Violencia y reparto de responsabilidades

Si una manifestación pacífica degenera en violencia callejera, como ocurrió el sábado en Madrid, es que algo se hizo mal y urge separar lo legítimo y democrático de lo ilegítimo y antidemocrático. Si la policía, que ahora se manifiesta también para denunciar la descoordinación del operativo, actuó antes de que concluyera la manifestación pacífica y legal, es que también algo se hizo mal. Alguien, por tanto, debe dar explicaciones cuanto antes en lugar de permitir que crezca la bola de los bulos y las contradicciones como ocurrió con la muerte de 15 inmigrantes intentando llegar a Ceuta.

El Ministerio del Interior vuelve a esconder la cabeza debajo el ala y no explica, a pesar de las peticiones de los sindicatos policiales, si el operativo era el correcto y adecuado, si la coordinación fue la conveniente y porqué se demoraron los refuerzos que pedían los agentes a pie de calle. No cabe de nuevo intentar ocultar, tergiversar o suavizar lo sucedido como ocurrió en Ceuta, en donde aún sigue sin producirse ninguna destitución o dimisión de nadie directamente relacionado con los hechos o con la explicación de los mismos, caso del responsable de la Guardia Civil, Arsenio Fernández de Mesa.

Mientras, los interpelados para dar explicaciones claras y convincentes de por qué una marcha ciudadana pacífica y legal terminó a la pedrada entre policías y manifestantes son los propios organizadores. La imagen de un manifestante golpeando a un policía con su propio casco, entre otras muchas, no les hará ganar popularidad ni seguimiento en próximas convocatorias. Por eso, cuanto más tarden en condenar sin ambigüedad alguna lo ocurrido y marcar distancias con los grupos violentos que reventaron la manifestación y que ya deberían ser de sobra conocidos, peor para la fuerza de sus reivindicaciones, en gran medida compartidas por el común de la sociedad aunque no participaran de forma activa en las “Marchas por la dignidad”.

Y, sobre todo, mejor para quienes prefieren que llevemos días hablando de los incidentes violentos entre policías y manifestantes y no de los recortes sociales, del paro, de la pobreza o de la reforma de la ley del aborto. Los que dinamitaron la protesta le han hecho un flaco favor a quienes la convocaron y estos se están haciendo un flaco favor a sí mismos si no rompen el silencio que los puede terminar convirtiendo a ojos de la opinión pública en cómplices de los violentos.

La Transición descansa en paz

Cantadas y alabadas ad nauseam las innegables virtudes políticas del pilotaje de Adolfo Suárez al frente de la Transición, conviene esbozar unas líneas sobre las reacciones ante su muerte. En primer lugar tenemos al rey. Su obituario del presidente fallecido careció de la emoción que cabía esperar de alguien que tuvo muy buen ojo para poner en el de Cebreros todas las esperanzas de que la Corona saliera airosa del dilema político sobrevenido tras la muerte de Franco. Rutinario y sin brillo, el monarca despachó el trámite con algunos lugares comunes dignos de una ocasión mucho menos propicia para renovar la alicaída confianza de los españoles en la institución monárquica como la que se le presentaba. Otra oportunidad perdida. 

Es casi un secreto a voces que fue precisamente la retirada de la confianza real la que abocó a Suárez a presentar la dimisión, acosado además por su propio partido, la oposición, la prensa, ETA, la Iglesia y los militares. El que sea capaz de aguantar tanta presión junta sería un superhéroe y Suárez, a pesar de toda su demostrada sagacidad política, no llegaba a tanto ni era tanto lo que se le exigía. 

Sigamos por el presidente del Gobierno: Mariano Rajoy nos deleitó con otra de sus plúmbeas intervenciones oficiales de las que los ciudadanos ya estamos curados de espanto. No se sabía muy bien si estaba despidiendo al que muchos consideran no sin exageración “el artífice de la democracia en España” o adelantándonos alguna espesa previsión económica a las que tan aficionado se ha vuelto en los últimos tiempos. Gris y falto de vibración política no tuvo empacho ni rubor, sin embargo, en patrimonializar para su partido y su Gobierno el espíritu de consenso y diálogo que caracterizaron la Transición conducida por Suárez. 


No le han ido a la saga otros dirigentes del PP y varios miembros de su gobierno. Mención especial merece el titular de Exteriores, García Margallo, convencido de que si Suárez se tuviera que enfrentar al desafío catalán haría exactamente lo mismo que está haciendo Rajoy, es decir, ni pestañearía, como Don Tancredo. Pero ya se sabe que una de las grandes ventajas de la ficción histórica es que los muertos no opinan y los hechos nunca podrán contradecir tus afirmaciones. 

A propósito, mención singular merece el presidente Artur Mas, que se materializó ante la capilla ardiente de Suárez para lanzarle a la cara de Rajoy la figura dialogante y de consenso del presidente de cuerpo presente a escasos metros suyos. Tampoco podían faltar en la obligada visita a la capilla ardiente viejas glorias de la UCD, dispuestas también a soltar alguna lágrima de cocodrilo. Allí se dieron cita, por ejemplo, todo un Miguel Rodríguez y Herrero de Miñón o todo un Landelino Lavilla, dispuestos a canonizar al mismo presidente muerto que con gran éxito habían contribuido a crucificar en vida: ¡Al suelo, que vienen los nuestros! se coreaba en las filas de la UCD cuando el partido ya se había convertido en una espectacular bola de fuegos artificiales con democristianos, socialdemócratas y franquistas demócratas de-toda-la vida saltando por los aires y buscando cada uno mejor acomodo político.

Para la historia de estos días en los que hemos revivido el blanco y negro y los puros humeando en el Congreso de los Diputados, quedará también la imagen de los tres ex presidentes vivos de riguroso luto oficial. González, Aznar y Zapatero apenas se pueden ver entre sí pero tocaba escenificar unidad aunque ésta fuera sólo flor de unas horas. La misma unidad que reclamaban al paso del cortejo fúnebre con los restos de Suárez abandonando para siempre la Carrera de San Jerónimo los ciudadanos que se agolpaban en las aceras y gritaban ¡Vivas! y ¡Presidente! Puede que muchos de ellos - los más creciditos, sobre todo -  le pagaran en su día a Suárez con la misma moneda con la que los británicos le pagaron a Churchill después de vencer a los alemanes en la II Guerra Mundial, es decir, dándole la espalda cuando puso en pie aquella aventura imposible que se llamó CDS. 

Con todo, se palpaba en el ambiente una petición expresa a los partidos políticos para que antepongan el interés general al partidista y recuperen el espíritu de concordia de la Transición que estos días ha sobrevolado la política española. Dudo que el mensaje haya llegado a oídos de quienes al menos deberían intentarlo, de manera que ese espíritu por unos días revivido seguramente descansa en paz a esta hora bajo una losa de la catedral de Ávila y sin riesgo de que se despierte de nuevo.

Silvio Rodríguez: "Óleo de mujer con sombrero"

El agravamiento de la enfermedad de Adolfo Suárez me ha traído a la memoria muchas canciones que conformaron la banda sonora de la Transición española: Joan Manuel Serrat, Hilario Camacho, Luis Eduardo Aute, Jarcha, Labordeta, La Bullonera, Lluis Llach, Raimon, Rosa León, Paco Ibáñez, Víctor Manuel, Carlos Cano, Ana Belén, Cecilia, Javier Krahe y muchos más. Entre ellos siempre ocupó un lugar muy destacado un cubano, muchas de cuyas canciones ni siquiera comprendíamos aunque las cantábamos a todas horas.....