La hora de los venezolanos

La muerte de Hugo Chávez después de una larga enfermedad, cuya gravedad su propio gobierno ha gestionado con todo el oscurantismo y la torpeza de los que ha sido capaz, marca un punto de partida para una nueva etapa en Venezuela. Chávez deja un país profundamente dividido en lo político por el singular régimen que implató y sumido en graves problemas económicos. Su apuesta por destinar parte de los beneficios del petróleo a los más desfavorecidos ha permitido recortar sustancialmente las elevadas cifras de pobreza del país que, aún así, siguen siendo enormes.

Uno de los países petrolíferos más ricos del mundo sufre un descomunal déficit, inflación galopante, devaluación de moneda, carencias básicas y alarmante inseguridad. Todo ello después de 14 años de Chávez en el poder, al que llegó tras un golpe militar fracasado pero que sirvió para poner fin a décadas de corrupción política y reavivó entre los venezolanos más desfavorecidos la esperanza de un país mejor y más justo, una esperanza que aún está lejos de hacerse realidad.

Chávez se reveló poco a poco como un hombre cuyo ideario político se fue construyendo con grandes dosis de populismo, socialismo, catolicismo, autoritarismo, antiimperialismo, anticapitalismo y fanfarronería, todo ello casi a partes iguales hasta conformar un liderazgo contradictorio y errático pero efectivo e imbatible. Ninguno de estos rasgos le quedan grandes a Chávez. Con ellos, no sólo arrasó varias veces en las elecciones para despecho de una oposición impotente para hacerle frente en las urnas con éxito, sino que logró colocar tras su estela y su bandera a países como Ecuador, Perú, Bolivia o Nicaragua y, en menor medida, a Argentina o Brasil. En mayor o menor grado, todos ellos se encuentran hoy también huérfanos del líder. Para Cuba también supone un duro golpe la muerte del comandante. Su desaparición abre una gran interrogante sobre los generosos envíos de petróleo a la isla que tanto han contribuido a sostener el régimen castrista.

Sin embargo, el mayor de las interrogantes y el más trascendental se abre en su propio país, Venezuela, y entre los venezolanos. El chavismo, en ausencia del líder que lo fundó y lo impulsó con su peculiar estilo, tendrá que reinventarse sin perder las esencias. No será tarea fácil, al menos a medio plazo. Por lo pronto, en las nuevas elecciones que habrán de convocarse en el plazo de un mes es muy probable que el llanto y el dolor por el líder desaparecido avalen con creces en las urnas a Nicolás Maduro, el delfín designado por Chávez para sucederle. A más largo plazo hay no pocas dudas sobre la capacidad y el carisma de Maduro para mantener el timón del chavismo que con mano firme manejó Chávez durante década y media, incluso desde su lecho de muerte.

Otra de las grandes interrogantes abiertas tras la muerte del presidente es el papel del Ejército del que se espera lealtad a la Constitución Bolivariana y que tras la muerte del comandante se apresuró a expresar su adhesión al orden constitucional. Sin embargo, es un secreto a voces que entre los militares hay no pocas simpatías por el ex hombre de armas y actual presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, muy poco sospechoso de simpatizar con el régimen de Cuba, en donde, al contrario que Maduro, nunca ha puesto el pie.

La tercera gran interrogante abierta tras la muerte de Chávez se sitúa en el terreno de la oposición que, con el candidato de unidad Capriles al frente, consiguió en los comicios de octubre pasado avances importantes aunque insuficientes frente al chavismo. Que sea capaz de mantener la unidad y el candidato y reeditar al menos los últimos resultados electorales en un clima de duelo nacional por la desaparición del carismático Chávez es algo que también está por ver.

Sólo los venezolanos, libremente y sin ningún tipo de injerencia externa, pueden despejar todas estas incógnitas cuando acudan de nuevo a votar en las próximas semanas. En sus manos está hacer de Venezuela un país más justo y más democrático, acabar con la división política que lastra su desarrollo y su convivencia y convertirlo en un ejemplo a seguir, no por las proclamas para consumo interno y externo de sus eventuales líderes, sino por sus avances sociales y económicos en paz.

La Infanta florero y el duque desmemoriado

Nada, absolutamente nada. Eso es lo que hacía la Infanta Cristina en el cuadro directivo del Instituto sin ánimo de lucro Nóos, montado por su filantrópico esposo el duque de Palma para ayudar desinteresadamente a los pobres que sufren en este mundo cruel. A Cristina la colocó su marido como vocal de Nóos por “comodidad y transparencia”.

Vamos por partes: lo de la comodidad puede entenderse, ya que siempre es mucho menos engorroso y más descansado convocar a los miembros de tu equipo directivo el mismo día de la reunión a la hora del desayuno que andar enviando convocatorias por correo o haciendo llamadas telefónicas, con el tiempo que se pierde y el gasto que supone para las arcas de la altruista organización. Suponer que la Infanta florero figuraba en Nóos para darle lustre a la organización y rapiñar mejor los cuartos públicos a los solícitos gobiernos valenciano o balear es una intolerable insidia. Imaginar además, que una parte del dinero se destinó a alicatar Pedralbes hasta el techo y el resto se colocó en un paraíso fiscal es claramente ofensivo e injurioso.

Lo de la transparencia es algo más peliagudo de explicar, máxime cuando en Nóos nadie se molestaba en tomar notas de lo que se discutía para levantar las correspondientes actas. Debe ser que era tal la transparencia que aportaba la Infanta que andar con esas minucias se consideraba absolutamente superfluo. Ni actas ni contabilidad, porque el honorífico cargo de tesorero vino a recaer en el secretario de las Infantas, Carlos García Revenga, amigo del alma del duque que por camaradería aceptó ocupar el puesto pero tampoco dio palo al agua ni cobró nada de Nóos.

Así, mientras el PP tenía - ¿o tiene todavía? – un tesorero esquiador, el duque de Palma tenía una vocal florero y un tesorero florero, que aún hay clases y clases. Sobra decir que de nada de esto tenía conocimiento el Rey, que por entonces debía de estar en África con los elefantes.

Con toda lógica, el juez ha querido saber cómo y quién demonios tomaba las decisiones en una junta directiva en la que casi la mitad de los miembros eran meros bultos decorativos. Ahí nos encontramos con un serio problema: “no sé”, “no recuerdo”, “no tengo ni idea”, “no le puedo decir más”, “ no puedo saber”, “eso no lo llevaba yo”, “yo de esas cosas no entiendo”. Por no recordar, el desmemoriado duque ni recordaba con claridad que Telefónica le había pagado 350.000 euros al año – llamadas a fijos y móviles incluidas, supongo – por representarla en Estados Unidos. Tampoco recuerda muy bien que la generosa compañía le pagó unos 200.000 euros en finiquito - ¿diferido? – cuando volvió a España tras agradecerle los servicios prestados.

No me digan que tanta amnesia no mueve a la compasión más entrañable hacia un hombre que ya no tiene ni para la modesta hipoteca de su pisito y que, como no encuentre un trabajo pronto, puede ser desahuciado como cualquier plebeyo hijo de vecino. Aunque siempre queda la esperanza de que, ante cliente tan distinguido y en tan serios apuros, su entrañable banco de toda la vida le dé unos añitos de carencia hasta que salga del hoyo (o de la cárcel).

Por no acordarse, el pobre duque enPalmado, imputado, hipotecado y ahora también desmemoriado, ni siquiera se ha acordado de visitar a su convaleciente suegro que acaba de pasar una vez más por el taller. Cría cuervos…

El paro imparable

Otra vez, un mes más, sube el paro. Nada de lo que extrañarse, nada de lo que asombrarse: era y es lo previsible con una política económica ofuscada con la austeridad fiscal y unas empresas aprovechando a conciencia la generosa reforma laboral para devaluar salarios bajo la amenaza del despido o despidiendo directamente para cuadrar resultados.

Luego se quejarán de que no hay crédito – y es verdad que no lo hay ni lo habrá hasta que seamos los ciudadanos los que apoquinemos de nuestro bolsillo el festín inmobiliario de los bancos – y de que no hay consumo – lo cual es consecuencia directa del desempleo galopante y la caída de los salarios; al mismo tiempo, empresarios y Gobierno defenderán una vez más con absoluto convencimiento que aún es pronto para que la destructiva reforma laboral produzca sus dorados frutos en forma de creación de puestos de trabajo.

Sólo hay que esperar – dicen - a que la actividad económica se recupere y entonces este país volverá a ser el paraíso en la Tierra y volveremos a atar los perros con longanizas. Cómo se va a producir esa ilusoria y salvadora reactivación de la economía es algo que fían en exclusiva a la austeridad, a las reformas estructurales y a los recortes. Es lo que llevan haciendo sin parar desde hace más de un año con los espectaculares malos resultados por todos conocidos.

Ellos, no obstante, perseveran porque – dicen – no hay alternativa y así, palada a palada nos hundimos cada vez un poco más. Unos y otros volverán hoy a rizar el rizo para intentar justificar la nueva subida del paro registrado en España, por encima ya de los cinco millones de personas y alcanzando cotas históricas.

Supongo que ese as del análisis económico que es Joan Rosell, el presidente de la patronal, estará satisfecho: estos son los datos en los que él cree y no en los de la Encuesta de Población Activa, que suma por su parte más de 6 millones de desempleados y avanza hacia los 6,5 millones, según las previsiones de los oscuros y distantes tecnócratas de Bruselas a los que maneja como marionetas Angela Merkel desde Berlín y obedece con seguidismo borreguil el Gobierno español.

Lo realmente extraño con la obtusa política económica de este Gobierno y con los empresarios cuadrando los balances por la vía del despido y la reducción salarial, sería que el paro bajara. Eso sí que sería noticia.