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Andalucía indica el camino

Mil y un análisis se suelen hacer después de cada cita electoral, algunos diametralmente opuestos entre sí y otros más o menos coincidentes. Lo que nadie podrá negar en el caso de las elecciones andaluzas es que la inmensa mayoría de los ciudadanos que acudieron a votar ayer han preferido la continuidad y la moderación de Moreno Bonilla frente a un PSOE abducido por los mensajes vacíos de la ultraizquierda por un lado, y el histrionismo folklórico de la ultraderecha por el otro. La primera y más importante lección que toca aprender a los perdedores es que los ciudadanos ni son imbéciles ni se les puede acusar de no saber votar cuando prefieren la gestión y la estabilidad, un bien en sí mismo de la democracia, frente a los debates de campanario y las riñas ideológicas que en nada ayudan a resolver los problemas cotidianos de la gente.

SUR

De Moreno Nocilla a ganar por mayoría absoluta

Moreno Bonilla, del que se burló la izquierda pata negra e incluso sus compañeros del PP – Moreno Nocilla lo llamaban por su supuesta blandura -, le ha dado a Feijóo su primer gran triunfo electoral y, de paso, le ha enseñado el camino a La Moncloa, en donde Pedro Sánchez seguramente no ha pegado ojo esta noche pensando qué hacer tras el revolcón en el feudo histórico del PSOE desde que Felipe González y Alfonso Guerra vestían chaqueta de pana con coderas. Lo que ha dado al PP su primera mayoría absoluta en Andalucía ha sido la gestión de Moreno Bonilla en los últimos cuatro años, o lo que es lo mismo, haber demostrado que se puede confiar en él para ocuparse de los asuntos de la comunidad autónoma más poblada del país. Y yo, sinceramente, no veo mejor argumento que la confianza para optar por un candidato en unas elecciones.

El candidato popular, además de coronarse con honores presidente andaluz electo, ha parado los pies a Vox y esta es otra buena noticia para Núñez Feijóo. Los de Abascal se apuntaron al órdago de exigir sillones en la Junta si sus votos eran imprescindibles para que Moreno Bonilla fuera reelegido presidente. Tengo pocas dudas de que una exigencia como esa animó a muchos andaluces a optar por un gobierno autonómico sin ataduras ni hipótecas de la ultraderecha, sin despreciar tampoco los efectos negativos de una campaña llena de despropósitos de la candidata Olona de principio a fin.

El PSOE y la ultraizquierda siguen sin aprender de sus errores

Pero, sin duda, es en las filas del PSOE en donde más duele el coscorrón, con un candidato sin carisma, que ha empeorado los resultados de la defenestrada Susana Díaz en 2018 y que ni tan siquiera ha sido capaz de ganar al PP en Sevilla, la ciudad de la que fue alcalde y buque insignia del socialismo andaluz y español. Se dice pronto, pero Espadas ha perdido votos en favor del PP y no ha sido capaz de captar los de Ciudadanos. Su campaña electoral ha carecido de discurso propio y diferenciado de la ultraizquierda y ha estado plagada de meteduras de pata como la de Zapatero proclamándose orgulloso de Chaves y Griñán o Adriana Lastra llamando a las barricadas si el PSOE no ganaba ayer. Con compañeros de partido como esos no necesitaba Espadas rivales para caer con todo el equipo.

Con no menos dolor se deben andar lamiendo las heridas en una ultraizquierda dividida y cainita que ha vuelto a comprobar en sus propias carnes que sacar de paseo a Franco cada dos por tres y proclamar alertas antifascistas a cada rato no sirve para ganar elecciones, sino ofrecer soluciones realistas a los problemas cotidianos que sufren los ciudadanos. No lo aprendieron cuando se estrellaron en las elecciones madrileñas y siguen sin comprenderlo ni superarlo todavía. El proceso de escucha de Yolanda Díaz se daña seriamente incluso antes de nacer y se lastra con las imputaciones de Colau y Oltra y su doble vara de medir a la hora de asumir responsabilidades políticas.

Réquiem por Ciudadanos y la incógnita de Sánchez

En cuanto a Ciudadanos solo cabe entonar un requiescat in pace por su alma después de quedar fuera del parlamento andaluz. El candidato Marín luchó hasta el último momento por un proyecto que sigue siendo necesario en España pero que la mala cabeza de sus dirigentes ha convertido en un juguete roto y arrinconado por la historia. Marín ha sido incapaz de evitar la sangría de votos que han beneficiado al PP, pero le honra haber anunciado su dimisión después del sonoro fracaso electoral de ayer a pesar de haber sido un socio leal del presidente electo andaluz durante los últimos cuatro años.

En resumen, por mucho que los socialistas pretendan separar el tortazo andaluz de la política nacional, cualquier que no esté ciego o sea hooligan irredento del PSOE ve la relación y se pregunta por las consecuencias políticas de lo ocurrido ayer. Pocas dudas quedan ya de que el “efecto Feijóo” existe y que está llamando con fuerza a la puerta de La Moncloa. Quinielas hay varias y solo el tiempo dirá cuál es la ganadora, pero en ningún caso cabe esperar que Sánchez no mueva alguna ficha después del varapalo andaluz.

Para unos podría ser una remodelación del Gobierno después de la cumbre de la OTAN con el fin de recuperar la iniciativa y resistir hasta que toque convocar elecciones. Otros pensamos que lo que corresponde a estas alturas, con una crisis desatada, un presidente chamuscado por sus propios errores y mentiras y una legislatura enredada en disputas partidistas y juegos de tronos, es llamar a los ciudadanos a las urnas. En cualquier caso, de una cosa podemos estar seguros: haga lo que haga Sánchez, no lo hará pensando en el bien común de los españoles sino en su propio interés, el único que le mueve.

Feijóo pide paso

Los populares se acaban de dar en Sevilla un baño de optimismo del que tenían mucha falta desde hacía tiempo. Prácticamente todos a una, como en Fuenteovejuna, se han conjurado para proclamar santo súbito a Alberto Núñez Feijóo y han puesto en sus manos su futuro y el del partido tras retirar ambos de las del decepcionante Casado. Ni debate de ideas ni programa, no tocaban esas lucubraciones ahora: lo que tocaba en la cita sevillana era mostrar unidad. Tanta ha sido la mostrada que el nuevo líder fue aplaudido con la misma o parecida intensidad que el líder destronado por los barones que le habían jurado lealtad perpetua, aún siendo él la causa oficial del mal causado. También la lideresa madrileña ha recibido la sonora ovación del respetable, siendo ella la responsable a su vez de la causa de que quien causó el mal causado haya tenido que recoger los bártulos en Génova. Y no solo eso, también es la misma que a buen seguro le provocará más de un dolor de cabeza a Feijóo, al que le quedan menos de dos años, o lo que decida Sánchez sobre las próximas elecciones, para no defraudar las esperanzas que acaban de poner en él la hinchada popular y los españoles que consideran imprescindible desalojar al PSOE y a Podemos de La Moncloa.

EFE

Un líder con experiencia contrastada

Feijóo no es un desconocido ni un pardillo que acaba de aterrizar en la política, dicho esto sin ánimo de señalar a su fracasado predecesor. El político gallego ha obtenido cuatro mayorías absolutas consecutivas en su comunidad autónoma, algo de lo que jamás podrán presumir sus rivales. Se le tiene por más interesado en la eficacia de la gestión de los asuntos públicos que en la pureza ideológica de sus decisiones, aunque convencionalmente se le podría considerar un autonomista de centro derecha moderado. La composición de la nueva ejecutiva ha confirmado ese perfil al rescatar algunos nombres de la época de Rajoy, aunque sin olvidarse de Díaz Ayuso por la cuenta que le trae si no quería empezar con muy mal pie su andadura en Madrid.

De hecho, tener a Díaz Ayuso de su lado no solo es uno de los muchos retos a los que se enfrenta Feijóo, sino probablemente el más peliagudo y difícil toda vez que la presidenta madrileña es para muchos el activo más valioso con el que cuenta el partido. En su condición de verso suelto, si se lo propone Díaz Ayuso es capaz ella sola de destrozar la estrategia de Feijóo para hacer del PP un partido responsable con sentido de estado y librarse del abrazo de Vox, en donde, a la vista de los sondeos, ya empiezan a salivar con la posibilidad del sorpasso. Aunque puede que aún sea pronto para preguntarse qué haría Feijóo si dependiera de los votos de Vox para ser presidente o qué haría si fuera Abascal el que necesitara de los votos del PP, tarde o temprano el nuevo líder popular tendrá que responder a cuestiones que no son precisamente menores. 

La sombra de Vox es alargada

Feijóo está obligado a definir con claridad el perfil ideológico de un partido sometido durante la etapa de Casado a sucesivos bandazos y vaivenes entre el centro y la derecha extrema. No lo tiene fácil porque desde hace tiempo los partidos tienden a un modelo conocido como “atrapalotodo”, una suerte de cajón de sastre de ideas y promesas con el que captar votos en todos los nichos económicos, sociales e incluso ideológicos posibles. En cualquier caso, el líder gallego deberá hacer verdaderos encajes de bolillos para encontrar su hueco en el espectro político sin levantar suspicacias y recelos a uno y otro lado: ni muy centrado para impedir que Vox le siga comiendo la tostada por la derecha, ni muy a la derecha para que el electorado de centro no le dé la espalda. Navegar sin inclinarse demasiado a estribor o a babor es la clave, pero seguramente es más fácil decirlo que conseguirlo.

El destino final de su particular camino de Santiago a Madrid no puede ser otro que La Moncloa, aunque antes deberá explicarle a los españoles cuál es su proyecto para España y cómo piensa ponerlo en práctica. Adoptar la indolencia política de Rajoy ante la realidad o esperar que sea el Gobierno el que pierda las elecciones en lugar de preparar al partido para ganarlas no es una opción que se pueda permitir el nuevo líder popular. Es cierto que en Sevilla dio algunas pistas pero falta mucha más concreción sobre cuestiones como la respuesta a la crisis por la guerra en Ucrania, las reformas tanto tiempo aplazadas, las tensiones territoriales, la cuestión catalana, la regeneración de la vida política, la independencia del Poder Judicial o la corrupción, por solo mencionar los más trascendentales y en boca de todos. 

Sánchez y los suyos no le dejarán pasar ni una

Cuanto más tiempo pase sin definir su alternativa menos le quedará para convencer a los españoles de que confíen en él en las próximas elecciones. A partir de ahora no solo deberá preservar y consolidar como un tesoro la unidad escenificada en Sevilla, sino ofrecer al país una imagen de partido centrado, con identidad y propuestas propias. La primera prueba de fuego será el próximo jueves cuando se reúna con Sánchez en su condición de nuevo líder de la oposición. Puede estar seguro de que el presidente y sus socios no desaprovecharán la más mínima oportunidad de identificarlo con la ultraderecha o con la corrupción apenas se le ocurra discrepar o llevarle la contraria al Gobierno, mientras que desde Vox tampoco le perdonarán una política de mano tendida a Sánchez en temas de estado. Sin embargo, dejarse atrapar en esa pinza y continuar dando tumbos para intentar agradar a un mismo tiempo a tirios y a troyanos como hizo su predecesor sería reproducir su mismo error fatal.

En resumen, Feijóo se ha echado a la espalda el liderazgo de un partido que en las citas electorales celebradas entre 2011 y 2019 perdió casi 6,5 millones de votos y vio como Vox crecía sin parar a su costa. Analizar las causas de esa sangría y ponerle remedio se antoja una necesidad vital para el futuro del PP a medio y largo plazo. Pero, además, Feijóo también lidera desde esta semana el que a fecha de hoy sigue siendo el principal partido de la oposición, lo que en una democracia estable supone a priori y en teoría ser la fuerza política con más posibilidades de convertirse en la alternativa al partido en el gobierno. Ese es precisamente el gran reto de Feijóo que engloba todos los demás: hacer del PP algo que en estos momentos está lejos de ser, un partido ganador. La cuenta atrás ya ha comenzado.

La política como espectáculo

Relativamente calmadas de momento las aguas entre el PSOE y Podemos, los medios de comunicación han encontrado un nuevo filón en las desavenencias entre Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado a propósito de la fecha del congreso del PP de Madrid. Dimes y diretes, declaraciones "explosivas", misteriosas fuentes que no se identifican pero cuyas supuestas revelaciones se entrecomillan y publican en primera página, encuentros llenos de "tensión", entrevistas en horas de máxima audiencia en programas televisivos de entretenimiento... Todo vale para atizar la hoguera aunque en ella se achicharren sin remisión los principios más elementales del periodismo. Es la política elevada (o degradada) a la categoría de espectáculo mediático, al que se entregan con fruición los políticos y los medios, los medios y los políticos, que en esta relación tanto monta, monta tanto: ambos se necesitan mutuamente y mutuamente se instrumentalizan a mayor gloria de la banalización de la vida pública. Y mientras, los ciudadanos, convertidos en meros espectadores, nos agolpamos frente a la televisión y en las redes y observamos embobados los fuegos artificiales. 

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Amigos, enemigos y compañeros de partido

A Churchill se le atribuyen muchas frases, entre ellas la que dice que "hay amigos, enemigos y compañeros de partido". Sea o no apócrifa, la frase describe exactamente lo que está ocurriendo entre Casado y Ayuso y no habría que darle más vueltas ni hacer correr ríos de tinta y llenar horas de televisión. La presidenta madrileña quiere el control del partido en su comunidad como un primer paso antes de explorar la posibilidad de moverle la silla a Casado, quien, como es natural, procura curarse en salud. Nada que no haya ocurrido antes miles de veces: desde que hay partidos políticos las luchas por el poder en las cúpulas dirigentes son un elemento inseparable de la política. 

Los medios de comunicación nunca han sido ajenos a esos forcejeos en los que con frecuencia toman partido por uno u otro bando, tal y como ocurre ahora con todo descaro en la pugna Ayuso - Casado. La diferencia en estos tiempos está en la penetración social de la televisión y de las redes, que multiplican exponencialmente esas trifulcas y elevan a la categoría de noticia de la máxima relevancia lo que no pasa de ser una escaramuza política más en las alturas. Lo importante no es siquiera que las diferencias ideológicas o programáticas entre quienes se baten el cobre por el control del partido sean insignificantes, lo que de verdad interesa es alimentar el circo mediático e incrementar las audiencias.

Para eso los líderes políticos pagan con dinero público a jefes de gabinete expertos en medios de comunicación, para que les enseñen a dar bien en los medios y a conquistar a la audiencia con su labia, por superficial y fútil que sea, o con su buena planta y simpatía. La política se hace hoy con el corazón en la mano y afrontando los asuntos complejos con eslóganes vacíos pero pegadizos para que sean titulares en todos los medios y circulen por las redesNo importan lo tozuda que sea la realidad ni las contradicciones, lo que cuenta son los sentimientos y la empatía; los ciudadanos no quieren que les prometan sangre, sudor y lágrimas, que bastante tienen ya; quieren escuchar que saldremos más fuertes, que no dejaremos a nadie atrás, que la economía crecerá, que bajará el paro, el precio de la luz y el de los alquileres, que se reducirán los impuestos y que mejorarán los servicios públicos. Si luego ocurre todo lo contrario se pide a los jefes de gabinete, que para eso se les paga, que inventen las excusas oportunas. En estos tiempos en los que todo el mundo opina de todo, lo de menos es que hayan mentido o prometido lo que sabían que no podrían cumplir: cuando la propaganda entra por la puerta, los hechos saltan despavoridos por la ventana. 

La información como entretenimiento

Las televisiones colaboran poniendo el personal, las cámaras, el plató e incluso el público de atrezzo. Las cadenas generalistas, a través de las que se informa el 90% de la población, se han visto obligadas a competir a cara de perro con la televisión de pago y las plataformas de vídeo bajo demanda. La fragmentación y la pérdida de audiencia las ha llevado a convertir los telediarios en contenedores en los que cabe de todo, desde mucho periodismo político de declaraciones a frivolidades del mundo del espectáculo, indistinguibles a veces de la actualidad política. Los programas informativos puros, mucho más caros, han ido cediendo terreno ante formatos más baratos como los magacines politizados, las tertulias políticas y los programas de entretenimiento en los que se estilan entrevistas "cercanas y humanas", que en muchas ocasiones solo son agradables masajes sobre la vida privada y las aficiones de unos invitados que proceden cada vez más también del mundo de la política. 

"No queda tiempo para digerir el aluvión de trivialidades que se hacen pasar por noticias"

Los otros medios no pierden comba y se suman encantados a la batalla de dimes y diretes, a los rumores y al chismorreo político insustancial. Los políticos se han convertido en las grandes estrellas de nuestro tiempo, con su presencia y sus mensajes oportunistas y prefabricados saturan todos los canales de comunicación con la sociedad y convierten la actualidad en un estado permanente de opinión y confrontación. Apenas queda tiempo para digerir el aluvión de trivialidades que se hacen pasar por noticias, que a las pocas horas ya han muerto para dar paso a otra ración de más de lo mismo. ¡Más madera, es la guerra!. Las opiniones suceden a las opiniones en una carrera vertiginosa en la que lo que menos importa son los hechos, sobre los que se opina sin un mínimo conocimiento de causa y por no parecer en fuera de juego. 

Las noticias, que deben presentarse de forma "fácil y amena" a los espectadores, no son tanto hechos objetivos que han ocurrido o están ocurriendo como un bucle infinito de declaraciones cruzadas entre políticos. Este estado de cosas se convierte en viral en las redes sociales, en donde reinan a sus anchas el oportunismo, las noticias falsas, la descalificación, el insulto y el populismo rampante. Políticos de todo color y condición y medios de todo tipo explotan así el lado más estridente y menos noble de la política, los primeros a la caza de votos en todos los grupos sociales y los segundos a la caza de audiencias y contratos publicitarios. 

La libertad de opinión como farsa

Esta promiscuidad entre medios y políticos de la que ambos sacan tajada, ha sido descrita aquí solo a muy grandes rasgos y sirve para cualquier otro duelo por el poder además del que libran estos días Ayuso y Casado. En realidad no es un fenómeno nuevo sino un fenómeno que la televisión y las redes sociales han exacerbado hasta el punto de poner seriamente en cuestión algunos principios esenciales de la democracia. En su libro "De la estupidez a la locura", (Lumen, 2016) Umberto Eco escribió que "la democracia romana comenzó a morir cuando sus políticos comprendieron que no hacía falta tomarse en serio los programas [de los partidos], sino que bastaba simplemente con caer simpáticos a sus (¿cómo decirlo?) telespectadores"

Mucho antes, Hanna Arendt advirtió de que "la libertad de opinión es una farsa si no se garantiza una información objetiva y no se aceptan los hechos mismos". En su libro "Verdad y mentira en política" (Página Indómita, 2016) Arendt afirmó que "la verdad factual, si se opone al provecho o al placer de un  determinado grupo, es recibida hoy con una hostilidad mayor que nunca". Me pregunto qué habría dicho Arendt, que escribió esto a comienzos de los años setenta, si hubiera vivido en plena expansión de las noticias falsas en las redes sociales y de la política convertida en aquel pan y circo que volvía locos a los romanos. 

Casado y el reto de la alternativa

Se suele decir a modo de tópico que las elecciones no las gana la oposición sino que las pierde el gobierno. Si lo aplicamos a las próximas elecciones generales en España, previstas para dentro de dos años si no hay adelanto, uno diría que ha habido pocos gobiernos en este país que se hayan esforzado tanto para merecer la derrota como el de Pedro Sánchez. La cuestión es si, llegada la hora de la verdad, la propuesta de alternativa presentada por esa oposición a los electores será lo suficientemente sólida y creíble como para que la victoria no se le escape y el tópico se cumpla una vez más pero a favor del Gobierno. 


Un líder que genera más dudas que certezas

En estos momentos son más las dudas que las certezas de que Pablo Casado sea efectivamente la alternativa de gobierno que toda democracia que funcione razonablemente bien necesita. Porque, de no ser percibida como tal por los electores, es probable que el Gobierno gane unas elecciones que, sin embargo, algunas encuestas ya empiezan a darle por pérdidas. Aunque aún faltan dos años para la cita y las encuestas no son más que la foto de un instante político que aún habrá  que ver si tiene continuidad, lo que estos sondeos estarían indicando es que, a fecha de hoy, hay un creciente número de ciudadanos que se decantarían por una nueva mayoría parlamentaria liderada por el PP. 

Aunque ha ganado enteros, Casado no da aún muestras suficientes de tener plenamente asentado su liderazgo en el partido. Tal vez una de sus mayores debilidades es que los españoles lo ven como un dirigente volátil y escurridizo, al que no es fácil ubicar con algo de precisión en el espectro político: unas veces se les aparece como el inventor del centro de toda la vida y otras asoma en los predios ideológicos próximos a Vox, arañando todos los votos posibles. El suyo es un caso claro de corazón político partido entre la moderación y el extremismo populista de derechas, sabedor de que necesita los votos de ambos lados para tener la oportunidad dentro de dos años de cambiar el colchón de La Moncloa.

Un partido con dos almas y un líder indeciso

Casado mantiene una vela encendida a Dios y otra al diablo y no se atreve a apagar una de ellas por si la necesita para alumbrarse en el camino hacia la presidencia. Hay que admitir que  no lo tiene fácil para decidirse sin generar tensiones en un PP que, como él, también tiene el corazón dividido entre dos almas políticas. Una, más pactista y moderada, está encarnada por gente como Núñez Feijóo y Martínez Almeida; la otra es la de Isabel Díaz Ayuso, la nueva musa del ala derecha del PP tras su aplastante victoria electoral, sobre la que Casado surfea estos días con el viento de los sondeos a favor. 

EFE

Esto le está llevando a tomar algunas decisiones que pueden volverse en su contra si no pondera bien las consecuencias. Una tiene que ver con su probable presencia junto a Vox y a Ciudadanos en la manifestación de Madrid contra los indultos. Se trata de munición de calibre grueso para el Gobierno y la izquierda que, junto a su armada mediática, ya han vuelto a colocar al líder popular en el centro de una nueva foto de Colón. La otra no compensa la anterior sino que la agrava: la recogida de firmas contra las medidas de gracia del Gobierno a los independentistas presos que, además de no tener utilidad práctica, lo aleja de esa centralidad de la que suele presumir. Lo natural es acudir al Parlamento y a otras instituciones y plantear allí todo tipo de iniciativas contra los planes de Sánchez: razones de peso le sobran, al tiempo que trasladaría esta delicada cuestión al escenario institucional apropiado, alejándola de la política callejera. El Congreso es el escenario natural en una democracia para afrontar los retos políticos y la agitación en la calle, que al PP nunca le ha salido bien, es mejor dejarla para las campañas electorales. 

EFE

Pero Casado cabalga sobre la cresta de la ola de las encuestas y necesita el apoyo de Vox en Madrid y en Andalucía. Por eso ha recuperado el discurso duro y combativo, más escorado hacia Santiago Abascal, con el que en octubre del año pasado aseguró solemnemente que rompía relacionesque hacía esa centralidad de la que a día de hoy vuelve a estar alejado. Estos cambios de humor desconciertan a sus potenciales electores: los moderados, seguramente deseosos de pasarle factura al PSOE y sin la opción de Ciudadanos, recelan de que sus votos conviertan al PP en el caballo de Troya para meter a Vox en el gobierno; por el ala derecha, los partidarios de darle duro a Sánchez y sin descanso, tienen a Vox a su alcance y si Casado les parece demasiado blando no dudarían en preferir el original a la copia. 

La corrupción, el talón de Aquiles que Casado no puede esquivar

Pero, además de renunciar a esta ambigüedad calculada en la que se mueve, Casado no puede despachar los graves casos de corrupción en su partido con un "de ese tema no hablo", escudándose en que son anteriores a su dirección. Lo ocurrido la semana pasada en Ceuta, en donde un grupo de forofos impidió a los periodistas hacer su trabajo, no es una opción que deba repetir si quiere ser la alternativa a Sánchez. Esa posición no se diferencia mucho de la de los dirigentes del PSOE, que relegan a un pasado remoto muy anterior a ellos el caso de los ERES y las condenas a Griñán y Chaves. Cuando se asume la dirección de un partido de gobierno como el PP, también hay que asumir todo su pasado y eso incluye lo negativo y el compromiso de adoptar las medidas para que no se repita.

En resumen, los medios que ya empiezan a hablar de cambio de ciclo político porque algunas encuestas otorgan una indecisa ventaja al PP, no hacen otra cosa que poner en marcha un relato que sirva precisamente para alimentar próximos sondeos. Es incluso un abuso del lenguaje hablar de vuelco político sin que Casado se haya desprendido de su interesada ambigüedad y definido con mucha más precisión su proyecto alternativo para España en los numerosos frentes que el país tiene abiertos en canal, empezando por el territorial. Esa es la tarea y el reto que Casado tiene que superar si pretende abrir una nueva etapa política y que los españoles le ayuden a que el Gobierno pierda las próximas elecciones. 

Casado se sale por la derecha

Lo podrán vestir los analistas de la  caverna como mejor les parezca, pero el giro radical más hacía la derecha del PP con Pablo Casado al frente es difícilmente disimulable. Así las cosas y, se miren como se miren, esta no es una buena noticia para el país y, si me apuran, ni siquiera para el PP. Las conquistas sociales que se pensaban consolidadas han sido puestas claramente en cuestión por el joven líder de los populares durante la campaña de las primarias y en el Congreso de su partido; los avances hacia la modernidad de un país que venía de décadas de atraso con respecto a nuestro entorno, de pronto se tambalean ante el discurso de Casado. Sacar a pasear a estas alturas del siglo XXI la ley de supuestos para el aborto, desdeñar la eutanasia sin más matizaciones o rechazar la improrrogable necesidad de que las víctimas de la dictadura franquista reciban el resarcimiento que la democracia española les debe, no tiene nada de renovación y sí mucho de involución. Llamar renovación a sus propuestas sobre educación, por ejemplo, es un claro abuso del lenguaje.

Mención singular merece la posición de Casado sobre la crisis en Cataluña, que quiere "reconquistar" arrimando un fósforo al barril de pólvora en el que se ha convertido este asunto. No sé qué otra expresión emplear para explicar que Casado proponga endurecer el Código Penal en materia de rebelión y sedición o ilegalizar los partidos independentistas. De alguien que considera una pérdida de tiempo sentarse a hablar con las fuerzas independentistas, solo cabe esperar que haga todo lo que esté a su alcance para evitar una salida política a un problema de índole político.

Foto: El Independiente
En su conjunto, el discurso de Casado nos retrotrae a las esencias del aznarismo, que ha sobrevolado como un fantasma con bigote por estas primarias del PP. Al menos Rajoy sí ha dicho que se aparta pero Aznar siempre ha estado ahí, como al acecho, pendiente de que su obra maestra no se malogre. En Casado parece haber encontrado el ex presidente un aventajado pupilo seguidor de su catecismo ultraconservador, por más que algunos pretendan pintarlo de liberal de centro derecha. Me queda la duda de cuánto ha habido en ese discurso de necesidad de diferenciarse de la propuesta cansina y tecnócrata de su rival Sáenz de Santamaría para ganarse el apoyo de los compromisarios, y cuánto de programa político que Casado no dudaría en plasmar en su acción de gobierno si tuviera oportunidad de ello. Es probable que en la contienda electoral tenga que moderarse si no quiere enajenarse el apoyo de esa amplia masa de votantes que se suele mover en el centro del espectro político, alejada de cualquiera de los dos extremos del mismo. Por eso sospecho que Casado no tendrá más remedio que plegar velas cuando llegue el momento de medirse en la arena electoral,  para impedir que Ciudadanos y el PSOE ocupen el campo político que les dejaría libre con su evidente deriva derechista.

Es pronto aún para saber en qué medida el nuevo líder del PP mantendrá esas posiciones que alejan a su partido de sus homólogos conservadores europeos. Hay aún muchas incógnitas por resolver, como la integración de la candidatura perdedora y su rival en las primarias Soraya Sáenz de Santamaría; de otra parte, sobre el liderazgo de Casado pende la espada de Damocles de una investigación por su máster de Derecho Público que le puede ocasionar más de un disgusto político y judicial. Estos factores serán determinantes para ir viendo hasta qué punto será capaz el nuevo líder popular de mantener o variar su discurso rupturista con la grisacea trayectoria ideológica de Rajoy, al que ha jubilado políticamente y sin miramientos.  Por sus obras los conoceréis, dice la cita bíblica. De Casado no conocemos aún los hechos pero sí las ideas y éstas no tienen ya encaje en la realidad social y política de un país, que no toleraría la vuelta al pasado que propone el flamante nuevo presidente popular. El largo viaje al centro político que el PP dijo haber iniciado hace años, en realidad se ha venido desarrollado en dirección opuesta y la elección de Casado este fin de semana no ha hecho sino alejarlo mucho más de esa meta.

El PP aprende democracia interna

Y lo hace, diría yo, a marchas forzadas y obligado por las circunstancias. Tengo la sensación de que casi nada está saliendo como lo había planeado Rajoy, lo que una vez más demuestra la poca utilidad de hacer planes muy detallados en política y encima confiar en que se cumplan. Es mucho más útil y práctico irse adaptando a las circunstancias según vayan surgiendo, que es en definitiva lo que ahora intenta hacer el PP con más pena que gloria. Seguramente será la falta de costumbre, pero ya se sabe que para todo hay una primera vez. Tengo la impresión de que Rajoy soñaba con una sucesión ordenada, aburrida y cuando él considerara que era el momento procesal oportuno para abdicar la corona de máximo mandatario del PP. No podía sospechar que una moción de censura acabaría con su gobierno y, aunque pudo haber seguido presidiendo el PP, su crédito político entre sus propios votantes estaba ya bajo mínimos como para volver a intentarlo.

Así que tuvo que dar un paso a un lado y - eso hay que reconocerle - se cuidó en público de no señalar con el dedo a su sucesor o sucesora, como hiciera Aznar con él. Su retirada habría salido como la planeó si aquel en quien confiaba para tomar el mando no hubiera dado la espantada y descolocado a todo el partido. No tengo dudas de que la renuncia de Núñez Feijoo  ha impedido una coronación a la búlgara y por aclamación del nuevo presidente de los populares, tal y como marca la inveterada tradición del partido. Si acaso se habría presentado a las primarias algún concejal de pueblo para salir en la tele, pero no Sáenz de Santamaría, Casado o Cospedal. La situación ahora es de peligrosa proximidad al abismo de la división interna si quien gane la batalla no integra a los perdedores en la dirección del partido.  
Foto: El Economista
Ese sería el momento correcto de la unidad, no el previo al congreso, en el que lo que debería producirse es el debate y la confrontación de ideas y de proyectos para el partido y para el país. Sin embargo, la situación que se aprecia es bien distinta: Casado propone el debate y Sáenz de Santamaría lo esquiva con el inestimable apoyo del aparato del partido, al que le entran temblores fríos solo de imaginarse a los candidatos disputando en público. Al margen de que su candidatura sea más de regresión que de avance hacia posiciones acorde con los tiempos actuales, es Casado el único que se ofrece a debatir y pospone la unidad a cuando corresponde: después del congreso del fin de semana. Su rival, en cambio, hace de la unidad un principio sagrado en sí mismo y se escabulle del intercambio de posiciones con Casado alegando que las líneas del partido están claras para todos.

Visto así, Sáenz de Santamaría no parece aspirar a otra cosa que a sustituir a Rajoy y continuar como si aquí no hubiera pasado nada, con el único argumento a su favor de su condición de mujer. Casado, en cambio, propone al menos la necesidad de hacer cambios en el partido, aunque sea para volver a conectarlo con las esencias del pasado aznarista. Con este panorama y con los apoyos que uno y otra exhiben sería más que arriesgado aventurar un resultado que, a la postre, va a depender más de los compromisarios y de los juegos de poder, que de unos militantes que se pueden ver desairados si el elegido es Casado. Lo que es seguro es  que estas primarias dejarán secuelas tras un proceso en el que el PP ha derrochado más democracia interna que en toda su historia hasta la fecha. Que sea para bien, aunque también parece evidente que tendrá que esforzarse mucho más en la próxima ocasión.   

Primarias tengas y las ganes

Pues sí, el PP ha celebrado sus primeras primarias y le han salido de aquella manera: manifiestamente mejorables. Ha votado el 88% de los 66.000 inscritos - unas 58.000 personas - y la campaña estuvo trufada de puyas entre los candidatos y la jornada electoral de amenazas de impugnación. Con todo, lo más explosivo por la carga de dinamita política que contienen han sido los resultados. No es que hayan fallado las encuestas o que nadie augurara que el joven y masterizado Casado no podía dar la sorpresa. Eso estaba descontado aunque nadie pensó que fuera el segundo en discordia sino el tercero, como mucho. Lo más sorprendente de estas primarias ha sido el fracaso en vivo y en directo y no en diferido de Cospedal, cada vez menos todopoderosa secretaria general. Su derrota demuestra una vez más que controlar el aparato no es sinónimo de poder omnímodo, sino más bien de riesgo de batacazo si son los militantes los que hablan. Sin embargo, las ansias de Casado por hacerse con el testigo que Rajoy ha dejado caer puede que le brinden a Cospedal una segunda oportunidad de seguir tocando poder.

Que ello implique que los compromisarios tengan que hacerle un corte de mangas a los militantes que se decantaron por Sáenz de Santamaría y apostar por Casado, no creo que le quite el sueño a nadie: total, para los que votaron tampoco es como para rasgarse las vestiduras. La flamante ganadora de las primarias, aunque por poco, parecía anoche la encarnación de alguien que clama en el desierto mientras sus compañeros de caravana se conchaban e ignoran sus invitaciones para ir todos de la mano como una gran familia unida. Su llamamiento a la integración de candidaturas fue desdeñado de forma displicente por un Casado que se ha venido arriba y que no ha dudado en guiñarle el ojo a Cospedal para empezar a hacer manitas políticas.

Foto: El País
A nadie se le escapa, y a Casado menos aún, que la ex vicepresidenta y la secretaria general son como el agua y el aceite y de esa rivalidad se aprovecha para echar la red en los caladeros de Cospedal. Su esperanza es que quienes la apoyaron a ella en las primarias hagan de él el nuevo presidente del PP, a cambio seguramente de que la secretaria general siga teniendo mando en plaza. Entretanto, Santamaría podría sufrir en primera persona y a manos de sus propios compañeros el incumplimiento de uno de los grandes mantras del PP de todos los tiempos, el que establece que debe gobernar - mandar la lista más votada. Por ahora y a la vista de los primeros movimientos tras las primarias no es ese el panorama que se dibuja, aunque en política es conveniente no jurar y no decir nunca de este agua no beberé. Ahora bien, de cumplirse los indicios, a Sáenz de Santamaría le podría pasar lo que a López Aguilar cuando un pacto entre Soria - ahora flamante compromisario congresual  del PP - y el nacionalista Paulino Rivero mandó al socialista a la oposición a pesar de su triunfo electoral.

Que me maten si sé qué es lo que más le conviene al PP ni si habrá más posibilidades de regeneración con Casado que con Sáenz de Santamaría o viceverse. Cierto es que el primero tiene un máster pendiendo sobre su cabeza como una espada de Damocles y la segunda parece que terminó todos sus estudios en tiempo y forma. Pero, más allá de eso, sospecho que las posibilidades son muy similares. Tampoco me atrevo a pronosticar cuál de los dos tiene más gancho electoral para desalojar al malvado Pedro Sánchez de La Moncloa en cuanto se presente la oportunidad. Sería cuestión de ver sus primeros movimientos para empezar a hacerse una idea sobre asuntos con los que de momento no conviene perder el tiempo.

Lo único que me preocupa - y así lo confieso - es cómo diferenciar a Casado de Albert Rivera si es el primero el elegido para sentarse en el trono de Rajoy. Ese sí que me parece un problema a considerar seriamente por el PP para evitar confusiones electorales indeseadas. Para todo lo demás siempre le podemos preguntar a Margallo, el único con un discurso ligeramente autocrítico y levemente regenerador en estas primarias. El problema es que obtuvo apenas el 1% de los votos, lo que demuestra que casi nadie está ya para discursos ni en el PP ni en ningún otro sitio habiendo lemas y eslóganes en abundancia.

Votar es un placer

Ahora que los canarios ya podemos volar a Madrid por menos de lo que nos cuesta la guagua para ir a trabajar, déjenme que me ocupe de las huestes populares y de sus tribulaciones en el frío banco de la oposición. Mañana es el día señalado en rojo - perdón por la impertinencia - para que acudan a elegir a su nuevo líder o lideresa los apenas 66.000 afiliados al día en sus obligaciones. Es poco más del 7% de los 870.000 militantes que el PP decía tener, lo que, de ser cierto, lo convertiría en el partido más grande del mundo solo después del Partido Nacional de los Trabajadores de Corea del Norte.  Me malicio que, con lo mal que llevan la contabilidad en el PP, alguien contó a los muertos, a los que llevan años sin pagar una miserable cuota y a los que se fueron a Ciudadanos o a su casa, lejos del mundanal ruido y la corrupción. Lo que de paso pone de manifiesto algo que ya vienen advirtiendo desde hace tiempo muchos politólogos: la militancia política se bate en retirada y los partidos de masas de toda la vida se convierten en grandes estructuras vacías de participación activa más allá de algunas primarias y manejadas por élites reducidas.

Sea como fuere, son esos 66.000 afiliados - si es que participan todos - los que tendrán la oportunidad por primera vez en la historia del PP de elegir a la persona que deberá afrontar la responsabilidad de llevar el partido de nuevo a La Moncloa. La buena noticia es que no hay elección digital como  hasta ahora y con quien elijan tendrán que lidiar. Salvo que ocurra lo que muchos temen en el partido, que los más de 3.000 compromisarios para el Congreso del 20 y 21 de este mes que también se designan mañana en votación, decidan que debe ser una persona distinta a la que digan los militantes la que debe dirigir el PP. Si tal cosa ocurriera y entra de lo previsible que ocurra, el PP habría hecho literalmente un pan como unas tortas porque quedaría desautorizada la escueta militancia que mañana se va a molestar en ir a votar. Si en esta ocasión solo participa el 7% de la supuesta militancia, calculen qué porcentaje participaría la próxima vez que haya primarias.
Eso, que no es un problema menor, no es sin embargo lo más grave que le puede ocurrir al PP en este proceso sucesorio. Imaginen por un momento un empate técnico entre Sáenz de Santamaría y Cospedal y no me digan que si fueran militantes o dirigentes activos del PP no les temblarían las piernas. Sabido es que a la ex vicepresidenta y a la aún secretaria general les revisan los bolsos los seguritas cuando coinciden en algún evento y les retiran las navajas, los cuchillos y otras armas de hacer sangre. Queriéndose tan mal como se quieren entre sí, sacar adelante una candidatura unitaria para dirigir el partido se antoja tarea apropiada para un mediador de la ONU experimentado en viejas guerras enquistadas.

Hasta creo que más de uno en el partido desearía que triunfara la tercera vía y resultara elegido el joven y masterizado Casado, tras el que asoma ominoso el bigote de Aznar. Que no andan los candidatos y candidatas a partir un piñón lo demuestran los mandobles que con generosidad y amplia sonrisa se han dirigido en estos días de campaña, haciendo bueno que el peor enemigo de un político es un compañero de partido. Esclavos de la corrupción, unas y otros se han dedicado menos a explicar su proyecto de partido y sus propuestas para el país que a meterle el dedo en el ojo a los rivales. Es mucho lo que el PP se juega en este envite pero las señales no auguran un final feliz ni para el partido ni para el país, aunque haya quien se pueda sorprender de esta última afirmación. Sí, creo que la estabilidad del sistema democrático necesita un partido de centro derecha homologable con los de otros países europeos, que equilibre los extremos del espectro político.

Cosa distinta es que ese partido sea el PP, que ha perdido demasiadas oportunidades para regenerarse y haber aplicado una política mucho menos insensible con la realidad social de un país arrasado por la crisis. Puede que esa bandera se la haya arrebatado en buena medida Ciudadanos y mucho tendrán que cambiar ahora los populares para recuperarla. Por eso necesitan que la sucesión de Rajoy salga bien y que quien se ponga al frente del partido sea capaz de llevarlo de nuevo a La Moncloa lo más pronto posible. Esa y no otra será su misión porque ese y no otro es el objetivo de un partido político, ocupar el poder. Sin embargo, la indiferencia aplastante de la militancia y la guerra de guerrillas en la cúpula, no son las mejores armas para empezar a recuperar el terreno político que sus propìos y graves errores le han hecho perder en los últimos años.