De toros y de asnos

Vaya por delante, pero muy por delante, que detesto las corridas de toros. Jamás las he soportado, nunca le he encontrado sentido ni encanto a un espectáculo sangriento en donde la lucha entre la bestia y el hombre se decide (casi) siempre en favor del segundo. Ni que decir tiene que considero el colmo de la caspa y de lo cutre calificar como fiesta nacional este vergonzoso martirio de un animal, si es que lo de nacional tiene algún sentido claro a estas alturas de la historia. 

Ni me vale que me intenten convencer de su relevancia cultural con cuentos seudoantropológicos sobre la tradición y el significado totémico del morlaco. Tradicionales fueron también las hogueras de la Inquisición, el derecho de pernada y el tráfico de esclavos y no por eso teníamos la obligación de conservar tales prácticas. Lo del valor cultural de las corridas de toros me suena a mera excusa para darles una cierta pátina respetable y académica a lo que, desde mi punto de vista, es un manifiesto maltrato de un ser vivo con resultado de muerte y acompañamiento de banda de música. 

Todo lo anterior no es impedimento para que me parezca asquerosa, repugnante y digna de persecución judicial la campaña que un buen número de descerebrados ha puesto en marcha en las redes sociales no contra los toros, sino contra el torero Víctor Barrio, fallecido a raíz de una cogida, y su familia. Bien han hecho algunas formaciones autodenominadas animalistas en desmarcarse de semejantes bestias pardas. No reproduciré ninguna de las frases de juzgado de guardia que han colgado en las redes sociales, primero porque no me da la gana hacerles el juego y segundo porque son fáciles de encontrar si alguien tiene interés en comprobar el nivel intelectual de estos asnos. 

Sólo diré que las más moderadas no esconden su alegría por la muerte de Víctor Barrio y desean a otros toreros que corran la misma suerte.  Si estos primates razonaran sólo un poquito podrían haber llegado sin mucho esfuerzo a la conclusión de que la vida de un ser humano y de un animal no son equiparables desde ningún punto de vista y por tanto es un disparate ponerlas al mismo nivel. Disparate que en buena parte proviene del extraño convencimiento de muchos de que los animales tienen derechos, otro sinsentido que añadir a los que rodean el mundo de los toros en particular y el del maltrato animal en general. 

Los derechos son algo que se ejercen por uno mismo y no veo cómo puede hacer tal cosa un toro o cualquier otro animal. Cosa bien distinta es que los seres humanos tengamos deberes para con los animales, por ejemplo, el de alimentarlos, cuidarlos, no abandonarlos y no causarles dolor ni daño de manera gratuita como ocurre con las corridas de toros, las peleas de gallos o las de perros. 

La policía y la fiscalía investigan ya lo que sin duda es una evidente incitación al odio y confío en que tanto los cobardes anónimos que se ocultan detrás de nombres ficticios para sembrar su mala baba como aquellos que van a pecho descubierto terminen con sus huesos en una cárcel o pagando sanciones ejemplarizantes. No cabe aquí apelar a la libertad de expresión cuando la misma se ha empleado para fomentar el odio, la amenaza y el desprecio por quienes no piensan o actúan como nosotros. Hay una y mil formas de oponerse democráticamente a las corridas de toros y ninguna de ellas es el insulto y la vejación. Quienes así han actuado se retratan a sí mismos como estúpidos monos de feria y hacen un flaquísimo favor al movimiento antitaurino, al que se culpará en su conjunto de las sandeces que estos babuinos han escrito en las redes. Es a ellos a quienes tiene que empitonar bien el toro, pero el de la Justicia. 

Obama: hola y adiós

Me permito parafrasear el titular con el que el diario EL MUNDO resumió esta mañana la visita relámpago que Barack Obama realizó ayer a España. Resume a la perfección el contenido político cero de la misma por mucho que se pavoneara Rajoy de entrevistarse con el líder más poderoso del mundo y el rey sacara pecho. Ya de entrada se trataba de una visita sin apenas contenido posible y que Obama iba a hacer porque le pillaba de camino de vuelta a casa tras participar en Varsovia en la cumbre de la OTAN. Total, se dijo, ya que estoy en Polonia bajo un momento a España, saludo a Felipe y a Mariano y quedo como un caballero; al fin y al cabo allí no hay gobierno ni parlamento constituido y como a mi me quedan dos telediarios para dejar la Casa Blanca a nada me tengo que comprometer.

Dicho y hecho, con la variable imprevista de que en medio se cruzó el atentado de un francotirador de Dallas que acabó con la vida de cinco policías y a Obama le faltó tiempo para dejar la visita a España en unas pocas horas, la mayor parte de las cuales reservó para sus compatriotas de la base militar de Rota. Con el rey y con Rajoy dijo cosas muy emotivas sobre las estrechas relaciones entre ambos países, la importancia aliada de España y lo bien que lo está haciendo el presidente español en funciones para sacarnos a todos de una vez de la crisis. Nos animó para que formemos gobierno cuanto antes y prometió volver a visitarnos, tal vez con una mochila como la que dice que llevaba cuando sólo era un estudiante de derecho y se dio un garbeo por España sin tanta parafernalia de seguridad y protocolo como ayer. 

Dicho lo cual subió a paso ligero la escalerilla del Air Force One, saludó sonriente y se fue a casa en donde le aguardan unos días complicados después de lo ocurrido en Dallas. Aquí, unos se han quedado con ganas de más, sobre todo los sevillanos que vieron con decepción como el líder de líderes no salió del perímetro de la base de Rota. A otros ni nos enfría ni nos caliente gran cosa y lo mismo nos da que nos da lo mismo que Obama haya estado sólo un día mal contado en España y no dos como estaba previsto en un principio. No es que uno tenga ningún tipo de animadversión personal contra el presidente estadounidense, es simplemente que este dar palmas con las orejas que practican algunos políticos patrios ante este tipo de visitas le producen sonrojo y vergüenza ajena. 

Obama es un señor que ha marcado un antes y un después en Estados Unidos, sobre todo porque ha sido el primer presidente negro de la historia de ese país. Pero no por mucho más: aunque es el sorprendente e imprevisible ganador de un premio Nobel de la Paz, ni ha enderezado las cosas en Irak, Afganistán, Pakistán o Libia, ni ha cerrado Guantánamo ni ha puesto coto a la proliferación de armas de fuego en su país. Ha conseguido que la economía estadounidense remonte el vuelo - y no es poco mérito - pero el suyo sigue siendo un país lleno de desigualdades sociales abismales. 

Por lo que a España en particular se refiere, las relaciones económicas y comerciales no han sufrido problemas y en cuanto a la seguridad y la defensa de nada se podrá quejar Obama después de que, olvidado lo de la salida de las tropas españolas de Irak y lo de la bandera norteamericana,  nuestro país permitiera, por ejemplo, que la base militar de Morón haya pasado de temporal a permanente. Por tanto, su visita relámpago de ayer ha sido mera cortesía - que se agradece - pero que no cabe sacar de contexto y presentarla interesadamente como una suerte de hito que marcará un nuevo marco de relaciones entre España y Estados Unidos. 

Si nuestro país no hubiera perdido en los últimos tiempos tanto peso en el concierto internacional, tal vez Obama no se habría ido tan rápido de España o habría visitado a su imprescindible aliado mucho antes y no cuando su mandato en la Casa Blanca ha entrado en tiempo de descuento y ya no es momento de abordar cambios de largo alcance. Y si el Gobierno español fuera mucho menos complaciente con todo lo que diga Washington y tuviera un poco más de sentido de estado, pondría sobre la mesa la necesidad de avanzar hacia una colaboración bilateral en seguridad y defensa menos desequilibrada en favor los intereses geoestratégicos de Estados Unidos, de los que nuestro país parece poco más que un mero soporte territorial. 

¿Qué fue de Venezuela?

Acabo de mirar y he comprobado aliviado que Venezuela sigue en el mapa, al país de Bolívar y Hugo Chávez no ha sido barrido de la faz de la tierra por un huracán tropical ni por un tsunami. Después de semanas desayunando, almorzando y cenando con Venezuela en casi todos los periódicos y telediarios, que de unos días a esta parte haya prácticamente desaparecido de la "agenda informativa" y sobre todo de la política me llenó de zozobra y me dije: aquí ha pasado algo raro, a Venezuela y al malvado Maduro con su oposición y todo se los ha tragado el mar o se los ha llevado el viento y yo sin enterarme. Pero no, está en el mismo sitio de siempre, al fondo a la derecha, y con los mismos problemas de siempre sólo que un poco más agravados por el paso del tiempo, que tiene la mala costumbre de echarlo todo a perder tal vez con la única salvedad del vino y no siempre. 

En ese paréntesis entre caer en la cuenta de que ya nadie en este país habla de Venezuela y comprobar que el imperialismo yanki no lo ha reducido aún a escombros, me llenó de angustia imaginar a los líderes políticos españoles sin una buena defensa de los sacrosantos principios democráticos que tirarse a la cabeza. No acertaba a suponer cómo podrían superar el trauma  de la desaparición de Venezuela en el PP, valedor en primer grado de la oposición venezolana en el interior y en el exilio y primera espada contra el Gobierno de Maduro. 

Sufría por la inutilidad del  asesoramiento jurídico de Felipe González al opositor Leopoldo López y de mediación política de José Luis Rodríguez Zapatero si el chavismo había pasado a mejor vida. Y me preguntaba por Albert Rivera y su primer viaje a Caracas como estadista en potencia para apoyar a la oposición venezolana como si alguien supiera en aquel país quién es este señor o le importara al menos un comino lo que fuera a hacer o a decir en la Asamblea Nacional. 

No podía dejar de pensar en Podemos y en sus politólogos de cabecera que se habían quedado sin trabajo al no tener ya gobierno venezolano al que asesorar ni perro que les ladre. Un desastre, me dije, hasta que comprobé que felizmente Venezuela no se ha movido ni un metro de donde ha estado desde hace más de 200 años, año arriba o abajo. Allí sigue Maduro en el machito, pegado como una lapa al sillón presidencial, intentando evitar que la oposición lo corra a gorrazos del palacio de Miraflores, sede del gobierno. Un Maduro tan "ostentóreo" como siempre- Jesús Gil dixit - clamando contra la burguesía, el capitalismo, el imperialismo, Mariano Rajoy alguna vez y el sursum corda también si se pone a tiro. 

Y en el mismo sitio sigue también la oposición, ahora con el legislativo bien agarrado intentando cobrarse desde él las penalidades que le hizo pasar Maduro cuando era minoría. También siguen en la cárcel Leopoldo López y Antonio Ledezma y así hasta cerca de un centenar de dirigentes opositores que se atrevieron a buscarle las cosquillas al chavismo. Y, sobre todo, continúan las colas en los supermercados, el desabastecimiento de los productos más elementales y cotidianos, el mercado negro de divisas, el impago a los pensionistas, la inflación astronómica, la falta de medicamentos y los cortes de luz eléctrica, la inseguridad y la falta de futuro. 

Todo sigue en Venezuela igual o peor que antes de que se hablara tanto de ese país en España e igual o peor que siempre desde hace muchos años. Pero ya nada de eso es noticia en España, a nadie le interesa en estos momentos la última burrada que haya dicho Maduro en sus infumables soflamas en radio y televisión. Tampoco interesa ya gran cosa el nuevo intento de la oposición por sacar al presidente venezolano del poder al que - hay que subrayarlo -  accedió democráticamente, algo que olvida esa misma oposición  y que en España se ignora deliberadamente. 

Venezuela ya no da votos en España si es que realmente dio muchos en las últimas elecciones. Por eso ha pasado a convertirse en invisible y a prácticamente ningún medio de comunicación le importa ya una higa si los venezolanos pasan miserias y penalidades para llegar a fin de mes, para comer o para acceder a los medicamentos. Me temo que sólo unas nuevas elecciones en España volverían a poner a Venezuela en la agenda informativa y política española, de lo contrario pueden dar por seguro que medios y partidos políticos actuaran como si ese país y sus problemas no existieran y nunca hubieran existido.  ¿Venequé? ¿Dónde queda eso?