De un plumazo se olvida el
laureado escritor peruano de la desregulación del sistema financiero mundial
impulsado desde la época de los muy liberales Reagan y Thatcher, de la
contabilidad creativa de los bancos, de las hipotecas basura que esa
desregulación favoreció y que está en el origen de la crisis y de los sueldos
multimillonarios de los directivos de bancos rescatados con ingentes cantidades
de dinero público. Según su argumento, parece como si un capitalismo libre de
ataduras y cabalgando sobre una globalización atenta sólo a los grandes
movimientos de capitales gracias a las nuevas tecnologías de la información no
hubiese tenido responsabilidad alguna en la situación actual.
Su defensa de la política de
austeridad fiscal a toda costa que la canciller alemana Angela Merkel ha
impuesto a toda Europa entronca perfectamente con la gran idea fuerza del
neoliberalismo: lo público es ineficiente y derrochador por naturaleza y sólo
lo privado es garante de eficiencia y riqueza.
A estas alturas de la
crisis, cuando se multiplican las señales y las voces cualificadas que
denuncian que el camino del masoquismo fiscal sólo puede conducir al abismo más
profundo, como si alguien que ha caído en un hoyo cavase cada vez con más
fuerzas para intentar salir de él, resulta desconcertante y desconsolador
escuchar a un intelectual como Vargas Llosa criticar a quienes osan cuestionar
esa política suicida generadora de sufrimiento y desesperanza.
Con todo, lo más
descorazonador es el veredicto de Vargas Llosa sobre quién debe pagar los platos
rotos de la crisis: con la claridad que le caracteriza, asegura que en todas
las grandes crisis de la historia, las pasadas, la presente y las futuras,
siempre ha sido, es y será "el pueblo" el que cargue sobre sus espaldas
las culpas de la minoría responsable. Y remata diciendo que oponerse a esa
realidad histórica puede ser muy válido desde el punto de vista ético pero no
es políticamente operativo.
Si el argumento no viniera
de quien viene cabría decir que Vargas Llosa es un cínico sin corazón ni sensibilidad
alguna ante la miseria y el dolor que está inflingiendo a millones de seres
humanos el ideario económico y político que él mismo defiende. Parece más bien
como si hablase o escribiese sobre la crisis, sus causas y sus consecuencias,
de oídas y desde un conocimiento puramente académico pero muy imperfecto de la
realidad social.
Al predicar de este modo la
resignación ante la injusticia que supone que paguen las consecuencias de la
crisis quienes la padecen, Vargas Llosa se convierte en un intelectual orgánico
más del capitalismo realmente existente, aquel para el que el primer y único
valor a defender es el enriquecimiento económico individual y para el que, como
diría Margaret Thatcher, "la sociedad no existe".
Todo lo cual, además, entra
en flagrante contradicción con el papel de conciencia y crítica social que el
propio Vargas Llosa parece reclamar para los marginados intelectuales. En estos
tiempo más que nunca necesitamos pensadores críticos, con ideas originales,
lucidez en el análisis, alternativas creíbles y explicaciones convincentes de
lo que nos pasa, por qué nos pasa y qué podemos hacer. Vargas Llosa, uno de los
más grandes escritores vivos, no se encuentra entre ellos.
NOTA: Para quien crea que
las afirmaciones de Vargas Llosa sobre las causas y las consecuencias de la
crisis fueron hechas sin pensar (no creo que Vargas Llosa haga nunca una
reflexión en voz alta sin haberla meditado previamente con mucho detenimiento)
y en el contexto informal de un encuentro con periodistas, puede leer este
artículo publicado ayer en EL PAÍS: "Las ficciones malignas" - Mario Vargas Llosa
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