candidatos a sentarse en el banquillo de los acusados. Para los cruentos conflictos de Yugoslavia y Ruanda se crearon tribunales específicos que dictaron condenas como las de Milosevic y Karadsic, pero en el caso de la Corte Penal Internacional, aunque sus fiscales han presentado cargos contra líderes civiles y militares de varios países, son muy pocos los que finalmente han sido juzgados y condenados.

Hasta que no contemos con instituciones judiciales supranacionales bien dotadas y aceptadas por toda la comunidad internacional, algo que de momento parece muy lejano por no decir utópico, tendremos que conformarnos con confiar en que la investigación de la CPI o la condena casi total de Rusia en la Asamblea General de la ONU actúen al menos como herramientas de presión sobre Putin y contribuyan a mostrarlo ante el mundo, y sobre todo ante quienes todavía lo consideran una pobre víctima de Occidente, como lo que en realidad es: un individuo cruel y cobarde y un autócrata de la peor especie. La comunidad internacional está moral y políticamente obligada al menos a aislarlo y a repudiarlo, toda vez que seguramente no será capaz de conducirlo ante un tribunal de justicia para que responda por sus crímenes. 

Rumbo al abismo

El fantasma de la tercera guerra mundial nos acecha estos días. Las condiciones para que estalle – si es que no estamos ya inmersos en ella – son sencillas de alcanzar. Bastaría la chispa de un error de cálculo, o lo que se pueda hacer pasar por tal cosa ante la opinión pública mundial, para que el incendio, que a fecha de hoy se circunscribe a las fronteras de Ucrania, las traspase y termine afectándonos a todos por alejados y a salvo que nos creamos del corazón de la pira. Bien mirado, las sanciones económicas con las que Occidente pretende asfixiar la economía rusa y disuadir al dictador del Krémlin forman parte ya de esa guerra global porque globales también serán sus efectos en términos de retroceso económico, escasez y encarecimiento de determinados productos básicos. 

AP

Advirtiendo y provocando

En este contexto, el bombardeo ruso de una base ucraniana cercana a la frontera con Polonia tiene todo el aspecto de ser, además de una advertencia, una descarada provocación a la OTAN, de la que ese país forma parte. Cabe recordar aquí que cualquier agresión militar a un país miembro de la OTAN podría activar de inmediato una respuesta del mismo tipo. Se abriría así un escenario de consecuencias terroríficas habida cuenta la capacidad de destrucción del armamento nuclear en manos de los dos bloques.

Hace menos de un mes abundaban quienes, ignorando deliberadamente el destacado currículo bélico de Putin, aseguraban sin pestañear que el sátrapa nunca ordenaría la invasión de Ucrania y hace menos de una semana la posibilidad de una tercera guerra mundial se veía aún como algo no imposible pero sí muy remoto. Hoy ese fantasma no parece tan remoto ni improbable, sino mucho más factible y próximo. 

Optimistas y pesimistas

Quienes ven la situación con optimismo aseguran que las tropas rusas se han atascado, que la invasión no ha sido el paseo militar previsto y que Putin prácticamente ha perdido la guerra después de haber puesto todos sus efectivos sobre el terreno: los ucranianos – dicen - no han salido a las calles a vitorear y a abrazar a los jóvenes soldados rusos, sino que les están haciendo frente con un inesperado valor a pesar de los criminales bombardeos de civiles. Para esta corriente de análisis, antes o después Putin se verá obligado a buscar una salida honrosa tras comprobar que su ataque a Ucrania ha pinchado en hueso y que las sanciones de Occidente, mucho más unido de lo que esperaba, hundirán la economía rusa durante décadas.

"Es cada vez más urgente un ejercicio de contención que frene el avance hacia el abismo"

En el lado de los pesimistas, en el que me incluyo a fecha de hoy, se sostiene que es precisamente la debilidad de Putin la que lo hace más peligroso e imprevisible. A un dictador como él, que ya no tiene reputación internacional que defender, no le costaría nada declarar objetivo militar a cualquier país de la OTAN que preste apoyo armado a Ucrania. No es ni mucho menos casual que Estados Unidos esté enviando tropas a Polonia, para muchos analistas un objetivo militar plausible para Putin como lo serían Letonia, Lituania y Estonia, también pertenecientes a la OTAN. Por no hablar de Moldavia, Finlandia y Suecia, cuyos gobiernos no ocultan su preocupación ante la evolución de los acontecimientos y las amenazas de Putin. 

 En manos de China

Cada día que pasa es más urgente un ejercicio de contención que respete la vida de los civiles y frene el avance hacia el abismo al que el dictador ruso parece querer empujarnos a todos. Lo trágico de esta situación es que el único país con posibilidades de contener a Putin y evitar el desastre es China, su gran aliado geoestratégico y compañero de viaje ante Occidente, cuya neutralidad deja mucho que desear. Cierto es que no apoyó a Rusia en la ONU, pero tampoco condenó el ataque a un país soberano a pesar de que la defensa de la soberanía y de la integridad territorial habían sido hasta la fecha el santo y seña de su política exterior. Su interesada ambigüedad no es una buena tarjeta de presentación diplomática, pero me temo que es la única en estos momentos con posibilidades de éxito.

"Lo trágico es que el único país capaz de contener a Putin es China"

Uno desea creer que el régimen chino es sincero cuando dice que no está prestando apoyo militar a Putin ni lo hará y que quiere ser un “país constructivo”; incluso le gustaría suponer que la diplomacia china está actuando con discreción ante Kiev y Moscú para encontrar una salida satisfactoria para todos. Sin embargo, lo cierto a día de hoy es que las tropas rusas siguen bombardeando ciudades y matando a civiles, que el éxodo ronda los tres millones de ucranianos y que Putin ya dirige sus ataques a las fronteras de la OTAN.

Las preguntas derivadas de este escenario cada vez más atroz erizan el vello con solo plantearlas: ¿qué deberían hacer Estados Unidos, la UE y la OTAN si las sanciones económicas no sirven para disuadir a Putin y éste continúa machacando a Ucrania y amenazando a los países vecinos? ¿Cuál debería ser la respuesta en caso de agresión a un país de la OTAN? ¿Mejor dejarle hacer y confiar en que se conforme tal vez con una Ucrania neutral o habría que pasar a la acción militar directa antes de que sea demasiado tarde? Las consecuencias de ambas opciones son aterradoras, máxime cuando la diplomacia parece haber sido arrinconada en favor de las armas. Y, sin embargo, es la única esperanza que nos queda para detener esta locura y conjurar el fantasma de una guerra a escala planetaria. 

Economía de guerra

Los europeos vamos a pagar un alto precio por la vesania de Putin. El resto del mundo también pagará su parte, pero la factura más onerosa será la del viejo continente por su elevada dependencia energética del país agresor. De hecho ya hemos empezado a pagar la cuenta cuando repostamos gasolina, encendemos la luz, ponemos la lavadora o vamos al supermercado. Tampoco les saldrá gratis a los rusos, a los que las sanciones occidentales también les están empezando a afectar de forma severa. Esto apenas ha comenzado y nadie sabe aún lo que puede durar. De lo que dure, de cómo se desarrollen los acontecimientos en los próximos días y semanas y de cómo termine la invasión dependerá el montante final que el mundo tendrá que abonar por la locura imperial de un dictador genocida llamado Vladímir Putin.

Ni vencedores ni vencidos

Alguien dijo que tras una guerra no cabe hablar de vencedores y vencidos porque, de un modo u otro, al final la mayoría pierde, unos  la vida o la salud y otros la hacienda. Esto es más cierto aún cuando lo aplicamos a las consecuencias económicas de una brutal agresión militar en el corazón de una economía globalizada como la actual. A corto plazo, los efectos en Europa de la guerra en Ucrania son más que previsibles: subida fulgurante de precios impulsados por el coste de la energía, racionamiento de determinados productos y volatilidad extrema de los mercados financieros.

Si la guerra se enquista y se convierte en un largo asedio de incierto final, como sugiere en estos momentos la situación en el campo de batalla, las consecuencias se traducirían en una disminución de la capacidad de compra de las familias, caída del consumo privado, morosidad, reducción de las exportaciones, mayores costes salariales, desempleo, incremento del gasto público en pensiones, problemas en la cadena de suministros y nuevo retroceso del turismo. Por solo citar las más evidentes. 

El fantasma de la estanflación

En resumen, todas las previsiones de crecimiento económico, especialmente las más optimistas, han caducado de un día para otro y se han impuesto la incertidumbre y el pesimismo. En el horizonte se empieza a perfilar incluso el temible fantasma de la estanflación si, como apuntan muchos analistas, el PIB se hunde pero los precios se mantienen por las nubes. Ese riesgo ha llevado al BCE a anunciar el fin de la compra de deuda a finales de año y a abrir la puerta a la subida de los tipos de interés. Es una mala noticia para España, a la que financiarse le saldrá mucho más caro e incrementará el peso de una deuda pública que ya es mastodóntica. De manera que las optimistas previsiones de crecimiento económico del Gobierno, que ya pecaban de alegres antes del estallido de la guerra, son hoy papel mojado.

"Todas las previsiones económicas han caducado de un día para otro"

El auténtico nudo gordiano que plantea la guerra en Ucrania para la economía es la elevada dependencia que tiene Europa Occidental del gas y del petróleo rusos. Casi dos terceras partes del gas y una tercera parte del petróleo que importa Alemania proceden de Rusia y en países como Chequia o Moldavia la dependencia es del 100%. Por fortuna, España está en una posición mucho más favorable ya que sus importaciones de gas ruso apenas llegan al 10% y bajando. No obstante, eso no nos libra del encarecimiento de la energía en los mercados internacionales, en donde muchos países compiten ya por incrementar sus reservas.

Un dilema histórico

La UE está ante un complicado dilema: si sigue los pasos de Estados Unidos y corta la importaciones de petróleo ruso es muy probable que Putin cierre el grifo del gas como teme Alemania, cuya economía, y con ella la de toda Europa, sufriría un golpe brutal. Piensen solo en lo que supondría para el turismo alemán y su importancia en destinos como Canarias. En cambio, si sigue importando gas y petróleo, el régimen de Putin se seguirá beneficiando de los altos precios y en cierto modo se mermará la eficacia de las sanciones económicas de las que la energía había quedado excluida a petición alemana. Por otro lado, superar la dependencia energética rusa y encontrar nuevos proveedores no se consigue de un día para otro y, mucho menos, sustituir ese tipo de energía por otra diferente. Sé que es llorar sobre la leche derramada, pero si la UE se hubiera molestado en diversificar sus proveedores y hubiera impulsado con más fuerza fuentes de energía alternativas al gas, tal vez hoy le podría hacer un soberano corte de mangas a Putin.

"Debemos asumir cuanto antes que estamos en guerra y toda guerra conlleva sacrificios"

¿Qué hacer? Esa es la gran cuestión que está incluso poniendo en peligro la unidad con la que Estados Unidos y la UE han actuado hasta el momento frente al ataque ruso a Ucrania. Soy de la opinión de que debemos asumir cuanto antes que estamos en guerra y que toda guerra conlleva sacrificios que, eso sí, deben ser equitativos y deberían empezar por un drástico recorte del gasto público superfluo. Si no se desea emplear la fuerza militar para hacer frente de manera directa a la agresión rusa porque podría desencadenar un enfrentamiento nuclear, no veo otra alternativa que intensificar y endurecer al máximo el bloqueo económico sobre Rusia, cortando las importaciones energéticas de ese país. En paralelo es cada vez más urgente intervenir temporalmente los precios de la energía para limitar el coste de la factura que deben pagar familias y empresas por este bien de primera necesidad. 

Sé que las duras consecuencias económicas de esas decisiones no serían fáciles de asumir por los ciudadanos de la Europa del bienestar y la comodidad, sobre todo cuando todavía estamos bajo los efectos económicos de la pandemia. Sin embargo, hay momentos en la historia en los que no queda otra opción que sacrificarse en aras de la libertad y la democracia con las que el tirano de Moscú quiere acabar. La resistencia del pueblo ucraniano y de su gobierno ante la agresión de Putin, debería servirnos de inspiración y acicate para afrontar la economía de guerra a la que mucho me temo estamos abocados más pronto que tarde. 

La democracia se la juega en Ucrania

No nos deberíamos engañar, el objetivo de Putin al ordenar la invasión de Ucrania no es solo convertir a ese país en un vasallo de Moscú a través de un gobierno títere en Kiev. Sus dos fines principales son recomponer las ruinas del imperio soviético y, sobre todo, impedir que florezca la democracia en Ucrania y se convierta en un mal ejemplo para los rusos a los que el tirano gobierna con puño de hierro cada día más duro. Podría decirse incluso que, como todo buen dictador que se precie y que en el mundo ha sido, Putin teme a la democracia en sus fronteras tanto o más que a la entrada de Ucrania en la OTAN. Por elevación, el tirano del Kremlin quiere poner contra las cuerdas a las democracias occidentales, a las que percibe como sistemas débiles y decadentes y cuyo desprecio por ellas nunca ha ocultado. La respuesta firme y unida de los demócratas y el apoyo al pueblo ucraniano es la única manera de frustrar sus planes. 

EP

Una prueba de fuego para la democracia

La guerra que los ucranianos están librando contra las tropas invasores rusas y que tanto dolor y ruina está causando, es también una prueba de fuego para la democracia como el único sistema político que, a pesar de sus evidentes fallos y deficiencias, es capaz de garantizar los valores y los derechos y libertades que por definición niegan las dictaduras como la de Putin. Y si bien es cierto que la democracia en Ucrania está aún muy lejos de poder considerarse plena, también es verdad que está a años luz de la autocracia cleptómana rusa, en donde los opositores son envenenados o encarcelados, los medios de comunicación desafectos perseguidos, los periodistas asesinados y los ciudadanos que se oponen pacíficamente a la guerra, arrestados.

Intentar encontrar en el pensamiento político de Putin un mínimo de respeto por la democracia representativa, de la que su país a duras penas mantiene las apariencias, sería perder el tiempo. Su ideólogo de cabecera es el oscuro pensador fascista ruso Iván Illyín (1883 - 1954), admirador de Hitler y de Mussolini, que abogaba por anteponer la voluntad y la fuerza al imperio de la razón y de la ley. No cabe imaginar nada más alejado de la democracia que esa forma de pensar.  

Putin traduce ese pensamiento en un liderazgo populista de comunión mística con el pueblo, la manipulación de la opinión pública y una actitud amenazante ante sus opositores y ante quienes discutan el derecho de Rusia a recuperar y a unir de nuevo bajo su égida los restos dispersos de la extinta Unión Soviética. Ese modus operandi del dictador lo estamos comprobando estos días con sus amenazas nucleares, el bombardeo de civiles, la censura de los medios, la detención de ciudadanos que se oponen a la guerra o el descarnado cinismo con el que propone corredores humanitarios que solo van a dar al país agresor y a su cómplice Bielorrusia.

El imprescindible enemigo exterior de toda dictadura

En todo régimen autocrático o dictadura que se precie es obligatorio echar mano de un enemigo exterior al que responsabilizar de los problemas internos, que sirva además de coartada para justificar decisiones como la invasión de un país soberano. Los enemigos exteriores preferidos de Putin son los Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea. Contra ellos dirige no solo sus tanques sino su arsenal mediático, sus ataques cibernéticos y la propalación de bulos con el fin de polarizar y dividir a la opinión pública. Las injerencias en procesos electorales como el de Estados Unidos en 2016 o el apoyo a causas separatistas como la catalana son buenos ejemplos de esa estrategia basada en la vieja máxima de divide y vencerás o, por lo menos, debilitarás a tus adversarios.  

Más allá de lo que ocurra en los próximos días y semanas, conforta comprobar el elevado grado de unidad con el que el mundo libre está respondiendo al brutal desafío que ha lanzado Putin contra la democracia con la muy mal disimulada complicidad china. Aunque suponga recurrir a la historia virtual, es muy probable que la situación actual fuera otra si Occidente hubiera demostrado la misma unidad, contundencia y determinación cuando Putin se anexionó Crimea y dio alas a dos repúblicas separatistas pro rusas en el este de Ucrania. Que nadie dude de que si consigue salirse de nuevo con la suya, los siguientes países en verse amenazados serían Moldavia, Letonia, Lituania y Estonia, mientras que Suecia y Finlandia tampoco estarían seguros. 

España sigue siendo diferente

En esto, como en tantas otras cosas, España vuelve a ser diferente. El único gobierno claramente dividido ante el envío directo de armas a la resistencia ucraniana es el español. No solo eso, es también el único en el que uno de los dos socios de la coalición en el poder se atreve a acusar al otro de ser “el partido de la guerra”, sin que una aseveración tan grave se traduzca en ceses inmediatos por parte de un presidente titubeante, más preocupado por conservar el poder que por la penosa imagen internacional que ha dado España en unos momentos tan graves. Es el precio que Sánchez está dispuesto a pagar a cambio del apoyo de Podemos, un partido incapaz de diferenciar entre el agresor y el agredido y cuya sinceridad a la hora de defender la democracia y sus valores esenciales deja cada día más que desear.

El ascenso del capitalismo de estado comunista chino y el régimen autocrático instalado en Rusia, apoyado por quintacolumnistas en países occidentales como España, son hoy dos de las principales amenazas para un mundo más libre, democrático, justo y en paz. Ante el momento histórico que vive la democracia, es vital mantener la unidad para evitar que aparezcan Putins de todos los colores hasta debajo de las piedras. La invasión rusa de Ucrania debe ser un poderoso acicate para que comprendamos que la democracia no nos ha caído del cielo como una especie de gracia divina, sino que es algo que ha costado mucho conquistar y que hay que ejercer y defender día a día de sus múltiples enemigos, “con sangre, sudor y lágrimas” y sin equidistancias, ambigüedades o medias tintas. O no tardaremos en lamentarlo.

El doble juego chino

Son cada vez más quienes ven en China un posible mediador capaz de detener el sangriento ataque ruso contra Ucrania y favorecer un alto el fuego siquiera sea temporal, antes de que la situación empeore más de lo que ya lo está. De hecho, fue el propio ministro ucranio de Asuntos Exteriores el que hace unos días pidió a su homólogo chino que mediara ante Putin, una petición que por ahora no ha encontrado respuesta. Aún así, en Pekín parece aumentar también la preocupación por los ataques indiscriminados contra civiles y el éxodo de casi un millón de ciudadanos ucranios que huyen despavoridos ante el avance de las tropas rusas. No obstante, es aún pronto para deducir que China está abandonando la ambigüedad calculada con la que ha reaccionado ante la invasión rusa de Ucrania.

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Una amistad chino-rusa duradera

Tampoco puede olvidarse el amplio comunicado conjunto que Putin y Xi Jimping firmaron con motivo de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno celebrados en Pekín, en el que ambos prácticamente se juraron amistad eterna y sentaron las bases de lo que consideran debe ser un nuevo orden mundial. Pero es precisamente por esa cercanía política y admiración mutua por lo que no parece haber en estos momentos nadie mejor que Jimping para convencer a Putin de que deponga las armas y se siente a negociar.

A favor de esa posibilidad juega sobre todo la convergencia de intereses políticos, económicos y geoestratégicos entre ambos países y la necesidad de China de mejorar su imagen ante el mundo y ser visto como un país constructivo y pacificador, todo lo cual es siempre bueno para los negocios, que al fin y al cabo es lo que más importa al capitalismo chino de estado.

Pocas razones para el optimismo

Por desgracia, la tibieza bien calculada de China ante la invasión rusa no invita a ser optimista de momento. A fecha de hoy el régimen chino se niega a hablar de “guerra”, “invasión” o “ataque” de Rusia contra Ucrania, mientras los medios chinos – controlados por el régimen comunista - tratan el asunto con sordina. A pesar de que entre los mantras de la política exterior china figura desde hace mucho tiempo el respeto a la soberanía y a la integridad territorial de los estados, en esta ocasión el régimen chino no ha condenado la invasión de un país soberano como Ucrania ni el reconocimiento por Putin de las repúblicas separatistas pro rusas de ese país. La contradicción con la reivindicación china de Taiwán es tan flagrante que los mandatarios del Partido Comunista de China seguramente tendrán que recurrir a Mao y a su libro “Sobre las contradicciones” para resolverla.

Asimismo, China “comprende” las necesidades de seguridad que tiene Rusia, en alusión a la presencia de la OTAN en algunos de los países de la antigua órbita soviética, pero no dice nada de las mismas necesidades de seguridad que tiene Ucrania ante la expansión rusa ni de su capacidad soberana para pertenecer a la OTAN si así lo decide democráticamente. Cuando China y Rusia hablan en su comunicado del 4 de febrero de un nuevo orden mundial basado en una “seguridad común, comprensiva, cooperativa y sostenible”, están hablando en realidad de frenar la posibilidad de que los países de su entorno geoestratégico puedan incorporarse a la OTAN si así lo desean.

Frente antidemocrático

Por lo demás, ambas potencias comparten intereses económicos y geoestratégicos en terrenos tan importantes como la energía, los derechos humanos o el control de internet y ambas son tal para cual desde el punto de vista político: regímenes dictatoriales que comparten su desprecio por la democracia y los valores de un Occidente al que perciben en decadencia y sin un liderazgo fuerte.

De manera que, salvo que se produzca un giro en la posición que ha mantenido ante la agresión de Putin a Ucrania, con su ambigüedad y su doble juego China está demostrando hasta ahora ser más un firme aliado de Rusia que un país verdaderamente comprometido con la paz y la seguridad por mucho que sea esa la imagen que le interese transmitir al mundo.

A pesar de todo, no queda más remedio que admitir que China es la única posibilidad real de conseguir que el sátrapa de Moscú ordene al menos parar los ataques contra la población civil indefensa. Ahora bien, hasta que ese momento llegue y cese la vesania injustificada del agresor, Occidente tiene la obligación de seguir apoyando militarmente la resistencia y acogiendo a los refugiados que huyen del infierno en el que Putin ha convertido a su país y del que China es, a fecha de hoy, cómplice consciente.