Ni me enfría ni me caliente que el PSOE se "dispare", que Podemos se "hunda" o que el PP y Ciudadanos "empaten" en la encuesta electoral publicada este miércoles por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Ni siquiera los contundentes términos empleados por los medios para atraer visitas a sus ediciones digitales pueden con mi escepticismo. Que me perdonen los estadísticos, pero mi nivel de confianza en sus proyecciones de voto lleva tiempo bajo mínimos. Las causas son varias, pero la principal es el escaso grado de acierto de esos sondeos cuando llega la hora de la verdad y los ciudadanos se expresan en las urnas. Aunque me ha dado un poco de pereza comprobarlo, supongo que los medios estarán plagados de sesudos análisis sobre las causas y consecuencias de los datos de la encuesta del CIS. Imagino también que tendremos, como en botica, explicaciones para todos los gustos, desde quienes auguran elecciones anticipadas para pasado mañana hasta quienes no tienen duda de que Pedro Sánchez agotará la legislatura.
Creo que sacar conclusiones tan contundentes sobre un instante concreto de la coyuntura política es un ejercicio estéril y ocioso que no conduce a ninguna parte ni tiene más posibilidades de hacerse realidad que de acertar la Primitiva. No quiero decir con ello que los partidos no valoren el dato y lo tengan en cuenta en la definición de sus estrategia. En realidad, creo que uno de los grandes problemas de la política actual, es que los partidos tienen tanta dependencia de los sondeos que no dudan en decir Diego donde habían dicho digo para adaptarse a la volátil opinión pública. Pero de ahí a concluir que con los datos de esta encuesta es más probable un adelanto electoral dista un buen trecho. En primer lugar porque dudo mucho de que los propios partidos crean ciegamente en los resultados del sondeo, por mucho que lo firme el CIS. No creo que lo hagan ni los que mejores resultados obtienen - el PSOE en este caso - y mucho menos los peor parados. Salvo que el dato se repita y consolide en sondeos sucesivos, sería un atrevimiento político poco responsable tomar una decisión de esa trascendencia sin sopesar otros muchos factores.
En todo caso, este sondeo del CIS publicado hoy me da pie para un par de reflexiones sobre la proliferación de este tipo de encuestas en los últimos tiempos, a pesar de sus reiterados desaciertos cuando se enfrentan al veredicto de las urnas. En todo sondeo es imprescindible la participación de dos actores, el encuestador y el encuestado. El primero suele ser una empresa demoscópica contratada por uno o varios medios de comunicación que hacen uso a discreción de los resultados y los comentan y analizan profusamente, que para eso han pagado. Al ciudadano apenas si le llega una parte mínima de los entresijos del trabajo: muestra, fecha de la encuesta, margen estimado de error y poco más. Sin embargo, nada sabe de la "cocina" empleada en el proceso e interpretación de los datos recogidos.
Cuestiones como a quién se pregunta, qué se pregunta o cómo se pregunta no son baladíes y pueden cambiar sustancialmente los datos. Estudios sociológicos han demostrado que el resultado se altera si se cambia el orden en el que se colocan en una encuesta los diferentes candidatos a una elección. Por poner un ejemplo, no es lo mismo preguntar si se prefiere para presidente del gobierno a Pedro Sánchez o a Pablo Casado que preguntar si se prefiere a Pablo Casado o a Pedro Sánchez. Por otro lado, las muestras son a veces literalmente ridículas y cuesta creer que se puedan extrapolar las respuestas de dos mil o tres mil ciudadanos a las de un censo de más de 36 millones de electores.
Desde el punto de vista del encuestado, no son menos ni menos importantes las pegas que cabe interponer a la fiabilidad de los sondeos. Por lo general, al ciudadano se le insta a responder sobre la marcha a cuestiones sobre las que no ha tenido tiempo de formarse una opinión o carece de elementos de juicio suficientes para decidir en cuestión de segundos a quién prefiere de presidente del gobierno. En esas circunstancias, el abanico de posibles respuestas puede ir desde ser sincero a ocultar el voto, pasando por mentir o afirmar que no votará. Respuestas todas ellas que se corresponden a un momento concreto y determinado y que pueden variar por completo en muy poco tiempo. Todo ello, unido a la menguante fidelidad de los votantes a un partido concreto y al hecho de que el voto se decide cada vez más en el último momento, imprimen una elevada volatilidad a las intenciones electorales de los ciudadanos que impide hacer previsiones con algo de fiabilidad más allá de periodos cada vez más cortos.
En este fenómeno tienen una influencia decisiva las omnipresentes redes sociales y los propios medios de comunicación que encargan las encuestas: los asuntos de actualidad que las redes y los medios priorizan y el tratamiento informativo que reciben, son un factor clave en la conformación de la opinión pública que, con razón, muchos llaman opinión publicada. Como señaló el profesor Giovanni Sartori, "los sondeos son un eco de retorno, un rebote de los medios de comunicación, y por tanto ya no expresan una opinión del público sino opiniones inyectadas en el público". En otras palabras, sondea, que algo queda ya que el espectáculo debe continuar.
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