Con sinceridad: me aburre ya hasta lo indecible el monotema del soberanismo catalán. Comprendo que a los catalanes les vaya mucho en el envite pero a mi empieza a pasarme como a la mitad de los ingleses, a quienes, según las últimas encuestas, les da exactamente lo mismo que Escocia se independice o continúe formando parte del Reino Unido en el referéndum del próximo jueves. Escuchar a Artus Mas o a Mariano Rajoy me produce incontrolables ataques de bostezos, sopor y sueño. Es como si me hubiera quedado atrapado en el tiempo y cada mañana al despertarme fuera otra vez el Día de la Marmota: los mismos discursos, las mismas poses, las mismas advertencias, iguales amenazas, similares cataclismos, parecidas ambigüedades.
Entra uno en internet, abre los periódicos de tirada nacional, enciende la televisión o la radio esperando encontrar una noticia que le ayude a afrontar el día con el optimismo justo para llegar a la noche sin desfallecer y lo único que encuentra es más de lo mismo del día anterior. Mas ejecutando su hoja de ruta contra viento y marea aunque el viento de ERC le haga por momentos tambalearse y mientras, en La Moncloa, Rajoy y los suyos escenificando su guión al pie de la letra. Ninguno de los dos se sale ni por un momento del discurso aprendido y mil veces repetido, nadie da su brazo a torcer y mientras tanto se acerca el día D sin que a ninguno de los dos se les mueva un pelo.
Diría uno que en este país llamado España hay muchos otros asuntos que ocupan y preocupan a los ciudadanos de a pie y que de un tiempo a esta parte han quedado relegados a un segundo plano a favor del monotema catalán que todo lo empapa. Diría también que en este país llamado España existen otros territorios que merecen que sus problemas y aspiraciones tengan algún reflejo en los grandes medios nacionales de comunicación. Sin embargo, lo único que merecen en el mejor de los casos son pequeñas gacetillas sueltas en páginas interiores.
Estaría uno por afirmar que a los españoles les preocupa sobre todo el paro, la precariedad laboral, los recortes de los servicios públicos, la corrupción o la falta de transparencia de las instituciones. Al menos eso es lo que reflejan desde el inicio de la crisis las encuestas de opinión pública. Sin embargo, todos esos problemas terminan pasando más pronto que tarde a un segundo plano en las grandes cabeceras nacionales en cuanto Mas y los suyos o Rajoy y los suyos dicen algo que tenga que ver con Cataluña y el proceso soberanista. Así por ejemplo, unas destempladas declaraciones de hoy mismo del ministro de Exteriores García Margallo amenazando con suspender la autonomía catalana si a pesar de todo se celebra la consulta del nueve de noviembre, ha copado rápidamente lugares privilegiados en las ediciones digitales de los periódicos y en los informativos de radio y televisión.
Cataluña y su órdago soberanista alimenta informativos las veinte y cuatro horas del día y expertos, historiadores, sociólogos, analistas políticos y periodistas de todo signo y pelaje peregrinan por estudios de radio y platós de televisión de la mañana a la noche para glosar y dar su sabio punto de vista sobre lo último que han dicho Rajoy o Mas, el PSOE o el PP, ERC o CiU, IU o Podemos sobre Cataluña. Pontifican sin rubor sobre lo que debe hacer y lo que no debe hacer el Gobierno, sobre las causas del problema, sobre las soluciones más convenientes o sobre el futuro de una Cataluña independiente de España. Palabra: es insufrible.
Admito que escribo este post más con el corazón que con la razón pero es que la cabeza ya la tengo absolutamente saturada del monotema catalán. Empiezo a sentirme un poco inglés y a considerar la conveniencia de darle vía libre a la consulta para que se decida en las urnas el futuro de Cataluña. Y si sale independencia allá se las compongan Artur Mas, Junqueras y los que apoyan su órdago con su soberanía y su nuevo Estado, tal y como ocurrirá con Escocia si se independiza del Reino Unido. Y aunque sintamos la pérdida, estoy convencido de que el resto nos las arreglaremos para continuar sin su compañía, incluso aunque alguno más también se proponga hacer las maletas y seguir los pasos catalanes.
¿Por qué tenemos que empeñarnos en vivir con alguien que no quiere vivir con nosotros y cuyas quejas, demandas y reivindicaciones parecen no tener fin? Al diablo la Constitución y las leyes ya que no hay cintura política por parte de nadie, ni en Madrid ni en Barcelona, para encauzar una situación podrida y enquistada desde hace mucho tiempo. Por otra parte, tampoco sería la primera vez que se vulneran a conciencia la Carta Magna y la legislación sin que pase absolutamente nada. Admito que todo esto que digo puede que no sea ni muy razonable ni muy políticamente correcto y suene más a descarga y alivio de alguien ahíto de un discurso manido, trucado y tramposo por ambos lados. Sin embargo, llegado a estas cotas de hastío e inmovilismo de unos y de otros ya no se me ocurre otra fórmula mejor para poner fin a esta interminable pesadilla.
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