Mario Vargas Llosa y la crisis (1)



Mario Vargas Llosa es un tipo admirable: a sus muy bien llevados 76 años mantiene una enorme capacidad de análisis y un dominio del lenguaje para expresar sus ideas con tan rotunda claridad que resulta difícil no estar de acuerdo con él en la mayor parte de las posiciones que defiende con segura convicción.

Sin contar su fructífera trayectoria literaria, merecedora de los más importantes galardones en su género (Nobel, Príncipe de Asturias, Cervantes, etc.). En el transcurso  de su reciente paso por Las Palmas de Gran Canaria para recibir el título de hijo adoptivo de la ciudad y ser investido doctor honoris causa por su universidad, el escritor peruano ha dejado algunas reflexiones de calado sobre la banalización de la cultura, asunto central de su último ensayo titulado "La civilización del espectáculo", o la trascendencia de la lectura para quienes aspiran a dedicarse a la literatura o simplemente para la formación humana, intelectual y cultural de cualquier ciudadano.

Habló también del papel de los intelectuales en la sociedad actual para lamentar la poca atención que se les presta en un mundo dominado por la imagen, deplorar la creciente tendencia de los políticos a rodearse de estrellas mediáticas de moda y reconocer, no obstante, que también han sido muchas las equivocaciones en las que han incurrido esos mismos intelectuales.
 
 Es evidente por todo ello que Mario Vargas Llosa no responde al tópico del escritor encerrado en su torre de cristal ajeno a lo que ocurre a su alrededor y atento sólo a incrementar y mejorar su obra literaria. Eso le lleva a adentrarse en jardines como el de la crisis económica, sus causas y sus consecuencias, en los que ya se hace casi imposible compartir sus puntos de vista.



En un encuentro con los medios de comunicación durante su estancia en Canarias, Vargas Llosa hizo una encendida defensa de la vigencia de la unidad europea como el único proyecto capaz de superar para siempre los conflictos terribles que han azotado el viejo continente durante siglos, especialmente las dos guerras del siglo XX. 

Nada habría que reprocharle a esa saludable dosis de optimismo si no fuera porque los hechos tozudos, que al final son los que cuentan frente a los proyectos políticos más idealistas y las grandes palabras, parecen señalar en la dirección contraria. El ascenso de la extrema derecha en Grecia, Francia, Alemania, Dinamarca, Holanda o el Reino Unido ante la manifiesta incapacidad de los viejos y anquilosados partidos políticos para generar esperanzas entre los ciudadanos de la maltrecha Europa es sólo un ejemplo de los varios que se podrían poner sobre la mesa.

Tampoco es posible compartir su visión sobre el origen de esta profunda crisis económica que Vargas Llosa parece circunscribir al derroche en el gasto por parte de gobiernos como el español, lo que le lleva a concluir que los sacrificios que ahora nos toca hacer los tenemos bien merecidos por haber vivido muy por encima de nuestras posibilidades, tópico cada vez más odioso. 

(Continúa)

Mario Vargas Llosa y la crisis (y 2)


De un plumazo se olvida el laureado escritor peruano de la desregulación del sistema financiero mundial impulsado desde la época de los muy liberales Reagan y Thatcher, de la contabilidad creativa de los bancos, de las hipotecas basura que esa desregulación favoreció y que está en el origen de la crisis y de los sueldos multimillonarios de los directivos de bancos rescatados con ingentes cantidades de dinero público. Según su argumento, parece como si un capitalismo libre de ataduras y cabalgando sobre una globalización atenta sólo a los grandes movimientos de capitales gracias a las nuevas tecnologías de la información no hubiese tenido responsabilidad alguna en la situación actual.
 
Su defensa de la política de austeridad fiscal a toda costa que la canciller alemana Angela Merkel ha impuesto a toda Europa entronca perfectamente con la gran idea fuerza del neoliberalismo: lo público es ineficiente y derrochador por naturaleza y sólo lo privado es garante de eficiencia y riqueza.

A estas alturas de la crisis, cuando se multiplican las señales y las voces cualificadas que denuncian que el camino del masoquismo fiscal sólo puede conducir al abismo más profundo, como si alguien que ha caído en un hoyo cavase cada vez con más fuerzas para intentar salir de él, resulta desconcertante y desconsolador escuchar a un intelectual como Vargas Llosa criticar a quienes osan cuestionar esa política suicida generadora de sufrimiento y desesperanza. 

 Con todo, lo más descorazonador es el veredicto de Vargas Llosa sobre quién debe pagar los platos rotos de la crisis: con la claridad que le caracteriza, asegura que en todas las grandes crisis de la historia, las pasadas, la presente y las futuras, siempre ha sido, es y será "el pueblo" el que cargue sobre sus espaldas las culpas de la minoría responsable. Y remata diciendo que oponerse a esa realidad histórica puede ser muy válido desde el punto de vista ético pero no es políticamente operativo.

Si el argumento no viniera de quien viene cabría decir que Vargas Llosa es un cínico sin corazón ni sensibilidad alguna ante la miseria y el dolor que está inflingiendo a millones de seres humanos el ideario económico y político que él mismo defiende. Parece más bien como si hablase o escribiese sobre la crisis, sus causas y sus consecuencias, de oídas y desde un conocimiento puramente académico pero muy imperfecto de la realidad social.

Al predicar de este modo la resignación ante la injusticia que supone que paguen las consecuencias de la crisis quienes la padecen, Vargas Llosa se convierte en un intelectual orgánico más del capitalismo realmente existente, aquel para el que el primer y único valor a defender es el enriquecimiento económico individual y para el que, como diría Margaret Thatcher, "la sociedad no existe".

Todo lo cual, además, entra en flagrante contradicción con el papel de conciencia y crítica social que el propio Vargas Llosa parece reclamar para los marginados intelectuales. En estos tiempo más que nunca necesitamos pensadores críticos, con ideas originales, lucidez en el análisis, alternativas creíbles y explicaciones convincentes de lo que nos pasa, por qué nos pasa y qué podemos hacer. Vargas Llosa, uno de los más grandes escritores vivos, no se encuentra entre ellos.
 
NOTA: Para quien crea que las afirmaciones de Vargas Llosa sobre las causas y las consecuencias de la crisis fueron hechas sin pensar (no creo que Vargas Llosa haga nunca una reflexión en voz alta sin haberla meditado previamente con mucho detenimiento) y en el contexto informal de un encuentro con periodistas, puede leer este artículo publicado ayer en EL PAÍS:  "Las ficciones malignas" - Mario Vargas Llosa

Músicas para una vida - Pedro Navaja

Pequeña obra maestra de género negro de Rubén Blades, inspirada en la canción Mackie Messer de Bertolt Brecht a la que en su día puso música Kurt Weill.