La corrupción bien, gracias

La semana que hoy empieza debería ser la del debate sobre la política entendida como el noble ejercicio de servir al bien público desde las legítimas posiciones ideológicas de cada cual. Será en cambio la del debate sobre el estado de la corrupción, que en este país goza de una salud de hierro. Los casos se acumulan unos sobre otros y es difícil discernir cuál es más grave y bochornoso.

A ese debate llegaremos sin que el PP haya aclarado absolutamente nada sobre los papeles de Bárcenas, sin que tan siquiera se haya querellado contra él y sin que haya dicho porque ha mantenido con su ex tesorero una relación laboral en toda regla aún después de conocer su imputación en la trama Gürtel. Y como no ha sido transparente y ha pretendido zanjar el asunto con unas declaraciones de la renta de Rajoy que no aclaran nada sobre su supuesta financiación irregular, es lícito pensar que es mucho lo que tiene que ocultar y mucho el miedo a que Bárcenas tire de la manta.


Tanto como el que le deben tener ya a estas alturas en la Casa Real al profesor y sin embargo socio en los negocios de Iñaki Urdangarín, que sigue aventando correos electrónicos cada vez más comprometedores para la Corona y su titular - el jefe -, además de para el propio duque empalmado. Tras su paseíllo por los juzgados el sábado último, Diego Torres disparó con fuego graneado contra el corazón mismo de la Monarquía a la que colocó en el meollo del escándalo como asesora del Instituto Nóos y en cuyos aposentos reales afirma que se fraguaron suculentos negocios con Francisco Camps y Rita Barberá de figurantes privilegiados. La defensa de Torres no se basa tanto en negar su propia culpabilidad como en arrastrar en su caída todo lo que pueda llevarse por delante, incluida la propia Monarquía. En realidad es la misma táctica que a todas luces está aplicando Bárcenas con Rajoy y los suyos y que parece tener al Gobierno y al PP en estado de pánico.

Algo similar deben sentir estos días en la Cataluña de Artur Mas, oasis de honradez y laboriosidad pero en la que parece haber más espías que en el Berlín de la Guerra Fría. Esta trama de espías con barretina en trance soberanista, con políticos espiando a sus propios compañeros de partido o a los rivales, tiene todos los ingredientes necesarios para que Le Carré la convierta en una memorable novela basada en hechos reales.

Tan reales como el paseíllo que protagonizan estos días políticos y banqueros varios por los juzgados madrileños para declarar sobre esa gran estafa pergeñada a plena luz del día llamada Bankia. En este caso, la estrategia consiste en culparse unos a otros de lo ocurrido pero, en ningún caso, de asumir ni un mínimo de responsabilidad. Esa la pagarán los pequeños ahorradores incautos, la mayoría de ellos vilmente estafados en su buena fe por banqueros sin escrúpulos, supervisores incompetentes por acción u omisión y políticos que tiraban del ascua para su sardina.

Completa el desolador panorama del estado de la nación una crisis económica infinita con un paro galopante y una situación social a punto de explosión. Así las cosas, es imprescindible hacer un titánico esfuerzo de optimismo para confiar en que el debate de esta semana en el Congreso sirva para algo más que no sea “y tú más” o “más de lo mismo”. Con un PP y un Gobierno atenazados por el miedo a las portadas de la prensa, un presidente desaparecido que sólo habla con periodistas extranjeros para reconocer que no ha cumplido sus promesas pero sí su deber - como si fueran cosas diferentes y ese incumplimiento no le obligara a dimitir - y con una oposición sin fuerza ni liderazgo, el estado de la nación es claramente comatoso.

En aquellos que demuestran a diario que la política es un servicio a los ciudadanos y no un negocio personal y en la sociedad civil en su conjunto está en estos momentos la responsabilidad de revertir esa situación como ha venido a demostrar la toma en consideración de la Iniciativa Popular sobre los desahucios. Lo que está pasando en España es un ejemplo de libro de que la política es algo muy serio como para que los ciudadanos le sigamos dando la espalda y limitándonos a lamentarnos en los sondeos de opinión.

El cuento de las cuentas

Maestros en enredarlo y oscurecerlo todo, populares y socialistas andan ahora enzarzados en una inútil y paradójica pugna sobre quién la tiene más pequeña, la declaración de la renta, aclaro. Rajoy enseñó la suya y nos asombramos de que, en plena crisis, el entonces líder de la oposición viera incrementado su sueldo casi un 30% mientras pedía sacrificios salariales a los trabajadores. Comprobamos, además, que cuando supuestamente cesaron los presuntos pagos en negro de Bárcenas, a él se le incremento el salario oficial como presidente del PP. Después, además, hemos sabido que a Bárcenas se le despidió con una generosa indemnización de 400.000 euros que se le estuvo pagando hasta diciembre pasado y, de regalo, se le abonó también la Seguridad Social mientras mantenía despacho y secretaria en Génova.

Por cierto, seguimos esperando la querella contra Bárcenas, anunciada por ese nuevo portento de portavoz que se ha sacado el PP de la chistera llamado Carlos Floriano, según el cual, al ex de Ana Mato, el funcionario Jesús Supúlveda, imputado en la trama Gürtel, no se le podía despedir porque contravenía el Estatuto de los Trabajadores. Pero a lo que íbamos, que me disperso.Después de que Rajoy mostrara urbi et orbe su prístina declaración de la renta, el PP inició una campaña para que Rubalcaba y los suyos hicieran lo mismo con la esperanza de que el foco mediático se pose sobre el PSOE al menos por unos días. Y Rubalcaba ha entrado al trapo: ayer aseguró ante los medios que el año pasado ganó unos 55.000 euros sin dietas y comparó su salario mileurista con el de Rajoy, que ascendió a más de 180.000 cuando el hoy presidente era líder de la oposición. Deduce Ruabalcaba que la diferencia está en Bárcenas y sus anotaciones en cuaderno de cuadros que, obviamente, no pueden aparecer en la declaración de Rajoy.

Vale, muy bien, pero ¿nos lleva esto a algún sitio? ¿sirve este striptease económico como lo llamó el líder socialista para limpiar las cloacas del poder político? En absoluto, aunque nunca está de más que los representantes públicos muestren sus declaraciones fiscales. Sin embargo, el problema no es lo que se muestra, sino lo que se oculta, lo que tiene origen dudoso, opaco, turbio o negro y esa es la sospecha e incluso la certeza que en muchos casos tienen ya los españoles.

En la marea de chapapote corrupto que nos anega salta ahora a los medios una trama de escuchas políticas en Cataluña digna de una novela de espionaje con sonados antecedentes en Madrid. Ahí tenemos presuntamente a detectives con sombrero, gabardina y gafas negras contratados supuestamente por socialistas para que escuchen a populares que se entrevistan con la novia de un vástago de la familia Pujol que llevaba dinero Suiza en el maletero del coche mientras un hermano suyo amañaba contratos de la ITV. Más allá nos aparece un alcalde liado con la mafia rusa y más acá chanchullos urbanísticos o desviación de fondos públicos para las arcas del partido.

Pretender que con mostrar la declaración de la renta se arregla todo es seguir tomándonos por niños de pecho. Hace falta mucho más que eso para que los ciudadanos recuperen la confianza en sus representantes públicos. Ahora, y forzados por los escándalos de financiación irregular, los dos grandes partidos consideran conveniente que también a ellos les afecte una ley de transparencia que, tengo para mí, tampoco será por sí sola la panacea para limpiar las sentinas de la corrupción.  

Tal vez porque las cosas no les han ido nada mal con la actual situación, no parece haber interés ni  voluntad política en los grandes partidos  para afrontar el reto y acometer cambios radicales para ventilar las estructuras partidarias, cambiar la ley electoral, implantar listas abiertas, obligar a dimitir a los imputados en casos de corrupción, fiscalizar de modo independiente, día a día y no con cuatro años de retraso, la financiación de los partidos políticos y controlar al céntimo el gasto de las administraciones. Para empezar.

En paralelo, a los ciudadanos nos compete exigir que se produzca ese cambio profundo y radical y poner fin a la tolerancia y la comprensión con la que hemos premiado a los corruptos que en este país han sido y son. Y basta de generalizar, lamentarse y echar la culpa a los políticos: los que han metido la mano en la caja pública son los que nosotros hemos elegido y son, por tanto, los que nos merecemos. Así que mejor que no nos engañemos al respecto si no queremos seguir, como en el tango, viviendo en un merengue todos revolcaos y en un mismo lodo todos manoseaos.

Arturo reflexiona

Un “tiempo de reflexión” o “tiempo muerto” se ha pedido Arturo Fernández para decidir sobre su futuro. Del presidente de la patronal madrileña y vicepresidente de la española, además de hoolingan del PP a jornada completa, han dicho varios de sus empleados que tenía por costumbre inveterada pagarles parte de sus sueldos en sobres y en negro, el medio y el color que hacen furor en los últimos tiempos en España. Aunque los que así aseguran que cobraban no están exentos de culpa ni la denuncia pública que ahora hacen les exime de responsabilidad, afirman que no había otra opción: o lo tomas o lo dejas. Puede ser, aunque eso no excluye que a muchos les pareciera fantástico no tener que rendir cuentas ante Hacienda, otra costumbre de profundas raíces antropológicas en España aunque a la postre resulte desastrosa.

Su patrón negó de entrada los hechos pero después de una reunión ayer a puerta cerrada con sus conmilitones de la CEOE, se supo que había pedido un periodo de reflexión antes de decidir si renuncia a sus cargos en la patronal nacional y madrileña. Es consolador saber que en la cúpula de la patronal española hay algunos empresarios – los menos – a los que las presuntas prácticas fraudulentas de Fernández no les hacen ni pizca de gracia y opinan que debería abandonar la primera línea de fuego después de haber sido gravemente herido en pleno combate neoliberal.

Ya bastante despachurrada está la imagen de los empresarios de este país, con el ex presidente Díaz Ferrán en la cárcel por trincón y alzador de bienes y su sucesor diciendo sandeces por los rincones sobre la EPA y los funcionarios, como para empeorar más las cosas. Sin embargo, parecen ser mayoría los que opinan que no hay razones para que Fernández se retire a sus cuarteles de invierno a pesar de que la Fiscalía ya se haya puesto manos a la obra de averiguar lo del presunto fraude a la Seguridad Social.

Al propio presidente Rosell, tan elocuente a la hora de pedir que se endurezca la reforma laboral, de desacreditar encuestas de referencia como la de Población Activa y tan ingenioso a la hora de mandar a sus casas a miles de funcionarios porque salen más baratos y gastan menos papel y teléfono, tampoco se le ha escuchado esta vez decir en público si piensa que su número dos debe seguir los pasos de Benedicto XVI y retirarse a un convento para meditar sobre sus presuntos pecados. No parece preocuparles lo más mínimo que Fernández, el hombre que clamaba contra los acampados en la Puerta del Sol y que tiene en su hoja de servicios generosas donaciones económicas al PP, haya presuntamente defraudado a la Seguridad Social.

Es uno de los nuestros, parecen dar a entender, y a uno de los nuestros no se le abandona a su suerte y menos por un pecadillo tan venial como escamotear las cotizaciones a la Seguridad Social de sus trabajadores por tiempo y cuantía aún por determinar. Que reflexione Arturo Fernández pero que reflexionen también todos los que como él consideran que no ha hecho nada incorrecto; que mediten sobre si no son en realidad las declaraciones extemporáneas, las prácticas corruptas y las conductas dudosas las que perjudican de verdad la manoseada marca España con la que, eso sí, se llenan la boca al referirse a las protestas y huelgas de trabajadores y ciudadanos hartos ya de tanta insolencia, impunidad y descaro en la casta dirigente de este país.