Kit dijo no (lo sé)

Un monumento con una calculadora en la mano merece como poco el periodista que a buen seguro tuvo que dedicar gran parte de la tarde de ayer a contar los “no lo sé”, “no lo recuerdo”, “no lo sabía”, “no tengo conocimiento” y “no me consta” que pronunció la infanta en su histórica declaración del pasado día 8 ante el juez Castro. En total 550 evasivas a preguntas claras y directas del juez, de las que cuatrocientas fueron “no lo sé”, que colocan a toda una alta ejecutiva de una señera entidad financiera de mucho ringo rango a la misma altura que la mítica tonta del bote.

Tengo para mí que lo que sufrió la infanta el día de autos fue un violento ataque de amnesia que le impidió acordarse de nada que pudiera relacionarla con los negocios de su esposo, de los que por supuesto nunca habla con él en casa. De vulgaridades como el dinero sólo se habla en casa de quienes no lo tienen o les escasea, pero no en el domicilio de una familia modelo como la que forman ella, su marido, sus niños y demás parientes reales. 

Cristina no sabe qué es Aizoon, no sabe a qué se dedicaba, no presidió ninguna junta universal del chiringuito, no sabe quién entraba y salía en las oficinas de la empresa a la que su marido desviaba el dinero que le sacaba a las administraciones públicas a pesar de que, casualmente, estaban en su propio domicilio. ¿Aizoon, dice usted? Me suena a desodorante, señoría. 

Cristina no sabe nada de cuentas ni de impuestos, eso lo deja en manos de sus asesores en los que confía tanto como en su confiable esposo que por algo la llama Kit cuando no hablan de negocios, que es casi nunca. ¿Cómo no vas a confiar en alguien que te llama Kit? Y Nóos, señoría, me suena a chocolatina y ni idea de sí existía una empresa con ese nombre y si tenía alguna relación con el desodorante Aizoon. ¿Y dice usted que yo tenía el 50% del tal desodorante? Mejor le pregunta a mi marido porque yo tengo que confiar ciegamente en alguien que me llama Kit y, la verdad, no me acuerdo de nada. 

Cristina, como buena ama de casa y mamá responsable sólo se ocupaba “de los niños”, de sus deberes y sus médicos, pero “no recuerdo” haberle cargado a Aizoon la compra de unos simpáticos libros de Harry Potter o la nómina de un animador para el cumpleaños de uno de ellos. ¿Clases de merengue con cargo a Aizoon, dice? No me acuerdo y tampoco si las recibió mi marido. 

Y es que de “los gastos” se encargaba su marido, aunque Cristina tal vez quiso decir “de los ingresos”. Igual, en medio del ataque de amnesia que sufría confundió una cosa con la otra, algo muy comprensible. Tampoco sabía que su padre, por casualidad el rey, le había pedido a su esposo que se alejara de la caja pública porque ella, con su progenitor tampoco “habla de negocios” ¡qué grosería!. Eso sí, como buena y cumplidora hija le devolverá en cuanto la situación económica mejore y crezcan los brotes verdes que anuncia Rajoy el préstamo de 1,2 millones de euros -¿o donación? - que le hizo su padre para la compra de Pedralbes. 

-Ahora en serio, señora: ¿actuaba usted como una especie de escudo fiscal de su marido para espantar a Hacienda? 
-¡Pero qué dice usted, señoría! ¡Nunca hubiese aceptado que se me hubiera utilizado como escudo fiscal, nunca, no me consta y casi me ofende señoría! Y sepa, además, que aunque mi marido me llame Kit yo no me llamo Cristina y no soy infanta. ¡Habrase visto! ¡Hasta ahí podíamos llegar!

Venezuela se tensa

Venezuela está de nuevo en el ojo del huracán pero ahora con las tornas al menos algo cambiadas, con la oposición en las calles protestando por la inseguridad, la carestía y el desabastecimiento y el chavismo a la defensiva. La situación se está tornando explosiva, mientras aumenta por días el número de muertos en las manifestaciones de protesta contra el Gobierno de Nicolás Maduro. El presidente, que gobierna con plenos poderes por acuerdo de la Asamblea Nacional, toma la deriva de la radicalización y si hace solos unos días amenazó con sacar el ejército a la calle, eso es justamente lo que acaba de hacer en el Estado Táchira, en la frontera con Colombia. 

Allí ya patrullan las tanquetas de los militares intentando refrenar las protestas que se extienden como reguero de pólvora por todo el país. Maduro está en horas bajas y lo sabe. Su retórica grandilocuente para consumo del oficialismo más fiel, su cansino discurso contra Estados Unidos y el “golpe de Estado en curso”, parece encontrar dificultades hasta para convencer a los suyos que, como el resto de los ciudadanos, también sufren la escasez de productos básicos, las colas interminables ante los supermercados para obtener harina para las arepas y los precios desorbitados, con una inflación rondando el 60%, una de las más altas del mundo. 

Es cierto que la oposición está en la calle pero se adivinan grietas entre las formaciones políticas que la integran. Enrique Capriles, el último candidato opositor a Maduro ante el que perdió por un escaso margen de diferencia, ha cedido terreno ante Leopoldo López, que con su gesto perfectamente estudiado de entregarse a la policía por su presunta implicación en las manifestaciones que le costaron la vida a tres manifestantes, ha conseguido centrar sobre él todas las miradas de los venezolanos y de la comunidad internacional.

Y sobre todo, ha conseguido reactivar las esperanzas de la ciudadanía que no comulga con el chavismo representado a trancas y barrancas por su heredero designado Nicolás Maduro. Capriles ha pasado a representar un discurso reiterativo y poco eficaz frente al chavismo y López es la sabia nueva y una retórica reividincativa fresca que ha conseguido poner a Maduro en estado de guardia. Con mucho tiento y el máximo respeto tendrá la gubernamental justicia venezolana que gestionar su arresto si quiere evitar caldear aún más los ánimos entre sus seguidores. 

Lo que vaya a dar de sí y hasta dónde llegará esta revuelta en las calles venezolanas nadie puede preverlo. Lo deseable y, sin duda, lo mejor para evitar una deriva de consecuencias imprevisibles en Venezuela, sería el diálogo y el acuerdo entre gobierno y oposición. Es en realidad lo que demanda el país: acuerdo y colaboración para hacer frente a problemas como el de la gravísima inseguridad pública, los precios astronómicos y el desabastecimiento. Desde luego, no es sacando militares a las calles como se resuelven esos problemas ni como se respeta la libertad de expresión y la imprescindible separación de poderes. Frente a las protestas, diálogo y soluciones, nunca fuerza bruta. 

Consejos para tener cuenta en Suiza

Ya me hubiera gustado, ya. Pero no, yo no tengo una cuenta en Suiza, se pueden quedar tranquilos Montoro y Rajoy. Nunca he sido alcalde ni tan siquiera de mi casa y mucho menos he tenido un banco de inversiones, aunque ya me advirtió mi madre de que con el periodismo nunca podría ser una persona de provecho. Tendría que haberle hecho caso, pero ya es tarde. Lo mínimo que se exige para abrir una cuenta en Suiza y acumular en ella uno, dos o veintidós millones de euros – para empezar - es ser alcalde de algún pueblo como Valdemoro que, como todos saben, cae por donde Pinto. Claro que si se es tesorero del PP las posibilidades de que la cuenta o cuentas crezcan y engorden con salud son infinitamente mayores.

El proceso para tener una cuenta en Suiza es muy sencillo siempre y cuando se cumpla el principal requisito, además del de ser alcalde, senador, tesorero o empresario: tener dinero que queramos ocultar de la codiciosa vista del fisco. Si esa condición indispensable se cumple, solo es necesario darse un salto cualquier fin de semana al país del chocolate con leche con la excusa del esquí y abrir una cuenta en alguno de los numerosos chiringuitos financieros que allí hay. Por los trámites en la frontera no hay motivo de preocupación, basta con poner cara de tener el hígado forrado para que nos dejen entrar sin ponernos restricción alguna sobre la sagrada libre circulación de euros. Hecho el trámite regresa uno a España con cara de satisfacción y alivio, como el que se ha quitado un peso de encima, y continúa con su ejemplar vida pública de probo adalid del interés general. 

Entre viaje y viaje a Suiza mueve uno algunos hilos políticos para ascender en la pirámide del poder y en pocos años se puede pasar de alcalde de Valdemoro a secretario del partido gobernante en la comunidad autónoma de uno y, de ahí a consejero autonómico de algo sustancioso y con presupuesto que gastar, no hay más que un paso. Hacemos otro viaje a Suiza, movemos unos cuantos hilos más y damos el salto al Senado. La cosa va muy bien pero, como en la cámara alta no hay mucho que hacer, podemos dedicar una buena parte de nuestro tiempo a despotricar en las tertulias del tea party castizo contra esa izquierda menesterosa que llevaba a España por el camino de la ruina, y menos mal que hemos llegado nosotros para salvarla y etc., etc.

Sin un día – Dios no quiera que llegue nunca ese momento – un juez aburrido descubre en una investigación de rutina nuestro secreto suizo y se lo comunica a las autoridades de nuestro país, lo primero y más importante es reaccionar con absoluta normalidad. Como la presión mediática y política para que nos expliquemos será insoportable durante mucho tiempo, habrá que tener algunas respuestas preparadas y ensayadas de antemano. Lo primero es tener redactado un comunicado en el que dejemos bien claro que todo es mentira, “salvo algunas cosas que están ahí”, sin más precisiones.

Ni por la cabeza debe pasarnos dimitir: además de poner en cuestión nuestra inocencia le haríamos un daño irreparable a la marca España que, como es sabido en todo el mundo, tiene entre sus principales atractivos que este es un país en el que la Constitución y las leyes prohíben dimitir a un político pillado con las manos en la masa. Al mismo tiempo, si nos atracan los periodistas responderemos que siempre hemos pagado nuestros impuestos religiosamente y que el dinero suizo es fruto de nuestro abnegado y honrado trabajo en el sector privado.

No debemos nunca olvidar este mantra elemental, nos pregunten lo que nos pregunten los periodistas, los adversarios políticos, el fiscal o el juez, llegado el caso. En definitiva, todo se reduce a aplicar a rajatabla aquella sabia máxima del jefe de filas: ser fuerte y resistir. Ya ven que no es tan complicado tener cuenta en Suiza. ¡Cómo me arrepiento de no haberle hecho caso a mi madre!