Por su sueldo lo conocerán

Se hacen lenguas en el PP para alabar la transparencia de Mariano Rajoy que, una semana después de anunciarlo, ha publicado al fin su declaración de la Renta. Hasta le piden al resto de los partidos que hagan lo mismo en un intento desesperado de desviar el foco de los papeles de Bárcenas y de los sobresueldos. Consideran los populares que con ese presunto striptease fiscal ha quedado todo claro y reluciente y las dudas despejadas. Nada de eso sino más bien todo lo contrario.


Lo primero que ha saltado a la vista es que en la declaración de la Renta que ahora publica Rajoy hay una diferencia a su favor de casi 83.000 euros en concepto de dietas y gastos de representación abonados por el PP y de la que nada dijo al Congreso de los Diputados. ¿Por qué? Misterio. Llama aún más la atención que entre 2004 y 2005 cobrara nada más y nada menos que tres sueldos, uno del PP, otro del Congreso y un tercero del Gobierno. Sin embargo, lo más que escandaliza e indigna es que en pleno vendaval de la crisis que se ha llevado por delante a tres millones de empleados y ha puesto al país a los pies de los caballos de la pobreza, el sueldo del presidente se incrementara un 27%, o lo que es lo mismo, 30.000 euros más. Así, en 2009, cuando la crisis ya había hecho acto de presencia con toda su crudeza y Rajoy acababa de perder sus segundas elecciones, el sueldo del hoy presidente pasó de 186.000 a 196.000 euros.

El mismo año en el que tanto Rajoy como sus correligionarios y la patronal clamaban por las esquinas pidiendo contención de salarios, él cobró un total de 240.000 euros mientras estuvo en la oposición. Después llegó por fin al Gobierno y su sueldo oficial se fijó en 75.000 euros anuales. El otro día, en su incalificable declaración sin preguntas en medio de la tormenta por los papeles de Bárcenas, el presidente indicó que no había venido a la política a enriquecerse y que de registrador de la propiedad ganaría más.

A la vista de estas cifras de su declaración de la Renta cabe dudarlo y con mucho fundamento, máxime cuando hay no pocas dudas sobre si ha seguido percibiendo ingresos a través de alguna vía por su condición de registrador de la propiedad. Dudas que, por supuesto, tampoco aclara la declaración de la Renta que acabamos de conocer. Sobre ese asunto en particular escribió Miguel Ángel Aguilar un artículo hace unos días que por misteriosas razones nunca vio la luz en su periódico EL PAÍS:  El dinero perdido de Rajoy

No se vayan que aún hay más. Resulta cuando menos obsceno que el espumoso sueldo de Rajoy haya procedido de un partido como el PP cuya financiación depende en un 90% de subvenciones públicas, es decir, de dinero que aportamos todos los ciudadanos. Dicho de otra manera, de un partido cuya bandera ideológica es que lo público es ineficiente e ineficaz salvo, claro está, cuando se trata de ordeñarlo en beneficio propio.

Con todo, la guinda la pone otro dato no menos llamativo que los anteriores. Dicen los papeles de Bárcenas que el último supuesto sobresueldo se pagó en 2008, el mismo año en el que, según algunas informaciones, Cospedal ordenó acabar con esa práctica. Pues resulta que es precisamente en 2008 cuando el sueldo de Rajoy como presidente del PP se incrementó casi un 18%, lo que en términos absolutos supuso un aumento de 28.000 euros. Los asientos que aparecen en los papeles de Bárcenas reflejan pagos anuales a Rajoy de 25.000 euros, una cantidad muy similar al disparo hacia arriba que experimentó el sueldo oficial del líder de los populares ese año. ¿Pura coincidencia o lo negro se convirtió en blanco por arte de magia?

Como era de esperar, nada aclara la declaración de la Renta de Rajoy y nada pueden aclarar las ridículas auditorías encargadas por el partido. Sólo la investigación judicial podrá hacerlo si el asunto llega de una vez a manos de un juez en lugar de seguir dando vueltas por la fiscalía hasta las calendas griegas. Una cosa si está clara: a Rajoy ya se le conocía por sus injustas políticas económicas y sociales y ahora se le conoce también por el sueldo que ha percibido a cambio de predicar e imponer austeridad, contención salarial a los trabajadores y sacrificios sociales sin cuento mientras sus emolumentos en blanco o en negro subían como la espuma. A eso debe ser a lo que llaman en el PP predicar con el ejemplo.

Urdangarín: de empalmado a embargado

El pobre Duque de Palma ha pasado en poco tiempo de empalmado a imputado y ahora también a embargado. Y no precisamente de la emoción. Este as del trinque y la rebanada pública, este atlético campeón de las salas enmoquetadas y los aposentos reales, pasa estos días por un duro e injusto calvario. Ya nadie quiere sacarse fotos con él ni pedirle autógrafos; hasta su cuñado hace todo lo posible para no encontrárselo cara a cara, mientras la canallesca y los jueces lo persiguen con saña inmerecida allá por donde va. ¡Un suplicio!

La ciudad de la que toma el nombre su ducado se avergüenza de que una de sus principales calles se llame Duque de Palma: hoy mismo quitarán la placa y hasta le han pedido a su suegro que le retire el ducado. ¡Lo que hay que oír y ver! Su familia política lo ha desahuciado de la Casa Real y lo ha borrado de su web como si se tratara de un Trotsky cualquiera. La cuestión es hacerlo invisible a los ojos reales, desterrarlo a las tinieblas del olvido y allá se las componga él y sus audaces andanzas ducales. Dicho de otra manera: apartarlo de los dominios reales para que no recaiga sobre ellos mácula corrupta alguna. Vano intento me parece, o en castizo, a buenas horas mangas verdes.

El daño ya está hecho y la mancha causada es de las que más que verse huelen, y por mucho que se intente no hay manera de que dejen de heder. Y así, fané y descangallado, al duque lo tiene bien agarrado por sus ducados un juez que osa incluso interrogarle vestido con vulgar chaqueta de pana verde. A la vista de la cuantía del trinque público le impuso una fianza solidaria de más de 8 millones de euros que ni el cada vez menos empalmado duque ni su socio de correrías y sin embargo enemigo, Diego Torres, han querido pagar. Y ello, a pesar de ser público y notorio que con vender la chabolita de Pedralbes y algún cuartucho más repartido por esos mundos de Dios satisfaría con creces buena parte de la fianza y hasta la fianza entera.

Él no, él es un duque con toda la barba que se siente "injustamente empobrecido" y amaga con ir al Constitucional en defensa de sus vulnerados derechos a ser medalla de oro en los prestigiosos campeonatos nacionales de El Botín Público para quien se lo curre. Ahora, ese juez tan irrespetuoso con la sangre azul que corre por las venas de este duque de triste figura, ha osado pedir un listado de sus bienes para embargárselos. ¡A dónde iremos a parar! ¡Qué falta de respeto! ¡Qué atropello a la razón! ¡Cualquiera es un señor! ¡Cualquiera es un ladrón!

Esta es la triste historia de un pobre duque que lo tuvo todo pero no tuvo bastante y que ahora se ve abandonado a su triste suerte. Moraleja: nunca te empalmes con lo ajeno o se te notará el bulto en la billetera y terminarás embargado y puede que hasta en la cárcel. Y colorín colorado, este cuento no se ha acabado.

Nada es transparente

Aunque se intuyen muchas cosas, la densa tinta de calamar que inunda la vida política española no permite ver con claridad nada de lo que ha pasado y está pasando en este país. Se extiende como una mancha maloliente en unos papeles sobre pagos opacos de un ex tesorero del PP con cuentas en Suiza cuyos fondos empleó para colarse en la amnistía fiscal del inefable Montoro. Junto a él pueden haberse colado por la misma vía otros delincuentes de cuello blanco imputados en esa red especializada en el saqueo público llamada Gürtel.

Transparencia prometió el PP desde que estalló el escándalo pero transparencia es precisamente lo que sigue sin verse por ninguna parte. Aunque sabemos de antemano que no servirán para aclarar gran cosa, seguimos esperando a que Rajoy y los suyos hagan públicas sus declaraciones de la renta y que se diga quién, cómo y en cuánto tiempo se va a encargar de la auditoría externa de las cuentas del PP. Pero en realidad, no es esa la transparencia que se le está reclamando al Gobierno y al PP. Lo que se le exige a Rajoy y a su gobierno es que comparezca en sede parlamentaria y dé explicaciones convincentes.

Acto seguido – insisto – Rajoy debe dimitir. Su crédito ha caducado no sólo por la manera esquiva y huidiza con la que ha afrontado uno de los casos más graves de financiación irregular de un partido político en la historia reciente de España, sino por su engaño continuado a los ciudadanos. Y si el PP no encuentra a nadie que le pueda suceder, algo a priori no muy difícil y para lo que incluso ya parece que empieza a postularse la regeneradora Esperanza Aguirre, que se vaya a unas elecciones anticipadas. Es el sistema democrático el que está en juego e importa mucho más que la coyuntura económica por crítica que ésta sea.

De hecho, hasta la CEOE ya ha advertido de que este escándalo está dañando gravemente la imagen exterior del país, algo que terminamos pagando todos. Sorprende, no obstante, que el presidente de la patronal califique de “ridículas” las generosas donaciones empresariales a la caja B del PP, presumiblemente hechas a cambio de adjudicaciones de contratos públicos. Seguro que a ninguno de los seis millones de parados ni a los miles de desahuciados les parecen ridículas esas cantidades. En cualquier caso, lo que este país exige es un Gobierno en cuya transparencia y honradez se pueda confiar y que no siga descargando el peso de la crisis sobre las espaldas de los más débiles. El actual y el partido que lo sustenta no reúnen ninguna de las dos condiciones.

Pero no me engaño: mientras los jueces y fiscales hacen lentamente su trabajo y sólo en ellos cabe ya confiar para conocer la verdad, en el ámbito político impera el “y tú más”. El PP echa mano de la teoría de la conspiración a la que es tan aficionado y amenaza con querellas urbi et orbe que sigue sin presentar. Al mismo tiempo impide que Rajoy comparezca en el Congreso y veta una comisión de investigación que – en eso tiene razón – de poco serviría tal y como funcionan en este país. La oposición, sabedora de su minoría parlamentaria, pide la cabeza de Rajoy pero no puede ofrecer alternativas que no tiene. Por no atreverse, ni siquiera se plantea de momento una moción de censura para obligar al menos a que Rajoy dé la cara ante la ciudadanía.

Mientras, en la calle, los ciudadanos dicen en las encuestas sentirse alarmados por la corrupción en lo que no deja de ser en parte un cierto ejercicio de fariseísmo político. Si hubiésemos sido mucho menos complacientes y tolerantes con los políticos corruptos tal vez hoy no tendríamos que rasgarnos las vestiduras como lo hacemos. Nada es transparente, todo está confuso y emborronado por quienes tienen la responsabilidad de aclararlo. Y aún así nos piden un acto de fe y que tengamos confianza. ¿Confianza? ¿Qué confianza?