Su Alteza ante el juez

Dijo el rey en la Navidad de 2011 que “la Justicia es igual para todos”. Arreciaba entonces el escándalo de su yerno Urdangarín y algo había que decir para salir del paso. Ahora, el juez Castro que lleva ese caso acaba de tomarle literalmente la palabra y ha decidido tener un cara a cara con la hija menor del monarca, llamada a declarar en calidad de imputada el próximo día 27, sábado, como manda la tradición. Quiere despejar la duda de si la infanta era solo una mujer florero que no se enteraba de lo que hacía su marido o si por el contrario consintió en que se usara su nombre y tratamiento para allanarle el camino en sus turbios negocios con las administraciones públicas.

Es una duda más bien retórica, porque los correos electrónicos que el ex socio de Urdangarín le ha hecho llegar en los últimos tiempos al juez evidencian que la infanta estaba al cabo de la calle de lo que se cocía en el Instituto Nóos, de cuya junta directiva también formaba parte. De ahí que el juez hable de “cooperación necesaria” e incluso de “complicidad”. Palabras mayores para una infanta de España, el primer miembro de una familia real europea que tendrá que vérselas cara a cara con un juez de instrucción.
La Casa Real, que tras conocer la noticia dijo que no “valora decisiones judiciales”, no tardó en hacerlo: se “sorprende” del cambio de criterio del juez, hasta ahora remiso a imputar a la infanta, y aplaude que la Fiscalía, convertida de pronto en abogado defensor de Su Alteza, haya decidido recurrir la imputación. Si eso no es una valoración en toda regla se le perece como se parecen dos gotas de agua.

¿Justicia igual para todos?

En efecto, el juez Castro ha dado un importante paso para hacer realidad que la Justicia es igual para todos y su decisión significará que la infanta Cristina tendrá que hacer también el paseíllo judicial que ya ha protagonizado su marido y su ex socio y esposa, su secretario personal y el asesor de la Casa Real. Sin embargo, la última palabra no está dicha. Su propio auto de imputación es toda una señal de que, de momento, no se puede hablar de “Justicia igual para todos”.

Ningún juez se habría molestado en redactar una veintena de folios con toda suerte de justificaciones para citar como imputado a cualquier otro ciudadano. José Castro se arma de argumentos y apela a las palabras del rey en el mensaje de Navidad, dice no creer que el monarca no advirtiera a su hija de los negocios poco claros de su marido y remata asegurando que imputarla es la mejor manera de no cerrar en falso la investigación, lo que suena a que la presión social no ha jugado un papel menor en su decisión. Por momentos da la sensación de estarle lanzando un salvavidas, por incómodo que resulte, para ayudarla a escapar con bien del naufragio y que no quede como un mero objeto decorativo en los trapicheos de su marido.

Por otro lado, ningún fiscal se habría tomado el trabajo de preparar un recurso contra una simple imputación sin acusaciones concretas y más bien para aclarar dudas si el afectado no fuera un miembro de la Casa Real. Será ahora la Audiencia de Palma la que acepte o rechace el recurso del Fiscal aunque no está claro si, en caso de aceptarlo, se mantiene la imputación a la Infanta.

La monarquía en la encrucijada

Pero mientras la Justicia sigue sus intrincados caminos, ni la infanta ni la Casa Real pueden continuar ocultando la cabeza bajo el ala. La monarquía está seriamente dañada por este escándalo al que se añaden las meteduras de pata del rey con sus cacerías exóticas, sus relaciones personales poco claras, en las que incluso parece haber involucrado al Gobierno, y las recientes sospechas sobre su herencia paterna en Suiza. Lo mínimo que debería hacer Su Alteza imputada es apartarse inmediatamente de la línea sucesoria por más que ocupe el séptimo lugar de la misma. Si a los políticos sorprendidos en falta se les pide la dimisión inmediata, con más razón hay que exigírsela a un miembro de la familia real en las mismas circunstancias y que vive a costa del erario público sólo por ser pariente directo del rey.

También el rey tiene que hacer de una vez un ejercicio de transparencia y dar la cara de verdad ante los ciudadanos – que no súbditos - de este país, alarmados de que, mientras la crisis golpea sus vidas y haciendas, en la cúspide del Estado se acumulan comportamientos poco éticos y poco ejemplarizantes, escandalosos y hasta presuntamente delictivos. El agua turbia ha subido tan arriba en La Zarzuela que ya no basta con un “lo siento, no volverá a ocurrir”. Abdicar empieza a ser la única salida que le va quedando al rey y cuanto más tiempo deje pasar para tomar la decisión más incierto será el futuro de la institución a la que representa.

Corea del Norte no es cosa de broma

Se devanan los sesos estos días los analistas internacionales intentando adivinar qué se esconde realmente detrás de la escalada de apocalípticas amenazas lanzadas por el régimen de Corea del Norte contra su vecino del Sur y contra Estados Unidos, con 40.000 soldados en la zona. La mayoría coincide en que se trata más de retórica belicista con fines políticos que de una amenaza en toda regla para la región y, por extensión, para todo el mundo. 

No puede olvidarse que, aunque rudimentario, Corea del Norte posee un poderoso aparato militar que incluye armas atómicas con las que está en condiciones de provocar una catástrofe nuclear en la zona e involucrar de paso a China – su aliado más fiel -, Rusia, Estados Unidos y Japón. Es cierto que, según parece, aún está lejos de alcanzar la sofisticación atómica necesaria para amenazar con misiles de largo alcance y que aún tardará varios años en conseguirlo. 

Ello, sin embargo, no debería ser motivo para tomarse a broma las amenazas procedentes del país más hermético del mundo, con una población sojuzgada y empobrecida y gobernado por una casta militar al frente de la cual se sitúa sólo por derechos de herencia un líder imberbe e inexperto que, tal vez, esté buscando con esta escalada la manera de consolidar su poder y hacerse respetar entre los suyos y buscando al mismo tiempo ser escuchado por Estados Unidos.



Recuerdan los analistas que siempre que se acercan elecciones en Corea del Sur en el norte crece la verborrea belicista. También atribuyen esta nueva y dura escalada de amenazas a las recientes sanciones de la ONU tras las últimas pruebas atómicas de Corea del Norte y a las maniobras militares conjuntas entre surcoreanos y estadounidenses en la zona, a las que en esta ocasión se han sumado incluso bombarderos y destructores norteamericanos.

Ambas partes exhiben músculo e intercambian amenazas en una espiral que, de seguir creciendo, no augura nada bueno. Corea del Norte, vestigio arqueológico de un tiempo felizmente superado, se mantiene en pie gracias al apoyo chino, que no ha dudado en utilizarlo cuando le ha convenido para hacer valer sus propios intereses políticos y geoestratégicos, y a la férrea dictadura comunista hereditaria que controla el país. En otra flagrante demostración de sus debilidades, la comunidad internacional y sus organismos supranacionales han sido incapaces de encontrarle salida a una situación que se eterniza desde el final de la Guerra de Corea a mediados del siglo pasado y que terminó con la península coreana dividida en dos partes en virtud de un armisticio – que no en un acuerdo de paz - que 60 años después sigue en vigor.

Puede que desde esta lado del mundo lo que ocurre en Corea nos parezca poco menos que extraterrestre y que la parafernalia militar, las manifestaciones histéricas y los discursos incendiarios de los militares norcoreanos nos muevan a la risa y a la broma fácil. No deberíamos de pasar por alto, sin embargo, el peligro que representa la capacidad destructiva que se puede desencadenar y extender en cualquier momento con trágicas consecuencias si no se rebaja la tensión belicista de los últimos días y no se encuentra una solución definitiva a un anacronismo histórico como el que representa Corea del Norte. La comunidad internacional en su conjunto se enfrenta a un nuevo reto y ojalá en esta ocasión se sitúe a la altura de las circunstancias.

Novartis pierde el juicio

Y lo que es peor para el gigante suizo de la industria farmacéutica: unos cuantos miles de millones de euros que pensaba ganar a costa de la población de la India, cerca de la mitad de la cual vive con menos de un euro al día. El Tribunal Supremo de ese país acaba de rechazar definitivamente la pretensión de Novartis de patentar un fármaco contra el cáncer que no aportaba absolutamente nada nuevo respecto a un genérico con la misma finalidad que ya se fabrica en ese país. La gran diferencia sólo está en el precio: el fármaco de Novartis cuesta más de 3.000 euros por paciente y mes mientras que el genérico indio sale a unos 57 euros por paciente y mes.

La sentencia supone un duro golpe para las grandes multinacionales farmacéuticas, a las que lo único que les mueve es hacer caja sin preocuparse lo más mínimo de que sus medicamentos sólo sean accesibles para una parte muy pequeña de la población, aquella que se los puede costear. Los millones de pobres que necesitan acceder a fármacos seguros y baratos como los genéricos no interesan y, de hecho, sus problemas de salud son sistemáticamente ignorados en los grandes centros de investigación de estos gigantes del fármaco, sólo atentos a las dolencias de los ciudadanos del primer mundo. Simplemente, no son rentables ni dan para pagar nóminas millonarias a sus directivos y abogados.

No es Novartis la primera que sale escaldada y con el rabo entre las piernas después de intentar patentar como novedoso un fármaco que lo único que busca mejorar es el balance contable de la compañía. Antes que ella han recibido la misma respuesta otros gigantes como Roche o Pfizer. El Tribunal Supremo de la India pone en su sitio a estos tiburones del medicamento y permite que el país siga desarrollando su potente industria de medicamentos genéricos, accesibles y económicos, lo que le ha permitido convertirse en lo que ya se conoce como la farmacia del Tercer Mundo.

De haberse salido Novartis con la suya y haber conseguido cambiar la Ley india de Patentes, respaldada por la OMS, millones de pacientes de VIH habrían perdido el acceso al tratamiento con antiretrovirales. Ha sido precisamente el desarrollo de los genéricos en India lo que ha permitido que este tipo de tratamientos se haya abaratado un 99% en la última década y llegue actualmente a un número de personas mucho mayor que entonces. Así, mientras en el año 2000 un tratamiento de ese tipo costaba una media de 8.000 euros anuales, en la actualidad sale por apenas 80.

El beneficio para los países cuyos habitantes carecen de un sistema de salud que merezca tal nombre es evidente, tanto como las pérdidas para las multinacionales farmacéuticas. De ahí que debamos felicitarnos por la trascendencia de un fallo judicial que mantiene viva la esperanza de millones de personas en todo el mundo.