Si te quieres dir...

Sospecho que CC y el PSOE no asistieron a los cursillos prematriomoniales antes de estampar sus respectivas firmas al pie del acta de sus esponsales. O eso o faltaron a clase el día en el que se explicaron las virtudes que deben presidir el sagrado sacramento de los matrimonios políticos: tolerancia, respeto, sacrificio y amor, cantidades industriales de amor para saber perdonar y aceptar los defectos y humanos errores de la otra parte contratante. Sobre esos pilares inmarcesibles se han levantado históricamente las grandes alianzas políticas de conveniencia hasta que las siguientes elecciones o la traición las han destruido y vuelto a levantar más adelante, o no. Hay que aclarar que las citadas virtudes deben ser escrupulosamente observadas por ambos contrayentes y no sólo por uno de ellos ya que eso da lugar a la situación en la que vive en un sin vivir permanente el pacto canario de gobierno.  

El año y medio que hace ya desde que CC y el PSOE decidieron compartir el mismo techo ha sido un continuo desasosiego y disgusto. Al día siguiente mismo de que los contrayentes se intercambiaran las arras, ya estaba la primera parte contratante haciéndole la vida imposible a la segunda parte: que si una patadita en las canillas en aquel ayuntamiento, que si una puñaladita trapera en un cabildo, ahora unas declaraciones en público poco favorecedoras de sus cualidades, después un yo me lo guiso y yo me lo como y no te digo nada y así, suma y sigue. La segunda parte contratante, mientras tanto, ha respondido con beatífica mansedumbre y ha contado hasta cien millones antes de elevar la voz.


Pero cuando lo ha hecho, no ha sido tanto para quejarse de la mala vida que le da la primera parte como para proclamar  lo bueno y beneficioso que es este matrimonio que deberíamos mantener per secula seculorum y más allá, digan lo que digan los demás, que cantaba Raphael. La primera parte también comparte en público lo bueno que es haber conocido a la segunda parte y haber ido con ella al altar, aunque eso no le impide hace manitas sin mucho disimulo con una tercera parte que aspira a sustituir a la segunda en cuanto se presente la oportunidad y la ocasión.

Dos millones de canarios siguen con pasión y capítulo tras capítulo un culebrón que a poco que nos descuidemos va a durar más que “Simplemente María” y “Ama Rosa” juntas. A diario se preguntan de dónde saca tanta paciencia como demuestra la segunda parte y concluyen que si el santo Job gastara picadura y militara en el PSOE ya se le habría rebosado la cachimba hace tiempo y habría decidido que es mucho mejor vivir solo que mal acompañado.

El nuevo capítulo de la saga que protagoniza esta desavenida pareja tiene como argumento principal un impuesto que está dando más guerra que los diezmos y primicias de la Iglesia y del que tengo la sensación que se lleva hablando desde la última glaciación sin que la madeja se desenrede. Disgustada la segunda parte con los criterios de la primera para gastarse las perras del impuesto, se ha levantado de la mesa del salón y ha dado un portazo alto y fuerte.

Yo, ciudadano al que le gusta estar al cabo de la calle y que ha seguido con atención digna de mejor causa las interminables discusiones de la pareja en cuestión, soy incapaz de predecir si esto que suena es devuélveme el rosario de mi madre y quedate con todo lo demás, lo tuyo te lo envío cualquier tarde, no quiero que me nombres nunca más. Tengo para mi que es más bien un si te quieres dir dite, que yo no te juleo respondido por un échame si te atreves que yo de aquí no me meneo. Y así, pasando y pasando el tiempo, la relación de nuestra pareja se parece cada día más al cruce de un diálogo de los hermanos Marx con una canción de Pimpinela.   

Fidel ante la historia

Los juicios apresurados tienen el riesgo de terminar en sentencias injustas y el buen jugador debe templar la pelota antes de repartir juego. Juicios con sentencias apresuradas condenando o absolviendo a Fidel Castro hemos podido leer decenas este fin de semana, pero que intenten al menos ser ecuánimes y tener en cuenta agravantes y atenuantes sólo unos pocos. Habida cuenta de que hay mucha gente que sólo sigue viendo en Fidel un dechado de virtudes políticas y humanas, cabe aclarar de antemano que, bajo mi punto de vista, el mandatario muerto ha sido un autócrata que durante más de cinco décadas ha sojuzgado las libertades políticas y los derechos humanos de todo un pueblo, el cubano.

Y eso, por mucho que se quiera, no se puede obviar ni justificar con la excusa de las circunstancias históricas, la resistencia ante el imperialismo estadounidense o los avances innegables en sanidad o en alfabetización registrados en Cuba. Porque los derechos sin pan son tan inútiles e injustos como el pan sin derechos y, por desgracia para ellos, los cubanos llevan más de medio siglo sin que les sobren de ninguna de ambas cosas. Castro no fue un demócrata no porque no le dejaran los Estados Unidos sino porque no quiso serlo.


La leyenda trenzada en torno a su numantina resistencia ante Estados Unidos se tambalea cuando se recuerda que no tuvo reparos a la hora de entregarse con armas y bagajes al imperialismo soviético, tan expansionista e intervencionista como su contrario. Con la ayuda muy interesada por razones geoestratégicas de la Unión Soviética, Castro apoyó las guerrillas latinoamericanas y africanas que – es justo reconocerlo – pusieron sobre el tablero internacional las miserables condiciones de vida en muchos de esos países y alimentaron esperanzas entre millones de desposeídos de todo el mundo. El líder cubano encabezó también un movimiento de países falsamente “no alineados” que, sin embargo, estaba mucho más cerca de las posiciones de Moscú que de las de Washington y que se usó de forma permanente como caja de resonancia de la política internacional soviética.

Con todo ello y con su innegable destreza para la estrategia política, el comandante consiguió distraer la atención y mantener a raya a su poderoso vecino mientras se perpetuaba en el poder hasta que la muerte lo ha separado definitivamente de él. Fue esa gigantesca e influyente proyección internacional y su innegable carisma, devenido en mito revolucionario mundial,  el que le granjeó a Fidel las simpatías y el apoyo acrítico de una izquierda occidental y de una burguesía nacionalista que, sin embargo, no dudó en mirar para otro lado y hacer oídos sordos ante la vulneración constante de las libertades y de los derechos humanos en Cuba.


Era la izquierda que pedía esas mismas libertades para los españoles pero que, mientras escuchaba y cantaba las canciones de Silvio Rodríguez o Pablo Milanés, no tenía nada que reivindicar para los cubanos, salvo tal vez que Fidel no muriera nunca. Y lo sé bien porque yo, como muchos otros, nunca quisimos dar crédito a las noticias sobre torturas, purgas, ejecuciones y destierros en Cuba ni creímos que debiera haber otro partido que no fuera el comunista o que debiera existir libertad de expresión y de prensa. Todo eso se tenía por burda propaganda yanki o en el mejor de los casos por decisiones dolorosas pero inevitables para defender la revolución de sus enemigos internos y externos.


Con todo, la muerte de Fidel Castro no es el fin del castrismo, al menos mientras su hermano Raúl mantenga las riendas del poder en sus manos. Por mucho que la presidencia que asumió hace diez años haya supuesto alguna tímida apertura política y económica, no hay ningún elemento de juicio que permita atisbar cómo será el futuro de la isla cuando Raúl Castro, que ya no es un jovencito llegado de Sierra Maestra, también desaparezca del escenario político. Por otro lado, la presencia de un personaje como Donald Trump al frente de los Estados Unidos abre si cabe más incógnitas sobre la posibilidad de que los cubanos puedan avanzar  de manera pacífica hacia un régimen político abierto en el que se respeten los derechos humanos y las más elementales libertades políticas y hacia una economía menos dependiente del exterior y capaz de satisfacer las necesidades del país. Aunque sí hay un riesgo cierto y es que, con la excusa de la necesaria democratización del régimen político, Cuba cambie su dependencia actual de China y Venezuela por la de Estados Unidos como ocurría hace casi seis décadas.

“La historia me absolverá”, dijo Fidel en su defensa cuando fue juzgado por el fracasado asalto al cuartel Moncada en 1953. Con sus luces y sus muchas sombras, la historia ya considera a Fidel desde hace tiempo una figura política clave e irrepetible en el devenir de la segunda mitad del siglo XX y no es – o no debería ser – función de los historiadores condenar o absolver a nadie. Esa es potestad exclusiva de los pueblos y son por tanto los cubanos, a la luz de la historia de más de cinco décadas de castrismo con todas sus consecuencias, los que tienen la última palabra. 

Vino un chino

Si por una escala de unas horas ha faltado el canto de un pelo para nombrar al presidente chino hijo adoptivo, por una visita de verdad le hubieran encargado el pregón de las próximas fiestas del Pino. Aún dudo si elegir la carpeta de lo esperpéntico, la de lo ridículo o la de lo patético para clasificar algunas reacciones mediáticas y políticas con motivo del rato que ha estado Xi Jimping en Gran Canaria mientras su nutrido séquito echaba una cabezada y le ponía queroseno al avión antes de continuar rumbo a casa. De todo eso un poco creo que ha habido en las carantoñas dispensadas al Gran Timonel quien, seguramente, habrá tenido que pedir ayuda a alguno de sus asesores para que le señalara en el mapa el lugar del mundo en el que tenía el honor de sentar sus posaderas.

Uno comprende que haya gente a la que se le hacen los ojos chiribitas pensando en que si una pequeñísima parte de los 1.300 millones de chinos que hay en China se le ocurre hacer turismo en Canarias, petamos los hoteles hasta en los años bisiestos y tendríamos que construir un resort con spa a los pies del Roque Nublo. También es de humanos soñar con grandes negocios portuarios a lomos del comunismo capitalista chino, que va por África y Latinoamérica arramblando con las materias primas para mantener sus chimeneas fabriles expulsando humo negro las 24 horas del día.


Todas esas ensoñaciones podrían tener alguna posibilidad de convertirse en realidad si al menos la escala hubiera sido una visita y la misma hubiera tenido una cobertura mediática internacional. Sin embargo, no me consta que, además del equipo médico habitual de la televisión comunista china y el Diario del Pueblo, figuraran en la expedición corresponsales del New York Times, el Times o el Pravda. Incluso tengo para mi que el propio presidente andaba un tanto azorado ante el desparrame político y mediático local que le acompañó desde su llegada hasta su marcha. Si se fijan bien en la foto en la que aparece repatingado en una silla a dos prudenciales metros de la vicepresidenta Sáenz de Santamaría de chaqueta políticamente correcta, notarán un gesto de incredulidad ante lo que ven sus ojos.

Tal vez por eso se dignó dejar un piropo sobre lo buenas que estaban las papas con mojo y los hermosos paisajes de la isla. Lo cual tiene mucho mérito si consideramos el hecho que todo el paisaje que pudo ver fue el  del aeropuerto al hotel, vergel de belleza sin par como todos sabemos. Es una lástima que viniera en régimen de todo incluido y no saliera del hotel para darse una vuelta por los múltiples centros comerciales próximos y comprara unos turrones de La Moyera y una botellita de ron miel para brindar con los camaradas en Pekin.

Y hablando de camaradas, lo que sí he echado en falta entre tanta loa al Amado Líder sin boina es algún artículo, declaración o comentario alabando el escrupuloso respeto a los derechos humanos y a las libertades políticas que preside la ejecutoria del Partido Comunista de la República Popular China. Pero no nos pongamos exquisitos y confiemos en que la próxima vez que Evo Morales haga escala en Canarias reciba el mismo tratamiento que Jimping,  porque en la anterior el pobre presidente boliviano estuvo a punto de dormir en el cuartelillo con poncho y todo.