Si Escocia dice yes

Momento histórico al que se enfrentarán mañana los 4,3 millones de escoceses con derecho a voto en el referéndum de independencia respecto del Reino Unido. El término “histórico” adquiere aquí su sentido más genuino y apartado de la ligereza con la que últimamente se suele aplicar a cualquier bobada como un partido de fútbol o cosas similares. Es mucho lo que los escoceses se juegan en el envite de mañana y, aunque casi la mitad de los ingleses observen el referéndum con displicente indiferencia, también es mucho lo que les va en esta apuesta en términos, por ejemplo, de la cuantiosa recaudación fiscal por el petróleo del Mar del Norte. Sin olvidarnos de los efectos que el resultado del referéndum de mañana tendrá sobre el monotema de la consulta soberanista catalana del nueve de noviembre de la que hablamos en el post de ayer. 

Las últimas encuestas le dan un triunfo por la mínima al no a la independencia pero hay una bolsa de unos 600.000 indecisos que pueden fácilmente inclinar la balanza en un sentido o en otro. Hay que tener en cuenta también a los residentes no escoceses cuya decisión puede ser determinante en lo que ocurra mañana. Ante este virtual empate técnico, partidarios y detractores de la independencia luchan voto a voto en defensa de sus respectivas posiciones. Londres lo lleva haciendo desde hace semanas a la vista de las encuestas que daban ganador al “sí” y parece que, al menos por ahora, ha conseguido nivelar las fuerzas frente a los independentistas. Estos, sin embargo, no arrojan la toalla y redoblan sus esfuerzos para hacer de Escocia un estado independiente del Reino Unido.

Si eso ocurriera son muchas las interrogantes e incógnitas que se abren para Escocia y los escoceses. La primera de ellas sería su exclusión casi inmediata de la Unión Europea, con todo lo que eso comporta en términos comerciales, económicos y políticos. Para volver a Bruselas, tendrían que recorrer los escoceses el mismo camino que cualquier otro país que aspire a formar parte de la UE y contar con el beneplácito de todos sus miembros. Quedaría también aislada del resto del actual Reino Unido salvo que Londres aceptara la curiosa propuesta que hacen los independentistas de compartir el Banco de Inglaterra, la libra esterlina y hasta la reina Isabel como Jefa de Estado. 

Uno, que no es independentista escocés, no puede entender que se ansíe la independencia y al mismo tiempo se quiera seguir con el mismo banco central controlando la política monetaria del nuevo Estado, la misma moneda pero con independencia política y el mismo jefe de Estado del país del que se independiza. Es algo muy parecido a lo que ocurriría si Cataluña se independizara de España y le pidiera a Rajoy compartir a Felipe VI como jefe de Estado. 

En todo caso, detrás de la apuesta independentista escocesa parecen primar mucho más los intereses económicos en juego que las señas indentitarias nacionales, que apenas han salido a relucir en esta campaña. En un primer plano de esos intereses figuran las reservas de petróleo del Mar del Norte cuya explotación y beneficios se dirime en el referéndum de mañana. Los independentistas escoceses sospechan que Londres miente al asegurar que son mucho menores de lo que se creía y que están muy agotados. Ven esas reservas como una suerte de maná con el que hacer frente en solitario a los ingentes gastos del nuevo Estado que, entre otras cosas, tendría que contar también con fuerzas armadas propias. 

Incluso han puesto sus ojos en el modelo noruego y proponen crear un fondo soberano con los beneficios del crudo que serviría para financiar ambiciosas políticas sociales. Sin embargo, el Gobierno británico les recuerda que la independencia es para siempre y el petróleo no, que los precios del crudo son muy volátiles y que, además, corren el riesgo de que las grandes empresas radicadas en Escocia, entre ellas las petroleras, hagan las maletas y se vayan a otro lugar si no les gustan los planes del gobierno del nuevo Estado para sus negocios. En otras palabras, que fiar todos los ingresos de una Escocia independiente al petróleo es como poco suicida e insostenible.

A cambio de permanecer formando parte de la Union Jack, el primer ministro Cameron les ofrece a los escoceses más competencias y más participación en la recaudación fiscal, algo que los independentistas no toman ya en consideración después de décadas sufriendo las políticas neoliberales de la señora Thatcher y sus sucesores conservadores e incluso laboristas en el Gobierno de Londres. Junto a las advertencias de un cataclismo económico si gana mañana el “yes”, un Camerón asustado ante el peligro de pasar a la historia como el primer ministro que perdió una parte del territorio nacional, también ha apelado a los sentimientos y le ha pedido a los escoceses que no le rompan el corazón abandonando el Reino Unido. La última palabra la tienen mañana los escoceses.   

El monotema catalán

Con sinceridad: me aburre ya hasta lo indecible el monotema del soberanismo catalán. Comprendo que a los catalanes les vaya mucho en el envite pero a mi empieza a pasarme como a la mitad de los ingleses, a quienes, según las últimas encuestas, les da exactamente lo mismo que Escocia se independice o continúe formando parte del Reino Unido en el referéndum del próximo jueves. Escuchar a Artus Mas o a Mariano Rajoy me produce incontrolables ataques de bostezos, sopor y sueño. Es como si me hubiera quedado atrapado en el tiempo y cada mañana al despertarme fuera otra vez el Día de la Marmota: los mismos discursos, las mismas poses, las mismas advertencias, iguales amenazas, similares cataclismos, parecidas ambigüedades. 

Entra uno en internet, abre los periódicos de tirada nacional, enciende la televisión o la radio esperando encontrar una noticia que le ayude a afrontar el día con el optimismo justo para llegar a la noche sin desfallecer y lo único que encuentra es más de lo mismo del día anterior. Mas ejecutando su hoja de ruta contra viento y marea aunque el viento de ERC le haga por momentos tambalearse y mientras, en La Moncloa, Rajoy y los suyos escenificando su guión al pie de la letra. Ninguno de los dos se sale ni por un momento del discurso aprendido y mil veces repetido, nadie da su brazo a torcer y mientras tanto se acerca el día D sin que a ninguno de los dos se les mueva un pelo. 

Diría uno que en este país llamado España hay muchos otros asuntos que ocupan y preocupan a los ciudadanos de a pie y que de un tiempo a esta parte han quedado relegados a un segundo plano a favor del monotema catalán que todo lo empapa. Diría también que en este país llamado España existen otros territorios que merecen que sus problemas y aspiraciones tengan algún reflejo en los grandes medios nacionales de comunicación. Sin embargo, lo único que merecen en el mejor de los casos son pequeñas gacetillas sueltas en páginas interiores. 

Estaría uno por afirmar que a los españoles les preocupa sobre todo el paro, la precariedad laboral, los recortes de los servicios públicos, la corrupción o la falta de transparencia de las instituciones. Al menos eso es lo que reflejan desde el inicio de la crisis las encuestas de opinión pública. Sin embargo, todos esos problemas terminan pasando más pronto que tarde a un segundo plano en las grandes cabeceras nacionales en cuanto Mas y los suyos o Rajoy y los suyos dicen algo que tenga que ver con Cataluña y el proceso soberanista. Así por ejemplo, unas destempladas declaraciones de hoy mismo del ministro de Exteriores García Margallo amenazando con suspender la autonomía catalana si a pesar de todo se celebra la consulta del nueve de noviembre, ha copado rápidamente lugares privilegiados en las ediciones digitales de los periódicos y en los informativos de radio y televisión. 

Cataluña y su órdago soberanista alimenta informativos las veinte y cuatro horas del día y expertos, historiadores, sociólogos, analistas políticos y periodistas de todo signo y pelaje peregrinan por estudios de radio y platós de televisión de la mañana a la noche para glosar y dar su sabio punto de vista sobre lo último que han dicho Rajoy o Mas, el PSOE o el PP, ERC o CiU, IU o Podemos sobre Cataluña. Pontifican sin rubor sobre lo que debe hacer y lo que no debe hacer el Gobierno, sobre las causas del problema, sobre las soluciones más convenientes o sobre el futuro de una Cataluña independiente de España. Palabra: es insufrible. 

Admito que escribo este post más con el corazón que con la razón pero es que la cabeza ya la tengo absolutamente saturada del monotema catalán. Empiezo a sentirme un poco inglés y a considerar la conveniencia de darle vía libre a la consulta para que se decida en las urnas el futuro de Cataluña. Y si sale independencia allá se las compongan Artur Mas, Junqueras y los que apoyan su órdago con su soberanía y su nuevo Estado, tal y como ocurrirá con Escocia si se independiza del Reino Unido. Y aunque sintamos la pérdida, estoy convencido de que el resto nos las arreglaremos para continuar sin su compañía, incluso aunque alguno más también se proponga hacer las maletas y seguir los pasos catalanes. 

¿Por qué tenemos que empeñarnos en vivir con alguien que no quiere vivir con nosotros y cuyas quejas, demandas y reivindicaciones parecen no tener fin? Al diablo la Constitución y las leyes ya que no hay cintura política por parte de nadie, ni en Madrid ni en Barcelona, para encauzar una situación podrida y enquistada desde hace mucho tiempo. Por otra parte, tampoco sería la primera vez que se vulneran a conciencia la Carta Magna y la legislación sin que pase absolutamente nada. Admito que todo esto que digo puede que no sea ni muy razonable ni muy políticamente correcto y suene más a descarga y alivio de alguien ahíto de un discurso manido, trucado y tramposo por ambos lados. Sin embargo, llegado a estas cotas de hastío e inmovilismo de unos y de otros ya no se me ocurre otra fórmula mejor para poner fin a esta interminable pesadilla.

Reforma abortada

Como buen gallego que es, Rajoy sabe muy bien cuando se aproxima temporal y no conviene hacerse a la mar. Desde su atalaya de La Moncloa el presidente ha oteado el horizonte y parece haber llegado a la conclusión de que no está el oleaje para muchas audacias: las negras orejas del lobo de las urnas se atisban ya en el horizonte del calendario y no es el momento de soliviantar más al electorado, incluido el suyo. Varios hechos vienen a confirmar esta percepción. Después de iniciar el curso político dándose un breve garbeo con Angela Merkel por el Camino de Santiago y pedirle algún cargo para los suyos en la Unión Europea, Rajoy dijo aquello de que la economía española ha dejado atrás los “brotes verdes” y ya “tiene raíces vigorosas”. 

Nada más sobre economía ha dicho el presidente y ninguna “reforma estructural” de calado aparece de momento en su agenda de aquí a las elecciones de mayo y a las generales de noviembre. Parece que, por ahora, se acabaron los viernes de dolor en los que el Consejo de Ministros salía a “reforma estructural” – vulgo recortes - por reunión. Y da igual que las pidan el Fondo Monetario Internacional, la UE o la OCDE, organismos a los que no urgen en absoluto los periodos electorales sino la obligación de presionar a los gobiernos de turno para que hagan los “deberes” que exigen “los mercados”. Ahora que la prima de riesgo duerme la siesta, la respuesta ante esas demandas de más reformas es el silencio o, en el mejor de los casos, que ya se han hecho y “están dando buenos resultados”. 

El acento de la gestión de aquí a las elecciones quiere ponerlo ahora el Gobierno en la regeneración, esa palabra con la que todos se llenan últimamente la boca y que a fuerza de uso y abuso acabará por convertirse en un slogan vacío de contenido como no se pase de una vez de la teoría a la práctica y se deje de marear la perdiz. 

Tres años después de llegar a La Moncloa y cuando soplan vientos electorales poco propicios para el PP, a Rajoy le han entrado las prisas por regenerar la democracia. Sin embargo, la propuesta estrella de esa regeneración, la elección directa de alcaldes, ha quedado de momento aparcada dado el rechazo unánime de la oposición a tragar con una rueda de molino pensada por los populares para salvar de la quema algunas de sus plazas fuertes. Seguir adelante con ella en solitario y contra viento y marea habría sido un desprecio al más mínimo consenso en asunto de tanta enjundia y, sobre todo, una decisión que se da de bruces con la regeneración política que el PP dice defender al menos de boquilla. Salvo improbable acuerdo con el PSOE, que insiste en no negociar sobre este asunto antes de las elecciones, tendrán que arreglárselas como puedan los alcaldes populares y de otras formaciones que ven peligrar en las encuestas su continuidad en el puesto. 

Otra reforma estrella del Gobierno y mucho más polémica si cabe que la anterior, la del aborto, lleva también camino de ir a parar a un cajón del despacho del ministro Gallardón a la espera de tiempos más propicios. Todo hace indicar que Rajoy no dará luz verde a una modificación de la Ley del Aborto que la sociedad no demandaba y que retrotrae la cuestión a los tiempos del franquismo al criminaliza a las mujeres y desandar todo el camino andado hasta ahora. Además de las críticas unánimes a la reforma por parte del resto del arco parlamentario, de organizaciones profesionales relacionadas con la sanidad o la justicia y de una inmensa mayoría de la sociedad que no ve la necesidad de esa modificación pensada en último extremo para satisfacer a la Conferencia Episcopal y a los sectores más rancios de la derecha española, en su mismo partido son numerosas las voces que le han pedido que la retire o que la suavice para consensuarla con la oposición. 

A Gallardón, que en julio aseguró muy convencido que la reforma se aprobaría en el Consejo de Ministros antes de que terminara septiembre, se le acaba el tiempo para ver su gran sueño legislativo cumplido. En algunos foros se especula ya con la posibilidad de su dimisión si finalmente Rajoy decide que no toca reabrir en las Cortes y en la calle el debate sobre un asunto de alta sensibilidad social y política coincidiendo con la precampaña y la campaña electoral que tenemos casi a las puertas. En los cálculos electorales del presidente seguramente pesa mucho más el riesgo de perder cientos de miles de votos que a un ministro de Justicia. O como diría un marinero paisano de Rajoy: no salgas de puerto si las nubes no corren con el viento.