El estado de la frustración

 
Mariano Rajoy afronta hoy su primer debate sobre el estado de la nación catorce meses después de llegar al Gobierno. Engañoso nombre para una nueva escenificación de la sordera contumaz de la política oficial frente al fragor que llega de una calle frustrada, indignada, perpleja y cada día más escandalizada. Se hablará mucho de economía y de corrupción, de eso no hay duda. Tal vez sólo se hable de eso. El PP ha adelantado que el presidente anunciará medidas para reactivar la primera y combatir la segunda. El PSOE, por su parte, dice que será crudo en el análisis de la realidad social, económica y política del país. Seguramente hasta volverá a pedir la dimisión de Rajoy. ¿Y qué? Pasado el debate cada mochuelo volverá a su olivo y seguiremos contando parados y desahuciados y alargando aún más si cabe nuestra infinita capacidad de asombro ante el chapapote corrupto que nos llega ya al cuello.

 
Debatir es confrontar puntos de vista y encontrar puntos de acuerdo. Sin embargo, lo que hoy y mañana va a ocurrir en el Congreso será, salvo sorpresa mayúscula, un nuevo y conocido capítulo de “y tú más” para los casos de corrupción y “no hay otra alternativa” para enfrentar la crisis y sus consecuencias. Que Rajoy se proponga poner en marcha medidas contra la corrupción no deja de ser un sarcasmo o una broma de mal gusto cuando su partido y él mismo se encuentran en el ojo del huracán del “caso Gürtel” y los sobres de Bárcenas.

Mientras no aclare de una vez la financiación de su partido, los cobros en negro, las escandalosas relaciones contractuales del PP con imputados por corrupción como Bárcenas o Sepúlveda o el coladero para corruptos de la impresentable amnistía fiscal, nada de lo que diga o anuncie tendrá credibilidad alguna.

Tampoco está el PSOE en condiciones de interpretar el papel de Pepito Grillo en este debate. También al principal partido de la oposición le afectan los casos de corrupción y nada de lo que exija merecerá demasiado crédito mientras no limpie a fondo su casa por dentro y la ventile para que entre aire fresco y renovado.

En lo económico, tampoco cabe esperar nada que no sea continuar con el dañino austericidio merkeliano disfrazado de reformas imprescindibles para crecer y crear empleo. Nada de lo que pueda anunciar hoy Rajoy pasará de meros parches para una situación que, desde su llegada al Gobierno,  no ha dejado de empeorar en términos de empleo y derechos sociales cercenados con los recortes en educación, sanidad o justicia. Los empresarios grandes, pequeños y mediopensionistas no van a dejar de hacer limpieza de plantillas al amparo de una reforma laboral que les pone en bandeja el despido sin demasiadas cortapisas y los amados bancos no van a dejar de desahuciar al tiempo que ponen la mano para que los ciudadanos paguemos de nuestro bolsillo su indigestión de ladrillo.

Desde la oposición, muchas de las medidas que ahora pide el PSOE las pudo y debió haber puesto en práctica cuando gobernaba. Por eso, tampoco cuenta con los créditos suficientes para erigirse en estos momentos en adalid de los parados y de los más desfavorecidos. Sin contar con su torpeza a la hora de detectar las evidentes señales de la crisis que se avecinaba y su salto del caballo socialdemócrata al neoliberal. Ahora quiere volver a descabalgar pero carece de suelo firme sobre el que pisar porque se lo han segado bajo sus pies los movimientos sociales que debería haber liderado de haber sido un partido abierto y participativo pero a los que ahora se ve obligado a seguir a regañadientes incluso.

No está por tanto en el debate de hoy y mañana en el Congreso la clave para que España salga del hoyo en el que está metida, sino en la sociedad ahíta de corrupción, paro y miseria que la tienen cada día más perpleja e indignada. Su respuesta cívica, organizada y democrática es la única garantía para regenerar un país que lleva ya demasiado tiempo en estado de frustración.

La Odisea de Chávez

En un intento inútil de escapar a los espías de Método 3 giro la vista más allá de las fronteras de la corroída España y descubro con sorpresa que Chávez ha vuelto a casa. Como un Ulises moderno que retorna a la patria después de una larga y dura lucha contra el cáncer, el peor de los troyanos, el comandante ha vuelto a Venezuela. Él, al que tanto le apasionan las cámaras de televisión, ha retornado al hogar a esa hora indefinida en la que se mezclan la noche y el día y lo hemos sabido a través de Twitter, el moderno Mercurio portador de las noticias buenas, regulares y malas.

Con lo que se sabe sobre su estado de salud después de dos meses en Cuba luchando contra el cáncer y ni un solo parte médico merecedor de ese nombre, es imposible determinar si el retorno del mítico héroe bolivariano es una noticia buena, regular o mala. Todo dependerá de quién la valore y con qué objetivos y esperanzas. Para el caso no es lo mismo preguntarle a un chavista, a un opositor o un escéptico.

En cualquier caso, lo cierto es que el hermetismo con el que el gobierno venezolano sigue rodeando el estado del presidente es el perfecto caldo de cultivo para que hayan empezado a rodar toda suerte de bulos y rumores sobre la suerte del guerrero Chávez y su denonado combate contra la enfermedad. Ante la ausencia de información convincente y las toneladas de propaganda, las comidillas incluyen a una supuesta enfermera que asegura haber visto a Chávez entrar por su propio pie en el hospital.

Más allá hay quien sospecha que el presidente regresa a su patria para morir cerca de los suyos porque su estado de salud es terminal y nada más se podía hacer por él en Cuba. Complementaria de la anterior es la interpretación de quienes ven en su regreso un intento de pilotar la sucesión de su delfín Maduro ante una eventual convocatoria electoral si finalmente no puede asumir la presidencia que tiene pendiente desde el pasado diez de enero gracias a la flexibilidad con la que la Corte Suprema interpretó su ausencia en la fecha fijada constitucionalmente.


Mientras estos bulos, rumores e interpretaciones circulan por las redes sociales y los medios, el Gobierno venezolano, en lugar de desmentirlos o confirmarlos, opta por la bruma mitológica de la propaganda y por jalear a sus partidarios en una especie de huída hacia delante sin meta conocida. Un día después del regreso de puntillas de Chávez a su país y dos días después de que se hiciera pública una foto suya y de sus hijas leyendo un periódico en La Habana, el Gobierno no ha explicado aún quién tomó la decisión de la vuelta y por qué motivos; tampoco ha comunicado a los ciudadanos cuál es el verdadero estado de salud del presidente y no ha aclarado si está o no en condiciones de asumir el cargo ni cuál será el paso siguiente en el supuesto de que no lo esté.

En donde debería haber información clara y detallada sobre un asunto vital para el futuro del país, sólo hay proclamas populistas, artículos de fe y ataques a la oposición, que también representa a una parte nada desdeñable de los venezolanos. Ante la incertidumbre política en la que sigue sumido un país con serios problemas económicos y un evidente vacío de poder, el único argumento del Gobierno es aferrarse como a un clavo ardiendo a una suerte de mensaje providencial para consumo populista interno: ¡Ulises ha retornado a la patria! ¡Estamos salvados!

La corrupción bien, gracias

La semana que hoy empieza debería ser la del debate sobre la política entendida como el noble ejercicio de servir al bien público desde las legítimas posiciones ideológicas de cada cual. Será en cambio la del debate sobre el estado de la corrupción, que en este país goza de una salud de hierro. Los casos se acumulan unos sobre otros y es difícil discernir cuál es más grave y bochornoso.

A ese debate llegaremos sin que el PP haya aclarado absolutamente nada sobre los papeles de Bárcenas, sin que tan siquiera se haya querellado contra él y sin que haya dicho porque ha mantenido con su ex tesorero una relación laboral en toda regla aún después de conocer su imputación en la trama Gürtel. Y como no ha sido transparente y ha pretendido zanjar el asunto con unas declaraciones de la renta de Rajoy que no aclaran nada sobre su supuesta financiación irregular, es lícito pensar que es mucho lo que tiene que ocultar y mucho el miedo a que Bárcenas tire de la manta.


Tanto como el que le deben tener ya a estas alturas en la Casa Real al profesor y sin embargo socio en los negocios de Iñaki Urdangarín, que sigue aventando correos electrónicos cada vez más comprometedores para la Corona y su titular - el jefe -, además de para el propio duque empalmado. Tras su paseíllo por los juzgados el sábado último, Diego Torres disparó con fuego graneado contra el corazón mismo de la Monarquía a la que colocó en el meollo del escándalo como asesora del Instituto Nóos y en cuyos aposentos reales afirma que se fraguaron suculentos negocios con Francisco Camps y Rita Barberá de figurantes privilegiados. La defensa de Torres no se basa tanto en negar su propia culpabilidad como en arrastrar en su caída todo lo que pueda llevarse por delante, incluida la propia Monarquía. En realidad es la misma táctica que a todas luces está aplicando Bárcenas con Rajoy y los suyos y que parece tener al Gobierno y al PP en estado de pánico.

Algo similar deben sentir estos días en la Cataluña de Artur Mas, oasis de honradez y laboriosidad pero en la que parece haber más espías que en el Berlín de la Guerra Fría. Esta trama de espías con barretina en trance soberanista, con políticos espiando a sus propios compañeros de partido o a los rivales, tiene todos los ingredientes necesarios para que Le Carré la convierta en una memorable novela basada en hechos reales.

Tan reales como el paseíllo que protagonizan estos días políticos y banqueros varios por los juzgados madrileños para declarar sobre esa gran estafa pergeñada a plena luz del día llamada Bankia. En este caso, la estrategia consiste en culparse unos a otros de lo ocurrido pero, en ningún caso, de asumir ni un mínimo de responsabilidad. Esa la pagarán los pequeños ahorradores incautos, la mayoría de ellos vilmente estafados en su buena fe por banqueros sin escrúpulos, supervisores incompetentes por acción u omisión y políticos que tiraban del ascua para su sardina.

Completa el desolador panorama del estado de la nación una crisis económica infinita con un paro galopante y una situación social a punto de explosión. Así las cosas, es imprescindible hacer un titánico esfuerzo de optimismo para confiar en que el debate de esta semana en el Congreso sirva para algo más que no sea “y tú más” o “más de lo mismo”. Con un PP y un Gobierno atenazados por el miedo a las portadas de la prensa, un presidente desaparecido que sólo habla con periodistas extranjeros para reconocer que no ha cumplido sus promesas pero sí su deber - como si fueran cosas diferentes y ese incumplimiento no le obligara a dimitir - y con una oposición sin fuerza ni liderazgo, el estado de la nación es claramente comatoso.

En aquellos que demuestran a diario que la política es un servicio a los ciudadanos y no un negocio personal y en la sociedad civil en su conjunto está en estos momentos la responsabilidad de revertir esa situación como ha venido a demostrar la toma en consideración de la Iniciativa Popular sobre los desahucios. Lo que está pasando en España es un ejemplo de libro de que la política es algo muy serio como para que los ciudadanos le sigamos dando la espalda y limitándonos a lamentarnos en los sondeos de opinión.