Ruptura en diferido

En los pactos políticos no debería haber rupturas a medias, a plazos o en diferido. Si uno de los socios del acuerdo se queja del trato que recibe del otro y anuncia que quiere irse, debe hacerlo sin tardanza. Cada minuto que pase sin tomar la decisión irá en detrimento de la credibilidad de sus quejas y de la salud de los ciudadanos, más que servidos de generosas dosis de incertidumbre, inestabilidad y regateos políticos. En este sentido las relaciones políticas no son muy diferentes de las personales: cuando en una pareja una parte se siente agraviada, vejada o humillada lo mejor que puede hacer es poner fin a esa relación tormentosa. Lo puede hacer dando un portazo o prometiendo saludar a la otra parte cuando la encuentre por la calle, pero irse al fin y al cabo, no irse pero quedarse. 

La no decisión que adoptó ayer la dirección regional del PSOE canario sobre su pacto con CC es de esas que de entrada desconciertan. Después de prometer que se tomaría una decisión definitiva e irrevocable, dando incluso por roto el acuerdo antes de que el asunto se discutiera colegiadamente, la cúpula socialista ha optado por una de esas jugadas propias de las malas defensas futbolísticas: el patadón hacia adelante para ganar tiempo y tomar resuello. 

Aquí el balón es una papa caliente que la cúpula socialista parece querer ir enfriando para que cuando se reúna el comité regional del PSOE canario sea mucho más fácil tocarla sin quemarse los dedos. Si esto no es una reconsideración de las amenazas de mandar al socio del pacto a hacer gárgaras se le parece muchísimo. Es, al mismo tiempo, una manifestación bastante evidente de que no hay unanimidad en la dirección de los socialistas canarios sobre lo que conviene hacer; por eso, antes de ofrecer una imagen de división interna, mejor pasar la responsabilidad última a un órgano más amplio y difuso como el comité para que sea éste el que mantenga la respiración asistida de la que vive el pacto pacto desde hace tiempo o lo desenchufe definitivamente. 


Que en el PSOE hay enfado con CC por sus deslealtades y trapisondas y que se trata de un enfado sincero es evidente; que hay dirigentes y cargos públicos partidarios de no dejar pasar una más a los nacionalistas también lo es, máxime después de todas las que han consentido desde el minuto uno del acuerdo. Pero, del mismo modo, a nadie se le oculta que una ruptura supondría dejar a la intemperie a un buen número de cargos públicos cuyos empleos dependen de este acuerdo, además de arriesgar los gobiernos insulares y municipales en los que los socialistas gobiernan con el apoyo de CC; además, obviamente, de las consejerías autonómicas, por más que sus titulares hayan sido en varias ocasiones la verdadera oposición para CC mientras se escenificaba el "buen rollito" con el PP. De ahí que la táctica sea ahora la de echar balones al suelo - por seguir con el símil futbolístico -  y ver cómo evolucionan los acontecimientos hasta la celebración del comité regional. 

Por lo pronto, el tono de enfado con el que el PSOE se viene empleando a raíz de la moción de censura en Granadilla ha tenido la virtud de convertir a CC en un compungido y arrepentido socio político que parece a punto de pedir perdón por haber sido tan ruinito. De hecho, ha vuelto a sugerir la revisión del pacto en los municipios y preservar de la ruptura el gobierno regional, algo que a priori podría generar incluso más inestabilidad política. Mientras y según se ha deslizado ya subrepticiamente, los socialistas parecen estar empezando a plantearse cómo elevar considerablemente el precio que tendría que pagar CC si quiere mantener el acuerdo político actual. Más áreas de poder y más dinero en los próximos presupuestos autonómicos para las consejerías socialistas, empezando por la vapuleada sanidad pública, serían parte del peaje a abonar por los nacionalistas para mantener el pacto. 

Todo parece que dependerá finalmente de si el PSOE quiera hacer valer su dignidad como fuerza política que no se deja "torear" - Julio Cruz dixit -  o si prefiere poner por encima de ese principio determinados intereses personales, tanto económicos como políticos. Lo cierto es que para que las quejas de los últimos días fueran creíbles, el PSOE debió haberse ido ayer a la oposición en lugar de alargar la incertidumbre sobre la estabilidad política de las islas en un extraño ejercicio de decir una cosa y hacer la contraria. No es creíble decir que el pacto está roto y no obrar en consecuencia, porque eso es lo mismo que irte sin irte o quedarte pero marcharte. O una cosa o la contraria, o sorber o soplar. 

El PSOE entra en barrena

A la hora de escribir este post ignoro si Pedro Sánchez presentará la renuncia como secretario general del PSOE, aunque no parece que tenga otra salida. La dimisión esta tarde de la mitad de la ejecutiva federal es un obús en la línea de flotación de la estrategia del debilitado dirigente socialista que abre un boquete imposible ya de taponar. Aunque uno empieza a estar curado de espanto ante la capacidad de Sánchez para aferrarse a la secretaría general, atrincherarte al frente del partido cuando no te apoya ni la mitad de la dirección sería una actitud infinitamente más irresponsable que el congreso extraordinario que el lunes se sacó de la manga para no asumir las consecuencias derivadas de los penosos resultados de las últimas citas electorales. 

Sánchez, en sus horas más bajas como político y seguramente en las últimas como máximo dirigente del PSOE, ha perdido claramente el pulso con los barones y ha terminado provocando una profunda división en el seno del primer partido de la oposición de este país, cuando es muy probable que los españoles seamos llamados a votar por tercera vez en un año. No me cabe la menor duda de que en el PP y en Podemos deben estar haciendo cálculos a esta hora de cuántos escaños más van a obtener en las próximas elecciones ante la desastrosa situación interna que se vive en un PSOE camino de pasar a estar dirigido por una comisión gestora. 

Son múltiples las causas que han llevado al partido y a su todavía secretario general a esta situación de fractura interna, pero una de ellas y no la menos importante es el propio Sánchez. Es cierto que se ha topado con los viejos rockeros del partido, poco dados a experimentos políticos salvo que sean con gaseosa. Sin embargo, Sánchez no ha tenido la mano izquierda que era imprescindible para atraerse a sus posiciones a la vieja estirpe de la que forman parte Felipe González o Alfonso Guerra, que lo fueron todo en el PSOE, y a la que se une el estamento nobiliario de los barones territoriales de los que dependen los principales graneros electorales socialistas. 


Ha preferido actuar como elefante en cacharrería, pisando callos en las federaciones más importantes del PSOE como la andaluza y proponiendo triples saltos mortales sin red para desatascar la gobernabilidad del país. Cuando el comité federal del partido, máximo órgano decisorio entre congresos, puso reparos a sus planteamientos los ignoró y recurrió al apoyo de los militantes para no dar su brazo a torcer. Esa finta, que ahora parece dispuesto a repetir si el comité federal no autoriza el congreso extraordinario, puso de evidencia que su máximo objetivo no era volver a hacer del PSOE un partido renovado pero fiel a sus esencias y capaz de disputarle el gobierno a la derecha. 

Era, sobre todo, escudarse en la militancia para mantener la secretaría general a toda costa con la indisimulada esperanza de acceder algún día a La Moncloa. Las grandes cuestiones que tenía y tiene que resolver el socialismo español - cómo hacer sostenible el estado del bienestar, cómo responder al populismo emergente, cómo resolver las tensiones territoriales o cómo diferenciar tu discurso económico del que sostiene el neoliberalismo - han quedado en el limbo a la espera de tiempos mejores. Ha preferido empezar la casa por el tejado y consolidar su poder personal antes que el poder de atracción del PSOE para unos electores en desbandada hacia la abstención o hacia otras formaciones políticas. 

Ese poder está hoy bajo mínimos porque la persona en cuyas manos recayó la responsabilidad de volver a hacerlo valer lo ha dilapidado, mientras el tejado por el que ha querido iniciar su obra está a punto de caerle sobre la cabeza. Como ya comenté en otro post hace unos días, el PSOE es un partido fundamental para la estabilidad política del sistema democrático español; por eso, la situación por la que atraviesa no debería alegrar a nadie, ni siquiera a sus rivales políticos por mucho que se puedan beneficiar de la misma. Ahora bien, es el PSOE, sus militantes y sus dirigentes, los que tendrán que decidir cómo quieren salir de esta debacle para volver a presentarse ante los españoles como un partido en el que sea posible confiar. 

Arde Granadilla

De nada sirvieron anatemas y expedientes de fulminante expulsión en diferido: los concejales de CC en Granadilla no sólo no retiraron la moción contra el socialista González Cejas y no sólo no fueron expulsados del partido por no hacerlo, sino que la llevaron al pleno y la sacaron adelante con el inestimable apoyo del PP y Ciudadanos. Para el PSOE estamos ante la mayor traición política desde que Bruto hundió su puñal en el viente de Julio César por acabar con la república. El PSOE con lo que quiere acabar de inmediato es con el cascado pacto en cascada que firmó hace algo más de un año con CC augurándole entonces larga vida y muchos éxitos. Lo dice otro Julio, de apellido Cruz y secretario de organización de los socialistas canarios por más señas. Él es quien más portavocea en el PSOE canario dado que al secretario general no se le escucha decir nada desde la última glaciación ni es probable que volvamos a escuchar su voz antes de que se fundan definitivamente los polos.

A la tambaleante situación en la que se encuentra en estos momentos el mentado pacto político se ha llegado después de una rocambolesca sucesión de hechos que requerirían varios post para contarlos y no es cuestión. Más allá de si hubo o no un un acuerdo verbal o por escrito entre Julio Cruz y el secretario de CC, José Miguel Barragán, para abortar la moción a través de unas extrañas renuncias de concejales en Granadilla, lo que se pone de manifiesto por enésima vez es el fracaso de acuerdos políticos impuestos con calzador y que a la postre se terminan empleando para desestabilizar al rival. Eso para empezar porque, para continuar, de lo que los ciudadanos ya estamos ahítos es de que estos churriguerescos episodios de campanario pongan patas arriba la estabilidad política y afecten a la gestión y a la solución de nuestros problemas. 


No sé si el PSOE terminará rompiendo el pacto en todos los ámbitos o se limitará a declararle la guerra a CC allí en donde pueda hacerle daño, como el ayuntamiento de La Laguna, manteniendo al mismo tiempo el acuerdo regional. Aunque parece poco menos que imposible que eso pueda funcionar, eso es precisamente lo que propone ahora una compungida CC, tal vez preocupada de que la indisciplina más o menos tolerada de sus concejales en Granadilla desemboque en una crisis política mucho más profunda de lo previsto en un primer momento por quienes la idearon y planificaron, convencidos seguramente de que no habría problema en meterle otro gol por toda la escuadra al PSOE. Ocurre, sin embargo, que los nacionalistas no cuentan en estos momentos con la mínima autoridad política exigible para hacer propuestas como esa, después de remolonear durante días con una expulsión que iba a ser fulminante y que ha quedado en un mero expediente disciplinario. José Miguel Barragán, que prometió abandonar la secretaría de CC si triunfaba la moción, aún no ha dicho si cumplirá la promesa.

En otras palabras, no parece que haya habido en las filas nacionalistas una voluntad decidida de parar una moción de censura que ahora pone en cuestión la estabilidad del mismísimo gobierno regional, como si los problemas de este archipiélago debieran pasar a un segundo plano durante semanas y puede que meses mientras los partidos se enfrascan en sus juegos de tronos. El presidente autonómico Fernando Clavijo no es hombre dado a meterse en jardines partidistas y prefiere mantener su perfil institucional. Sin embargo, eso no le impide ser el secretario de CC en Tenerife, la organización que supuestamente nunca supo ni autorizó la moción de Granadilla. Debería hacer una excepción y, en su condición de dirigente cualificado de CC, explicar por qué los concejales de su partido en ese municipio han incumplido un acuerdo con el PSOE que lleva su puño y letra y qué piensa hacer al respecto. 

Por su parte, el PSOE debería explicar también por qué está dispuesto a romper el pacto a raíz del triunfo de la moción en Granadilla y no lo ha hecho a pesar de las duras críticas de sus socios de CC a la gestión de los consejeros socialistas del Gobierno, la última al titular de Sanidad. ¿Cabe deducir que para el PSOE es más importante y trascendental mantener una alcaldía que defender su propia gestión en un servicio público como el de la sanidad? La salida de esta situación me temo que no está escrita pero debería producirse lo antes posible: si el PSOE entiende que se ha colmado el vaso de su paciencia que recoja sus cosas y pase a la oposición y que CC busque nuevos socios en el arco parlamentario, en donde tiene un amplio abanico en el que elegir. Ni puede Canarias ni nos merecemos los canarios continuar asistiendo a broncas políticas como la presente que poco o nada tienen que ver con los auténticos problemas de estas islas.