Todos a la cárcel

Ruiz-Gallardón se ha amarrado hoy los machos y, armado de valor, ha denegado el indulto a Jaume Matas, Luis Alemany, Enrique Ortega Cano, Julián Muñoz, Luis Gavaldá, Ángel Carromero y Baltasar Garzón.  Sólo el último no tendrá que ingresar en prisión ya que su condena es de inhabilitación como magistrado, profesión que, eso sí, ya no podrá volver a ejercer. No obstante, no dudo de que a Ruiz – Gallardón le hubiera encantado verlo entre rejas aunque su caso fuera similar al de Gómez Liaño, que sí recibió la gracia del indulto de manos de Aznar. 

Jaume Matas fue ministro de Medio Ambiente en el primer gobierno de Aznar y será también el primer ministro del PP en ingresar en prisión por el delito de tráfico de influencias. El segundo, Luis Alemany, era el escribidor de los discursos oficiales de Matas cuando éste era el presidente autonómico de Baleares. Luego los facturaba a través de una empresa tapadera y a renglón seguido los ensalzaba con entusiasmo en el diario EL MUNDO de Pedro J., del que había sido periodista. De Enrique Ortega Cano nada nuevo hay que decir que no hayan dicho ya las revistas del corazón sobre el atropello con unas cuantas copas de más y resultado de muerte del que fue encontrado culpable. Otro tanto cabe señalar de Julián Muñoz, condenado por corrupción en Marbella y paseado también a hombros por los cenáculos rosa del país.

Luis Gavaldá es un político catalán de CiU condenado también por corrupción y Ángel Carromero es el joven cachorro del PP que defendió a capa y espada Esperanza Aguirre después de causar la muerte de dos personas en un accidente de tráfico en Cuba y ser condenado por la justicia cubana. A la lideresa no le debe de haber hecho mucha gracia que su compañero de partido y sin embargo enemigo, Ruiz – Gallardón, no le haya concedido el indulto al menos a su defendido y a Matas. 

Sorprende la decisión de hoy tras los polémicos indultos suscritos por la blanda mano del ministro de Justicia en los últimos tiempos: el kamikaze asesino que defendió su propio hijo, el guardia civil que no impidió una agresión sexual cometida antes sus mismas narices, cuatro torturadores Mossos d’escuadra o el empresario y presidente de la Unión Deportiva Las Palmas, Miguel Ángel Ramírez, condenado en firme por delito urbanístico. No me atrevería a decir todavía si la sorpresa es agradable y estamos ante un cambio de criterio en la política de indultos del Gobierno o si el de hoy ha sido sólo un gesto – uno más - para la galería electoral por mucho que le duela en el alma enviar a la trena a un compañero de siglas. 

Desde luego, haber indultado hoy a Matas y no a los otros que habían pedido la gracia hubiera constituido un nuevo escándalo político de proporciones mayúsculas, si es que todavía queda lugar en este país para el asombro colectivo. Es cierto que el propio Tribunal Supremo se había pronunciado en contra del indulto del político balear, quien todavía se las tendrá que volver a ver con la Justicia por el “caso Nóos” en el que también está imputado. Sin embargo, el parecer de esa alta instancia judicial no ha sido hasta ahora motivo suficiente para que el ministro deniegue un indulto. 

En cualquier caso es urgente regular y acotar de una vez la discrecionalidad con la que actúan los gobiernos de turno en la concesión de indultos. En la mente de todos está aún el que le concedió uno de los últimos consejos de ministros de Zapatero al consejero delegado del Santander, Alfredo Sanz, condenado por acusación falsa y denuncia falsa. En realidad estamos ante una clara injerencia anacrónica del poder ejecutivo en las funciones del poder judicial, que tiene entre sus cometidos juzgar y ejecutar lo juzgado. Sería por tanto deseable que desapareciera por completo del ordenamiento jurídico, aunque por lo pronto nos conformaríamos con que al menos se ciñera estrictamente a lo que establece la ley y se basara en criterios de justicia, equidad y utilidad pública que el ministro de Justicia debería estar obligado a explicar públicamente cuando opta por esta medida. 

Sin embargo, cuando se emplea de forma opaca en casos que causan alarma social como los de corrupción o se deniega en otros que a todas luces lo merecen como los de los pequeños delincuentes reinsertados, la gracia pierde todo su escaso sentido y se convierte sencillamente en injusticia.   

Garantía de desempleo juvenil

Vende estos días el Gobierno el hallazgo de la Garantía de Empleo Juvenil como si la hubiera inventado él. En su esencia, el invento consiste en que los empresarios que contraten con carácter indefinido a un “ni-ni” – ni trabaja ni estudia – de entre 16 y 24 años tendrán una bonificación de 300 euros durante seis meses. El otro requisito es que la contratación tiene que suponer un aumento de plantilla. Y pare usted de contar: sobre las condiciones de trabajo del joven nada dice la medida ni sobre qué ocurrirá a los seis meses y un día. En teoría – y seguramente en la práctica en no pocos casos – cuando acabe el periodo de la bonificación el empresario podrá poner al “ni-ni” de patitas en la calle sin obligación de devolver un solo euro. Y respecto a que la contratación deba suponer un aumento de la plantilla y no una sustitución de unos trabajadores por otros tampoco queda suficientemente sellada la posibilidad de saltarse el requisito. 

Al plan destina el Gobierno 1.800 millones de euros que pone de forma íntegra la Unión Europea y que salen de los 6.000 millones que Bruselas acordó destinar al drama del paro juvenil, un dineral teniendo en cuenta que en nuestro país “sólo” están en paro seis de cada diez jóvenes. En comunidades autónomas como Canarias la situación es aún más dramática, con una tasa de paro juvenil que ronda el 70%. 


Por lo demás, la medida entró en vigor este mismo lunes con un supuesto registro telemático en el que deben inscribirse los “ni-ni” en busca de empleo y el Gobierno se compromete a hacerles una oferta en el plazo máximo de cuatro meses. Sin embargo, la confusión sobre el dichoso registro y el desconocimiento de los detalles de la medida en las comunidades autónomas, a las que se hace partícipes del plan sin haberlo negociado ni consensuado con ellas, ha llevado a que estas alturas de la semana persista el galimatías. 


Varias consideraciones hay que hacer sobre este plan, además de las ya señaladas. La primera es que llega demasiado tarde: el drama del paro entre los jóvenes no es cosa del mes pasado ni siquiera del año pasado, sino desde los albores de la crisis económica cuando estalló la burbuja inmobiliaria. Nada se hizo entonces para remediarlo y cuando al fin se decidieron en Bruselas a destinar fondos a este asunto las tasas de desempleo juvenil ya se encontraban por las nubes. En segundo lugar, 6.000 millones de euros para combatir más de un 22% de paro entre los jóvenes europeos suena más a dádiva graciosa que a medida de choque para reducir drásticamente esa tasa. 

En tercer lugar, se pregunta uno y no encuentra respuesta al hecho de que los jóvenes de entre 25 y 30 años queden fuera de la medida como si no sufrieran las mismas penurias y dificultades para encontrar trabajo que sus colegas de menor edad. Cuando se le ha preguntado por esto al Ejecutivo ha respondido pasando la pelota al tejado de las autonomías a las que se insta a poner el dinero necesario para atender a ese segmento de jóvenes “ni-ni”. Esto después de haber recortado a conciencia los fondos destinados a las políticas activas de empleo como ha ocurrido en el caso de Canarias. 

En cuarto lugar llama la atención la creación de ese extraño registro telemático en el que deben inscribirse los jóvenes en busca de trabajo. ¿Qué tienen de malo las oficinas de empleo de este país? ¿O es que vamos a sacar de las estadísticas del paro a los jóvenes que se inscriban en el registro y así maquillar un poquito más las cifras? Alguien debería explicarlo. 

Pero más allá de todas estas consideraciones hay una aún más importante: la eficacia de este tipo de medidas para reducir el desempleo. Ningún empresario contratará a nadie, sea ni-ni o mayor de 55 años, si no ve verdaderos signos de recuperación económica y esos signos, por mucho que Rajoy y los suyos los vean por todas las esquinas, siguen siendo como poco débiles y confusos. Subvenciones y bonificaciones de todo tipo para reducir el paro ha adoptado decenas este gobierno en los últimos tres años y la tozuda realidad demuestra que apenas han tenido eficacia alguna, al menos conocida. 

¿Alguien podría explicarnos la efectividad que ha tenido, por ejemplo, la famosa “tarifa plana” de los 100 euros a la Seguridad Social? ¿Cuántos puestos de trabajo se han creado gracias a ella? ¿Cuál es la calidad de los contratos suscritos bajo esa bonificación? ¿Cuánto dinero ha dejado de ingresar la Caja de la Seguridad Social gracias a tanta bonificación y subvención a los empresarios para que sean buenos y contraten? En otras palabras, no son medidas puntuales de corte asistencial como estas y tantas otras aprobadas por el Gobierno y cuyos resultados efectivos nunca nos cuentan, las que van a reducir el número jóvenes parados en España. Lo que se necesita es incrementar en lugar de recortar la inversión pública en educación y en formación y acompañar esas medidas de acciones de largo recorrido en apoyo del empleo juvenil. Mientras no se afronte el problema desde esas premisas básicas, España seguirá perdiendo savia nueva a través de la vergonzosa “movilidad exterior”.

Esos jóvenes zotes

Está demostrado: los jóvenes españoles son unos verdaderos zotes, es decir, “ignorantes, torpes y muy tardos en aprender”, según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua. O si lo prefieren, están entre los últimos de la clase de la OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico) y su infalible informe PISA. El último cate que han recibido lo hemos conocido hoy mismo: uno de cada seis alumnos españoles de 15 años no sabe interpretar una factura y desconoce si es más barato comprar los tomates a granel o en cajas. Se ve que no son muy amantes del gazpacho y la ensalada. 

El suspenso de hoy se suma a los que cosechan los jóvenes de este país desde que PISA habita entre nosotros y el Gobierno lo utiliza para denigrar el modelo educativo anterior y tener una buena coartada para implantar uno nuevo que va a conseguir que los zotes de hoy sean los más brillantes de la clase más pronto que tarde. En la mente y en el recuerdo de todos está otro informe PISA muy reciente que dejaba también a los alumnos españoles como unos verdaderos catetos ante operaciones tan sencillas como encender el aire acondicionado. Por no hablar de sus malos resultados en comprensión lectora y matemáticas. 

Desde que PISA existe la Biblia consagrada ya no tiene la exclusiva de la palabra de Dios revelada. Todo lo que dicen los informes PISA va a misa – perdón por el ripio – y no se atisba en el Gobierno intención de mostrar al menos un poco de escepticismo sobre la metodología empleada en las encuestas, como sí hacen no pocos expertos en pedagogía y educación. Más allá del hecho de que la OCDE sea una organización supranacional que atesora y predica el liberalismo como credo económico, los informes de este organismo tienen más tripas que las que puedan imaginar los que ingenuamente estén pensando en un ejercicio científico y objetivo sobre las capacidades intelectuales de los alumnos de más de 50 países de todo el mundo. En primer lugar, que las preguntas no sean las mismas ni de la misma dificultad en todos los países ya debería de ponernos en guardia. A nadie se le escapa que homogeneizar datos tan dispares y encima hacer una suerte de clasificación mundial de países en función de lo listos y preparados que estén sus alumnos es más un juego de mesa que un análisis riguroso de los datos. 

Esto hace que el modelo matemático empleado por PISA para procesar los datos recogidos en los exámenes haya sido puesto seriamente en duda por no pocos expertos. Es más, en algunas ocasiones, pruebas que se hacen en unos países – por ejemplo las relacionadas con la comprensión lectora – no se hacen en otros. En ese caso, PISA se limita a realizar una especie de extrapolación y ofrecer resultados más propios del esoterismo y la magia blanca que del rigor científico. 

Nótese, además, que PISA sólo valora la capacidad para aprender de los chicos y chicas en función de estadísticas, como si hablara de máquinas y no de jóvenes insertos en contextos históricos, sociales y económicos determinados. Habría que preguntarse también quién se beneficia de esta pugna entre países por escalar puestos en la clasificación de estudiantes listos y espabilados y tal vez nos llevaríamos alguna sorpresa en forma de intereses inconfesables de determinadas editoriales que hacen un gran negocio con estos informes. En cualquier caso, lo que no parece de recibo es que el nivel educativo de los países de la OCDE se haya convertido de un tiempo a esta parte en una suerte de bolsa de valores en la que unos suben y otros bajan, salvo que sea eso lo que se pretende, algo que no deberíamos descartar. 

Con todo, la pregunta que conviene hacerse es si los informes PISA que tan mal dejan a los alumnos españoles sirven para mejorar la calidad de la educación, al fin y al cabo el objetivo teórico por el que se elaboran periódicamente. También sobre esto se han pronunciado los expertos y han llegado a la conclusión de que las “recomendaciones” de PISA a los países de la OCDE sobre cómo deben ser las escuelas o qué cosas habría que mejorar convendría guardarlas en un cajón y olvidarse de ellas porque son mera especulación. De todo esto no debe deducirse que el informe PISA no sirva absolutamente para nada, aunque no son pocos los que piensan así. Cosa bien distinta es convertirlo en el Santo Grial de la educación como ha hecho el Gobierno español y utilizarlo de aval para perpetrar una regresiva y unilateral reforma educativa de la que seguro están encantados en la OCDE.