El Papa da la campanada

Tiemblo solo de pensar que nos quedan aún meses por delante de papología desbocada. Exégetas, hagiógrafos, apocalípticos e integrados echan desde el lunes su cuarto a espadas para analizar y diseccionar el pontificado de Benedicto XVI – Joseph Ratzinger para los amigos. Incluyen en sus sesudos comentarios augurios y pronósticos de todo tipo sobre quién será el sucesor del intelectual papa alemán que ha tenido a bien pedirse la baja voluntaria e indefinida por motivos de edad y salud. Una pena, eso sí, que lo haya hecho en latín ante un grupo de escogidos cardenales – todo un signo de modernidad – y no en una rueda de prensa con preguntas de los periodistas. Pero tal vez estoy pidiendo demasiado.

No digo yo que el gesto no le honre habida cuenta de que renunciar al papado es tan inusual como dimitir en España, pongamos por caso y sin ánimos de señalar. Lo que digo es que ni me enfrían ni calientan estos análisis en los que se ahogan estos días las páginas de los periódicos y las tertulias radiofónicas y televisivas. Y me da lo mismo que me da igual que se hagan desde una óptica progresista o conservadora, desde quienes consideran que este ha sido un Papa demasiado avanzado o demasiado conservador, que se ha atrevido a levantar la voz contra los casos de pederastia, como dicen sus hagiógrafos, o que ha ido demasiado lejos en ese escabroso asunto, como critican sus críticos.

Que su renuncia se deba, entre otras cosas, a esa cuestión o a la red de espionaje que al parecer tenía montada a los pies mismos de sus zapatillas de Prada, tampoco son cuestiones que me impidan dormir. Menos aún si su relevo será europeo, latinoamericano, norteamericano, africano o filipino. En esto opino que doctores tiene la Iglesia y seguro que los veteranos cardenales tendrán a su favor la inspiradora ayuda del Espíritu Santo para elegir al primus inter pares que más convenga a la mayoría (de ellos).

No ignoro que lo que sale por la boca o la pluma del Papa tiene aún una importante influencia sobre los católicos de todo el mundo y, por ello, sobre la sociedad en donde el catolicismo es predominante, aunque en muchos casos como el español sea más nominal que practicante. La razón de tanto desapego ante la papología que nos invade estos días es que nada cabe esperar de una teocracia anacrónica de rancio aroma medieval que tantos esfuerzos ha dedicado en su dilatada historia a permanecer siempre décadas sino siglos por detrás de los cambios sociales; unos cambios que a la postre y para su desgracia han terminado siempre pasándole por encima por mucho que haya intentado frenarlos.

El esperanzador aggiornamento que supuso el Concilio Vaticano II pronto se vio desvirtuado por papas como Juan Pablo II y el propio Benedicto XVI, ex máximo responsable de la antigua Inquisición,  que al mismo tiempo apelaban a aquel concilio como el inspirador de su doctrina. Los derechos y libertades conseguidos en las sociedades modernas como los métodos anticonceptivos, el aborto o el matrimonio homosexual siguen siendo anatema para la doctrina oficial de la Iglesia; nada digamos de su empecinado convencimiento de poseer la verdad absoluta y su correlativa condena de lo que el Vaticano llama el relativismo moral, sin contar su inamovible postura en cuestiones como el celibato o el acceso de la mujer a puestos de responsabilidad dentro de la Iglesia en la que como mucho puede aspirar a ser madre superiora de un convento. Para qué seguir.

Es cierto que Benedicto XVI ha dado la campanada con su renuncia, aunque sólo haya sido por lo inusual y sean cuáles hayan sido las razones que le han llevado a dar el paso, además de su avanzada edad y su delicado estado de salud. Lo seguro y cierto es que esa campanada no cambiará nada las cosas en la forma de actuar y de pensar en la cúpula de la Iglesia católica ni contribuirá a mejorar en nada la vida de millones de personas en todo el mundo, sean o no católicos. Sólo servirá para que nos pasemos varios meses haciendo papología sin fin ni objetivo alguno.

Por su sueldo lo conocerán

Se hacen lenguas en el PP para alabar la transparencia de Mariano Rajoy que, una semana después de anunciarlo, ha publicado al fin su declaración de la Renta. Hasta le piden al resto de los partidos que hagan lo mismo en un intento desesperado de desviar el foco de los papeles de Bárcenas y de los sobresueldos. Consideran los populares que con ese presunto striptease fiscal ha quedado todo claro y reluciente y las dudas despejadas. Nada de eso sino más bien todo lo contrario.


Lo primero que ha saltado a la vista es que en la declaración de la Renta que ahora publica Rajoy hay una diferencia a su favor de casi 83.000 euros en concepto de dietas y gastos de representación abonados por el PP y de la que nada dijo al Congreso de los Diputados. ¿Por qué? Misterio. Llama aún más la atención que entre 2004 y 2005 cobrara nada más y nada menos que tres sueldos, uno del PP, otro del Congreso y un tercero del Gobierno. Sin embargo, lo más que escandaliza e indigna es que en pleno vendaval de la crisis que se ha llevado por delante a tres millones de empleados y ha puesto al país a los pies de los caballos de la pobreza, el sueldo del presidente se incrementara un 27%, o lo que es lo mismo, 30.000 euros más. Así, en 2009, cuando la crisis ya había hecho acto de presencia con toda su crudeza y Rajoy acababa de perder sus segundas elecciones, el sueldo del hoy presidente pasó de 186.000 a 196.000 euros.

El mismo año en el que tanto Rajoy como sus correligionarios y la patronal clamaban por las esquinas pidiendo contención de salarios, él cobró un total de 240.000 euros mientras estuvo en la oposición. Después llegó por fin al Gobierno y su sueldo oficial se fijó en 75.000 euros anuales. El otro día, en su incalificable declaración sin preguntas en medio de la tormenta por los papeles de Bárcenas, el presidente indicó que no había venido a la política a enriquecerse y que de registrador de la propiedad ganaría más.

A la vista de estas cifras de su declaración de la Renta cabe dudarlo y con mucho fundamento, máxime cuando hay no pocas dudas sobre si ha seguido percibiendo ingresos a través de alguna vía por su condición de registrador de la propiedad. Dudas que, por supuesto, tampoco aclara la declaración de la Renta que acabamos de conocer. Sobre ese asunto en particular escribió Miguel Ángel Aguilar un artículo hace unos días que por misteriosas razones nunca vio la luz en su periódico EL PAÍS:  El dinero perdido de Rajoy

No se vayan que aún hay más. Resulta cuando menos obsceno que el espumoso sueldo de Rajoy haya procedido de un partido como el PP cuya financiación depende en un 90% de subvenciones públicas, es decir, de dinero que aportamos todos los ciudadanos. Dicho de otra manera, de un partido cuya bandera ideológica es que lo público es ineficiente e ineficaz salvo, claro está, cuando se trata de ordeñarlo en beneficio propio.

Con todo, la guinda la pone otro dato no menos llamativo que los anteriores. Dicen los papeles de Bárcenas que el último supuesto sobresueldo se pagó en 2008, el mismo año en el que, según algunas informaciones, Cospedal ordenó acabar con esa práctica. Pues resulta que es precisamente en 2008 cuando el sueldo de Rajoy como presidente del PP se incrementó casi un 18%, lo que en términos absolutos supuso un aumento de 28.000 euros. Los asientos que aparecen en los papeles de Bárcenas reflejan pagos anuales a Rajoy de 25.000 euros, una cantidad muy similar al disparo hacia arriba que experimentó el sueldo oficial del líder de los populares ese año. ¿Pura coincidencia o lo negro se convirtió en blanco por arte de magia?

Como era de esperar, nada aclara la declaración de la Renta de Rajoy y nada pueden aclarar las ridículas auditorías encargadas por el partido. Sólo la investigación judicial podrá hacerlo si el asunto llega de una vez a manos de un juez en lugar de seguir dando vueltas por la fiscalía hasta las calendas griegas. Una cosa si está clara: a Rajoy ya se le conocía por sus injustas políticas económicas y sociales y ahora se le conoce también por el sueldo que ha percibido a cambio de predicar e imponer austeridad, contención salarial a los trabajadores y sacrificios sociales sin cuento mientras sus emolumentos en blanco o en negro subían como la espuma. A eso debe ser a lo que llaman en el PP predicar con el ejemplo.

Urdangarín: de empalmado a embargado

El pobre Duque de Palma ha pasado en poco tiempo de empalmado a imputado y ahora también a embargado. Y no precisamente de la emoción. Este as del trinque y la rebanada pública, este atlético campeón de las salas enmoquetadas y los aposentos reales, pasa estos días por un duro e injusto calvario. Ya nadie quiere sacarse fotos con él ni pedirle autógrafos; hasta su cuñado hace todo lo posible para no encontrárselo cara a cara, mientras la canallesca y los jueces lo persiguen con saña inmerecida allá por donde va. ¡Un suplicio!

La ciudad de la que toma el nombre su ducado se avergüenza de que una de sus principales calles se llame Duque de Palma: hoy mismo quitarán la placa y hasta le han pedido a su suegro que le retire el ducado. ¡Lo que hay que oír y ver! Su familia política lo ha desahuciado de la Casa Real y lo ha borrado de su web como si se tratara de un Trotsky cualquiera. La cuestión es hacerlo invisible a los ojos reales, desterrarlo a las tinieblas del olvido y allá se las componga él y sus audaces andanzas ducales. Dicho de otra manera: apartarlo de los dominios reales para que no recaiga sobre ellos mácula corrupta alguna. Vano intento me parece, o en castizo, a buenas horas mangas verdes.

El daño ya está hecho y la mancha causada es de las que más que verse huelen, y por mucho que se intente no hay manera de que dejen de heder. Y así, fané y descangallado, al duque lo tiene bien agarrado por sus ducados un juez que osa incluso interrogarle vestido con vulgar chaqueta de pana verde. A la vista de la cuantía del trinque público le impuso una fianza solidaria de más de 8 millones de euros que ni el cada vez menos empalmado duque ni su socio de correrías y sin embargo enemigo, Diego Torres, han querido pagar. Y ello, a pesar de ser público y notorio que con vender la chabolita de Pedralbes y algún cuartucho más repartido por esos mundos de Dios satisfaría con creces buena parte de la fianza y hasta la fianza entera.

Él no, él es un duque con toda la barba que se siente "injustamente empobrecido" y amaga con ir al Constitucional en defensa de sus vulnerados derechos a ser medalla de oro en los prestigiosos campeonatos nacionales de El Botín Público para quien se lo curre. Ahora, ese juez tan irrespetuoso con la sangre azul que corre por las venas de este duque de triste figura, ha osado pedir un listado de sus bienes para embargárselos. ¡A dónde iremos a parar! ¡Qué falta de respeto! ¡Qué atropello a la razón! ¡Cualquiera es un señor! ¡Cualquiera es un ladrón!

Esta es la triste historia de un pobre duque que lo tuvo todo pero no tuvo bastante y que ahora se ve abandonado a su triste suerte. Moraleja: nunca te empalmes con lo ajeno o se te notará el bulto en la billetera y terminarás embargado y puede que hasta en la cárcel. Y colorín colorado, este cuento no se ha acabado.