Vamos a ver, dijo un ciego

Anuncian las petroleras españolas – REPSOL, CEPSA y BP – que van a hacer un esfuerzo para que bajen los precios de los combustibles. Confío en que no se hernien y quiebren en el intento, no vaya a ser que tengamos que rescatarlas como a los bancos, ahora que alguna de ellas se ha convertido incluso en un símbolo patrio. Lo dijeron ayer poco antes de reunirse con el ministro Soria, que anda el hombre agobiado con los disgustos que le están dando el déficit de tarifa eléctrica y la meteórica subida de los precios de la gasolina, entre otros agobios.

Previamente, el propio Soria había dicho en el Congreso que como las petroleras no se avengan a razones y recorten sus márgenes de beneficios – los más altos de la Unión Europea – se van a enterar de cómo se las gasta el Gobierno en una época de crisis como la actual en la que todos tenemos que arrimar el hombro para - ya saben – crecer y crear empleo. Amenaza incluso el Gobierno con un incremento de la presión fiscal vía céntimo verde o medida similar que se aplicaría sobre los beneficios de las compañías.

Confía en que de llegar a tomar una medida como esa - que está por ver – su impacto no se traslade a los precios en las estaciones de servicio – no me imagino cómo - hasta el punto de que llenar el depósito del fotingo salga más caro que hacerlo con Don Perignon. De vigilar cómo se forman los precios de los combustibles que pagamos los curritos en la gasolinera no ha dicho nada el ministro, ni de investigar ese extraño fenómeno por el cual los precios suben a la vez en todos lados y en una cuantía similar; pareciera como si las petroleras se hubiesen puesto de acuerdo bajo cuerda para incrementarlos anulando la competencia entre ellas por la vía del conchabo. Mas, no debe pensar el ministro que tal cosa esté ocurriendo ni que ello sea motivo para una sanción ejemplar.


Mentarle esas cosas tan feas e impopulares a las petroleras y a otras grandes empresas es como nombrar la soga en casa del ahorcado y no me cabe duda de que, para evitarlo, pondrán cara de ser buena gente y prometerán el oro negro y el moro si hace falta. Otra cosa es lo que ocurra realmente en la práctica en un sector en el que la ley de la gravedad funciona el revés: todo lo que sube nunca baja o, si lo hace, nunca en la misma proporción en la que ha subido. 

Me malicio, no obstante, que lo más que le preocupa a Soria no es tanto que los desafortunados que no disponemos de coche oficial tengamos que dejarnos una buena parte de nuestro sueldo en la gasolinera. Creo más bien que la preocupación viene por la subida meteórica del IPC a cuenta precisamente de los carburantes, con lo que eso puede implicar para las cuentas públicas a la hora de revisar las pensiones en noviembre.

Ahora que, por mucho que Rajoy lo niegue, llegan desde Bruselas mandatos cada vez más nítidos sobre la necesidad de revisar el sistema de pensiones, el Gobierno se ve en la necesidad de hacer como que hace algo con el fin de parar la escalada de precios de las gasolinas y las petroleras simulan que van a hacer algo para darle gusto al Gobierno.

Los que no tenemos más remedio que acudir a las gasolineras deberíamos ir pensando en la bicicleta o en el coche de San Fernando; los pensionistas, por su parte, que vayan haciéndose a la idea de otro hachazo porque, como dijo un ciego, vamos a ver.

Cataluña enseña las uñas

La multitudinaria manifestación independentista de ayer en Barcelona – 600.000 manifestantes según el Gobierno central, 1,5 millones según los Mossos y 2 millones según los convocantes – es un serio toque de atención al Gobierno de Mariano Rajoy más allá del ineludible baile de cifras. Alentada y respaldada por el Gobierno de la Generalitat, si una cosa ha puesto de manifiesto esta marcha es que el Estado autonómico empiezan a saltar por las costuras que la Constitución de 1978 pretendió dejar bien cosidas. El tiempo ha demostrado que no es así y que resulta cada vez más perentorio pensar en un nuevo traje en lugar de remendar el viejo por la vía de la recentralización que propugna el PP, que sí supone un riesgo verdadero de ruptura.

Es cierto que la manifestación de ayer es la respuesta – contundente - ante la negativa del Gobierno español a negociar el pacto fiscal que exige la Generalitat, por más que las dimensiones de la demostración pública del descontento hayan superado con creces las propias previsiones del Govern que ahora deberá gestionar esta reivindicación independentista.
 
Pero también lo es que, detrás de esa protesta, anidan intereses políticos y económicos poco solidarios con el resto del país en una situación de crisis tan dramática como la actual. Sin olvidarnos de que la llama independentista le permite a Artur Mas desviar la atención sobre sus durísimos recortes derivados del descontrol en las cuentas públicas. Todo ello, sin entrar a analizar ahora cuál podría ser el futuro de un Estado catalán independiente que tendría que solicitar su ingreso en la Unión Europea y contar con la unanimidad de todos sus miembros para ser aceptada.

Sin embargo, el envite independentista de ayer no sólo está ahora en los tejados de la Generalitat y de las fuerzas políticas soberanistas; también está en el del Gobierno español con su presidente a la cabeza, que no puede despachar con un desdeñoso no es el momento de líos ni algarabías un asunto de este calado político. Es evidente que el apoyo del PP a CIU en Cataluña y de los nacionalistas catalanes a Rajoy en Madrid pone a ambas fuerzas políticas en una situación incómoda pero, tal vez por eso, favorable también para el encauzamiento de la situación. Algo tendrá que decir también el PSOE, además de las ambigüedades previas a la manifestación de ayer.

La Constitución fija la organización política del Estado pero ello no implica que su reforma deba ser tabú para los partidos políticos – para responder al dictado de los mercados no lo fue en absoluto y se cambió de la noche a la mañana.

Cada vez parece más evidente que únicamente explorando la vía federal puede tener alivio la dinámica de tensión permanente que viene presidiendo desde hace años las relaciones entre el Gobierno central y las comunidades autónomas, mucho más acusada a raíz de la crisis económica – véanse también los casos del País Vasco o de Canarias.

Resolver los problemas empieza por afrontarlos, no por minimizarlos, despreciarlos, demorarlos o esconderlos. Si hay voluntad y altura políticas no faltarán instrumentos para lograrlo.

Mariano Tancredo Rajoy

Cinco avezados periodistas no fueron capaces anoche de arrancarle un titular medianamente potable al presidente Rajoy en la entrevista que le hicieron en Televisión Española. Y no es que les faltaran tablas y hasta colmillo retorcido a la mayoría de los entrevistadores, es que cuando uno no quiere ni cinco ni diez ni todo un país puede. Vano esfuerzo el de la televisión pública que se pasó todo el fin de semana autopromocionando la entrevista con Rajoy, la primera que ofrece el presidente a una cadena de televisión desde que llegó a La Moncloa. A la vista de los resultados, mejor hubiese programado un capítulo de Cuéntame.

Las respuestas de Rajoy, en un tono que pretendía ser didáctico pero que en la mayor parte de las ocasiones se quedó en un mero encastillamiento en sus posiciones ya de sobra conocidas, no sólo decepcionaron sino que no arrojaron la más mínima luz sobre lo que se propone hacer el presidente en los próximos días o semanas en asuntos como el tan traído y llevado rescate que él, por supuesto, evitó llamar así o adoptó un tono desdeñoso cuando lo hizo.

Como es lógico negó haber presionado al BCE para que compre deuda de países en apuros como España, pero se mostró encantado de que eso vaya a ocurrir en tanto le insufla oxígeno para aguantar ¿hasta las elecciones gallegas? Por cierto, preguntado por la posibilidad de que el PP pierda la mayoría absoluta en la tierra natal del líder, Rajoy no se cortó un pelo de la barba para hacer campaña electoral en la televisión pública en favor de Feijóo.


Por lo demás, sus razonamientos sobre el déficit – es más importante recortar el déficit que eso que usted llama rescate, le espetó a una de las periodistas – suenan ya a canción del verano, al igual que esa insufrible cantinela de que todas las medidas que su gobierno está tomando servirán para crecer y crear empleo; cuando se le preguntó por iniciativas que incentiven de verdad la economía más allá de los recortes en el estado del bienestar, entonó de nuevo el estribillo del control del déficit en el que este hombre de fe inquebrantable en el masoquismo fiscal que predica e impone su amiga Angela Merkel ve la panacea a todos los males del país.

Su reiterada promesa de que no tocará las pensiones – las personas que tienen 80 o 75 años ya no pueden ponerse a buscar trabajo ¡gran razonamiento! - sonó a que efectivamente las tocará a la vista de que, como él mismo tuvo que admitir, tampoco quería subir los impuestos directos e indirectos, ni recortar en sanidad o en educación o en servicios sociales y tuvo que hacerlo porque no había más remedio si queremos controlar el déficit para que que se crezca y haya enmpleo. ¡ Qué cansino puede llegar a ser este hombre! Que Rajoy esté muy contento con los resultados de la reforma laboral no debe sorprender a nadie siempre que se crea en que cuando la situación mejore la reforma será un elemento fundamental - ¿saben para qué? - para crecer y crear empleo. Nunca lo hubiera imaginado.

Ahora que el PP ha puesta en marcha la cruzada protaurina conviene recordar aquí a Don Tancredo, torero de fama mundial cuyo estilo consistía básicamente en salir al ruedo y subirse a una banqueta: allí esperaba a que el bicho embistiera y que, con un poco de suerte, pasara de largo. Y así actúa también Rajoy aunque con una diferencia con respecto a Don Tancredo: desde la banqueta del Gobierno, él azuza al toro para que cornee al respetable y aspira encima a cortar orejas y rabo y a salir a hombros por la puerta grande.