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Hacienda somos siempre los mismos

A Benjamin Franklin se le atribuye haber dicho que "en este mundo solo hay dos cosas seguras, la muerte y pagar impuestos". De manera que, para empezar, desengañémonos del cuento demagógico por el que, con el Gobierno actual, solo pagarán más impuestos los que más tienen: si me permiten el trabalenguas, aquí pagaremos todos más pero sufrirán más los que menos tienen. En medio de la ya habitual confusión y de las no pocas contradicciones que caracterizan la política gubernamental, en los últimos días hemos ido conociendo los planes del señor Sánchez para allegar recursos a una caja pública de deudas hasta el cuello. 

El impuestazo que se avecina figura en el archífamoso Plan de Recuperación etc., etc. remitido a Bruselas a cambio de los 140.000 millones de euros para paliar los daños de la COVID-19. Aunque el envío se hizo a finales de abril, no fue hasta pasadas las elecciones madrileñas del 4 de mayo cuando el Gobierno tuvo a bien revelar sus intenciones fiscales a los españoles que, después de conocer que también quiere acabar con la reducción fiscal en la declaración conjunta de la renta, ya se empezaban a temer más sorpresas.  El cálculo electoralista con el que actuó el Ejecutivo, que tampoco ha contado con la oposición, no le evitó el desastre electoral al PSOE y dejó una vez más al descubierto su desprecio para con la transparencia inherente a todo buen gobierno.

Las claves de la subida

Sin ánimo de ser exhaustivo, el plan prevé un mínimo del 15%  por el Impuesto de Sociedades, uniformización autonómica de los impuestos sobre patrimonio e impuestos sobre la economía digital; previsiblemente y escudándose en que lo reclama Bruselas, también se modificará el IVA reducido, que afecta entre otros a productos de primera necesidad; hay también un capítulo para los llamados "impuestos verdes" sobre la fiscalidad del gasóleo, al plástico o la matriculación de vehículos, sin olvidarnos de que también se quieren imponer peajes en las autovías y grabar los billetes de avión, justo cuando el país vive la peor crisis turística de su historia. En realidad no estamos ante una verdadera reforma fiscal, sino ante una serie de parches pensados exclusivamente para recaudar y no para conseguir una redistribución más justa de la riqueza. 

Con esta panoplia de impuestos el Gobierno quiere reducir los siete puntos de diferencia que, según dice, separan la recaudación fiscal en España de la media de la Unión Europea. Más allá de que hay elementos que inciden en esa diferencia como el nivel salarial  o la mejorable eficacia recaudatoria de la Agencia Tributaria, lo cierto es que el sablazo se traduciría en unos 80.000 millones de euros que Hacienda drenaría de los bolsillos de unos ciudadanos acogotados por la profunda crisis económica y social. No hay que ser experto para darse cuenta de que subiendo los impuestos solo a los que más tienen, como reza la propaganda gubernamental, sería imposible alcanzar esa recaudación. De modo que serán una vez más las ya muy esquilmadas clases medias y las muy empobrecidas clases bajas las que correrán con el grueso de la factura fiscal que viene.

Injustos, inoportunos y contraproducentes

Rechazar aquí y ahora estos planes no es ser un malvado ultraliberal que repudia la necesidad de financiar con impuestos los servicios públicos esenciales. Esa es precisamente la trampa saducea en la que los aplaudidores del Ejecutivo quieren que caigan quienes se atrevan a criticar la subida por injusta, inoportuna y contraproducente. Injusta porque recae de nuevo sobre los de siempre, mientras un Gobierno, que tiene nada menos que veinte y dos ministerios, no dice una palabra de eficiencia y control del gasto público superfluo de una administración elefantiaca y redundante, plagada de organismos de dudosa necesidad, que muchas veces son poco más que nichos de empleo para los afines a los partidos en el poder.

EFE

También es inoportuna porque, comenzar una escalada fiscal en estos momentos, cuando solo el Gobierno y sus medios afines ven brotes verdes y luces al final del túnel, es acabar con las esperanzas que aún abrigan los ciudadanos y las empresas de sobrevivir a la crisis. Además de los efectos negativos para el empleo, muchas de las empresas que no desaparezcan podrían pasar a engrosar una creciente economía sumergida y el fraude aumentaría. Esto haría contraproducente la subida de impuestos y obligaría a engordar más aún una deuda pública desbordada para financiar los servicios esenciales, gastos como el de las pensiones y costes superfluos que el Gobierno ni menciona. En ese escenario, da escalofríos solo pensar en las consecuencias que tendría para el país que el Banco Central Europeo empezara a reducir la compra de deuda pública y hubiera que financiarse en los mercados con la prima de riesgo por las nubes. Esa espada de Damocles es real, pero el Gobierno no parece tenerla en cuenta.

En resumen, sí a impuestos equitativos para atender los servicios públicos pero extremando las precauciones para no abortar una recuperación económica que solo los más optimistas ven a la vuelta de la esquina. Mientras ese momento llega, lo que dependerá de cómo se gaste el dinero de Bruselas y de la evolución de la pandemia, el Gobierno tiene tarea de sobra por delante: la primera, aplicar con urgencia medidas de eficiencia del gasto público y aprobar un plan creíble de reducción de los costes innecesarios de una Administración que engorda a ojos vista mientras el país se queda en los huesos. Toda subida fiscal debería incluir la obligación del Gobierno de dar ejemplo administrándose la misma medicina que le impone a los contribuyentes. Así al menos no tendríamos todos esta indignante sensación que tenemos ahora de que Hacienda somos siempre los mismos.  

Sablazo fiscal con aroma machista

El versátil refranero afirma que presumir en exceso de una virtud es señal inequívoca de carecer de ella. A Pedro Sánchez se le suele llenar la boca de transparencia pero le produce alergia practicarla. Ahora se han conocido sus planes para eliminar la reducción fiscal cuando los matrimonios hacen la declaración conjunta del IRPF. Esta fórmula reduce en 3.400 euros la base imponible y beneficia a más de dos millones de familias en las que solo hay un perceptor de rentas y el segundo, sobre todo mujeres, o no trabaja o cobra muy poco. En caso contrario, la declaración conjunta no compensa fiscalmente. 

Mujeres que prefieren que las mantengan sus esposos

Diga lo que diga ahora el Gobierno, lo cierto es que la medida figura negro sobre blanco en el opaco plan de reformas remitido a Bruselas a cambio de los 140.000 millones de euros de ayudas comunitarias por la pandemia. El Ejecutivo la justifica alegando que la reducción "desincentiva" el trabajo de la mujer y ahonda la brecha de género. Se puede deducir de esa explicación que el Gobierno más progresista y feminista del mundo cree que hay demasiadas mujeres que no trabajan porque les viene mejor quedarse en casa esperando que sus mariditos les lleven el sueldo y haciendo cálculos de lo que se ahorrarán con la declaración conjunta del IRPF. Si esto no atufa de lejos a machismo rancio no imagino qué puede oler peor. Sin embargo, el silencio de la ministra de Igualdad lleva a suponer que comparte que el Gobierno del que forma parte considere a esas mujeres como holgazanas mantenidas por sus esposos. También a ella se le puede aplicar el refrán de presumir y carecer.

EFE

Se comprende que Sánchez tenga que dorar la píldora de este asalto fiscal, pero que también use para ello la perspectiva de género, que ya vale para un roto y para un descosido, se da de bruces con la realidad. Ni siquiera es original, puesto que ya aparece en un informe de la AIReF en el que también se refleja que esa reducción es acorde a las rentas de las familias beneficiadas. No hay que ser un hacha para darse cuenta de que lo que hace salivar al Gobierno no es la brecha de género, sino los 2.400 millones de euros anuales que según la AIReF podría recaudar si acaba con la reducción fiscal. Expertos en fiscalidad califican la medida de regresiva y discriminatoria, ya que penaliza fiscalmente a familias de ingresos bajos y medios respecto a situaciones de divorcio, separación o viudedad. Se calcula que un hogar con un solo perceptor verá incrementada la factura de Hacienda entre 646 y 1.020 euros si desaparece la reducción fiscal. Además, es también un agravio comparativo frente a los hogares monoparentales, formados sobre todo por parejas de hecho, que disfrutan de una reducción fiscal de 2.150 euros a la que el Gobierno no hace alusión. 

Silencio en la izquierda salvo una honrosa excepción

Si todo esto fuera cosa de un Gobierno de derechas o "neoliberal", como dicen algunos indocumentados, estarían ardiendo Roma y Constantinopla a la vez. Pero la izquierda española actual sabe esconderse muy bien cuando la metedura de pata la comete un gobierno de su cuerda, presuntamente furibundo feminista y defensor de la progresividad fiscal para que paguen más los que más tienen. La única voz crítica que se ha escuchado en la izquierda es la de Íñigo Errejón afeándole a Sánchez el hachazo en la cartera de las familias en medio de una crisis como la actual. Aunque esa crítica le honra, seguramente también le preocupa que la propuesta se conociera a dos días de las elecciones madrileñas, con los posibles efectos negativos para las opciones de la izquierda. Si revelar el plan en la prensa afín en la recta final de la campaña no ha sido una nueva pifia del Maquiavelo en jefe de La Moncloa, conocido como Iván Redondo, solo queda la opción del fuego amigo contra Gabilondo, el candidato socialista al que su propio partido se ha empeñado en reventarle la campaña por vaya a saber usted qué intereses tan opacos como el famoso plan. 

EFE

Sea lo que fuere, el Gobierno ha recogido velas a la vista del aluvión de críticas. Ahora dice que será un comité de expertos -otros que también se utilizan para un roto y un descosido - los que propongan si se suprime la reducción fiscal y, en ese caso, en qué plazos, algo que tampoco se aclara en los papeles remitidos a Bruselas y ante los que ni la Comisión Europea sabe ya qué pensar. Hasta el punto de pedirle transparencia a España y que publique el documento, en el que seguramente hay más sorpresas ocultas de las que el Gobierno ha tenido a bien no decir nada a los españoles. El problema es que pedirle transparencia a Sánchez es como exigir que las ranas críen pelo, sencillamente no forma parte de su ADN político y es perder el tiempo. Al presidente se le da mucho mejor hacerse propaganda presentando una decena de veces el mismo plan adornado con grandes lemas publicitarios, pero del que en realidad los españoles no sabemos casi nada concreto. Y encima lo llama de "resiliencia", cuando somos los ciudadanos los que de verdad necesitamos con urgencia un plan de resiliencia pero para resistir a este Gobierno.