Rajoy no quiere ser presidente

Después de hacer el inconmesurable esfuerzo de escuchar todo su discurso he llegado la conclusión de que Mariano Rajoy no quiere ser presidente del Gobierno y en su fuero interno prefiere unas nuevas elecciones. No si para ello tiene  que depender de los votos de otros partidos como es el caso. Se le ha notado demasiado esta tarde la desgana con la que ha asumido el encargo del rey y ha dejado patente que lo suyo  no es  la negociación y el acuerdo, que fuera de la mayoría absoluta en la que tan a sus anchas se maneja se siente desvalido y abandonado a su suerte, en manos de gente extraña que quiere imponerle ideas y medidas  con las que no comulga. Tal vez esa sea una de las razones por las que la bancada popular aplaudía tanto esta tarde a su líder, para darle los ánimos que él mismo es incapaz de encontrar. 

Su discurso de investidura de esta tarde ha batido todos los récords de lo plano, soso y plúmbeo que cabía esperar de un campeón del aburrimiento oratorio como el candidato popular. Bien contados, con 5 minutos hubieran bastado para el desganado apoyo que pidió a la cámara y para desgranar cuatro promesas vacías de contenido concreto. El resto del tiempo, hasta una hora y cuarto, lo ha empleado en contarnos la necesidad perentoria y de perogrullo de que haya gobierno, en volver a agitar la herencia recibida hace casi 5 años y en autoalabarse por lo bien que lo ha hecho como presidente y de los males que  nos ha librado durante el tiempo que ha tenido la posibilidad de gobernar sin que nadie la llevara la contraria.


Su perorata de esta tarde ha estado mucho más cerca de un discurso sobre el estado de la nación que de una petición de confianza para ser presidente del Gobierno de este país. Ni una brizna de entusiasmo y de emoción han reflejado  sus palabras,  ni una pizca de alegría contagiosa ni un soplo de ilusión que lleve a los ciudadanos a desear que Rajoy reciba  el apoyo de la mayoría del Congreso. Así, apenas si mencionó el pacto con Ciudadanos que costó una semana cerrar, dando la sensación de que las cuatro promesas que sacó a relucir se le ocurrieron a él o a su partido como si aún gozara de la añorada mayoría absoluta. Sobre asuntos clave como la corrupción que salpica principalmente a su partido pasó de puntillas y apenas si llegó a 2 minutos el tiempo que le dedicó. Para completar la idea de que la corrupción no es un problema ni de su partido ni de este país sólo le faltó añadir que  todo es falso salvo algunas cosas que están ahí.  Ignorando el rechazo que ha generado la LOMCE, ofreció un pacto educativo más retórico que concreto y sólo al final de su cansina intervención elevó algo  el tono para arremeter contra el soberanismo catalán pero sin ofrecer absolutamente nada nuevo.

 No creo, como piensan algunos, que la abulia política  con la que Rajoy se ha presentado hoy ante la cámara se deba a que se está reservando para los cara a cara de mañana con los portavoces de los grupos parlamentarios. Los que así opinan no deberían buscar un Rajoy ideal que no existe, él es así de plano y soporifero hasta en los momentos supuestamente históricos como el de hoy. Tan narcotizante y apático ha sido su discurso que ni siquiera ha hecho el más mínimo esfuerzo por atraerse a su causa al principal partido de la oposición, al que más bien ha regañado por no postrarse de hinojos a sus plantas y apoyarle sin condiciones; ni una oferta de diálogo, ni una invitación a que proponga asuntos sobre los que sea posible alcanzar algún tipo de acuerdo ha salido de los labios de Rajoy esta tarde por lo que al PSOE se refiere.

Francamente, Rajoy no ha hecho nada esta tarde para merecer el apoyo de la mayoría de la cámara por activa o al menos por pasiva y de paso ha liberado a Sánchez de cualquier tipo de presión para conseguir la abstención del PSOE. Todo lo cual me ratifica en mi idea inicial: a Rajoy sólo le entusiasmaría ser presidente si volvieran los tiempos de las mayorías aplastantes. Por eso conviene no descartar que detrás de este teatrillo de la investidura esté la tentación de forzar unas terceras elecciones y probar a ver si suena la flauta de la mayoría absoluta. 

Otra y nos vamos

A pesar de la breve ausencia no supongan que he estado completamente ocioso. Esperaba, antes de bajar unos días la persiana de este blog, que pudiera llevarme al teclado alguna novedad interesante respecto a la formación de gobierno. Por mucho que he esperado no ha podido ser y miren que Rajoy ni siquiera se ha ido de vacaciones: ahí sigue, disfrutando del aire acondicionado de La Moncloa y esperando que Pedro Sánchez toque en la puerta y le entregue la abstención envuelta en papel de seda. 

Pero Sánchez, que para no ser menos y demostrar también su sentido de Estado tampoco se ha ido de vacaciones, sigue sin estar por la labor, es decir, sigue siendo un hueso duro de roer para Rajoy. Y de Rivera ni les cuento, que continúa el hombre intentando sin el más mínimo éxito arbitrar un partido que los principales contendientes se niegan en redondo a jugar. 

Es muy probable que cuando vuelva a subir la persiana dentro de un par de semanas las cosas no hayan mejorado de manera significativa. En realidad es mucho más probable que hayan empeorado porque, a cada día que pasa en esta situación, los problemas a los que debió haberse atendido hace meses puede que ya tengan consecuencias irreversibles.

Al menos bajo la persiana con el alivio de conocer que el incendio en La Palma ha sido metido en vereda después de varios días de denodados esfuerzos por tierra y aire de centenares de trabajadores - que no operarios -, uno de los cuales se dejó incluso la vida en la tarea. El desastre ambiental es mayúsculo y el daño en los bienes será también cuantioso. Se escuchan ya voces hablando de ayudas y subvenciones para los afectados y está bien que así sea, siempre y cuando se cumpla alguna vez que tales aportaciones se entreguen en tiempo y forma; carecen de todo sentido si su entrega se demora durante años como ha pasado en muchas otras ocasiones similares.

Del mismo modo, también carece de todo efecto ejemplarizante y reparador desde el punto de vista de la Justicia que la sentencia que debe recaer sobre el autor confeso del incendio se posponga hasta las calendas griegas como ocurre con el incendio de hace nueve años en Gran Canaria. 

En realidad, si uno lo piensa un poco, tanto la incapacidad de los partidos políticos españoles para formar gobierno como la cansina frecuencia con la que se repiten desastres naturales como el de La Palma, hasta el punto de que terminan concibiéndose como maldiciones bíblicas inevitables, nos remiten al mismo problema de raíz: la tendencia política a enredar sobre cuestiones que, a ojos de la mayoría de los ciudadanos de a pie, sólo requieren verdadera voluntad para resolver los problemas planteados en lugar de crear otros nuevos en donde no había ninguno.

En eso pensaba seguramente Woody Allen con la frase que me sirve hoy para echar el cierre temporal al blog y con la que les dejo reflexionando hasta la próxima vuelta...


"La vocación del político de carrera es hacer de cada solución un problema".  




Con La Palma

¿Qué se puede decir o escribir que no se haya dicho o escrito ya sobre los incendios, su prevención en épocas de calores extremos como la actual y el comportamiento irresponsable de quienes, pasándose todo eso por el arco del triunfo, enciende un fuego en el monte? Es difícil reflexionar sobre algo que de analizado y experimentado parece tan evidente que uno no encuentra qué decir cuando vuelve a ocurrir la tragedia.

Le está tocando desde ayer a La Palma, isla que suele sufrir con cierta frecuencia el azote del fuego: cuando no es porque alguien tiró unos voladores en una fiesta sin importarle que la temperatura a la sombra rebase los 40 grados es porque otro alguien tuvo la ocurrencia de quemar unos rastrojos o unos papeles, como acaba de ocurrir ahora. El caso y la desgracia es que casi siempre suele haber un alguien que por ignorancia o por cálculo criminal arrima la cerilla encendida al pasto reseco y pone a miles de personas en estado de ansiedad y riesgo y a lo que la Naturaleza ha tardado tal vez cientos  de años en crear al borde de la destrucción. 


Las consecuencias más inmediatas del último de estos actos son un trabajador forestal fallecido, casi un millar de personas desalojadas de sus hogares y otras tantas hectáreas de vegetación arrasadas por el fuego. Toca en primer lugar concentrarse en una tarea doble: atender a las personas desalojadas y combatir el fuego con todos los medios al alcance. Una vez atendido lo más urgente es prioritario esclarecer las causas del incendio y hacer recaer sobre el responsable toda la contundencia de la ley. Una ley que también en este tipo de casos es imprescindible que se aplique, además de con rigor, con razonable celeridad. 

Por poner un sólo ejemplo, es social y jurídicamente intolerable que, 9 años después, aún no se haya celebrado la vista oral del juicio contra al autor confeso - subrayo la palabra confeso - del incendio que en el verano de 2007 arrasó más de 20.000 hectáreas en la isla de Gran Canaria. Por no mencionar que buena parte de los afectados aún no ha cobrado las ayudas que a bombo y platillo prometieron los políticos de entonces sobre los rescoldos del fuego aún calientes.  Y como ese se podrían citar otros muchos ejemplos de exasperante lentitud judicial y adminisrativa a la hora de reparar jurídica y económicamente los daños causados. 

Y todo esto sin olvidar la principal premisa para minimizar el riesgo de incendios, esa que siempre se invoca por parte de casi todos pero que cada vez se incumple más: la limpieza de nuestros montes. En gran medida y sin restarle ni un gramo de responsabilidad a la mano del autor material, estos incendios serían mucho menos frecuentes o podrían combatirse con más éxito si se cumpliera algo tan elemental como no permitir que en el suelo del bosque se acumule el combustible que contribuye a hacer de un incendio un desastre natural sin paliativos. 

Esa, junto con la de ayudar a sus dueños a reparar los daños causados por el fuego en los bienes particulares, debería ser también la labor inaplazable para las administraciones públicas implicadas. Confiemos - sin mucha fe, la verdad -  en que de una vez empecemos en esta tierra a cambiar  la cultura política sobre los incendios o sobre las riadas en barrancos atascados por las construcciones, que esa es otra. De momento y a la espera de poder meter el incendio en cintura, sólo cabe expresar la solidaridad con La Palma, con su gente y con todos los que sienten que se les encoge de pena el corazón ante la destrucción inmisericorde que causa el fuego.