La sanidad en el ring político

No es habitual que el presidente de un Gobierno le lea en público la cartilla a uno de sus consejeros. Yo al menos pensaba que las discrepancias se solventaban en privado, sin cámaras ni micrófonos, y en último extremo y si no había más remedio con la destitución del consejero. De momento no es eso lo que acaba de ocurrir en Canarias, en donde el presidente del Gobierno autonómico ha cuestionado abiertamente la gestión de su consejero de Sanidad, que continúa en el puesto. La causa es la desviación del gasto sanitario presupuestado para este año que, según el presidente, pone en riesgo que la comunidad autónoma cumpla el objetivo de déficit público al que está obligada. Dicho sea entre paréntesis, el haber cumplido con creces el año pasado ese objetivo no se ha reflejado en ningún tipo de compensación económica del gobierno central a Canarias a pesar de las promesas que parece haberse llevado el viento de la incertidumbre política nacional. 

En consecuencia - y volviendo al gasto sanitario - ha ordenado el presidente medidas de control y contención que probablemente tendrá consecuencias negativas sobre las abultadas listas de espera y los puestos de trabajo de la sanidad pública insular. El consejero se ha defendido hoy asegurando que, aún confesándose cuestionado por el presidente, no tiene intención de renunciar al puesto y subrayando que no dará un paso atrás en la defensa de la sanidad pública. Si no suena a desafío al propio presidente del Gobierno del que forma parte y en cuyo Consejo se sienta se la parece mucho. La cuestión es cuánto tiempo y hasta dónde podrá el consejero sostener esa posición. 

Ocurre que más allá del problema de la financiación de la sanidad pública canaria y de la siempre mejorable gestión de la misma, late en el fondo de este inesperado conflicto la poca simpatía que la primera parte contratante del pacto de gobierno de Canarias, constituida por CC, tiene para con la segunda parte contratante, representada por el PSOE. Sabe la primera parte que la segunda ha demostrado más capacidad de aguante que un saco de boxeo y se aplica con entusiasmo a darle en donde más le puede doler, la gestión de sus áreas de responsabilidad en el Ejecutivo autonómico, hasta el punto de que a veces cuesta distinguir sus críticas de las de la oposición.


Nunca jamás hasta el momento se ha escuchado de boca del presidente una crítica a la gestión de los consejeros de su partido pero la mayoría de los del PSOE han sido vapuleados sin piedad en la plaza pública hasta extremos en los que la dignidad política habría aconsejado pasar a la oposición. Y eso por no mencionar ahora los flagrantes incumplimientos que ha cometido CC del pacto en cascada que ambas fuerzas firmaron al comienzo de la legislatura y que jamás han revertido ni revertirán. Que no lo hayan hecho ya, que continúen compartiendo gobierno con CC después de las veces y las formas en las que se ha cuestionado su gestión, sólo cabe entenderlo a partir de la debilidad política fruto de la falta de liderazgo claro y definido que padecen los socialistas canarios desde hace tiempo. 

Ahora bien, las peleas partidistas deberían pasar a un muy segundo plano cuando hablamos de las cosas de comer y la sanidad pública es una de las más importantes. Que su financiación es deficitaria porque el Gobierno del Estado sigue sin cumplir la promesa de revisar el sistema de financiación autonómica es algo que nadie puede negar. En cuanto a la gestión de los siempre escasos recursos disponibles habrá opiniones para casi todos los gustos pero nadie podrá negar tampoco que siempre se puede mejorar. En su crítica al consejero de sanidad recordaba el presidente que con 25 millones de euros más en el presupuesto de este año han aumentado las listas de espera y es cierto. 

También lo es, no obstante, que las largas listas de pacientes que aguardan por una operación o una prueba diagnóstica en Canarias son  un problema crónico que no data precisamente de hace un año sino de muchos años atrás. De hecho, los planes puestos en marcha hasta ahora por los distintos consejeros - la mayoría de CC - nunca han conseguido reducirlas significativamente. Añádase el creciente coste de los medicamentos, las contrataciones para cubrir vacantes temporales y, por supuesto, las expectativas insaciables de una población que cada vez exige más servicios y más calidad asistencial a la sanidad pública y tendremos el cóctel perfecto para que el gasto se vaya a la estratosfera. 

Es evidente que eso significaría sencillamente que el sistema sanitario público se volvería insostenible económicamente si es que no empieza a serlo ya en alguna medida: hay que ponerle coto al gasto descontrolado y huir de la tentación de presupuestar cada año por encima de lo que se gastó en el interior si no queremos que el sistema se convierta en un saco sin fondo y quiebre literalmente. Estos son los grandes retos de la sanidad pública y a buscarles solución deberían aplicarse sin demagogias todas las fuerzas políticas, tanto en el Gobierno como en la oposición, así como los agentes que intervienen en la prestación del servicio. Todo lo demás no son más que escaramuzas políticas que nos desvían del objetivo central: una sanidad pública sostenible, de calidad y universal. 

Ana Pastor, su segura servidora

Entre otras muchas, una de las razones por la que es urgente que cuanto antes se constituya un nuevo gobierno en España es acabar de una vez con el desprecio que el Ejecutivo en funciones de Mariano Rajoy dispensa al Congreso desde hace cerca de nueve meses. Escudándose en que un Congreso distinto del que le otorgó la confianza no puede controlarlo está el Gobierno haciendo de su capa un sayo para eludir lo que en cualquier sistema democrático forma parte de las reglas básicas del juego. Si en la pasada legislatura fue una actitud pura y dura de rebeldía ante los requerimientos del Legislativo para que explicara sus decisiones en la sede de la soberanía nacional, en la presente está contando además con el inestimable apoyo de la presidenta de la Cámara y con el silencio cuando menos cómplice del Tribunal Constitucional, ante el que el anterior Congreso denunció la negativa del Ejecutivo a someterse al control parlamentario. 

Es evidente que Ana Pastor se ha tomado su responsabilidad de presidenta del Congreso con mucho empeño: no hay decisión importante que no consulte con el Gobierno en funciones del que fuera su presidente hasta hace sólo un par de meses. No me extrañaría demasiado que la señora Pastor tenga a Montesquieu por un actor de cine y a la separación de poderes por una película de ciencia ficción. Cuando a Rajoy, después de reunirse con el rey, le asaltó la duda hamletiana de si ser o no ser candidato a la investidura, Pastor se sentó tranquilamente a esperar a que terminara de deshojar la margarita en lugar de instarle a fijar una fecha cuanto antes para la convocatoria del pleno parlamentario. A la vista de que a pesar de las presiones de todo tipo el malvado Sánchez no se avino a la abstención, Rajoy pensó que le podría meter más presión poniendo la sesión de investidura en una fecha tal que, de no haber gobierno, las elecciones irían de cabeza al día de Navidad. 

Ana Pastor aceptó encantada la sibilina fecha del 30 de agosto pero no sólo eso: transigió con un formato de pleno a mayor gloria del candidato que los populares habían criticado con dureza cuando fue el socialista Pedro Sánchez el que pidió el apoyo de la cámara. El último episodio por ahora en el que Pastor ha demostrado que le puede más la lealtad a las siglas de su partido que la responsabilidad institucional que conlleva presidir el Congreso lo acabamos de ver con el ya conocido como "caso Soria". La presidenta se empleó ayer a fondo para evitar que la oposición, ampliamente mayoritaria, se saliera con la suya y obligara a Luis de Guindos a comparecer en un pleno urgente para explicar por qué ha mentido abiertamente a los españoles haciendo pasar por concurso público una evidente alcaldada. 

Escudándose en triquiñuelas reglamentarias y jurídicas estuvo todo el día hasta que por la tarde no tuvo más remedio que dar su brazo a torcer y anunciar la celebración de un pleno sobre este asunto para la próxima semana, algo, por cierto, que a los populares les parece "ridículo"; deben considerar que debatir en sede parlamentaria sobre las mentiras del presidente del Gobierno y de su ministro de economía es pecata minuta que se puede despachar mezclada con otros asuntos en una mortecina comisión de economía con el menor eco mediático posible. Pero, por desgracia para el sistema democrático de este país y para su credibilidad y transparencia, es a eso a lo más que podremos aspirar los ciudadanos. 

La vicepresidenta Sáenz de Santamaría ha salido hoy mismo al rescate de Guindos y ha dicho que el ministro de Economía en funciones no irá al pleno del Congreso para hablar de sus mentiras sobre Soria. Se vuelve a agarrar el Ejecutivo a que el Congreso no puede controlar a un Gobierno en funciones; de perlas por lo llamativamente oportuno le ha venido además que el Tribunal Constitucional haya tenido a bien posponer algunas semanas su decisión sobre la denuncia de la pasada legislatura contra la actitud rebelde de Rajoy y los suyos. El Gobierno se coloca así en los márgenes del sistema democrático y actúa como si no tuviera la obligación de responder de sus decisiones ante nadie, ni siquiera ante los representantes de la voluntad popular. Siendo grave esa posición lo es más aún que la respalde por acción o por omisión la presidenta del Congreso que debe ser la primera valedora y defensora de la separación de poderes, un concepto, por desgracia, cada vez más vacío de contenido. 

Por cierto que sobre la servicial actitud de la señora Pastor para con el Gobierno debería dar alguna explicación Ciudadanos: recordemos que sus votos contribuyeron a izar a la actual presidenta al puesto que ocupa cuando bien se pudo haber optado por un candidato o candidata que no perteneciera al partido más votado. Es muy probable que nos hubiéramos evitado el bochorno actual en el que la máxima representante institucional de la voluntad de los españoles antepone a su alta responsabilidad política los intereses del partido en el que milita. 

Pedro Sánchez al teléfono

El líder del PSOE ha iniciado una ronda de contactos telefónicos con el resto de fuerzas políticas que debe tener encantados de la vida a los chicos de César Alierta y de los nervios a los periodistas políticos. A Mariano Rajoy le dedicó el lunes 10 minutos que invirtió en volver a decirle "no" a la posibilidad de una abstención y menos con la tempestad que se abatía sobre La Moncloa hasta que fue posible convencer a Soria de que sacara los dedos del enchufe del Banco Mundial. Inmediatamente se puso en contacto - telefónico - con Pablo Iglesias  al que le dedicó el doble de tiempo y un poco más que a Rajoy, 25 minutos en total según cuentan las crónicas. Lo malo es que las crónicas no pueden ir más allá porque de la conversación no salió ningún avance ni compromiso claro de volver a verse para tomarse un café o unas cañas y hablar de tú a tú sobre qué posibilidades tiene lo nuestro. 

Y ahí sigue, pegado al teléfono: ahora vendrán Rivera, los catalanes, los vascos, los canarios - José Javier Vázquez no está de momento en la lista - y así hasta agotar el arco parlamentario y la paciencia de algunos barones socialistas, por no mencionar la de los ciudadanos de este país. Porque de la boca de Sánchez no ha salido hasta la fecha presente, próxima ya a la semana desde que Mariano Rajoy se quedó con las ganas de su abstención, la palabra investidura. Dicen los expertos en los pozos del café y en las interioridades de Ferraz que Sánchez no quiere tirarse a la piscina sin antes comprobar que no hay cocodrilos como en marzo pasado. Según tales expertos, Sánchez busca el apoyo de Podemos y la abstención de Ciudadanos para desplazar al mustio Rajoy de La Moncloa. Lo que llama la atención es que no intente de paso resolver la cuadratura del círculo, tarea en la que tal vez tendría más éxito.


Podemos y Ciudadanos siguen en sus trece de no darse ni la hora y, aunque los de Rivera tampoco se la pensaban dar a Rajoy y al final le dieron hasta el parte meteorológico, es artículo de fe creer que el milagro se podría repetir con la tribu de la coleta. Desde la orilla opuesta las simpatías de la gente de Iglesias para con la de Rivera es la misma que la de los hinchas del Real Madrid para con los del Barcelona o viceversa y con eso está todo dicho. Algunos de los gurús vitalicios que escudriñan el vuelo de las aves para adivinar si al país le esperan días fastos o nefastos han dejado rodar la especie de que Sánchez podría estar pensando en la posibilidad de gobernar con sus 85 escaños y buscar el apoyo parlamentario puntual del resto de los partidos. 

Si ese fuera el plan, además de la cuadratura del círculo debería ponerse también manos a la obra para resolver el misterio de la vida extraterrestre. No es que le niegue cintura política a alguien que ha practicado el baloncesto en años más mozos y que aún sigue luciendo buena planta, pero eso es una cosa y otra bien distinta convertirse en contorsionista a tiempo completo. Sean cuales sean sus intenciones sobre su eventual postulación para la investidura, lo que a casi nadie se le escapa es que su principal objetivo en estos momentos es echar días para atrás hasta que pasen las elecciones vascas y gallegas con la esperanza de que los resultados ayuden a resolver el crucigrama. 

De este modo consigue el que es otro de sus objetivos menos confesables: evitar convocar el Comité Federal del PSOE para que los barones le digan lo que tiene que hacer y con quién debe hablar de cómo salir de este laberinto de estrategias entrecruzadas en el que anda perdida España desde la última Navidad. A uno se le ocurre que es eso lo que debía haber hecho nada más decirle "no" a Rajoy por activa y por pasiva: convocar al Comité Federal, máximo órgano entre congresos, y conocer su análisis y sus propuestas en un momento político tan delicado y complejo como el actual.

Puesto que los barones no quieren ahora mismo hacer ruido mediático con dos autonomías como Galicia y el País Vasco en juego, Sánchez hace gasto telefónico para que no se note demasiado que Rajoy le ha terminado contagiando del virus del dontancredismo que padece desde hace años el inquilino de la triste figura que habita en La Moncloa. Que los asuntos de este país estén hechos unos zorros y que sus ciudadanos estén ya al borde de un ataque de nervios ante tanta majadería política y ante la posibilidad de tener que volver a las urnas, no parece quitar el sueño ni a Sánchez ni a ningún otro líder político español.