Hernando o la fe del converso

Francamente, no me hubiera gustado lo más mínimo encontrarme hoy en la piel del portavoz socialista encargado de dar la réplica al discurso de investidura de Mariano Rajoy. El papelón de Antonio Hernando ha sido de los que marcan un antes y un después y pocos políticos en activo se hubieran atrevido a subir hoy a la tribuna de oradores del Congreso para hacer lo que él ha hecho: anunciar la abstención de su partido para permitir la investidura del líder popular después de lo dicho y hecho en los últimos meses. 

No es que no sea eso lo que toca hacer en estos momentos, como he escrito y argumentado varias veces; tampoco es que Hernando haya estado rematadamente mal,  flojo o poco incisivo o que no haya metido el dedo en la llaga y en las carencias políticas del candidato a seguir en La Moncloa. Todo lo contrario, anunció una oposición dura y constructiva, se permitió enumerar una lista de reformas que el PSOE impulsará, atacó por donde más le podía doler a Rajoy, puso en evidencia los efectos de sus políticas sociales y económicas y no le perdonó los casos de corrupción que anegan al PP. En su afán por encontrar un hueco por el que el PSOE pudiera sacar hoy la cabeza y tomar resuello, repartió sus mandobles entre Rajoy y Pablo Iglesias, intentando a la desesperada achicar espacios políticos para evitar que Podemos le robe el santo y seña de la verdadera y genuina oposición al gobierno en minoría del PP. 


El problema de Hernando y del PSOE es que su discurso, aún siendo prácticamente calcado del que pronunció en agosto con ocasión de la fracasada investidura de Rajoy, no conducirá a la misma consecuencia sino a otra de efectos bien distintos. Si entonces y hasta el otro día la máxima de Hernando era "no es no" a Rajoy, hoy ha sido "abstención" por el bien de España, aunque los argumentos de fondo en agosto y ahora hayan sido los mismos. Hernándo fue fiel escudero de Pedro Sánchez hasta poco antes de que el ex secretario general sufriera lo que algunos insisten en calificar de golpe de mano con la dimisión de la mitad más uno de los miembros de la Ejecutiva socialista y el tormentoso Comité Federal del 1 de octubre. 

Defendió la posición de Sánchez y en su nombre negoció y mantuvo contactos con Podemos y con Ciudadanos; era lo que ahora se conoce como un "sanchista" y, seguramente por eso, su ex jefe de filas ni siquiera se levantó esta mañana de su escaño para aplaudir cuando terminó su primera intervención, como hizo buena parte de la bancada socialista. Sin embargo, la caída en  desgracia de Pedro Sánchez no conllevó que Hernando abandonara también la portavocía socialista en el Congreso, en la que fue ratificado por la comisión gestora que sí sustituyó al portavoz en el Senado. 

Se me escapan las razones por las que Hernando merece la confianza de la gestora para continuar siendo el portavoz del PSOE, un cargo de una enorme proyección política. Puede ser que no encuentre a otro más capacitado para esa responsabilidad; sin embargo, sus contorsiones y contradicciones de hoy para justificar lo que en agosto era de todo punto inviable - la abstención -  desacreditan el discurso de la responsabilidad y el sentido de estado al que apela ahora el PSOE para justificar la nueva posición. Y no entraré en ese debate semántico un tanto absurdo y pueril sobre si abstenerse es o no apoyar; abstenerse es, literalmente y en términos políticos, "no participar en algo a que se tiene derecho".

Me parece muy bien que la izquierda infantil de este país, la misma que impidió un gobierno progresista por el que ahora se da golpes de pecho, entienda que lo que el PSOE va a hacer el sábado es una traición en toda regla. No obstante, sus críticas de hoy al PSOE y las correspondientes réplicas de Hernando han convertido la investidura de Rajoy en un cómodo trámite parlamentario en el que el candidato se permite bromas y chascarrillos mientras sus rivales se tiran de los pelos. Salvo que se demuestre lo contrario de manera razonada y no meramente emocional, me sigue pareciendo que abstenerse es lo más sensato para los intereses del país y para el propio PSOE. Ahora bien, designar a un converso a la abstención de última hora como Hernando para defender esa postura ante la sociedad española, ha sido un error de principiante que no creo que hubiera costado mucho evitar. 

Porque yo lo valgo

En síntesis muy apretada, Mariano Rajoy se ha subido esta tarde a la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados y ha pedido el apoyo de la cámara por la única y exclusiva razón de que él lo vale y, además, se lo merece. Sus logros en materia de crecimiento económico y creación de empleo, incluso con un gobierno en funciones como el que lleva presidiendo desde hace casi un año, son a su juicio aval más que suficiente para que los diputados le otorguen la confianza por cuatro años más. Eso por no hablar de las medidas que ha ido tomando durante todo este tiempo contra la corrupción y de lo dialogante que ha sido siempre para consensuar los grandes asuntos de estado como la reforma laboral o educativa. Un diálogo y un consenso que ahora se ofrece a convertir en la piedra filosofal de su gobierno siempre y cuando - eso sí - no se pongan en peligro el sacrosanto cumplimiento del objetivo de déficit o una reforma laboral que, según Rajoy, va camino de convertirse en la octava maravilla del mundo por su capacidad inusitada de crear puestos de trabajo como quien hace churros. 

Su receta para resolver el problema catalán es también novedosa y consiste en no moverse ni un milímetro de donde siempre se han mantenido él y su partido, es decir, ley, después ley y en tercer lugar ley. Eso sí, como Rajoy anda ahora haciendo de la necesidad virtud, ofrece a los levantiscos soberanistas catalanes atención a sus problemas, todo un avance. A la vista del buen resultado que le ha terminado dando haber hecho lo mismo de presidente en funciones mientras la izquierda se peleaba entre sí, igual va y le da resultado con Cataluña no mover un dedo para resolver el llamado desafío secesionista. Tal vez por eso ni mencionó, siquiera sea de pasada, la necesidad de acometer de una vez por todas una profunda reforma constitucional que sólo el PP no parece ver y a la que se le va a pasar el arroz como no se aborde, por ejemplo y para empezar, el encaje territorial del Estado.


Pero Rajoy no estaba esta tarde para grandes debates políticos; de hecho se permitió el lujo de obviar su programa de gobierno alegando que ya lo explicó en agosto y ya, si eso. Del mismo modo también nos ahorró enumerar la interminable lista de medidas que su partido ha aprobado para luchar contra la corrupción y las que está dispuesto a seguir aprobando hasta que no quede un corrupto sobre la faz de la tierra. Lo que Rajoy quería dejar claro esta tarde - y hay que reconocer que lo ha conseguido - es que sin él al frente de España el país ya se habría ido a tomar viento porque él y su partido son la única opción política "sensata", como se han encargado de demostrar los ciudadanos en las últimas contiendas electorales. 

Ahora bien, en aras del bien superior del interés general y acorde con su talla de gran estadista. Rajoy ofrece pactos sobre educación, pensiones y financiación autonómica. Al respecto de esto último hasta se ha ofrecido - generoso que es él - a convocar una conferencia de presidentes autonómicos en el Senado, noticia que sin duda habrá llenado de alegría a Fernando Clavijo. Pero Rajoy no ofrece diálogo a tontas y a locas sino que pide a cambio estabilidad porque, deben tener claro los de la oposición, que no es el PP sino ellos los que no quieren unas nuevas elecciones; así que mejor no provoquen al presidente in pectore ni le den demasiados dolores de cabeza intentando laminar las reformas que con tanto entusiasmo aprobó en su etapa de mayoría absoluta, porque no tardaría ni un minuto en firmar el decreto convocando nuevas elecciones. 

Este es el Rajoy, inamovible en sus planteamientos y tan previsible como siempre, ante el que los diputados socialistas están llamados a abstenerse el próximo sábado para que revalide el cargo que nunca mereció y menos merece aún; un político al que le cuesta Dios y ayuda reconocer que ya no goza de mayoría absoluta y que ofrece diálogo y consenso al resto de los partidos con evidente desgana y disgusto cuando debería ser su obligación. Es comprensible que en las filas del PSOE apoyar a Rajoy se vea como un acto contra natura política, aunque ese sacrificio debería ser, además de un servicio al interés general, la oportunidad para aprender una lección: lo que va a pasar el sábado en el Congreso no es otra cosa que la consecuencia de la desunión de la izquierda de este país. 

Venezuela o la eterna crisis

Y nos quejamos en España de llevar más de 300 días sin gobierno en plenitud de funciones. En Venezuela llevan también desde diciembre del año pasado con una crisis política e institucional de dimensiones infinitamente mayores que la nuestra y que, lejos de acercarse a su desenlace, parece acercarse más bien a su nudo gordiano. Cuando en las elecciones legislativas de diciembre de 2015 la oposición puso fin a casi dos décadas de chavismo con mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, se abrió para Venezuela un panorama político en el que muchos vieron al alcance de la mano el fin de la promiscuidad entre los poderes del Estado, la vuelta de los productos de primera necesidad a las estanterías de los supermercados y la recuperación de una economía por los suelos. 

Pero los opositores, con algunos de sus líderes como Leopoldo López aún entre rejas, erraron los cálculos al suponer que Nicolás Maduro, el heredero político de Chávez, sería desalojado sin grandes complicaciones del palacio presidencial de Miraflores. Para conseguirlo y después de perder un tiempo más que considerable dándole vueltas a cuál era la mejor opción, eligieron  poner en marcha un complejo proceso político que debería haber desembocado antes de que acabe este año en la convocatoria de un referéndum revocatorio en el que los venezolanos pudieran decidir si desean que Maduro continúe o no siendo el presidente del país hasta las próximas elecciones presidenciales previstas para 2019.


Su gozo en un pozo porque, después de poner todo tipo de trabas e impedimentos para cumplir con los requisitos de la consulta, el poder electoral, controlado por el chavismo, ha suspendido todo el proceso haciendo materialmente imposible que la votación se celebre antes del próximo año. En la práctica eso supone la continuidad o no de Maduro al frente del Gobierno y la celebración o no de nuevas elecciones que la oposición, obviamente, confía en ganar. 

La galopante crisis económica y el enroque del chavismo han marcado el clima político de este año, ahora exacerbado tras la decisión de las autoridades electorales. La oposición no ha dudado en hablar de golpe de estado y ha dado por rotos los débiles puentes de diálogo con el Gobierno para desbloquear la situación. Es cierto que la discreta mediación del papa Francisco con el propio Maduro  ha conseguido en las últimas horas que oposición y oficialismo hayan aceptado sentarse a negociar el próximo domingo en isla Margarita. No hay muchas esperanzas, pero cualquier acercamiento que se produzca, por débil y poco significativo que pueda ser, siempre sería bienvenido en un contexto político de creciente polarización entre chavistas y antichavistas. 

Muestra de esa tensión en aumento es la llamada a "tomar Venezuela" que ha hecho para mañana la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), que agrupa a la oposición. Se trata de protestas callejeras en todo el país en una nueva demostración de fuerza con la que la oposición pretende revertir la decisión de las autoridades electorales sobre el revocatorio. Ante estas protestas ha corrido el bulo de que la oposición pretende llegar al palacio de Miraflores y ocuparlo aprovechando que Nicolás Maduro se encuentra de viaje en el extranjero. 

Sería un gravísimo error en el que la oposición no puede caer si quiere que su causa siga contando con el apoyo y el respeto internacional de quienes apuestan por una salida pacífica y democrática a la interminable crisis política, institucional y económica por la que atraviesa el pueblo venezolano. No es aventurado suponer que el oficialismo, que ya ha demostrado con creces el concepto que tiene de la separación de poderes y del respeto que profesan sus seguidores ante los derechos y las libertades de quienes no piensan y actúan como ellos, aprovechará el más mínimo incidente para atrincherarse en su posición numantina y acusar a la oposición de golpista y "lacaya de los intereses imperialistas", como le gusta calificarla a Maduro a toda hora. 

Sólo una salida de esta situación por cauces pacíficos y democráticos es garantía de que Venezuela recupere un régimen democrático digno de ese nombre, ponga en pie una economía ruinosa y mejore la vida de millones de venezolanos para los que casi dos décadas de chavismo han sido más que suficientes.