El fichero de los tontos

El Gobierno sigue trabajando para hacernos a todos la vida más feliz y placentera. Su último gran logro es la próxima creación de un megafichero al que irán a parar las cuentas corrientes de 34 millones de españoles. Dice que el loable objetivo de la medida es luchar contra el fraude fiscal, el blanqueo de capitales y la financiación del terrorismo. Elevados propósitos, vive Dios, si no fuera por varias pegas de escasa importancia que me permito enumerar sin ánimo de ser exhaustivo. 

La primera: Hacienda ya tiene en sus ficheros todas nuestras cuentas y conoce lo que ingresamos, sacamos o transferimos. Otra cosa es que luego vigile a unos más que a otros y tenga que venir el Gran Montoro a ofrecer una amnistía fiscal a los que se lo llevaron crudo a Suiza. Ahí tienen al pobre juez Ruz, cada día más desmejorado, intentando averiguar quién es la “persona políticamente expuesta” a la que se le han descubierto seis cuentas corrientes en Suiza, casualmente en el mismo banco en el que guardaba los magros ahorros de su trabajo Luis Bárcenas del Gran Poder. Se admiten apuestas.  Se me escapa por tanto la necesidad de otro megafichero similar como no sea para otros fines adicionales a los que asegura perseguir. 

Al macrofichero que está preparando el Gobierno podrán acceder jueces y fiscales y en principio no me parece mal si media una investigación judicial sobre el titular de la cuenta fichada. Lo que ya pasa de castaño oscuro es que también puedan husmear en nuestras cuentas la policía y hasta los espías de sombrero y gabardina del CNI y que el control judicial de ese acceso no haya quedado meridianamente establecido. 

Les cuento: la Ley antiblanqueo establece que sólo podrá accederse a las cuentas de los ciudadanos si hay una autorización expresa de un juez o un fiscal. Sin embargo, el reglamento que desarrolla la ley desdibuja ese requisito y abre resquicios para un uso inadecuado de la información financiera de millones de ciudadanos de este país. El riesgo de filtraciones interesadas con fines torticeros y tráfico de datos es demasiado elevado como para ignorarlo, pero eso es lo que parece estar dispuesto a hacer el Gobierno dándole la razón al conde de Romanones y a su célebre frase de “hagan ustedes las leyes y déjenme a mí los reglamentos”. Aquí hay que recordar que la Ley se aprobó en tiempos de Zapatero y el reglamento lo acaba de aprobar el Gobierno del PP, con lo que el sentido de la frase cobra toda su vigencia. 

Ahora llegamos a la más interesante y a la pega de más peso contra el megafichero de marras. Los bancos españoles están obligados a volcar en ese supercalifragilísico almacén informático las cuentas corrientes de sus sucursales en España pero no ocurre lo mismo con las que tengan en el extranjero, que se libran. Hasta Montoro sabe que no defrauda y blanquea quien quiere sino quien puede. La gran rapiña de capitales y el fraude no se ventila en este país sino en los paraísos fiscales, en los que varios bancos españoles tienen bien asentados sus reales para clientes “vip” con pocas ganas de hacer amistados con la Hacienda pública española. 

Claro que de haber obligado a los bancos a incluir en el fichero las cuentas en el extranjero, esos delicados clientes habrían huido espantados a Suiza y entonces sí que tendríamos que abrir una sección especial de la Audiencia Nacional en el país del cuco y el chocolate para controlar la llegada y salida de maletines. Ahora,  les invito a que vuelvan a leer el título de este post y reflexionen sobre él.

Un asesinato y mil disparates

El asesinato de la popular Isabel Carrasco en León ha supuesto una verdadera sacudida en la bostezante campaña para las elecciones europeas. Nada más conocer que la presidenta de la diputación leonesa y del PP en la provincia había caído abatida a tiros en lo que parece un caso claro de venganza personal, la inmensa mayoría de las fuerzas políticas suspendió sus actos de campaña y se sumó a la condena del crimen y a las muestras de solidaridad con la víctima, con sus compañeros y con su partido. Como en tantas otras ocasiones dieron la nota algunas fuerzas como Bildu, que decidió continuar pidiendo el voto como si nada hubiera pasado. 

En una línea similar tuvo que dar la nota un tal Pablo Iglesias, candidato de Podemos. Aunque medio a regañadientes se avino también a suspender los actos de campaña de su candidatura, no se privó en cambio de hacer una reflexión en voz alta por la que le ha caído un más que merecido chaparrón de críticas. Puede que sea un lumbrera como profesor de Ciencias Políticas, pero su demagógico y populista llamamiento a reflexionar sobre la razón por la que los partidos políticos no suspenden sus actos cuando un desahuciado se tira de un balcón o un parado se quita la vida nos lo retrata como alguien con menos sensibilidad humana que un mejillón, aunque haya pretendido demostrar todo lo contrario. En realidad, sus palabras se califican solas y no merecen más comentario que el del desprecio ante alguien que equipara asesinato a suicidio y mete en un mismo saco un asesinato por venganza y uno de los efectos más terribles de la crisis. Allá él y sus seguidores con lo que dicen. 


Un asesinato siempre será un asesinato más allá de la personalidad de la víctima, de su pasado, de lo que haya hecho o dejado de hacer. En otras palabras, nadie merece ser asesinado a tiros ni de ningún otro modo por muy ruin que a algunos les pueda parecer su comportamiento en vida. Por eso, también se gana la repulsa más contundente el descerebrado comentario de una concejala socialista gallega que se ha visto obligada a dimitir después de no privarse de asegurar en las redes que “quien siembra vientos recoge tempestades”, en alusión a la política leonesa asesinada.


Del mismo modo, vincular el asesinato con un enrarecido clima social de acoso a los políticos como consecuencia de la crisis – tal y como hacen hoy algunos editoriales de periódicos de la derecha despreciando las evidencias que circunscriben lo ocurrido al ámbito de la venganza personal – es otro despropósito más de los muchos que cabría mencionar en relación con lo ocurrido ayer en León y un intento deleznable de intentar rentabilizar políticamente un hecho terrible. Si perdemos de vista que bajo ninguna circunstancia y en ningún caso tiene justificación acabar con una vida humana de forma fría y premeditada, habremos renunciado al valor más elemental que debe caracterizar a cualquier sociedad civilizada.

En paralelo, con el cuerpo sin vida de la política leonesa aún sobre el asfalto, comenzó a circular por las redes sociales una riada de repugnante basura trufada de insultos y descalificaciones contra la víctima. Desde la caverna mediática, una de sus más conspicuas representantes no se anduvo con rodeos a la hora de vincular el asesinato con los escraches. De forma mucho más cobarde, sin dar la cara ni identificarse, otros muchos aplaudieron el asesinato y hasta elaboraron una lista de otros cuantos políticos que en su opinión también deberían caer abatidos. 

Este tipo de actitudes cobardes y difusoras de odio y mala baba que las redes sociales amparan, facilitan y multiplican se está convirtiendo en un verdadero problema moral y de orden público que va siendo hora de perseguir y castigar de manera ejemplar. Las sobrevaloradas redes sociales no pueden continuar siendo el parapeto tras el que se esconden estos despreciables francotiradores del insulto, detritus morales que, emboscados en nombres supuestos porque su cobardía les impide dar la cara, son capaces sin embargo de anegar de bochorno y vergüenza a todo un país.

Un molesto jarrón chino

¡Vaya por Dios! Con lo mal que le iba ahora al PSOE en las encuestas para esas elecciones europeas que el 83% de los españoles ni sabe cuándo son y les cae encima a Valenciano y a Rubalcaba todo un jarrón chino llamado Felipe González. El hombre que se aburría como una ostra en los consejos de administración de Gas Natural de los que cobraba la minucia de 126.000 euros brutos por bostezar y echar la siesta, le acaba de abrir un boquete a la campaña socialista de proporciones siderales. Justo cuando Valenciano y los suyos se esfuerzan un día sí y otro también en marcar diferencias con el PP y pregonar que si ganan las elecciones volverán ipso facto las mieles de antaño, va el ex presidente y se descuelga con la ocurrencia de que “si el país lo necesita” no vería con malos ojos un gobierno de concentración entre populares y socialistas al modo merkeliano alemán.

Al menos en esta ocasión han estado rápidos Rubalcaba y Valenciano al rechazar sin medias tintas esa posibilidad, mientras en las filas populares es probable que se anden frotando las manos de satisfacción al comprobar cómo sus principales contrincantes se bastan y sobran ellos solitos para perder las elecciones. La idea de Felipe González, además de suponer un palo en las ruedas de la campaña socialista, denota también un cierto temor ante el ascenso de otras fuerzas políticas que podrían poner en un serio apuro el sacrosanto bipartidismo político de este país. Pero, sobre todo, pone de manifiesto que al ex presidente pactar con el partido campeón de los recortes, los ajustes y las reformas estructurales no le supone el más mínimo cargo de conciencia política.

Es una lástima que en la entrevista en la que el ex presidente soltó su perla no profundizara un poco más la periodista en los objetivos de esa Grossen Koalition que González ve con tan buenos ojos. Cabe preguntarse si se trataría de que el PP se pasara con armas y bagajes a las filas de la socialdemocracia o si sería el PSOE el que abrazaría definitivamente el himno neoliberal, algunas de cuyas estrofas más conocidas ya entonó con buena voz Rodríguez Zapatero en su momento. A la espera de que González nos aclare esa duda existencial en cuanto tenga un hueco en su apretada agenda, me cuesta trabajo imaginarme cómo se sentirán hoy los militantes y votantes del PSOE.

Me pregunto qué se les habrá pasado por la cabeza al ver que eso es todo lo que tiene que ofrecer un referente de su partido como Felipe González a un país con 6 millones de parados y unas tasas de pobreza y exclusión social galopantes gracias en gran medida a las políticas del partido con el que ahora no ve mal formar un gobierno de concentración. Muchos seguro que se estarán planteando si no será mejor irse el día de las elecciones al campo o a la playa en lugar de ir a votar por Valenciano. Para que luego digan los socialistas de Aznar y de su obsesión por hacerle la Pascua a Rajoy siempre que se le presenta la oportunidad. Aquí, tanto PP como PSOE tienen que sufrir a sus respectivos jarrones chinos y en ambos casos coincidir al menos en aquello que al parecer dijo una vez Adenauer y que una vez más hay que traer a colación: “Hay enemigos, enemigos mortales y compañeros de partido”.