Inmigración, la otra crisis canaria

Canarias acumula crisis como estratos los yacimientos arqueológicos, solo que en el caso de las islas los estratos se entremezclan y solapan sin solución de continuidad: antes de que hayamos superado el anterior sobreviene uno nuevo que agrega sus efectos negativos a los que se venían arrastrando y así sucesivamente. Cuando apenas se empezaban a dejar atrás las devastadoras consecuencias de la crisis financiera de 2008, que había disparado el paro y la pobreza, ya elevados en el caso del Archipiélago, sobrevino la pandemia y hundió el turismo, la primera y, en la práctica, casi única fuente de ingresos de esta comunidad autónoma. Y cuando parecía que por fin se recuperaría algo de lo perdido gracias a la vacuna, un volcán entró en erupción en La Palma obligando a concentrar en él toda la atención de las administraciones y un pico importante de sus menguados recursos. Pero, junto con ese rosario de crisis fluye otra paralela de carácter humanitario, que lejos de remitir vuelve a repuntar con fuerza: la muerte de centenares de inmigrantes que intentan alcanzar las costas canarias por vía marítima, sin que aparentemente esto remueva en exceso las conciencias de los responsables públicos. 

EFE

La mortal ruta canaria

La crisis provocada por la erupción del volcán de La Palma está dejando en un muy segundo plano mediático el drama humano de la inmigración irregular: como se suele decir, ojos que no ven, corazón que no siente. Y eso que las cifras son cada día más alarmantes: durante la pasada semana arribaron 1.300 personas a bordo de cayucos o pateras. En términos interanuales, el número de inmigrantes que ha llegado este año a Canarias ya supera en un 135% a los que lo hicieron en 2020 y un 1.200% sobre 2019. Estamos ante una curva ascendente y sin visos de aplanarse, al menos mientras dure el buen tiempo en el mar que separa las Islas del continente africano.

"Se sabe de la salida de numerosos cayucos de los que nunca se han vuelto a tener noticias"

Mucho más dramáticas son las cifras de quienes, engullidos por el mar, ni siquiera han tenido la suerte de volver a pisar tierra firme. Solo en agosto perdieron la vida 379 personas en la peligrosa ruta canaria de la inmigración, una cifra que se eleva a 782 en lo que llevamos de 2021 frente a las 343 de 2020. No hace falta precisar a estas alturas que estas cifras están calculadas a la baja, ya que en realidad se tiene la certeza de la salida de numerosos cayucos con centenares de personas a bordo de los que jamás se han vuelto a tener noticias. Los cálculos más moderados estiman que muere una persona por cada once que consiguen llegar a tierra. Las causas para este incremento de la mortalidad se relacionan sobre todo con el empleo de embarcaciones cada vez más frágiles, lo que en última instancia denota un incremento brutal de la presión migratoria que empuja a estas personas a subirse a cualquier cosa que flote para intentar llegar a Europa vía Canarias. 

¿A las puertas de otro Arguineguín?

Ante este panorama, la respuesta de las administraciones públicas sigue siendo manifiestamente mejorable, por no llamarla abiertamente irresponsable e insensible. Esto abona el temor de que se repitan escenas dantescas como las del muelle de Arguineguín en 2020 si siguen aumentando las llegadas al ritmo que lo vienen haciendo desde antes del verano. En islas como Lanzarote la situación ya empieza a desbordarse y las condiciones de salubridad de las instalaciones en las que se acoge a los recién llegados dejan mucho que desear. Se trata, por cierto, de la misma isla en la que el SIVE sigue inoperativo años después de ser adquirido y cuya puesta en servicio seguramente habría evitado muchas de las muertes de inmigrantes que se han producido a pocos metros de sus costas. Que el Consejo de Ministros aprobara en la reunión de ayer la declaración de emergencia para la contratación e instalación de un SIVE en Lanzarote, resulta sencillamente grotesco. 

"El Gobierno canario parece haber renunciado incluso al derecho al pataleo"

Como incomprensible resulta la pasividad del Gobierno para ayudar a distribuir entre las comunidades autónomas a parte de los 2.500 menores no acompañados que tutela Canarias, cuyos recursos e infraestructuras se encuentran también al límite. Esa falta de sensibilidad contrasta poderosamente con la rapidez con la que se intentó repartir entre las comunidades autónomas a parte de los menores que entraron en Ceuta en el asalto masivo a la valla el pasado mayo. Mientras, el Gobierno canario parece haber renunciado incluso al derecho al pataleo ante el aumento del número de muertes en el mar y el riesgo de que las precarias infraestructuras de acogida vuelvan a colapsar más pronto que tarde. Eso sí, en el Parlamento de Canarias se acaba de crear una "comisión de investigación" sobre la inmigración irregular, que mucho me temo solo servirá para entretener el tiempo y cubrir el expediente de sus señorías.

No hay razones para el optimismo

Una crisis como esta escapa a las competencias de una comunidad autónoma que, no obstante, sí tiene la obligación política y moral de exigir respuestas a quienes tienen el deber de darlas. Esto afecta en primer lugar al Gobierno central, que va camino de pasar a la historia de la democracia como el más insensible ante este drama a pesar de las prendas de progresismo y humanitarismo con las que injustificadamente se suele engalanar. Además de prevenir las llegadas para evitar muertes y atender con la dignidad que corresponde a estas personas, es su deber instar a la UE a que deje de lado de una vez los paños calientes y las buenas intenciones. Este problema rebasa los límites de la soberanía nacional y requiere urgentemente una política común que no se limite a destinar miles de millones de euros a arrendar el control de la inmigración a terceros países como Turquía o Marruecos.  

Lo cierto es que apenas confío en que en Madrid se tomen en serio este drama y que en Bruselas preocupe más de lo que lo hace en estos momentos, que es bastante poco. De manera que, por desgracia, no veo razones para el optimismo y sí para el escepticismo pesimista, tanto por lo que se refiere a la inmigración como a las otras crisis solapadas que sufren las Islas. Serán como siempre el esfuerzo y el sacrificio de la sociedad canaria los que permitan superar esta larga y mala racha de situaciones adversas que acumula nuestra historia reciente. Así ha ocurrido históricamente en esta tierra hoy sacudida por un volcán, y así creo que seguirá ocurriendo mientras Canarias apenas llegue a la categoría de peso pluma en el concierto de la política nacional y quienes gobiernan la vean solo como un pequeño incordio al que apaciguar con buenas palabras y algunas migajas. 

Un rebelde llamado Thoreau

Hace poco cayó en mis manos este pequeño libro que reúne algunos de los escritos del pensador, activista y rebelde estadounidense del siglo XIX Henry David Thoreau. El librito, que se lee en un par de ratos, nos muestra a un Thoreau tan poco amigo del poder constituido como inclasificable es su pensamiento. En él se confunden el individualismo más radical, el ecologismo, el pacifismo, el antiimperialismo y el antiesclavismo. Muchos de sus biógrafos consideran que la suya es una visión de la vida social con muchos más puntos en común con el anarquismo que con el socialismo o el comunismo. Y conviene aclarar también que en ningún caso nos encontramos ante un demócrata en el sentido convencional y actual de la palabra. Thoreau nació en Massachusetts el 12 de julio de 1817, estudió en Harvard, universidad de la que siempre renegó, y fue discípulo y amigo inseparable de Emerson, casi un alma gemela con la suya, por el que siempre sintió gran admiración. El libro en cuestión lo integran cuatro pequeños escritos en los que se refleja con claridad el pensamiento de nuestro autor. 

"Una vida sin principios"

En "Una vida sin principios" Thoreau defiende la necesidad de pensar por uno mismo, más allá de que ese pensamiento agrade más o menos a los demás. Defiende también lo que denomina "ocio creativo", que no equivale a holgazanería. "No contrates a un hombre que te hace el trabajo por dinero, sino a aquel que lo hace porque le gusta", escribe. Este pensamiento lleva a Thoreau a lamentarse de la obsesión humana por el trabajo y la acumulación de riquezas. No menos crítico es con el gusto por el cotilleo social y la superficialidad: "Cuando nuestra vida deja de ser íntima y privada, la conversación degenera en simple cotilleo", una frase que bien podría aplicarse a las actuales redes sociales. También dispara contra los periódicos de su época con una crítica que valdría para el siglo XXI, cuando ironiza indicando que parecen escribir sobre asuntos que no tienen ninguna relación con la vida real de sus lectores. Todo el escrito tiene un inconfundible aire de puritanismo político y de reivindicación exacerbada del individuo frente a la masa. En esa búsqueda incansable por vivir su propia vida sin interferencias extrañas, Thoreau no dudó en dejarlo todo  y hacer una cabaña en el bosque con sus propias manos, en la que vivió en completa soledad durante más de dos años. De aquella experiencia surgió "Walden", probablemente su obra más conocida. 

Aunque es sin duda en el segundo escrito del libro que comentamos aquí, el titulado "Desobediencia civil", en donde mejor se aprecia el individualismo radical de Thoreau y su rechazo casi instintivo a toda forma de poder organizado que no se base en el pacto voluntario de los gobernados, la única forma de poder que considera legítima. "El mejor gobierno es el que no gobierna en absoluto", escribe. Y añade: "Lo deseable no es cultivar el respeto por la ley, sino por la justicia. La única obligación que tengo derecho a asumir es la de hacer en cada momento lo que crea justo". Esas ansias de justicia llevan a Thoreau a manifestarse abiertamente contra el esclavismo, el conflicto que llevó a los Estados Unidos a una guerra civil poco después de la muerte de nuestro autor en 1862. Con invocaciones frecuentes a la Biblia, de la que se nos revela como un buen conocedor, Thoreau repudia la política esclavista de Estados Unidos y apoya sin dudarlo a quienes, como el capitán John Brown, lo arriesgan todo para ayudar a los esclavos a escapar de su situación. A este personaje singular dedica precisamente uno de sus escritos, recogido también en el libro, en el que ensalza el carácter ejemplar de la lucha de Brown contra el esclavismo y llega a equiparar su sacrificio (terminó ahorcado) con la crucifixión de Cristo. 

"Desobediencia civil"

"Desobediencia civil", tal vez uno de los escritos más difundidos de Thoreau por lo que tiene de revolucionario para su época, es también un encendido alegato contra la invasión estadounidense del vecino México, que el escritor atribuye acertadamente a motivaciones de expansionismo económico. Es también en este escrito en el que encontramos bien definido su contumaz rechazo a someterse a las decisiones de un gobierno que consideraba ilegítimo. Eso le llevó a negarse a pagar impuestos, algo que le costó ir a la cárcel. "No me niego a pagar los impuestos por ninguna razón en concreto, simplemente deseo negarle mi lealtad al estado", escribió, y añadió: "Solo pueden obligarme aquellos que tienen una ley superior a la mía". Como se apuntaba más arriba, nada más lejos de la realidad que considerar democrático en el sentido actual el pensamiento de Thoreau. De hecho, era absoluta su desconfianza de la utilidad del voto para resolver problemas como el de la esclavitud o la guerra. 

H.D. Thoreau

A modo de conclusión cabe preguntarse por la vigencia de las ideas de Thoreau casi dos siglos después de que las dejara por escrito. De lo que no hay duda es de que su espíritu indomable, como alguien lo ha definido, tuvo una influencia muy notable en personajes como Tolstoi, Gandhi o Martín Luther King. Hoy, el racismo contra el que luchó sigue presente en la sociedad norteamericana a pesar de los innegables avances que se han producido desde entonces. En cambio, su postura política cercana al anarquismo nihilista, parece fuera de lugar en las democracias occidentales, en las que se han constitucionalizado y consolidado derechos políticos que facilitan la participación de todos los ciudadanos en la vida pública sin renunciar a su libertad individual. Sin embargo, en una época como la actual, en la que es patente la deriva autoritaria y populista de los gobiernos, incluso en las democracias consolidadas y avanzadas, conviene tener presente el pensamiento de Thoreau y ser capaz de pensar por nosotros mismos para defender con uñas y dientes los espacios de libertad individual que tanto nos ha costado conquistar frente al totalitarismo estatista de todo signo. 

Cuando brama el volcán

Para siempre guardarán nuestras retinas las poderosas imágenes del volcán de La Palma expulsando lava y esparciendo dolor y destrucción. La erupción nos muestra los límites del poder humano y revela la banalidad de nuestros pequeños dramas cotidianos cuando se desbocan las fuerzas de la Naturaleza. Los humanos tendemos a creer que la hemos sometido a nuestros designios y caprichos y podemos hacer con ella lo que nos venga en gana. Aunque las ciencias y la técnica han avanzado una barbaridad, que diría el castizo, esa falsa convicción de seres cuasi omnipotentes no tarda en convertirse en impotencia perpleja cuando, como en La Palma, la tierra se abre de par en par o cuando un virus desconocido trastoca nuestras vidas. Podemos imitarla con el arte e incluso provocar casi tanta destrucción como ella si nos lo proponemos, pero no podremos dominarla plenamente jamás. Comprender eso y mostrar algo de humildad y sensibilidad ante quienes sufren, podría habernos ahorrado las inoportunas, ridículas e hirientes frivolidades sobre "espectáculos maravillosos" y "atractivos turísticos" de algunos responsables públicos y de no pocos periodistas. 

Alfonso Escalero

Urge la actuación ágil y coordinada de las administraciones públicas

Reconocer nuestras limitaciones ante el poder de la Naturaleza no equivale a caer en la resignación, sino a convertirlas en un acicate para afrontar las consecuencias negativas de su acción en la medida de nuestras posibilidades, que no son pocas. Lo que urge es responder en tiempo y forma a las necesidades de quienes lo han perdido todo, y empezar a prever hasta donde eso sea posible las de quienes aún pueden correr la misma suerte. Por desgracia hay perdidas intangibles relacionadas con la memoria y las vivencias de toda una vida e incluso de generaciones, que será imposible recuperar y que marcarán para el resto de sus días a quienes las sufren en estos momentos. Además del apoyo psicológico, es en las pérdidas materiales en donde es imprescindible la actuación ágil y coordinada de las administraciones removiendo obstáculos burocráticos, acortando los plazos al máximo y apoyando con sus recursos, que son los de todos los ciudadanos, que los afectados puedan rehacer sus vidas al menos en parte y lo antes posible. 

"Deben ser el Gobierno central y la UE quienes lideren el esfuerzo económico"

La adquisición por el Gobierno canario de viviendas para los afectados va en la buena dirección, pero es solo una entre las miles de decisiones y medidas que habrá que adoptar en las próximas semanas y meses. Es evidente que la movilización de los cuantiosísimos recursos que harán falta para paliar los daños escapa con creces a las posibilidades de las administraciones canarias. Deben ser el Gobierno central y la Unión Europea los que lideren el esfuerzo económico, aunque por ahora solo conocemos buenas intenciones que convendría ir concretando con medidas y cifras a la mayor brevedad. Es imprescindible también la implicación del ámbito privado en una emergencia de efectos desastrosos para la economía de la zona afectada y de la isla. Empezar a  definir el grado de compromiso de cada cual y los recursos y medios a emplear ayudaría a despejar parte de la incertidumbre y dar algo de esperanza a los ciudadanos cuyas vidas se han visto alteradas radicalmente por el volcán. 

Una ola de solidaridad y una plaga de sensacionalismo

De la que no hay motivo de queja sino de aplauso es de la solidaridad desbordada de los ciudadanos para con quienes han visto como la lava se llevaba por delante sus haciendas y sus pertenencias más básicas. En cambio, es cuando menos sorprendente que administraciones públicas, con presupuestos aprobados y en vigor, abran cuentas corrientes para recibir donaciones anónimas de empresas y particulares. Deberían evitarse las improvisaciones y los gestos por bienintencionadas que sean y, si es el caso, reclamar todos los recursos que hagan falta a los gobiernos canario y central o a la UE que, de hecho, ya han asegurado que se atenderán las demandas de todos los afectados. 

Que hasta el momento no haya habido daños personales es la mejor noticia de este suceso porque cumple el objetivo prioritario en una situación como esta, el de garantizar la seguridad de las personas. Aunque no es momento aún de evaluar la gestión de los responsables públicos en esta emergencia, chirría la multiplicidad de voces políticas y científicas que echan su cuarto a espadas analizando la situación y aventurando hipótesis. Se corre el riesgo de difundir mensajes contradictorios, confusos, inexactos o interesados, que generan desconfianza pública y pueden dar pie a bulos de los que siempre hay quien esté dispuesto a aprovecharse.

"Chirría la multiplicidad de políticos y científicos que analizan la situación y aventuran sus hipótesis"

Entre las peores excrecencias del volcán está sin duda el sensacionalismo de determinados medios de comunicación y periodistas, a los que solo les mueve el morbo y los datos de audiencia, aunque ni siquiera sepan muy bien en qué isla se encuentran. Hay como siempre honrosas excepciones de medios que informan con rigor, pero son los otros, los presentadores estrella que convierten todo el monte en orégano y van tras los evacuados para hacerles preguntas estúpidas y provocarles el llanto ante las cámaras, los que desacreditan aún más la maltratada profesión periodística

Ni se les pasa por la cabeza ponerse en el lugar de quienes sufren y hasta los hay que en su supina ignorancia preguntan cómo se apaga un volcán. Sería demasiado pedirles humildad ante la fuerza de la Naturaleza, pero sí podemos dejar de prestarles atención y de difundir sus idioteces: le haríamos un gran favor a quienes, además de haberse quedado sin nada, deben soportar también el escarnio y la falta de respeto de estos buitres carroñeros con micrófono en ristre. 

Canarias bajo el volcán

La erupción de un volcán en la isla canaria de La Palma parece la guinda ardiente de una cadena de sucesos y calamidades, unos mucho más previsibles que otros, como no se recuerda en estas islas. ¿Qué más puede pasar en esta tierra? ¿Qué será lo siguiente que ocurra? Más allá de las banalidades y frivolidades del presidente Torres sobre los "espectáculos históricos" y el "atractivo turístico" que nos ofrece la Naturaleza, que no por ciertos son más inoportunos en momentos en los que peligran vidas y haciendas, la erupción palmera se suma a otras situaciones críticas de distinta naturaleza pero no menos preocupantes para este Archipiélago.

Abián San Gil
Atenuantes y responsabilidades

Aunque la memoria suele jugarnos a veces malas pasadas y hacer que olvidemos con rapidez cualquier acontecimiento que nos genere desasosiego, basta un pequeño esfuerzo para recordar los devastadores incendios que han sufrido algunas islas en los últimos años, unidos a su vez al aumento sostenido de la llegada de inmigrantes irregulares por vía marítima y, por supuesto, a la pandemia que va camino del año y medio y que, además de haber afectado de lleno a la industria turística, la principal fuente de ingresos del Archipiélago, ha trastocado para mucho tiempo o tal vez para siempre lo que algunos llaman ahora la "vieja normalidad". 

Todo ello en el corto espacio temporal de un par de años, coincidiendo prácticamente con el comienzo de una legislatura que pasará a los anales como la más accidentada y difícil de todas cuantas ha vivido esta autonomía desde principios de los años 80. Hasta los más críticos con la gestión del Ejecutivo canario, para lo que no faltan numerosas y poderosas razones, deberían admitir sin embargo que, con un rosario de calamidades y situaciones sobrevenidas como las que está viviendo Canarias en los dos últimos años, resulta política y materialmente imposible dotar de toda la estabilidad y coherencia que requiere la acción gubernativa para que sea fructífera. 

"Una legislatura que pasará a los anales como la más accidentada de la historia autonómica"

Cuando hay que estar pendientes de apagar fuegos a cada instante, tanto en el sentido literal como en el metafórico, queda poco tiempo para todo lo demás y, dado el destrozo que la COVID - 19 ha hecho en las arcas públicas de la comunidad autónoma, tampoco se dispone de los recursos con los que se contaba al comienzo de la legislatura para desplegar las políticas prometidas. Todo lo anterior no exime de responsabilidad política al Ejecutivo, si bien esas situaciones son una atenuante que sería injusto no poner en la balanza cuando toque echar cuentas de esta malhadada legislatura autonómica canaria.

A perro flaco...

La coordinación entre las administraciones con la que se está atendiendo la emergencia pública producida por la erupción palmera, pone de manifiesto que cuando se trabaja con previsión es posible afrontar las peores situaciones con las mejores garantías para la seguridad de las personas y sus bienes. Bien es cierto que un volcán suele avisar y dar tiempo para organizarse, pero eso no debería ser una coartada para que los mecanismos de coordinación y los medios de intervención no estén engrasados y listos cuando los hechos son mucho menos previsibles. 

Con la inmigración irregular hemos podido ver cómo una situación de la que venían advirtiendo los expertos desde hacía meses, cogió a todos los responsables públicos con el pie cambiado y dio lugar a las penosas imágenes de miles de inmigrantes hacinados en un muelle pesquero sin que nadie supiera muy bien qué hacer con ellos. La pandemia ha sido durante meses un ejemplo de libro de imprevisión, descoordinación y lucha política entre administraciones y de palos de ciego ante un enemigo invisible al que se ha querido vencer más con la fuerza de los eslóganes políticos que con la de la ciencia. La erupción de La Palma demuestra en cambio que, cuando de verdad se tiene en cuenta el parecer de los científicos y las decisiones políticas no están mediatizadas por intereses espurios, es posible dirigirse a la población con el mínimo de credibilidad y certezas exigible a los responsables públicos. 

El volcán social sigue almacenando magma

Pero por encima de todo, si algo se sigue echando de menos en Canarias es un apoyo sin ambages y una mayor empatía del Gobierno central para con una comunidad autónoma que probablemente está sufriendo como ninguna otra del país una crisis inédita por su profundidad y magnitud, agravada por una serie de situaciones como la de la inmigración ante las que, a fecha de hoy, sigue sin haber una respuesta integral y decidida por parte del Ejecutivo del señor Sánchez. Más bien al contrario, lo que se percibe es una vez más el desconocimiento de la realidad social y económica de esta tierra, cuando no el desprecio, ante elementos constitutivos del acervo histórico de las islas como el Régimen Económico y Fiscal, sometido a los cambalaches aún sin resolver del Ministerio de Hacienda. 

"Canarias está alimentando un volcán social y político con el magma del paro y la pobreza"

Frente a eso, la sensación que transmite el actual Gobierno de Canarias es de brazos caídos, debilidad y asentimiento y no de firmeza y exigencia de la atención debida y merecida, ni más ni menos. En Canarias se está alimentando poco a poco un volcán social y político con el magma de la falta de atención en tiempo y forma a problemas crónicos como la pobreza, el paro, la falta de oportunidades para los jóvenes o la dependencia. Como en los volcanes de la Naturaleza estos procesos suelen ser largos, pero a diferencia de aquellos es posible taponar sus fisuras y grietas antes de que erupcionen. Aunque bien pensado y a la vista da le experiencia, una explosión de ese tipo tal vez serviría para que por fin quienes tienen la obligación de prevenirla se pongan manos a la obra. El semáforo no parece aún ni en amarillo, pero podría tardar muy poco en ponerse rojo. 

Con la luz hemos topado

Por nada del mundo me atrevería a aventurar si las medidas del Gobierno para abaratar el recibo de la luz darán resultado o seguiremos para bingo. Doctores tiene el enrevesado e incomprensible mercado eléctrico español y, si ni ellos se terminan de poner de acuerdo, no seré yo quien meta los dedos en ese recalentado enchufe. Después de escuchar y leer a unos y a otros, sí aprecio algunas coincidencias. Entienden que las medidas, aún teniendo aspectos positivos, buscan ante todo calmar a la opinión pública pero llegan tarde y son un parche temporal que no impedirá que el recibo se siga encareciendo en los próximos meses hasta tocar la luna, de la que ya está cerca, si como se teme el precio del gas continúa su carrera alcista. Hay también un cierto escepticismo ante la promesa de Sánchez de que este año pagaremos por la luz lo mismo que a finales de 2018. El Gobierno, que necesita con desesperación enviar un mensaje positivo a los ciudadanos y a las empresas que sufren el calambrazo, suma churras con merinas y sitúa el ahorro en torno al 30% de la factura. No lo ven tan claro los conocedores de los arcanos eléctricos, cuyos cálculos son menos optimistas y reducen  el ahorro a la mitad.

Predicar y dar trigo: en la oposición todo es posible

Pero no hagamos cábalas, el tiempo dirá quién lleva razón o si ambos, Gobierno y expertos, saben tanto del funcionamiento real de ese mercado como usted y como yo. Por no hablar de la inseguridad jurídica que denuncian las eléctricas y que puede desembocar en un gran pifostio judicial. Tal es así que el propio Gobierno, que presumió de que el decreto con las medidas estaba blindado a prueba de pleitos, admite ya que tendrá que hacer "matizaciones".

Pero más allá de la crítica a las medidas aprobadas por el Gobierno, después de semanas de subida imparable del precio de la luz sin que Sánchez supiera qué interruptor apretar, me gustaría poner una vez más de relieve uno de los peores males de la democracia, particularmente preocupante en el caso español: la demagogia de quienes cuando están en la oposición tienen soluciones mágicas para todos los problemas por complejos que sean; lamentablemente, cuando llegan al gobierno demuestran su incompetencia, se olvidan de ellas o no se atreven a aplicarlas para pasmo y cabreo de los ciudadanos que depositaron en ellos la confianza.  

"Cuando llegan al gobierno se olvidan o no se atreven a aplicarlas"

Es lo que conocemos como "populismo", una enfermedad de la democracia que ha terminado contagiando a tirios y a troyanos hasta el punto que ya no hay casi nadie que se resista a sacar de la manga la pócima milagrosa que nos librará de todo mal per saecula saeculorum en un plis plas. Así, enfrentado a la realidad de un recibo subiendo en globo que amenaza con quemar los brotes verdes de la recuperación económica y que dejará a millones de familias a dos velas, a los partidos que forman el Ejecutivo actual y sus terminales mediáticas se les han caído de pronto todos los palos del sombrajo que habían montado en la oposición. 

Y de pronto desapareció la pobreza energética

Entre los palos del ventorrillo que más juego político dieron en su día está la pobreza energética, por la que se emitieron reportajes y programas especiales en los medios afines, se guardaron minutos de silencio, se convocaron manifestaciones y se pidió hasta la dimisión del apuntador. Más que protestar por un problema social cierto y exigir soluciones, la prioridad era desgastar al Gobierno aunque el aumento del recibo eléctrico estuviera entonces a años luz del actual y el país y el mundo no se encontraran inmersos en una pandemia. Ahora la pobreza energética ha desaparecido por arte de magia para los que entonces la consideraban el problema más acuciante del país; solo Podemos ha hecho amago de convocar manifestaciones, más que nada para intentar disimular que forma parte de un Gobierno con el que el precio de la luz ha subido el 200% en un año. 

No se discute aquí que la oposición no deba fiscalizar y criticar la acción del Gobierno y, al mismo tiempo, convencer a los ciudadanos de que tiene soluciones mejores para sus problemas. Ese es su papel en cualquier democracia que funcione razonablemente y no puede renunciar a él sin desnaturalizarse. Por tanto, el principal problema no era la campaña de acoso y desgaste al gobierno de Rajoy, la misma de la que casualmente acusan ahora el PSOE y Podemos al PP, sino la ausencia de una verdadera alternativa que pusiera orden y transparencia en un mercado eléctrico oligopólico y evitara recalentones de precios como el actual. Son, curiosamente, las mismas carencias de  las que culpaban los que gobiernan hoy a los que lo hacían entonces. Por no recordar que las puertas giratorias siempre se han abierto para todos sin que nadie les haya hecho ascos. 

"Ha quedado claro que detrás de las pancartas y los eslóganes solo había humo y demagogia". 

Que sea un factor externo como la subida del precio del gas la causa principal del aumento del de la luz no exime al Gobierno de responsabilidad. Un Ejecutivo prospectivo que presume de saber cómo será España en 2050 debió haber ponderado las consecuencias para la factura eléctrica de una subida sostenida del precio del gas y haber actuado a tiempo para hacer frente a sus efectos. Dicho en otros términos, la obsesión por una transición ecológica a machamartillo sin explicar ni reparar en los costes para empresas y ciudadanos, ha llevado al Gobierno a ignorar la realidad compleja de un mercado que en la oposición sabía perfectamente cómo meter en vereda. Ha quedado claro que no tiene idea de cómo hacerlo y que detrás de las pancartas y los eslóganes que agitaban solo había humo y demagogia populista. Lo deberíamos recordar cada vez que la oposición, cualquier oposición, nos intente vender el bálsamo de Fierabrás con la promesa de que resolverá todos nuestros problemas por los siglo de los siglos. 

Mayores y desidia política

Cerca de once meses han pasado antes de que el Parlamento de Canarias desempolvara y debatiera este martes un informe de la Diputación del Común que no deja en buen lugar la situación en algunas residencias de mayores de las islas. El documento fue entregado en la Cámara a principios de noviembre, y allí ha permanecido hasta ahora, olvidado en algún cajón hasta por la presidenta de la Comisión de Derechos Sociales, quien al menos ha tenido la gallardía de reconocer en público su "incompetencia e ignorancia" por no haberlo leído siquiera. Es una lástima que a ese reconocimiento de ineptitud y desidia no le haya seguido de inmediato su renuncia como diputada de Unidas Podemos. Causa estupor solo pensar que, de no haber sido por una filtración a los medios, el informe en cuestión habría seguido durmiendo el sueño de los justos quién sabe cuánto tiempo más. Me pregunto si sus señorías habrían esperado tanto tiempo para debatir y aprobar un informe para subirse el sueldo y las dietas. 


¿La punta del iceberg?

Brotes de sarna, chinches, ratas,  cucarachas, falta de higiene, nula intimidad, sobremedicación, escasez de visitas médicas, carencia de personal especializado o alimentación de baja calidad son algunas de las graves deficiencias detectadas en la mitad de las 25 residencias visitadas de oficio por la Diputación del Común. Es inevitable pensar en la punta del iceberg y preguntarse por los resultados del estudio si el estado de alarma no hubiera interrumpido la recogida de información en otros centros. Es cierto que las residencias estudiadas son una parte mínima de las más de 200 que hay en Canarias, pero también lo es que los datos conocidos proyectan una inquietante sombra de sospecha sobre las condiciones sociosanitarias en las que nuestros mayores pasan sus últimos años después de una vida de sacrificios y privaciones en la mayoría de los casos. A esclarecer esas dudas no ayuda precisamente la actitud opaca de la Consejería de Derechos Sociales, que ignoró en dos ocasiones la solicitud de información de la Diputación del Común sobre cuestiones como las quejas y denuncias de residentes o familiares.  

"No ayuda la actitud opaca de la Consejería de Derechos Sociales"

Los políticos han reaccionado como suele ser habitual en ellos cuando son pillados en falta grave: a la defensiva. Esas reacciones no solo denotan mala conciencia sino un intento poco afortunado de esquivar responsabilidades en un asunto en el que quien esté libre de culpa puede tirar la primera piedra: el Gobierno actual culpa al anterior, el anterior culpa al actual y los partidos se culpan mutuamente; unos disparan sobre la fiscalía y otros sobre la Diputación del Común, a pesar de que ha sido gracias a ella, y no a las administraciones con competencias en la materia, que el tema ha llegado al Parlamento aunque sea casi un año después de haberlo presentado. Las carencias son tan graves que sorprende que la Diputación no presentara el informe en la Fiscalía, lo que habría servido también para que el Parlamento y el Gobierno despertaran de su irresponsable modorra. 

Todo el mundo no es bueno

En ese contexto escuchamos al presidente Torres garantizando el buen funcionamiento de las residencias y anunciando que se incrementarán las inspecciones, lo cual no deja de ser una contradicción: ¿cómo sabe el presidente que el funcionamiento es el adecuado y que los mayores no son tratados como mercancía averiada si apenas se realizan inspecciones? Como no sea por la fe del carbonero no alcanzo a entender de dónde saca el presidente su confianza en un sistema dominado por la iniciativa privada porque, entre otras cosas, los poderes públicos son absolutamente incapaces de responder a las demandas de atención de una sociedad que envejece a pasos de gigante. Solo hay que recordar que en los hospitales públicos de las islas permanecen ingresados unos 300 ancianos cuyas familias no pueden o no quieren hacerse cargo de ellos y para los que no hay plazas sociosanitarias a las que derivarlos. Esta situación no es precisamente nueva sino que se viene arrastrando desde hace años sin que los sucesivos gobiernos autonómicos hayan sido capaces al menos de paliarla.

"En los hospitales hay 300 ancianos que deberían estar en residencias"

A las instituciones públicas les corresponde actuar sin demora para comprobar in situ las condiciones en las que prestan su atención estos centros, aunque para ello sea necesario duplicar o triplicar el número de inspectores. El "todo el mundo es bueno" del presidente autonómico no es de recibo, hay que hacer mucho más: la desidia de las administraciones, y esto incluye también a los cabildos, no puede dejar a los mayores y a sus familias en manos de piratas a los que solo interesa el beneficio. Así por ejemplo es inaudito que de la noche a la mañana aparezcan establecimientos que empiezan a albergar ancianos sin contar con la documentación correspondiente y sin que nadie en la administración o en la fiscalía mueva un papel. Ese tipo de prácticas desacredita al conjunto de un sector que, con su oferta, suple la desidia de unos políticos que solo se suelen acordar de los mayores cuando toca pedirles el voto. 

Familias y trabajadores tampoco pueden mirar a otro lado

Todo lo anterior no exime de responsabilidad a las familias, sobre las que recae la obligación de vigilar que sus parientes son atendidos adecuadamente y denunciarlo cuando no es así. Su silencio o su tentación de ingresar a sus mayores en una residencia y olvidarse de ellos durante meses, sin preocuparse por su situación, es una grave enfermedad moral que por desgracia abunda cada vez más en nuestra sociedad. Esa misma responsabilidad recae también sobre los empleados y sus representantes, testigos directos de situaciones intolerables que es su obligación moral y legal denunciar. 

Más de un tercio de las muertes por COVID-19 en nuestro país se han producido en residencias de mayores, un 11% en el caso de Canarias. Esto ha convertido este tipo de establecimientos en un punto negro que requiere cambios profundos. Y aunque el informe de la Diputación del Común es anterior a la pandemia, sus resultados deben ser un aldabonazo en la conciencia de políticos, familias, trabajadores y sociedad en su conjunto sobre el trato que estamos dispensando a nuestros padres o abuelos en las residencias a las que los enviamos porque ya no podemos hacernos cargo de ellos o porque simplemente nos resulta más cómodo y descansado. Una sociedad que trata así a sus mayores se hace acreedora de varios adjetivos y ninguno positivo: inhumana, insensible, egoísta, desconsiderada...Yo creo que es una sociedad sin alma ni corazón. 

Primo Levi y la banalidad del mal

 Si esto es un hombre

Si gusta usted de libros amables y fáciles de leer, que no generen incomodidad física o moral y que siempre tengan un final feliz, no le recomiendo que abra las páginas de la "Trilogía de Auschwitz" de Primo Levi. Esta obra, especialmente la primera parte titulada "Si esto es un hombre", causa desasosiego y dolor, pone un nudo en la garganta y otro en el estómago y obliga con frecuencia a dejar la lectura para tomarse un respiro ante tanta miseria moral y tanta maldad reunidas. No, la "Trilogía de Auschwitz" no es un libro para leer junto a la piscina o en la playa, sino para apurarlo hasta la última sílaba en silencio y concentrado para captar y comprender cuánto sufrimiento destilan sus páginas. Solo así podrá el lector hacerse una imagen, siquiera sea débil y borrosa, de lo que debió suponer para el autor su paso por un campo nazi de extermino. La "Trilogía" es seguramente uno de los libros de memorias más sinceros y auténticos que se haya escrito jamás, con el mérito añadido de que el autor, lejos de lo que cabría esperar, no se deja arrastrar por el odio, el rencor o la desesperación, para los que no le hubieran faltado sobrados y legítimos motivos. 

"No es un libro para leer junto a la piscina"

Al contrario, las palabras de Levi entre tanta cochambre moral son como una flor que brota en medio del lodazal más espeso, en el que el autor de este relato insuperable se vio obligado a chapotear durante meses, consciente de la altísima probabilidad de no sobrevivir para contarlo. Dolor infinito, injusticia inabarcable, pero también serenidad y contención unidas a penalidades indecibles, que solo un ser humano de una fortaleza moral a prueba de la más cruel de las vesanias es capaz de mostrar cuando sabe que en cualquier momento le puede llegar la hora final en una de las "selecciones" de desgraciados prisiones que eran enviados a las cámaras de gas. Ese fue el final terrible de la mayoría de quienes le acompañaron en su vía crucis desde que fue detenido por los nazis cuando apenas era un joven imberbe que se acababa de unir a la resistencia italiana contra los alemanes. 

Su condición de judío hacía de él un candidato prácticamente seguro a las cámaras de gas, lo que le lleva a reconocer que, si sobrevivió al campo de concentración, se debió sobre todo a su buena suerte. Mientras esperaba que en cualquier momento llegara la hora terrible, Levi se aferró con todas sus fuerzas a la vida e intentó encontrar en la amistad con otros desgraciados como él una justificación que le permitiera seguir sintiéndose un ser humano y le ayudara a sobrellevar las penalidades y sufrimientos del cautiverio. Esa amistad era el último asidero a la capacidad humana para la compasión y la colaboración, en un entorno incomprensible en el que eran los propios prisioneros elegidos por los nazis quienes debían humillar a diario a sus compañeros de infortunios y castigarlos con la mayor crueldad. 

"Levi se aferró con todas sus fuerzas a la vida"

Ante la estrategia nazi de despojar a los prisioneros de cualquier asomo de resistencia, dignidad y voluntad, Levi se alza ante nuestros ojos como un gigante que nos muestra que, ni la más atroz e inhumana de las dictaduras, y la nazi tiene un terrible lugar de honor en la Historia, puede arrancarnos aquello que nos diferencia de los animales irracionales y nuestras ansias de libertadSolo la muerte consigue acabar con nuestra conciencia de seres racionales, aunque los castigos, las humillaciones y las vejaciones de todo tipo hayan conseguido reducir ese espíritu a la mínima expresión e incluso hacer que lo sepultemos en un oscuro rincón de nuestro interior mientras se intenta sobrevivir.  

Primo Levi
La tregua

Pudo haber llegado la muerte, de hecho era lo que Levi y sus compañeros de penalidades esperaban a diario durante su cautiverio en Auschwitz. Sin embargo, inopinadamente, llegó la libertad: los alemanes huyeron dejándolo todo atrás, incluidos sus prisioneros enfermos o moribundos, y llegaron los rusos, aunque aún tuvieron que pasar varias semanas antes de poder abandonar Auschwitz. Parece evidente que el Ejército ruso no esperaba encontrar centenares de prisiones de diferentes nacionalidades en unas condiciones tan lamentables y hubo de improvisar sobre la marcha para decidir qué hacer con ellos. Cuando al final abandonaron el lager o campo de concentración, no lo hicieron para volver inmediatamente a casa y empezar a olvidar cuanto antes los horrores de su inicua prisión. 

La pesadilla se prolongó aún varios meses más en los que se vieron obligados a vagar sin rumbo por Polonia, a bordo de trenes de carga desvencijados y sufriendo enfermedades, hambre y frío. Muchos de los que sobrevivieron a Auschwitz no lograron en cambio superar esta segunda parte de su cruel calvario. Sin embargo, el relato de Levi toma aquí un tono algo más esperanzado, una esperanza que radica siempre en la anhelada vuelta a casa con los suyos, que ni siquiera saben si aún está vivo o ha muerto. En ese deambular por ciudades, pueblos y villorrios polacos se generan nuevas relaciones de amistad pero también de competencia entre los prisioneros liberados, que en muchas ocasiones no tienen más remedio que recurrir a la picaresca y a la zancadilla para poder comer o encontrar un sitio donde dormir bajo techo.

"Por fin llegó el día de poner rumbo a casa"

Encoge el espíritu pensar en estos pobres desgraciados, que después de los horrores del campo de concentración nazi y cuando sueñan ya con abrazar a los suyos, deben vagabundear sin rumbo fijo por un país cuyo idioma desconocen y en el que deben arreglárselas prácticamente solos para sobrevivir. Los rusos se limitan a aparcarlos en algún pueblo durante semanas o a llevarlos de aquí para allá sin tener muy claro qué dirección tomar, mientras ellos se concentran solo en sobrevivir como pueden. Con todo, la narración tiene en esta segunda parte de la trilogía un cariz mucho más luminoso: ya no predominan las visiones de la muerte, las humillaciones y las penalidades diarias  sino la esperanza del regreso en algún momento que, por desgracia, nadie sabía cuándo llegaría, ni siquiera los rusos que se habían ocupado de ellos. 

Pero así como llegó la liberación del campo de exterminio, llegó también el día en el que por fin pusieron rumbo a casa para el reencuentro con los suyos, mas no sin antes haber protagonizado otra larga marcha en tren a través de Polonia, Rumanía, Alemania, Austria y, por fin, Italia. El nudo en la garganta y las imágenes del horror de Auschwitz han dado paso a un sueño que parecía inalcanzable pero que ya se ha hecho realidad, pero también a una profunda reflexión sobre la culpa, la vergüenza, la responsabilidad y el olvido, los grandes asuntos a los que Levi dedica la tercera y última parte de su trilogía a modo de corolario de su terrible experiencia. 

Entrada al campo de concentración de Auschwitz

Los hundidos y los salvados. 

¿Sabían los alemanes de la existencia de los campos de concentración nazi? Ni Levi ni historiadores profesionales posteriores que han estudiado este aspecto del Tercer Reich, tienen dudas de que lo conocían o al menos intuían o sospechaban de sus existencia y callaron o miraron a otro lado por miedo, comodidad o connivencia. A pesar del carácter hermético del estado nazi, basta pensar en los empleados de los ferrocarriles, en los maquinistas que transportaban a los prisioneros a los campos de concentración como carne de ganado o en la correspondencia de los soldados destinados a su vigilancia, para deducir que tuvieron que circular noticias y comentarios sobre lo que estaba ocurriendo. Además, por fuerza los alemanes debían hacerse preguntas sobre el paradero de los que habían sido sus vecinos judíos, que desaparecían de la noche a la mañana sin dar explicaciones. 

Muchas empresas como fábricas, minas o granjas agrícolas sacaban provecho de la mano de obra esclava de los lager a los que, además, suministraban todo tipo de productos, incluido el gas de las cámaras de la muerte. Es imposible imaginar que los responsables de esas empresas no supieran para quién trabajaban y tuvieran al menos sospechas sobre lo que ocurría en aquellos lugares. Es cierto que los nazis hicieron todo lo posible por borrar la enormidad de su crimen destruyendo documentos y arrasando las instalaciones. Pero no lo consiguieron por completo y la verdad terminó aflorando. Una verdad tan horrorosa que, como recuerda Levi, resultaba casi imposible de creer para las familias de los sobrevivientes. 

"Los nazis hicieron todo lo posible para borrar la enormidad de su crimen"

La tercera parte de la trilogía es también una minuciosa radiografía del microcosmos de los campos de concentración, un mundo hermético con reglas incomprensibles, dictadas en un idioma desconocido para muchos, y ante las que de nada valía emplear la razón para desentrañarlas. La vida en el campo de concentración se limitaba a sobrevivir evitando en la medida de lo posible las patadas, los golpes, los insultos y las vejaciones diarias. Tal vez lo más incomprensible de todo para ellos era que los protagonistas de esa brutalidad eran también prisioneros obligados por los nazis a vigilar y castigar a sus propios compañeros de cautiverio. El caso más extremo es el de los escuadrones especiales, integrados por prisioneros judíos que tenían encomendado el funcionamiento de las cámaras de gas, de gasear a los desgraciados que habían sido "seleccionados" y de retirar luego los cadáveres para arrojarlos en fosas comunes; cámaras de gas a las que indefectiblemente terminaban siendo conducidos ellos también para no dejar memoria viva del horror. Hasta este punto de crueldad y maldad llegaba el régimen nazi. 

Pero la memoria es frágil y no es la misma la de los opresores que la de los oprimidos. Los primeros no tardan en "olvidar", muestran lagunas incomprensibles o alegan que tuvieron que obedecer para salvar la vida. Las víctimas también recuerda de forma deficiente, pero no con intención de engañar como sus verdugos. Ellas, además, arrastran para siempre el estigma de la vergüenza: "Era la vergüenza que los alemanes no conocían, la que siente el justo ante la culpa cometida por otro, que le pesa por su mismo existencia, porque ha sido introducida irrevocablemente en el mundo de las cosas que existen, y porque su buena voluntad ha sido nula o insuficiente, y no ha sido capaz de contrarrestarla"

La liberación tan anhelada había abierto una puerta a un nuevo sufrimiento: la familia dispersada o destruida, la incredulidad de la magnitud del horror, el dolor universal, la extenuación que parecía no poder curarse, la vida que había que empezar de nuevo...y la vergüenza. Levi admite haber sentido esa culpa durante y después del cautiverio, un dolor profundo que llevó a muchos sobrevivientes al suicidio. "Emergía la conciencia de no haber hecho nada, o lo suficiente, contra el sistema por el que estábamos absorbidos". El autor nos cuenta que casi todos los sobrevivientes tenían sentimiento de culpa por omisión de socorro a sus compañeros: "Faltaba tiempo, espacio, condiciones para las confidencias, paciencia, fuerza". 

Conclusiones

La Trilogía es una obra profundamente vindicativa de la condición humana frente a lo que la filósofa Hanna Arendt definió como "la banalidad del mal", entendiendo por esta expresión la existencia de individuos que se someten al sistema por inicuo que sea y actúan según sus reglas sin preguntarse sobre sus actos y sus consecuencias. Esa banalidad estaba tan presente en Auschwitz como en otros lager y supuso un elemento decisivo en los planes de exterminio previstos por Hitler y el régimen nazi

Levi despliega una extraordinaria capacidad para mostrarnos un cuadro completo de la barbarie en sus términos más dantescos y a la luz del principio más elemental de toda moral: la condición sagrada e inviolable de la vida y la dignidad humanas. A pesar de la fragilidad de la memoria a la que él mismo alude, la suya ha hecho posible este testimonio imperecedero del que puede considerarse uno de los momentos más siniestros y oscuros de la historia de la Humanidad. Es también, o debería ser, una luz roja permanente que avise cada día a las nuevas generaciones de hasta dónde puede llegar la crueldad del ser humano para con sus semejantes cuando el fanatismo, el odio y el sectarismo anulan la razón y la moral y aplastan todo aquello que nos distingue de las bestias más feroces.