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La guerra que ganará China

Que sepamos, China no tiene armas ni soldados en Ucrania, pero se perfila como el verdadero ganador en términos geoestratégicos de la invasión rusa. A la consecución de ese objetivo cabe atribuir la tibieza y la ambigüedad con la que viene actuando desde antes incluso del inicio de la guerra y sus jeremiadas sobre la paz, para cuya consecución no puede decirse que haya hecho grandes esfuerzos a pesar de la ascendencia de Jimping sobre su amigo y aliado Putin. Muchos teníamos puestas nuestras esperanzas en que China jugaría un papel mucho más proactivo en favor de un alto el fuego en Ucrania y de la apertura de negociaciones conducentes a un acuerdo de paz justo y duradero. Sin embargo, el régimen chino camina sobre el alambre de la tibieza y solo parece pensar en la posibilidad de erigirse en la primera potencia mundial y en comer a dos carrillos cuando la guerra termine, el ruso y el occidental.

¿China lo sabía?

Cuesta creer que China no conociera de antemano los planes de Putin para invadir Ucrania, por más que unos días antes de que se produjera el régimen chino se mofara de esa posibilidad y acusara de paranoico al presidente estadounidense. Luego vino el ataque y China se puso inmediatamente de perfil y así sigue hasta la fecha: derramando lágrimas de cocodrilo por la masacre civil en Ucrania pero sin hacer nada útil que sepamos para que cese. Por no condenar ni siquiera ha condenado abiertamente la invasión, contradiciendo de este modo el que ha sido hasta la fecha el santo y seña de su política exterior: la soberanía nacional y la integridad territorial son sagradas.

La estrategia de Pekín parece consistir en colocarse por encima del enfrentamiento entre Rusia y Occidente y presentarse ante el mundo como un pilar de estabilidad en un nuevo orden mundial con China en el primer lugar del podio. No solo en términos geoestratégicos tiene China mucho que ganar con esta guerra, también en términos económicos en una Rusia convertida en un paria internacional de la que obtener a muy buen precio gas y otros productos esenciales para la economía china, así como en un Occidente, que ve debilitado y decadente, en el que seguir introduciendo sus mercancías.

"China quiere comer a dos carrillos"

Es este doble juego el que está llevando a Pekín a nadar y guardar la ropa, procurando no enemistarse abiertamente con ninguno de los actores presentes en el drama ucraniano. “Ten cerca a tus amigos y más cerca aún a tus enemigos”, escribió Sun Tzu en “El arte de la guerra”. Pero debe ir con mucho tiento y no dar pasos en falso en asuntos tan delicados como Taiwán, porque corre el riesgo de que Occidente lo empiece a percibir como un país tan poco fiable como Rusia. De ahí que el régimen chino no se canse de repetir ante el mundo que no hay ningún paralelismo entre Ucrania y Taiwán. Sin embargo, no es descabellado pensar que en Pekín estarían encantados de que Rusia se saliera con la suya en Ucrania, ya que eso podría servir como excusa para intentar hacerse con Taiwán.

¿Quién ganará la guerra sobre el terreno?

En términos militares, la cuestión es si Rusia conseguirá salirse con la suya y eso es algo sobre lo que especular es casi como jugar a la ruleta rusa: se corre el riesgo de acertar. Los analistas se devanan los sesos ideando posibles escenarios que incluyen una conquista total de Ucrania y una larga posguerra de guerra de guerrillas, una retirada honrosa de Putin, una ocupación parcial del territorio invadido e incluso que el conflicto desborde las fronteras ucranianas e implique de manera directa a la OTAN

"A Putin se le atraganta Ucrania"

Cada una de esas hipótesis tiene detractores y partidarios, aunque en realidad es muy difícil saber qué puede pasar con tantos actores sobre el escenario del conflicto. De hecho, todos pensábamos que la invasión sería un paseo militar y hoy, sin embargo, hay un amplio consenso en que a Putin se le está atragantando esta guerra. Prueba de ello es que cinco semanas después de la invasión aún no ha conseguido doblegar ni la capital ni otras ciudades importantes y que el número de bajas rusas parece considerable.

¿Cambio de régimen en Moscú?

Puestos a fantasear los hay que hacen cábalas sobre la posibilidad de un cambio de régimen en Moscú, bien a través de una suerte de “Primavera rusa” en la que el pueblo ruso afectado por las sanciones económicas occidentales se echa a la calle o bien a través de un golpe de mano de la camarilla de oligarcas en la que se apoya Putin. Sobre el papel nada es descartable, pero del papel a la práctica va un gran trecho en un país en el que, entre otras cosas, apenas hay oposición a la dictadura del Kremlin. Lo que sí es cierto es que Putin ya ha pasado el Rubicón que le impide volver atrás e irse de Ucrania con las manos vacías. De ahí que en Occidente haya quienes consideren la necesidad de no arrinconarlo y ofrecerle alguna salida airosa que conjure el peligro del uso de armas químicas e incluso nucleares, así como de evitar que Rusia, un país demasiado grande y poderoso como para dejarlo caer, se sumerja en la anarquía. 

A pesar de ciertas similitudes con otros conflictos, la de Ucrania es una guerra a la que no es fácil encontrarle un parangón histórico en términos de brutalidad con la población civil y en transmisión en vivo y en directo a todo el mundo de esa crueldad a través de las redes sociales. Esta es una guerra que, aunque aún no haya traspasado las fronteras de Ucrania, ya se siente en todo el mundo y sus efectos económicos ya los estamos padeciendo en nuestros bolsillos. Es, en definitiva, una guerra tras la que se atisba un nuevo orden mundial con China como primera potencia in pectore. Con ese objetivo apenas disimulado trabajan Jimping y los suyos y, si eso ocurre, puede ser la peor noticia para la democracia desde la II Guerra Mundial. 

Economía de guerra

Los europeos vamos a pagar un alto precio por la vesania de Putin. El resto del mundo también pagará su parte, pero la factura más onerosa será la del viejo continente por su elevada dependencia energética del país agresor. De hecho ya hemos empezado a pagar la cuenta cuando repostamos gasolina, encendemos la luz, ponemos la lavadora o vamos al supermercado. Tampoco les saldrá gratis a los rusos, a los que las sanciones occidentales también les están empezando a afectar de forma severa. Esto apenas ha comenzado y nadie sabe aún lo que puede durar. De lo que dure, de cómo se desarrollen los acontecimientos en los próximos días y semanas y de cómo termine la invasión dependerá el montante final que el mundo tendrá que abonar por la locura imperial de un dictador genocida llamado Vladímir Putin.

Ni vencedores ni vencidos

Alguien dijo que tras una guerra no cabe hablar de vencedores y vencidos porque, de un modo u otro, al final la mayoría pierde, unos  la vida o la salud y otros la hacienda. Esto es más cierto aún cuando lo aplicamos a las consecuencias económicas de una brutal agresión militar en el corazón de una economía globalizada como la actual. A corto plazo, los efectos en Europa de la guerra en Ucrania son más que previsibles: subida fulgurante de precios impulsados por el coste de la energía, racionamiento de determinados productos y volatilidad extrema de los mercados financieros.

Si la guerra se enquista y se convierte en un largo asedio de incierto final, como sugiere en estos momentos la situación en el campo de batalla, las consecuencias se traducirían en una disminución de la capacidad de compra de las familias, caída del consumo privado, morosidad, reducción de las exportaciones, mayores costes salariales, desempleo, incremento del gasto público en pensiones, problemas en la cadena de suministros y nuevo retroceso del turismo. Por solo citar las más evidentes. 

El fantasma de la estanflación

En resumen, todas las previsiones de crecimiento económico, especialmente las más optimistas, han caducado de un día para otro y se han impuesto la incertidumbre y el pesimismo. En el horizonte se empieza a perfilar incluso el temible fantasma de la estanflación si, como apuntan muchos analistas, el PIB se hunde pero los precios se mantienen por las nubes. Ese riesgo ha llevado al BCE a anunciar el fin de la compra de deuda a finales de año y a abrir la puerta a la subida de los tipos de interés. Es una mala noticia para España, a la que financiarse le saldrá mucho más caro e incrementará el peso de una deuda pública que ya es mastodóntica. De manera que las optimistas previsiones de crecimiento económico del Gobierno, que ya pecaban de alegres antes del estallido de la guerra, son hoy papel mojado.

"Todas las previsiones económicas han caducado de un día para otro"

El auténtico nudo gordiano que plantea la guerra en Ucrania para la economía es la elevada dependencia que tiene Europa Occidental del gas y del petróleo rusos. Casi dos terceras partes del gas y una tercera parte del petróleo que importa Alemania proceden de Rusia y en países como Chequia o Moldavia la dependencia es del 100%. Por fortuna, España está en una posición mucho más favorable ya que sus importaciones de gas ruso apenas llegan al 10% y bajando. No obstante, eso no nos libra del encarecimiento de la energía en los mercados internacionales, en donde muchos países compiten ya por incrementar sus reservas.

Un dilema histórico

La UE está ante un complicado dilema: si sigue los pasos de Estados Unidos y corta la importaciones de petróleo ruso es muy probable que Putin cierre el grifo del gas como teme Alemania, cuya economía, y con ella la de toda Europa, sufriría un golpe brutal. Piensen solo en lo que supondría para el turismo alemán y su importancia en destinos como Canarias. En cambio, si sigue importando gas y petróleo, el régimen de Putin se seguirá beneficiando de los altos precios y en cierto modo se mermará la eficacia de las sanciones económicas de las que la energía había quedado excluida a petición alemana. Por otro lado, superar la dependencia energética rusa y encontrar nuevos proveedores no se consigue de un día para otro y, mucho menos, sustituir ese tipo de energía por otra diferente. Sé que es llorar sobre la leche derramada, pero si la UE se hubiera molestado en diversificar sus proveedores y hubiera impulsado con más fuerza fuentes de energía alternativas al gas, tal vez hoy le podría hacer un soberano corte de mangas a Putin.

"Debemos asumir cuanto antes que estamos en guerra y toda guerra conlleva sacrificios"

¿Qué hacer? Esa es la gran cuestión que está incluso poniendo en peligro la unidad con la que Estados Unidos y la UE han actuado hasta el momento frente al ataque ruso a Ucrania. Soy de la opinión de que debemos asumir cuanto antes que estamos en guerra y que toda guerra conlleva sacrificios que, eso sí, deben ser equitativos y deberían empezar por un drástico recorte del gasto público superfluo. Si no se desea emplear la fuerza militar para hacer frente de manera directa a la agresión rusa porque podría desencadenar un enfrentamiento nuclear, no veo otra alternativa que intensificar y endurecer al máximo el bloqueo económico sobre Rusia, cortando las importaciones energéticas de ese país. En paralelo es cada vez más urgente intervenir temporalmente los precios de la energía para limitar el coste de la factura que deben pagar familias y empresas por este bien de primera necesidad. 

Sé que las duras consecuencias económicas de esas decisiones no serían fáciles de asumir por los ciudadanos de la Europa del bienestar y la comodidad, sobre todo cuando todavía estamos bajo los efectos económicos de la pandemia. Sin embargo, hay momentos en la historia en los que no queda otra opción que sacrificarse en aras de la libertad y la democracia con las que el tirano de Moscú quiere acabar. La resistencia del pueblo ucraniano y de su gobierno ante la agresión de Putin, debería servirnos de inspiración y acicate para afrontar la economía de guerra a la que mucho me temo estamos abocados más pronto que tarde. 

El doble juego chino

Son cada vez más quienes ven en China un posible mediador capaz de detener el sangriento ataque ruso contra Ucrania y favorecer un alto el fuego siquiera sea temporal, antes de que la situación empeore más de lo que ya lo está. De hecho, fue el propio ministro ucranio de Asuntos Exteriores el que hace unos días pidió a su homólogo chino que mediara ante Putin, una petición que por ahora no ha encontrado respuesta. Aún así, en Pekín parece aumentar también la preocupación por los ataques indiscriminados contra civiles y el éxodo de casi un millón de ciudadanos ucranios que huyen despavoridos ante el avance de las tropas rusas. No obstante, es aún pronto para deducir que China está abandonando la ambigüedad calculada con la que ha reaccionado ante la invasión rusa de Ucrania.

REUTERS

Una amistad chino-rusa duradera

Tampoco puede olvidarse el amplio comunicado conjunto que Putin y Xi Jimping firmaron con motivo de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno celebrados en Pekín, en el que ambos prácticamente se juraron amistad eterna y sentaron las bases de lo que consideran debe ser un nuevo orden mundial. Pero es precisamente por esa cercanía política y admiración mutua por lo que no parece haber en estos momentos nadie mejor que Jimping para convencer a Putin de que deponga las armas y se siente a negociar.

A favor de esa posibilidad juega sobre todo la convergencia de intereses políticos, económicos y geoestratégicos entre ambos países y la necesidad de China de mejorar su imagen ante el mundo y ser visto como un país constructivo y pacificador, todo lo cual es siempre bueno para los negocios, que al fin y al cabo es lo que más importa al capitalismo chino de estado.

Pocas razones para el optimismo

Por desgracia, la tibieza bien calculada de China ante la invasión rusa no invita a ser optimista de momento. A fecha de hoy el régimen chino se niega a hablar de “guerra”, “invasión” o “ataque” de Rusia contra Ucrania, mientras los medios chinos – controlados por el régimen comunista - tratan el asunto con sordina. A pesar de que entre los mantras de la política exterior china figura desde hace mucho tiempo el respeto a la soberanía y a la integridad territorial de los estados, en esta ocasión el régimen chino no ha condenado la invasión de un país soberano como Ucrania ni el reconocimiento por Putin de las repúblicas separatistas pro rusas de ese país. La contradicción con la reivindicación china de Taiwán es tan flagrante que los mandatarios del Partido Comunista de China seguramente tendrán que recurrir a Mao y a su libro “Sobre las contradicciones” para resolverla.

Asimismo, China “comprende” las necesidades de seguridad que tiene Rusia, en alusión a la presencia de la OTAN en algunos de los países de la antigua órbita soviética, pero no dice nada de las mismas necesidades de seguridad que tiene Ucrania ante la expansión rusa ni de su capacidad soberana para pertenecer a la OTAN si así lo decide democráticamente. Cuando China y Rusia hablan en su comunicado del 4 de febrero de un nuevo orden mundial basado en una “seguridad común, comprensiva, cooperativa y sostenible”, están hablando en realidad de frenar la posibilidad de que los países de su entorno geoestratégico puedan incorporarse a la OTAN si así lo desean.

Frente antidemocrático

Por lo demás, ambas potencias comparten intereses económicos y geoestratégicos en terrenos tan importantes como la energía, los derechos humanos o el control de internet y ambas son tal para cual desde el punto de vista político: regímenes dictatoriales que comparten su desprecio por la democracia y los valores de un Occidente al que perciben en decadencia y sin un liderazgo fuerte.

De manera que, salvo que se produzca un giro en la posición que ha mantenido ante la agresión de Putin a Ucrania, con su ambigüedad y su doble juego China está demostrando hasta ahora ser más un firme aliado de Rusia que un país verdaderamente comprometido con la paz y la seguridad por mucho que sea esa la imagen que le interese transmitir al mundo.

A pesar de todo, no queda más remedio que admitir que China es la única posibilidad real de conseguir que el sátrapa de Moscú ordene al menos parar los ataques contra la población civil indefensa. Ahora bien, hasta que ese momento llegue y cese la vesania injustificada del agresor, Occidente tiene la obligación de seguir apoyando militarmente la resistencia y acogiendo a los refugiados que huyen del infierno en el que Putin ha convertido a su país y del que China es, a fecha de hoy, cómplice consciente.

No a la guerra, sí a la democracia

Con este mismo título publiqué un post a finales de enero en el que expresaba las débiles esperanzas que tenía entonces de que la diplomacia consiguiera evitar el ataque contra Ucrania que preparaba el sátrapa de Moscú. Había reuniones e intercambio de documentos, contactos telefónicos e incluso algún líder europeo como Macron se acercó al Kremlin para intentar convencer al zar Putin de que depusiera las armas. Si repito hoy ese título es porque los acontecimientos de las últimas horas hacen que esté más vigente que nunca, a pesar de que no tengo dudas de que todo ha sido un paripé urdido y planificado desde hacia tiempo por el macho alfa de Moscú, por cuya cabeza probablemente nunca pasó la posibilidad de dar marcha atrás y retirar la amenazante presencia de sus tropas en las fronteras con el país vecino. Su verdadero objetivo no era evitar la guerra, sino ganar tiempo para crear el relato y buscar la excusa que justificara su intolerable agresión militar a un país soberano.


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No hay término medio: o con la democracia o con la dictadura

Con la agresión rusa contra Ucrania han renacido de sus cenizas muchos de los viejos demonios europeos, esos que creíamos enterrados para siempre después de la guerra en Yugoslavia o tras la derrota del nazismo y las sangrientas invasiones de países soberanos por las tropas hitlerianas. No es momento de andarse con rodeos, medias tintas, excusas o equidistancias, ni de buscar en otras invasiones del pasado la coartada para intentar justificar la que ha iniciado Rusia contra Ucrania; es momento de solidarizarse con el agredido pueblo ucraniano y con su Gobierno y rechazar con la máxima contundencia el autoritarismo de Moscú y su desprecio a la convivencia internacional bajo reglas compartidas. Es momento, en definitiva, para estar con la democracia representada por el pueblo de Ucrania y contra el autoritarismo encarnado por Vladimir Putin.

La tan infame como gigantesca agresión rusa a Ucrania tiene un objetivo claro y preciso que solo los ciegos voluntarios o los compañeros de viaje de Putin, entre los que figuran algunos de los apoyos de Pedro Sánchez, se niegan a ver: convertir a ese país en el patio trasero de Moscú y frustrar la posibilidad de que la democracia arraigue en Kiev, lo cual representaría un mal ejemplo para el pueblo ruso al que el dictador del Kremlin gobierna con puño de hierro en falso guante democrático. De este modo pretende evitar también que Ucrania, en el pleno ejercicio de su soberanía, se acerque a la Unión Europea y se integre en la OTAN si así lo decidieran los ucranianos. 

La OTAN y el sueño expansionista de Putin

El avance ruso hacia la capital del país atacado hace pensar que entre los planes de Putin está colocar un gobierno títere en Kiev, al estilo de los que ya controla en Bielorrusia y otras exrepúblicas de la desaparecida Unión Soviética. Por ahora, el hecho de que varios países de la antigua órbita soviética como Letonia, Lituania, Estonia, Rumanía, Polonia o Bulgaria sean hoy miembros de la OTAN supone un serio obstáculo para sus planes expansionistas y su sueño de recomponer y poner de nuevo bajo control moscovita los restos del derruido imperio comunista. 

Después de la agresión de 2014, en la que Moscú se anexionó Crimea por la fuerza y dio pábulo a dos repúblicas separatistas pro rusas en el este de Ucrania ante la impotencia de Occidente, la nueva invasión supone un serio desafío para la OTAN, para Estados Unidos y para una inerme Unión Europea, a cuyas puertas se desarrolla este flagrante atropello al derecho internacional. Descartado un enfrentamiento militar entre Rusia y la OTAN por las consecuencias apocalípticas a las que podría dar lugar, la respuesta occidental no puede ser otra que la de sancionar de manera verdaderamente ejemplar y aislar al régimen autoritario ruso, sobre el que debe caer el oprobio y el desprecio de la comunidad democrática internacional y de todos los demócratas del mundo. Como ha señalado Biden, el presidente ruso merece convertirse en un paria de la comunidad internacional. 

"Dejar las manos libres a Putin no es una opción"

Las sanciones deben ser inmediatas y contundentes, de manera que sus efectos se dejen sentir cuanto antes tanto sobre los responsables políticos del ataque como en los sectores más estratégicos de la economía rusa. Aún así no oculto que soy escéptico sobre la eficacia de las sanciones, que además pueden funcionar como un boomerang para las economías europeas, pero no imagino de qué otra manera puede responder el mundo democrático ante este atropello si descartamos la alternativa militar. Dejar las manos libres a Putin no es una opción por el precedente que ya supuso la invasión de 2014 y porque no es solo Ucrania la que está en su punto de mira. En todo caso, la imposición de sanciones tiene que ser compatible con la posibilidad de encauzar la situación por la vía diplomática, lo cual debería ser prioritario. 

La ambigüedad china

Con todo, la principal dificultad para obligar a Putin a dar marcha atrás la encontramos en la ambigüedad de China, cuyo líder ha condenado el ataque a la soberanía ucraniana al tiempo que se ha mostrado comprensivo con “las necesidades de seguridad de Rusia”. Mucho me temo que si la dictadura comunista china no se desmarca de la autocracia rusa, algo poco probable por ahora, Europa en particular y el mundo en general pueden situarse a un paso del abismo. Hoy más que nunca se echa en falta unidad, determinación y liderazgo democrático mundial capaz de parar los pies a Putin y de reconducir una situación altamente volátil y de una potencialidad destructiva brutal. Por desgracia, si buscamos liderazgo en la ONU no lo hayamos, si miramos a Estados Unidos deja bastante que desear y sobre la vieja Europa, a cuya seguridad afecta directamente el belicismo ruso, es mejor correr un tupido velo. 

La caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética despertaron en su día grandes dosis de esperanza en el avance de la democracia en todo el mundo, pero la desilusión no tardó en llegar. El ascenso mundial del capitalismo de estado chino sin libertades y el régimen a caballo entre la autocracia y la cleptocracia que ha implantado Putin en Rusia, son hoy dos de las principales amenazas para un mundo más libre, democrático, justo y en paz. Espero no parecer alarmista, pero creo que el injustificado y bárbaro ataque ruso a Ucrania puede ser un nuevo paso hacia un conflicto global que nos alejaría aún más de lo que ya estamos de ese objetivo y que podría convertirse en el conflicto final. Es imprescindible y urgente parar esta locura. 

La democracia no habla ruso

Las relaciones entre Estados Unidos y Rusia, siempre complejas y difíciles, se han vuelto a tensar ante la posibilidad de una nueva invasión rusa de Ucrania. Las noticias sobre la concentración de tropas rusas en la frontera entre ambos países no auguran nada bueno y recuerdan mucho a lo ocurrido en 2014. Con ese telón de fondo se acaba de celebrar la primera Cumbre de la Democracia, un evento convocado por Joe Biden en el que han participado virtualmente un centenar de países. Entre los invitados no han estado Rusia, China, Hungría o Turquía, pero sí Taiwan, Brasil o Polonia. La lista de invitados y excluidos choca de frente con algunos de los mensajes lanzados por el propio Biden en la primera jornada de la Cumbre: "La democracia necesita defensores", dijo el presidente estadounidense ante mandatarios en cuyos países la democracia está como mínimo en cuarentena cuando no en derribo. Como era de esperar, rusos y chinos se lo han tomado a mal y, no faltos de algo de razón, han acusado a Estados Unidos de repartir certificados de democracia según sus intereses geoestratégicos. 

EFE

Una cumbre para hacer amigos

Los observadores de la actualidad internacional se han preguntado por el sentido y la utilidad de esta cumbre, sin más objetivos conocidos que el de celebrar otra el año que viene para estudiar los "informes" elaborados a raíz de la primera. Que más de un centenar de líderes mundiales dediquen tiempo y esfuerzo a hablar por hablar de por qué la democracia no pasa por sus mejores días, no parece de una gran ayuda para que vaya mejor. Sobre todo cuando, como en el caso del presidente español, se aprovecha la ocasión para presumir de lo que se carece. Según aseveró Sánchez en la cumbre, hay que promover la "participación política" de la ciudadanía y "la transparencia y la rendición de cuentas por parte de los responsables públicos", justo lo contrario de lo que es práctica habitual suya y de su gobierno.

Al margen de las inconsecuencias a las que ya nos tiene acostumbrados el presidente español, la convocatoria parece responder sobre todo a la necesidad de Biden de ir conformando un bloque de aliados ante la hipótesis de un conflicto con Rusia y China, algo que los analistas no creen improbable en un futuro tal vez no lejano. Una nueva invasión rusa de Ucrania supondría otro desafío para la OTAN, que es como decir para Estados Unidos, y para la Unión Europea, a la que Putin no le profesa precisamente mucha simpatía y a la que le interesa desestabilizar por todos los medios. Y todo esto con el gigante chino al acecho para tomar posiciones que favorezcan sus planes de expansión mundial a costa de Occidente. Dicho de otro modo, pareciera como si estuviéramos volviendo a los tiempos de la guerra fría de bloques mundiales bien definidos, antagónicos e irreconciliables. 

"En otro contexto internacional esta cumbre nunca se habría celebrado"

Dudo mucho que en un contexto internacional que no estuviera marcado por las tensiones con Rusia y China, Biden hubiera convocado una cumbre en la que probablemente haya sido la salud de la democracia global la menor de sus preocupaciones. De hecho, los índices de confianza en la democracia de su propio país y en muchas otras democracias occidentales no han dejado de descender en los últimos años; a su vez han ido en aumento los ciudadanos que viven en países democráticos pero ven con simpatía algunos regímenes autoritarios. Más allá de los tópicos que ha dado de sí la cumbre, no resulta muy creíble esta súbita preocupación de Biden y de los líderes mundiales participantes por la democracia ni por las causas por las que está fallando y los ciudadanos se están alejando cada vez más de la política. Entre otras cosas porque, en no pocos casos, esos mismos líderes puede que sean precisamente parte del problema en vez de la solución.

La autocracia rusa

Mientras China no se ha molestado nunca en ocultar su condición de dictadura comunista combinada con un feroz capitalismo de estado, Putin intenta en vano hacer creer que no es un autócrata que elimina o encarcela opositores, controla en su beneficio los procesos electorales y maneja a placer los medios de comunicación. Sin embargo, eso no le impidió a Pablo Iglesias, seguramente traicionado por el subconsciente, darle en su día la razón al gobierno ruso cuando se permitió comparar el encarcelamiento del líder opositor Alexéi Navaltny con el irreprochable proceso judicial seguido contra los independentistas catalanes. Perdería el tiempo quien intentara encontrar en el pensamiento político de Putin una brizna de respeto por la democracia representativa, de la que su país a duras penas mantiene las apariencias. Su ideólogo de cabecera es el oscuro pensador fascista ruso Iván Illyín (1883 - 1954), admirador de Hitler y de Mussolini, que abogaba por anteponer la voluntad y la fuerza al imperio de la razón y de la ley. No cabe imaginar nada más alejado de la democracia que esa forma de pensar.  

Putin traduce ese pensamiento ultraderechista en un liderazgo populista de comunión mística con el pueblo, la manipulación de la opinión pública y una actitud amenazante ante sus opositores y ante quienes discutan el derecho de Rusia a recuperar y a unir de nuevo bajo su égida los restos dispersos de la extinta Unión Soviética. En todo régimen autocrático o dictadura que se precie es obligatorio echar mano de un enemigo exterior al que responsabilizar de los problemas del país, que sirva además de coartada para justificar determinadas decisiones. Los enemigos exteriores preferidos de Putin para esos menesteres son los Estados Unidos, la OTAN o la Unión Europea y contra ellos dirige su arsenal mediático y, sobre todo, sus ataques cibernéticos y la propalación de bulos. No  resulta exagerado considerar al régimen ruso como el inventor de los bulos y las noticias falsas destinadas a desestabilizar a sus adversarios. En la mente de todos está, por ejemplo, lo ocurrido en las elecciones estadounidenses que dieron el triunfo a Trump, con el que no por casualidad Putin hacia tan buenas migas. 

"No es exagerado considerar al régimen ruso como el inventor de las noticias falsas"

La caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética despertaron en su día grandes dosis de esperanza en el avance de la democracia, pero la desilusión no tardó en llegar. El ascenso mundial del capitalismo de estado chino sin libertades y el régimen autocrático que se ha implantado en Rusia son hoy dos de las principales amenazas para un mundo más libre, democrático, justo y en paz. La posible invasión de Ucrania sería otro paso hacia un conflicto global que nos alejaría más de lo que ya estamos de ese objetivo. Reforzar la democracia mejorando y respetando el funcionamiento de las instituciones es crucial para responder al avance del autoritarismo y los populismos en todo el mundo. 

Pero no parece que la mejor forma de lograrlo sea convocando cumbres a la defensiva como ha hecho Biden, agobiado por los desafíos internacionales a los que se enfrenta su país. La clave está en identificar qué falla y aplicar remedios democráticos, alejados del populismo en boga, que contribuyan a recuperar la confianza en la democracia y la participación en la vida política de una ciudadanía informada de la que, en último extremo, dependerá que este sistema de gobierno sobreviva o se convierta en otra cosa. Timothy Snyder, catedrático de Historia en Yale, escribe en su libro "El camino hacia la no libertad", (Galaxia Gutenberg, 2018), en el que analiza a fondo el régimen de Putin,  que "a la hora de la verdad, la libertad depende de los ciudadanos capaces de distinguir entre lo que es verdad y lo que quieren oír. El autoritarismo no llega porque la gente lo quiere, sino porque pierde la capacidad de distinguir entre los hechos y los deseos".