Triste país

Triste país el mío: llevamos más de medio año sin gobierno y a casi nadie le importa. La última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas desvelaba incluso que el raquítico porcentaje de ciudadanos preocupados por la ausencia de gobierno en plenitud de funciones había bajado con respecto al estudio anterior. Pero no es eso lo más triste, con ser muy descorazonador que a la inmensa mayoría de los españoles les deje completamente indiferentes quién y cómo decide sobre sus vidas y sus  haciendas. 

Lo más triste es que el partido llamado a gobernar porque ganó las últimas elecciones mejorando incluso los resultado de las anteriores se sentará en el banquillo de los acusados por destruir deliberadamente pruebas de su presunta financiación irregular. Eso sí que es terrible porque ilustra con claridad que los responsables del partido que nos quiere gobernar, empezando por su presidente, y que tendría todas las bendiciones democráticas para hacerlo, actúa supuestamente con absoluto desprecio por las leyes positivas y por las de la decencia política más elemental. 

Noticias como la del procesamiento de los responsables de borrar a martillazos los ordenadores del PP para presuntamente hacer desaparecer las pruebas de la caja B, no hacen sino emponzoñar más el ambiente político y dar argumentos a quienes defienden que el partido que quiere gobernar y quien lo preside no son dignos de confianza ni apoyo. De este modo, el panorama parece tan agotado y falto de espíritu constructivo que después de un mes desde las elecciones vivimos una situación de bloqueo muy similar a la de la anterior legislatura e incluso más enquistada. En la anterior hubo al menos algún intento de conformar una mayoría parlamentaria y hasta se suscribió un acuerdo de gobierno que, al parecer, ya no tiene ninguna utilidad para nadie. ¡Qué pronto se guardan en un cajón en España por parte de algunos las grandes promesas, los acuerdos transformadores, las reformas inaplazables, la regeneración política, la lealtad a la letra y al espíritu de los compromisos!  

A la vista está que los partidos no fueron sinceros cuando tras las pasadas elecciones prometieron que no se repetiría la situación de bloqueo. Si lo hubieran sido al día siguiente de las elecciones habrían desplegado sus equipos negociadores y a estas alturas habría un gobierno ocupándose de elaborar unos presupuestos para el año que viene, negociando con todos los partidos, con los sindicatos y con los empresarios cómo garantizar el futuro de las pensiones, presionando en Bruselas, en París y en Berlín para que la sanción por déficit excesivo quede en apenas tirón de orejas. 

Habría un gobierno  buscando un verdadero pacto de estado por la educación, sentando las bases para mejorar la financiación autonómica y abordando una verdadera reforma fiscal que acabe con los parches electorales tan del gusto de Montoro. En pocas palabras, habría un gobierno discutiendo con todos y buscando acuerdos con todos sobre lo que debe hacerse y cómo debe hacerse. Puede sonar a utópico o ingenuo pero cada vez detesto más el politiqueo tacticista y cortoplacista y echo más en falta una verdadera voluntad política de acordar para avanzar. Es frustrante ver en qué ha derivado la política en un país que hace 40 años, cuando apenas empezaba a salir del largo túnel de la dictadura, fue capaz de acordar una Constitución democrática que obligó a todos a dejar a un lado principios preciosos. Hoy, en cambio, no sólo no es capaz de conformar un gobierno sino de ponerse acuerdo para nombrar a un presidente. 

Todos, sin excepción, se agarran a sus programas electorales, nadie parece dispuesto a renunciar ni a una coma para propiciar el acuerdo por por poco importante que parezca. A lo mejor esa es la clave, que el avance sea lento, pasito a pasito, y no el vuelco "revolucionario" que preconizan quienes llegaron ayer a la escena política y han tenido que aprender en carne propia que el maximalismo y el intento de imponer de inmediato tus principios como si fueran los únicos válidos y verdadero te pueden llevar a un largo ostracismo en la oposición. En la actual situación y con las actitudes que estos días muestran unos y otros, no solo no avanzamos sino que en el mejor de los casos nos estancamos y en el peor retrocedemos: pasa el tiempo y los problemas se agravan sin que nadie los atiende ni se enfrenta a ellos. 

Y a nadie parece importarle lo más mínimo tal cosa o tal vez nadie quiere asumir que presentarse a unas elecciones no es un pasatiempo bien remunerado sino una responsabilidad con los ciudadanos y con la solución de sus problemas por la vía de buscar lo que une o acerca en lugar de anteponer lo que separa o aleja. No pueden los representantes políticos no ser conscientes  de que los españoles hemos votado con ese fin y no actuar en consecuencia. En resumen, triste país aquel en el que, como en España, los representantes políticos abdican sus responsabilidades en aras de intereses coyunturales y en el que los ciudadanos hemos abdicado a su vez de nuestra obligación cívica y permitimos que los corruptos sigan utilizando el término regenerarse en vano.

Mi consejo para el rey

No seré yo menos y no renunciaré a aconsejar al rey sobre lo que debe hacer en esta churrigueresca situación política que nos regalan los partidos sin que hayamos hecho nada para merecerla. Si los recién llegados al escenario se creen con el derecho de indicarle al Jefe del Estado lo que debe pedir a otros actores con más callos políticos, no sé porque no iba a tener yo el mismo derecho a hacer otro tanto. No le voy a pedir que sugiera a nadie que vote en un sentido o en otro o que se abstenga en una eventual sesión de investidura que nos saque de este valle de incertidumbres por el que caminamos desde hace meses. 

Solo me voy a permitir recomendarle que llame a los partidos políticos ahora mismo y desconvoque de inmediato el besamanos anunciado para mañana, pasado y el otro en el Palacio de la Zarzuela. Puede dedicar ese tiempo que le quedaría libre de compromisos políticos a lo que quiera, en eso no entro ni salgo: rellenar crucigramas, leer el Marca, ver House of Cards, bañarse en la piscina de palacio o dormir la siesta, lo que a su soberana majestad le apetezca más. Eso sí, se lo pido por favor, ahorre a los españoles y ahorre para usted mismo un montón de tiempo perdido en vano, un montón de vacías ruedas de prensa sin nada sustancial que decir, un montón de nuevas cábalas y lecturas entre líneas para llenar tertulias, columna y telediarios y más frustración política de la que empezamos a ser capaces de soportar. 


Lo sabe perfectamente y lo sabemos todos los españoles: salvo milagro mariano, de este teatrillo que mañana va a iniciar Usted en La Zarzuela no va a salir un candidato a la investidura como presidente del gobierno. Cada día está más claro que quienes pueden desatascar la situación prefieren alargar el esperpento a la espera de que sean otros quienes se muevan de sus posiciones numantinas. Nadie da su brazo a torcer, nadie se baja del burro, nadie enseña sus cartas, nadie pone sobre la mesa - que se sepa - nada que se parezca a una propuesta de acuerdo. Y así, ya me dirá Usted qué sentido tienen lo que va a producirse a partir de mañana. 

Todos volverán a mirar al tendido y a silbar y se verá Usted en la tesitura de proponer a alguien que ya parece estar pensando en  hacerle el mismo feo que le hizo en la pasada legislatura, lo que le volvería a dejar compuesto y sin candidato que proponer al Congreso. Es verdad que podría también no proponer a nadie si después de escuchar lo que le diga cada uno llega a la conclusión el jueves de que proponer por proponer es bobería si no hay quien reúna apoyos suficientes para ser investido. Pero, fíjese lo que le digo, ni a tanto llegaría yo. Desconvocaría inmediatamente lo del besamanos y lo volvería a convocar para dentro de una o dos semanas con la esperanza de que al jorobarles bien las vacaciones serán capaces de recapacitar y entrar en razón. 

Eso sí, para entonces les exigiría que acudieran con los deberes hechos, sin borrones ni tachaduras so castigo de no volver más por la Zarzuela a hacerle perder su valioso tiempo y a sacar de quicio a los hastiados ciudadanos de este país. Y debería de advertirles sobre todo de que se están jugando su continuidad en el partido por evidente pasividad en la brega. Aunque si le soy sincero, dudo de que aún así cambien de actitud y muestren de una vez un poco de respeto para con los ciudadanos y sus problemas de los que ya llevan demasiado tiempo inhibiéndose como si no fueran con ellos y como si no hubieran sido elegidos para buscarles solución entre todos. 

Por eso, me reafirmo en lo que escribí hace unos días y le pido con todo respeto que si tiene a bien desconvocar el paseíllo político de mañana les traslade también este mensaje: o alcanzan un acuerdo cuanto antes - es indignante que un mes después de las elecciones aún estemos en esta situación - o habrán quedado completamente deslegitimados para volvernos a pedir que votemos por ellos.  

Trump aterra

Como la cansina cotidianidad política en la 13 Rúe del Percebe nacional apenas daría para un par de líneas y no quisiera ser yo tan escueto, me ha dado hoy por fijarme en lo que pasa estos días en Estados Unidos. Puede que haya sido su dorado pelo al viento esta vez colocado en su sitio, el mohín impaciente, los ojos entrecerrados y el dedo acusador. En efecto, hablo de él, del showman de la televisión sobre el que los siempre perspicaces y corrosivos Simpson ya vaticinaron en 2000 que algún día pisaría el despacho oval de la Casa Blanca.

Aún no lo ha conseguido pero acaba de dar un paso de gigante en esa dirección al ser nominado por la convención republicana. Eso es lo que me da miedo de alguien que vocifera como un energúmeno sobre el terrorismo yihadista o sobre la obsesión del muro que se le ha metido en la cabeza levantar en la frontera entre su país y México. Pienso para mi que alguien que tiene que gritar y gesticular de ese modo para exponer sus ideas - vamos a llamarlas así por conveniencia y economía  - es que o no las tiene todas consigo o es un fanático del que sería conveniente alejarse lo más posible. Cuando este personaje salido literalmente de un reality show titulado "El Aprendiz" anunció que lucharía por la nominación republicana a la Casa Blanca pensé que no llegaría muy lejos en sus aspiraciones y que pronto se le opondría alguien que le obligaría a volverse por donde había venido. Me equivoqué, varios se le opusieron y todos terminaron arrojando la toalla más pronto o más tarde. No advertí que son precisamente esa aureola de predicador enloquecido y su magistral dominio de los medios lo factores que le ha hecho ganar la candidatura. 


Pero que yo no supiera ver eso no tiene ninguna importancia. Sí la tiene en cambio que los grandes medios norteamericanos, los de referencia, las biblias del periodismo, se lo tomaran a pitorreo cuando en realidad estaban ante un fenómeno mediático de primera magnitud que ninguno de estos gurús periodísticos supo ver. Cuando cubrían sus actos de campaña lo hacían más bien con la idea de que dijera alguna patochada de las suyas, de que insultara a alguna periodista o a los hispanos o a los afroamericanos o a las musulmanes. Era carne de televisión, de redes sociales y de grandes titulares y eso vendía periódicos, incrementaba las audiencias y convertía en virales sus disparatadas declaraciones y las reacciones de sus seguidores y de sus detractores. Un gran circo mediático que los sesudos analistas norteamericanos ignoraron alegremente mientras el dueño del circo acumulaba seguidores entre la América más profunda, conservadora y patriotera y ganaba nominaciones en un estado tras otro. 

Ahora sólo cabe contener la respiración y aguardar a lo que ocurra en las elecciones presidenciales de noviembre. Serán unas elecciones inéditas en Estados Unidos porque serán las primeras en las que una mujer aspira a la Casa Blanca y un magnate de discurso xenófobo, beligerante y unilateralista represente a la derecha tradicional del país. No me calentaría ni mucho ni poco lo que se decida en esa contienda electoral si no fuera porque esa decisión puede tener unas repercusiones u otras en millones de personas más allá de las fronteras de Estados Unidos. Dicen ahora algunos analistas que a la estrella de la tele no le quedará más remedio que moderar su discurso para atraerse a los indecisos y robarle incluso votos a los demócratas. Puede ser pero la cuestión no es esa, sino cuánto tardaría una vez en el despacho oval en despojarse de la interesada piel de cordero para ser el lobo que a todas luces es y cuyas arengas filonazis tanto terror empiezan a producir.  Ahora ya no hace gracia a quienes antes lo consideraban un payaso sin posibilidades, ahora aterra.